Que trata de algunas cosas que hizo en el principio de su gobierno Nezahualpiltzintli, en que mostró la prudencia y sabiduría natural que Dios le dio desde su niñez, que notaron mucho los autores Una de las concubinas del rey Nezahualcoyotzin que estaba en gran privanza, fue como ya se dijo, la señora que pretendió siempre colocar a sus hijos en los más honrosos oficios del imperio, y aún si pudiese, dar a cada uno de ellos la investidura de él, por cuya causa siempre pretendió o procuró quitar la vida a los hijos legítimos del rey Nezahualcoyotzin habidos en la reina y señora mexicana, como en efecto lo hizo con el príncipe Tetzauhpintzintli, siendo ella la causa principal de su muerte; y así Nezahualpiltzintli, luego que se vio hecho rey, al hijo menor de esta señora (que no tenía ninguna dignidad ni oficio, aunque era señor de algunos lugares) le dio el pueblo de Chiauhtla con otros de las tierras conquistadas, y con investidura de uno de los grandes del imperio, de los catorce número, nombre y apellido de los aculhuas, con que quedó muy pagada esta señora y fue parte para atajar los designios de los otros tres infantes, que los dos eran sus hijos como fueron Xochiquetzaltzin y Hecahuehuetzin. El infante Axoquentzin (que fue el que ganó la provincia de Chalco), viendo el deseo que el rey su hermano tenía de honrar y premiar a sus hermanos, entró a pedirle mercedes por sus servicios, porque hasta entonces el rey, su padre, por ser muy mozo, no le había hecho ninguna merced; el rey niño estando muy atento a la demanda de su hermano, antes que hablase palabra el infante Acapioltzin, su coadjutor, hizo llamar ante sí a un pintor, y con él a un arquitecto y dos oficiales de albañil y carpintería, a los cuales les mandó que fuesen a la provincia de Chalco y viesen la traza y modo de las casas y palacios que eran de Toteotzintecuhtli rey de ella, y que cada uno en su facultad le trajese razón de ellas dentro de un término que les señaló, los cuales habiendo hecho esta diligencia dieron razón al rey, quien mandó que en lo mejor de la ciudad de Tetzcuco se edificasen otras casas y palacios de la misma manera para su hermano Axoquentzin; le hizo otras mercedes señalándole ciertos pueblos y lugares, así en la provincia de Chalco, como en otros lugares para que fuese señor de ellos; y desde esta ocasión comenzó a gobernar por sí solo, con mucha prudencia y sagacidad, de tal manera que a todos los dejaba confusos y admirados, sin que en él se hallase ninguna imperfección en cuarenta años que reino, y siempre recibía con mucho amor los consejos y buena doctrina de su hermano el infante Acapioltzin y de los de su consejo y parlamento.
Busqueda de contenidos
contexto
De los pozos que hay en la punta de Santa Elena, y de lo que cuentan de la venida que hicieron los gigantes en aquella parte, y del ojo de alquitrán que en ella está Porque al principio desta obra conté en particular los nombres de los puertos que hay en la costa del Perú, llevando la orden desde Panamá hasta los fines de la provincia de Chile, que es una gran longura, me pareció que no convenía tornarlos a recitar, y por esta causa no trataré desto. También he dado ya noticia de los principales pueblos desta comarca; y porque en el Perú hay fama de los gigantes que vinieron a desembarcar a la costa en la punta de Santa Elena, que es en los términos desta ciudad de Puerto Viejo, me paresció dar noticia de lo que oí dellos, según que yo lo entendí, sin mirar las opiniones del vulgo y sus dichos varios, que siempre engrandece las cosas más de lo que fueron. Cuentan los naturales, por relación que oyeron de sus padres, la cual ellos tuvieron y tenían de muy atrás, que vinieron por la mar en unas balsas de juncos a manera de grandes barcas unos hombres tan grandes que tenían tanto uno dellos de la rodilla abajo como un hombre de los comunes en todo el cuerpo, aunque fuese de buena estatura, y que sus miembros conformaban con la grandeza de sus cuerpos, tan disformes, que era cosa monstruosa ver las cabezas, según eran grandes, y los cabellos, que les llegaban a las espaldas. Los ojos señalan que eran tan grandes como pequeños platos. Afirman que no tenían barbas, y que venían vestidos algunos dellos con pieles de animales y otros con la ropa que les dio natura, y que no trajeron mujeres consigo. Los cuales, como llegasen a esta punta, después de haber en ella su asiento a manera de pueblo (que aun en estos tiempos hay memoria de los sitios destas casas que tuvieron), como no hallasen agua, para remediar la falta que della sentían hicieron unos pozos hondísimos; obra por cierto digna de memoria, hecha por tan fortísimos hombres como se presume que serían aquéllos, pues era tanta su grandeza. Y cavaron estos pozos en peña viva hasta que hallaron el agua, y después los labraron desde ella hasta arriba de piedra, de tal manera que durará muchos tiempos y edades; en los cuales hay muy buena y sabrosa agua, y siempre tan fría que es gran contento beberla. Habiendo, pues, hecho sus asientos estos crecidos hombres o gigantes, y teniendo estos pozos o cisternas, de donde bebían, todo el mantenimiento que hallaban en la comarca de la tierra que ellos podían hollar lo destruían y comían; tanto, que dicen que uno dellos comía más vianda que cincuenta hombres de los naturales de aquella tierra; como no bastase la comida que hallaban para sustentarse, mataban mucho pescado en el mar con sus redes y aparejos, que según razón ternían. Vivieron en grande aborrecimiento de los naturales; por que por usar con sus mujeres las mataban, y a ellos hacían lo mismo por otras causas. Y los indios no se hallaban bastantes para matar a esta nueva gente que había venido a ocuparles su tierra y señorío, aunque se hicieron grandes juntas para platicar sobre ellos; pero no los osaron acometer. Pasados algunos años, estando todavía estos gigantes en esta parte, como les faltasen mujeres y las naturales no les cuadrasen por su grandeza, o porque sería vicio usado entre ellos, por consejo y inducimiento del maldito demonio, usaban unos con otros el pecado nefando de la sodomía, tan gravísimo y horrendo; el cual usaban y cometían pública y descubiertamente, sin temor de Dios y poca vergüenza de sí mismos. Y afirmaban todos los naturales que Dios nuestro Señor, no siendo servido de disimular pecado tan malo, les envió el castigo conforme a la fealdad del pecado. Y así, dicen que, estando todos juntos envueltos en su maldita sodomía, vino fuego del cielo temeroso y muy espantable, haciendo gran ruido, del medio del cual salió un ángel resplandeciente, con una espada tajante y muy refulgente, con la cual de un solo golpe los mató a todos y el fuego los consumió, que no quedó sino algunos huesos y calaveras, que para memoria del castigo quiso Dios que quedasen sin ser consumidas del fuego. Esto dicen de los gigantes; lo cual creemos que pasó, porque en esta parte que dicen se han hallado y se hallan huesos grandísimos. Y yo he oído a españoles que han visto pedazos de muela que juzgaban que a estar entera pesara más de media libra carnicera, y también que habían visto otro pedazo del hueso de una canilla, que es cosa admirable contar cuán grande era, lo cual hace testigo haber pasado porque, sin esto, se ve adonde tuvieron los sitios de los pueblos y los pozos o cisternas que hicieron. Querer afirmar o decir de qué parte o por qué camino vinieron éstos no lo puedo afirmar porque no lo sé. En este año de 1550 oí yo contar, estando en la ciudad de los Reyes, que siendo el ilustrísimo don Antonio de Mendoza visorey y gobernador de la Nueva España se hallaron ciertos huesos en ella de hombres tan grandes como los destos gigantes, y aun mayores; y sin esto, también he oído antes de agora que en un antiquísimo sepulcro se hallaron en la ciudad de México o en otra parte de aquel reino ciertos huesos de gigantes. Por donde se puede tener, pues tantos los vieron y lo afirman, que hubo estos gigantes, y aun podrían ser todos unos. En esta punta de Santa Elena (que, como dicho tengo, está en la costa del Perú, en los términos de la ciudad de Puerto Viejo) se ve una cosa muy de notar, y es que hay ciertos ojos y mineros de alquitrán tan perfecto, que podrían calafatear con ellos a todos los navíos que quisiesen, porque mana; y este alquitrán debe ser algún minero que pasa por aquel lugar, el cual sale caliente; y destos mineros de alquitrán yo no he visto ninguno en las partes de las Indias que he andado; aunque creo que Gonzalo Hernández de Oviedo, en su primera parte de la Historia natural y general de Indias, da noticia deste y de otros. Mas como yo no escribo generalmente de las Indias, sino de las particularidades y acaescimientos del Perú, no trato de lo que hay en otras partes, y con esto se concluye en lo tocante a la ciudad del Puerto Viejo.
contexto
CAPITULO LII Prosigue la materia de las fundaciones de la Canal, y baja para el efecto el V. P. Junípero a San Gabriel, y funda la Misión de San Buenaventura. Viendo el Señor Gobernador que cumplía ya medio año del fatal acaecimiento del Río Colorado, y que nada resultaba en estos Establecimientos, acordó el dar paso a las fundaciones ínterin llegaban los Barcos, por los que esperaban según las Cartas que se habían recibido, los seis Misioneros de nuestro Colegio que tenía pedido el Comandante General, valiéndose del Exmô. Señor Virrey; y como ya no podían tardar mucho, quiso dar principio a la fundación, para cuyo efecto escribió por febrero de 82 al R. P. Presidente, pidiéndole dos Misioneros, uno para dar principio a la Misión de San Buenaventura y otro para la de Santa Bárbara. Hallábase entonces el V. P. Presidente en su Misión de San Carlos en su ordinaria tarea; y habiendo recibido la Carta, dando por cierto la venida de los seis Misioneros que estaban nombrados, y sabía ya S. R. por Carta quienes eran; por las vivas ansias que tenía de dichas fundaciones, puso la mira al número de Operarios que éramos, que no había mas supernumerario que uno en su Misión de Monterrey, que suplía cuando salía S. R. a la Visita; y que en la de San Diego estaba mi Padre Compañero Fr. Pedro Benito Cambón, que había llegado poco hacía de la dilatada Expedición que casualmente hubo de hacer a las Filipinas, cuyo Barco, que por diciembre anterior arribó a San Diego, lo dejó enfermo, y se hallaba todavía convaleciendo en la dicha Misión de San Diego. Confiado en que estaría algo reforzado para suplir, le escribió que se animase, y pasase a la Misión de San Gabriel, que allí se verían, como lo hizo, y diré después. No quiso S. R. perder el mérito de los trabajos, así del camino como en las fundaciones que ya preveía: dejó el Supernumerario supliendo en la Misión de Monterrey, e hizo la cuenta como que salía a visitar, y así se puso en camino para San Gabriel, haciéndole olvidar los accidentes el fervoroso celo e innata inclinación que tenía de aumentar el número de hijos de Dios y de la Santa Iglesia. De paso hizo Confirmaciones en las dos Misiones de San Luis y San Antonio, dejando confirmados los Neófitos que se habían bautizado después de su última Visita. Pasó por la Canal de Santa Bárbara, alegrándose mucho de ver aquella Gentilidad, que ya estaba en vísperas de que les amaneciese la luz de la Fe: procuró regalarlos y agasajarlos, dándoles a entender que en breve volvería, y no tan de paso, sino a vivir con ellos, de que manifestaban alegrarse. E1 18 de marzo, y muy tarde, llegó al nuevo Pueblo de Ntrâ. Señora de los Ángeles, y paró a hacer noche, y el día siguiente muy de mañana salió para la Misión de San Gabriel, que dista cuatro leguas; y según me dijo S. R. se le hicieron largas, ya fuese porque iba en ayunas, o por los grandes deseos de llegar, que ya fue tarde. Halló a los Padres Ministros de ella sin novedad, y con ellos al P. Cambón, ya convaleciente y en estado de poder trabajar, de que se alegró mucho; y dejando los cumplimientos para después, mandó repicar para la Misa, que cantó S. R. y en ella hizo una fervorosa Plática del Santísimo Patriarca Señor San José, cuyo día era, olvidando el cansancio de ciento treinta leguas desde Monterrey, y las cuatro últimas andadas aquella misma mañana. Por la tarde hizo al Señor Gobernador los religiosos cumplidos, que correspondió a la visita el día siguiente, y en ella trataron el punto de las fundaciones, y resolvieron el fundar la Misión de San Buenaventura al principio de la Canal, y quedando en ella de Ministro interino el Padre Cambón, pasarían a fundar en el centro de la Canal el Presidio y la Misión de Santa Bárbara. Aunque el devoto Padre deseaba celebrar en la Misión la Semana Santa; pero se hubo de contentar sólo con los deseos, porque se publicó la salida para el 26 de marzo que fue Martes Santo. En los seis días que estuvo S. R. en la Misión de San Gabriel hizo los más días Confirmaciones hasta el mismo día de la salida, que después de acabada la Misa hizo las últimas, y salió con la Expedición, que se componía de tanto gentío que jamás se había visto tanta Tropa junta en estas fundaciones, pues a más de la Tropa perteneciente al Presidio y tres Misiones, que eran setenta Soldados con su Teniente Capitán Comandante para el nuevo Presidio, un Alférez, tres Sargentos, y sus correspondientes Cabos. Iba el Señor Gobernador con diez Soldados de la Compañía de Monterrey, sus mujeres, y familias que los más eran casados; los Arrieros con las recuas de útiles, víveres y Sirvientes, y algunos Indios Neófitos para dar principio a la Misión: sólo de Padres era tan corto el número, que se reducía al V. P. Junípero, y al P. Fr. Pedro Cambón. Viendo el V. Padre tanta disposición, y tanto gentío que iba a la fundación de la Misión de San Buenaventura, podía decir, acordándose de la cortedad de gente y provisiones con que se habían fundado las demás: Quo tandem tardius eo solemmus, que se dice de la Canonización del mismo Dr. Seráfico. Salió toda la dicha Expedición que había en la Misión de San Gabriel el 26 de marzo, y se dirigió rumbo al Noroeste para la Costa de la Canal de Santa Bárbara. A la primera jornada, como a la media noche les llegó Correo de la dicha Misión de San Gabriel, despachado por el Señor Teniente Coronel Don Pedro Fages Comandante de la Expedición, que había venido por orden del Comandante General al Río Colorado, con el encargo de que cruzando el Río, caminase a San Gabriel a comunicar, y tratar las órdenes que llevaba con el Señor Gobernador de la Provincia. Y habiendo llegado dicho Señor Fages le despachó Correo, y en cuanto recibió la Carta, aquella misma hora se puso en camino con sus diez Soldados retrocediendo para San Gabriel, dejando la orden al Comandante del nuevo Presidio de Santa Bárbara, para que siguiese la Expedición su camino a la Canal, que él luego volvería; y en caso de dilatarse diese principio a la Misión de San Buenaventura, y que allí lo esperasen. Con esto siguió para San Gabriel a tratar con el Señor Fages el asunto del Río Colorado, de que hablaré en el Capítulo siguiente. Siguió la Expedición al otro día su camino, y el 29 de marzo llegaron al principio de la Canal; pararon su Real en el paraje nombrado por la primera Expedición del año de 69 de la Assumpta, o Asunción de Ntra. Señora, premeditado desde entonces para la Misión de San Buenaventura, cuyo sitio está cerca de la Playa, en cuya orilla hay un gran Pueblo de Gentiles, bien formado de Casas piramidales pajizas. Está dicho sitio en la altura del Norte de 34 grados y 13 minutos. E1 día siguiente de la llegada se empleó la Gente en hacer una grande Cruz, una enramada, que sirviese de Capilla, y en componer, y adornar el Altar para decir el siguiente día la primera Misa. El día último de Marzo y primero de la alegre Pascua de la Resurrección del Señor bendijo el V. P. Presidente el Terreno, y Santa Cruz, y adorada la enarbolaron, y fijaron, y cantó S. R. la primera Misa en la que predicó del Soberano Misterio a la Tropa: y se tomó posesión del sitio para la Misión del Seráfico Dr. San Buenaventura. Los Gentiles del Pueblo manifestaron alegrarse, con los nuevos Vecinos, y oficiosos ayudaron a hacer la Capilla, y continuaron gustosos, ayudando a hacer la casa para el Padre, todo de madera; a la que luego dieron mano, y los Soldados destinados de Escolta empezaron a cortar madera para Cuartel y sus casas particulares, con una estacada para la seguridad y defensa. Asimismo se dio mano a conducir por zanja la agua de un crecido arroyo perenne, que tiene cerca del sitio, a fin de tener corriente el agua pegada a las casas, como también para aprovecharla para siembras, y lograr cosechas para mantener a los que se convirtiesen. Por medio de un Neófito de la Misión de San Gabriel, que algo entendía la lengua, se pudo dar a entender a los Gentiles el motivo a que habían venido a sus tierras, que no era otro que el dirigir sus almas para el Cielo haciéndolos Cristianos. Aunque en los quince días que en dicha iniciada Misión se mantuvo el V. P. Fundador no logró el ver bautizado alguno; pero sí en la visita del siguiente año ya halló su chinchorrito de Cristianos, y cuando acabó la tares de su Apostólica vida contaba ya cincuenta y tres Cristianos, y cada día se van aumentando.
contexto
Capítulo LII De cómo Quisquis venció a los chachapoyas, y a Huanca Auqui, en otras dos batallas Juntos los chachapoyas recién venidos con el restante del ejército de Huanca Auqui, salieron de Caja Marca a gran prisa y se fueron a encontrar con Quisquis al camino, y se vieron en Concha Huaila, que es entre Huanca Pampa y Caja Marca, y otro día por la mañana, con buen orden, le presentaron la batalla, aunque iban los unos y los otros cansados del camino. Pero como Quisquis y sus soldados venían victoriosos, no tardaron de romper y desbaratar a los chachapoyas y demás que con ellos se habían juntado, y fue tanta la mortandad que en ellos hizo Quisquis que de diez mil que eran los chachapoyas no se escaparon más de tres mil apenas, los cuales heridos, y los que pudieron retraer de las demás naciones, se vinieron huyendo adonde estaba Huanca Auqui en Caja Marca, salvo algunos de los chachapoyas, que teniéndose por venturosos, y no queriendo volver a ponerse en nuevo riesgo, pareciéndoles que las cosas de Huanca Auqui iban muy de caída, secretamente se fueron a sus tierras. Vistos tantos desmanes y adversidades por Huanca Auqui, y que Quisquis cada día iba aumentando su ejército de gente y con las victorias haciéndose más temido, no le pareció aguardarle en Caja Marca, pues no tenía socorro ni remedio alguno para resistirle, y así se salió de Caja Marca con lo poco que le había quedado de su ejército. A grandes jornadas se retiró hacia el Cuzco, dejando aquellas provincias desamparadas y sujetas al furor del enemigo, que le venía siguiendo a gran prisa. Llegado Huanca Auqui a Bombón halló un grandísimo ejército que Huascar Ynga le enviaba de todas las provincias del Collao y otras vecinas, y contento con tan buena ayuda reparó allí y descansó él, y los que con él venían, y se rehízo de todo lo necesario de armas y vestidos, de lo que había en los depósitos, porque su gente con tantas pérdidas venía destrozada y desnuda y aun ambrienta, y así aguardó a sus enemigos, deseoso de restaurar los daños pasados. Sabido que llegaban cerca de Bombón les salió fuera con buen orden y ánimo, habiendo esforzado a toda su gente con palabras de gran confianza, y aguardó la batalla en la puente del río llamado Bombón, y allí se embistieron los unos y los otros con brava furia. Fue tan reñida la batalla que duró hasta la noche, sin que se conociese ventaja ninguna de ambas partes. Al otro día por la mañana se tornó a ella con nuevo brío y deseo, que los de Huanca Auqui se habían animado, viendo la resistencia que el día antes habían hecho al enemigo, tan hecho a vencer, y habiendo peleado todo el día los departió la noche sin vencimiento, y con infinitas muertes. Al tercero tornaron a pelear, ya como desesperados los unos y los otros. Como la pujanza de Quisquis fue tan grande que traía doblado ejército del que sacó de Tomebamba, a causa de que en todas las provincias que ganaba se rehacía de gente nueva, y todos se le juntaban de temor de los grandes y crueles castigos que hacía en los que no les salían a dar la obediencia, y en los gobernadores puestos por Huascar Ynga en las provincias, pudo tanto, que al cabo desbarató el ejército del Ynga y lo venció con infinita mortandad dél, y los hizo huir, a los que de la muerte se escaparon, vergonzosamente. Vista tanta desventura por Huanca Auqui y el desbarate y menoscabo de su ejército, y que les era forzoso huir y retirarse con los demás, lo hubo de hacer con harto dolor de su ánimo, y se retrajo hasta jauja, donde le llegó otro socorro no pequeño de soras, chancas, rucanas, aymaraes y quíchuas, y de huancas y yauyos, y viendo esto, acordó de juntar éstos ejércitos y ponerlos en orden para salir a probar de nuevo ventura contra Quisquis, que ya venía sobre él a gran furia. Y, puesto todo a punto, salió dos leguas de jauja hacia Huánuco, a un valle llamado Yanamarca, a do se encontró con sus enemigos, y les presentó la batalla, mostrando que los desastres y vencimientos pasados no le habían acortado el ánimo, y se empezó a pelear de ambas partes con gran determinación y braveza, cayendo infinitos muertos y sustentando el tesón de la batalla casi todo el día. Como ya Huanca Auqui tuviese la fortuna por opuesta y los enemigos favorable, al fin, fue vencido por Quisquis y Chalco Chima, con tan lamentable destrucción de los suyos que no se puede contar, y fue de tal manera la matanza que hasta hoy está todo aquel valle lleno de huesos de los que allí murieron. Huanca Auqui, que como tenía desdicha en ser vencido, tenía ventura en escaparse de las manos de sus enemigos, se retiró desbaratado con algún poco número de gente hasta Paucaray. Allí descansó algunos días, que los contrarios no le siguieron porque estaban muy cansados y tuvieron necesidad de curar los heridos y repararse de gente, porque perdieron mucho número della en la batalla. Estando Huanca Auqui en Paucaray no sabiendo qué consejo tomar en tanta desdicha, le llegó una capitanía de orejones con un capitán llamado Maita Yupanqui, que dijo a Huanca Auqui de parte de su hermano Huascar Ynga, que qué cosas eran aquéllas, que cómo se había dado tan mala maña en la guerra y en perder tantas batallas y tanto número de gente, y venirse retirando dejando destruidas las provincias, y que no era posible sino que se hubiese hecho de concierto con Atao Hualpa, su hermano, y Quisquis, su general, en su nombre, pues tales cosas habían sucedido entre ellos y tanta suma de gente, de la mejor, había dejado perder en las batallas. A lo cual Huanca Auqui, sentido de que en su fidelidad se pusiese mácula y sospecha, respondió que no era verdad que entre él y Quisquis hubiese algún concierto y alianza contra lo que él era obligado, sino que no había podido más, que siempre había hecho todo su poder, y ordenado las batallas conforme entendió que estaban mejor para vencer a sus enemigos, y que si había sido desbaratado no estaba en su mano, sino en la del Hacedor que lo permitía así. Entonces dicen que Huanca Auqui, con el enojo y cólera de lo que Huscar le envió a decir, estuvo resoluto y determinado de pasarse a su hermano Atao Hualpa y hacerse a una con él, por vengarse de lo que le imputaban. Pero los capitanes que dese el principio habían venido con él del Cuzco y se habían hallado en todas las batallas, le persuadieron no hiciese tal, que con ello sería confirmar las sospechas en que malsines y chismosos le habían puesto con Huascar y sería causa de la destrucción de sus hijos y parientes y amigos que hasta allí le habían seguido y los que en el Cuzco estaban, que los mandaría Huascar matar luego que supiese que se había pasado al campo de Quisquis. Así lo dejó de hacer, que sin dudar estuviera mejor haberlo hecho, pues después murió por orden de Atao Hualpa, con Huascar, cuando los llevaban presos, como veremos. Entonces Huanca Auqui dijo a Maita Yupanqui, capitán de los orejones, que fuese a encontrarse con Quisquis, para que viese la fuerza y valor y el número de su ejército. Los orejones, como valerosos, pasaron adelante a toparse con Quisquis en la puente de Ancoyaco, y allí tuvieron con él un rencuentro sangriento, e hicieron detener el ejército sin poder pasar el río, que es caudaloso, más de un mes, estando el ejército de Atao Hualpa de la una parte y los orejones de la otra. Estando de esta suerte, como no les fuese socorro ninguno enviado por Huascar, ni otro de sus capitanes, al fin, Quisquis los cargó un día con tanto denuedo que los desbarató y auyentó, pasando el río. Ellos siguieron a Huanca Auqui, que se iba retirando hacia Vilcas, a esperar nueva orden de Huascar Ynga.
contexto
Cómo el Almirante fue a la provincia de Cibao, donde encontró las minas de oro y labró el fuerte de Santo Tomás Viernes, a 14 de Marzo, el Almirante salió del Río de las Cañas, y a legua y media halló otro grande al que llamó Río del Oro, porque al pasarlo recogieron algunos granos de oro. Atravesado este río, con algún trabajo, llegó a un pueblo grande, del que mucha gente se había huído a los montes, y la mayor parte se hizo fuerte en las casas, cerrando las puertas con algunas cañas cruzadas, como si esto fuera una gran defensa para que nadie entrase; porque, según su costumbre, nadie se atreve a entrar por una puerta que así encuentra cerrada; ya que para encerrarse no tienen puertas de madera, ni de otra materia, y les parece que basta con tales cañas. De allí el Almirante fue a otro hermosísimo río llamado Río Verde, cuyas márgenes estaban cubiertas de guijarros redondos y lustrosos. Allí durmió aquella noche. Al día siguiente, continuando su camino, pasó por algunos pueblos grandes, cuyos habitantes habían atravesado palos en sus puertas, igual que los otros de quienes hablamos arriba. Como el Almirante y su gente estaban fatigados, se quedaron aquella noche al pie de un áspero monte, al que llamó Puerto del Cibao, porque pasada la montaña comienza la provincia del Cibao, hasta la cual había once leguas desde la primera montaña que habían hallado; la llanura y el camino van siempre en dirección al Sur. Al día siguiente, puestos en camino, fueron por una senda en la que con trabajo hubo que pasar a diestro los caballos; desde este lugar mandó algunos mulos a la Isabela, para que trajesen pan y vino, porque ya comenzaban a faltarles los bastimentos, se hacía largo el viaje, y sufrían tanto más por no estar acostumbrados aún a comer los alimentos de los indios, como hacen ahora los que viven y caminan en aquellas partes, quienes encuentran los alimentos de allí, de mejor digestión, y más conformes al clima del país que los que da aquí se llevan, aunque no sean aquéllos de tanta sustancia. Vueltos los que habían ido por socorro de bastimentos, el Almirante, el domingo, 16 de Marzo, pasada dicha montaña, entró en la región del Cibao, que es áspera y peñascosa, llena de pedregales, cubierta de mucha hierba y bañada por muchos ríos en los que se halla oro. Esta región, cuanto más adelante iba, la encontraban más áspera, y muy embarazada por altas montañas, en los arroyos de las cuales se veían arenas de oro; porque, según decía el Almirante, las grandes lluvias lo llevan consigo desde las cumbres de los montes a los ríos en menudos granillos. Esta provincia es tan grande como Portugal, y en toda ella hay muchas minas y mucho oro en los ríos; pero generalmente hay pocos árboles, y éstos se ven por las márgenes de los ríos; en su mayor parte son pinos y palmas de diversas especies. Como, según se ha dicho, Hojeda había ya ido por aquel pais, y por él tenían los indios noticia de los cristianos, sucedía que por donde el Almirante pasaba salían los indios a los caminos a recibirlo, con presentes de comidas y con alguna cantidad de granillos de oro recogidos por ellos cuando supieron que aquél había ido por este motivo. El Almirante, viendo que ya estaba a diez y ocho leguas de la Isabela, y que la tierra que dejó a sus espaldas era toda muy quebrada, mandó que se fabricara un fuerte en un sitio muy risueño y seguro, al que llamó la fortaleza de Santo Tomás, a fin de que ésta dominase la tierra de las minas y fuese como refugio de los cristianos que anduvieran en ellas. En esta nueva fortaleza puso a Pedro Margarit, hombre de mucha autoridad, con cincuenta y seis hombres, en los que había maestros de todo lo que necesitaba para labrar el edificio, que se hacía de tierra y madera, porque así bastaba para resistir a todos los indios que contra él fuesen. Allí, abriendo la tierra para echar los cimientos, y cortando cierta roca para hacer los fosos, cuando llegaron a dos brazas bajo la peña, encontraron nidos de barro y paja, que en vez de huevos tenían tres o cuatro piedras redondas, tan grandes como una gruesa naranja, que parecían haber sido hechas de intento para artillería, de lo que se maravillaron mucho; en el río que corre a las faldas del monte sobre el cual está la fortaleza, hallaron piedras de diversos colores; algunas de ellas grandes, de mármol finísimo, y otras de puro jaspe.
contexto
De cómo Inca Yupanqui salió del Cuzco y lo que hizo. Volaba la fama de Inca Yupanqui en tanta manera por la tierra que en todas partes se trataba de sus grandes hechos. Muchos, sin ver bandera ni capitán suyo, le vinieron a conocer ofreciéndosele por vasallos, afirmando con sus dichos que del cielo habían caído sus pasados, pues sabían vivir con tanto concierto y honra. Inca Yupanqui, sin perder su gravedad, les respondió mansamente que no quería hacer agravio a nación ninguna, sino viniesen a le dar la obediencia, pues el sol lo quería y mandaba. Y como hobiese tornado a hacer llamamiento de gente salió con toda ella a lo que llaman Condesuyo y sujetó a los Yanaguaras y a los Chumbivilcas y con algunas provincias desta comarca de Condesuyo tuvo recias batallas; mas, aunque le dieron mucha guerra, su esfuerzo y saber fue tanto que con daño y muerte de muchos le dieron la obediencia, tomándolo por Señor como lo hacían los demás; y dejando puesta en orden la tierra, y hechos caciques a los naturales y mandándoles que no hiciesen agravio ni daño a estos súbditos, se volvió al Cuzco, poniendo primero gobernadores en las partes principales, para que impusiesen a los naturales la orden que habían de tener, así para su vivienda como para le servir y para hacer sus pueblos juntos y tener en todo gran concierto sin que ninguno fuese agraviado, aunque fuese de los más pobres. Pasado esto, cuentan más, que reposó pocos días en el Cuzco porque quiso ir en persona a los Andes, a donde había enviado sus adalides y escuchas para que mirasen la tierra y le avisasen del arte que estaban los moradores della; y como por su mandado estuviese todo el reino lleno de depósitos con mantenimientos, mandó que proveyesen el camino quél había de llevar e fue hecho así; y con los capitanes y gente de guerra salió del Cuzco, a donde dejó su gobernador para la administración de la justicia, y atrevesando las montañas y sierras nevadas supo de sus corredores lo de adelante y de la grande espesura de las montañas; y aunque hallaban de las culebras tan grandes que se crían en estas espesuras, no hacían daño ninguno y espantábanse de ver cuan fieras y monstruosas eran. Como los naturales de aquellas comarcas supieron la entrada en su tierra del Inca, como ya muchos dellos por mano de sus capitanes habían sido puestos en su servicio, le vinieron a hacer la mocha trayéndole presentes de muchas plumas de aves y coco y de lo más que tenían en su tierra y a todos lo agradecía mucho. Los demás indios que habitaban en aquellas montañas, los que quisieron serle vasallos enviáronle mensajeros, los que no, desampararon sus pueblos y metiéronse con sus mujeres en la espesura de la montaña. Inca Yupanqui tuvo gran noticia que pasadas algunas jornadas, a la parte de Levante había gran tierra y muy poblada. Con esta nueva, codicioso de descubrirlo, pasó adelante; mas, siendo avisado cómo en el Cuzco había sucedido cierto alboroto y habiendo allegado a un pueblo que llaman Marcapata, revolvió con priesa grande al Cuzco, donde estuvo algunos días. Pasados éstos, dicen los indios que, como la provincia de Collao sea tan grande y en ella hubiese en aquellos tiempos número grande de gentes y señoríos de los naturales muy poderosos, como supieron que Inca Yupanqui había entrado en la montaña de los Andes, creyendo que por allí sería muerto o que vendría desbaratado, concertáronse todos a una, desde Vilcanota para adelante, a una parte y a otra, con muy gran secreto, de se rebelar y no estar debajo del señorío de los Incas, diciendo que era poquedad grande de todos ellos, habiendo sido libres sus padres y no dejándolos en cautiverio, sujetarse tantas tierras y tan grandes a un Señor solo. Y como todos aborreciesen el mando que sobre ellos el Inca tenía, sin les haber él hecho molestia ni mal tratamiento, ni hecho tiranías ni demasías, como sus gobernadores y delegados no lo pudieron entender, juntos en Atuncollao y en Chucuito, donde se hallaron Cari y Çapana y Humalla y el Señor de Azángaro y otros muchos, hicieron su juramento, conforme a su ceguedad, de llevar adelante su intención y determinación; y para más firmeza bebieron con un vaso todos ellos juntos y mandaron que se pusiese en un templo entre las cosas sagradas, para que fuese testigo de lo que se ha dicho; y luego mataron a los gobernadores y delegados que estaban en la provincia y a muchos orejones que estaban entre ellos; y por todo el reino se divulgó la rebelión del Collao y de la muerte que habían dado a los orejones; y con esta nueva intentaron novedades en algunas partes del reino y en muchos lugares se levantaron; lo cual estorbó la orden que se tenía de los mitimaes y estar avisados los gobernadores y, sobre todo, el gran valor de Tupac Inca Yupanqui, que reinó desde este tiempo, como diré.
contexto
La junta que se hizo de pilotos, y lo que en ella paso, y prisión del piloto mayor A veinte y cinco de marzo, víspera de Pascua, el piloto mayor dijo en público que se hallaba del Callao distancia de dos mil doscientas y veinte leguas, y que lo decía así por lo que podía suceder. Por esto, y porque en razón del viaje había en algunos desasosiego y diversos pareces, luego al punto el capitán hizo poner en la gavia mayor una bandera, señal que llamaba a consejo, para por este medio satisfacer y aquietar la gente poco gustosa de lo que oyeron decir al piloto, que los debía animar. Llegáronse los dos navíos y en sus barcas vinieron a la capitana el almirante Luis Vaez de Torres y Juan Bernardo de Fuentidueña, y de la zabra el capitán della Pedro Bernal Cermeño, todos tres pilotos. Estando juntos con el piloto mayor y su acompañado Gaspar González, sin haber causa conocida, el piloto mayor se subió a la toldilla, mostrándose muy sentido; cosa que a todos pareció bien nueva y bien mal. El capitán lo llamó, y venido, dijo a todos desta manera: --Esta junta he hecho, para que cada uno diga en público las leguas que le parece estar del puerto del Callao, juntamente lo que siente en razón del no haberse hallado la isla de Santa Cruz, habiendo venido en su demanda navegando por su paralelo. Advierto que es grande y no baja, y que tiene cerca un volcán tan alto, que se puede ver a más de cuarenta leguas, y que dista de Lima mil ochocientas y cincuenta.--Esto dicho, los pilotos mostraron todos sus cartas y sus puntos, que por ser estimativos había grandes diferencias, en especial en el punto del piloto mayor por serlo de dos mil y trescientas leguas poco más o menos, y en el punto del capitán Bernal porque iba más adelante. El almirante dijo que se hallaba dos mil leguas, y que podría ser haber corrientes que detuviesen la nao, o haber juzgado más camino del que realmente anduvo, o estar la isla de Santa Cruz más lejos de Lima que en la carta se mostraba, y otras causas que de presente no se podían alcanzar; mas que si por aquella altura caminaba lo que restaba del año sin ver la buscada isla, entendería no haber pasado della. Deste mismo parecer fue el piloto Juan Bernardo de Fuentidueña, cuyo punto y el de su contramaestre y otros no estaban tan adelante como los referidos. Queriendo el piloto mayor, con razones que daba, hacer creer que su punto era el bueno, le dijo el capitán mirase como de hacia el Norte venían muy hinchadas y muy espaciosas olas; señal cierta de que estábamos mucho más al Oriente de lo que he dicho; porque si estuviéramos tan al Poniente como decía, quedaba a la parte del Norte todo lo que es Nueva Guinea y Filipinas, y así no había lugar de venir tan grandes olas como aquellas que con el dedo le mostraba. Y diciendo el piloto mayor que había noventa y cuatro días que se navegaba, le dijo el capitán que el viaje pasado se vido la isla de Santa Cruz en sesenta y nueve días, y que aunque era verdad haber más días que se navegaba ahora, que también lo era que muchas noches habían estado de mar al través con las naos, y que otras muchas se había navegado con solo el trinquete o con la cebadera, y que en todas las islas ahora vistas se habían gastado días enteros, y partes dellos en buscar puerto, y que casi todo el mes de marzo, en que estábamos, había sido de calmas y de pocos vientos; y que no habían faltado en otros tercios del viaje bonanzas y contrastes y otros gastos de tiempo, que reducido a singladuras enteras venían a ser sesenta y cuatro, y que sesenta y nueve a su cuenta faltaban cinco para igualar los dos viajes; y que él mismo había pesado el sol en la isla de Santa Cruz y estaba cierto de ser su altura de diez grados y un tercio, y de que no quedaba atrás y estaba adelante. Luego el piloto mayor mostró en su carta la derrota que en ella puso desde el Callao hasta los veinte y seis grados a que los navíos subieron, que venía a ser casi por el Oeste cuarta del Sudueste; y al parecer éste debió de ser su mayor engaño, pues multiplicaba grados por el Oessudueste, que es por donde se le mandó navegar, y daba la derrota por la cuarta, que es lo mismo que por ella y por la altura, habiendo de ser para más certeza, por las leguas estimadas y por la altura conocida: no advirtiendo los imposibles que hay para determinar distancias en camino de Leste Oeste y sus dos cuartas, y juntamente la variación de aguja, abatimiento de mares más y menos, vientos y velas y otros resguardos, y cuentas necesarias saberlas bien hacer para señalar en la carta el punto más llegado a la verdad; y que aquélla no era la navegación que él solfa hacer y se hace de Panamá, o de Acapulco al Callao costa a costa, y cuando se apartan della, es poco, y aunque sea mucho es grande y conocida la tierra que van a buscar, la cual, si no se halla en un día, vese en otro, y si no se da a donde se pretende, dase a donde se conoce y se hallan los puertos buscados. Hecha, pues, la cuenta de todo lo dicho y regulado a lo que después se halló cuando se vino al puerto de Acapulco, se hallaron de yerro seiscientas leguas, como se podrán mostrar cuando se pidan. Estas y otras razones dio el capitán a todos, y algunas al piloto mayor que, turbado, se subió segunda vez a su toldilla, y dijo della que venía sirviendo al Rey sin ganar sueldo, y había trabajado mucho en el despacho de los navíos, y otros cargos hizo; a todos los cuales el capitán le dijo, que todos los presentes sabían cómo sin conocerle ni deberte nada, ni haberle menester, más de sólo para hacerle el bien que él mismo así no se pudo hacer a fin de obligarlo, y más viéndolo por su enfermedad imposibilitado de poder asistir. Finalmente, el piloto mayor se mostró ingrato, y el capitán dijo a esto, bastaba serlo para no se le hacer increíble cuanto dél le habían dicho, y para no esperar más de su ánimo obras que bien estuviesen al caso. En suma, en la nao se decía que había quien deseaba que no se descubriesen tierras ni en nada se acertase, y el capitán vio parte de cosas, y obligado de todas, dijo al almirante que llevase preso al piloto mayor. Luego le fue dicho al capitán que estaba la nao revuelta, por lo que dijo en público: --¿Hay quien le pese, siendo servicio Real, que yo eche desta nao al piloto mayor?: y al uno que habló en su favor mandó callar, diciéndole que bien sabía que un día atrás te había dicho lo contrario. Con la salida del piloto mayor quedaron todos sus amigos muy sentidos y la nao sin aquellas libertades y alborotos que había habido hasta aquel día. Luego el capitán dijo a Pedro Bernal Cermeño, convenía quedase haciendo oficio de piloto mayor, para lo que fue por su ropa a la zabra; cuya gente se mostró tan inquieta, que no bastando exhortarlos el capitán, le fue fuerza amenazarlos. Con lo cual se aquietaron al parecer, y quedó por cabo della un Gaspar González Gómez, hombre honrado y buen piloto, y el mayor se vino a la capitana. Y luego al punto el capitán hizo guarnir un motón en el penol, y echar un bando, y de allí adelante vivió con el cuidado que le parecía deber a tan ruines muestras, y dijo: --¿Por qué malas obras que yo haya hecho, voy vendido en esta nao de algunos a quien tantas buenas hice y deseo hacer?: y el grande engaño suyo, pues de Lima no había querido traer cepos, grillos ni cadenas, entendiendo obligar a fiel trato el bueno que había hecho. Y cuando el capitán estaba ya en Madrid, le fue a ver un fray Andrés de San Vicente, dominico, y le dijo que navegando con el piloto mayor de Terranate a Malaca, perdió el navío en que iba, por lo que, y la culpa que los pasajeros le daban y aprieto en que le pusieron, dijo: --¡Oh, capitán Quirós, tú tienes la culpa desto, porque no me castigaste por la ocasión que te di, a que no dio lugar tu piedad! No faltaba en la nao quien del concierto della se cansaba, y rogaba al capitán dejase jugar de poco, y que los baratos se aplicasen para las almas del purgatorio. Mas el capitán dijo a esto muchas veces, le dejasen salir con obra tan nueva y tan buena cuanto lo era el no jugar ni jurar, y más habiendo dicho que sus padres no pudieran hacer más que estorbarles no perdiesen sus haciendas: y que cuanto a la limosna ofrecida por baratos, no quería por sacar un alma del purgatorio que ya estaba en el camino del cielo, meter la suya y las de otros en el infierno, y que mucho mejor sería diesen sin jugar lo que habían de dar jugando; y que para gasto de tiempo tenía muy buenos libros, quien enseñase a leer, escribir, y contar a los que no lo sabían; maestro de armas, y espadas negras, soldados prácticos para adiestrar los bisoños, y quien mostrase el arte de fortificación y de artillería, esfera y navegación; y que esto les convenía más que no jugar su dinero.
contexto
Cómo a la boca de este río pusieron tres cruces En la boca de este río mandó el gobernador poner muchas señales de árboles cortados, e hizo poner tres cruces altas para que los navíos entrasen por allí tras él y no errasen la entrada por este río. Fuimos navegando a remo tres días, a cabo de los cuales salió del río y fue navegando por otros dos brazos del río que salen de la laguna, muy grandes; y a ocho días del mes, una hora antes del día, llegaron a dar en unas sierras que están en medio del río, muy altas y redondas, que la hechura de ellas era como una campana, y siempre yendo para arriba ensangostándose. Estas sierras están peladas, y no crían yerba ni árbol ninguno, y son bermejas; creemos que tienen mucho metal, porque la otra tierra que está fuera del río, en la comarca y parajes de la tierra, es muy montuosa, de grandes árboles y de mucha yerba; y porque las sierras que están en el río no tienen nada de esto, paresce señal que tienen mucho metal, y ansí, donde lo hay, no cría árbol ni yerba; y los indios nos decían que en otros tiempos pasados sacaban de allí el metal blanco, y por no llevar aparejo de mineros ni fundidores, ni las herramientas que eran menester para catar y buscar la tierra, y por la gran enfermedad que dio en la gente, no hizo el gobernador buscar el metal, y también lo dejó para cuando otra vez volviese por allí porque estas sierras caen cerca del puerto de los Reyes, tomándolas por la tierra. Yendo caminando por el río arriba, entramos por otra boca de otra laguna que tiene más de una legua y media de ancho y salimos por otra boca de la misma laguna, y fuimos por un brazo de ella junto la Tierra Firme, y fuímonos a poner aquel día, a las diez horas de la mañana, a la entrada de otra laguna donde tienen su asiento y pueblo los indios sacocies y saquexes y chaneses; y no quiso el gobernador pasar de allí adelante, porque le paresció que debía enviar a hacer haber a los indios su venida y les avisar; y luego envió en una canoa a una lengua con unos cristianos para que les hablasen de su parte y les rogasen que le viniesen a ver y a hablar; y luego se partió la canoa con la lengua y cristianos, y a las cinco de la tarde volvieron, y dijeron que los indios de los pueblos los habían salido a recebir mostrando muy gran placer, y dijeron a la lengua cómo ya ellos sabían cómo venían, y que deseaban mucho ver al gobernador y a los cristianos; y dijeron entonces que las aguas habían bajado mucho, y que por aquello la canoa había llegado con mucho trabajo, y que era necesario que, para que los navíos pasasen aquellos bajos que había hasta llegar al puerto de los Reyes, los descargasen y alijasen para pasar, porque de otra manera no podían pasar, porque no había agua poco más de un palmo, y cargados, pedían los navíos cinco o seis palmos de agua para poder navegar; y este banco y bajo estaba cerca del puerto de los Reyes. Otro día de mañana el gobernador mandó partir los navíos, gente, indios y cristianos, y que fuesen navegando al remo hasta llegar al bajo que habían de pasar los navíos, y mandó salir toda la gente y que saltasen al agua, la cual no les daba a la rodilla; y puestos los indios y cristianos a los bordos y lados del bergantín que se llamaba Sant Marcos, toda la gente que podía caber por los lados del bergantín lo pasaron a hombro y casi en peso y fuerza de brazos, sin que lo descargase; y duró más de un tiro y medio de arcabuz; fue muy gran trabajo pasarlo a fuerza de brazos, y después de pasado, los mismos indios y cristianos pasaron los otros bergantines, con menos trabajo que el primero, porque no eran tan grandes como el primero; y después de puestos en el hondo, nos fuimos a desembarcar en el puerto de los Reyes, en el cual hallamos en la ribera muy gran copia de gente de los naturales, que sus mujeres e hijos y ellos estaban esperando; y así salió el gobernador con toda la gente, y todos ellos se vinieron a él, y él les informó cómo Su Majestad le enviaba para que les apercibiese y amonestase que fuesen cristianos, y recebiesen la doctrina cristiana, y creyesen en Dios, Criador del Cielo y de la Tierra, y a ser vasallos de Su Majestad, y siéndolo, serían amparados y defendidos por el gobernador y por los que traía, de sus enemigos y de quien les quisiese hacer mal, y que siempre serían bien tratados y mirados, como Su Majestad lo mandaba que lo hiciese; y siendo buenos, les daría siempre de sus rescates, como siempre lo hacía a todos los que lo eran; y luego mandó llamar a los clérigos y les dijo cómo quería luego hacer una iglesia donde le dijesen misa y los otros oficios divinos, para ejemplo y consolación de los otros cristianos, y que ellos tuviesen especial cuidado de ellos. E hizo hacer una cruz de madera grande, la cual mandó hincar junto a la ribera, debajo de unas palmas altas, en presencia de los oficiales de Su Majestad y de otra mucha gente que allí se halló presente; y ante el escribano de la provincia tomó posesión de la tierra en nombre de Su Majestad, como tierra que nuevamente se descubría; y habiendo pacificado los naturales, dándoles de sus rescates y otras cosas, mandó aposentar los españoles en la ribera de la laguna, y junto con ella los indios guaraníes, a todos los cuales dijo y apercibió que no hiciesen daño ni fuerza ni otro mal ninguno a los indios y naturales de aquel puerto, pues eran amigos y vasallos de Su Majestad, y les mandó y defendió no fuesen sus pueblos y casas, porque la cosa que los indios más sienten y por que se alteran es ver que los indios y cristianos van a sus casas, y les re vuelven y toman las cosillas que tienen en ellas; y que si tratasen y rescatasen con ellos, les pagasen lo que trujesen y tomasen de sus rescates; y si otra cosa hicieren, serían castigados.
contexto
Cómo llegamos a nuestra Villa-Rica de la Veracruz, y lo que allí pasó Después que hubimos hecho aquella jornada y quedaron amigos los de Cingapacinga con los de Cempoal, y otros pueblos comarcanos dieron la obediencia a su majestad, y se derrocaron los ídolos y se puso la imagen de nuestra señora y la santa cruz, y le puso por ermitaño el viejo soldado y todo lo por mí referido, fuimos a la villa y llevamos con nosotros ciertos principales de Cempoal, y hallamos que aquel día había venido de la isla de Cuba un navío, y por capitán de él un Francisco de Saucedo, que llamábamos "el Pulido"; y pusímosle aquel nombre porque en demasía se preciaba de galán y pulido, y decían que había sido maestresala del almirante de Castilla, y era natural de Medina de Rioseco; y vino entonces Luis Marín, capitán que fue en lo de México, persona que valió mucho, y vinieron diez soldados; y traía el Saucedo un caballo y Luis Marín una yegua, y nuevas de Cuba, que le habían llegado al Diego Velázquez de Castilla las provisiones para poder rescatar y poblar; y los amigos del Diego Velázquez se regocijaron mucho, y más de que supieron que le trajeron provisión para ser adelantado de Cuba. Y estando en aquella villa sin tener en qué entender más de acabar de hacer la fortaleza, que todavía se entendía en ella, dijimos a Cortés todos los más soldados que se quedase aquello que estaba hecho en ella para memoria, pues estaba ya para enmaderar, y que había ya más de tres meses que estábamos en aquella tierra, e que sería bueno ir a ver qué cosa era el gran Montezuma y buscar la vida y nuestra ventura, e que antes que nos metiésemos en camino que enviásemos a besar los pies a su majestad y a darle cuenta de todo lo acaecido desde que salimos de la isla de Cuba; y también se puso en plática que enviásemos a su majestad el oro que se había habido, así rescatado como los presentes que nos envió Montezuma. Y respondió Cortés que era muy bien acordado y que ya lo había puesto él en plática con ciertos caballeros; y porque en lo del oro por ventura habría algunos soldados que querrían sus partes, y si se partiese que sería poco lo que se podría enviar, por esta causa dio cargo a Diego de Ordás y a Francisco de Montejo, que eran personas de negocios, que fuesen de soldado en soldado de los que se tuviesen sospecha que demandarían las partes del oro, y les decían estas palabras: "Señores, ya veis que queremos hacer un presente a su majestad del oro que aquí hemos habido, y para ser el primero que enviamos destas tierras había ser mucho más; parécenos que todos le sirvamos con las partes que nos caben; los caballeros y soldados que aquí estamos escritos, tenemos firmado cómo no queremos parte ninguna dello, sino que sirvamos a su majestad con ello porque nos haga mercedes. El que quisiere su parte no se le negará; el que no la quisiere haga lo que todos hemos hecho, fírmelo aquí"; y desta manera todos los firmaron a una. Y hecho esto, luego se nombraron para procuradores que fuesen a Castilla a Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo, porque ya Cortés le había dado sobre dos mil pesos por tenerle de su parte. Y se mandó apercibir el mejor navío de toda la flota, y con dos pilotos, que fue uno Antón de Alaminos, que sabía cómo habían de desembocar por la canal de Bahama, porque él fue el primero que navegó por aquella canal; y también apercibimos quince marineros, y se les dio todo recaudo de matalotaje. Y esto apercibido, acordamos de escribir y hacer saber a su majestad todo lo acaecido, y Cortés escribió por sí, según él nos dijo, con recta relación; mas no vimos su carta; y el cabildo escribió juntamente con diez soldados de los que fuimos en que se poblase la tierra, y le alzamos a Cortés por general; y con toda verdad que no faltó cosa ninguna en la carta, e iba yo firmado en ella; y demás destas cartas y relaciones, todos los capitanes y soldados juntamente escribimos otra carta y relación. Y lo que se contenía en la carta que escribimos es lo siguiente.
contexto
Capítulo LIII De cómo después de repartido el tesoro Pizarro determinó que fuese, con la nueva al emperador, Hernando Pizarro, su hermano Habiendo pasado lo que la historia ha contado en la provincia de Caxamalca, Atabalipa, como viese que habían repartido el tesoro y que no le querían poner en libertad, estaba muy triste. No lo daba a entender, porque confiaba mucho en la palabra que le había dado Pizarro, y en haber él cumplido con los españoles con tanta liberalidad lo que prometiera. Algunos de sus caballeros y capitanes en secreto le pedían licencia para oponerse contra los cristianos y darles guerra; no consintió en tales dichos, antes mandó lo que siempre: que fue que los sirviesen y obedeciesen. Estaban entre los cristianos muchos anaconas sirviéndoles, los cuales se veían llenos de riqueza y de la fina ropa que no era permitido que de ella vistiesen si no incas y de los orejones caciques. Estos bellacos, con los intérpretes, echaban mil nuevas falsas, deseando que los españoles matasen a Atabalipa, para ir adelante en su desenvoltura; y en estos indios andaba en Caxamalca gran rumor de que venían contra los cristianos grandes escuadrones de guerra a los matar y procurar la libertad de Atabalipa; no había autor que tal viese, mas en general se afirmaba ser verdad y que Chalacuchima lo procuraba: testimonio grande que le levantaban porque ni lo procuró ni lo mandó. Pizarro mandó que los que guardaban a Atabalipa mirasen con mucho cuidado por su persona, y que lo mismo se hiciese en el real por las velas y rondas. Atabalipa procuraba tirarles del pensamiento tal novedad, afirmándoles que la paz y la guerra en su persona estaba. No le creían. Pizarro mostró enojo contra el inocente de Chalacuchima, y con parecer que le dieron algunos determinó de mandarlo quemar; y afirman si no fuera por Hernando Pizarro, que lo estorbó, le dieran cruel muerte de fuego. El pobre capitán se excusaba con palabras, que no había conmovido, por embajada ni plática, a ningún alboroto ni junta de gente. Como esto dijo, se aseguraron; y Pizarro, pareciéndole que sería cosa muy importante al servicio del emperador enviarle aviso y relación de la gran tierra que habían hallado y esperaban hallar en lo de adelante: porque con tales nuevas, teniéndolas por alegres su majestad se tendría por servido, y habiéndolo comunicado con los principales que con él estaban, determinó que fuesen en España a lo publicar su hermano Hernando Pizarro, y que se llevase parte de tan grandes tesoros como Dios había sido servido de depararles. Hernando Pizarro, aceptando el mandado, se aparejó. Envió a pedir el gobernador a su majestad le hiciese merced de acrecentar su gobernación y otras cosas. El mariscal escribió otras cosas al emperador, dándole cuenta de lo mucho que le había servido, y suplicándole le hiciese merced de lo nombrar su gobernador y adelantado de la tierra de adelante que gobernaba don Francisco Pizarro, dando poder bastante a Hernando Pizarro para que lo negociase, prometiéndole más de veinte mil ducados por el trabajo que pondría en lo solicitar. Los oficiales reales enviaron al emperador la parte que le cupo de los quintos y la joya del escaño. Hernando Pizarro sacó de este reino cantida de oro suyo y de sus hermanos. Pidieron licencia para se ir en España el capitán Saucedo y el capitán Cristóbal de Mena y otros. Uno de los cuales, trayendo en carneros su plata y oro, se le fue un carnero cargado de oro que nunca lo pudo hallar ni pareció. Estos llevaban a cuarenta mil castellanos y a sesenta y a treinta y a veinte y a mas y a menos. Despidiéronse todos del gobernador. Mostró Atabalipa pena con la ida de Hernando Pizarro: opinión de algunos es que no muriera si él no se fuera, y que procurara no darle la vida; mas, si Dios era servido que él muriese, poca parte fuera Hernando Pizarro ni ninguno a estorbarlo. Salieron con él de Caxamalca algunos de a caballo hasta la ciudad de San Miguel y todos los que se habían de ir a España, se embarcaron a Tierra Firme, donde, como vieron tanto oro y plata, se espantaron, y con poca cosa que tenían para vender, quedaban ricos; y solamente por partir barras de plata y de oro, quedó rico extrañamente un herrero de Panamá. Entendían, por donde oían la gran nueva, de llevar mercaderías al Perú. Y porque conviene volver para dar fin a lo de Caxamalca y contar la muerte de Atabalipa, no trataré de esto más de como Almagro no estuviese satisfecho de la amistad de Hernando Pizarro, rogó en secreto a Cristóbal de Mena, que si viese que no lo hacía bien, y a honra suya, que él informase a los señores del consejo real de Indias de la verdad de todo, para que lo supiesen y entendiesen; y dióle poder, sin que lo sintieran ni supieran sino pocos.