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En que se concluye la relación de los indios de la provincia de Puerto Viejo y lo demás tocante a su fundación, y quién fue el fundador Brevemente voy tratando lo tocante a estas provincias del Puerto Viejo, porque lo más substancial lo he declarado, para luego volver a los aposentos de Tumebamba, donde dejé la historia de que voy tratando. Por tanto, digo que luego que el adelantado don Pedro de Albarado y el mariscal don Diego de Almagro se concertaron en los llanos de Ríobamba, el adelantado don Pedro se fue para la ciudad de los Reyes, que era adonde había de recebir la paga de los cien mil castellanos que se le dieron por el armada. Y en el ínterin el mariscal don Diego de Almagro dejó mandado al capitán Sebastián de Belalcázar algunas cosas tocantes a la provincia y conquista del Quito, y entendió en reformar los pueblos marítimos de la costa, lo cual hizo en San Miguel y en Chimo; miró lugar provechoso y que tuviese las calidades convenientes para fundar la ciudad de Trujillo, que después pobló el marqués don Francisco Pizarro. En todos estos caminos verdaderamente (según que yo entendí) el mariscal don Diego de Almagro se mostró diligente capitán; el cual, como llegase a la ciudad de San Miguel y supiese que las naos que venían de la Tierra Firme y de las provincias de Nicaragua y Guatimala y de la Nueva España, llegadas a la costa del Perú, saltaban los que venían en ellas en tierra y hacían mucho daño en los naturales de Manta y en los más indios de la costa de Puerto Viejo, por evitar estos daños, y para que los naturales fuesen mirados y favorescidos, porque supo que había copia dellos y adonde se podía fundar una villa o ciudad, determinó de enviar un capitán a lo hacer. Y así, dicen que mandó luego al capitán Francisco Pacheco que saliese con la gente necesaria para ello; y Francisco Pacheco, haciéndolo así como le fue mandado, se embarcó en un pueblo que ha por nombre Picuaza, y en la parte que mejor le paresció fundó y pobló la ciudad de Puerto Viejo, que entonces se nombré villa. Esto fue día de San Gregorio, a 12 de marzo, año del nascimiento de nuestro redentor Jesucristo de 1535, y fundóse en nombre del emperador don Carlos, nuestro rey y señor. Estando entendiendo en esta conquista y población el capitán Francisco Pacheco vino del Quito (donde también andaba por teniente general de don Francisco Pizarro el capitán Sebastián de Belalcázar) Pedro de Puelles, con alguna copia de españoles, a poblar la misma costa de la mar del Sur, y hubo entre unos y otros, a lo que cuentan, algunas cosquillas, hasta que, ida la nueva al gobernador don Francisco Pizarro, envió a mandar lo que entendió que convenía más al servicio de su majestad y a la buena gobernación y conservación de los indios. Y así, después de haber el capitán Pacheco conquistado las provincias y andado por ellas poco menos tiempo de dos años, pobló la ciudad, como tengo dicho, habiéndose vuelto el capitán Pedro de Puelles a Quito. Llamóse al principio la villa nueva de Puerto Viejo, la cual está asentada en lo mejor y más conveniente de sus comarcas, no muy lejos de la mar del Sur. En muchos términos desta ciudad de Puerto Viejo hacen para enterrar los difuntos unos hoyos muy hondos, que tienen más talle de pozos que de sepulturas; y cuando quieren meterlos dentro, después de estar bien limpio de la tierra que han cavado, júntase mucha gente de los mismos indios, adonde bailan y cantan y lloran, todo en un tiempo, sin olvidar el beber, tañendo sus atambores y otras músicas, más temerosas que suaves; y hechas estas cosas, y otras a uso de sus antepasados, meten al difunto dentro destas sepulturas tan hondas; con el cual, si es señor o principal, ponen dos o tres mujeres de las más hermosas y queridas suyas, y otras joyas de las más preciadas, y con la comida y cántaros de su vino de maíz, los que les parece. Hecho esto, ponen encima de la sepultura una caña de las gordas que ya he dicho haber en aquellas partes, y como sean estas casas huecas, tienen cuidado a sus tiempos de los echar deste brebaje que estos llaman azúa, hecho de maíz o de otras raíces; porque, engañados del demonio, creen y tienen por opinión (según yo lo entendí dellos) que el muerto bebe deste vino que por la caña le echan. Esta costumbre de meter consigo los muertos sus armas en las sepulturas y su tesoro y mucho mantenimiento, se usaba generalmente en la mayor parte destas tierras que se han descubierto; y en muchas provincias metían también mujeres vivas y muchachos.
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CAPITULO LI Establecimientos de la Canal de Santa Bárbara: fundación de un Pueblo de Españoles, y de la Misión de San Buena ventura y del Presidio de Santa Bárbara: Funesto acaecimiento del Río Colorado. Tan impresionado quedó el nuevo Comandante General D. Teodoro de Croix de la recomendación del Exmô. Señor Virrey sobre la pretensión del V. P. Junípero para las fundaciones de la Canal de Santa Bárbara, que desde el camino, y antes de llegar a su destino, envió orden al Gobernador para que fuese a los Arispes el Capitán D. Fernando Rivera para comisionarlo a reclutar setenta y cinco Soldados para la fundación de un Presidio y tres Misiones en la dicha Canal de Santa Bárbara, el Presidio y una Misión en el centro de la Canal, con el nombre de la Santa, y las otras dos dedicadas a la Purísima Concepción de María Santísima, y la de S. Buenaventura en los dos extremos de la Canal, dotada cada una de quince Soldados, y los restantes para el Presidio con sus correspondientes Oficiales, e igualmente para reclutar familias de Pobladores para fundar un Pueblo titulado de Nuestra Señora de los Ángeles en el Río nombrado de Porciúncula. Al mismo tiempo encargó a los Padres del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro fundasen dos Misiones en el Río Colorado, así para la conversión de aquellos Gentiles, como para asegurar el paso que se había descubierto, a fin de la comunicación de aquellas Provincias con ésta; pero las dichas Misiones con método totalmente diverso de éstas; esto es, sin Presidio, sino que en cada una de ellas había de haber ocho Soldados, y ocho Vecinos Pobladores casados y con familias, un Sargento en una Misión, y un Alférez en la otra como Comandantes. Que los Padres Misioneros no habían de cuidar más que de lo espiritual, y que los Gentiles que se bautizasen viviesen en sus Rancherías, y se mantuviesen como cuando Gentiles. En este método, totalmente diverso del que aquí hemos observado, se fundaron; pero en breve se vieron los distintos efectos, pues mataron al Comandante, Sargento, a cuasi todos los Soldados y Vecinos, salvo unos pocos que se escondieron, que aunque libraron la vida, perdieron la libertad quedando cautivos con todas las mujeres, y niños; martirizaron a los cuatro Misioneros, y pegaron fuego a las dos Misiones, y se quemó cuanto había y se perdió, como también se imposibilitó el paso para la comunicación. Adelanto esta noticia para lo que resta que decir. En cuanto el Señor Gobernador recibió la orden del Señor Comandante General, despachó al dicho Capitán Rivera, su Teniente en la antigua California, quien se embarcó en Loreto, y fue a la Comandancia general a recibir los órdenes e instrucciones y todo lo necesario para el efecto, y puso en ejecución la Comisión. Empezó su recluta por la Provincia de Cinaloa, despachando partidas de Reclutas, así de Soldados, como de Pobladores por mar a Loreto, para que subiesen por tierra a San Diego; y las que reclutó en Sonora las condujo por el Río Colorado, con toda la caballada y mulada, que pasaban de mil cabezas. Llegó el dicho Capitán Rivera con toda su Expedición al Río Colorado, en donde halló ya fundadas las dos Misiones expresadas: y reparando que la caballada y mulada llegó la mayor parte flaca y enferma, receloso de que no se le muriese en el tramo de ochenta leguas que todavía le faltaban para llegar a la Misión de San Gabriel, a donde había de salir, determinó quedarse a las orillas del Río Colorado, hasta tanto que se recuperaba. Y quedando con un solo Sargento y seis Soldados pertenecientes al Presidio de Monterrey, que le había enviado el Señor Gobernador, despachó la Expedición con los Oficiales que venían de Sonora para estos Establecimientos, comboyados de un Alférez y nueve Soldados Veteranos de uno de los Presidios de Sonora. Hallábase muy de antemano el Señor Gobernador en la Misión de San Gabriel recibiendo la Tropa que iba subiendo por tierra desde la antigua California, y allí recibió este último trozo que se condujo por el Río Colorado; con lo que tuvo junta toda la Tropa con los dos Tenientes, y dos Alférez, y sólo faltaba el Capitán Rivera, y el Sargento y los seis Soldados que le habían enviado para que se viniese en cuanto se recuperase la caballada; y despachó al Alférez con los nueve Soldados Veteranos, para que se retirasen a su Presidio de Sonora, por el mismo camino que había traído la Expedición por el paso del Río Colorado. Así lo practicó el Alférez con su partida de nueve hombres, y mucho antes de llegar al Río entendió de los Gentiles del camino que los Indios del Río habían matado a los Padres y a los Soldados, y habían quemado las dos Misiones. No quiso el Alférez, que era hombre de valor, dar crédito a los Gentiles, ni volver atrás por sólo el dicho de ellos, sino que siguió su camino, y llegó al sitio, y vio ser verdad, pues halló todas las fábricas reducidas a ceniza, y tirados los cadáveres: y no hallando a quien preguntar, sino mucha Gentilidad con quien pelear, viéndose con tan poca gente, pues de los nueve Soldados le mataron dos, y otro que estaba herido, tomó a buen partido la retirada para San Gabriel, que para lograrla no tuvo poco que hacer las dos primeras jornadas, que hubo de pelear bastante con los Gentiles que lo seguían, e intentaban no dejar uno que pudiese dar la noticia. Quiso Dios se librasen y llegasen a San Gabriel sin más desgracia que la dicha de los dos Soldados muertos, y uno herido, que sanó. Dio cuenta de todo lo que había visto y sucedido al Señor Gobernador, y éste al Comandante General, despachando para el efecto al mismo Alférez con los siete Soldados que le habían quedado por la California, para que se embarcase en Loreto, y no parase hasta poner los Pliegos en manos del Señor Comandante General, que se hallaba en la Ciudad de los Arispes, presumiendo que dicho Señor ignoraba lo acaecido. Este funesto acaecimiento demoró algo las fundaciones de la Canal, porque receloso el Señor Gobernador no tuviesen osadía de venir a dar a estos Establecimientos, o que por su mal ejemplo lo quisiesen hacer las Naciones intermedias de dicho Río y estas Misiones, procuró conservarse con toda la Tropa en la Misión de San Gabriel hasta ver las resultas: ínterin dispuso la fundación de un Pueblo de Españoles en el Río de Porciúncula, llamado por la primera Expedición del año 1769. Juntó todos los Vecinos Pobladores que habían venido para Colonos, les señaló sitio y tierras en las orillas del Río, distante de la Misión de San Gabriel cuatro leguas rumbo al Noroeste, y allí Escoltados de un Cabo y tres Soldados, fundaron su Pueblo a últimos del año de 81 con el título de Ntra. Señora de los Ángeles de Porciúncula, en el que se mantienen de sus siembras, etc., como queda dicho del Pueblo de San José en su Capítulo, aunque con el trabajo de haber de andar cuatro leguas para oir Misa.
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Capítulo LI De la embajada que envió Huascar Inga a Huanca Auqui, y de las batallas que tuvo con la gente de Atao Hualpa, y al fin se retiró Estando Huanca Auqui con la intención dicha, aparejándose para entrar de propósito a la jornada y conquista de los pacamoros, le llegaron mensajeros de su hermano Huascar Ynga para él, Yahuapanti y Huaca Maita, los cuales trajeron acsos y llicllas para que se vistiesen, menospreciándolos, y también les envió espejos y mantur con que se afeitasen como si fueran mujeres, y a decir que con ellos se había descuidado, encomendándoles aquel negocio, pensando y teniendo dellos concepto que en el caso se gobernaran como hombres de vergüenza, y que lo habían hecho al revés en todo, peor que si fueran mujeres, y que ¿dónde estaban las palabras y blasones que habían dicho y prometido delante del Sol su padre?Que todo había salido al contrario, y que ya no eran dignos ni merecedores de tomar armas, ni ponerse vestiduras ni arreos de soldados valientes, sino de vestirse acsos y llicllas, como mujeres, pues tan mala cuenta habían dado de sí y de tanto número de gente como habían llevado consigo. Que sin duda se habían aliado y concertado con Atao Hualpa, pues siempre se envidiaban unos a otros mensajeros y presentes, y que luego se viniesen al Cuzco a dar cuenta al Sol de lo que les había sucedido en las batallas y rencuentros y que viniesen con aquellos vestidos de mujer como personas que lo habían hecho peor que mujeres. Cuando Huanca Auqui oyó esta embajada de Huascar tan vil y afrentosa, que con tantos menosprecios le afrentaba y ultrajaba, juntó a consejo a todos los capitanes, trató con ellos de tornar de nuevo contra los capitanes de Atao Hualpa que estaban en Tomebamba y ver si podía restaurar las quiebras y menoscabos pasados. Todos juntos siendo de acuerdo salió de Cusi Pampa con buen orden e incomparable presteza porque no hubiesen aviso de su venida, y llegado a Tomebamba les embistió y dio batalla y desbarató toda la gente de Atao Hualpa, que sabiendo lo sucedido recibió grandísima pena y en su pecho determinó de seguir la guerra hasta el fin, sin descansar, pues a él le provocaban y dijo: ¿cómo es posible que habiendo yo dejado de destruir a mi hermano Huanca Auqui, y se fuese en paz cuando le vencí en Tomebamba, y habiendo yo puesto mis mojones en Cussi Pampa, con ánimo de vivir quieto y no querer disgustar a mi hermano Huscar Ynga, ni hacerle guerra ni molestia en sus vasallos, me ha querido hacer ahora esta burla? Pero, pues, así es, yo quiero tomar de veras este negocio y darle la guerra como verán, y proseguirla hasta que uno de los dos quede quieto y pacífico en el señorío. Y luego envió un mensajero a Huanca Auqui que le dijese, avergonzándole, si se había vestido los acssos y llicllas que Huascar Ynga le había enviado, en pago de tantas batallas como había vencido, que si no se las había puesto se las pusiese y volviese al Cuzco con ellas para entrar en triunfo. En enviando el mensajero ordenó de hacer el más poderoso ejército y de más número de cuantos hasta allí había hecho. Nombró por General dél a Quisquis, el principal capitán suyo, que había servido a su padre Huaina Capac en todas las guerras y conquistas, y a Chalco-Chima por su teniente, o por maese de campo como agora se usa, porque era indio ingenioso y de grandes ardides de guerra, cruel y astuto, y por capitanes nombró a Yura Hualpa, natural chirque, a Rumiñaui, natural quiles cache, que es sujeto a Corca tres leguas del Cuzco, y a Tumairima y Ucumari y otros muchos. Y habiendo hecho reseña general de todo el ejército, que era de todas las naciones de cerca de Quito y de los soldados viejos que allí había puesto su padre Huaina Capac, los despachó, mandando al general que siguiese a Huanca Auqui hasta Caxa Marca, y llegando allá pusiese sus mojones en el río Tanamayo. Quisquis, con todo el ejército, se vino por sus jornadas hasta llegar a Cusi Pampa, a do alló a Huanca Auqui, el cual le salió al encuentro con mucha determinación y ánimo. Y tuvieron una tan reñida batalla que de ambas partes murió infinita gente, y como fuese la pujanza del ejército de Atao Hualpa tanta, que sin duda era mayor que el de Huanca Auqui, le desbarataron e hicieron retirar a Cusi Pampa, a los fuertes que tenía allí aderezados. Visto por Huanca Auqui lo mal que le había ido y el mucho número de gente que había perdido en la batalla, y el enemigo victorioso y soberbio, y el poco socorro que de ninguna parte podía esperar tan presto, acordó aquella noche hacer un Parlamento a los cañares y tomebambas que allí estaban por mitimas puestos por su padre Huaina Capac, y a sus capitanes, diciéndoles que ya veían por sus ojos el poco remedio que tenían de escapar de las manos de sus enemigos, que tan pujantes estaban, y que a él le parecía, con su acuerdo y voluntad, aquella noche se huyesen hacia Caja Marca con todas las riquezas y huacas que de Tomebamba habían traído, hasta que hallasen ventura, o gente de socorro que les pudiese favorecer, y se amparasen en algún lugar fuerte, hasta que Huascar le mandase lo que había de hacer, pues no retirándose tenían vendidas las vidas, y era imposible no perderlas, y todas las riquezas que allí tenían vendrían a manos de los enemigos con que se harían más poderosas y soberbios. Oído lo que Huanca Auqui propuso, todos convinieron en ello, que era grande el miedo que habían concebido, y con los malos sucesos todos se habían acobardado. Así lo propusieron por obra, y con todo el silencio del mundo aquella misma noche, trayéndose las huacas y riquezas dichas, se empezaron a retirar, no dando muestras que huían, y en las provincias por donde pasaban se iban rehaciendo de gente dellas, por fuerza o por grado. Y así, poco a poco, sustentándose como mejor podían, se iban retirando hacia el Cuzco, y Quisquis con su ejército siempre sobre ellos, no perdiendo ocasión ninguna en que les pudiese hacer daño y matarle de la gente desmandada que no gozase della. Desta manera llegaron a Caja Marca, a donde Huanca Auqui halló un buen socorro de diez mil indios chachapoyas que Huascar Ynga, sabiendo los ruines sucesos de su ejército, había mandado saliesen de ayuda, para que le reforzasen. Con este aliento se holgó en gran manera Huanca Auqui y se animó algo, y mandóles que se fuesen a encontrar con Quisquis, que venía cerca, y llevasen consigo la gente que él tenía de cañares y tomebambas y otras naciones, y le diesen batalla en algún lugar fuerte donde le tuviesen ventaja. Él no quiso ir con ellos pareciéndole que en su desdicha iba el perder siempre las batallas, y así se quedó en Caja Marca cansado, por aliviarse algo de los trabajos pasados.
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Cómo el Almirante salió de la Navidad, y fue a poblar una villa que denominó la Isabela Considerando el Almirante la desdicha de los cristianos perdidos, y la mala suerte que tuvo tanto en el mar como en aquel país, pues una vez perdió la nave y otra la gente y la fortaleza, y que no lejos de allí había lugares más cómodos y mejores para poblar, el sábado, a 7 de Diciembre, salió con su armada, yendo hacia Levante, y llegó, a la tarde, no lejos de las islas de Monte Cristo, donde echó anclas. Al día siguiente, pasó, frente a Monte Cristo, por las siete islillas bajas que hemos mencionado, que si bien tenían pocos árboles, pero, no sin belleza, porque en aquella estación, que corría el invierno, encontraron flores, y nidos, unos con huevos, otros con pajarillos, y todas las demás cosas propias de verano. De allí fue a dar fondo a un pueblo de indios, donde con propósito de edificar un pueblo, salió con toda la gente, los bastimentos y los artificios que llevaba en su armada, a un llano junto a una peña en la que segura y cómodamente se podía construir una fortaleza. Allí fundó una villa, a la que dio el nombre de La Isabela, en memoria de la Reina Doña Isabel. Muchos juzgaron bueno su sitio, porque el puerto era muy grande, aunque descubierto al Noroeste, y tenía un hermosísimo río, tan ancho como un tiro de ballesta, del que se podían sacar canales que pasaran por medio de la villa; además, se extendía cerca una muy ancha vega, de la que, según decían los indios, estaban próximas las minas de Cibao. Por todas estas razones, fue tan diligente el Almirante en ordenar dicha villa, que juntándosele el trabajo que había sufrido en el mar con el que allí tuvo, no sólo careció le tiempo para escribir, según su costumbre, diariamente lo que sucedía, sino que cayó enfermo, y por todo ello interrumpió su Diario desde el 11 de Diciembre, hasta el 12 de Marzo del año 1494. En cuyo tiempo, luego que tuvo ordenadas las cosas de la villa lo mejor que pudo, para las de fuera, en el mes de Enero mandó a Alonso de Hojeda con quince hombres, a buscar las minas de Cibao. Después, a 2 de Febrero, tornaron a Castilla doce navíos de la armada, con un capitán llamado Antonio de Torres, hermano del aya del Príncipe don Juan, hombre de gran prudencia y nobleza, de quien el Rey Católico y el Almirante se fiaban mucho. Este llevó prolijamente escrito cuanto había sucedido, la calidad del país, y lo que era necesario que allí se hiciese. A pocos días volvió Hojeda, y haciendo relación de su viaje, dijo que el segundo día de su partida de la Isabela durmió en un puerto algo difícil de pasar; y que después, de legua en legua, encontró caciques de los que había recibido mucha cortesía; y que siguiendo su camino, al sexto día de su partida, llegó a las minas del Cibao, donde muy luego los indios, en su presencia, cogieron oro en un arroyo, lo que hicieron también en muchos otros de la misma provincia, en la que afirmaba hallarse gran riqueza de oro. Con estas nuevas el Almirante que estaba ya libre de su enfermedad, se alegró mucho y resolvió salir a tierra a ver la disposición del país, para saber lo que era conveniente hacer allí. Por lo que, el miércoles a 12 de Marzo del mencionado año de 1494, salió de la Isabela para el Cibao a ver dichas minas con toda la gente que estaba sana, unos a pie y otros a caballo, dejada buena guardia en las dos naves y tres carabelas que quedaban de la armada; en la Capitana hizo poner todas las armas y municiones de las otras naves, para que nadie pudiera alzarse con ellas, como algunos intentaron hacerlo cuando estaba enfermo; porque habiendo ido muchos en aquel viaje en la opinión de que apenas bajasen a tierra se cargarían de oro y volverían ya ricos, siendo así que el oro, donde allí se encuentra, no se recoge sin fatiga, industria y tiempo, por no sucederles como esperaban, estaban descontentos y fatigados por la construcción del nuevo pueblo y extenuados por las dolencias que les traía la calidad del país, nuevo para ellos, la del aire y de los alimentos, por lo que concretamente se habían conjurado para salir de la obediencia del Almirante, tomar por fuerza los navíos que allí quedaban y tornarse con ellos a Castilla. Instigador y cabeza de ellos era un alguacil de Corte, llamado Bernal de Pisa, que había ido en aquel viaje con el cargo de contador de los Reyes Católicos; por cuyo respeto, cuando el Almirante lo supo, no le dio más castigo que tenerlo preso en la nave, con propósito de mandarlo después a Castilla con el proceso de su delito, tanto de la sublevación como por haber escrito algunas cosas falsamente contra el Almirante, y las tenía escondidas en cierto sitio del navío. Una vez ordenadas todas estas cosas, y dejadas personas en mar y en tierra, que juntamente con don Diego Colón, su hermano, atendiesen al gobierno y guardia de la armada, siguió su camino al Cibao, llevando consigo todas las herramientas y cosas necesarias para fabricar allí una fortaleza con la que aquella provincia estuviese pacífica, y los cristianos que fuesen a coger oro estuvieran seguros de cualquier insulto y daño que los indios intentasen hacerles. Para dar más miedo a éstos, y quitarles la esperanza de hacer, estando presente el Almirante, lo que en su ausencia habían hecho contra Arana y los treinta y ocho cristianos que quedaron con éste, llevó consigo cuanta gente pudo, para que los indios desde sus mismos pueblos vieran y apreciasen el poder de los cristianos, y conocieran que cuando caminara por aquel país solo alguno de los nuestros, y le fuese hecho algún daño, había quienes pudiesen castigarlos. Para mayor apariencia y demostración de esto, al salir de la Isabela y en otros lugares, llevaba su tropa armada y puesta en escuadras, como se acostumbra cuando se va a la guerra, con trompetas y las banderas desplegadas. Puesto ya en camino, pasó el río que estaba a un tiro de escopeta de la Isabela. Otra legua más adelante atravesó otro río menor; y de allí fue a dormir aquella noche a un lugar distante tres leguas, que era muy llano, repartido en hermosas planicies hasta el pie de un puerto áspero y alto como dos tiros de ballestas, al que llamó puerto de los Hidalgos, que quiere decir puerto de los gentiles hombres, porque fueron delante algunos hidalgos para disponer que se hiciese un camino. Este fue el primero que se abrió en las Indias, porque los indios hacen tan estrechas las sendas que sólo puede ir por ellas un hombre a pie. Pasado este puerto, entró en una gran llanura, por la que caminó el día siguiente cinco leguas, y fue a dormir junto a un caudaloso río que pasaron en almadias y canoas. Este río, que llamó de las Cañas, iba a desembocar en Monte Cristo. En aquel viaje cruzó por muchos pueblos de indios, cuyas casas eran redondas y cubiertas de paja, con una puerta pequeña, tanto que para entrar es preciso encorvarse mucho. Allí, tan luego como entraban en aquellas casas algunos de los indios que el Almirante llevaba consigo de la Isabela, cogían lo que querían, y no por esto daban enojo a los dueños, como si todo fuera común. Igualmente, los de aquella tierra, cuando se acercaban a algún cristiano, le quitaban lo que mejor les parecía, creyendo que igualmente había entre nosotros aquella costumbre. Pero, no duró mucho tal engaño, porque. observaron pronto lo contrario. En este viaje pasaron por montes llenos de bellísimas florestas, en las que se veían vides silvestres, árboles de lignáloe, de canela selvática, y otros que llevaban un fruto semejante al higo; el tronco era muy grueso, y las hojas como las del manzano. De estos árboles se dice que sale la escamonea.
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De cómo Inca Yupanqui salió del Cuzco hacia el Collao y lo que le sucedió. Como estos indios no tienen letras ni cuentan sus cosas sino por la memoria que dellas queda de edad en edad y de sus cantares y quipos, digo esto, porque en muchas cosas varían, diciendo unos uno y otros otro, y no bastara juicio humano a escrebir lo escripto si no tomara destos dichos lo que ellos mismos decían ser más ciertos, para lo contar. Esto apunto para los españoles questán en el Perú que presumen de saber muchos secretos destos, que entiendan que supe yo y entendí lo que ellos piensan que saben y entienden y mucho más y que de todo convino escribirse lo que verán, y que pasé el trabajo en ello que ellos mismos saben. Y así, dicen los orejones que, estando las cosas de Inca Yupanqui en este estado, determinó de salir del Cuzco con mucha gente de guerra a lo que llaman Collao y sus comarcas: y así dejando su gobernador en la ciudad, salió della y anduvo hasta ser llegado al gran pueblo de Ayavire adonde dicen que, no queriendo venir los naturales dél en conformidad, tuvo cautela como, tomándolos descuidados, mató a todos sus vecinos, hombres y mujeres, haciendo lo mesmo de los de Copacopa; y la destruición de Ayavire fue tanto que todos los más perecieron, que no quedaron sino algunos que después quedaban asombrados de ver tan grande maldad y como locos furiosos por las sementeras, llamando a los mayores suyos con grandes aullidos y palabras temerosas. Y como ya el Inca hobiese caído en la invención tan galana y provechosa de poner los mitimaes, como viese las lindas vegas y campañas de Ayavire y el río tan hermoso que por junto a él pasa, mandó que viniesen de las comarcas la gente que bastase con sus mujeres a poblarlo; y así fue hecho y se hicieron para él grandes aposentos y templo del sol y muchos depósitos y casa de fundición; de manera que, poblado de mitimaes, Ayavire quedó más principal que antes; y los indios que han quedado de las guerras y crueldad de los españoles son todos mitimaes advenedizos y no naturales, por lo que se ha escripto. Sin esto cuentan más, que, habiendo ido por su mando ciertos capitanes con gente bastante a dar guerra a los de Andesuyo, que son los pueblos y comarcas questán en la montaña, toparon unas culebras tan grandes como maderos gruesos, las cuales mataban todos los que podían, tanto que sin ver otros enemigos hicieron ellas la guerra de tal arte que vinieron pocos de los muchos que entraron; y que recebió enojó grande el Inca con saber tal nueva; y estando con su congoja, una hechicera le dijo que ella iría y pararía bobas y mansas las culebras susodichas, que mal a ninguno no hiciesen aunque en ellas mesmas se sentasen. Agradeciendo la obra, si conformaba con el dicho, le mandó lo pusiese en ejecución; y lo hizo, al creer dellos y no al mío, porque parece burla; y encantadas las culebras, dieron en los enemigos y subjetaron muchos por guerra y otros por ruego y buenas palabras que con ellos tuvieron. El Inca salió de Ayaviri, dicen que por el camino que llaman Omasuyo, el cual para su persona real fue hecho ancho y como lo vemos; y camino por los pueblos de Oruro, Asillo, Azángaro, en donde tuvo algunos recuentros con los naturales; mas tales palabras les dijo que, con ellas y con dones que les dio, los atrajo a su amistad y servicio y dende en adelante usaron de la pulida que usaban los demás que tenían amistad y alianza con los Incas y hicieron sus pueblos concertados en lo llano de la vegas. Pasando adelante Inca Yupanqui, cuentan que visitó los más pueblos que confinan con la gran laguna de Titicaca, que con su buena maña los trajo todos a su servicio poniéndose en cada pueblo del traje que usaban los naturales, cosa de gran placer para ellos y con que más se holgaban. Entró en la gran laguna de Titicaca y miró las islas que en ellas se hacen, mandando hacer en la mayor de ellas templo del sol y palacios para él y sus descendientes; y puesta en su Señorío, y todo lo demás de la gran comarca del Collao, se volvió a la ciudad del Cuzco con grande triunfo; a donde mandó, luego que en ella entró, hacer grandes fiestas a su usanza y vinieron de las más provincias a le hacer reverencia con grandes presentes; y los gobernadores y delegados suyos tenían gran cuidado de cumplir en todo su mandado.
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Lo que pasó salidos de esta isla Por altura de diez grados y un tercio se fue navegando al Oeste, en demanda de la isla de Santa Cruz; habiendo hallado en el camino muchas calinas y bonanzas, con algunos contrastes de viento Oeste y Noroeste, hasta veinte y uno de marzo. Por ser este día del equinoccio, se marcaron las agujas al salir y poner del sol, y se halló que tenían de variación media cuarta al Nordeste. La noche del siguiente día, que fue jueves Santo, con mucha cera ardiendo y disciplina fueron hechas procesiones en todos los tres navíos. Toda la noche estuvieron levantados los altares, y hubo delante de ellos de rodillas muy continua oración. Esta misma noche hubo un grande y total eclipse de luna. Al parecer, tuvo principio a las ocho de la noche, y que duró dos horas y media. Como eran ya pasados tantos días que se navegaba, sin topar la isla de Santa Cruz, a donde al presente estaba puesta la esperanza de surgir en su bahía Graciosa, y en aquellos manantiales que tiene matar la grande sed que había, y porque tanto se dilataba la ejecución de este deseo, lo pagaba bien el capitán; diciendo los mal sufridos ser digno de un castigo ejemplar, pues por sólo sus antojos y movido de sus provechos, los llevaba todos a morir por aquellos grandes golfos; y que era sueño, que no había tierra, que engañó al Papa y al Rey, y cosas de esta manera: y según después se supo, más males dijeron dél que pudieran decir de un turco. Mas el capitán dijo a esto, que no era nuevo para él, ni en semejantes viajes haber hombres que de poco se cansasen: y que en lo que reparaba y le cuidaba era ver tanta salud, tanto comer y beber, poco trabajo, muchas quejas, tantas juntas, y tan poco amor al caso y tanto temor al tiempo; y no quisiera que unas tan ruines madres engendrasen y pariesen monstruos dañosos y feos. Al fin oficiales muchas veces hacen más lo que quieren, que no lo que se les ordena y manda. Unos venden las cosas de su cargo, otros las dan porque callen, otros por ganar amigos, y muchos por temor de enemigos, y por otros muchos fines todos engañan su poco: y como de estas verdades son testigos los mismos interesados, guardan muy bien el secreto, y son tantos los culpados que se hallan por estos caminos y otros, que les fuerza a quien gobierna hacer del ladrón fiel; porque a ser de otra manera, sería guerra casera.
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De cómo los indios de la tierra vienen a vivir en la costa del río Cuando las aguas están bajas los naturales de la tierra adentro se vienen a vivir a la ribera con sus hijos y mujeres a gozar de las pesquerías, porque es mucho el pexe que matan, y está muy gordo; están en esta buena vida bailando y cantando todos los días y las noches, como gente que tienen seguro el comer; y como las aguas comienzan a crescer, que es por enero, vuélvense a recoger a partes seguras, porque las aguas crescen seis brazas en alto encima de las barrancas, y por aquella tierra se extienden por unos llanos adelante más de cien leguas la tierra adentro, que paresce mar, y cubre los árboles y palmas que por la tierra están, y pasan los navíos por encima de ellos; y esto acontesce todos los años del mundo ordinariamente, y pasa esto en el tiempo y coyuntura cuando el sol parte del trópico de allá y viene para el trópico que está acá, que está sobre la boca del río del Oro; y los naturales del río, cuando el agua llega encima de las barrancas, ellos tienen aparejadas unas canoas muy grandes para este tiempo, y en medio de las canoas echan dos o tres cargas de barro, y hacen un fogón; y hecho, métese el indio en ella con su mujer e hijo y casa, y vanse con la cresciente del agua donde quieren, y sobre aquel fogón hacen fuego y guisan de comer y se calientan, y ansí andan cuatro meses del año que dura esta cresciente de las aguas; y como las aguas andan crescidas, saltan en algunas tierras que quedan descubiertas, y allí matan venados y antas y otras salvajinas que van huyendo del agua; y como las aguas hacen repunta para volver a su curso, ellos se vuelven cazando y pescando como han ido, y no salen de sus canoas hasta que las barrancas están descubiertas donde ellos suelen tener sus casas; y es cosa de ver, cuando las aguas vienen bajando, la gran cantidad de pescado que deja el agua por la tierra en seco; y cuando esto acaesce, que es en fin de marzo y abril, todo este tiempo hiede aquella tierra muy mal, por estar la tierra emponzoñada; en este tiempo todos los de la tierra, y nosotros con ellos, estuvimos malos, que pensamos morir; y como entonces es verano en aquella tierra e incomportable de sufrir; y siendo el mes de abril comienzan a estar buenos todos los que han enfermado. Todos estos indios sacan el hilado que han menester para hacer sus redes de unos cardos; machácanlos y échánlos en un ciénago, y después que está quince días allí, ráenlos con unas conchas de almejones, y sale curado, y queda más blanco que la nieve. Esta gente no tenía principal, puesto que en la tierra los hay entre todos ellos; mas éstos son pescadores, salvajes y salteadores; es gente de frontera, todos los cuales, y otros pueblos que están a la lengua del agua por do el gobernador pasé, no consintió que ningún español ni indio guaraní saliese en tierra, por que no se revolviesen con ellos, por los dejar en paz y contentos; y les repartió graciosamente muchos rescates, y les avisó que venían otros navíos de cristianos y de indios guaraníes, amigos suyos; que los tuviesen por amigos y que tratasen bien. Yendo caminando un viernes de mañana, llegóse a una muy gran corriente del río, que pasa por entre unas penas cortadas, y por aquella corriente pasan tan gran cantidad de pexes que se llaman dorados, que es infinito número de ellos los que contino pasan, y aquí es la mayor corriente que hallaron en este río, la cual pasamos con los navíos a la vela y al remo. Aquí mataron los españoles e indios en obra de una obra muy gran cantidad de dorados, que hobo cristiano que mató él solo cuarenta dorados; son tamaños que pesan media arroba cada uno, y algunos pesan arroba; es muy hermoso pescado para comer, y el mejor bocado de él es la cabeza; es muy graso y sacan de él mucha manteca, y los que lo comen con ella andan siempre muy gordos y lucios, y bebiendo el caldo de ellos, en un mes los que lo comen se despojan de cualquier sarna y lepra que tengan; de esta manera fue navegando con buen viento de vela que nos hizo. Un día en la tarde, a 25 días del mes de octubre, llegó a una división y apartamiento que el río hacía, que se hacían tres brazos de río: el uno de los brazos era una grande laguna, a la cual llaman los indios río Negro, y este río Negro corre hacia el Norte por la tierra adentro, y los otros brazos el agua de ellos es de buena color, y un poco más abajo se vienen a juntar; y ansí, fue siguiendo su navegación hasta que llegó a la boca de un río que entra por la tierra adentro, a la mano izquierda, a la parte del Poniente, donde se pierde el remate del río del Paraguay, a causa de otros muchos ríos y grandes lagunas que en esta parte están divididos y apartados, de manera que son tantas las bocas y entradas de ellos, que aun los indios naturales que andan siempre en ellas con sus canoas, con dificultad las conoscen, y se pierden muchas veces por ellas; este río por donde entró el gobernador le llaman los indios naturales de aquella tierra Iguatu, que quiere decir agua buena, y corre a la laguna en nuestro favor; y como hasta entonces habíamos ido agua arriba, entrados en esta laguna íbamos agua abajo.
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Cómo Cortés mandó hacer un altar y se puso una imagen de nuestra señora y una cruz, y se dijo misa y se bautizaron las ocho indias Como ya callaban los caciques y papas y todos los más principales, mandó Cortés que a los ídolos que derrocamos, hechos pedazos, que los llevasen adonde no pareciesen más y los quemasen; y luego salieron de un aposento ocho papas que tenían cargo dellos, y toman sus ídolos y los llevan a la misma casa donde salieron e los quemaron. El hábito que traían aquellos papas eran unas mantas prietas, a manera de sábana, y lobas largas hasta los pies, y unos como capillos que querían parecer a los que traen los canónigos, y otros capillos traían más chicos como los que traen los dominicos, y los cabellos traían largos hasta la cinta, y aun algunos hasta los pies, llenos de sangre pegada, y muy enredados, que no se podían esparcir, y las orejas hechas pedazos, sacrificadas dellas, y hedían como azufre, y tenían otro muy mal olor como de carne muerta. Y según decían, e alcanzamos a saber, aquellos papas eran hijos de principales y no tenían mujeres, mas tenían el maldito oficio de sodomías, y ayunaban ciertos días; y lo que yo les veía comer eran unos meollos o pepitas de algodón cuando lo desmotan, salvo si ellos no comían otras cosas que yo no se las pudiese ver. Dejemos a los papas y volvamos a Cortés, que les hizo un buen razonamiento con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que ahora los teníamos como hermanos, y que les favorecería en todo lo que pudiese contra Montezuma y sus mexicanos, porque ya envió a mandar que no les diesen guerra ni les llevasen tributo; y que pues en aquellos sus altos cues no habían de tener más ídolos, que él les quiere dejar una gran señora, que es madre de nuestro señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos, para que ellos también la tengan por señora y abogada; y sobre ello, y otras cosas de pláticas que pasaron, se les hizo un buen razonamiento, y tan bien propuesto, para según el tiempo, que no había más que decir; y se les declaró muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, tan bien dichas como ahora los religiosos se lo dan a entender; de manera que los oían de buena voluntad. Y luego les mandó llamar todos los indios albañiles que había en aquel pueblo, y traer mucha cal, porque había mucha, y mandó que quitasen las costras de sangre que estaban en aquellos cues y que lo aderezasen muy bien, Y luego otro día se encaló y se hizo un altar con buenas mantas, y mandó traer muchas rosas de las naturales que había en la tierra, que eran bien olorosas, y muchos ramos, y lo mandó enramar y que lo tuviesen limpio y barrido a la continua; y para que tuviesen cargo dello, apercibió a cuatro papas que se trasquilasen el cabello, que lo traían largo, como otra vez he dicho, y que vistiesen mantas blancas y se quitasen las que traían, y que siempre anduviesen limpios y que sirviesen aquella santa imagen de nuestra señora, en barrer y enramar; y para que, tuviesen más cargo dello puso a un nuestro soldado cojo e viejo, que se decía Juan de Torres, de Córdoba, que estuviese allí por ermitaño, e que mirase que se hiciese cada día así como lo mandaba a los papas. Y mandó a nuestros carpinteros, otra vez por mí nombrados, que hiciesen una cruz y la pusiesen en un pilar que teníamos ya nuevamente hecho y muy bien encalado; otro día de mañana se dijo misa en el altar, la cual dijo el padre fray Bartolomé de Olmedo, y entonces se dio orden como con el incienso de la tierra se encensase a la santa imagen de nuestra señora y a la santa cruz, y también se les mostró hacer candelas de la cera de la tierra, y se les mandó que aquellas candelas siempre estuviesen ardiendo en el altar, porque hasta entonces no se sabían aprovechar de la cera; y a la misa estuvieron los más principales caciques de aquel pueblo y de otros que se habían juntado. Y asimismo trajeron las ocho indias para volver cristianas, que todavía estaban en poder de sus padres y tíos, y se les dio a entender que no habían de sacrificar más ni adorar ídolos, salvo que habían de creer en nuestro señor Dios, y se les amonestó muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, y se bautizaron, y se llamó a la sobrina del cacique gordo doña Catalina, y era muy fea; aquélla dieron a Cortés por la mano, y la recibió con buen semblante; a la hija de Cuesco, que era un gran cacique, se puso por nombre doña Francisca; ésta era muy hermosa para ser india, y la dio Cortés a Alonso Hernández Puertocarrero; las otras seis ya no se me acuerda el nombre de todas, mas sé que Cortés las repartió entre soldados. Y después desto hecho, nos despedimos de todos los caciques y principales, y dende adelante siempre les tuvieron muy buena voluntad, especialmente cuando vieron que recibió Cortés sus hijas y las llevamos con nosotros; y con muy grandes ofrecimientos que Cortés les hizo que les ayudaría, nos fuimos a nuestra Villa-Rica, y lo que allí se hizo lo diré adelante. Esto es lo que pasó en este pueblo de Cempoal, y no otra cosa que sobre ello hayan escrito el Gómara ni los demás cronistas.
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Capítulo LII De cómo se repartió entre los españoles el gran tesoro que en Caxamalca se allegó por mandato del gran señor Atabalipa, y los nombres de todos los españoles que se hallaron en la prisión Porque mi opinión principal ha sido, con gran curiosidad, dar noticia cumplida de todas las cosas de acá, así a los que hoy son como los que vendrán; y no haya dejado libro de cabildo, ni archivo donde piense hallar alguna verdadera para mi ayuda; habiendo venido a mis manos en esta ciudad de los Reyes el proceso que se hizo en Caxamalca de estas cosas, donde estaban las partes, el cual estaba y está entre los registros del secretario Jerónimo de Aliaga, determiné de poner aquí los nombres de todos los ciento y sesenta que se hallaron en la prisión de Atabalipa, que son a quien acá llamamos "primeros conquistadores", pues nombré trece que descubrieron la costa. Bien pudiera señalar lo que cada uno hubo de parte, mas no quiero, por algunas consideraciones que miré; mas pondré lo que todos juntos llevaron, sin que haya un real más ni menos; y esto haré siempre, de con verdad satisfacer al lector, porque yo no tengo otro ornato ni elocuencia, ni lo quiero, ni para semejantes escrituras es menester. Volviendo al propósito son, los que se hallaron en Caxamalca, los siguientes: GENTE DE A CABALLO El gobernador don Francisco Pizarro, Hernando Pizarro, Hernando de Soto, Juan Pizarro, Pedro de Candía, Gonzalo Pizarro, Juan Cortés, Sebastián de Belalcázar, Cristóbal de Mena, Ruy Hernández Briceño, Juan de Salcedo, Miguel Estete, Francisco de Xerez, Gonzalo de Pineda, Alonso de Medina, Alonso Briceño, Juan Pizarro de Orellana, Luis Maça, Jerónimo de Aliaga, Gonzalo Pérez, Pedro Barrantes, Rodrigo Núñez, Pedro de Anades, Francisco Malaver, Diego Maldonado, Rodrigo de Chavez, Diego de Ojuelos, Gómez de Carranza, Juan de Quincoces, Alonso de Morales, Lope Vélez, Juan de Barbarán, Pedro de Aguirre, Pedro de León, Diego Mexía, Martín Alonso, Juan de Rojas, Pedro Castaño, Pedro Ortiz, Juan de Mogrovejo, Hernando de Toro, Diego de Agüero, Alonso Pérez, Hernando Beltrán, Pedro Barrera Baena, Francisco López, Sebastián de Torres, Juan Ruiz, Francisco de Fuentes, Gonzalo del Castillo, Nicolás de Azpe, Diego de Molina, Alonso Peto, Miguel Ruiz, Juan de Salinas (herrador), Juan de Salinas de la Hoz, Cristóbal Gallego, Rodrigo de Cantillana, Gabriel Feliz, Hernán Sánchez, Pedro de Páramo. Estos eran de a caballo; y entre ellos repartieron conforme habían trabajado, porque unos llevaron más que otros: veinte y cuatro mil y doscientos y treinta marcos de plata. GENTE DE A PIE Los que entraron, que se hallaron sin caballos, son los siguientes: Juan de Porras, Gregorio de Sotelo, García de Paredes, Pedro Sancho, Juan de Valdivieso, Gonzalo Maldonado, Pedro Navarro, Juan Ronquillo, Antonio de Vergara, Alonso de la Carrera, Alonso Romero, Melchor Verdugo, Martín Bueno, Juan Pérez de Tudela, Iñigo Zalvio, Nuño González, Juan de Herrera, Francisco Dávalos, Hernando de Aldana, Martín de Marquina, Antonio de Herrera, Sandoval, Miguel Estete, Juan Borrallo, Pedro de Moguer, Francisco Pérez, Melchor Palomino, Pedro de Alconcher, Juan de Segovia, Crisóstomo de Hontiveros, Hernando Martínez, Alonso de Mesa, Juan Pérez de Osma, Alonso de Trujillo, Palomino (tonelero), Alonso Jiménez, Pedro de Torres, Alonso de Toro, Diego Escudero, Diego López, Francisco Gallego, Bonilla, Francisco de Almendras, Escalante, Andrés Ximénez, Juan Ximénez, Garci Martín, Alonso Ruiz, Lucas Martínez, Gómez Gonzales, Albuquerque, Francisco de Barajas, Diego Gavilán, Contreras, Herrera (escopetero), Martín de Florencia, Antonio de Oviedo, Jorge Griego, Pedro de Sanmillán, Pedro Catalán, Pedro Román, Francisco de la Torre, Francisco Gordancho, Juan Pérez de Zamora, Diego de Narváez, Gabriel de Olivares, Juan García de Santolalla, Juan García (escopetero), Pedro de Mendoza, Juan Pérez, Francisco Martín, Bartolomé Sánchez (marinero), Martín Pizarro, Hernando de Montalvo, Pedro Pinelo, Lázaro Sánchez, Miguel Cornejo, Francisco Gonzales, Francisco Moniz, Zárate, Hernando de Sosa, Cristóbal de Sosa, Juan de Niza, Francisco de Solares, Hernando del Templo, Juan Sánchez, Sancho de Villegas, Pedro de Ulloa, Juan Chico Robles (sastre), Pedro de Salinas de la Hoz, Antón García, Juan Delgado, Pedro de Valencia, Alonso Sánchez de Talavera, Miguel Sánchez. Juan García (pregonero), Lozano, García López, Juan Martínez, Esteban García, Juan de Veranga, Juan de Salvatierra, Pedro Calderón. Estos fueron de a pie, y entre ellos se repartió quince mil marcos de plata y onzas; llevando cada uno conforme a lo que había trabajado, y no todos por igual. Como repartió la plata, quiso el gobernador hacer lo mismo del oro, y para ellos mandó ordenar un auto que se sacó del original: a la letra dice: AUTO PARA REPARTIR EL ORO: Después de lo susodicho, en el pueblo de Caxamalca, en diez y seis días del mes de julio del dicho año de mil y quinientos y treinta y tres años, el dicho governador Francisco Piçarro por ante mí el dicho escrivano dixo: Que el oro que se avía avido basta oy, dicho día, y Atabalipa dado, está hecha fundición y número de todo ello e sacado el quinto de su majestad y derechos de quilatador, fundidor, marcador y costas que la compañía a hecho, que lo demás que quedava él quería hacer repartimiento entre las personas que se hallaron en ganarlo y averlo como su magestad lo mandava, atento lo que su señoría tiene dicho en el auto que se hizo en el repartimiento de la plata para dar a cada uno lo que el dicho oro a de aver como su magestad manda él quiere señalar y nombrar por ante mí, el dicho escribano, los pesos de oro que cada una persona a de aver y llevar según Dios nuestro señor le diere a entender, mirando su conçiencia y lo que Su Magestad manda". Esto hecho, como se hubiese hecho la fundición, y por la cuenta supiesen lo que montaba el montón que se había repartido, sacados los derechos y costas de esto y lo que la compañía debía y el escaño y otras joyas de gran peso sin lo que se hurtó que fue mucho, y sin los cien mil ducados que se sacaron para la gente de Almagro, se repartió lo demás entre el gobernador y sus compañeros, tomando él las partes de gobernador y capitán general y los capitanes y personas señaladas, y los demás conforme como habían trabajado. Ya dije que pudiera poner lo que cada uno llevó y le cupo, pues lo tuve en mi poder; no quise, por lo que dije, en particular tratarlo, mas afirmo y cuento por cierto que se repartió entre éstos un millón y trescientos y veinte y seis mil y quinientos y treinta y nueve pesos; y al emperador vino de los quintos del oro doscientos y setenta y dos mil y doscientos y cincuenta y nueve pesos. Y echaban la ley a este oro como cosa de burla; porque mucho que tenía catorce quilates le echaban siete, y otro de veinte, le ponían diez; la plata, por consiguiente. Fue causa esta ceceguedad que muchos mercaderes, con solamente mercar oro y plata, enriquecieron grandemente; y por cierto afirmo más: que si los españoles no mataran tan breve a Atabalipa y quisieran recoger oro y plata y piedras preciosas, fuera ésta la décima parte de lo que se recogiera: porque los tesoros de los incas del Cuzco, Bilcas, Chile, Quito, Tomebamba, Carangue, estaban vivos, y de ello no vino nada, si no fue lo que sacaron de Curicanche, y las guacas estaban llenas de tesoros como contaré, no eran pocas, sino muchas y muy insignes; y esto pareció claro, porque andaban trayendo oro los indios, y como supieron la muerte de Atabalipa, los unos escondieron, otros se tomaron ellos mismos; otros hallaron los españoles, que pusieron donde les tomó la voz de la muerte de su señor. Repartióse tan breve el tesoro, según yo supe, fue causa los mismos españoles tener envidia unos de otros; porque los de Almagro daban voces que para qué estaban allí que querían pasar adelante a buscar de comer: y otras cosas que entre unos y otros pasaron, que bastaron a hacerse la repartición, que fue grande, y el rescate de Atabalipa fue de cómo tan gran señor dado; y que, con tiranía o sin ella, mandaba la más rica región y más llena de metales que, a mi ver, hay en el mundo. Y cómo le mataron con tan poca justicia, habiendo primero sacádole su hacienda: muchas veces he oído discutir y tratar a grandes teólogos sobre si lo que el rey y los españoles llevaron fue bien habido, y no por hacer conciencia. No es materia para mí tratar de ello; los que lo hubieron, lo pregunten y lo sepan, que yo, si me cupiera parte, lo mismo hiciera. De estas partes dicen que fue lo que montó cada una: cuatro mil y ciento y veinte pesos de oro y ciento y ochenta marcos de plata fina; a los de a pie a unos daban una parte y a otros tres cuartones, y tales hubo que llevaron dos partes, dellos parte y media, conforme al servicio y calidad que tenían. Pues como entre tan pocos hubiese tantos dineros, andaban grandes juegos: vendíanse las cosas a precios muy excesivos; estando muchos bien proveídos de las señoras principales y hermosas, para tenerlas por mancebas: pecado grande, y que los que mandaban lo habían de evitar, porque la principal causa porque de los indios fueron aborrecidos fue por ver cuán en poco los tenían y cómo usaban con sus mujeres e hijas sin ninguna vergüenza. Dios ha hecho el castigo en los nuestros bien grande, y todos los más de estos principales han muerto miserablemente y muertes desastradas, que es de temer pensar en ello para escarmentar en cabeza ajena; y las escrituras para esto han de servir, para que gustemos con leer los acaecimientos, y nos enmendemos con los ejemplos, porque todo eso otro son profanidades y novelas compuestas más para agradar que para decir la verdad.
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Capítulo LII Que trata cómo estando el general Pedro de Valdivia en la ciudad tuvo aviso en cómo había gran junta de indios en un pueblo que se dice la juntura y de cómo fue a ellos y de lo que le sucedió En tanto que este tiempo corría y los negocios de la guerra que arriba habernos dicho se negociaban, o por mejor decir, se trabajaban, los naturales no dejaban de hacernos todo el mal y daño que podían y de costumbre tenían y usaban, viniendo de sus fuerzas a saltear, teniendo por amparo al furioso río de Maipo, que está tres leguas de la ciudad. Dábanse tal maña estos indios que cuando hacían un salto no parecían, porque se escondían como astutos en el oficio, porque cuando salen españoles a buscarlos no se podían hallar por ninguna vía. Y para mejor defenderse tenían puestas los indios espías sobre la ciudad, que en esto tenían gran aviso. Viendo que salía gente de a caballo a correr el campo, los contaban y miraban por qué camino caminaban, y muy en breve daban el aviso, y a esta causa hacían sus saltos muy a su salvo. Viendo el general el gran desasosiego y daño que aquellos indios hacían, mandó a su maestre de campo que saliese con veinte y cinco de a caballo y treinta peones, y fuese al río de Maipo, y que de esta parte sin lo pasar corriese hasta diez leguas, y que todos los fuertes que hallase de los indios los desbaratase y quemase, porque no dejaría de matar en estas vueltas algunos de los salteadores que salteaban, y que hecho esto pasase el río y corriese la tierra, y que mirase con gran aviso el camino por do iba, y que no cometiese fuerte ninguno, si no se viese y conociese estar aventajado, y que de todo le avisase con brevedad por ver el remedio. Partióse el maestre de campo Francisco de Villagran y corrió al río de Maipo de la una parte y de la otra, y no halló fuerza ni indio ninguno que le impidiese el camino, porque estaban escondidos en sus fuertes por ser avisados de las espías. Caminó el maestre de campo hasta una legua de un fuerte que los indios tenían, y en dos días que allí estuvo no pudo tomar sino un indio viejo, del cual se informó de la fuerza grande que los indios allí tenían y de la entrada y cerca que tenía y de la suerte que era hecho. Y de todo dio el maestre de campo aviso al general, el cual se partió luego con diez y siete de a caballo. Allegado a do el maestre de campo estaba, luego le mandó que fuese con siete de a caballo y siete peones, y que se acercase al fuerte secretamente y por todas las vías que pudiese tomase un indio de que se informase, y si más se tomase era más provecho, y que en todo tuviese aviso. Partido el maestre de campo con su gente, fue hasta un carrizal muy cercano al fuerte. Sabido por los indios que venían allí españoles, salieron a ellos. Después de haberse bien escondido los de a pie y de que los de a caballo vieron cerca a los indios, hacen vuelta al galope. Como los indios vieron volver los caballos tuvieron por muy cierto que huían, y corrieron con toda furia pensando de los alcanzar. Y cuando los españoles vieron que estaban fuera, volvieron sobre ellos a todo correr, donde en breve fueron alcanzados, y parte de ellos muertos por los de a pie. Allí tomaron un principal y otros indios, y lo llevaron al general. Y los demás huyeron y dieron mandado en su fuerte en cómo estaba allí el general con muchos cristianos. Y estando allí se informó de aquel principal de la orden que tenían los indios en su vela y ronda, ansí de noche como de día. Junto con esto se informó de la suerte que era esta fuerza, y de las entradas y huidas que tenía, y la gente que dentro había. Después de haberse bien informado, mandó a su maestre de campo que con toda la gente de a pie y diez de a caballo, que se fuesen a tomar las espaldas del fuerte y la huida de los indios. Junto con esto le mandó y dio la orden que en todo había de tener, y que dejasen los caballos a buen recaudo cuando quisiesen acometer a entrar, porque no podían entrar bien a caballo. Y así mesmo le dio la orden que había de tener en la entrada, y que al tiempo que acometiesen disparasen un arcabuz, para que oído que fuese por el general, acometiese por su parte con la demás gente que tenía a caballo, para dar por la delantera, porque todos acometiesen a su tiempo. Partido el maestre de campo, envió el general cuatro de a caballo para que hiciesen rostro a los indios por el camino que él había de acometer y trabasen con ellos escaramuza, porque él no había de llegar con la gente de a caballo a donde fuese visto hasta oír el arcabuz, por tener a los indios más seguros para podellos mejor vencer, y porque embarazándose y dividiéndose los indios a pelear con estos cuatro para defendelles la entrada, y defendiéndola al maestre de campo, acometiese el general con la fuerza de a caballo y los desbaratase y venciese. Dada esta orden y partidos los cuatro de a caballo, comenzó a marchar el general hasta llegar cerca de ellos, y encubrióse con su gente en parte oculta hasta oír el arcabuz que el maestre de campo había llevado por seña. Estando allí dio otra orden para con las dadas, y fue que se apeó y mandó que todos se apeasen, y que oído el arcabuz, dejasen los caballos allí con muy buen recaudo. Y en esta compañía dejó el estandarte real a una persona de los que aquí dejaron. Antes de pasar adelante, digo que este pucarán y defensa que los indios tenían hecho dentro de muy grandes arboledas era de esta forma: a la entrada por donde el general entró y por la mayor parte al derredor era un monte bajo, por dentro del cual iba un arroyo de agua que allegaba a los estribos y siempre corría y estaba lleno, y cercaba todo el sitio de la fuerza. Pasado este arroyo estaba un carrizal alto y demasiadamente espeso. Tenía un tiro largo de piedra de ancho, y el asiento era tan cenagoso que se hundían los caballos y atollaban hasta las cinchas, y tomaba en circuito todo el fuerte juntamente con el arroyo. Y pasada esta ciénaga y carrizal estaba un campo pequeño, alto, enjunto y llano. Aquí salían los indios a escaramuzar con los cristianos en este sitio. Y aquí estaba un albarrada hecha de maderos gruesos, soterrados y juntos. Y de la parte de fuera de este palenque estaba un foso ancho y hondo más que un estado y casi estado y medio, y con la tierra que de él sacaron tenían fortalecido el palenque, muy enlatado y atado con unos bejucos, que son a manera de raíces blandas y delgadas y atan con ellos como con mimbre. Estaba esto tan bien hecho como pueden los españoles hacer una trinchera para defenderse de la artillería. Tenía de alto dos estados y más. Tenía esta albarrada o trinchera hechos muy bien tres cubos con sus troneras para flechar. Tenía toda esta fuerza y cercado sólo una puerta muy fuerte, angosta y no derecha. La entrada tenían de esta puerta los indios cerrada con muy fuertes tablones gruesos, que era cosa admirable de ver. Pasado este bastión estaba otra ciénaga angosta que tenía de ancho un juego de herradura, y junto a la ciénaga una acequia de dos varas de ancho, y honda que daba el agua a los pechos. E todo lo dicho estaba en torno de un llano en el cual estaban los indios y tenían cien casas. En estas casas habitaba la gente de guerra con sus mujeres e hijos, y tenían mucha cantidad de bastimento.