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Datos principales
Desarrollo
Dase razón de lo que pasó con los indios de una isla El otro día se llegó cerca de la isla que dije está al Poniente de la de San Marcos, y por toda ella vimos levantarse muchos humos, y a la noche muchos fuegos. Es en el medio un poco alta y parejamente va extendiendo sus faldas por todas partes hasta la mar: su forma casi redonda maciza, con sólo a la parte del Sur una mediana quebrada: es tierra de muchas palmas, platanares, grandes verduras, muy buenas aguas y muy poblada; bojea al parecer cincuenta leguas, aunque hubo quien la juzgó por de ciento y tener doscientos mil indios: su altura catorce grados y medio. Diósele por nombre, por su mucha belleza, Isla de la Virgen María. Salieron a la almiranta cuatro piraguas con indios sin armas que convidaron por señas con sus puertos; y viendo que los nuestros no quisieron, les dieron cocos y otras frutas, y recibido un buen retorno se volvieron a su isla. Pareciendo al capitán buena la disposición de esta isla, envió gente en la zabra y barca a reconocer la costa y a buscar puerto en ella, y por caudillo a un Pedro López de Sojo. Hallaron de la parte del Sur y Sueste fondo limpio de veinte brazas a menos, a donde bien se podía surgir si fueran conocidos los tiempos. Vieron en la isla mucho número de gente que salían a ver y llamar, y seguían a los nuestros sin pasar de ciertos términos, y por esto se entendió ser particiones de tierras y gentes mal avenidas, entre los cuales había dos blancos y zarcos. Estando, pues, con espacio mirando los unos a los otros y hablándose por señas, por unas peñas abajo vino desgalgando un hombre de buen cuerpo, su color mulato claro, los cabellos de barbas y de cabeza bermejos, crespos, algo crecidos: era robusto, doblado y brioso, y de un brinco se entró dentro en la barca, y según los ademanes que hizo y el modo de hablar debía de preguntar:--¿Dónde venís?, ¿quién sois?, ¿qué buscáis? o ¿qué queréis? Y como si fuera así, dijo un nuestro: --Venimos de oriente, somos cristianos, a vos buscamos, y queremos que lo seáis.
Mostróse en todo tan osado que los nuestros entendieron que los quiso hacer creer ser para él todos pocos. Salió presto de este engaño, pues fue preso y traído a la nao, a donde entró tan sin miedo que nos hizo confesar no era hombre cobarde. Abrazólo el capitán, y por señas le preguntó por tierras, de que dio, a buen juzgar, grandes noticias. Apuntaba hacia partes del horizonte, y contaba por los dedos muchas veces, y remataba con decir: --Martín Cortal. Mucho se gustó de oírle y de cuán vivo era, de cuánto se esforzaba, de cuán placentero estaba cercado de nuestra gente, haciendo buen rostro a todos, y aun a los que le importunaban con deseos de saber cosas. Ya había anochecido cuando llegó la zabra, y dijo el piloto della al capitán que trayendo preso a un indio en la cadena de su escutilla, la rompió y llevando parte della y el candado en un pie se arrojó a la mar. Mucha pena recibió el capitán temiendo no se ahogase, y por asegurar al otro hizo darle de cenar y ponerle en el cepo con cama a donde durmiese. Ordenó al punto que las naos fuesen a buscar al que huyó. Yendo, pues, en su demanda, como a las diez de la noche un hombre que de guarda estaba oyó en la mar una voz. Fuese al tino hacia la parte de donde el indio venía de cansado peleando con la muerte. A las voces del nadador iba respondiendo el preso con tan dolorosa tonada, que a todos nos daba lástima ver al uno y oír al otro, que llegado fue metido dentro de la nao con alegría suya y nuestra, y aun espanto de que con tanto peso en un pie se sustentase cuatro horas.
Al momento le fue quitado el candado y la cadena, y le fue dado de cenar con vino para beber, y arropado, fue entrado en el cepo, porque no hiciese otro tanto, a donde los dos estuvieron todo el resto de la noche confusos y tristes habla do; y cuando amaneció, el capitán, fingiendo que reñía todos por los tener en el cepo, los sacó dél y hizo que el barbero con navaja les quitase las barbas y los cabellos dejando a un lado de las cabezas un montón como lo usan traer, y con tijeras cortar las uñas de pies y manos de cuya facilidad se admiraron. Vistiólos de tafetán de colores: dioles sombreros con plumajes de oropel y chaquiras, cuchillos y otras cosas, y un espejo en que se fueron mirando con cuidado y a buen sabor. Hecho esto, el capitán hizo luego se aprestase la barca. Dijo a Sojo que los llevase a tierra, y pasase adelante costeando hasta un cabo de isla, y mirase lo que de allí parecía. Iban los indios ya con el temor perdido cantando su buena y no esperada suerte: llegada la barca a la playa de su tierra, les dijeron que saltasen, y según se pudo entender no lo creían. Al fin saltaron a donde estaban muchos indios, y una india con una niña en los brazos, que por recibirle los dos con grande amor, pareció ser esta india mujer del indio primero; y que éste era señor, pues todos le respetaban y obedecían sus mandatos. Mostráronse unos y otros satisfechos, y con alegre mormullo se dieron muchos abrazos. El cacique, apuntando con el dedo, parece que les decía ser buena gente la nuestra: llegaron muchos a donde estaba la barca, y dellos a tanta la confianza, que pidiéndole un nuestro a la india su criatura, la dio luego; y viendo que pasándola de mano en mano la vieron y abrazaron, quedaron todos muy pagados.
Al fin efectos de buenos y entendidos intentos. El nadador fue corriendo y vino luego con un puerco a los hombros que ofreció a los nuestros: el cacique dio otro que allí había y un racimo de unos plátanos extraños, por ser su forma de berengenas medianas sin punta, su médula naranjada, olorosa tierna y dulce. Los otros indios a porfía dieron cocos, cañas dulces y otra fruta, y unos cañucos con agua de más y menos de cuatro palmos de largo, uno de grueso. Apuntando a las naos pareció decían fuesen allí a surgir para darles de cuanto tenía su isla: los nuestros se despidieron y pasaron hasta llegar a la punta, o cabo donde vieron la contracosta de esta isla ir corriendo como al Norte, y más la otra isla de Belén a distancia de cuatro leguas al Noroeste; y contentos de sus vistas se volvieron a las naos, trayendo flechado en un carrillo al guardián de la almiranta, que ciertos indios con envidia de la amistad de los otros, o con rabia, porque llamando a los nuestros no quisieron pararse a hablar con ellos, tiraron flechas y llevaron la respuesta de mosquetes. Sanó esta herida presto, y por esto se entendió no ser yerbadas las flechas, y más daño hicieran si el indio nadador no viniera delante corriendo, dando gritos y haciendo señas que hiciesen la barca a fuera. ¡Grande prueba de gratitud!
Mostróse en todo tan osado que los nuestros entendieron que los quiso hacer creer ser para él todos pocos. Salió presto de este engaño, pues fue preso y traído a la nao, a donde entró tan sin miedo que nos hizo confesar no era hombre cobarde. Abrazólo el capitán, y por señas le preguntó por tierras, de que dio, a buen juzgar, grandes noticias. Apuntaba hacia partes del horizonte, y contaba por los dedos muchas veces, y remataba con decir: --Martín Cortal. Mucho se gustó de oírle y de cuán vivo era, de cuánto se esforzaba, de cuán placentero estaba cercado de nuestra gente, haciendo buen rostro a todos, y aun a los que le importunaban con deseos de saber cosas. Ya había anochecido cuando llegó la zabra, y dijo el piloto della al capitán que trayendo preso a un indio en la cadena de su escutilla, la rompió y llevando parte della y el candado en un pie se arrojó a la mar. Mucha pena recibió el capitán temiendo no se ahogase, y por asegurar al otro hizo darle de cenar y ponerle en el cepo con cama a donde durmiese. Ordenó al punto que las naos fuesen a buscar al que huyó. Yendo, pues, en su demanda, como a las diez de la noche un hombre que de guarda estaba oyó en la mar una voz. Fuese al tino hacia la parte de donde el indio venía de cansado peleando con la muerte. A las voces del nadador iba respondiendo el preso con tan dolorosa tonada, que a todos nos daba lástima ver al uno y oír al otro, que llegado fue metido dentro de la nao con alegría suya y nuestra, y aun espanto de que con tanto peso en un pie se sustentase cuatro horas.
Al momento le fue quitado el candado y la cadena, y le fue dado de cenar con vino para beber, y arropado, fue entrado en el cepo, porque no hiciese otro tanto, a donde los dos estuvieron todo el resto de la noche confusos y tristes habla do; y cuando amaneció, el capitán, fingiendo que reñía todos por los tener en el cepo, los sacó dél y hizo que el barbero con navaja les quitase las barbas y los cabellos dejando a un lado de las cabezas un montón como lo usan traer, y con tijeras cortar las uñas de pies y manos de cuya facilidad se admiraron. Vistiólos de tafetán de colores: dioles sombreros con plumajes de oropel y chaquiras, cuchillos y otras cosas, y un espejo en que se fueron mirando con cuidado y a buen sabor. Hecho esto, el capitán hizo luego se aprestase la barca. Dijo a Sojo que los llevase a tierra, y pasase adelante costeando hasta un cabo de isla, y mirase lo que de allí parecía. Iban los indios ya con el temor perdido cantando su buena y no esperada suerte: llegada la barca a la playa de su tierra, les dijeron que saltasen, y según se pudo entender no lo creían. Al fin saltaron a donde estaban muchos indios, y una india con una niña en los brazos, que por recibirle los dos con grande amor, pareció ser esta india mujer del indio primero; y que éste era señor, pues todos le respetaban y obedecían sus mandatos. Mostráronse unos y otros satisfechos, y con alegre mormullo se dieron muchos abrazos. El cacique, apuntando con el dedo, parece que les decía ser buena gente la nuestra: llegaron muchos a donde estaba la barca, y dellos a tanta la confianza, que pidiéndole un nuestro a la india su criatura, la dio luego; y viendo que pasándola de mano en mano la vieron y abrazaron, quedaron todos muy pagados.
Al fin efectos de buenos y entendidos intentos. El nadador fue corriendo y vino luego con un puerco a los hombros que ofreció a los nuestros: el cacique dio otro que allí había y un racimo de unos plátanos extraños, por ser su forma de berengenas medianas sin punta, su médula naranjada, olorosa tierna y dulce. Los otros indios a porfía dieron cocos, cañas dulces y otra fruta, y unos cañucos con agua de más y menos de cuatro palmos de largo, uno de grueso. Apuntando a las naos pareció decían fuesen allí a surgir para darles de cuanto tenía su isla: los nuestros se despidieron y pasaron hasta llegar a la punta, o cabo donde vieron la contracosta de esta isla ir corriendo como al Norte, y más la otra isla de Belén a distancia de cuatro leguas al Noroeste; y contentos de sus vistas se volvieron a las naos, trayendo flechado en un carrillo al guardián de la almiranta, que ciertos indios con envidia de la amistad de los otros, o con rabia, porque llamando a los nuestros no quisieron pararse a hablar con ellos, tiraron flechas y llevaron la respuesta de mosquetes. Sanó esta herida presto, y por esto se entendió no ser yerbadas las flechas, y más daño hicieran si el indio nadador no viniera delante corriendo, dando gritos y haciendo señas que hiciesen la barca a fuera. ¡Grande prueba de gratitud!