Busqueda de contenidos

contexto
CAPÍTULO II Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras, cantiles víboras, guardianes de los bejucos. Y dijeron los Progenitores: -¿Sólo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos? Conviene que en lo sucesivo haya quien los guarde. Así dijeron cuando meditaron y hablaron en seguida. Al punto fueron creados los venados y las aves. En seguida les repartieron sus moradas a los venados y a las aves. -Tú, venado, dormirás en la vega de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza, entre las hierbas; en el bosque os multiplicaréis, en cuatro pies andaréis y os sostendréis. Y así como se dijo, así se hizo. Luego designaron también su morada a los pájaros pequeños y a las aves mayores: -Vosotros, pájaros, habitaréis sobre los árboles y los bejucos, allí haréis vuestros nidos, allí os multiplicaréis, allí os sacudiréis en las ramas de los árboles y de los bejucos. Así les fue dicho a los venados y a los pájaros para que hicieran lo que debían hacer, y todos tomaron sus habitaciones y sus nidos. De esta manera los Progenitores les dieron sus habitaciones a los animales de la tierra. Y estando terminada la creación de todos los cuadrúpedos y las aves, les fue dicho a los cuadrúpedos y pájaros por el Creador y Formador y los Progenitores: -Hablad, gritad, gorjead, llamad, hablad cada uno según vuestra especie, según la variedad de cada uno. Así les fue dicho a los venados, los pájaros leones, tigres y serpientes. Decid, pues, nuestros nombres, alabadnos a nosotros, vuestra madre, vuestro padre. ¡Invocad, pues, a Huracán, Chipi Caculhá, Raxa Caculhá, el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, el Creador, el Formador, los Progenitores; hablad, invocadnos, adoradnos!, les dijeron. Pero no se pudo conseguir que hablaran como los hombres; sólo chillaban, cacareaban y graznaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno gritaba de manera diferente. Cuando el Creador y el Formador vieron que no era posible que hablaran, se dijeron entre sí: -No ha sido posible que ellos digan nuestro nombre, el de nosotros, sus creadores y formadores. Esto no está bien, dijeron entre sí los Progenitores. Entonces se les dijo: -Seréis cambiados porque no se ha conseguido que habléis. Hemos cambiado de parecer: vuestro alimento, vuestra pastura, vuestra habitación y vuestros nidos los tendréis, serán los barrancos y los bosques, porque no se ha podido lograr que nos adoréis ni nos invoquéis. Todavía hay quienes nos adoren, haremos otros seres que sean obedientes. Vosotros, aceptad vuestro destino: vuestras carnes serán trituradas. Así será. Ésta será vuestra suerte. Así dijeron cuando hicieron saber su voluntad a los animales pequeños y grandes que hay sobre la faz de la tierra. Luego quisieron probar suerte nuevamente, quisieron hacer otra tentativa y quisieron probar de nuevo a que los adoraran. Pero no pudieron entender su lenguaje entre ellos mismos, nada pudieron conseguir y nada pudieron hacer. Por esta razón fueron inmoladas sus carnes y fueron condenados a ser comidos y matados los animales que existen sobre la faz de la tierra. Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por el Creador, el Formador y los Progenitores. -¡A probar otra vez! Ya se acercan el amanecer y la aurora; ¡hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer unos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron. Entonces fue la creación y la formación. De tierra, de lodo hicieron la carne del hombre. Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenía entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener. Y dijeron el Creador y el Formador. Bien se ve que no puede andar ni multiplicarse. Que se haga una consulta acerca de esto, dijeron. Entonces desbarataron y deshicieron su obra y su creación. Y en seguida dijeron: -¿Cómo haremos para perfeccionar, para que salgan bien nuestros adoradores, nuestros invocadores? Así dijeron cuando de nuevo consultaron entre sí: -Digámosles a Ixpiyacoc, Ixmucané, Hunahpú-Vuch, Hunahpú-Utiú: ¡Probad suerte otra vez! ¡Probad a hacer la creación! Así dijeron entre sí el Creador y el Formador cuando hablaron a Ixpiyacoc e Ixmucané. En seguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba, que así eran llamados por el Creador y el Formador, y cuyos nombres eran Ixpiyacoc e Ixmucané. Y dijeron Huracán, Tepeu y Gucumatz cuando le hablaron al agorero, al formador, que son los adivinos: -Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que formemos, el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros. -Entrad, pues, en consulta, abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Ixpiyacoc, Ixmucané, haced que aclare, que amanezca, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados por el hombre creado, por el hombre formado, por el hombre mortal, haced que así se haga. -Dad a conocer vuestra naturaleza, Hunahpú-Vuch, Hunahpú-Utiú, dos veces madre, dos veces padre, Nim Ac, Nimá-Tziís, el Señor de la esmeralda, el joyero, el escultor, el tallador, el Señor de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el maestro de la resina, el maestro Toltecat, la abuela del sol, la abuela del alba, que así seréis llamados por nuestras obras y nuestras criaturas. -Echad la suerte con vuestros granos de maíz y de tzité. Hágase así y se sabrá y resultará si labraremos o tallaremos su boca y sus ojos en madera. Así les fue dicho a los adivinos. A continuación vino la adivinación, la echada de la suerte con el maíz y el tzité. -¡Suerte! ¡Criatura!, les dijeron entonces una vieja y un viejo. Y este viejo era el de las suertes del tzité, el llamado Ixpiyacoc. Y la vieja era la adivina, la formadora, que se llamaba Chiracán Ixmucané. Y comenzando la adivinación, dijeron así: -¡Juntaos, acoplaos! ¡Hablad, que os oigamos, decid, declarad si conviene que se junte la madera y que sea labrada por el Creador y el Formador, y si éste el hombre de madera es el que nos ha de sustentar y alimentar cuando aclare, cuando amanezca! Tú, maíz, tú, tzité ; tú, suerte; tú, criatura: ¡uníos, ayuntaos!, les dijeron al maíz, al tzité, a la suerte, a la criatura. ¡Ven a sacrificar aquí, Corazón del Cielo, no castigues a Tepeu y Gucumatz ! Entonces hablaron y dijeron la verdad: -Buenos saldrán vuestros muñecos hechos de madera; hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra. -¡Así sea!, contestaron, cuando hablaron. Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra. Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y andaban a gatas. Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por eso cayeron en desgracia. Fue solamente un ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni sustancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes. Por esta razón ya no pensaban en el Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y cuidaban de ellos. Éstos fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la tierra.
contexto
De cómo el Capitán Pedro de Segura Zavala fue enviado por el Gobernador al despacho de la nao que vino de Castilla, y quedó en el puerto de San Gabriel Pocos días después de la llegada de Martín de Orué con el Obispo don Fray Pedro de la Torre, llegó también del Brasil Esteban de Vergara con el duplicado del pliego de S.M., que antes dijimos, traía también otras cédulas, y Reales ordenanzas en conformidad de las nuevas hechas por S.M. en Barcelona para el buen gobierno de las Indias con algunas bulas pontificias, e indulgencias concedidas a las iglesias y cofradías de esta ciudad en especial a la de Santa Lucía, o Encarnación, de que recreció en todos los fieles suma devoción y consuelo, y habiendo de dar cuenta a S.M. del estado de la tierra en la nao que quedó en la boca del Río de la Plata en la isla de San Gabriel, fue enviado el Capitán Pedro de Segura Zavala con los pliegos que se enviaban al Rey a su Real Consejo, y para que bajo de su orden fuesen los pasajeros que habían de ir a Castilla, y que trajese todo lo que S.M. había enviado de socorro para esta conquista, como armas y municiones que habían quedado en la nao. A este fin salió de la ciudad en un bergantín con buena compañía de soldados: llevaba consigo al Capitán García Rodríguez, y don Diego de Barúa del orden de San Juan, que iban a España, el primero de orden del Rey, y el segundo llamado de su gran Maestre, para lo cual y todo lo demás que de la Real hacienda se había de traer, se le dio por el Gobernador y Oficiales Reales a Pedro de Segura comisión bastante, en cuya virtud, habiendo llegado donde estaba la nao, proveído de lo necesario, embarcó en ella la gente y pasajeros, entre los cuales iba José Jaime Resquin, de quien en otro lugar hicimos mención. Este luego que llegó a Castilla consiguió despacho para Gobernador de esta provincia, y por ciertos sucesos que tuvo en el mar, no llegó con su armada, siendo una de las más numerosas, que habían salido para esta conquista. Despachada la nao, volvió el Capitán Segura con su bergantín río arriba, trayendo consigo los sujetos que habían venido de Castilla, que quedaron en guardia en la nao: de éstos era el capitán Gonzalo de Acosta, que traía dos hijas, de las cuales casó una con el Contador Felipe de Cáceres. Este hidalgo portugués había ido a Castilla por Capitán de la Carabela, en que llevaron preso a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y por orden de S.M. volvió de Piloto Mayor de la armada del obispo. Llegado que fue el Capitán Pedro de Segura a la Asunción con las armas y municiones de cuenta de S.M., fueron repartidas muchas de ellas a los soldados y personas que las hubieran menester en precios moderados con acuerdo del Gobernador y Oficiales Reales. Después determinó el Gobernador despachar a Nuño de Chaves a la provincia de Guairá a reducir a aquellos naturales y remediar los continuos asaltos de los portugueses del Brasil, que los venían a llevar para esclavizarlos. Caminó Nuño de Chaves con una compañía de soldados, que llegó al Paraná, procurando conservar la paz con aquellos naturales. Pasó adelante, y entró por otro río que viene de la costa del Brasil, llamado Paranapané, que es muy poblado de grandes y gruesos pueblos de indios, de quienes fue bien recibido: y dejando este río, navegó por otro que entra a mano derecha llamado Latibajiba, que es muy caudaloso y rápido, con muchos saltos y arrecifes, y pasando por los pueblos que están a sus márgenes llegó a los fronterizos que estaban cercados con fuertes palizadas a precaución de sus enemigos los Tupíes y Tobayaraes del Brasil y de los portugueses de aquella costa, donde habiéndoles asegurado con cartas y papeles, que les dio para aquella gente, volvió por otro río, y saltando en tierra en los pinales de aquel territorio, visitó los indios que por allí había, y puso freno a la libertad y malicia de sus enemigos. Hecho esto, dio vuelta por otro camino, y llegó a una comarca de indios llamados Peabeyúes: éstos cierto día acometieron al Real de los nuestros en gran número a persuasiones de un hechicero, que ellos tenían por Santo, llamado Cutiguará, que les dijo que los españoles traían consigo pestilencia y mala doctrina, por lo cual se habían de perder y consumir, y que toda su pretensión era quitar a los indios de sus mujeres e, hijas, reconocer aquellas tierras para poblarlas después, con lo cual se determinaron para el asalto con tanta confianza del vencimiento, que descubiertamente se pusieron en campaña, y atacaron a los españoles, acomentiéndolos con tanta furia, que a no haber estado en tan buen sitio, y tan fortificados, aquel día los hubieran acabado; mas defendiéndose los nuestros con gran valor, fue Dios servido sacarlos de aquel aprieto, en que murieron muchos indios, y sólo fueron muertos tres soldados españoles. Saliendo de este distrito, bajaron a unos grandes palmares, que cortan aquella tierra muy ocupada de pueblos de indios, con quienes tuvo algunos encuentros, y pacificándolos con buenas razones y dádivas los redujo y dejó en paz y quietud, trayendo consigo algunos principales a la ciudad de la Asunción, donde todos fueron muy bien recibidos por el Gobernador.
contexto
CAPÍTULO II De los tormentos que un cacique daba a un español esclavo suyo El cacique Hirrihigua mandó guardar a buen recaudo los cuatro españoles para con la muerte de ellos solemnizar una gran fiesta que, según su gentilidad, esperaba celebrar dentro de pocos días. Venida la fiesta, los mandó sacar desnudos a la plaza y que uno a uno, corriéndolos de una parte a otra, los flechasen como a fieras, y que no les tirasen muchas flechas juntas porque tardasen más en morir y el tormento les fuese mayor, y a los indios, su fiesta y regocijo más larga y solemne. Así lo hicieron con los tres españoles, recibiendo el cacique gran contento y placer de verlos huir a todas partes buscando remedio y que en ninguna hallasen socorro sino muerte. Cuando quisieron sacar el cuarto, que era mozo que apenas llegaba a los diez y ocho años, natural de Sevilla, llamado Juan Ortiz, salió la mujer del cacique, y en su compañía sacó tres hijas suyas mozas, y, puestas delante del marido, le dijo que le suplicaba se contentase con los tres castellanos muertos y que perdonase aquel mozo, pues ni él ni sus compañeros habían tenido culpa de la maldad que los pasados habían hecho, pues no habían venido con Pánfilo de Narváez, y que particularmente aquel muchacho era digno de perdón, porque su poca edad le libraba de culpa; y pedía misericordia, que bastaba quedase por esclavo y no que lo matasen tan crudamente, sin haber hecho delito. El cacique, por dar contento a su mujer e hijas, otorgó por entonces la vida a Juan Ortiz, aunque después se la dio tan triste y amarga que muchas veces hubo envidia a sus tres compañeros muertos, porque el trabajo continuo sin cesar de acarrear leña y agua era tanto y el comer y dormir tan poco, los palos, bofetadas y azotes de todos los días tan crueles, sin los demás tormentos que a sus tiempos en particulares fiestas le daban, que muchas veces, si no fuera cristiano tomara por remedio la muerte con sus manos. Porque es así que, sin el tormento cotidiano, el cacique, por su pasatiempo, muchos días de fiesta mandaba que Juan Ortiz corriese todo el día sin parar (de sol a sombra), en una plaza larga que en el pueblo había, donde flecharon a sus compañeros. Y el mismo cacique salía a verle correr, y con él iban sus gentileshombres apercibidos de sus arcos y flechas para tirarle en dejando de correr. Juan Ortiz empezaba su carrera en saliendo el sol y no paraba de una parte a otra de la plaza hasta que se ponía el sol, que éste era el tiempo que le señalaban. Y cuando el cacique se iba a comer dejaba sus gentileshombres que le mirasen para que, en dejando de correr, lo matasen. Acabado el día, quedaba el triste cual se puede imaginar, tendido en el suelo más muerto que vivo. La piedad de la mujer e hijas del cacique le socorrían estos tales días, porque ellas lo tomaban luego y lo arropaban y hacían otros beneficios que le sustentaban la vida, que fuera mejor quitársela por librarle de aquellos muchos trabajos. El cacique, viendo que tantos y tan continuos tormentos no bastaban a quitar la vida a Juan Ortiz, y creciéndole por horas el odio que le tenía, por acabar con él mandó un día de sus fiestas hacer un gran fuego en medio de la plaza, y, cuando vio mucha brasa hecha, mandó tenderla y poner encima una barbacoa, que es un lecho de madera en forma de parrillas una vara de medir alta del suelo, y que sobre ella pusiesen a Juan Ortiz para asarlo vivo. Así se hizo, donde estuvo el pobre español mucho rato tendido de un lado, atado a la barbacoa. A los gritos que el triste daba en el fuego, acudieron la mujer e hijas del cacique, y, rogando al marido, y aun riñendo su crueldad, lo sacaron del fuego ya medio asado, que las vejigas tenía por aquel lado como medias naranjas, y algunas de ellas reventadas, por donde le corría mucha sangre, que era lástima verlo. El cacique pasó por ello porque eran mujeres que él tanto quería, y quizá lo hizo también por tener adelante en quien ejercitar su ira y mostrar el deseo de su venganza; porque hubiese en quien la ejercitar, que aunque tan pequeña para como la deseaba, todavía se recreaba con aquella poca. Y así lo dijo muchas veces que le había pesado de haber muerto los tres españoles tan brevemente. Las mujeres llevaron a Juan Ortiz a su casa, y con zumos de yerbas (que las indias e indios como carecen de médicos son grandes herbolarios), le curaron con gran lástima de verle cuál estaba. ¡Qué veces y veces se habían arrepentido ya de haberlo la primera vez librado de muerte, por ver que tan a la larga y con tan crueles tormentos se la daban cada día! Juan Ortiz al cabo de muchos días quedó sano, aunque las señales de las quemaduras del fuego le quedaron bien grandes. El cacique, por no verlo así y por librarse de la molestia que su mujer e hijas con sus ruegos le daban, mandó, porque no estuviese ocioso, ejercitarlo en otro tormento no tan grave como los pasados. Y fue que guardase de día y de noche los cuerpos muertos de los vecinos de aquel pueblo que se ponían en el campo dentro en un monte lejos de poblado, lugar señalado para ellos. Los cuales ponían sobre la tierra en unas arcas de madera que servían de sepulturas, sin gonces ni otro más recaudo de cerradura que unas tablas con que las cubrían y encima unas piedras o maderos, de las cuales arcas, por el mal recaudo que ellas tenían de guardar los cuerpos muertos, se los llevaban los leones, que por aquella tierra hay muchos, de que los indios recibían mucha pesadumbre y enojo. Este sitio mandó el cacique a Juan Ortiz que guardase con cuidado que los leones no le llevasen algún difunto, o parte de él, con protestación y juramento que le hizo, si lo llevaban moriría asado sin remedio alguno. Y para con qué los guardase le dio cuatro dardos que tirase a los leones o a otras salvajinas que llegasen a las arcas. Juan Ortiz, dando gracias a Dios que le hubiese quitado de la continua presencia del cacique Hirrihigua, su amo, se fue a guardar los muertos, esperando tener mejor vida con ellos que con los vivos. Guardábalos con todo cuidado, principalmente de noche, porque entonces había mayor riesgo. Sucedió que una noche de las que así velaba se durmió al cuarto del alba sin poder resistir el sueño, porque a esta hora suele mostrar sus mayores fuerzas contra los que velan. A este tiempo acertó a venir un león, y, derribando las compuertas de una de las arcas, sacó un niño que dos días antes habían echado en ella y se lo llevó. Juan Ortiz recordó al ruido que las compuertas hicieron al caer, y como acudió al arca y no halló el cuerpo del niño, se tuvo por muerto. Mas con toda su ansia y congoja no dejó de hacer sus diligencias, buscando al león para, si lo topase, quitarle el muerto o morir a sus manos. Por otra parte se encomendaba a Nuestro Señor le diese esfuerzo para morir otro día confesando y llamando su nombre, porque sabía que, luego que amaneciese, habían de visitar los indios las arcas, y, no hallando el cuerpo del niño, lo habían de quemar vivo. Andando por el monte de una parte a otra con las ansias de la muerte, salió a un camino ancho, que por medio de él pasaba, y, yendo por él un rato con determinación de huirse, aunque era imposible escaparse, oyó en el monte, no lejos de donde iba, un ruido como de perro que roía huesos. Y escuchando bien, se certificó en ello, y, sospechando que podía ser el león que estuviese comiendo el niño, fue con mucho tiento por entre las matas, acercándose adonde sentía el ruido, y a la luz de la luna que hacía, aunque no muy clara, vio cerca de sí al león, que a su placer comía el niño. Juan Ortiz, llamando a Dios y cobrando ánimo, le tiró un dardo. Y, aunque por entonces no vio, por causa de las matas, el tiro que había hecho, todavía sintió que no había sido malo por quedarle la mano sabrosa, cual dicen los cazadores que la sienten cuando han hecho algún buen tiro a las fieras de noche. Con esta esperanza, aunque tan flaca, y también por no haber sentido que el león se hubiese alejado de donde le había tirado, aguardó a que amaneciese, encomendándose a Nuestro Señor le socorriese en aquella necesidad.
contexto
Capítulo II Lamentaciones en un katún 11 Ahau El Once Ahau Katún se asienta en su estera, se asienta en su trono. Allí se levanta su voz, allí se yergue su señorío. El rostro de su dios despide rayos. Bajan hojas del cielo, bajan del cielo arcos floridos. Celestial es su perfume. Suenan las músicas, suenan las sonajas del Once Ahau. Entra al atardecer y cubre muy alegre con su palio al sol, al sol que hay en Sulim cham, al sol que hay en Chikinputún. Se comerán árboles, se comerán piedras, se perderá todo sustento dentro del Once Ahau Katún. En el Once Ahau se comienza la cuenta, porque en este Katún se estaba cuando llegaron los Dzules, los que venían del Oriente. Entonces empezó el cristianismo también. Por el Oriente acaba su curso. Ichcaansihó es el asiento del Katún. Esta es la memoria de las cosas que sucedieron y que hicieron. Ya todo pasó. Ellos hablan con sus propias palabras y así acaso no todo se entienda en su significado; pero, rectamente, tal como pasó todo, así está escrito. Ya será otra vez explicado todo muy bien. Y tal vez no será malo. No es malo todo cuanto está escrito. No hay escrito mucho sobre sus traiciones y sus alianzas. Así el pueblo de los divinos Itzaes, así los de la gran Itzmal, los de la gran Aké, los de la gran Uxmal, así los de la gran Ichcaansihó. Así los nombrados Couoh también. Ciertamente muchos eran sus "Verdaderos Hombres". No para vender traiciones gustaban de unirse unos con otros: pero no está a la vista todo lo que hay dentro de esto, ni cuánto ha de ser explicado. Los que lo saben vienen del gran linaje de nosotros, los hombres mayas. Esos sabrán el significado de lo que hay aquí cuando lo lean. Y entonces lo verán y entonces lo explicarán y entonces serán claros los oscuros signos del Katún. Porque ellos son los sacerdotes. Los sacerdotes se acabaron, pero no se acabó su nombre, antiguo como ellos. Solamente por el tiempo loco, por los locos sacerdotes, fue que entró a nosotros la tristeza, que entró a nosotros el "Cristianismo". Porque los "muy cristianos" llegaron aquí con el verdadero Dios; pero ese fue el principio de la miseria nuestra, el principio del tributo, el principio de la "limosna", la causa de que saliera la discordia oculta, el principio de las peleas con armas de fuego, el principio de los atropellos, el principio de los despojos de todo, el principio de la esclavitud por las deudas, el principio de las deudas pegadas a las espaldas, el principio de la continua reyerta, el principio del padecimiento. Fue el principio de la obra de los españoles y de los "padres", el principio de los caciques, los maestros de escuela y los fiscales. ¡Que eran niños pequeños los muchachos de los pueblos, y mientras, se les martirizaba! ¡Infelices los pobrecitos! Los pobrecitos no protestaban contra el que a su sabor los esclavizaba, el Anticristo sobre la tierra, puma de los pueblos, gato montés de los pueblos, chupador del pobre indio. Pero llegará el día en que lleguen hasta Dios las lágrimas de sus ojos y baje la justicia de Dios de un golpe sobre el mundo. ¡Verdaderamente es la voluntad de Dios que regresen Ah-Kantenal e Ix-Pucyolá, para arrojarlos de la superficie de la tierra! Capítulo III El final del tiempo antiguo En el año de mil quinientos cuarenta y uno de los Dzules. 1541------el día 5 Ik 2 Chen. He aquí la memoria que escribí. Hace veinte Katunes y quince Katunes más que las pirámides fueron construidas por los herejes. Grandes hombres fueron los que las hicieron. Y los restos de su linaje se marcharon. Cartabona es el nombre de la tierra en donde ahora están. Allí estaban cuando llegó San Bernabé y enseñó que debían matarlos, porque eran hombres herejes. Este es el nombre de su casta. * * * 1556.--La diferencia hoy son 15 años. He aquí lo que escribí: Los grandes templos fueron levantados por los nobles antepasados, y sus reyes hicieron cosas de gran fama. Durante trece Katunes y seis años más estuvieron levantando las pirámides, los que las hacían en el tiempo antiguo. Desde el principio de las pirámides, hicieron quince veces cuatrocientas veintenas de ellas y cincuenta más, en su cuenta en conjunto. Las pirámides hechas llenaron toda la tierra del país, desde el mar hasta el tronco de esta tierra. Y dejaron sus nombres y los de los pozos. Entonces fue que su religión fue compuesta por Dios. ¡Y ardió por el fuego el pueblo de Israel y los profetas! ¡La memoria de los Katunes y los años fue tragada en la luna roja! ¡Roja luna roe de la tierra el linaje de los Tutulxiú! * * * Memoria de los Katunes y de los años en que fue por primera vez conquistada la tierra de Yucatán por los Dzules, hombres blancos. Que dentro del Once Ahau Katún sucedió que se apoderaron de "la puerta del agua", Ecab. Del Oriente vinieron. Cuando llegaron, dicen que su primer almuerzo fue de anonas. Esa fue la causa de que se les llamara "extranjeros comedores de anonas". "Señores extranjeros chupadores de anonas" fue su nombre. Así los nombraron los habitantes del pueblo que conquistaron: los de Ecab. Nacom Balam es el nombre del primer conquistado, en Ecab, por el primer capitán Don Juan de Montejo, primer conquistador, aquí en el país de Yucatán. En este mismo Katún sucedió que llegaron a Ichcaansihó. En el año de 1513, en el Trece Ahau Katún sucedió que conquistaron Campeche. Un Katún estuvieron allí. El sacerdote Camal, de Campeche, metió a los extranjeros al país. * * * Fue en 20 de agosto del año 1541. Marqué los nombres de los años en que empezó el Cristianismo. Mil quinientos diez y nueve años. Cumplidos ciento cincuenta y un años después, hubo acuerdo con los extranjeros. Eso es lo que pagáis. Se levantó la guerra entre los blancos y los otros hombres de aquí de los pueblos, los que eran capitanes de los pueblos antiguamente. Eso es lo que pagáis hoy. * * * He aquí lo que escribo. En el año de mil quinientos cuarenta y uno, fue la primera llegada de los Dzules, los extranjeros, por el Oriente, a Ecab, que así es su nombre. El año en que llegaron a la "puerta del agua", Ecab, pueblo de Nacom Balam, era el primer principio de los días y de los años del Katún Once Ahau. Quince veintenas de años antes de que llegaran los Dzules fue la dispersión de los Itzaes. Fue abandonada la ciudad de Sac-lah-tun, y fue arruinada la ciudad de Kinchilcobá. Y fue arruinada Chichén Itzá. Y fue abandonada la ciudad de Uxmal, y la que está al sur de la ciudad de Uxmal nombrada Cib, y también Kabah. Y fue arruinada Seyé, y Pakam, y Homtún, y la ciudad de Tixcalom-kin, y Aké, la de las puertas de piedra. Y fue abandonada la ciudad a donde baja la lluvia del rocío, Etzemal. Allí bajó el hijo del verdadero Dios, Señor del cielo, Rey, Virgen Milagrosa. Y dijo el Rey: "Bajen las rodelas de Kinich-Kakmó. Ya no puede reinar aquí. Pero queda el Milagroso y el Misericordioso. Bajaron cuerdas, bajaron cíngulos venidos del cielo. Bajó su voz, venida del cielo. Y entonces fue reverenciada su divinidad por los demás pueblos, que dijeron que eran vanos los dioses de Emmal. Y entonces se fueron los grandes Itzaes. Trece veces cuatrocientas veces cuatrocientos millares y quince veces cuatrocientas veces, cuatrocientos centenares más, su éxodo, los ancianos jefes de los herejes Itzaes. He aquí que se fueron. También sus discípulos fueron tras ellos en gran número y les daban su sustento. Trece medidas de maíz, y nueve medidas y tres puñados de grano, para cada uno, fue su ración. Y muchos pequeños pueblos, con sus dioses familiares delante, fueron tras ellos también. No quisieron esperar a los Dzules, ni a su cristianismo. No quisieron pagar tributo. Los espíritus señores de los pájaros, los espíritus señores de las piedras preciosas, los espíritus señores de las piedras labradas, los espíritus señores de los tigres, los guiaban y los protegían. ¡Mil seiscientos años y trescientos años más y habría de llegar el fin de su vida! Porque sabían en ellos mismos la medida de su tiempo. Toda luna, todo año, todo día, todo viento, camina y pasa también. También toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono. Medido estaba el tiempo en que pudieran elevar sus plegarias. Medido estaba el tiempo en que pudieran recordar los días venturosos. Medido estaba el tiempo en que mirara sobre ellos la celosía de las estrellas, de donde, velando por ellos, los contemplaban los dioses, los dioses que están aprisionados en las estrellas. Entonces todo era bueno. Había en ellos sabiduría. No había entonces pecado. Había santa devoción en ellos. Saludables vivían. No había entonces enfermedad; no había dolor de huesos; no había fiebre para ellos, no había viruelas, no había ardor de pecho, no había dolor de vientre, no había consunción. Rectamente erguido iba su cuerpo, entonces. Pero vinieron los Dzules y todo lo deshicieron. Ellos enseñaron el miedo; y vinieron a marchitar las flores. Para que su flor viviese, dañaron y sorbieron la flor de los otros. Mataron la flor de Nacxit Xuchitl. No había ya buenos sacerdotes que nos enseñaran. Ese es el origen del asiento del segundo tiempo, del reinado del segundo tiempo. Y es también la causa de nuestra muerte. No teníamos buenos sacerdotes, no teníamos sabiduría, y al fin se perdió el valor y la vergüenza. Y todos fueron iguales. No había Alto Conocimiento, no había Sagrado Lenguaje, no había Divina Enseñanza en los sustitutos de los dioses que llegaron aquí. ¡Castrar al Sol! Eso vinieron a hacer aquí los extranjeros. Y he aquí que quedaron los hijos de sus hijos en medio de las gentes, que sólo reciben su miseria. Sucede que tienen rencor estos Dzules, porque los Itzaes tres veces fueron a atacarlos a causa de que hace sesenta años les quitaron nuestro tributo, porque desde hace tiempo están predispuestos contra estos hombres Itzaes. No, nosotros lo hicimos y nosotros lo pagamos hoy. Tal vez por el Concierto que hay ahora esto acabe en que haya concordia entre nosotros y los Dzules. Si no es así, vamos a tener una gran guerra.
contexto
CAPÍTULO III De la cualidad de la tierra donde se hallan metales, y que no se labran todos en Indias, y de cómo usaban los indios de los metales La causa de haber tanta riqueza de metales en Indias, especialmente en las Occidentales del Pirú, es como está dicho, la voluntad del Creador, que repartió sus dones como le plugo. Pero llegándonos a la razón y filosofía, es gran verdad lo que escribió Filón, hombre sabio, diciendo que el oro y plata y metales naturalmente nacían en las tierras más estériles e infructuosas. Así vemos que tierra de buen témpero, y fértiles de yerba y frutos, raras veces o nunca son de minas, contentándose la naturaleza con darles vigor para producir los frutos más necesarios al gobierno y vida de los animales y hombres. Al contrario, en tierras muy ásperas, y secas y estériles, en sierras muy altas, en peñas muy agras, en temples muy desabridos, allí se hallan minas de plata y de azogue, y lavaderos de oro y toda cuanta riqueza ha venido a España; después que se descubrieron las Indias Occidentales ha sido sacada de semejantes lugares ásperos, trabajosos, desabridos, estériles; mas el gusto del dinero los hace suaves, y abundantes y muy poblados. Y aunque hay en Indias, como he dicho, vetas y minas de todos metales, pero no se labran sino solamente minas de plata y oro, y también de azogue, porque es necesario para sacar la plata y el oro. El hierro llevan de España, y de la China. Cobre usaron labrar los indios, porque sus herramientas y armas no eran comúnmente de hierro, sino de cobre. Después que españoles tienen las Indias, poco se labran ni siguen minas de cobre, aunque las hay muchas, porque buscan los metales más ricos, y en esos gastan su tiempo y trabajo; para esos otros se sirven de lo que va de España o de lo que a vuelta del beneficio de oro y plata resulta. No se halla que los indios usasen oro, ni plata, ni metal para moneda, ni para precio de las cosas; usábanlo para ornato, como está dicho. Y así tenían en templos, y palacios y sepulturas, grande suma y mil géneros de vasijas de oro y plata. Para contratar y comprar, no tenían dinero sino trocaban unas cosas con otras, como de los antiguos refiere Homero y cuenta Plinio. Había algunas cosas de más estima que corrían por precio en lugar de dinero, y hasta el día de hoy dura entre los indios esta costumbre, como en las provincias de México usan del cacao, que es una frutilla, en lugar de dinero, y con ella rescatan lo que quieren. En el Pirú sirve de lo mismo la coca, que es una hoja que los indios precian mucho, como en el Paraguay usan cuños de hierro por moneda, y en Santa Cruz de la Sierra, algodón tejido. Finalmente su modo de contratar de los indios, su comprar y vender, fue cambiar y rescatar cosas por cosas; y con ser los mercados grandísimos y frecuentísimos, no les hizo falta el dinero ni habían menester terceros, porque todos estaban muy diestros en saber cuánto de qué cosa era justo dar por tanto de otra cosa. Después que entraron españoles, usaron también los indios el oro y la plata para comprar, y a los principios no había moneda, sino la plata por peso era el precio, como de los romanos antiguos se cuenta. Después por más comodidad se labró moneda en México y en el Pirú, mas hasta hoy ningún dinero se gasta en Indias Occidentales de cobre u otro metal, sino solamente plata u oro. Porque la riqueza y grosedad de aquella tierra no ha admitido la moneda que llaman de vellón, ni otros géneros de mezclas que usan en Italia y en otras provincias de Europa. Aunque es verdad que en algunas islas de Indias, como son Santo Domingo y Puerto Rico usan de moneda de cobre, que son unos cuartos que en solas aquellas islas tienen valor, porque hay poca plata y oro, aunque hay mucho, no hay quien le beneficie. Mas porque la riqueza de Indias y el uso de labrar minas consiste en oro, y plata y azogue, de estos tres metales diré algo, dejando por agora los demás.
contexto
CAPÍTULO III Ésta es la historia de una doncella, hija de un Señor llamado Cuchumaquic. Llegaron estas noticias a oídos de una doncella, hija de un Señor. El nombre del padre era Cuchumaquic y el de la doncella Ixquic. Cuando ella oyó la historia de los frutos del árbol, que fue contada por su padre, se quedó admirada de oírla. -¿Por qué no he de ir a ver ese árbol que cuentan?, exclamó la joven. Ciertamente deben ser sabrosos los frutos de que oigo hablar. A continuación se puso en camino ella sola y llegó al pie del árbol que estaba sembrado en Pucbal Chah. -¡Ah! , exclamó, ¿qué frutos son los que produce este árbol? ¿No es admirable ver cómo se ha cubierto de frutos? ¿Me he de morir, me perderé si corto uno de ellos?, dijo la doncella. Habló entonces la calavera que estaba entre las ramas del árbol y dijo: ¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redondos que cubren las ramas del árbol no son más que calaveras. Así dijo la cabeza de Hun Hunahpú dirigiéndose a la joven. ¿Por ventura los deseas?, agregó. -Sí los deseo, contestó la doncella. -Muy bien, dijo la calavera. Extiende hacia acá tu mano derecha. -Bien, replicó la joven, y levantando su mano derecha, la extendió en dirección a la calavera. En ese instante la calavera lanzó un chisguete de saliva que fue a caer directamente en la palma de la mano de la doncella. Miróse ésta rápidamente y con atención la palma de la mano, pero la saliva de la calavera ya no estaba en su mano. -En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia (dijo la voz en el árbol). Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que les da una hermosa apariencia. Y cuando mueren espántanse los hombres a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un Señor, de un hombre sabio o de un orador. $u condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del Señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan a sus hijas y a los hijos que engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra que así será, dijo la cabeza de Hun-Hunahpú y de Vucub Hunahpú. Y todo lo que tan acertadamente hicieron fue por mandato de Huracán, Chipi Caculhá y Raxa Caculhá. Volvióse en seguida a su casa la doncella después que le fueron hechas todas estas advertencias, habiendo concebido inmediatamente los hijos en su vientre por la sola virtud de la saliva. Y así fueron engendrados Hunahpú e Ixbalanqué. Llegó, pues, la joven a su casa y después de haberse cumplido seis meses, fue advertido su estado por su padre, el llamado Cuchumaquic. Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, al observar que tenía hijo. Reuniéronse entonces en consejo todos los Señores Hun Camé y Vucub Camé con Cuchumaquic. -Mi hija está preñada, Señores; ha sido deshonrada, exclamó el Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores. -Está bien, dijeron éstos. Oblígala a declarar la verdad, y si se niega a hablar, castígala; que la lleven a sacrificar lejos de aquí. -Muy bien, respetables Señores, contestó. A continuación interrogó a su hija: -¿De quién es el hijo que tienes en el. vientre, hija mía? Y ella contestó: -No tengo hijo, señor padre, aún no he conocido varón. -Está bien, replicó. Positivamente eres una ramera. Llevadla a sacrificar, señores Ahpop Achih; traedme el corazón dentro de una jícara y volved hoy mismo ante los Señores, les dijo a los buhos. Los cuatro mensajeros tomaron la jícara y se marcharon llevando en sus brazos a la joven y llevando también el cuchillo de pedernal para sacrificarla. Y ella les dijo: -No es posible que me matéis, ¡oh mensajeros!, porque no es una deshonra lo que llevo en el vientre, sino que se engendró solo cuando fui a admirar la cabeza de Hun-Hunahpú que estaba en Pucbal Chah. Así, pues, no debéis sacrificarme, ¡oh mensajeros!, dijo la joven, dirigiéndose a ellos. -¿Y qué pondremos en lugar de tu corazón? Se nos ha dicho por tu padre: "Traedme el corazón, volved ante los Señores, cumplid vuestro deber y atended juntos a la obra, traedlo pronto en la jícara, poned el corazón en el fondo de la jícara." ¿Acaso no se nos habló así? ¿Qué le daremos entre la jícara? Nosotros bien quisiéramos que no murieras, dijeron los mensajeros. -Muy bien, pero este corazón no les pertenece a ellos. Tampoco debe ser aquí vuestra morada, ni debéis tolerar que os obliguen a matar a los hombres. Después serán ciertamente vuestros los verdaderos criminales y míos serán en seguida Hun Camé y Vucub Camé. Así, pues, la sangre y sólo la sangre será de ellos y estará en su presencia. Tampoco puede ser que este corazón sea quemado ante ellos. Recoged el producto de este árbol, dijo la doncella. El jugo rojo brotó del árbol, cayó en la jícara y en seguida se hizo una bola resplandeciente que tomó la forma de un corazón hecho con la savia que corría de aquel árbol encarnado. Semejante a la sangre brotaba la savia del árbol, imitando la verdadera sangre. Luego se coaguló allí dentro la sangre o sea la savia del árbol rojo, y se cubrió de una capa muy encendida como de sangre al coagularse dentro de la jícara, mientras que el árbol resplandecía por obra de la doncella. Llamábase Árbol rojo de granada pero desde entonces tomó el nombre de Árbol de la Sangre porque a su savia se le llama la Sangre. -Allá en la tierra seréis amados y tendréis lo que os pertenece, dijo la joven a los buhos. -Está bien, niña. Nosotros nos iremos allá, subiremos a servirte; tú, sigue tu camino mientras nosotros vamos a presentar la savia en lugar de tu corazón ante los Señores, dijeron los mensajeros. Cuando llegaron a presencia de los Señores, estaban todos aguardando. -¿Se ha terminado eso?, preguntó Hun Camé. -Todo está concluido, Señores. Aquí está el corazón en el fondo de la jícara. -Muy bien. Veamos, exclamó Hun Camé. Y cogiéndolo con los dedos lo levantó, se rompió la corteza y comenzó a derramarse la sangre de vivo color rojo. -Atizad bien el fuego y ponedlo sobre las brasas, dijo Hun-Camé. En seguida lo arrojaron al fuego y comenzaron a sentir el olor los de Xibalbá, y levantándose todos se acercaron y ciertamente sentían muy dulce la fragancia de la sangre. Y mientras ellos se quedaban pensativos, se marcharon los buhos, los servidores de la doncella, remontaron el vuelo en bandada desde el abismo hacia la tierra y los cuatro se convirtieron en sus servidores. Así fueron vencidos los Señores de Xibalbá. Por la doncella fueron engañados todos.
contexto
Capítulo III 201 De la prisa que los indios tienen en venir al bautismo, y de dos cosas que acontecieron en México y en Tezcuco 202 Vienen a el bautismo muchos, no sólo los domingos y días que para esto están señalados, sino cada día de ordinario, niños y adultos, sanos y enfermos, de todas las comarcas; y cuando los frailes andan visitando, les salen los indios al camino con los niños en los brazos, y con los dolientes a cuestas, y hasta los viejos decrépitos sacan para que los bauticen. También muchos dejan las mujeres y se casan con solo una, habiendo recibido el bautismo. Cuando van a el bautismo, los unos van rogando, otros importunando, otros lo piden de rodillas, otros alzando y poniendo las manos, gimiendo y encogiéndose, otros lo demandan y reciben llorando y con suspiros. 203 En México pidió el bautismo un hijo de Motezuma, que fue el gran señor de México, y por estar enfermo aquel su hijo fuimos a su casa, que era junto adonde ahora está edificada la iglesia de San Hipólito, en el cual día fue ganada México, y por eso en toda la Nueva España se hace gran fiesta aquel día, y le tienen por singular patrón de esta tierra. Sacaron a el enfermo para bautizarle en una silla, y haciendo el exorcismo, cuando el sacerdote dijo: ne te lateat sathana, comenzó a temblar en tanta manera, no sólo al enfermo sino también la silla en que estaba, tan recio que al parecer de todos los que allí se hallaban parecía salir de él el demonio, a lo cual fueron presentes Rodrigo de Paz que a la sazón era alguacil mayor (y por ser su padrino se llamó el bautizado Rodrigo de Paz), y otros oficiales de su majestad. 204 En Tezcuco yendo una mujer bautizada con un niño a cuestas, como en esta tierra se usa traer los niños, el niño era por bautizar; pasando de noche por el patio de los teucales, que son las casas del demonio, salió a ella el demonio, y echó mano de la criatura, queriéndola tomar a la madre, que muy espantada estaba, porque no estaba bautizado ni señalado con la cruz, y la india decía: "Jesús, Jesús"; y luego el demonio dejaba el niño, y en dejando la india de nombrar a Jesús, tornaba el demonio a quererla tomar el niño; esto fue tres veces, hasta que salió de aquel temeroso lugar. Luego otro día por la mañana, porque no le aconteciese otro semejante peligro, trajo al niño a que se le bautizasen, y así se hizo. Ahora es muy de ver los niños que cada día se vienen a bautizar, en especial aquí en Tlaxcala, que día hay de bautizar cuatro y cinco veces; y con los que vienen el domingo, hay semana que se bautizan niños de pila trescientos, y semana, de cuatrocientos, otras de quinientos con los de una legua a la redonda; y si alguna vez hay descuido o impedimento porque se deje de visitar los pueblos que están a dos y a tres leguas, después cargan tantos que es maravilla. 205 Asimismo han venido y vienen muchos de lejos a se bautizar con hijos y mujeres, sanos y enfermos, cojos y ciegos y mudos, arrastrando y padeciendo mucho trabajo y hambre, porque esta gente es muy pobre. 206 En muchas partes de esta tierra bañaban los niños recién nacidos a los ocho o diez días, y en bañando al niño poníanle una rodela pequeñita en la mano izquierda, y una saeta en la mano derecha; y a las niñas daban una escoba pequeñita. Esta ceremonia parecía ser figura del bautismo, que los bautizados habían de pelear con los enemigos del ánima, y habían de barrer y alimpiar sus conciencias y ánimas para en que viniese Cristo a entrar por el bautismo. 207 El número de los bautizados cuento por dos maneras; la una por los pueblos y provincias que se han bautizado, y la otra por número de los sacerdotes que han bautizado. Hay a el presente en esta Nueva España obra de sesenta sacerdotes franciscanos, que de otros sacerdotes pocos se han dado a bautizar; aunque han bautizado algunos, el número yo no sé qué tantos serán. Demás de los sesenta sacerdotes que digo, se habrán vuelto a España más de otros veinte, algunos de los cuales bautizaron muchos indios antes que se fuesen; y más de otros veinte que son ya difuntos, que también bautizaron muy muchos, en especial nuestro padre fray Martín de Valencia, que fue el primer prelado que en esta tierra tuvo veces del Papa, y fray García de Cisneros, y fray Juan Caro, un honrado viejo, el cual introdujo y enseñó primero en esta tierra el canto llano y el canto de órgano, con mucho trabajo; fray Juan de Perpiñán y fray Francisco de Valencia, los que cada uno de estos bautizó pasaron de cien mil; de los sesenta que al presente son este año de 1536, saco otros veinte que no han bautizado, así por ser nuevos en la tierra como por no saber la lengua, de los cuarenta que quedan echo a cada uno de ellos a cien mil o más, porque algunos de ellos hay que han bautizado cerca de trescientos mil, otros hay a doscientos mil, y a ciento cincuenta mil, y algunos que muchos menos; de manera que con los que bautizaron los difuntos, y los que se volvieron a España, serán hasta hoy día bautizados cerca de cinco millones. 208 Por pueblos y provincias cuento de esta manera: a México y a sus pueblos, y a Xuchimilco con los pueblos de la laguna dulce, y a Tlamanalco y Chalco, Cuauchnauac con Yucapixcla, y a Cuauquechula y Chietla, más de un millón. A Tezcuco, Otumba y Tepepulco y Tualanzinco, Coauthiclan, Tula, Xitotepec, con sus provincias y pueblos, más de otro millón; a Tlaxcala, la ciudad de los Ángeles, Cholola, Huejuzinco, Calpa, Tepeaca, Zaclatan, Ueytalpa, más de otro millón. En los pueblos de la Mar del Sur, más de otro millón. Y después que esto se ha sacado en blanco se han bautizado más de quinientos mil, porque en esta cuaresma pasada del año de 1537, en sola la provincia de Tepeaca se han bautizado por cuenta más de sesenta mil ánimas; por manera que, a mi juicio y verdaderamente, serán bautizados en este tiempo que digo, que serán quince anos, más de nueve millones de ánimas de indios.
contexto
Capítulo III De los vestidos y armas de los Yngas El Ynga, cuando salía de su casa, que era pocas veces, caminaba en unas andas y en la guerra entraba en ellas muy ricamente aderezadas, con abundancia de pedrería, sobre oro y plata, de que eran hechas, y plumería de todas colores. Estas andas era su oficio el llevarlas en los hombros, con el Ynga, los indios rucanas, que es una provincia deste reino, y ansí los llamaban incapricran, que significa hombros del Ynga. En las grandes fiestas y solemnidades las llevaban curacas e indios principales, a remuda, y cuando entraba en la guerra llevaba una honda en la mano, con la cual tiraba de rato en rato, para animar la gente y esforzarla en la pelea. El vestido que ordinariamente usaba era una camiseta de cumbi labrada, la cual era obra de las ñustas, que lo hilaban sutilísimamente para tejer los vestidos del Ynga, y esculpían en ellas maravillosas labores de tocapo, que ellos dicen que significa diversidad de labores, con mil matices de sutil manera, al modo de los almaisales moriscos, de primor excelente, y unas veces de color morado, otras verde, otras azul, otras carmesí finísimo. La manta que ellos llaman yacolla era del mismo cumbi, aunque no llevaba labores, ni en ellas las usaban. En la cabeza traían un rodete redondo que ellos llaman llaitu, ancho de dos dedos, el cual se ponían en la frente y en el chaquira, y otros dijes y piedras preciosas, y allí asientan plumas y penachos. Esto usaban en tiempo de paz, que al entrar en las batallas usaban de unas celadas fortísimas, que bastaban a defender cualquier golpe de espada y, macana. La insignia real y corona era mixca paicha, la cual hacían de lana carmesí, finísima, con algunos hilos de toro, y ésta se ponía que le cogía de sien a sien, y fue uso imviolable entre ellos, que ningún Ynga tomaba en sí la administración y gobierno de el reino, hasta que solemnemente había recibido esta borla, que era como coronación y jura que le hacían, reconociéndole por Ynga y Señor, y prometiéndole vasallaje. El cetro era de oro y llárrianle los yndios tupayauri, y las armas e insignias que tenían eran, fuera de la mascapaicha y borla dicha, una casa grande y un cóndor, que en España llaman buitre, y dos culebras, con un tigre arrimado a un árbol. El calzado eran unas ojotas que cubrían las plantas de los pies, y se enlazaban en medio del pie con sus asideros por el carcañal; y adonde se trababan las lazadas ponían unas cabezas de leones, o tigres, o de otros animales, hechos de oro y de plumería, y piedras ricas de esmeraldas, y otras que en este Reino había. Las andas no eran permitidas a otro que el Ynga y supremo Señor, y aquellos caciques y capitanes que, por sus hazañas y grandezas en la guerras, habiendo merecido renombre de valerosos, para honrarlos se las enviaba el Ynga, o les daba licencia de usar de ellas, porque estos solos andaban en andas y tenían facultad de usar de esta majestad, que entre ellos era de grandísima preeminencia y estimación. Otros dicen que estas andas del Ynga las llevaban, cuando caminaba, cuatro señores principales, de las cuatro partes y provincias deste Reino, en que está dividido, de Colla Suyo, Antesuyo, Contesuyo y Chinchai Suyo, pero lo más cierto y común es que los indios rucanas, como tengo dicho, eran a los que pertenecía semejante oficio. De ordinario llevaba el Ynga, cuando salía fuera, delante de sí, a modo del guión que usan los Reyes, uno como penacho puesto en palo largo hecho a manera de mitra, salvo que era redondo. Este era hecho de mucho número de plumas coloradas, verdes, amarillas, azules, encarnadas y de todas cuantas flores se hallaban. Este guión llevaba un orejón principal, en alto, señalando con él que allí iba la persona del Ynga, detrás del cual iba también un paje que llevaba el arco y otro las flechas.
contexto
Capítulo III 303 De que no se debe alabar ninguno en esta vida; y de el mucho trabajo en que se vieron los frailes hasta quitar a los indios las muchas mujeres que tenían; y cómo se ha gobernado esta tierra después que en ella hay audiencia 304 Según el consejo del Sabio, no deben ser los hombres loados en esta caduca vida de absoluta alabanza, porque aún navegar en este grande y peligroso mar, y no saben si hallarán vía para tomar el puerto seguro; a aquél se debe con razón loar, que Dios tiene guiado de manera que está ya puesto en salvamento, y ha llegado a el puerto de la salvación, porque a el fin se canta la gloria. Y esto es mi intento, de no loar a ningún vivo en particular, sino decir loores de la buena vida y ejemplo que los frailes menores en esta tierra han tenido; los cuales obedeciendo a Dios salieron de su tierra dejando a sus parientes y a sus padres, dejando las casas y monasterios en que moraban, que todos están apartados de los pueblos, y muchos en las montañas metidos, ocupados en la oración y contemplación, con grande abstinencia y mayor penitencia; y muchos de ellos vinieron con deseo de martirio y lo procuraron mucho tiempo antes, y habían demandado licencia para ir entre infieles, aunque hasta ahora Dios no ha querido que padezcan martirio de sangre. Mas trájolos a esta tierra de Canaán para que le edificasen nuevo altar entre esta gentilidad e infieles y para que multiplicasen y ensanchasen su santo nombre y fe, como parece en mucho capítulos de este libro. De los pueblos y provincias que convirtieron y bautizaron en el principio de la conversión cuando la multitud venía a el bautismo, que eran tantos los que se venían a bautizar, que los sacerdotes bautizantes muchas veces les acontecía no poder levantar el jarro con que bautizaban por tener el brazo cansado, y aunque remudaban, el jarro les cansaba ambos brazos, y de traer el jarro en las manos se les hacían callos y aun llagas. A un fraile aconteció que como hubiese poco que se había rapado la corona y la barba, bautizando en un gran patio a muchos indios, que aún entonces no había iglesias, y el sol ardía tanto que le quemó toda la cabeza y la cara, de tal manera, que mudó los cueros todos de la cabeza y del rostro. En aquel tiempo acontecía a un solo sacerdote bautizar en un día cuatro, y cinco y seis mil; y en Xuchimilco bautizaron en un día dos sacerdotes más de quince mil; el uno ayudó a tiempos y a tiempos descansó éste; bautizó poco más de cinco mil, y el otro que más tuvo tela bautizó más de diez mil por cuenta. Y porque eran muchos los que buscaban el bautismo, visitaban y bautizaban en un día tres y cuatro pueblos, y hacían el oficio muchas veces a el día, y salían los indios a recibirlos y a buscarlos por los caminos y dábanlo muchas rosas y flores y algunas veces les daban cacao, que es una bebida que en esta tierra se usa mucho, en especial en tiempo de calor. Este acatamiento y recibimiento que hacen a los frailes vino de mandarlo el señor marqués del Valle don Hernando Cortés a los indios; porque desde el principio les mandó que tuviesen mucha reverencia y acatamiento a los sacerdotes, como ellos solían tener a los ministros de sus ídolos. Y también hacían entonces recibimientos a los españoles, lo cual ya todos no lo han querido consentir y han mandado a los indios que no lo hagan, y aun con todo esto en algunas partes no basta. 305 Después que los frailes vinieron a esta tierra, dentro de medio año comenzaron a predicar, a las veces por intérprete y otras por escrito; pero después que comenzaron a hablar la lengua predica muy a menudo los domingos y fiestas, y muchas veces entre semana, y en un día iban y andaban muchas parroquias y pueblos; días hay que predican dos y tres veces, y acabado de predicar siempre hay algunos que bautizar. Buscan mil modos y manera para traer a los indios en conocimiento de un solo Dios verdadero; y para apartarlos del error de los ídolos diéronles muchas maneras de doctrina. A el principio para les dar sabor enseñáronles el per signum crucis, el Pater Noster, Ave María, Credo, Salve, todo cantado de un canto muy llano y gracioso. Sacáronles en su propia lengua de Anáhuac los mandamientos en metro y los artículos de la fe, y los sacramentos también cantados; y aún hoy día los cantan en muchas partes de la Nueva España. Asimismo les han predicado en muchas lenguas y sacado doctrinas y sermones. En algunos monasterios se ayuntan dos y tres lenguas diversas; y frailes hay que predican en tres lenguas todas diferentes, y así van discurriendo y enseñando por muchas partes, a donde nunca fue oída ni recibida la palabra de Dios. No tuvieron tampoco poco trabajo en quitar y desarraigar a estos naturales la multitud de las mujeres, la cual cosa era de mucha dificultad, porque se les hacía muy dura cosa dejar la antigua costumbre carnal, y cosa que tanto abraza la sensualidad; para lo cual no bastaban fuerzas ni industrias humanas, sino que el Padre de las misericordias les diese su gracia porque no mirando la honra y parentesco que mediante las mujeres con muchos contraían, y gran favor que alcanzaban, tenían con ellas mucha granjería y quien tejía y hacía mucha ropa y eran muy servidos, porque las mujeres principales llevaban consigo otras criadas. Después de venidos a el matrimonio tuvieron muy gran trabajo y muchos escrúpulos hasta darles la verdadera y legítima mujer, por lo muy arduos y muy nuevos casos y en gran manera intrincados contraimientos que en estas partes se halla. Habían éstos contraído con las hijas de los hombres o del demonio de do procedieron gigantes que son lo enormes y grandes pecados; y no se contentaban con una mujer, porque un pecado llama y trae otro pecado, de que se hace la cadena de muchos eslabones de pecados con que el demonio los trae encadenados; mas ahora ya todos reciben el matrimonio y ley de Dios, aunque en algunas provincias aún no han dejado las mancebas y concubinas todas. 306 El continuo y mayor trabajo que con estos indios se pasó, fue en las confesiones, porque son tan continuas que todo el año es una cuaresma, a cualquiera hora del día y en cualquier lugar, así en las iglesias como en los caminos; y sobre todo son los continuos enfermos; las cuales confesiones son de muy gran trabajo; porque como los agravian las enfermedades, y muchos de ellos nunca se confesaron, y la caridad demanda ayudarlos y disponer como quien está in articulo mortis para que vayan en vía de salvación. Muchos de éstos son sordos, otros llagados, que cierto los confesores en esta tierra no tienen de ser delicados ni asquerosos para sufrir esta carga; y muchos días son tantos los enfermos, que los confesores están como Josué rogando a Dios que detenga el sol y alargue el día para que se acaben de confesar los enfermos. Bien creo yo que los que en este trabajo se ejercitaren y perseveraren fielmente, que es género de martirio y delante de Dios muy acepto servicio; porque son éstos como los ángeles que señalan con el tau a los gimientes y dolientes; ¿qué otra cosa es bautizar, desposar, confesar, sino señalar siervos de Dios, para que no sean heridos del ángel percuciente, y los así señalados trabajen de los defender y guardar de los enemigos que no los consuman y acaben? 307 Tiempo fue, y algunos años duró, que los que de oficio debieran defender y conservar los indios, los trataban de tal manera que entraban buenas manadas de esclavos en México, hechos como Dios sabe. Y los tributos de los indios no pequeños, y las obras que sobre todo esto les cargaron, encima no pocas, y los materiales a su costa. Iba la cosa de tal manera que como quien se come una manzana, se iban a tragar los indios; pero el pastor de ellos, al cual principalmente pertenecía de oficio, que fue el primer obispo de México, don fray Juan de Zumárraga, y aquellos de quien al presente hallo, que son escorias y heces del mundo, opusiéronse de tal manera para que no tragasen la manzana sin las mondaduras, y así les amargaron las cortezas; que no se tragaron ni acabaron los indios; porque Dios, que tiene a muchos de estos indios y muchos de sus hijos y nietos predestinados para su gloria, lo remedió, y el Emperador desde que fue informado proveyó de tales personas que desde entonces les va a los indios de bien en mejor. 308 Bien son dignos de perpetua memoria los que tan buen remedio pusieron a esta tierra; éstos fueron el obispo don Sebastián Ramírez, presidente de la Audiencia Real, el cual tuvo singular amor a estos indios y los defendió y conservó sabiamente, y rigió la tierra en mucha paz con los buenos coadjutores que tuvo, los cuales, no menos gracias merecen, que fueron los oidores que con él fueron proveídos; de la cual Audiencia había bien qué decir, y de cómo remediaron esta tierra; que la hallaron con la candela en la mano, que si mucho se tardaran bien la pudieran hacer la sepultura como a las otras islas; más de esto es lo que siento que lo que digo; yo creo que son dignos de gran corona delante del Rey del cielo y del de la tierra también. Y para todo buen aprovechamiento trajo al señor don Antonio de Mendoza, visorrey y gobernador, que ha echado el sello, y en su oficio ha procedido prudentemente, y ha tenido y tiene grande amor a esta patria, conservándola en todo buen regimiento de cristiandad y policía. Los oidores fueron el licenciado Juan de Salmerón, el licenciado Alonso Maldonado, el licenciado Ceynos, el licenciado Quiroga.
contexto
En que se prosigue el descubrimiento, y salida del puerto del general; su gran tormenta y llegada a la Nueva España y Pirú Isla de San Cristóbal.--A trece de junio se hicieron las naos a la vela, y media legua a barlovento, donde habían estado antes con el bergantín, se vieron muchas poblaciones y una isla, y desde allí se fue a una isla, que se llamó San Cristóbal. Tomóse puerto en ella, saltando en tierra el general, que, visto por los indios, decían por señas a los nuestros que se volviesen, y viendo no querían, fue cosa notable de ver las bravuras que hicieron, visajes, temblores y revolcar y escarbar en la arena con los pies y manos, irse a la mar, echar el agua por alto y otros muy extraños ademanes. Tocóse nuestra trompeta a recoger, vino Pedro Sarmiento donde estaba el general con toda la gente, y los indios se vinieron para los nuestros con sus armas en las manos a punto de pelear; cada uno tenía dos o tres dardos, otros macanas, arcos y flechas: llegáronse tan cerca, que si desembarazaran no dejaran de herir a los nuestros, porque el general les decía por señas que se fuesen, que no los quería hacer mal: esto no aprovechaba, mas antes enarcaban los arcos y hacían muestras de arrojar dardos, y porque no se quisieron ir se dispararon los arcabuces: matando uno y otros muchos heridos, se fueron todos. Entraron los nuestros en su pueblo y en él hallaron gran cantidad de panes y ñames, muchos cocos y almendras, que había para cargar una nao, y así con las barcas, aquel día, no se hizo otra cosa sino llevar comida a ellas: los indios nunca más se atrevieron a volver, y con lo hecho, nuestra gente se embarcó, porque se acercaba la noche. Este puerto está en once grados y muy pegado a la isla de Santiago por la parte del Sueste; es isla muy estrecha y montuosa, la gente como la demás. Islas de Pauro y de Santa Catalina.--A cuatro de julio el general envió por caudillo a Francisco Muñoz Rico, con doce soldados y trece marineros, en el bergantín, a descubrir: salió costeando esta isla de Pauro, que así se llamaba en lengua natural; córtese hasta media isla, Norueste Sueste, viente leguas, toca una cuarta del Leste y la otra mitad se corre el Este Oeste cuarta de Norueste Sueste: está la punta de esta isla en once grados y medio, y toda ella tiene de boj cien leguas y de ancho siete; es muy poblada. Descubriéronse otras dos islas pequeñas; fuese a la banda del Sur, que es la menor, y estando surtos, vinieron doce indios nadando y entraron en el bergantín, a donde estuvieron un rato, y los nuestros por señas les preguntaron si adelante había más tierra; a esto dijeron que no, sino a la parte y vuelta del Sueste señalaban que había mucha tierra, y dice Hernán Gallego que también él vio, a la cual no se fue por no tener espacio. Quisieron echar mano a los indios; mas ellos hicieron tanta fuerza, que se huyeron a nado y fueron a su isla, y nuestra gente, saltando en tierra, tomaron algunos puercos, muchas almendras y plátanos; hízose subir un marinero en una palma a ver si descubría tierra por la parte del Sur, o del Sueste, o del Leste, o del Lesnoreste, y no pareció cosa. Púsose a esta isla Santa Catalina y el natural es Aguarí; su boj es cuatro leguas; es baja y llana; tiene muchos palmares; es muy poblada, y cercada de arrecifes; su altura once grados dos tercios a dos leguas del remate de isla de San Cristóbal. Isla de Santa Ana.--La otra isla dista tres leguas, y casi la misma altura: llámase isla de Santa Ana, en natural se dice Itapa; tiene de boj siete leguas; está baja y redonda, con un alto en medio a manera de castillo; es bien poblada y fértil, tiene puercos y gallinas, y un puerto muy bueno a la parte del Leste: saltó el caudillo en tierra y los indios acometieron a los nuestros con muchos dardos, flechas y alaridos; venían enbijados; con ramos en las cabezas y unas bandas por el cuerpo: salieron a ellos cuatro rodeleros y cuatro arcabuceros, y tres negros y el caudillo delante, peleando todos bien sin ayuda de otros que estaban en tierra aprestándose. El piloto mayor les decía desde el bergantín que no volviesen pie atrás; hirieron a tres nuestros y un negro, que, visto por el caudillo, cerró con ellos y, muertos dos, se huyeron los demás: arrojaron al caudillo un dardo, con tanta furia y fuerza, porque la gente la tiene, que le pasaron la rodela y el brazo y sobró un palmo del dardo a la otra parte, y por esto, tomada agua, se les quemó el pueblo. Miróse desde un alto y no se vio tierra: embarcados, se fue costeando la isla de San Cristóbal; tomaron en una canoa a dos indios, con que, llegando a los navíos, el piloto mayor dio cuenta al general de lo hecho, y como no se vio más tierra y que a la parte del Oessudueste estaba una infinidad de ella, hizo el general junta de todos los pilotos y capitanes y en ella se acordó que se hiciese jarcia, alojasen los navíos, y se les dio lado lo mejor que pudo. Hubo en la junta, en razón del viaje que se había de hacer para el Pirú, diversos pareceres, si había de ser por la parte del Sur: acordóse que fuese por la parte del Norte y que no se perdiese más tiempo, porque no se acabasen los bastimentos ni desaparejasen los navíos, y esto se ejecutó. Miércoles a once de agosto se dieron velas a las naos: tardáronse siete días en montar la isla de San Cristóbal; salieron de ella y con recio viento Lessueste se navegó al Noreste cuarta del Leste, y con algunos contrastes se fue navegando del Lesnoreste al Norte más y menos y en pareja: de dos hasta cuatro grados parte del Sur se hallaron muchas palmas atadas, y leños quemados y otros palos y rosuras, que salían de ríos, señales de tierra al Oeste: entendióse ser la Nueva Guinea. A cuatro se septiembre, estando en la equinoccial, quisieron los pilotos hacer al general un requerimiento dando por razón andaban perdidos y ser mejor de golpe subir a uno u otro polo; y unos a otros se decían ser enemigo de Dios y suyo el que otra cosa hacía: acordóse seguir la vía, como ayudase el tiempo del Norte al Norueste, y así fueron. En once días caminaron veinte y cinco leguas y se hallaron en cinco grados parte del Norte, y no es de espantar, por ser cierto en aquel paraje de poca altura hallarse pocos vientos y al propósito: tuvieron aquí un aguacero de que se cogió agua y les dio la brisa del Leste y colaterales con algunos aguaceros. Viose tierra y fuese a ella; no se surgió por mucho fondo: salió gente en el batel a buscar agua, y vistos los naturales se huyeron. Viose ir a la vela una cierta embarcación; saltó nuestra gente en tierra y en ella hallaron un escoplo hecho de un clavo, y un gallo y muchos pedazos de cuerda y muchas palmas agujereadas, señal que el agua que los naturales beben es la que cogen allí y que hacen otras bebidas de unas ciertas piñas que se vieron, con que se volvieron sin agua. Esta tierra son dos islas de quince leguas, con dos andanas de arrecifes y canales, y a su remate otras dos isletas; su altura ocho grados y dos tercios: navegóse al Norte, y por las faltas de pan y agua, se iba padeciendo mucho y muriendo alguna gente. Isla de San Francisco.--Topóse más adelante una isla baja, redonda, de mucha arena y matorrales, cercada de arrecifes, despoblada y poblada de muchos pájaros marinos, de boj dos leguas, de altura diez y nueve grados un tercio; llamóse de San Francisco. Navegóse al Norte y Noreste hasta treinta grados y un tercio, en el cual paraje, a diez y seis de septiembre, les dio un chubasco de agua menuda: amainaron, y al siguiente día al amanecer, la nao almiranta estaba aún a vista. Dioles en esta ocasión con tanta furia un viento Susueste, que confiesa el piloto mayor no haber visto otra tal furia en cuarenta y cinco años que tenía de navegación, y que le puso espanto; y que hasta media escotilla metió el costado del navío debajo del agua, que a no estar calafateada y clavada, los hundiera allí, y nadaban los marineros y soldados dentro de la nao. Alejóse el batel lleno de cables y agua, y con mucho trabajo se mandó dar un poco de vela al trinquete, y aún no estaban desatadas dos jaretas, cuando se hizo el trinquete mil andrajos y en ellos fue volando por los aires, quedando mondas las relingas y la nao zozobrada media hora, hasta que el general mandó cortar el árbol mayor, que fue a la mar con todos sus aparejos, llevándose al salir el canto del bordo, y el agua sobre él una vara de medir. Deshicieron el camarote de popa, y alijado, se dio vela con una frazada, con que la nao arribó y navegó al Sur aquella noche, y el día siguiente para atrás, con cincuenta leguas de pérdida y sin vista de la almiranta: este mal viento abonanzó y les dio otro con que se puso la proa a camino con sola la dicha vela. A diez y nueve de octubre se hizo el viento Lesnoreste y mucho, durando hasta veinte y nueve; por ser el navío molo de mar al través, se anduvo de una y otra vuelta, y se volvió a perder el camino que se había ganado el día antes: negocio de mucha pena. A veinte y nueve de octubre cargó el viento Sueste con tanta furia y mar, y con tantos truenos y relámpagos, que parecía hundirse el mundo: no se puso vela que no la llevase el viento; habiendo en la nao siempre un codo de agua. Desenvergóse la cebadera y púsose por trinquete para correr con ella; mas cargó tanto el viento Sur, que llevó la vela y quedaron sin ninguna: pusieron las frazadas y con ellas se corrió al Noreste hasta otro día postrero de octubre que el viento, con aguaceros, fue rodando hasta que se hizo Oeste, con que se navegó al Leste altura de viente y nueve grados. Pasó el viento al Noreste muy furioso, con que corrió al Sueste y duró hasta cuatro de noviembre, y bajóse a veinte y seis grados por no se poder tener el costado a la mar. Saltó el viento Leste y navegóse al Nornordeste: púsose un mastelero por árbol mayor con una vela que parecía de batel, con que se caminó hasta veinte y siete grados. Saltó el viento al Noreste, que parecía venían allí los demonios, y fuese al Leste cuarta del Sueste: pasó el viento al Lesnoreste, y corrióse al Sudeste, que era camino perdido. Iba la gente de sed y hambre muy fatigada; y tanto cuanto bastaba medio cuartillo de ruin agua y ocho onzas de bizcocho podrido en tan largo viaje, contrarios vientos, roto y mal aviado bajel; ver unos muertos de hambre y sed, otros de la flaqueza ciegos; y en punto de arribar, sin saber a dónde, ni tener con qué, ver los soldados estar jugando la ración de agua, y el perdidoso estar bramando hasta recibir la otra. Andando en estos contrastes, desaparejados y hambrientos, día de Santa Isabel dio viento, con que se puso la proa al camino. Navegóse hasta altura de treinta grados, y allí saltó el viento al Noreste, que duró hasta siete de diciembre con grandes fríos y nieblas, todo lo cual obligó a volver abajo más de treinta leguas. Algunos soldados se amohinaron e importunaron al general mandase arribar a los bajos de San Bartolomé: respondióles que no quería sino ir a dar cuenta a S. M. de lo hecho, y que, dando a medio cuartillo, tenía agua para viente días, con que sería Dios servido llegasen a la tierra deseada; y que cuando la necesidad obligase, se aconsejaría con su piloto mayor y haría lo que mejor pareciese para la salvación de todos. Estos que gruñían eran seis, que insistían en que arribasen y que el piloto mayor, por estar hecho a aquellos trabajos, no se le daba nada de andar un año y dos en la mar. A nueve de diciembre se pasó el viento al Sursueste y con él se navegó al Lesnoreste, altura treinta y un grados, en cuyo paraje se vio un palo de pino, mucha corrióla, gaviotas, un pato y otras cosas, todas señas de tierra. El viento se hizo Norte bonanza; acertó a lloviznar, y los marineros y soldados cogieron agua para tres días; aclaró el tiempo con viento fresco a propósito, y por las pocas velas se caminaba poco; las corrientes corrían mucho y mucho más los deseos de llegar a tierra, a cuya causa se hacía un año cada día. Acabáronse las tormentas, alargó el viento, favorecieron las olas y navegóse a popa, con que la víspera de Nuestra Señora de la O, a la tarde, fue Dios servido de mostrar la deseada tierra, que algunos desconfiados decían no ser posible, y certificados de ella, se alegraron de ver la madre de todos; que la mar es buena para los peces. Navegóse aquella noche, y amanecióse junto a dos islas, una legua de tierra firme, altura de treinta grados. Habiendo afijado la aguja un día antes, navegóse al Sueste y se ensenaron en una grande bahía, en que surgieron en cieno al pie de un banco de arena, altura de veinte y siete grados tres cuartos: tiene a la punta dos islas, entre ellas y la tierra firme un muy buen fondo; la mayor tiene unos bajos de la parte del Sueste, que salen dos leguas a la mar. A veinte y dos de enero de mil quinientos y sesenta y nueve se entró en el puerto de Santiago, por otro nombre de Salagua, y a tres días allegados, arribó la almiranta, sin árbol mayor ni batel y con sola una botija de agua, y tan necesitada del camino y tormentas como la capitana. Su piloto se llamaba Pedro Rodríguez; surgió día de la Conversión de San Pablo: vino a Samano, alguacil mayor de México, a saber qué gente era; el cual, dando velas a dos de marzo y a veinte y dos de julio de la punta de Santa Elena, costa del Perú, don Fernando Henríquez, alférez real, llevó la nueva a Lima, con que se acabó este descubrimiento.