Capítulo II Teocuícatl: "Cantos divinos" Estamos ahora ante una forma de composiciones de hondo sentido religioso que se entonaban al son de la música en las grandes fiestas. Los teocuícatl, cantos o himno divinos, tenían muchas veces un carácter de súplica, como los dirigidos al Dios de la lluvia, a las deidades del maíz o al Señor de la guerra. Otros eran expresión de acción de gracias por los beneficios recibidos. Había también himnos de alabanza en que se recordaban los atributos extraordinarios de un dios. Los veinte himnos que aquí se ofrecen en traducción castellana constituyen una de las más elevadas expresiones del culto religioso de los antiguos mexicanos. Se conservan incluidos en el Código Matritense. Las ideas, el ritmo y paralelismo de las frases, así como las metáforas y símbolos de extraordinaria fuerza, pueden hacer recordar las composiciones de otras culturas, como, por ejemplo, los himnos védicos de la literatura sánscrita de la India. Lo arcaico del lenguaje de estos himnos prehispánicos explica que haya fragmentos de difícil comprensión. Por eso, en algunos casos, es necesario ofrecer explicaciones en notas a pie de página. También aquí estamos ante divinas palabras que son muestra --una de las más antiguas que se conservan--, del pensamiento religioso de los pueblos nahuas. Se incluyen además otras composiciones de muy considerable antigüedad. Probablemente las habían recibido los nahuas del siglo XV como legado proveniente, por lo menos, de los tiempos toltecas (siglos X-XI d.C.). De hecho, estos textos quedaron incluidos en fuentes distintas, como son el Códice Matritense, la Historia Tolteca-Chichimeca, el Códice Florentino. Pertenece a este grupo un poema atribuido a los teotihuacanos, que habían vivido en tiempos muy remotos, anteriores al florecimiento de Tula. De ese poema se dice que se entonaba ante los restos de personajes fallecidos, antes de que se procediera a incinerarlos. Se proclama allí que la muerte es una especie de transformación. Los hombres se mudan en faisanes y las mujeres en aves nocturnas. Así entrarán, divinizados, en el más allá. Otro antiguo himno procede, como ya dijimos, de la Historia Tolteca-Chichimeca. Según esa fuente indígena, dos jefes de origen tolteca habían llegado en su peregrinación ante la cueva del Cerro encorvado para invitar a un grupo de chichimecas a reunirse con ellos. Los toltecas, que se encontraban en el interior de la cueva, pidieron a los visitantes se dieran a conocer con un cantar que los identificara. Los dos jefes toltecas entonaron entonces este antiguo himno, en honor de Ometéotl, supremo dios de la dualidad. Afirman de él que es la fuente del mando, que es el espejo que hace aparecer las cosas, que es el inventor de los hombres. El texto mismo redactado en un lenguaje arcaico, pone ya de manifiesto su considerable antigüedad. Finalmente, en un tercer agrupamiento, damos la versión de buen número de composiciones, también de hondo sentido religioso, y a la vez más personales o íntimas. Estos poemas provienen de las colecciones de Cantares Mexicanos conservadas en la Biblioteca Nacional de México y en la de la Universidad de Texas en Austin. Al igual que los veinte himnos sacros o los otros poemas atribuidos a las etapas teotihuacana y tolteca, también estos cantos resultan, para nosotros, obra de autores anónimos. Relativamente copioso, a pesar de las pérdidas que ha habido, es lo que hasta nosotros ha llegado de la poesía religiosa nahuatl. En ella saltan a la vista algunos rasgos característicos de las diversas formas de poesía, creación de los antiguos mexicanos. Nos referimos a los frecuentes paralelismos, al empleo de ciertas metáforas --evocación de las flores, los plumajes preciosos, las ajorcas, las águilas y los ocelotes, etcétera--. A pesar de que, por razón natural, mucho de lo que se expresa en estos himnos nos resulta oscuro y aun misterioso, un acercamiento a ellos puede convertirse en inicio de revelación de lo que fue la espiritualidad del hombre de Mesoamérica. LOS VEINTE HIMNOS SACROS CANTO A HUITZILOPOCHTLI1 Huitzilopochtli, el joven guerrero, el que obra arriba, va andando su camino... --"No en vano tomé el ropaje de plumas amarillas: porque yo soy que ha hecho salir el sol". El Portentoso, el que habita en región de nubes: ¡uno es tu pie! El habitador de fría región de alas: ¡se abrió tu mano! Al muro de la región de ardores, se dieron plumas, se va disgregando, se dio grito de guerra... Ea, ea, ho ho! Mi dios se llama Defensor de hombres. Oh, ya prosigue, muy vestido va de papel, el que habita en la región de ardores, en el polvo, en el polvo se revuelve en giros. ¡Los Amantla son nuestros enemigos! ¡Ven a unirte a mí! Con combate se hace la guerra: ¡Ven a unirte a mí! ¡Los de Pipiltlan son nuestros enemigos! ¡Ven a unirte a mí! Con combate se hace la guerra: ¡Ven a unirte a mí! CANTO AL GUERRERO DEL SUR2 ¡Ahay! "En la casa de los dardos está mi jefe..." De este modo es lo que oigo, El hombre me avergüenza. Yo creo que soy el Terrible, ¡Ahay! Yo creo que voy junto al guerrero. Aún se ha dicho: "En la casa de los dardos está mi jefe". Ríen, gritan: --Ea, la casa de mi Noble. Jadeante el morador de Tocuilezco, ropajes de águila se diferenciaron en Huitzetlan.3 ¡Ahay! Entre los donceles de Oholopan4 emplumado fue mi cautivo. Tengo miedo, tengo miedo, emplumado fue mi cautivo. ¡Ahay! Entre los donceles de Huitznahuac, emplumado fue mi cautivo. Tengo miedo, tengo miedo, emplumado fue mi cautivo. ¡Ahay! Entre los donceles de Tzicotlan, emplumado fue mi cautivo. Tengo miedo, tengo miedo, emplumado fue mi cautivo. Se mete el dios Huitznahuac: al lugar de portentos baja. ¡Ahay! Ya salió el sol. ¡Ahay! Ya salió el sol: al lugar de portentos baja. Se mete el dios en Tocuilitlan: al lugar de portentos baja. ¡Ahay! Ya salió el sol. ¡Ahay! Ya salió el sol al lugar de portentos baja. CANTO DE TLÁTOC5 Ay, en México se está pidiendo prestamos al dios.6 En donde están las banderas de papel y por los cuatro rumbos están en pie los hombres. ¡Al fin es el tiempo de su lloro! Ah, yo fui creado y también festivos manojos de ensangrentadas [espigas conduzco al patio sagrado de mi dios. Ah, tú eres mi caudillo, oh Príncipe Mago, y aunque en verdad tú produjiste tu maíz, sustento nuestro, aunque tú eres el primero, sólo te causan vergüenza. --"Ah, pero si alguno me causa vergüenza,7 (es) porque no me conocía bien: vosotros, en cambio, sois mis padres, mi sacerdocio, Serpiente-Tigre..." Ah, de Tlalocan, en nave de turquesa, salió y no es visto Acatonal...8 ................................................................................. Ah, ve a todas partes, ah, ve, extiéndete en el Poyauhtlan.9 Con sonajas de nieblas es llevado al Tlalocan. Ah, mi hermano Tozcuecuech10 ................................................................................. Yo me iré para siempre: es tiempo de su lloro. ¡Ah, envíame al Lugar del Misterio:11 bajo su mandato! Y yo le dije al príncipe de funestos presagios: Yo me iré para siempre: ¡es tiempo de su lloro! Ah, a los cuatro años entre nosotros es el levantamiento: sin que lo sepan ellos, gente sin número, en la Mansión de los Descarnados: Casa de plumas de quetzal, se hace la transformación: es cosa propia del Acrecentador de los hombres.12 Ah, ve a todas partes,13 ah, ve, extiéndete en el Poyauhtlan. Con sonajas de niebla es llevado al Tlalocan.
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CAPÍTULO II Qué les movió a los antiguos a tener por cosa sin duda, que la Tórrida era inhabitable Agora pues, tomando la cosa de sus principios, nadie puede negar lo que clarísimamente vemos, que el sol con llegarse, calienta, y con apartarse, enfría. Testigos son de esto los días y las noches; testigos el invierno y el verano, cuya variación y frío y calor se causa de acercarse o alejarse el sol. Lo segundo y no menos cierto, cuanto se acerca más el sol y hiere más derechamente con sus rayos, tanto más quema la tierra. Vese claramente esto en el fervor del mediodía, y en la fuerza del Estío. De aquí se saca e infiere bien (a lo que parece) que en tanto será una tierra fría, cuanto se aparte más del movimiento del sol. Así experimentamos que las tierras que se allegan más al Septentrión y Norte, son tierras más frías y al contrario las que se allegan más al Zodíaco, donde anda el sol, son más calientes. Por esta orden excede en ser cálida la Etiopía a la África y Berbería, y éstas al Andalucía, y Andalucía a Castilla y a Aragón, y éstas a Vizcaya y Francia. Y cuanto más Septentrionales, tanto son éstas y las demás provincias menos calientes; y así por el consiguiente, las que se van más llegando al sol y son heridas más derecho con sus rayos, sobrepujan en participar más el fervor del sol. Añaden algunos otra razón para lo mismo, y es el movimiento del cielo, que dentro de los Trópicos es velocísimo y cerca de los polos tardísimo, de donde concluyen que la región que rodea el Zodíaco, tiene tres causas para abrasarse de calor, una la vecindad del sol, otra herirla derechos sus rayos, la tercera, participar el movimiento más apresurado del cielo. Cuanto al calor y al frío, lo que está dicho es lo que en el sentido y la razón parece que de conformidad afirman. Cuanto a las otras dos cualidades que son humedad y sequedad, ¿qué diremos? Lo mismo sin falta, porque la sequedad parece causarla el acercarse el sol, y a la humedad, el alejarse el sol; porque la noche, como es más fría que el día, así también es más húmeda; el día como más caliente, así también más seco. El invierno, cuando el sol está más lejos, es más frío y más lluvioso; el Verano cuando el sol está más cerca, es más caliente y más seco. Porque el fuego así como va cociendo o quemando, así va juntamente enjugando y secando. Considerando pues, lo que está dicho, Aristóteles y los otros filósofos atribuyen a la región media, que llaman Tórrida, juntamente exceso de calor y de sequedad; y así dijeron que era a maravilla abrasada y seca, y por el consiguiente, del todo falta de aguas y de pastos y siendo así, forzoso había de ser muy incómoda y contraria a la habitación humana.
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De la descripción del Río de la Plata, comenzando de la costa del mar Habiendo de tratar en este libro las cosas sucedidas en el descubrimiento y población de las provincias del Río de la Plata, no es fuera de propósito describirlas con sus partes y calidades, y lo que contiene en latitud y longitud con los caudalosos ríos, que se reducen en el principal, y la multitud de indios naturales de diversas naciones, costumbres y lenguajes, que en sus términos incluyen; para lo cual es de saber que esta gobernación es una de las mayores, que Su Majestad tiene y posee en las Indias; porque a más de habérsele dado de costa al mar Océano 400 leguas de latitud, corre de largo más de 800 hasta los confines de la gobernación de Serpa y Silva, por medio del cual corre este río hasta el mar Océano, donde sale con tan gran anchura, que tiene más de 85 leguas de boca, haciendo un cabo de cada parte: el que está al lado del sur a mano izquierda, como por él entramos, se llama Cabo Blanco, y el otro que está al lado del norte a mano derecha, se dice de Santa María junto a las islas de los castillos, que son unos médanos de arena, que de muchas leguas parecen del mar adentro. Está este cabo en 35 grados poco más, y el otro en 37 y medio, del cual para el estrecho de Magallanes hay 18 grados. Corre esta gobernación a esta parte, según lo que S.M. le concede, 200 leguas. Es toda aquella costa muy rasa, falta de leña, y de pocos puertos y ríos, salvo uno que llaman del Inglés a la primera vuelta del cabo, y otro muy adelante, que llaman la Bahía sin Fondo, que está de esta otra parte de un gran río, que los de Buenos Aires descubrieron por tierra el año de 1605, saliendo en busca de la noticia, que se dice de los Césares, sin que por aquella parte descubriesen cosa de consideración, aunque se ha entendido haberla más arrimado a la Cordillera, que de Chile para el estrecho, y no a la costa del mar por donde fueron descubriendo; y más adelante el de los Gigantes hasta el de Santa Ursula, que está en 53 grados hasta el Estrecho. Vuelto al otro cabo para el Brasil, hay otras 200 leguas por lo menos hasta la Cananea de donde el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca puso sus armas por límite y término de su gobierno. La primera parte de esta costa, que contiene con el Río de la Plata, es llana y desabrigada hasta la isla de Santa Catalina, con dos o tres puertos para navíos pequeños; el primero es junto a los Castillos; el segundo es el Río Grande que dista 60 leguas del de la plata; éste tiene dificultad en la entrada por la gran corriente con que sale al mar, frontero de una isla pequeña que le encubre la boca, y entrando dentro, es seguro y anchuroso, y se extiende como lago a cuyas riberas de una y otra parte están poblados más de 20.000 indios guaraníes, que los de aquella tierra llaman Arechanes, no porque en las costumbres y lenguajes se diferenciasen de los demás de esta nación, sino porque traen el cabello revuelto y encrespado para arriba. Es gente muy dispuesta y corpulenta, y ordinariamente tienen guerra con los indios Charrúas del Río de la Plata, y con otros de tierra adentro, que llaman Guayanaes, aunque este nombre dan a todos los que no son guaraníes, puesto que tengan otros propios. Está este puerto y río en 32 grados, y corriendo la costa arriba, hay algunos pueblos de indios de esta misma nación: es toda ella de muchos pastos para ganados mayores y menores, y por la falda de una cordillera no muy distante de la costa que viene del Brasil, da muy bien la caña de azúcar, y algodón, de que se visten y aprovechan. Es cosa cierta haber en esta tierra oro y plata, por lo que han visto algunos portugueses, que han estado entre estos indios, y por lo que se ha descubierto de minerales en aquel mismo término a la parte de San Vicente, donde don Francisco de Sosa está poblado. De este río 40 leguas más adelante está otro puerto, que llaman la Laguna de los Patos, que tiene a la entrada una barra dificultosa: es de buen cielo y temple, muy fértil de mantenimientos y muy cómodo para hacer ingenios de azúcar. Dista de la equinoccial 28 y medio grados: hay en este asiento y comarca poblados como 1.000 indios guaraníes, tratables y amigos de los españoles. De aquí al Puerto de D. Rodrigo habrá cuarenta leguas, es acomodado para el comercio de esta gente, y seis leguas más adelante está la isla de Santa Catalina, uno de los mejores puertos de aquella costa, porque entre la isla y tierra firme hace algunos senos y bahías muy espaciosas y capaces de tener seguros muchos navíos los más grandes; hace dos bocas, una al sud-oeste, y otra al norte. Fue esta isla muy poblada de indios guaraníes, y en este tiempo está desierta, porque se han ido los naturales a tierra firme, y dejando la costa, se han metido dentro de los campos y pinales de aquella tierra. Tiene la isla más de siete leguas de largo, y más de cuatro de ancho: toda ella de grandes bosques y montañas, de muchas y muy buenas aguas, y muy caudalosas para ingenios de azúcar. Desde allí adelante es toda la costa áspera y montuosa, grandes arboledas y muchas frutas de la tierra, y cada cuatro o cinco leguas un río y puerto acomodado para navíos, en especial el de San Francisco, que es tan hondo, que pueden surgir en él con gran seguridad muy gruesos navíos, y tocar con los espolones en tierra. De allí a la Cananea hay 32 leguas, a donde caen las barras del Paraguay, y la de Ararapira, con otros puertos y ríos. El de la Cananea está poblado de indios caribes del Brasil, tiene un río caudaloso, que sale al mar con un puerto razonable en la boca, y tres islas pequeñas enfrente, de donde hay 30 leguas a San Vicente. Es toda esta costa de mucha pesquería y caza, así de jabalíes, puercos monteses, antas, venados y otros diversos animales, como de monos, papagayos y aves de tierra y agua. Hállanse en muchas partes de esta costa, perlas gruesas y menudas en conchas, y ostriones en cantidad, y mucho ámbar que la mar echa en la costa, la cual comen las aves y animales. Fue antiguamente muy poblada de naturales, los cuales, con las guerras que unos con otros tenían, se destruyeron; y otros, dejando sus tierras, se fueron a meter por aquellos ríos, hasta salir a lo alto, donde el día de hoy están poblados en los campos que corren y confinan con el Río de la Plata o Paraná del Guayrá.
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CAPITULO II Del principio, progreso y último estado de la cría de ganado vacuno en los campos de Montevideo, y de la amenidad de su terreno. Sobre el diseño histórico y topográfico que dejamos hecho, y con la idea que tenemos dada de la población de esta península, vendremos sin confusión a tratar de sus producciones, tomando la materia desde su origen hasta su actual estado. Ya dijimos al número de este memorial que observando los primeros pobladores de Buenos Aires la prodigiosa amenidad de los campos septentrionales del Río de la Plata, y su inmensa extensión que los hacía aparentar para la cría de ganado vacuno que abasteciendo de carnes la provincia la enriqueciere con el comercio de sus cueros, emprendieron hacer conducir de España porción de vacas y toros verificando su desembarco en el año de 1554, y que en el de 80 del mismo siglo trajeron otro repuesto de la misma especie de la provincia de los Charcas. La multiplicación de este ganado por medio de unos pastos sustanciosos y de unas aguas cristalinas, en un tiempo en que no era perseguido de nadie, y vagaba sosegado por aquellas soledades introdujo en aquella tierra el comercio de los cueros con la Europa, donde ha escaseado siempre la cría de estos animales; y corriendo este ramo de industria en aquellos tiempos sin más reglamento ni ordenanza que la de la buena fe, no constaba de otro requisito la matanza de las reses, que de una licencia que concedía a los trajinantes el cabildo de Buenos Aires, bajo la pensión, a favor de sus propios, de una tercera parte de todo lo que faenasen sus vecinos. Como esta operación aunque muy sencilla, necesita de muchas manos, pues se ejerce con animales indómitos, fue consecuencia del proyecto, levantar unas chozas en la campaña donde se alojasen los operarios y custodiasen sus bastimentos. Desde estas rancherías salían los de cada cuadrilla a las rinconadas donde más cargaba el ganado, y le iban dando muerte en el número que tenían por suficiente; y como el ganado abundaba, y tenía poca estimación, no internaron a la campaña los pronombres mío y tuyo; y habría sido un tributo penoso en aquellos tiempos haber dado a los hombres un dominio especial sobre el ganado, teniéndolo todos al acerbo en común, sin los gastos y cuidados que cuesta mantener lo que se posee en particular. Todos eran matadores o tratantes en corambre y ninguno era estanciero; y no habiendo población formal en toda la campaña, ni capillas, ni curas, ni justicias, sólo se mantenían allí los primeros traficantes el tiempo muy preciso para sus faenas, tratando esta ocupación del modo que una cacería de fieras en que nunca se emplea más que un corto número de días. El padrastro de un mal vecino como el portugués que ya con presunciones de señor y ya con estratagemas de salteador, robaba los ganados y turbaba el goce a sus poseedores, era un continuo obstáculo a la población; que daba más alientos para la guerra que para levantar edificios, y fundar estancias en un país siempre saqueado. Por esto, pues, fue ninguno o fue muy raro el vecino que levantó estancia antes del año de 26 de este siglo en que se establecieron en Montevideo los pobladores de Canarias, luego que se abrieron las zanjas a Montevideo y se guarneció ese recinto con una muralla de piedra, y se edificó la ciudadela con su rebelión, fosos, cortinas, puentes y minas coronada de fuego por todos sus flancos, se erigió iglesia matriz y un convento de observantes de San Francisco, y últimamente, después que el gobernador Salcedo reconquistó de los portugueses en el año de 35 los terrenos usurpados, y los redujo a contenerse dentro del tiro de cañón ya empezaron a respirar los españoles y tomaron aliento para domiciliarse en aquellos campos con la intención de poblar estancias y amasar ganado para cueros. A los principios de esta nueva obra se observó por todos los criadores un mismo sistema y una propia moderación y buen orden en la matanza del ganado. Los pobladores de Canarias emprendieron las primeras crías en estancias que sólo contaban de media legua de frente y una y media de fondo; y recogiendo en este terreno el ganado de su cabida, lo traían a rodeo, pastoreando y manso, matando para cueros el que no servía para el procreo, y equilibrando las matanzas con las pariciones. Lo mismo ejecutaban los demás estancieros vecinos de Buenos Aires que pasaron con ese fin a la otra banda aunque en número muy corto y a estas pocas manos estuvo reducida la cría de ganado vacuno los primeros treinta años de la fundación de Montevideo. Los indios de Misiones, establecidos a una y otra banda del río Uruguay, dieron en perseguir estos ganados; y lo hicieron con tal tesón que consiguieron despoblar las estancias, tirando para sus campos la mayor parte, ahuyentando otra para la sierra y matando el terneraje que no podía seguir a las madres. Tanta fue la persecución y estrago que ocasionaron estas correrías, que para la manutención del ejército español que partió a las misiones del Uruguay por los años de 54 y 55 al mando del general don José de Andonaegui, necesitó costear el rey la conducción de ganado vacuno y caballada de los pueblos de Misiones y de los campos de Buenos Aires porque no se hallaban en la otra banda del río cerca ni lejos de su costa ganado con que abastecer un ejército de mil quinientos hombres que eran las plazas de que se componía; y habiéndose enflaquecido con el demasiado cansancio se vió obligado el general a recurrir a los padres jesuitas rectores de las misiones pidiéndoles socorro de ganado, y se lo remitió con efecto de los del pueblo de San Miguel. Todo el ganado estaba recogido entonces en los campos de Misiones, o fugitivo por las serranías y costas del mar; y acaso no se hubiera vuelto a poblar la campaña si aquel mismo ganado que abandonó por flaco nuestro ejército por el mes de febrero del año siguiente de 55 en número de mil doscientas cabezas, entre los ríos Negro y Uruguay, no se hubiese propagado maravillosamente a beneficio de aquellos pastos, y de la delicadeza de las aguas. Cuando ya aquellas 1200 reses se habían multiplicado extraordinariamente y bastaban para poblar grandes estancias, corriendo el año de 1760 lanzó de sus estancias a los portugueses don Pedro Ceballos y quedaron por aquellos campos todos los ganados de que estaban en posesión, haciendo retirar a los portugueses al recinto de la colonia, formando un cordón que los encerraba dentro del tiro de cañón; y todas las estancias que se hallaban disfrutando en los arroyos de San Juan y del Rosario, y sus campos intermedios, quedaron desiertos absolutamente y su ganado en libertad de vagar a su salvo por toda la comarca. A los siete años de este despojo aconteció la general expulsión de los padres de la Compañía, a una sazón en que estaban llenas de ganado las estancias que poseían en la otra banda del Río de la Plata y habiendo sido como indispensable a la larga distancia en que se hallaban de Buenos Aires, que no se hubiese guardado esta hacienda con la vigilancia que su riqueza merecía, vino a alzarse aquel ganado con el abandono en que cayó y perdida la querencia de sus estancias, se derramó por toda la campaña y cobró su natural ferocidad como es propio de los brutos. Estos tres acaecimientos sobrevenidos en el espacio de doce años desde el de 755 en que el ejército español del mando de Andonaegui hizo suelta de aquellas mil doscientas reses, hasta el de 767 en que salieron de América los padres jesuitas, restituyeron mejorada al campo su abundancia primitiva; y como los robos de los indios cesaron en parte con la copiosa procreación de las que se habían llevado de nuestras estancias tuvieron las que entraron de nuevo toda la proporción necesaria para crecer y multiplicar hasta volver a inundar la campiña. Casi al mismo tiempo que lamentaban su ruina los vecinos de Montevideo de mano de los indios, se expidió en San Lorenzo el Real con fecha de 15 de octubre de 754 la real cédula que da la forma en las ventas y composiciones de tierras realengas, con derogación de la de 24 de noviembre de 1735, en la parte que obligaba a los compradores de aquellos dominios a acudir precisamente a la real persona a impetrar su confirmación dentro de cierto término y bajo la pena de su perdimiento, como todo el contexto de aquella soberana disposición se encamina a proteger a los poseedores de tierras realengas, ya indultando a los usurpadores por medio de una moderada composición, ya ofreciendo por precios equitativos la venta, ya relevando a los compradores de ocurrir a la corte por confirmación, y ya diputando en las provincias y partidos jueces subdelegados de los virreyes que hiciesen las tales ventas y composiciones, fue consiguiente necesario de esta suprema providencia que los vecinos de Buenos Aires excediesen a todos en el empeño de hacerse de tierras realengas a poco costo, a un tiempo en que empezaba a repoblarse la campaña y estaban refrenados los insultos de los portugueses. No pudo llegar a mejor ocasión la real cédula citada, ni podía haberse proyectado una providencia más eficaz a reglar los campos de Montevideo, que la de repartirlos entre sus vecinos y levantar en cada estancia una atalaya o una guardia de todo el ganado de nuestra pertenencia. Y animados con esta providencia a tomar asiento en la campaña, se vio irse poblando de estancias sucesivamente, con especialidad desde el año de 60, en que fueron arrojados de las suyas los portugueses, y expuestos sus ganados al pillaje de los vencedores. Desde aquella fecha se debe contar la antigüedad de la población de la campaña sobre el territorio de la jurisdicción de Montevideo, que principia en el arroyo de Cofré y corre por la costa del Río de la Plata hasta el cerro Pan de Azúcar, volviendo para el norte por la falda de la cuchilla grande a buscar las aguas del río Yi hasta regresar al arroyo de Cofré, de donde arranca su origen. Este territorio, cuyo frente es de casi cincuenta leguas, y su fondo de treinta y cinco hacen mil setecientas cincuenta superficiales, o cuadradas, está poblado de estancias desde aquella fecha, y sus dueños marcan y crian a rodeo la mayor parte de sus ganados especialmente los que son menos ricos; y del mismo modo están poblados los campos de la costa meridional del río Negro, y la oriental del Paraná desde San Salvador hasta el arroyo Cofré, que es el término de la jurisdicción de Montevideo por el oeste. E1 restante territorio que corre a la parte ulterior del río Yi hacia el Grande de San Pedro ha estado considerado como de los indios de Misiones; pero ni lo han poblado jamás, ni les ha sido hecha formal adjudicación; y además de ser un terreno dilatadísimo, dista más de ciento veinte leguas de los pueblos de Misiones, tomado desde el Yi; y por falta de población por esta parte ha sido siempre el teatro de la guerra entre españoles, indios, y portugueses a causa de que casi todo el ganado que se cría en este campo, entre los ríos Uruguay y San Pedro, es silvestre, o cimarrón, sin marca ni rodeo, y el que tiene más dueños con todo de no pertenecer a ningún particular. Por este orden y por estos medios vino a repoblarse la campaña de Montevideo hasta ponerse sobre el pie de cuatro millones de cabezas de ganado vacuno que se computa por los inteligentes existen en ello todos los años, reemplazando el millón y medio de mortandad con otro tanto que se cría cada año, y si el abuso que hicieron los vecinos de Montevideo de la franquicia de tomar tierras que les concedió la cédula del año de 54 no se hubiera corregido o evitado, es bien cierto que habían duplicado las crías de su ganado y los portugueses del río Grande habrían hallado cerradas las puertas a los latrocinios; pero este ramo de patrimonio nacional se ha gobernado desde sus principios bajo una buena fe, ajena de la prudencia que a fuerza de males de años y de guerras nos han dado a conocer nuestro error. La misma inmensidad del terreno que poseemos, su imponderable feracidad, la fecundidad de nuestro ganado, la mediación del Río de la Plata entre el gobernador y las tierras repartidas, las graves atenciones de estos ministros contra los portugueses, la falta de salida a los cueros por defecto de buques, y las sugestiones maliciosas de los que teniendo mayores luces en la materia, tenían demasiado interés en conservarla en su oscuridad, fueron entonces y han sido hasta nuestros días las causas del abuso que se ha hecho de este tesoro que depositó Dios en la nación. La inmensidad de los terrenos ha sido siempre un estorbo a los gobernadores de Buenos Aires para recorrerlo personalmente y saber por los ojos lo que era, y lo que valía aquella campaña. E1 poco provecho que se saca de aquel suelo por su nimia fertilidad, y por no tener salida, hacía mirar con menos aprecio del que era justo un manantial de riqueza como el de la cría del ganado; y las resultas de esta mal formada idea fueron y son hasta el día el desprenderse de este terreno por un pequeño interés en favor del primero que lo pretende. Esta facilidad convidó a los particulares a hacerse dueños de la comarca partiéndola en trozos de ciento, doscientas, trescientas y hasta quinientas leguas cuadradas porque, consiguiéndose un terreno de este tamaño por un puñado de pesos, ninguno se acortaba en pedir leguas en el país donde no tienen más estimación que los palmos en España; y como los gobernadores no sabían apreciar aquel mineral, ni conocían el daño que hacían estas desmesuradas concesiones, nada ha sido más fácil en todo tiempo que hacerse los particulares de un terreno mayor que una provincia. Esto ha sido, y es tan común en Montevideo que no necesita pruebas; pero citaremos tres ejemplares de otros tantos sujetos, los más conocidos de aquella provincia. Desde el arroyo de Solís Chico, en la costa del mar, hasta el cerro de Pan de Azúcar posee don Juan Antonio Aedo un terreno de sobresaliente calidad de ciento cincuenta leguas cuadradas, cuya población consiste en un solo rancho. Don Fernando Martínez compró a Su Majestad en solos setecientos pesos un terreno de doscientas cincuenta leguas superficiales. Doña María Gabriela de Alzaibar heredó de un su tío suyo las de San José que se contienen entre Santa Lucía y el río Negro, y comprenden quinientas leguas de área de la más apreciable estimación puestas en rinconadas (que es lo que más vale) y le costaron a su primitivo dueño ... pesos; y toda la población de esta provincia está reducida a tres ranchos con una docena de negros o peones. Fuera de estos tres hacendados, son bien conocidos por su grande extensión las estancias de don Juan Francisco de Zúñiga, las de don Manuel Durán, las de don José Joaquín de Viana, las de los Olimares, y otras muchas que tienen abarcada casi toda la jurisdicción del gobierno de Montevideo, a reserva de unos cortos retazos en que están acomodados los pobres, y que de ordinario son campos abiertos, donde no entra ganado de fuera como sucede en las rinconadas, que por esto son más estimadas. Como todo este gran terreno está contenido dentro de la zona templada, desde la altura de los 35 grados hasta los 27 de latitud austral, y es copioso en lluvias, frecuentado de los vientos de la mar, sembrado de ríos y arroyos de agua dulce por todas partes, y despoblado de habitantes de fijo domicilio, encuentran los ganados todas las proporciones más adaptables a su propagación y aumento. El agua nunca puede escasearseles lejos; y aunque algunos años se padece falta de pastos por causa de las secas, ocurren a las orillas donde la humedad del terreno mantiene siempre algún pasto y en acabando uno pasan a otro, y de río en río, y de arroyo en arroyo (que nunca están más de tres leguas uno de otro) buscan el sustento mientras vienen las lluvias. El sosiego que es tan apetecido del ganado vacuno, y tan conveniente para su multiplicación abunda en la campaña, siempre que no hay correrías. E1 terreno es amplísimo, cortado a trechos por montes, lagunas, arroyos, islas, potreros, rinconadas y ríos, lo más a propósito qué se puede apetecer para el procreo del ganado; y así es que se produce todos los años un tercio del número existente, que asciende a un millón de animales por ser tres los que se consideran en la campaña; y este mismo millón es el que navega para España hechos cueros de diez años a esta fecha. Lo más particular de este terreno es que la aptitud que tiene para el procreo de ganado vacuno se le encuentra para el caballar y lanar; y lo mismo para la cría de granos y para el plantío de árboles y arbustos, con todo de que ni se cuida ni se beneficia. El ganado caballar es una producción que se da naturalmente sin obra ni auxilio de la diligencia. En la del vacuno se suele poner algún trabajo; porque hay hacendados que cuidan del suyo herrándolo, pastoreándolo, amansándolo y haciéndole tomar querencia por el interés del cuero, pero del caballar apenas se hace caso. En teniendo el preciso para las faenas de campaña, se debe matar el sobrante porque aniquila el pasto y hace falta para las toradas. Su precio es tan escaso que no pasa de dos pesos, y para que llegue a cuatro es menester que sea caballo manso, nuevo y de buen bajo. El ganado lanar procrea con la misma abundancia, y no se ven inundados de él los campos, porque no se dedican a su cría. De la carne de la oveja no se hace alimento, como ni de la cabra. De su leche no se hacen quesos. De la lana no hay más consumo que para colchones. Suele venderse la arroba hasta por diez reales. Las embarcaciones que pasan a Montevideo son pocas para conducir un millón de cueros que traen todos los años; y el flete de este efecto es de los más altos, y su cargío de los menos voluminosos; al paso que el de la lana lo es en demasía y con poca cantidad se llena una bodega dejando a la embarcación sin peso suficiente; y acostumbradas aquellas gentes a tratar en cueros, carne, sebo y grasa, toda otra industria les es extraña y repugnante a pesar de las proporciones con que les brinda para todo aquel terreno. Para el comercio de las lanas tienen dos ventajas que no las numera España entre las suyas, que son las de tener sierras y cañadas para trashumar el ganado en las estaciones del año sin tener que hacer grandes jornadas; y abundantes aguas y prados para lavar las lanas y secarlas con aseo. La cosecha de los granos es tan propia de aquellas campiñas que ninguna de las de Andalucía les lleva ventaja. Ordinariamente se recogen... fanegas por cada una de las que se siembran; y no se le da otro beneficio a la tierra que el del arado, y su calidad no es inferior al mejor de España. Tal es de pingüe y liberal la tierra que puso Dios en nuestro poder bajo aquel hemisferio; pero a despecho de tantos ramos de riquezas se puede asegurar que sus habitantes son los más pobres del mundo, porque el abuso que hacen de esta misma feracidad, y la falta de un sistema bien combinado, para su administración, vuelve inútiles los conatos de la naturaleza por hacerles ricos. Todo proviene de que la policía tiene abandonada la campaña al arbitrio y codicia de sus poseedores; y nunca se ha tratado de reglar la propiedad y el usufructo de tan preciosas heredades por un nivel justo, pendiente de la autoridad pública, a quien está confiada la balanza de las rentas del Estado. Pero esta materia, como de la mayor importancia, necesita tratarse a propósito.
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CAPÍTULO II De los vientos y sus diferencias y propiedades y causas en general Habiéndose pues, en los libros pasados, tratado lo que toca al cielo y habitación de Indias en general, síguese decir de los tres elementos, aire, agua y tierra, y los compuestos de estos, que son metales, y plantas y animales. Porque del fuego no veo cosa especial en Indias que no sea así en todas partes, si no le pareciese a alguno que el modo de sacar fuego que algunos indios usan fregando unos palos con otros, y el de cocer en calabazas echando en ellas piedras ardiendo, y otros usos semejantes, eran de consideración, de lo cual anda escrito lo que hay que decir. Mas de los fuegos que hay en volcanes de Indias, que tienen digna consideración, dirase cómodamente cuando se trate de la diversidad de tierras donde esos fuegos y volcanes se hallan. Así que comenzando por los vientos, lo primero que digo es que con razón Salomón, entre las otras cosas de gran ciencia que Dios le había dado, cuenta y estima el saber la fuerza de los vientos y sus propriedades, que son cierto maravillosas; porque unos son lluviosos, otros secos; unos enfermos y otros sanos; unos calientes y otros fríos, serenos y tormentosos, estériles y fructuosos, con otras mil diferencias. Hay vientos que en ciertas regiones, corren y son como señores de ellas, sin sufrir competencia de sus contrarios. En otras partes andan a veces, ya vencen éstos, ya sus contrarios. A veces corren diversos y aún contrarios juntos, y parten el camino entre sí, y acaece ir el uno por lo alto y el otro por lo bajo. Algunas veces se encuentran reciamente entre sí, que para los que andan en mar es fuerte peligro. Hay vientos que sirven para generación de animales; otros que las destruyen. Corriendo cierto viento se ve en alguna costa, llover pulgas, no por manera de encarecer, sino que en efecto cubren el aire y cuajan la playa de la mar; en otras partes llueven sapillos. Estas y otras diferencias que se prueban tan ciertas, atribuyen comúnmente a los lugares por do pasan estos vientos, porque dicen que de ellos toman sus cualidades de secos o fríos, o húmedos o cálidos, o enfermos o sanos, y así las demás; lo cual en parte es verdad y no se puede negar, porque en pocas leguas se ven de un mismo viento, notables diversidades. En España, pongo ejemplo, el Solano o Levante es comúnmente cálido y congojoso; en Murcia, es el más sano y fresco que corre, porque viene por aquellas huertas y vega tan fresca y grande donde se baña. Pocas leguas de allí, en Cartagena es el mismo viento pesado y malsano. El Ábrego, que llaman los del mar Océano, Sur, y los del Mediterráneo Mezojorno, comúnmente es lluvioso y molesto, en el mismo pueblo que digo es sano y sereno. Plinio dice que en África llueve con viento del Norte, y el viento de Mediodía es sereno. Y lo que en estos vientos he dicho por ejemplo, en tan poca distancia verá quien lo mirare con algún cuidado que se verifica muy muchas veces, que en poco espacio de tierra o mar un mismo viento tiene propriedades muy diferentes y a veces harto contrarias, de lo cual se arguye bien que el lugar por do pasa le da su cualidad y propriedad; pero de tal modo es esto verdad que no se puede de ninguna suerte decir que ésta sea toda la causa, ni aun la más principal, de las diversidades y propriedades de los vientos; porque en una misma región, que toma (pongo por caso) cincuenta leguas en redondo, claramente se percibe que el viento de una parte es cálido y húmedo, y de la otra frío y seco, sin que en los lugares por do pasan haya tal diferencia, sino que de suyo se traen consigo esas cualidades los vientos. Y así se les dan sus nombres generales, como proprios, verbigratia: al Septentrión o Cierzo o Norte (que todo es uno), ser frío y seco, y deshacer nublados; a su contrario el Ábrego, o Leveche o Sur, todo lo contrario, ser húmedo y cálido y levantar nublados. Así que siendo esto general y común, otra causa más universal se ha de buscar para dar razones de estos efectos, y no basta decir que el lugar por do pasan los vientos les da las propriedades que tienen, pues pasando por unos mismos lugares hacen efectos muy conocidamente contrarios. Así que es fuerza confesar que la región del cielo de donde soplan, les da esas virtudes y cualidades. Y así el Cierzo, porque sopla del Norte, que es la región más apartada del sol, es de suyo frío. El Ábrego, que sopla del Mediodía, es de suyo caliente, y porque el calor atrae vapores es juntamente húmedo y lluvioso, y al revés el Cierzo, seco y sutil por no dejar cuajar los vapores. Y a este modo se puede discurrir en otros vientos, atribuyendo las propriedades que tienen a las regiones del aire de donde soplan. Mas hincando la consideración en esto un poco más, no acaba de satisfacer del todo esta razón; porque preguntaré yo ¿qué hace la región del aire de donde viene el viento, si allí no se halla su cualidad? Quiero decir, en Germania el Ábrego es cálido y lluvioso, y en África el Cierzo es frío y seco; cierto es que de cualquier región de Germania donde se engendre el Ábrego, ha de ser más fría que cualquiera de África donde se engendre el Cierzo; pues ¿por qué razón ha de ser más frío en África el Cierzo que el Ábrego en Germania, siendo verdad que procede de región más cálida? Dirán que viene del Norte, que es frío. No satisface ni es verdad, porque según eso cuando corre en África el Cierzo, había de correr en toda la región hasta el Norte; y no es así; pues en un mismo tiempo, corren Nortes en tierra de menos grados, y son fríos, y corren Vendavales en tierra de más grados, y son cálidos; y esto es cierto, y evidente y cotidiano; donde a mi juicio claramente se infiere que ni basta decir que los lugares por do pasan los vientos les dan sus cualidades, ni tampoco satisface decir que por soplar de diversas regiones del aire, tienen esas diferencias, aunque como he dicho, lo uno y lo otro es verdad, pero es menester más que eso. Cuál sea la propria y original causa de estas diferencias tan extrañas de vientos, yo no atino a otra sino que el eficiente y quien produce el viento, ese le da la primera y más original propriedad; porque la materia de que se hacen los vientos, que según Aristóteles y razón, son exalaciones de los elementos inferiores, aunque con su diversidad de ser más gruesa o más sutil, más seca o más húmeda, puede causar, y en efecto causa gran parte de esta diversidad; pero tampoco basta por la misma razón que está tocada; es a saber: que en una misma región donde los vapores y exalaciones son de un mismo género, se levantan vientos de operaciones contrarias. Y así parece se ha de reducir el negocio al eficiente superior y celeste que ha de ser el sol, y movimiento e influencia de los cielos, que de diversas partes mueven e influyen variamente; y porque estos principios de mover e influir nos son a los hombres tan ocultos, y ellos en sí tan poderosos y eficaces, con gran espíritu de sabiduría dijo el santo Profeta David, entre otras grandezas del Señor, y lo mismo replicó el profeta Jeremías: Qui profert ventos de thesauris suis. El que saca los vientos de sus tesoros. Ciertos tesoros son ocultos y ricos estos principios que en su eficiencia tiene el autor de todo, con que cuando quiere, con suma facilidad saca para castigo o para regalo de los hombres, y envía el viento que quiere. Y no como el otro Eolo que neciamente fingieron los poetas, tener en su cueva encerrados los vientos, como a fieras en jaula. El principio y origen de estos vientos no le vemos ni aún sabemos qué tanto durarán, ni dónde procedieron ni hasta dónde llegarán. Mas vemos y sabemos de cierto los diferentes efectos que hacen, como nos advirtió la Suma Verdad y autor de todo, diciendo: Spiritus ubi vult spirat: et vocem eius audis: et nescis unde venit, aut quo vadit. El espíritu o viento sopla donde le parece, y bien que sientes su soplo, mas no sabes de donde procedió ni adónde ha de llegar. Para que entendamos que entendiendo tampoco en cosa que tan presente y tan cotidiana nos es, no hemos de presumir de comprender lo que tan alto y tan oculto es, como las causas y motivos del Espíritu Santo. Bástanos conocer sus operaciones y efectos, que en su grandeza y pureza se nos descubren bastantemente; y también bastará haber filosofado esto poco de los vientos en general y de las causas de sus diferencias, y propriedades y operaciones, que en suma las hemos reducido a tres; es a saber: a los lugares por do pasan, a las regiones de donde soplan y a la virtud celeste, movedora y causadora del viento.
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De lo que hizo el Adelantado, después que llegó a la Asunción y de lo que sucedió en la tierra Luego que fue recibido el Adelantado y su gente con el amor y aplauso que hemos dicho, y examinados, obedecidas y cumplidas las provisiones y cédulas reales por los capitulares y demás personas, y dada la orden para el hospedaje de la gente, se determinó despachar socorro a los que venían por el río con el capitán contador Felipe de Cáceres, para lo cual fue enviado el capitán Domingo de Abreu, que encontró los navíos más abajo de las Siete Corrientes, tan a buen tiempo que venían ya muy necesitados, manteniéndose con yerbas, raíces y algunos mariscos que hallaban en la costa, trabajando día y noche a remos y sirga, de manera que fue Dios servido llegasen todos con bien al puerto de la Asunción, donde se juntaron más de 1.300 hombres, de quienes nombró Adelantado por Maestro de Campo, al capitán Domingo de Irala, cuyo nombramiento fue aceptado de todos. Luego fue despachado con 300 soldados río arriba, con orden de pasar adelante del puerto de Juan Ayolas, y descubrir otro más comodo, del cual pudiese haber entrada al reino del Perú, como lo habían tratado en España con Vaca de Castro; y habiendo salido Irala a esta espedición en sus navíos, subió por el río Paraguay más de 250 leguas, dejando más de ciento atrás la laguna de Juan de Ayolas, y llegando a los pueblos de indios llamados Orejones, a cuyo puerto llamaron de los Reyes: y procurando por todos los medios posibles de atraer aquella gente a buena amistad, tomó de ellos relación de la multitud de naturales que había tierra adentro, con lo que dio la vuelta a dar cuenta al adelantado de lo descubierto con la esperanza de buen suceso en lo que se pretendía. En este mismo tiempo se ofreció en la Asunción hacer otra salida al castigo de unos indios rebelados de la provincia de Ipané, que tomaron las armas contra los españoles, con motivo de haber enviado el Adelantado unos mensajeros al pueblo de Tabaré, donde estaba aquel hijo de Alejo García, portugués, de que en el primer libro hice mención, diciendo a los caciques de aquel pueblo le hiciesen el placer de despachar prontamente, quedando a su cuidado el cargo de satisfacerles; lo cual no sólo no quisieron hacer los indios, sino que luego con gran osadía y poco respeto prendieron a los mensajeros, y al día siguiente los mataron públicamente, diciendo: así cumplimos lo que ese capitán nos manda; y si los españoles se conocen agraviados, que vengan a satisfacerse que aquí los esperamos en este pueblo. Esta respuesta enviaron a decir por uno de los mensajeros, que para este efecto dejaron vivo; y visto por el Adelantado este atrevimiento de los indios, despachó a su castigo al capitán Alonso Riquelme su sobrino, con 300 soldados, y más de 1.000 amigos: y llegando al pueblo, halló juntos en un gran Fuerte de maderas más de 8.000 indios; y habiéndole ofrecido la paz, y que se redujesen al real servicio, como lo habían ofrecido, no sólo no lo quisieron hacer, antes dieron en los españoles una alborada repentina, con tal determinación que fue sangrienta la pelea con muerte de muchos indios, hasta que al cabo se pusieron en huida, mostrando los españoles el valor que debían. Luego salió el capitán Camargo con su compañía y 400 amigos a las chacras vecinas a proveerse de víveres, y los indios que habían tomado un paso estrecho, por donde volvían los nuestros, los acometieron nuevamente: aquí pelearon unos con otros con gran porfía, hasta que un soldado llamado Martín Bonzón mató de un arcabuzazo a un indio principal y muy valiente, que mandaba los escuadrones: con esta muerte desampararon el puesto, y se pusieron en huida con pérdida de mucha gente de ambas partes. Con esto se determinó poner cerco al Fuerte, y valerse de la fuerza de las armas; y previendo lo necesario hicieron algunas pavesadas, a cuya sombra pudiesen llegar a las trincheras y torreones que los indios tenían hechos. Hicieron rodelas de higuerones, para que con ellas y las adargas se esforzasen los soldados a romper la palizada; y estando haciendo estas prevenciones, salieron de improviso los indios por dos puertas a derecha de nuestro real, con tan gran denuedo que entraron hasta la plaza de armas, donde los españoles resistieron con tanto vigor que los echaron fuera. Este día el comandante mostró su valor y pericia: ordenó que saliesen dos mangas de españoles y amigos a pelear con ellos, y tomándoles el paso, se trabó una sangrienta escaramuza, en que murieron más de 600 indios, hasta que con la fuerza del sol se retiraron los nuestros a su real, y los indios con su palizada. El día siguiente enviaron los sitiados a decir al comandante que les diese tres días de término para consultar entre sí acerca de la paz que se pretendía. Concedióseles lo pedido para justificar más la causa de la guerra, ofreciéndoles perdón, si voluntariamente viniesen a la real obediencia. Mientras tanto entraban en el pueblo muchos socorros de gente y víveres; y cumplido el plazo, viendo que nada resolvían, fue de cumplido el plazo, viendo que nada resolvían, fue de común acuerdo determinado no darles más tiempo para reforzarse, y asaltarlos reciamente, para lo cual hicieron dos castilletes sobre ruedas, de modo que ascendieron en alto a la palizada: estaban tejidos de varas y cañas con sus troneras, por donde pudiesen disparar los arcabuces. Con estas prevenciones antes de aclarar el día se empezó el asalto por tres partes, dejando libre la del río por la incomodidad de la altura de la barranca. En la una parte mandaba Ruy Díaz Melgarejo, y en la parte del campo, Alonso Riquelme. Con este orden cerraron todos a un tiempo, llegando a la palizada, donde fueron recibidos de los enemigos que se defendían desde sus cubos y trincheras con grave daño de los nuestros, que arrimaron sus torreones a las trincheras, desde donde arcabuceaban a los indios, que peleaban de dentro, y los de las pavesadas y adargas empezaron entre tanto con hachas y machetes a romper la palizada, por cuyas brechas entraron los soldados con gran determinación; aunque por la parte de Camargo andaban los enemigos insolentes y avanzados, porque le habían muerto dos soldados, y a él herido. A este tiempo llegó a socorrerle el alférez Juan Delgado, que rompiendo la palizada, se avanzó dentro con algunos soldados, y ganó un cubo en que tenían los indios la mayor fuerza. Por el lado opuesto estaba el capitán Melgarejo en bastante aprieto, riesgo y dificultad de poder entrar en el Fuerte por estar de por medio un foso muy ancho, para lo que le fue preciso echar dentro alguna madera para pasar a atacar la fortaleza. A este tiempo salieron por la parte del río dos mangas de indios, que cargaron a ambos lados del capitán Camargo y Melgarejo, y tomándolos por la retaguardia, les dieron una rociada de flechería, que dejó a los nuestros muy heridos; y volviendo cara al enemigo, tomando por espalda el Fuerte, de donde también los perseguían con las flechas, dieron una descarga en los indios con tal furia que los obligaron a retirarse, en circunstancia del aviso que tuvieron que por la parte del campo entraban ya la fuerza de los españoles, mandados por Alonso Riquelme, que cubierto de su cota y celada, con la espada y rodela, iba por delante de los suyos, haciendo gran carnicería en los indios. A este mismo tiempo Camargo con su gente pegaba fuego a las casas cercanas al Fuerte, de modo que el incendio ya iba a gran priesa alcanzando la plaza, donde estaba la mayor parte de los indios, defendiendo la casa del cacique principal, y las entradas de las calles, y rompiendo los nuestros por medio de ellos, llegaron y la ganaron con muerte de muchos indios, que allí estaban en un trozo de más de 4.000, haciendo tal resistencia, que no los pudieron romper, hasta que llegó Melgarejo con su compañía, y los empezó a desbaratar, y los indios acometieron con tal vigor, que mataron dos soldados e hirieron a otros muchos, y de allí retirándose a la playa, a guarecerse de las barrancas del río. Luego que se ganó la plaza, prosiguió Alonso Riquelme, siguiendo el alcance hasta acabar de echarlos, huyendo por todas partes. Unos se arrojaron al río, y otros tomaron algunas naos que allí estaban, y pasaron a la otra banda; y vuelto al pueblo halló que todavía se peleaba dentro de la casa del cacique, que era muy grande y fuerte, y tomando todas las puertas, entraron dentro y mataron a cuantos en ella había, con que vinieron a conseguir una victoria completa aunque muy sangrienta. Al mismo tiempo los indios amigos no dejaba cosa que saquear, ni mujer o niño con vida, que más parecía exceso de fieras que venganza de hombres de razón, sin moverlos a clemencia los grandes clamores de tantos como mataban, que era en tal grado, que no se oía otra cosa en todo el pueblo. Los españoles andaban con tanta saña y coraje, que no daban cuartel a nadie. Los capitanes recogieron su gente y mandaron poner en un montón en media plaza todo el despojo, y traídos allí los cautivos para hacer de todo igual repartición a los soldados amigos, hallaron más de 8.000 mujeres y niños, y más de 4.000 muertos. De los nuestros murieron cuatro de la compañía de Camargo, uno de la de Melgarejo y otro de la del comandante, y como ciento cincuenta indios amigos, aunque muchos heridos. Esta victoria dio Dios a los nuestros el año 1541 a 24 de julio, víspera del apóstol Santiago. Con esto los demás pueblos vinieron a dar la obediencia al Rey por medio de sus caciques comarcanos, pidiendo perdón de la pasada rebelión, lo cual se les concedió en el real nombre, y en el del Adelantado, y quedaron sujetos al real servicio, y escarmentados con este castigo.
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CAPÍTULO II Descripción de la Florida y quién fue el primer descubridor de ella, y el segundo, y tercero La descripción de la gran tierra Florida será cosa dificultosa poderla pintar tan cumplida como la quisiéramos dar pintada, porque como ella por todas partes sea tan ancha y larga, y no esté ganada ni aun descubierta del todo, no se sabe qué confines tenga. Lo más cierto, y lo que no se ignora, es que al mediodía tiene el mar océano y la gran isla de Cuba. Al septentrión (aunque quieren decir que Hernando de Soto entró mil leguas la tierra adentro, como adelante tocaremos), no se sabe dónde vaya a parar, si confine con la mar o con otras tierras. Al levante, viene a descabezar con la tierra que llaman de los Bacallaos, aunque cierto cosmógrafo francés pone otra grandísima provincia en medio, que llama la Nueva Francia, por tener en ella siquiera el nombre. Al poniente confina con las provincias de las Siete Ciudades, que llamaron así sus descubridores de aquellas tierras, los cuales, habiendo salido de México por orden del visorrey don Antonio de Mendoza, las descubrieron año de mil y quinientos y treinta y nueve, llevando por capitán a Francisco Vázquez Coronado, vecino de dicha ciudad. Por vecino se entiende en las Indias el que tiene repartimiento de indios, y esto significa el nombre vecino, porque estaban obligados a mantener vecindad donde tenían los indios y no podían venir a España sin licencia del Rey, so pena que, pasados los dos años que no tuviesen mantenido vecindad, perdían el repartimiento. Francisco Vázquez Coronado, habiendo descubierto mucha y muy buena tierra, no pudo poblar por grandes inconvenientes que tuvo. Volviose a México, de que el visorrey hubo gran pesar, porque la mucha y muy buena provisión de gente y caballos que para la conquista había juntado se hubiese perdido sin fruto alguno. Confina asimismo la Florida al poniente con la provincia de los chichimecas, gente valentísima, que cae a los términos de las tierras de México. El primer español que descubrió la Florida fue Juan Ponce de León, caballero natural del reino de León, hombre noble, el cual, habiendo sido gobernador de la isla de San Juan de Puerto Rico, como entonces no entendiesen los españoles sino en descubrir nuevas tierras, armó dos carabelas y fue en demanda de una isla que llamaban Bimini y según otros Buyoca, donde los indios fabulosamente decían había una fuente que remozaba a los viejos, en demanda de la cual anduvo muchos días perdido, sin la hallar. Al cabo de ellos, con tormenta, dio en la costa al septentrión de la isla de Cuba, la cual costa, por ser día de Pascua de Resurrección cuando la vio, la llamó la Florida, y fue el año de mil y quinientos y trece, que según los computistas se celebró aquel año a los veinte y siete de marzo. Contentose Juan Ponce de León sólo con ver que era tierra, y, sin hacer diligencia para ver si era tierra firme o isla, vino a España a pedir la gobernación y conquista de aquella tierra. Los Reyes Católicos le hicieron merced de ella, donde fue con tres navíos el año de quince. Otros dicen que fue el de veinte y uno. Yo sigo a Francisco López de Gómara; que sea el un año o el otro, importa poco. Y habiendo pasado algunas desgracias en la navegación, tomó tierra en la Florida. Los indios salieron a recibirle, y pelearon con él valerosamente hasta que le desbarataron y mataron casi todos los españoles que con él habían ido, que no escaparon más de siete, y entre ellos Juan Ponce de León; y heridos se fueron a la isla de Cuba donde todos murieron de las heridas que llevaban. Este fin desdichado tuvo la jornada de la Florida, y parece que dejó su desdicha en herencia a los que después acá le han sucedido en la misma demanda. Pocos años después, andando rescatando con los indios, un piloto llamado Miruelo, señor de una carabela, dio con tormenta en la costa de la Florida, o en otra tierra, que no se sabe a qué parte, donde los indios le recibieron de paz, y en su contratación, llamado rescate, le dieron algunas cosillas de plata y oro en poca cantidad, con las cuales volvió muy contento a la isla de Santo Domingo, sin haber hecho el oficio de buen piloto en demarcar la tierra y tomar el altura, como le fuera bien haberlo hecho, para no verse en lo que después se vio por esta negligencia. En este mismo tiempo hicieron compañía siete hombres ricos de Santo Domingo, entre los cuales fue uno, Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de aquella audiencia, y juez de apelaciones que había sido en la misma isla, antes que la audiencia se fundara. Y armaron dos navíos que enviaron por entre aquellas islas a buscar y traer los indios que, como quiera que les fuese posible, pudiesen haber, para los echar a labrar las minas de oro que de compañía tenían. Los navíos fueron a su buena empresa, y con mal temporal dieron acaso en el cabo que llamaron de S. Elena, por ser en su día, y en el río llamado Jordán, a contemplación de que el marinero que primero lo vio se llamaba así. Los españoles saltaron en tierra, los indios vinieron con gran espanto a ver los navíos por cosa extraña nunca jamás de ellos vista, y se admiraron de ver gente barbuda y que anduviese vestida. Mas con todo esto, se trataron unos a otros amigablemente y se presentaron cosas de las que tenían. Los indios dieron algunos aforros de martas finas, de suyo muy olorosas, y aljófar y plata en poca cantidad. Los españoles asimismo les dieron cosas de su rescate. Lo cual pasado, y habiendo tomado los navíos el matalotaje que hubieron menester y la leña y agua necesarias, con grandes caricias convidaron los españoles a los indios a que entrasen a ver los navíos y lo que en ellos llevaban, a lo cual, fiados en la amistad y buen tratamiento que se habían hecho, y por ver cosas para ellos tan nuevas, entraron más de ciento y treinta indios. Los españoles, cuando los vieron debajo de las cubiertas, viendo la buena presa que habían hecho, alzaron las anclas y se hicieron a la vela en demanda de Santo Domingo. Mas en el camino se perdió un navío de los dos, y los indios que quedaron en el otro, aunque llegaron a Santo Domingo, se dejaron morir todos de tristeza y hambre, que no quisieron comer de coraje del engaño que debajo de amistad se les había hecho.
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CAPÍTULO II Extensión de la provincia Jesuítica del Paraguay, con otras particularidades En aquel vastísimo continente de la América, hay reinos y gobernaciones. Los reinos son Perú, Chile, Quito y Nuevo Reino. Las gobernaciones, Buenos Aires, Paraguay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra. Todo se declara en el mapa. En estos cuatro reinos y cuatro gobernaciones tenían los Jesuitas cinco provincias: la del Perú, de Chile, de Quito, de Nuevo Reino y la del Paraguay: además de la otra grande provincia de Méjico, que tenían en la América Septentrional. En todas estas provincias tenían muchas misiones. Las principales eran las del Orinoco, las de Marañón en Mainas, las de Mojos y las de Araucanos. La del Paraguay comprendía en su extensión las cuatro gobernaciones: que vienen a ser tanto espacio como España, Francia, Italia e Inglaterra: y además de las famosas misiones de los Chiquitos y otras en las tres gobernaciones, contiene las de nuestro asunto, que vulgarmente se llaman DEL PARAGUAY, aunque las Cédulas Reales las llaman DOCTRINAS, no MISIONES; porque MISIONES sólo llaman a las que no tienen Cura colado: y éstas ha muchos años que lo tienen con presentación y canónica institución. Y todas pertenecen a la gobernación del Paraguay. En tan largo espacio de estas cuatro gobernaciones no hay más que 15 poblaciones de españoles (ESPAÑOLES llaman allí a todos los que descienden de esta sangre, aunque sean nacidos allí). En Buenos Aires son cuatro: la de este nombre, Montevideo, Santa Fe y Corrientes: y más los tres pueblecitos de indios, que arriba apunté. En el Paraguay, tres: la Asunción (que ya dije llaman vulgarmente Paraguay), la Villa Rica, y la villa del Curuguatí. En Tucumán, siete: Salta, Córdoba, Santiago, San Miguel, Jujuí, Rioja y San Fernando. Y en Santa Cruz de la Sierra, sola la de este nombre. Todas estas jurisdicciones tienen tal cual pueblo de indios cristianos, pobres y pequeños. En todas estas ciudades tenían los Jesuitas colegio: y en las de Montevideo, San Fernando y Jujuí, residencia. Las distancias de estas poblaciones son entre sí tan largas, como se puede considerar en tan dilatada extensión, de cien y más leguas: y los intermedios están en parte poblados de pastores de ganados, y parte de indios infieles, ya de paz, ya de guerra. En el mapa no se ponen todas, sino la capital de cada gobierno, por estar en punto reducido: y tal cual de las más nombradas. Todas estas ciudades y villas son de muy humilde fábrica, y de poca vecindad y comercio, excepto la de Buenos Aires, de quien ya apunté algo. En tan largas distancias de caminos, que se hacen en carros, o en mulas cuando la tierra fragosa no los permite: como no hay ventas, ni posadas, se lleva todo lo necesario, como en el mar, desde la sal, hasta la agua, que ésta falta también en parte, o es mala. Los ríos no tienen puentes: y algunos son muy caudalosos. Para pasarlos se llevan prevenidos cueros de toro. Se hace una pelota, o un cuadro de un cuero de éstos. Se levantan alrededor las orillas como una tercia, y se afianzan con un cordel, para que estén tiesas. Métese el hombre y las cargas dentro, a la orilla del río: y otro nadando va tirando de un cordel la débil barca hasta la otra orilla, o va desnudo encima de un caballo nadador. Sufre cada cuero de éstos doce o catorce arrobas: y pasa y vuelve a pasar hasta más de una hora, sin que se ablande. Así caminan los Jesuitas y toda gente de alguna distinción. Los indios y gente baja pasan los ríos nadando al lado o encima de sus caballos, y sus alforjitas en la cabeza. Todos, en aquellos países, caminan a caballo, porque las cabalgaduras son muy baratas, a peso o dos pesos cada caballo, y a dos o tres pesos las mulas. Están aquellos desiertos llenos de yeguas y caballos sin dueño, y no cuesta más que cogerlos. Así mismo las vacas son a peso; y si es gorda, a dos; y las ovejas, a uno o dos reales de plata. Allí no hay vellón. La menor moneda es medio real de plata: y por la mayor abundancia de este metal que hay allí, se estima un peso como en España un real. Las cosas que van de España son las que allí valen mucho. Los Jesuitas de esta tan dilatada provincia eran cuatrocientos y tantos: ahora, después de tantos muertos en tantos trabajos de mar y tierra, hemos quedado en 330. Dada ya alguna noticia de los principios políticos del Paraguay, y de la extensión de la provincia Jesuítica, vamos a las antiguas Misiones.
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Capítulo II 54 De lo mucho que los frailes ayudaron en la conversión de los indios, y de muchos ídolos y crueles sacrificios que se hacían. Son cosas dignas de notar 55 Quedó tan destruida la tierra de las revueltas y plagas ya dichas, que quedaron muchas casas yermas del todo, y en ninguna hubo adonde no cupiese parte del dolor y llanto, lo cual duró muchos años; y para poner remedio a tan grandes males, los frailes se encomendaron a la Sacratísima Virgen María, norte y guía de los perdidos y consuelo de los atribulados, y juntamente con esto tomaron por capitán y caudillo al glorioso San Miguel, al cual, con San Gabriel y a todos los ángeles, decían cada lunes una misa cantada, la cual hasta hoy día en algunas casas se dice; y casi todos los sacerdotes en las misas dicen una colecta de los ángeles. Y luego que el primer año tomaron alguna noticia de la tierra, parecióles que sería bien que pasasen algunos de ellos en España, así por alcanzar favor de su Majestad para los naturales como traer más frailes, porque la grandeza de la tierra y la muchedumbre de la gente lo demandaba. Y los que quedaron en la tierra recogieron en sus casas los hijos de los señores y principales, y bautizan muchos con voluntad de sus padres. Estos niños, que los frailes criaban y enseñaban, salieron muy bonitos y muy hábiles, y tomaban tan bien la buena doctrina, que enseñaban a otros muchos; y además de esto ayudaban mucho, porque descubrían a los frailes los ritos e idolatrías, y muchos secretos de las ceremonias de sus padres; lo cual era muy gran materia para confundir y predicar sus errores y la ceguedad en que estaban. Declaraban los frailes a los indios quién era el verdadero universal Señor, creador del cielo y de la tierra, y de todas las criaturas, y cómo este Dios con su infinita sabiduría lo regía y gobernaba y daba todo el ser que tenía, y cómo por su gran bondad quiere que todos se salven. Asimismo los desengañaban y decían quién era aquél a quien servían, y el oficio que tenía, que era llevar a perpetua condenación de penas terribles a todos los que en él creían y se confiaban. Y con esto les decían cada uno de los frailes lo más y mejor que entendía que convenía para la salvación de los indios; pero a ellos les era gran fastidio oír la palabra de Dios, y no querían entender en otra cosa sino en darse a vicios y pecados, dándose a sacrificios y fiestas, comiendo y bebiendo y embeodándose en ellas, y dando de comer a los ídolos de su propia sangre, la cual sacaban de sus propias orejas, lengua y brazos, y de otras partes del cuerpo, como adelante diré. Era esta tierra un traslado del infierno, ver los moradores de ella de noche dar voces, unos llamando a el demonio, otros borrachos, otros cantando y bailando; tañían atabales, bocinas, cornetas y caracoles grandes, en especial en las fiestas de sus demonios. Las beoderas que hacían muy ordinarias, es increíble el vino que en ellas gastaban, y lo que cada uno en el cuerpo metía. Antes que a su vino lo cuezan con unas raíces que le echan, es claro y dulce como aguamiel. Después de cocido hácese algo espeso, y tiene mal olor, y los que con él se embeodan, mucho peor. Comúnmente comenzaban a beber después de vísperas, y dábanse tanta prisa a beber de diez en diez, o quince en quince, y los escanciadores que no cesaban, y la comida que no era mucha, a prima noche ya van perdiendo el sentido, ya cayendo, ya estando cantando y dando voces llamaban al demonio. Era cosa de gran lástima ver los hombres criados a la imagen de Dios vueltos peores que brutos animales; y lo que era peor, que no quedaban en aquel solo pecado, mas cometían otros muchos y se herían y descalabraban unos a otros, y acontecía matarse, aunque fuesen muy amigos y propincuos parientes. Y fuera de estar beodos son tan pacíficos, que cuando riñen mucho se empujan unos a otros, y apenas nunca dan voces, si no es las mujeres que algunas veces riñendo dan gritos, como en cada parte donde las hay acontece. Tenían otra manera de embriaguez que los hacía más crueles, y era con unos hongos o setas pequeñas, que en esta tierra las hay como en Castilla; mas los de esta tierra son de tal calidad, que comidos crudos y por ser amargos, beben tras ellos o comen con ellos un poco de miel de abejas; y de allí a poco rato veían mil visiones, en especial culebras, y como salían fuera de todo sentido, parecíales que las piernas y el cuerpo tenían lleno de gusanos que los comían vivos, y así medio rabiando se salían fuera de casa, deseando que alguno los matase; y con esta bestial embriaguez y trabajo que sentían, acontecía alguna vez ahorcarse, y también eran contra los otros, más crueles. A estos hongos llaman en su lengua teunanacatlth, que quiere decir carne de dios, o del demonio que ellos adoraban; y de la dicha manera con aquel amargo manjar su cruel dios los comulgaba. En muchas de sus fiestas tenían costumbre hacer bollos de masa, y éstos de muchas maneras, que casi usaban de ellos en lugar de comunión de aquel dios cuya fiesta hacían; pero tenían una que más propiamente parecía comunión, y era que por noviembre cuando ellos habían cogido su maíz y otras semillas, de la simiente de un género de xenixos, con masa de maíz hacían unos tamales, que son bollos redondos, y éstos cocían en agua en una olla, y en tanto que se cocían tañían algunos niños con un género de atabal, que es todo labrado en un palo, sin cuero ni pergamino; y también cantaban y decían que aquellos bollos se tornaban carne de Tezcatlipuca, que era el dios o demonio que tenían por mayor, y a quien más dignidad atribuían; y solos los dichos muchachos comían aquellos bollos en lugar de comunión, o carne de aquel demonio; los otros indios procuraban de comer carne humana de los que morían en el sacrificio, y ésta comían comúnmente los señores principales y mercaderes, y ministros de los templos, que a la otra gente baja pocas veces les alcanzaba un bocadillo. Después que los españoles anduvieron de guerra, y ya ganada México hasta pacificar la tierra, los indios amigos de los españoles muchas veces comían de los que mataban, porque no todas veces los españoles se lo podían defender, sino que algunas veces, por la necesidad que tenían de los indios, pasaban por ello, aunque lo aborrecían.
contexto
Cómo el gobernador vino al puerto de Xagua y trujo consigo a un piloto En este tiempo llegó allí el gobernador con un bergantín que en la Trinidad compró, y traía consigo un piloto que se llamaba Miruelo8; habíalo tomado porque decía que sabía y había estado en el río de las Palmas, y era muy buen piloto de toda la costa del Norte. Dejaba también comprado otro navío en la costa de la Habana, en el cual quedaba por capitán Alvaro de la Cerda, con cuarenta hombres y doce de caballo; y dos días después que llegó el gobernador, se embarcó, y la gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantín. El piloto que de nuevo habíamos tomado metió los navíos por los bajíos que dicen de Canarreo9, de manera que otro día dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocando muchas veces las quillas de los navíos en seco, al cabo de los cuales, una tormenta del Sur metió tanta agua en los bajíos, que pudimos salir, aunque no sin mucho peligro. Partimos de aquí y llegados a Guaniguanico10, nos tomó otra tormenta, que estuvimos a tiempo de perdernos. A cabo de Corrientes11 tuvimos otra, donde estuvimos tres días; pasados éstos, doblamos el cabo de Sant Antón12, y anduvimos con tiempo contrario hasta llegar a doce leguas de la Habana; y estando otro día para entrar en ella, nos tomó un tiempo13 de sur que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la Florida y llegamos a la tierra martes 12 días del mes de abril, y fuimos costeando la vía de la Florida; y Jueves Santo, surgimos en la misma costa, en la boca de una bahía, al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de indios14.