Con tan sólo 17 años, Luca Cambiaso recibió el encargo de decorar con frescos el Palacio Doria de Génova, lo cual le convirtió en uno de los artistas más jóvenes e influyentes en esta importante república italiana. Cambiaso adaptó sus conocimientos de matemática y geometría a sus composiciones y figuras, que pueden llegar a asimilarse a ciertas concepciones del espacio y el volumen del cubismo. Heredero de la tradición monumental de Miguel Angel, que él combina con la suavidad del Correggio, su fama trascendió las fronteras. De este modo, recién terminado El Escorial, Felipe II le hizo llamar a España para que decorara al fresco seco algunas de sus paredes, en 1583. Desgraciadamente, murió a los dos años de su llegada a la Corte escurialense. Su puesto y su estilo fueron ocupados en el monasterio madrileño por otros dos italianos, Zuccaro y Tibaldi.
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Personaje
Arquitecto
Escultor
Sus primeros pasos dentro de su trayectoria artística estuvieron ligados a Nicola Pisano, también arquitecto y escultor. Con este participó en la elaboración del Arca de Santo Domingo de Bolonia. Es autor de "La Virgen en su trono" y "La Natividad", realizadas para decorar la anterior fachada de la catedral de Florencia. Como arquitecto, sus trabajos se inspiran en las bases de la antigua Roma. A lo largo de su carrera proyectó distintos diseños para Roma y Florencia, especialmente en esta última, donde dejó una mayor impronta. Allí se encargó de la dirección del Palacio Viejo, y el diseñó los planos de la catedral.
acepcion
Conjunto de transformaciones que una sociedad experimenta en su estructura en un momento de tiempo determinado, alterando sus pautas culturales.
contexto
La política exterior británica de las últimas décadas del siglo XIX suele definirse, en frase de Salisbury, como de "espléndido aislamiento", aunque -como indica A. J. P. Taylor- su autor, haciendo gala de "realpolitik", la usó en un sentido completamente opuesto, para decir lo que Gran Bretaña nunca podría alcanzar: "sólo si los británicos vivieran en un "espléndido aislamiento" podrían basar su política en principios morales". El aislamiento británico durante este período fue sólo relativo. Con excepción de los acuerdos mediterráneos, el Reino Unido no estuvo directamente implicado en el equilibrio de poder en Europa, pero mantuvo estrechas relaciones con los poderes continentales para salvaguardar sus intereses, especialmente en el Oriente Próximo. A partir de 1894 cuando, por diversas razones, los acuerdos mediterráneos no fueron renovados, se extendió la convicción entre los políticos británicos de que en una escena internacional, cuyos límites se habían hecho mundiales, en la que por todas partes, y no sólo en Europa, surgían competidores por el control económico y político, el Reino Unido no podía continuar permitiéndose estar al margen de cualquier alianza. Diferentes episodios -Fashoda, Venezuela, China, Sudáfrica- vinieron a demostrarles lo difícil que era, desde tal posición, defender sus intereses en el mundo, una vez perdida la hegemonía económica de que antes disfrutaran. Probablemente, nada hizo a los británicos tan conscientes de la situación como la política naval emprendida por el almirante Tirpitz en Alemania, a partir de 1898. Ésta era consecuencia directa de la "Weltpolitik", la política mundial de Guillermo II. "El porvenir de Alemania está en los mares", había declarado el emperador dos años antes; una política de expansión mundial necesitaba una flota, sin la cual ninguna conquista sería segura. En 1898, Alemania disponía de 22 barcos de guerra; Gran Bretaña de 147 de las mismas características. Tras las leyes navales de 1898 y 1900, los alemanes consiguieron construir en poco tiempo 28 barcos más. La carrera alemana se intensificó en 1906 y 1907 y, como consecuencia de la misma, a pesar de los esfuerzos británicos por mantener la ventaja, en 1915 la flota alemana llegaría a ser dos tercios de la inglesa. Fueron varias las posibilidades de alianzas que los británicos barajaron dentro y fuera de Europa. Las deterioradas relaciones con Francia, a causa de Fashoda, y el enfrentamiento con Rusia, tanto en el Próximo como en el Extremo Oriente, hacían más difícil la aproximación a estas potencias que, no obstante, se intentó. También se iniciaron contactos con Japón y Estados Unidos. La opción alemana era firmemente defendida por Joseph Chamberlain, ministro de Colonias en el gobierno unionista que, de acuerdo con un criterio racista, la consideraba una "alianza natural" respecto a otras posibles con países latinos. Nada parecía obstaculizar este acuerdo. No había contenciosos pendientes entre el Reino Unido y Alemania. Lo malo es que tampoco había objetivos particulares en común. En Berlín, la propuesta británica fue recibida con reticencia. El emperador temía que, siguiendo una opinión pública desfavorable a Alemania, el Parlamento británico no ratificara un tratado entre ambos países. Por otra parte, una alianza con Gran Bretaña podría fortalecer la unión entre Francia y Rusia, que se estaba tratando de deshacer. La negociación llevada a cabo en 1901 acabó en fracaso: el "Foreign Office" propuso una alianza defensiva, en caso de guerra contra Francia y Rusia unidas, y la neutralidad si la guerra era con una sola de estas potencias. Para la "Wilhelmstrasse", la alianza británica debía ser con la Triple Alianza y no sólo con Alemania. Gran Bretaña rechazó esta propuesta, que podía llevarle a una guerra exclusivamente por los Balcanes o el Mediterráneo, e hizo una nueva oferta de acuerdo restringido que no fue aceptada. Igual que en el caso de Rusia, diez años antes, también ahora los diplomáticos alemanes despreciaron la capacidad que tenía el Reino Unido de llegar a alianzas con sus contrincantes, y las consecuencias que, en un plazo no muy largo, esto podría tener. De hecho, lo que ocurrió es que, al poco tiempo, Gran Bretaña y Francia firmaron la "Entente Cordiale", lo que supuso que, en un plazo de quince años, en Europa se pasó del aislamiento de Francia al "Einkreisung", el cerco de Alemania.
contexto
La transformación de España en el terreno económico no se puede disociar de ninguna manera de un cambio que ha tenido lugar al mismo tiempo en la sociedad. Esta afirmación no sólo vale para la etapa socialista sino también para la anterior de la UCD porque, en realidad, en este aspecto, como en tantos otros, la obra de los socialistas en el poder ha sido mucho más de continuidad con el pasado que de ruptura con él. Sin duda gran parte de los cambios acontecidos en la Historia reciente española deriva del crecimiento económico o se relaciona con él. Ha sido éste, por ejemplo, el que ha permitido que la cuantía de las pensiones pasara en la década 1982-1992 de uno a cinco billones de pesetas, que se crearan casi un millón y medio de puestos escolares o que el gasto social se multiplicara por más de tres. Decía Aristóteles que las democracias suelen fundamentarse en sociedades igualitarias y esta afirmación tiene especial sentido en el caso de la España reciente, siempre que se tenga en cuenta que esa tendencia igualitaria data de 1977 y no de 1982. Un rasgo muy característico de la España de la época de la transición es que ha llegado a lo que podría denominarse como una etapa de estancamiento demográfico, de tal manera que puede preverse que los casi 40 millones de habitantes que tiene en la actualidad no serán superados en mucho tiempo o no lo serán en absoluto. Procesos demográficos semejantes han acontecido en otras latitudes, pero el caso español tiene un rasgo muy peculiar que deriva de la rapidez con la que se ha producido el suceso. La disminución de la tasa de fecundidad ha sido tal que ha pasado de 2,8 hijos por matrimonio en 1960 a 1,3 en 1990, convirtiéndose en la más baja de Europa con la excepción de Italia; todavía no se ha producido un fenómeno de recuperación que ya ha tenido lugar en otros países como Suecia. En España se da la coincidencia de que hay muchos jóvenes porque el crecimiento demográfico hasta 1974 fue relativamente alto, pero al mismo tiempo empieza a haber una creciente población de edad avanzada. De ahí derivan problemas sociales graves a medio plazo en el mercado de trabajo y en las pensiones. Si en ese punto la evolución española, aunque problemática, resulta un testimonio evidente de modernización, algo parecido puede decirse respecto al papel de la mujer en la sociedad. Los años de la transición han sido los de la masiva llegada de la mano de obra femenina al trabajo, de forma que de una tasa de actividad del 27% se ha pasado al 33% aunque todavía las cifras españolas están por debajo del 41% europeo. Hay profesiones enteras (como la de juez) que se han femineizado. Tal conquista se ha realizado a pesar de que la mujer ha tenido en su contra el hecho de que en tiempo de crisis económica la actitud social generalizada ha consistido en dificultar el aumento en la tasa de ocupación femenina. Del incremento en los gastos del Estado en el bienestar social quizá el impacto más considerable se ha producido en educación, por más que se haya producido una difusión generalizada de la atención sanitaria. Un ejemplo bastará para percibir el cambio decisivo que se ha producido en el transcurso de un corto espacio de tiempo: de acuerdo con el censo de 1981 más de la mitad de los españoles mayores de sesenta y cinco años eran analfabetos o carecían por completo de estudios, mientras que en su totalidad, los menores de quince estaban escolarizados. En materia educativa se plantea un grave problema de calidad, pero la difusión de la enseñanza elemental e incluso la secundaria constituye una característica esencial e irreversible de la España reciente. Todos estos rasgos parecen coincidir en mostrar a la sociedad española como sujeta a un proceso de rápida modernización. Este diagnóstico es, sin duda, cierto pero debe ser contrapesado constatando al mismo tiempo otras dos realidades. En primer lugar no cabe la menor duda de que la distancia entre la sociedad española y la europea sigue siendo importante. Por otro lado, así como en aspectos cuantitativos y materiales la identificación es cada vez mayor, respecto a los valores se mantiene una cierta distancia. La sociedad española, por ejemplo, daba la sensación de estar, a comienzos de los ochenta, poco sedimentada en sus ideas y creencias. Resulta, por ejemplo, evidente que se ha experimentado un proceso de secularización aunque quizá con menor profundidad de la que habitualmente se piensa. Se ha triplicado el número de católicos no practicantes mientras que el porcentaje de los que se declaran agnósticos o ateos sigue siendo inferior al 10%. Lo característico es que este vaciamiento en cuanto a opiniones y a fundamentación del modo de vida no ha sido sustituido por nada nuevo. Da la sensación de que en ella hay una cierta anomia, como si se hubieran liquidado las formas de comportamiento del pasado sin haberlas sustituido por otras nuevas. Ese rasgo, además, resulta válido para la sociedad española en los términos más generales. Los españoles siguen siendo poco tolerantes, escasamente informados y no están vertebrados por la pertenencia a un asociacionismo voluntario, rasgos todos ellos propios de una sociedad democrática. Los valores de la seguridad material y una cierta actitud cínica, despreciativa de cualquier tipo de moral social caracterizan a la sociedad española en un momento en que la sociedad occidental camina precisamente hacia unos valores posmaterialistas, más allá de los de la civilización de consumo. Quizá esos rasgos son, en definitiva, una consecuencia del propio proceso de transición que ha vivido la sociedad española.
contexto
Durante la República se había luchado por extender la alfabetización de la población, se había implantado la coeducación y se habían aplicado nuevas pedagogías impulsadas por la Institución Libre de Enseñanza. Se había producido una reforma del sistema educativo, integrando las tendencias innovadoras de los hombres de la ILE, los principios pedagógicos impulsados por el liberalismo español y en estrecha relación con la concepción educativa del socialismo. Habían ascendido nuevos guías intelectuales laicos que fomentaron la existencia de ámbitos de sociabilidad laicista y facilitaron la movilización social en contra de lo religioso. Esta política secularizadora republicana se había venido gestando desde Giner de los Ríos hasta Azaña, pasando por el Sexenio Revolucionario y aprovechando su impulso para desarrollar todas las iniciativas educativas laicas de los nuevos grupos surgidos e ideales políticos liberales y de izquierdas. La reforma se consolidó con la presencia de Fernando de los Ríos como Ministro de Instrucción Pública, que fiel a su formación y a sus ideas socialistas demandó la socialización de la enseñanza. Su tesis integraba la escuela única o unificada, la relación íntima entre la enseñaza superior y la vida social, el valor profesional de la enseñanza y la preocupación por la enseñanza de adultos. Entre las medidas tomadas para la puesta en práctica de la citada reforma destacaron la organización y promoción de la escuela primaria, la política de construcciones escolares, la distribución e instalación correcta de centros de segunda enseñanza -una vez cerrados los de la Iglesia-, la reforma del bachillerato, el carácter activo y creador de la educación, el concepto de educación pública como sistema unitario que se desenvolvía en tres grados y la constitución del profesorado como cuerpo único. La Constitución de 1931, en su artículo 3, refrendó la exclusión de la Iglesia, legislando la no confesionalidad del Estado, lo que provocó graves tensiones en el sector católico. En el artículo 26 se prohibía a las órdenes religiosas ejercer la enseñanza, se expulsaba a la Compañía de Jesús, y en el 48 se establecía la enseñanza laica. Esta situación se agravó con la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas de 1933, que prohibía enseñar a los religiosos. La citada determinación no pudo llevarse a cabo porque el gobierno fue incapaz de asumir las necesidades educativas del país, aunque intentó obtener en arriendo los colegios religiosos para establecer en ellos una formación laica. Con el triunfo de las derechas a finales de 1933, estos cambios se suspendieron. Y en este dilema de cambios, según el signo político del gobierno, se produjo la victoria del Frente Popular en 1936, que de nuevo incluyó en su programa educativo el programa educativo de la República (B. Martín Fraile 2008: Foro de Educación 10, 111-113). La escuela se iba a convertir en "el arma ideológica de la revolución española", en frase del entonces primer Director General de Primera Enseñanza, Rodolfo Llopis. De esta manera se demostraba una vez más que la escuela es algo más que la simple instrucción de contenidos, que existe un currículo oculto que transmite formas de ser en la vida, posturas religiosas, sociales y actitudes intelectuales. La radicalización de ideologías y posiciones políticas en este período, en el que ocupó un papel importante el modelo educativo, condujo al enfrentamiento de todo el país. Todos los intentos anteriores quedaron truncados con el levantamiento militar de Franco y la posterior Guerra Civil que llevó a la división de España en dos zonas con concepciones muy distintas desde el punto de vista educativo. En esta nueva etapa de enfrentamiento, como queda claramente de manifiesto en los siguientes párrafos, todas las mujeres de ambos bandos se sintieron llamadas a hacer algo por los suyos, bien en el frente, bien en la retaguardia al lado de los hombres, al tiempo que las autoridades de ambos gobiernos -republicano y sublevado-, prohibieron su presencia en los frentes. Por un lado, en el lado sublevado, "la única mujer falangista que en esos primeros meses de guerra pudo hacer algo fue María Paz Unciti (Anexo V). Esta joven, ayudada de varias camaradas más, consiguió poner en marcha el Auxilio Azul, cuya misión prioritaria consistía en buscar refugio a los camaradas perseguidos. En el período de persecuciones previo al estallido de la Guerra Civil, la Sección Femenina ya se había ocupado de la suerte de los encarcelados... La vida de los hombres peligraba, pero también la de las mujeres. Una de las primeras ejecutadas fue precisamente María Paz Unciti. ... En el bando republicano las mujeres tampoco se quedaron paradas una vez iniciada la guerra. Las necesidades generadas las convirtieron en parte activa de la lucha contra el bando opuesto. Las diversas organizaciones apelaban a su implicación en la defensa de la patria, siempre que respetasen la tradicional subordinación al hombre. Los eslóganes inscritos en los numerosos carteles editados por todo el territorio republicano recordaban que el lugar de la mujer era la retaguardia: "¡Mujer!, tu trabajo y tu colaboración en el sindicato serán decisivos mientras nuestros hombres lucha". No obstante, el esfuerzo bélico llegó a demandarlas más adelante en ocupaciones hasta entonces varoniles: "¡Mujer! Exige un puesto en la producción que es hoy tu frente de lucha". En la mayoría de los casos, el cartelismo aludía al sentimiento protector de la maternidad, presente también en el heroísmo de resonancias telúricas que simbolizaban figuras poderosas como la Pasionaria, Federica Montseny, etc. Gráfico Fuera de estas individualidades, ciertamente emblemáticas, la mayoría de las luchadoras de la España republicana fueron anónimas "obreras del hogar", que la propaganda había consignado como heroínas de la retaguardia. Hubo también miles de mujeres que se implicaron en la lucha contra los nacionales encuadradas en alguna de las heterogéneas organizaciones femeninas existentes, que respondían a intereses partidistas, muchas veces enfrentados. Sin ir más lejos, el movimiento feminista de impronta anarquista Mujeres Libres englobó a unas veinte mil, resueltas a obtener su total liberación, tanto por razones de sexo como por su condición de miembros del proletariado. Aunque más sensible con los problemas de la mujer, tampoco el anarquismo superó la mentalidad sexista, pese a la enorme implantación que tuvo la citada organización libertaria. Si en la retaguardia las mujeres desempeñaron un papel destacado a lo largo de la guerra, las pocas que llevadas por su antifascismo decidieron luchar en el frente, nada pudieron hacer al encontrarse con las contundentes objeciones de sus compañeros, instalados en la inercia histórica de considerar la lucha cosa de hombres. Este rechazo se oficializó con un decreto firmado por Largo Caballero a finales de otoño de 1936, que obligaba a las milicianas a abandonar lo antes posible los frentes.
contexto
Ya que hemos tratado de la proyección que las transformaciones de los sesenta tuvieron en aspectos importantes de la evolución histórica posterior, no viene mal tratar de algunos de ellos de forma un poco más pormenorizada. A continuación, se abordará el cambio en el compromiso político de los intelectuales, en las nuevas formas de la creatividad cultural y en la evolución de la Iglesia católica. Sin duda, los años sesenta fueron menos propicios al compromiso como demuestra la "nueva novela" de Robbe-Grillet; al menos no existió en este período una tan lineal identificación de la fórmula creativa con la expresión literaria ni una simplificadora identificación del mundo literario comprometido con el comunismo. Los dos grandes intelectuales franceses optaron en 1968, como siempre, por posiciones por completo antitéticas. Sartre se entusiasmó mientras que Aron se mostró nervioso ante un suceso inclasificable. "Lo importante es estar con los estudiantes rebeldes", proclamó Sartre. Su análisis no tenía nada de marxista al proclamar que lo que le interesaba de los estudiantes era que llevaran la imaginación al poder. Aron se arriesgó, contra la tendencia predominante en el mundo intelectual, a calificar a lo sucedido como un psicodrama. Por una vez la polémica entre ambos adquirió un tono virulento. Sartre dijo que Aron había quedado desnudo ante el público pero lo cierto es que, por una vez, éste último parece haberse desprendido de su papel de observador sereno de la realidad aunque no le faltó la razón en la mayor parte de sus juicios. Los tiempos posteriores al 68 fueron de "izquierdismo", es decir de proliferación de grupos minúsculos de significación ultrarrevolucionaria o maoísta en el mundo intelectual francés. Sartre, ya con 65 años, vivió en este período la juventud por la que no había pasado en otro tiempo. Aprobó la violencia de los estudiantes, llamó "prostituta" a la Universidad y propuso una tensión revolucionaria permanente; para él el parlamentarismo era una trampa y un elector entrando en un colegio electoral equivalía a un traidor en potencia. Ni aun así, a pesar de visitar a Andreas Baader en la cárcel durante 1974, consiguió ser un líder intelectual indisputado. Foucault, profeta de la violencia terrorista, se convirtió en el intelectual punto de referencia del "izquierdismo" en comparación con un Sartre envejecido. La ortodoxia dentro del Partido Comunista se hizo cada vez más complicada: Aragon vio fenecer Les Lettres françaises, que había sido órgano del PCF, cuando perdió las suscripciones de Europa del Este por su proclividad hacia la heterodoxia. Pero si el final de los sesenta había sido una época de eclosión de izquierdismos el comienzo de los setenta vio aparecer iniciativas en la derecha. En algún caso aparecieron incluso fórmulas intelectuales que recordaban un cierto etnocentrismo. Ya en los setenta el liberalismo experimentó una reacción, principalmente de manos de Aron, quien en 1978 vería aparecer la revista Commentaire, muy vinculada a su pensamiento. Pero probablemente el gran acontecimiento intelectual en la década de los setenta fue la publicación de El archipiélago Gulag por Solzhenitsin en 1974, que revelaba la verdad de los campos de concentración de la URSS. En ese mismo año publicaron libros Glucksmann y también Lefort que coincidían en un pensamiento crítico de la URSS desde la óptica de la izquierda. En 1975 apareció La tentación totalitaria de Revel y en 1977 La barbarie con rostro humano de Bernard Henri Levy todos ellos muy críticos con el mundo de la izquierda intelectual procomunista. Ya a finales de los setenta se dibujaba un acercamiento de posturas. En 1979 Glucksmann logró una aparente reconciliación de Aron y Sartre con ocasión de una común declaración de intelectuales a favor de los vietnamitas que huían de su país. Al año siguiente murió Sartre y en 1983 le siguió Aron. El primero había tenido una vejez un tanto patética y dominada por su último secretario. El segundo en 1981 fue entrevistado por dos personas de la generación del 68 y en 1983 publicó sus memorias. Ambos libros tuvieron un gran éxito y se dijo que Francia se había vuelto "aroniana". En gran medida fue así, pero también puede interpretarse lo sucedido diciendo que el pensamiento liberal había obtenido una victoria tras la desaparición de su principal mentor. Sartre había sido un seductor mientras que Aron, más frío y distante, había sabido estar más a menudo contra corriente. Foucault, que hubiera podido suceder a Sartre en la izquierda, murió en 1984. En esta fecha se pudo decir que había desaparecido ya el intelectual oráculo o profético, el que creía en la religión de la revolución y a ella sacrificaba su pensamiento. En adelante en la propia Francia el intelectual se limitaría a una labor crítica más que a la defensa de un ideario revolucionario omnicomprensivo. La narración de lo ocurrido en Francia en donde el intelectual tuvo siempre una relevancia excepcional podría completarse con lo acontecido en otras latitudes como, por ejemplo, en Estados Unidos. Allí los problemas de política exterior jugaron un papel más importante pero las líneas de tendencia fueron parecidas. A comienzos de los años setenta un grupo de intelectuales que habían estado vinculados al Partido Demócrata -Kristol, Podhoretz, Moynihan, Glazer...- derivó hacia una postura de dureza contra el adversario soviético y de defensa de los valores tradicionales de la democracia norteamericana. Los años posteriores a 1968 vieron aparecer las tendencias posmodernas en el arte. Todas ellas se caracterizaron no ya por el espíritu de la vanguardia sino por recurrir a una especie de cita fragmentaria del arte del pasado. El concepto de "transvanguardia" fue elaborado por el crítico italiano Achille Bonito Oliva a finales de los setenta para hacer alusión a una serie de manifestaciones artísticas que se caracterizaban por su nomadismo sobre los más variados períodos artísticos del pasado pero también por los más diversos modos de expresión. A menudo este paseo por el pasado tenía mucho de irónico. De cualquier modo lo buscado no era ya la originalidad vanguardista. De esta manera el mundo de las artes plásticas se ha caracterizado por ser realmente caleidoscópico. El neoexpresionismo alemán tomó como punto de arranque las experiencias de comienzos de siglo. Baselitz, pintor y escultor, se significó por su gestualismo exaltado mientras que Kiefer ofreció visiones un tanto apocalípticas. De la transvanguardia italiana la mejor expresión han sido Mimmo Paladino, Enzo Cuchi o Francesco Clemente. En este último resulta evidente la relación con la cultura india, hecho importante porque revela la condición cosmopolita del arte del fin de siglo. En Estados Unidos también la existido una pintura neoexpresionista como la de Basquiat, caracterizada por su agresividad (fue un pintor de "graffitti" originariamente) o la de Julian Schnabel. Pero ha habido también un neominimalismo y una pintura neopop (Scharf) o relacionada con lo kitsch (Koons). En cierto modo también se puede decir que existe una cierta arquitectura posmoderna caracterizada por una vuelta parcial a la tradición constructiva de otros tiempos. El carácter instantáneo de la comunicación ha permitido, además, un trasvase generalizado de influencias que ha permitido hablar de un "eclecticismo mundial". Algo característico del momento arquitectónico posterior a los setenta ha sido también la utilización de parodias, metáforas plurales y la ambigüedad estilística. El primer arquitecto actual que utilizó procedimientos como las molduras decorativas y arcos en las entradas principales puede haber sido Robert Venturi. Arata Isozaki, Aldo Rossi y Mario Botta ha demostrado interés por el clasicismo pero también por el manierismo. También en la literatura hubo entre el final de los sesenta y el comienzo de los setenta una sensación de ruptura. El francés Lyotard en "La condición posmoderna" (1979) estudió este cambio. Por un lado la literatura dio la sensación de perder la significación tradicional que había tenido como vehículo de conocimiento pero por otro empezó a reconquistar al público que había perdido a consecuencia del experimentalismo de la vanguardia. Si, de un lado, se volvieron a utilizar los procedimientos de la forma novelesca tradicional, por otro lado no se tuvo inconveniente en poner en evidencia la ficción o la construcción misma que la vanguardia había hecho patente en sus relatos. Frente al hermetismo de los relatos más modernistas ha surgido un tipo de narración que parece volver a la novela tradicional, incluso a la histórica. Lo que aparece como más característico es un tipo de novela híbrida, mezcla de realismo tradicional y de modernismo experimental. A veces la literatura imita a la literatura pero con la adición de intriga y con una reflexión filosófica o ensayística que tiene que ver con una interpretación del mundo actual (el caso de El nombre de la rosa de Umberto Eco). Otras opciones son, por ejemplo, una literatura femenina basada en experiencias muy peculiares o la biografía y autobiografía que contiene una buena parte de ficción. Se ha producido, en definitiva, una destrucción de los géneros, pues en la narración actual se mezclan, por ejemplo, el ensayo y la narración. Finalmente, debe hacerse una reflexión acerca de la evolución de la Iglesia católica. Sin duda, en este aspecto el punto de referencia esencial sigue siendo el Concilio Vaticano II y el Papa Pablo VI. El Concilio se puso en marcha con la labor previa de dos mil encuestas, una parte de ellas centradas en cuestiones de menor trascendencia, pero en 1962, poco antes del inicio de las sesiones, aparecieron algunos temas que habrían de centrar las discusiones conciliares: la participación de la Iglesia en la búsqueda de una Humanidad mejor, la renovación -"aggiornamento"- de las estructuras o de la presentación del mensaje de la Iglesia y la preparación del camino hacia la unidad con los no cristianos. El propio Juan XXIII no tenía una idea muy clara de lo que iba a resultar el Concilio, inaugurado en octubre del año citado. Probablemente pensó que se trataría de un encuentro no conflictivo y quedó sorprendido por el vendaval polémico levantado pero nunca pensó que hubiera que limitar de algún modo el debate. El nuevo Papa fue mucho más consciente de las posibles dificultades, del peligro de acabar sin un resultado preciso y de la necesidad de imprimir una dirección al Concilio sin, al mismo tiempo, manipularlo. Para él los objetivos debían ser: una definición más clara de la Iglesia, su renovación, tender un puente hacia el mundo contemporáneo y dirigir la mano a los "hermanos separados". Pablo VI entregó el mensaje conciliar al mundo de manos del filósofo francés Jacques Maritain, quizá la figura más significada en el pensamiento católico del siglo XX. El Concilio había sido preparado por una mentalidad de curia romana pero poco a poco pasó a ser protagonizado por las preocupaciones intelectuales de la teología centroeuropea. Algunos episcopados habían vivido muy alejados del diálogo con corrientes espirituales de la época. Ellos y la curia, que se identificaron muy a menudo con el romano pontífice, como si el Concilio fuera un adversario, tenían muy poco deseo de que las cosas cambiaran. La figura del Papa Pablo VI está estrechamente vinculada al Vaticano II. Había permanecido treinta años en la Curia romana hasta ser alejado de ella en 1954. Le tocó dirigir una de las etapas más difíciles en la Historia del catolicismo e incluso soportar que contra él se dirigieran las pasiones de las dos grandes tendencias en que el catolicismo quedó dividido. Fue persona de gran finura intelectual y amplia cultura que, sin duda, padeció por la división del mundo católico en torno a las tareas conciliares. Como en tantos otros aspectos, así como el comienzo de los sesenta fue una época de esperanza en grandes reformas, el final de la década concluyó con desgarros, conflictividad y polarización. De sus encíclicas la Populorum progressio acuñó el concepto de "civilización del amor" como compendio del desarrollo social y humano. En la Octogesima adveniens afirmó que la Iglesia no tenía "una palabra única", es decir una solución de valor universal en materias sociales aunque sí unos principios esenciales. Sus reformas eclesiales empezaron por la fijación en 120 del número de cardenales y de setenta y cinco años como edad de jubilación pero, además, siguiendo las enseñanzas del Concilio procedió a una renovación general de las estructuras eclesiales. Durante su pontificado, el Papa descubrió una nueva dimensión misionera de su labor pastoral. En el propio Concilio expresó su deseo de visitar Palestina pero también viajó a India, Colombia, Filipinas y Australia. Dos de sus viajes tuvieron una especial significación en cuanto que presupusieron una profunda novedad: en la ONU presentó a la Iglesia como "experta en humanidad" y ofreció su concurso de cara al establecimiento de una paz universal y en Ginebra, ante el Consejo Mundial de las Iglesias, testimonió su voluntad ecuménica. Con el patriarca ortodoxo se entrevistó en Jerusalén y en Estambul y se levantaron las respectivas excomuniones cruzadas entre ambos, símbolo de la mentalidad de otro tiempo. Inició la apertura hacia el Este y Yugoslavia fue el primer país comunista que estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano. La Humanae vitae, acerca del matrimonio y la contracepción, tuvo como resultado su enfrentamiento con la mayoría no sólo de los católicos sino con buena parte del mundo moderno. Otros motivos de enfrentamiento con opiniones extendidas fueron su rechazo de la violencia en América y su decisión de no aceptar algunas medidas de la jerarquía holandesa. "Tal vez soy lento, pero sé lo que quiero", dijo en una ocasión el Papa y probablemente era cierto. Su pontificado fue menos popular que el precedente y tuvo la incomprensión de muchos pero fue probablemente uno de los más complejos e interesantes de la Historia. Los documentos conciliares supusieron una profunda renovación litúrgica pero también de la propia estructura de la Iglesia, de tal modo que nada se entiende de la posterior evolución del catolicismo sin tenerlos en cuenta. La Lumen gentium supuso la aparición de las conferencias episcopales. La Dignitatis humanae ofreció una doctrina de ruptura con el pasado y llena de confianza respecto al futuro en lo relacionado con la libertad religiosa. La Gaudium et spes trató de definir lo que la Iglesia podía aportar al mundo y recibir de él. En todos estos terrenos, no sin contradicciones y conflictos, la Iglesia católica había experimentado una profunda renovación.
contexto
Además de nacer nuevos pueblos, también cambió el paisaje agrario. Las alturas estaban pobladas de castillos que concentraban a la población y, como consecuencia, los valles quedaron deshabitados. Los campesinos ya no vivían en las cercanías de los campos que cultivaban. Hasta ellos caminaban cada mañana, con los aperos a la espalda, o cargados en un asno. Pero los campos no eran todos iguales. Los huertos requerían vigilancia y cuidados continuos, por lo que era natural plantarlos dentro del mismo castillo o en el exterior, junto a la muralla. Ello en ocasiones obligaba a construir terrazas para dar estabilidad y profundidad a los suelos que, con gran frecuencia, eran pedregosos y se hallaban en fuertes pendientes. Rápidamente apareció un cinturón de minúsculos huertos rodeando los castillos. También el viñedo demanda trabajo y vigilancia, aunque en menor medida que la horticultura; en consecuencia, más allá del cinturón de huertos aparece el viñedo, con sus liños separados por cañas, olivos y árboles frutales; las cepas se alinean estrechamente, formando un bloque compacto, al abrigo de la voracidad de las cabras, ovejas, bueyes y otras bestias, a las que tan sólo se les permite entrar en los viñedos tras la vendimia. Si nos alejamos un poco más del castillo, el paisaje cambia de nuevo, ya no hay vides o árboles frutales, sólo cultivos de siembra que requieren menores cuidados, y algunos sectores boscosos. Más allá, llegando a los límites del territorio que domina el castillo, predominan el terreno sin cultivar y el bosque. Del mismo modo que las casas antes dispersas han sido sustituidas por el castillo, la continuidad de cultivos de aquella época ha sido reemplazada por un nuevo paisaje, estructurado en una serie de sectores agrarios dispuestos, respecto al centro habitado, en orden de productividad decreciente. El castillo, sin embargo, no representó solamente una revolución en los asentamientos, en la sociabilidad campesina, en las formas de cultivo y en el paisaje. Fue también el origen de una transformación fundamental de las estructuras del poder. Quien lo poseía estaba a salvo y, ya que aseguraba la defensa, desempeñaba la más básica de las tareas del poder. Como contrapartida, la población estaba obligada con el señor por una larga serie de contraprestaciones y tributos, pero, sobre todo, él ordenaba y castigaba. En una época en la que el orden público, representado por el Estado, había ido desapareciendo, los poderosos, tanto nobles como eclesiásticos, encontraron en los castillos un medio nuevo y muy eficaz para imponer su propio dominio a una población campesina que, finalmente, había comenzado a crecer después de la dramática caída demográfica de los siglos precedentes.
contexto
Las consecuencias de la incorporación masiva de la mujer a la vida laboral han sido importantes para la organización familiar. En primer lugar porque los ingresos de la mujer han pasado a enriquecer a las familias. Los análisis de los años 1980-1990 muestran una característica en relación con las rentas familiares. Curiosamente es en los extremos del nivel de rentas en el que existen más mujeres trabajadoras, es decir, que la mujer trabaja más cuando el marido lo hace en niveles de rentas extremadamente bajas o, al contrario, en rentas muy altas. Esto parece significar que en el primer caso trabaja por necesidades económicas y en el segundo, por el aumento del nivel educativo que ha alcanzado. Sea como fuere, su trabajo ha sido, desde el punto de vista económico, algo positivo para la familia en esta década. Desde el punto demográfico, las consecuencias son complejas. La familia ha sufrido una transformación pues uno de los efectos del trabajo de la mujer ha sido la caída de la fecundidad. Se ha pasado de 2,8 hijos por mujer en 1975, a 1,17 en 1997, una cifra que resulta muy inferior a la de 2,1 que se considera como necesaria para mantener el tamaño de una población. Junto al incremento de la mujer en la participación activa laboral y otras variables como el retraso en la edad de contraer matrimonio o la prolongación en los niveles educativos, se explica este hecho, según experto como Alfonso Alba (1), por la ausencia de políticas familiares durante la Transición democrática. No se alentó ninguna medida que paliase los problemas surgido en relación con el cuidado del hogar: atención a niños pequeños, a enfermos, ancianos, etc., haciéndose la vida de la mujer más difícil, o bien obligándola a cambiar sus elecciones familiares. Incluso los movimientos feministas la han ignorado y con frecuencia denigrado al tachar a la familia de ser una institución conservadora, asociada a los postulados del franquismo. La despreocupación política por la familia se produjo en un momento económico negativo. La inflación de vida en España desde 1975, fue erosionando las ayudas familiares que se habían instaurado durante el franquismo. A ello se añadió la supresión de algunas medidas que se consideraron contrarias a la Constitución, como era la asignación mensual por esposa a cargo, que fue suprimida en 1985. Las pocas acciones realizadas en España a favor de la familia fueron la aplicación de una rebaja de la reforma fiscal en 1978 y una nueva regulación de las categorías de familia numerosa, con los beneficios correspondientes, a partir de los tres hijos. Si el descenso de la fecundidad ha sido general en Europa, en España se ha producido de una manera drástica: en 1972 era el país con mayor fecundidad de Europa y en 1996 era el de tasa más baja. Este fenómeno hace que peligre el reemplazo generacional. Sólo cuando el INE publicó los datos provisionales sobre la fecundidad y la ONU las proyecciones de población, se comenzó a interesar la opinión pública en la evolución de la natalidad. La baja tasa de fecundidad -1,07 hijos por mujer- y el acelerado proceso de envejecimiento hicieron que se crease un clima de preocupación en España. A través de la política familiar se pretende llevar a cabo, mediante las cotizaciones y las prestaciones familiares, una redistribución de la renta en función del número y de la edad de hijos. Se trataría de una redistribución calificada como horizontal con objeto de disminuir la desigualdad existente entre familias que tengan un mismo nivel de ingresos y diferente número de hijos. Gráfico Se comenzaron a dar tímidos pasos sobre la política familiar a través del IRPF en el que se introdujo el concepto de "mínimo personal y familiar" y unas medidas de apoyo al fomento de la natalidad. Sin embargo, ambas fueron económicamente poco significativas pues se arrastraba un déficit de política de apoyo a la familia. En 1996 el Congreso de los Diputados aprobó la creación de una ponencia para estudiar la situación de la familia. En ella se instaba al Gobierno a que se impulsase una política integral de apoyo, que pasase por conseguir una conciliación entre la vida laboral y las responsabilidades familiares. Se pedía la ampliación de la red pública de guarderías, la aplicación de deducciones fiscales por nacimientos, la concesión de ayudas a los padres por los gastos ocasionados por el cuidado de los hijos y que las empresas que proporcionen servicios para el cuidado de los hijos de los empleados, etc. Sin embargo, lo que no se mencionaba era la aplicación de la política existente en otros países de Europa: la asignación universal por hijo nacido. En 1999 el Senado ha emitido un informe sobre la inserción de la mujer en el mundo laboral en el que se recomienda facilitar la educación y el cuidado de los niños hasta los tres años. Los estudiosos piden el aumento de plazas públicas de guarderías, las subvenciones a centros privados, los subsidios generalizados por nacimientos, independientemente de la renta familiar y de la situación laboral de los padres, etc. Otra cuestión es la que se refiere a los permisos de maternidad. Para sustituir a trabajadores en situación de baja maternal, se establecen bonificaciones de cuotas a la Seguridad Social en los contratos de interinidad de personas en paro. En 1999 se aplican las directivas europeas en relación con los permisos de paternidad que, en algunos casos, aumenta los niveles mínimos de protección previstos por la ley española. Se amplía el derecho a la reducción de jornada y excedencia a los trabajadores que tengan que ocuparse de personas mayores y enfermas, en línea con los cambios demográficos y el envejecimiento de la población. Falta, de todos modos, una política integral de la familia, que abarque la atención de los hijos desde el periodo de nacimiento al de la escolarización. Lo que con frecuencia se ha producido es la consolidación de la doble jornada por parte de la mujer. En España, la política social sigue estando en deuda con las mujeres, por lo que se estudian medidas de asistencia a la familia: aumento de plazas públicas para el cuidado de los niños, subvenciones a centros privados de niños y escuelas infantiles, subsidios por el nacimiento de los hijos, apoyo a las familias que optan por cuidar a los hijos pequeños en casa y ayudas de carácter universal, independientes del modo que se elija para hacerlo efectivo. Algo que no ocurre en el resto de Europa occidental, dónde países fuertes como Alemania o Francia, han fomentado la política familiar aplicando, entre otras medidas, una asignación económica por nacimiento de hijo, como se muestra en la siguiente tabla: % PIB EN LA RAMA FAMILIA 1997 <table> <tr><td>País </td><td>% PIB en la función familia</td></tr> <tr><td>Bélgica</td><td>2,4</td></tr> <tr><td>Dinamarca</td><td>3,9</td></tr> <tr><td>Alemania</td><td>2,9</td></tr> <tr><td>Grecia</td><td>1,9</td></tr> <tr><td>España</td><td>0,4</td></tr> <tr><td>Francia</td><td>2,9</td></tr> <tr><td>Irlanda</td><td>2,2</td></tr> <tr><td>Italia</td><td>0,9</td></tr> <tr><td>Luxemburgo</td><td>3,2</td></tr> <tr><td>Holanda</td><td>1,1</td></tr> <tr><td>Austria</td><td>2,9</td></tr> <tr><td>Portugal</td><td>1,1</td></tr> <tr><td>Finlandia</td><td>3,7</td></tr> <tr><td>Suecia</td><td>3,6</td></tr> <tr><td>Reino Unido</td><td>2,4</td></tr> <tr><td> UE-15</td><td>2,3</td></tr> </table> Voces autorizadas defienden que las políticas que persiguen realmente la igualdad de oportunidades deberían ir unidas a las políticas familiares, de lo contrario, el resultado inevitable es el descenso de la fecundidad. Las políticas públicas han facilitado muy poco la incorporación laboral de la mujer en la España democrática pues, aunque la finalidad de la política familiar sea la protección de la familia, indisolublemente ligada a ella se encuentra el objetivo de permitir que la mujer pueda llevar a cabo la realización de su proyecto vital sin que se vea obligada a plantearse la disyuntiva entre ser madre o trabajar.