La crisis del XVII alcanzó también al sector industrial, que se resintió de la nueva coyuntura adversa. En distintos países las manufacturas sufrieron un importante retroceso y el volumen de la producción cayó. Sin embargo, en otros la evolución fue de signo positivo. Así ocurrió, por ejemplo, en Inglaterra. También Suiza consiguió un notable avance industrial, mientras que en Suecia la minería del cobre y del hierro obtuvo un amplio desarrollo en este siglo. Pero el XVII fue también el escenario temporal de cambios en los sistemas de organización industrial, que contribuirían a preparar el camino a las grandes transformaciones económicas activadas en las áreas más avanzadas de Europa a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Al igual de lo sucedido en la agricultura, la industria halló formas eficaces de adaptación a las circunstancias de crisis e, incluso, en algunos casos, salió reforzada de ellas. Deben, por tanto, establecerse diferencias entre aquellas áreas que sucumbieron a la crisis y aquellas otras que la sortearon con éxito. En el primer grupo E. Hobsbawm incluye a países como Italia, Alemania, partes de Francia y Polonia. Sobre el primero de ellos, basándose en ideas de Carlo M. Cipolla, Hobsbawm sostiene que Italia pasó de ser el país más industrializado y urbanizado de Europa a convertirse en una zona típicamente campesina y retrógrada. Esta afirmación quizá peque de algo exagerada, a tenor del mantenimiento de una parte de las estructuras productivas norteitalianas, especialmente en torno a Milán. A la anterior relación de países hay que añadir, sin lugar a dudas, a España. El caso español viene marcado por una severa decadencia económica en el siglo XVII, que afectó de forma particular a la industria. La crisis de la manufactura castellana, sin embargo, arranca tempranamente de mediados del siglo XVI. El sector textil, que representaba el núcleo más importante, no pudo resistir los impactos derivados de la concatenación de un conjunto de factores de carácter negativo. Entre ellos es necesario tener presente la orientación exportadora de la producción de materia prima lanera, reforzada por los intereses particulares de ciertas oligarquías mercantiles y por la política económica de la Monarquía. Esta circunstancia restó posibilidades de abastecimiento de lana a bajo precio a la industria pañera nacional. La falta de competitividad de la producción propia frente a la extranjera se vio aumentada por el desfase de los precios, ya que España padeció de forma más aguda que otros países las consecuencias de la coyuntura inflacionaria del XVI. La ausencia de una auténtica mentalidad inversora, los estragos causados por la creciente presión fiscal y el atraso de las estructuras organizativas dañaron también las expectativas de desarrollo de la manufactura española. En el siglo XVII estas circunstancias se vieron agravadas por el endurecimiento de la coyuntura comercial y por el caos monetario provocado por la política oficial, que contribuyó decisivamente a desalentar las inversiones. La economía española, después de los compases iniciales de la crisis, atravesó, por lo tanto, por una fase de auténtico desmantelamiento industrial y no inició una tímida recuperación hasta las décadas finales de la centuria.
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Toda una serie de circunstancias muy variadas produjeron una profunda transformación de la política internacional del Sudeste asiático a partir de finales de los años setenta. La desaparición de la influencia norteamericana en la zona como consecuencia del abandono del Vietnam fue el factor inicial que desencadenó este proceso pero, tras esta sorpresa, vino otra también muy considerable como fue el expansionismo militar y territorial vietnamita. El establecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China fraguó en una diplomacia triangular nueva (China-Japón-Estados Unidos) que no fue ocasional ni limitada tan sólo a contrapesar el poder soviético en la zona sino que estaba destinada a perdurar en el tiempo. El nuevo panorama obligó a cambios en la actitud de las potencias más importantes de la zona, como sucedió en el caso de India, al mismo tiempo que nuevas naciones y nuevos escenarios parecían introducir un dinamismo adicional en el área del Pacífico. La Guerra de Vietnam concluyó no sólo con la presencia norteamericana en este país sino también con la conversión de la totalidad de la antigua Indochina en tres países dotados de sendos regímenes comunistas. La caída de Saigón en abril de 1975 coincidió con la de Phnom-Penh, la capital de Camboya, y a ello le siguió la conversión de Laos en una República Popular a fines de año. En junio de 1977 la SEATO, antiguo organismo defensivo de hegemonía norteamericana, se disolvió y por un momento pudo haber la sensación de que se iba a producir un desmoronamiento de todos los regímenes de Asia oriental que no tuvieran significación comunista. Sin embargo, como sucedió en otras ocasiones, la teoría del dominó no llegó a cumplirse. Bajo la divisa del neutralismo y de la cooperación económica Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas y Singapur organizaron una "Association of South East Asian Nations" (ASEAN) que gravitó de forma inevitable hacia los Estados Unidos, que mantenían una presencia militar en la zona gracias a sus bases en Filipinas (Subic Bay y Clark Field) y que, además, se benefició, como ya se ha indicado, de un importante crecimiento económico. Un factor fundamental para que las previsiones acerca de una posible catástrofe para los intereses occidentales en la zona no llegara a producirse fue la incompatibilidad radical de las dos grandes potencias comunistas en la antigua Indochina. Vietnam se mostró muy pronto imperialista llegando a establecer una especie de protectorado sobre Laos en 1977; ambos países se integraron de forma clara en la galaxia de regímenes soviéticos. La Camboya de Pol Pot y de sus Khmers rojos mantuvo, en cambio, con apoyo de China una constante situación de tensión fronteriza con Vietnam desde 1975. El carácter genocida del régimen camboyano combinado con esa situación conflictiva acabó por provocar una intervención de Vietnam en Camboya con la definitiva expulsión de los dirigentes de aquel régimen en diciembre de 1978. De esta manera Vietnam se convirtió en una especie de gendarme político-militar de la región; como "la Prusia de Asia" pudo ser descrito por la sovietóloga Helène Carrêre d'Encausse. Ni siquiera una ofensiva china en la frontera común a comienzos de 1979 pareció poder limitar este papel de Vietnam como potencia imperialista, puesto que sus tropas fueron capaces de detener la ofensiva adversaria. Por primera vez se producía un choque bélico entre dos países comunistas en el Sudeste asiático, aliados respectivos de las dos grandes superpotencias identificadas con este ideario, en clara ruptura con la tesis del internacionalismo proletario. Vietnam, en efecto, estuvo poderosamente armado por los soviéticos que, en compensación, consiguieron una importante base en Cam Ranh que antes había sido ocupada por el Ejército norteamericano. Desde ella, los soviéticos podían pensar en irradiar una importante influencia en dirección hacia el Pacífico. No obstante esta victoria y a pesar de la misma integración de Vietnam en el bloque soviético, con la correspondiente ayuda económica que ello significó, el largo período bélico en el país y la implantación misma del régimen comunista tuvo como consecuencia un auténtico desastre económico que hizo que una parte de la población tratara de emigrar tanto de Camboya como de Vietnam. Desde 1978 hasta 1982 la renta per cápita pasó de 257 a sólo 187 dólares. Por su parte, la política exterior de China, inesperado antagonista de Vietnam, con cuyo régimen del Norte había colaborado ampliamente durante el período de la Guerra contra los Estados Unidos, se caracterizó por el mantenimiento de los principios acuñados en la fase final de la vida de Mao tras la desaparición de éste en 1976. En teoría, China repudiaba por igual el imperialismo norteamericano y el soviético, quería liderar el Tercer Mundo y buscaba apoyos en un mundo "intermedio", calificativo que atribuía a aquellos países que no dependían en exceso de las dos grandes superpotencias. En la práctica, sin embargo, en este momento en que el papel de la Administración norteamericana en política exterior y de defensa estaba recortado por el legislativo, China se alineó siempre en contra de la Unión Soviética con la que mantenía contenciosos fronterizos y controversias doctrinales y, de este modo, resultó un aliado objetivo de los norteamericanos, fuera la Administración la republicana de Nixon y Ford o la demócrata de Carter. En realidad, una gran parte de los conflictos entre ambas superpotencias comunistas obedecieron a factores clásicos de confrontación tradicional entre potencias con aspiración a la hegemonía. La operación fallida de castigo contra Vietnam que ya ha sido citada no se entiende sin tener en cuenta el previo pacto suscrito entre la URSS y este país en noviembre de 1978. Casi al mismo tiempo que éste se firmó un tratado entre China y Japón en el que se incluía una especie de "cláusula antihegemónica" que en realidad se refería en exclusiva a la URSS. Pero, como se puede imaginar, esta alianza no hubiera resultado imaginable sin el acercamiento de China a los Estados Unidos, que se estrechó por razones estratégicas al margen de que en ambos países se hubiera producido un cambio político (el que llevó de Mao a Deng y de Nixon a Carter, respectivamente). En diciembre de 1978 ambos países establecieron relaciones diplomáticas plenas que suponían el reconocimiento norteamericano de la República Popular como único Gobierno legal de este país. El viaje de Deng a los Estados Unidos en 1979 ratificó este acercamiento pero la invasión soviética de Afganistán resultó todavía más decisiva para consolidarlo en el sentido de que disipó las ilusiones creadas por la distensión entre los norteamericanos, mientras que corroboró la opinión de los dirigentes chinos acerca del "social imperialismo" soviético. Los dirigentes chinos se mostraron muy pragmáticos tolerando que los Estados Unidos mantuvieran sus estrechas relaciones con Taiwan. Ese pragmatismo se pudo percibir también en la posterior evolución de la política exterior china. En efecto ya en los años ochenta, cuando la política norteamericana se había endurecido en lo que respecta a las relaciones con la URSS, China se situó en una posición de aparente equidistancia entre las dos superpotencias. Ya habían desaparecido los últimos rastros de la revolución cultural china que los había enfrentado desde el punto de vista ideológico con los soviéticos, por más que persistieran los conflictos territoriales y de hegemonías competitivas. De todos modos, la desaparición de Breznev en la URSS, que había tenido una auténtica obsesión antichina, supuso una mejora importante de la relación entre ambos países. Cuando Gorbachov visitó China en 1989 no hacía otra cosa que confirmar esta tendencia a la mejora de las relaciones veinte años después de que hubiera pasado por su peor momento. Junto con un recién llegado, Vietnam, y un poder regional predominante por su volumen demográfico a pesar de sus sucesivas crisis internas, China, Japón e India fueron también otras piezas claves de la política exterior del Sudeste asiático. Japón mantuvo una política exterior que siguió centrada en los aspectos comerciales y económicos y que le permitió, sobre todo después de la completa normalización de las relaciones con China, convertirse en el principal punto de referencia para ella desde aquellos puntos de vista. Sólo con el transcurso del tiempo Japón fue considerando que debía modificar su política exterior, dándole más amplitud y un contenido más plural, al mismo tiempo que asumía mayores responsabilidades en materia de defensa. Respecto a la India, siguió ejerciendo un papel de importancia en la política internacional merced a la herencia de la tradición neutralista identificada con Nehru. Sin embargo, razones estratégicas -los contenciosos con China y Pakistán- la mantenían ligada con la URSS y eso quitaba credibilidad a su posición pero, además, los conflictos internos tuvieron como consecuencia que su capacidad de acción exterior quedara considerablemente reducida. Para completar el panorama de la política internacional en esta región del mundo resulta preciso referirse a dos conflictos permanentes tras la Segunda Guerra Mundial que, además, resultan también irresueltos en la actualidad. A pesar del profundo cambio económico producido en Corea del Sur y del olvido que la opinión occidental tenía ya de la división de esta península asiática, el conflicto entre las dos Coreas continuó latente e incluso se agudizó. El presidente Carter, irritado por las violaciones de los derechos humanos en Corea del Sur, anunció un propósito de retirar las tropas norteamericanas, que fue inmediatamente considerado por el vecino del Norte como un indicio de abandono y, por lo tanto, una incitación a llevar a cabo una labor subversiva; quien la dirigió fue el propio hijo mayor del dictador norcoreano Kim Il Sung. Por otra parte, Corea del Sur estuvo dominada durante estos años por una profunda inestabilidad que no se puede explicar únicamente por la del terrorismo realizado por su vecino del Norte. En 1979, en plena crisis económica, el presidente Park fue asesinado por el propio jefe de sus servicios secretos y en 1980 hubo una especie de insurrección popular en la ciudad de Kwangju que fue reprimida con extraordinaria dureza. Entre septiembre y octubre de 1983, a los treinta años del armisticio de Pan Munjon, dos sucesos trágicos -el derribo del avión civil surcoreano por los soviéticos y el asesinato de cuatro miembros de este Gobierno en Birmania- hicieron que se recordara lo sucedido durante la guerra de 1950-1953. Lo cierto es que la reciente evolución de los acontecimientos justificaba el temor a una posible vuelta al empleo de las armas para resolver este contencioso. Menudearon los conflictos en torno a la zona desmilitarizada hasta el punto que ésta dejó de merecer verdaderamente este nombre. Pero lo más grave y novedoso fue la peculiar disimetría existente entre los dos países. Corea del Norte permanecía estancada en el aspecto económico pero empleaba muchos más recursos en lo que respecta a su defensa que la Corea del Sur, convertida en potencia económica mundial. Los cálculos de este momento revelaban, en efecto, que en el Norte se consagraba el 20% del PIB y el 12% de la población al Ejército mientras que en el Sur no se pasaba del 6% en esos dos casos. Dadas estas cifras se comprende que la Corea comunista superara en un 100% a la del Sur en lo que respecta a fuerzas blindadas, artillería pesada y aviación de combate y aún más en otros aspectos. Además, al estar situada cerca de la frontera la zona más industrializada de la Corea del Sur, resultaba también muchísimo más vulnerable ante un posible ataque adversario. Pero en términos económicos, en cambio, el balance era netamente favorable a la Corea del Sur. El PIB de Corea del Norte se duplicó entre 1965 y 1976 pero durante el mismo período de tiempo el de Corea del Sur se triplicó. Por vez primera el Sur superó claramente al Norte en renta per cápita; además, la crisis de la energía supuso que se agravara considerablemente el peso de la factura del petróleo sobre la economía de la Corea comunista que no pudo pagarla. Otro conflicto latente del Extremo Oriente fue el de Taiwan, también un buen ejemplo del desarrollo económico logrado por esta región del mundo. El reconocimiento por los Estados Unidos de la China Popular no supuso ni remotamente un acercamiento de las dos Chinas. Mientras que la República Popular pareció dejar para un futuro remoto la solución del contencioso, Taiwan empezó a plantearse la eventualidad de olvidar una reivindicación sobre el continente que había estado en el origen mismo de su gestación como realidad política y optar por la independencia, de la cual era partidaria una parte de la población. Pero esa solución de ningún modo podía ser aceptada por la República Popular por más que se hubiera mostrado muy pragmática a la hora de tratar con los norteamericanos durante el período previo. Finalmente en el Pacífico, una región del mundo situada aparentemente al margen de todas las conmociones que acontecían en otras partes, se presenciaron durante este período cambios de cierta importancia. Allí, por ejemplo, tuvo lugar uno de los últimos episodios de la descolonización. En septiembre de 1974 consiguió la independencia Nueva Guinea-Papuasia y en 1980 Vanuatu -Nuevas Hébridas-. Por su parte, Nueva Caledonia, colonia francesa, presenció el enfrentamiento violento entre partidarios y opositores de la independencia. En 1985 vencieron en las elecciones los sectores políticos contrarios a la independencia pero en 1988 se puso en marcha un Estatuto de autonomía que pareció solucionar las tensiones existentes. Una cuestión omnipresente en este área del mundo fue la relativa a la energía atómica y el arma nuclear debido a los ensayos franceses en el atolón de Muroroa. Mientras que Nueva Zelanda prohibió el paso por sus aguas de navíos nucleares, un acto de sabotaje realizado por enviados del Estado francés contra un barco ecologista (el "Rainbow Warrior") provocó un grave escándalo internacional (y un muerto) en el verano de 1985.
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Es en este terreno donde la utilización de las fuentes orales se muestra más eficaz, al permitir seguir el hilo de la trayectoria vital de los individuos y ver los cambios en sus formas de vida a raíz del exilio. El asentamiento en México de los refugiados españoles fue para la mayoría un cambio favorable respecto a su situación inmediata anterior: el período de exilio en Francia y la Guerra Civil española. Esta afirmación no implica el olvido de la dureza de la adaptación al exilio y el desarraigo de la patria. Se trata de señalar cómo desde su llegada a México los exilados tuvieron, por fin, cubiertas sus necesidades básicas de alimentación, vivienda, vestido e incluso contaron con asistencia médica y servicios educativos gratuitos. Las facilidades de residencia y trabajo otorgadas a los exilados por los sucesivos gobiernos mexicanos y sus instituciones contribuyeron en gran medida a la rápida integración económica al nuevo país, que se produjo en los años cuarenta. Otro factor fundamental en su incorporación fue la favorable respuesta de los antiguos residentes españoles en México hacia sus compatriotas. Los 'gachupines' ofrecieron de forma personal puestos de trabajo y ayuda material a los refugiados, por el hecho de ser españoles, pese a las diferencias políticas que los separaban. Más adelante, en los años cincuenta, muchos exilados llegaron a alcanzar una situación de bienestar material mucho mayor que la que tenían en España. Gráfico Con respecto a estos cambios que afectan al conjunto de los exilados, algunos estudios han señalado con acierto el éxito económico de numerosos exilados españoles, relacionándolo con su acercamiento a la rica colonia española en México. No obstante, apenas se ha tenido en cuenta la decisiva influencia sobre las expectativas profesionales de los exilados de la situación económica de México en la década de los cuarenta. En efecto, los exilados pudieron aprovechar una favorable coyuntura económica que permitía, a quienes poseían un capital inicial, el enriquecimiento en los negocios. Ello se debía, principalmente, al largo período de congelación salarial y de altos precios que vivió el país desde 1940 a 1946. Los préstamos de la JARE y la alta cualificación profesional de los exilados también contribuyeron a su éxito económico. El haber conseguido o no dicho éxito y la situación de bienestar material alcanzada influyen en gran medida en la valoración que los protagonistas hacen de la experiencia del exilio, de lo que perdieron al abandonar España y de lo que les ha dado México.
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Los avances del hielo y la formación de los grandes casquetes polares se hizo a expensas del agua de los mares. Esto implicó un fuerte descenso del nivel de los mismos. Durante los períodos interglaciares el nivel del mar aumentó en relación al actual, y aparece representado por antiguas líneas de costa en lugares actualmente situados sobre el nivel del mar. Sin considerar las variaciones por la propia deformación de los continentes, se conoce una sucesión de niveles marinos entre + 40 y - 150 metros. En las zonas de rocas duras, especialmente calizas, se incluye la formación de acantilados, donde a veces se encuentran los restos de moluscos fósiles. En lugares más llanos se detecta la formación de playas y terrazas marinas. Éstos presentan la clásica secuencia que parte de materiales de fondo, a playas de arena o cantos, llegando hasta dunas cuando la región se encuentra emergida. Así, las antiguas terrazas marinas se encuentran a veces intercaladas con depósitos continentales, representando las características locales, bien de playas, de formaciones fluviales o de derrubios de ladera. En otros lugares los depósitos correspondientes se relacionan con la presencia de seres vivos; en las zonas tropicales los arrecifes de coral se encuentran escalonados, siguiendo los distintos niveles alcanzados por el mar. Las huellas de estos avances del nivel del mar o transgresiones, seguidos de otros retrocesos o regresiones, permite también tener un importante control de las alteraciones climáticas. La existencia de estas regresiones y transgresiones marinas tiene también implicaciones en la geografía de la Tierra. Durante los momentos en los que el mar se retira deja al descubierto aquellas zonas situadas por debajo del nivel del mar actual. Regiones como las islas Británicas se encontraban unidas al continente europeo, dejando al descubierto el canal de la Mancha. De la misma forma, el mar Adriático se encontraba descubierto, por el valle del Po, uniendo Italia y Dalmacia. Esto implica la existencia de relaciones culturales entre Francia e Inglaterra o de Italia con Europa central. En Asia, las islas de la actual Indonesia se encontraban formando un único país unido al continente asiático, lo que explica la presencia de los Homo erectus en Java. También Nueva Guinea y Australia se unieron, formando el Sahul. El descenso del nivel de los mares es de gran importancia para el poblamiento de América. Durante el último período glaciar Asia y América se unieron por el país de Beringia. Los grupos humanos siberianos, en sus desplazamientos estacionales, fueron poco a poco ocupando este país y entrando así progresivamente en América. Los valles fluviales presentan, vistos en sección, una serie de escalonamientos que los geomorfólogos denominan terrazas. Estas terrazas fluviales son el recuerdo de momentos en los que el río circulaba a niveles por encima del cauce actual. Su formación presenta varias explicaciones. La más habitual es la relacionada con la actividad glaciar. En las fases interglaciares el aumento de los niveles del mar implicó la reorganización del sistema fluvial. Durante estos períodos el río tiende a circular más lentamente y deposita materiales que forman las terrazas. Durante las fases glaciares, cuando desciende el nivel de los mares, los ríos tienden a circular más rápidamente y, por tanto, a encajonarse con la consiguiente erosión. La alternancia de ambos procesos produce así la formación de terrazas. En estas terrazas se presenta una estratigrafía en la que los tamaños de los materiales se encuentran escalonados desde más gruesos (cuando el río tiene más fuerza) a más finos (cuando la pierde). Así se puede seguir la historia energética del río, observando cómo la reorganización de la cuenca fluvial sigue procesos de pérdida y ganancia de energía. Sin embargo, la presión del peso de los casquetes de hielo produce el hundimiento de las masas continentales, mientras que su deshielo las libera del peso y permite que se levanten. Este proceso, conocido como movimientos eustáticos, complica la situación. Por otro lado, existe una tectónica propia de las diferentes regiones, mientras que el propio substrato es afectado de forma diferente por las condiciones climáticas. En la cuenca del Manzanares en Madrid, la presencia de yesos en el substrato altera la formación de las terrazas, al tener éstos una tendencia natural a hincharse, por lo que en la altura de las terrazas se deben tomar en cuenta todas estas variaciones. La altura relativa de las terrazas sobre el nivel del cauce está así en función de todos estos fenómenos, por lo que su estudio es más complejo de lo previsto por los primeros geólogos. Como forma de poder fijar la cronología de las terrazas se tiende en la actualidad, más que a la geomorfología, al estudio de la sedimentología y al de las faunas presentes. El estudio de las industrias líticas que se encuentran en ellas es un factor que a veces se ha tomado en consideración. Aunque pueden dar lugar a un razonamiento circular, se datan las industrias por su situación en las terrazas, y éstas se datan por las industrias presentes. En general, las más altas terrazas fluviales se corresponden con los glaciares del inicio del Pleistoceno Medio. En las terrazas medias se detecta uno o dos ciclos dentro del Mindel y de dos a cuatro en el Riss. En la última glaciación se detectan dos ciclos, uno correspondiente a la terraza baja y otro que se encuentra erosionado por los ríos actuales.
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La toma del poder por la aristocracia terrateniente y militar, en detrimento de la civil y capitalina, tuvo algunas consecuencias importantes en la manera de gobernar, aunque se respetaran las formas tradicionales, sobre todo en lo que atañe al mismo titulo imperial y a su ejercicio: hay, entre los Dukas y los Comneno, un sentimiento dinástico claro, que apelaba al recuerdo de los emperadores macedónicos, pero también se mantiene la habitual indefinición sucesoria -la dignidad imperial se tenia por voluntad divina-, lo que provocó a partir de 1182 importantes dificultades. En algunos aspectos se observa cierta feudalización del poder puesto que los grandes aristócratas territoriales tienden a concentrarlo en detrimento del que efectivamente ejerce el emperador, aunque lo tengan en su nombre y no se rompan los vínculos de jurisdicción publica. En la Corte se extinguieron bastantes oficios administrativos, aunque no los principales: Sebastocrator o primer ministro, Gran Doméstico, comandante del ejército, y Megaduque de la marina de guerra. El ejercicio del poder se repartía de hecho entre la familia imperial y las grandes familias dueñas de tierras y fuerza militar en las provincias. Andrónico I rompió aquel esquema en 1183 y abrió una situación crítica en la que para algunos grandes aristócratas seria ya menos importante la suerte del emperador en Constantinopla que su propio poder en la región correspondiente. El régimen de themas se deterioraba o se acentuaba su militarización, mientras los estrategas eran sucedidos en muchas partes por duques (doukes) que añadían a su jefatura militar su calidad de dueños de tierras y tenentes de otras en pronoia. La presión fiscal aumentaba en un Imperio debilitado que debía mantener cada vez más tropas mercenarias, pero ocurría cada vez con mayor frecuencia que las rentas no eran administradas directamente por el emperador: se entregaba en pronoia (tutela) los impuestos territoriales pagados por los habitantes de diversos pueblos y comarcas. El pronoiario, siempre un aristócrata previamente poderoso, se obligaba a cambio a prestar servicios militares con sus propios hombres, en las condiciones acordadas al recibirla. La pronoia no es un feudo ni implica la difusión de relaciones y jerarquías vasalláticas, pero acaba generando algunos efectos comparables en la práctica de las relaciones de poder; a medida que avanza el siglo XII, "se pasa de un orden regaliano riguroso a una verdadera anarquía en la que los poderosos intentan y a menudo consiguen confundir sus bienes patrimoniales con los que tienen en pronoia; pero la degradación del control del Estado ocurre lentamente y por asaltos, sobre todo en el periodo negro que sigue a la crisis de 1183-1185, cuando se desencadenaron los autonomismos y rebeldías que tanto facilitaron la tarea de la conquista latina de 1202-1204, la cual, en definitiva, aceleró el auge de los poderosos" (Ducellier), pues muchas cesiones en pronoia se hicieron hereditarias, aunque siempre siguieron siendo en precario. Otra manera que muchos poderosos practicaron para acumular renta de la tierra fue la encomienda o charistikía sobre bienes de monasterios, práctica muy protestada por las autoridades eclesiásticas pero en aumento desde finales del siglo XI. Los peores efectos sociales recayeron sobre el campesinado: paulatinamente el Imperio fue perdiendo medianos y pequeños propietarios contribuyentes, que habían sido el nervio de su fiscalidad y de su ejército, y vio cómo aumentaba el número de parekos con usufructo perpetuo o a largo plazo, cuya dependencia con respecto a grandes propietarios, aunque eran de condición libre, les importaba más en muchos aspectos que su condición de súbditos imperiales. La defensa de los campesinos propietarios fue cada vez más difícil, a pesar de los intentos de Alejo I o Manuel I en 1158: a finales del siglo XIII era un grupo social casi extinguido. La escasa flexibilidad y capacidad de cambio de las estructuras económicas mostró en aquel tiempo sus consecuencias negativas, además de que los desastres y las pérdidas territoriales acarreaban otras de recursos productivos: al renunciar a Anatolia, el Imperio perdía su principal región lanera, aunque conservó intactos sus puntos de aprovisionamiento de trigo en las costas del Mar Negro; la sedería de Corinto y Tebas sufrió a causa de los ataques de los normandos, que forzaron la emigración a Sicilia de muchos artesanos. La potencia de los mercaderes occidentales, por su parte, bloqueó definitivamente el desarrollo de la manufactura y comercio propios: la oferta bizantina en materias primas y productos agrarios atraía a los mercaderes de otros países, permitía una balanza comercial favorable, e interesaba tanto a los grandes propietarios como al Estado, que percibía impuestos aduaneros. Pero, a plazo algo más largo, producía dependencia en aspectos sustanciales del aprovisionamiento y del control de rutas marítimas, y los comerciantes del país interesados en aquellos tráficos, que habían sido algo más abundantes en los siglos IX y X, llegaron a desaparecer ante una competencia extranjera privilegiada, que dominó cada vez más las escalas y el tráfico portuario de Egipto, Palestina, Siria, Anatolia y, a través de Constantinopla, del Mar Negro, donde los bizantinos mantuvieron el monopolio de navegación. Los privilegios otorgados a Venecia eran los más antiguos y fructíferos: la concesión de un barrio especial en Constantinopla y las exenciones de impuesto aduanero o kommerkion se confirmaron en 1084 y de nuevo, incluyendo Chipre y Creta, en 1126. Los emperadores quisieron a veces compensar la presión veneciana otorgando también privilegios a pisanos y genoveses pero con ello crecían la dependencia y el control de los mercaderes occidentales sobre el comercio del Imperio. Pisa tuvo su barrio en Constantinopla y un kommerkion reducido al cuatro por ciento desde 1111; Génova alcanzó algunos privilegios en 1155 y 1170 pero su gran ocasión llegaría en 1261, por motivos políticos. Mientras tanto, los genoveses, como los pisanos, actuaban sólo en la capital imperial, y en Tesalónica y Tebas, permanecían sujetos a la jurisdicción del país y sólo tenían exención parcial de derechos aduaneros. Por el contrario, Venecia, que era nominalmente parte del Imperio, gozaba de privilegios mucho mayores, a pesar de que la hostilidad popular produjo momentos difíciles, sobre todo cuando los venecianos permanecieron expulsados de Constantinopla entre 1171 y 1183, pero a continuación sus privilegios serían renovados e incluso ampliados en 1198: la ciudad enviaba tres flotas cada año y sus mercaderes sólo dependían de la jurisdiccidn especial del Logoteta del Dromo y del Juez del Velo. La dependencia comercial y, cada vez más, financiera del Imperio hacia Venecia era muy fuerte a finales del siglo XII, por lo que no es tan extraño que la ciudad haya procurado modificar las relaciones en un sentido políticamente más favorable para ella durante los sucesos de los años 1202 a 1204.
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La idea generalizada de que la sociedad española del XIX hasta los años setenta, apenas si tuvo cambios importantes procede, en mi opinión, de una anacrónica actitud que pretende encontrar modificaciones semejantes en el siglo XIX a las que hubo en el siglo XX y a la comparación inadecuada de la evolución española con la que se dio en países de un grado y ritmo de desarrollo distinto, especialmente los anglosajones. Por otra parte, la imagen de una sociedad muy arcaica en la España de la Restauración, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, llevó a la interpretación de que difícilmente se podría haber dado cambio. La realidad es que un atento análisis de los censos que tenemos desde 1797 hasta 1877, únicos que podemos tomar para poder analizar el conjunto del reinado de Isabel II, nos orientan al doble sentido de cambios y constantes. Cambios que, sin entrar a juzgar si fueron positivos o negativos para muchos individuos de la época, son de suficiente entidad para sentar las bases de una transformación mucho más profunda y general que se dio en la sociedad española del siglo XX. Constantes en otros muchos aspectos que, por inercia, pueden llevar a considerar la sociedad española como atrasada y con escasa vitalidad en contraste con la que por entonces hay en algunos países especialmente avanzados del mundo occidental. Con los presupuestos anteriores se pueden advertir algunos aspectos especialmente claros: 1. Aproximadamente el 86% de los españoles de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX vivía en poblaciones de menos de 10.000 habitantes. Si tenemos en cuenta solamente las de menos de 5.000 habitantes, veríamos que el porcentaje sería aproximadamente del 76% en 1787 y del 77,5% en 1860. Esto no quiere decir que no se hubiese dado en estos años un cierto grado de urbanización en España. El crecimiento de algunas ciudades especialmente de la costa fue considerable. Este crecimiento se hizo a costa de otras ciudades del interior que bajaron de población y de las poblaciones entre 10.000 y 5.000 habitantes que en el período 1787 a 1860 habían pasado de tener el 10% al 8% de los habitantes españoles. En 1860, este porcentaje era muy semejante el 85,5%. 2. La población que vivía del campo había descendido desde principios del siglo XIX a 1877 de un 70 a un 60%. Es decir, que quienes vivían de trabajos de servicios e industriales habían aumentado en un 10%, lo que se traduce en cerca de un millón seiscientas mil personas si tenemos en cuenta el crecimiento demográfico. 3. Predominaban los analfabetos, especialmente entre las mujeres, al sur del Tajo y en la España rural. Sin embargo, no era igual a principios del siglo XIX que en los años setenta. Los índices no ofrecen lugar a dudas, como veremos detalladamente más adelante. El descenso fue de casi un 20% y fue más acusado entre las mujeres que entre los hombres, aunque la diferencia seguía siendo enorme: en 1877 un 85% de las mujeres eran analfabetas frente a un 65% de los hombres. 4. A lo largo de las primeras décadas del siglo XIX se observa una preponderancia de las clases bajas, próximas al 65% a principios del siglo, pero que tiende a ir disminuyendo muy lentamente. 5. Consiguiente debilidad de las clases medias, que en las primeras décadas del siglo XIX comienzan a incrementarse con diversos grupos. Aumenta la clase media en relación con los años precedentes si bien sigue siendo reducida. Se amplían sobre todo en las capitales de provincia y pueblos grandes, casi siempre coincidentes con las cabezas de partidos judiciales. 6. La burguesía de los negocios es muy baja en número, pero crece. De acuerdo con los resultados del Censo de 1860, de no fácil interpretación, la burguesía de los negocios representa aún una pequeña parte en proporción al resto de la población aunque se ha multiplicado. Los comerciantes y las personas dependientes de ellos, son cuatro veces más desde 1797 a 1877. Obviamente, en su mayoría eran minoristas, pero los mayoristas se multiplicaron paralelamente. 7. Aumenta el porcentaje de labradores autónomos, especialmente en la España situada al norte del Tajo y el Segura. En la Meseta Norte se percibe el fenómeno con más claridad que en otras zonas de España. Varios cientos de miles de antiguos labradores arrendatarios y pequeños propietarios que a principios de siglo se podrían situar en las clases bajas, gracias al proceso desamortizador, se consolidan y mejoran hasta formar parte de las clases medias y unos pocos de la burguesía de los negocios. 8. También, como consecuencia de la desamortización, en unión de otros fenómenos, especialmente al sur del Tajo-Segura, otros cientos de miles de pequeños labradores y jornaleros van a tener más dificultades de trabajo (pierden los arrendamientos y las tierras comunales) y se convierten en jornaleros. La imposibilidad de que la agricultura pueda absorber a esta nueva mano de obra incrementada por el crecimiento demográfico lleva a emigrar, antes o después. Ya en la primera mitad del siglo XIX, se constata una cierta movilización de la población campesina que emigra a la ciudad. Por el hecho de que la inmensa mayoría de la población española del siglo XIX vive en el campo, esta modificación no es tan importante en el mundo rural como en algunos núcleos de población urbanos beneficiarios de esa afluencia de habitantes que se dedicarán a la industria y los servicios. 9. Como se ve en el estudio de la economía de la época, y siempre en términos relativos, hay un claro avance industrial en algunas zonas españolas, todavía reducidas. A partir de la imbricación de ambos fenómenos se puede observar el nacimiento (en Barcelona y sus alrededores) del proletariado industrial. En este mismo sentido, hay que citar la demanda de mano de obra de la construcción del ferrocarril, que constituirá también un nuevo tipo de proletariado muy parecido al industrial. Mientras que en el Censo de 1797 los que se dedican a la industria relativamente moderna son unas pocas decenas de miles de personas, llegan a 190.000 y 210.000 en 1860 y 1877 respectivamente. 10. Los eclesiásticos y sus auxiliares disminuyen bruscamente. En relación con el Censo de 1797, en 1860 y 1877 el clero secular es un tercio menos en números absolutos, pero combinándolo con el crecimiento de la población el resultado es que ha pasado a menos de la mitad: Un sacerdote por 160 habitantes a uno por más de 400. Mucho mayor aún fue la disminución de religiosos. 11. El descenso del clero no afectó al clero parroquial ni a las parroquias, que permanecieron con un número muy semejante en casi ochenta años. No sólo se trataba de la cura de almas: tampoco los médicos aumentaron. Tanto los curas parroquiales como los médicos eran unos 21.000 y 14.000 a principios del siglo y una cantidad similar en los años setenta. La institución permaneció, aunque probablemente con más trabajo. Al sustituir a su colega anterior, cada cura o cada médico tendría que atender a más parroquianos o enfermos. 12. Se modifica sustancialmente el peso social de la nobleza. Este fenómeno afectó tanto a los hidalgos, que se verán desposeídos de sus privilegios del Antiguo Régimen, como a la aristocracia titulada que, además de perder los beneficios que conllevaban señoríos y derechos fiscales, frecuentemente derrochará su patrimonio, lo que llevó a un empobrecimiento de algunas casas. Su influencia y poder eran aún abundantes en las primeras décadas del siglo XIX, pero esta realidad no debe confundir respecto al declive más o menos lento. 13. El ejército y la armada arrastraron los efectos de las sucesivas guerras acumulando un excesivo número de jefes y oficiales, que venían a representar una proporción de uno a dos con respecto a la tropa. El conjunto del Ejército, desde principios del siglo XIX hasta 1877, salvo los períodos de guerras como la de independencia o la carlista o momentos concretos, estaba compuesto por unas 150.000 personas, de los que aproximadamente 10.000 eran de la Armada. De los 150.000, un tercio eran oficiales y profesionales y en torno a 100.000 soldados reclutados habitualmente por el sistema de quintas. 14. Los empleados públicos civiles casi se triplican en número entre 1797 y 1877 y son bastantes más del doble por habitante entre esas fechas. El Estado, tomado en su conjunto, no tendrá la misma fuerza y servicios que en el siglo XX, pero tampoco sería justo no apreciar el cambio que se ha producido. 15. Algo semejante ocurre con el número de profesores de enseñanza media y universitaria, estudiantes, abogados, técnicos civiles y otras profesiones liberales. Su incremento es un indicador de la multiplicación de la actividad en sus respectivos ámbitos, aspectos que se han multiplicado por dos. No hay que pensar que la sociedad española se ha transformado profundamente. En cualquier caso, no conviene exagerar los cambios. Si no todo fue invariable, hay que admitir que la transformación española es más lenta e inestable que la que, paralelamente, se está dando en el mundo occidental. Los censos de 1860 y 1877 muestran claramente que aún estamos en una sociedad preindustrial, con una inercia básica en nuestra evolución social. Lo determinante de la sociedad es que continúa habiendo una amplísima base de clases bajas que en su mayoría habita en medios rurales. Predominan, e incluso se han incrementado, los tradicionales tipos de jornaleros y criados del campo. Efectivamente, el emplazamiento geográfico de la población y la distribución por actividades económicas nos trasmiten la imagen de una sociedad ruralizada.
Personaje
Político
A la muerte de Ciro, rey único de persas y medos desde el año 555 a. C., le sucedió su hijo Cambises, heredero de las ansias expansionistas que habían hecho de su padre el señor del Asia anterior. Para evitar que el rey de Egipto se involucrara en alianzas peligrosas para su recién creado imperio, Cambises decidió invadir tierras egipcias, utilizando la ruta empleada por los egipcios desde tiempo inmemorable. La batalla tendrá lugar en Pelusio, siendo derrotadas las tropas egipcias que se replegaron sobre Menfis. Cambises atacó la ciudad, consiguiendo la rendición y la sumisión del Alto Egipto. Repelió la rebelión fomentada por Psammetiq III y envió varios ejércitos a Nubia y Khargah. Herodoto dice que en Egipto se entregó a abominables atrocidades, aunque esto no está probado ya que parece más bien que continuó la política conciliadora con el enemigo diseñada por su padre, falleciendo en Siria a su regreso a Persia para sofocar una revuelta. A su abandono de Egipto nombró a Ariandes como sátrapa de Egipto, quien se estableció en Menfis y ordenó la confiscación de las rentas de la mayoría de los templos, manteniéndose en este cargo durante el reinado de Darío.
obra
Durante el siglo XVI, esta célebre obra fechada y firmada por Metsys fue numerosamente reproducida y difundida por Europa. Se trata de una clara referencia a los primitivos flamencos, retomando el esquema y el detallismo del San Gil de Petrus Christus. No en balde, Quentin Metsys muestra en este cuadro la herencia directa que recibió de la pintura flamenca del siglo anterior, de aquel gran estilo practicado por Jan van Eyck, Robert Campin, Petrus Christus y otros. Metsys conoció la pintura del Cinquecento, de sus colegas italianos, lo que no incidió en su estilo tanto como en sus contemporáneos (por ejemplo Gerard David). Sus figuras carecen de la monumentalidad que los aleja del espectador y que podemos registrar en la obra de otros artistas. Por el contrario, sus personajes siguen siendo perfectamente naturales. Metsys ha retratado en este caso a un cambista que cuenta y pesa oro acompañado de su esposa, que hojea distraída un códice miniado. Se podría decir que se trata de una escena de género que recoge las costumbres de la época. Pero también podemos encontrarle un significado oculto, de talante moral, que representa el amor del hombre por lo material y su abandono de la lectura devota. El escenario recoge un muestrario de objetos que alcanzan por separado la categoría de naturalezas muertas, como el precioso códice, el montón de monedas o el espejo convexo que refleja la ventana por la que se ve la calle. Este juego de reflejos deformantes entró en boga tras el Matrimonio Arnolfini de van Eyck y podemos encontrar un equivalente prácticamente idéntico en el San Eligio de Petrus Christus, su discípulo.
obra
Esta es una de las obras maestras del arte flamenco, que compitió con brillantez con el floreciente Renacimiento italiano. Es esta tabla encontramos todas las características de los pintores nórdicos: el detallismo, las calidades materiales que se aprecian a la perfección, la aproximación empírica a la realidad, y sobre todo, la sordidez descarnada con la que Van Reymerswaele aborda uno de los principales males de su época: la usura, el mayor pecado posible dentro de una sociedad comerciante como era la flamenca. La corrupción y la estafa afectaban a las capas de la sociedad, llegando al clero y provocando la reacción de escritores, teólogos y artistas.