En 1665 Murillo recibió el encargo de decorar la iglesia del Convento de los Capuchinos de Sevilla con un extenso ciclo de pinturas. En el primer cuerpo del retablo mayor se ubicaba una de sus obras más populares: las Santas Justa y Rufina ya que se consideraba que la iglesia estaba en el lugar donde habían sido martirizadas las santas. Eran hijas de un pobre alfarero -de ahí las vasijas de barro que aparecen en el suelo aludiendo a la venta de cerámica que realizaban- y miembros de la clandestina comunidad cristiana en la Sevilla del siglo III. Al negarse a vender sus vasijas para ser utilizadas en ceremonias paganas y rechazar la entrega de un donativo a una imagen del ídolo Salambó, el portador del ídolo destruyó sus cacharros y ellas respondieron derribando la imagen por lo que sufrieron prisión, martirio y muerte (278). Entre sus manos las santas sostienen una pequeña Giralda ya que, según la tradición, fue su milagrosa intervención, abrazando la torre para que no se cayera, la que la salvó tras el terremoto de 1504. Esa es la razón por la que santa Justa mira hacia los sevillanos con gesto tranquilizador mientras su hermana eleva la mirada la cielo. Las santas están representadas por dos jóvenes de bellas y delicadas facciones, situando ambas figuras de manera frontal al espectador. Los tonos verdes, ocres y rojos empleados acentúan la belleza del conjunto. Las delicadas vasijas que aparecen a sus pies, realizadas con un acertado dibujo y una pincelada delicada y detallista, contrastan con el abocetamiento y la vaporosidad de la parte superior de los cuerpos, mostrando Murillo el dominio pictórico alcanzado. En esta obra se basó Goya para realizar un cuadro con la misma temática para la catedral de Sevilla en 1817.
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La tabla dedicada a las patronas de la ciudad de Sevilla que se conserva en la iglesia de Santa Ana fue atribuida originalmente al Maestro de Moguer, un autor anónimo vinculado al taller de Alejo Fernández. Las dos santas se sitúan en los laterales de la composición para permitir contemplar en el centro un fondo urbano alusivo a Sevilla, destacando la catedral con la Giralda, resueltos los edificios de una manera bastante infantil. Los dorados y la representación en menor escala de los donantes son dos elementos indicativos del goticismo, equilibrados con la sensación de perspectiva conseguida.
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Las parejas de santas de la predela del retablo de los Evangelistas de la catedral sevillana muestran el marcado dibujismo con el que define los contornos, habitual en la pintura del maestro. En ambas figuras muestran la influencia de Rafael, interesándose el artista en los paisajes, tampoco resueltos con excesiva maestría.
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En 1817 Goya recibe el encargo del Cabildo Catedralicio sevillano para la ejecución de un gran lienzo destinado a la decoración de la sacristía de los Cálices, adornado con un magnífico marco plateresco en piedra. Debía representar a las Santas Mártires de la ciudad, Justa y Rufina, alfareras que rechazaron adorar a los dioses paganos recibiendo el martirio. El suceso ocurrió en tiempos de Diocleciano pero ambas santas tuvieron una especial atención hacia los sevillanos al bajar de los cielos para sujetar la Giralda durante un terremoto ocurrido en el siglo XVI, según la creencia popular. Santa Justa y santa Rufina aparecen de cuerpo entero, vistiendo amplias túnicas, como mujeres del pueblo, portando en sus manos los cacharros que realizaban y las palmas del martirio. Elevan sus miradas hacia el cielo de donde reciben los rayos de la bendición divina, mientras que a sus pies encontramos un león y una estatua clásica rota - símbolos de la fuerza de la religión católica ante el paganismo -.Tras ellas observamos la silueta de la catedral y la Giralda. Goya preparó numerosos bocetos para asegurarse el triunfo, pecando de cierta influencia murillesca en los rostros de ambas figuras. El conjunto es una muestra de equilibrio y espléndida ejecución, demostrando el maestro su facilidad para adaptarse a las exigencias de su clientela.
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Cuando Goya recibió el encargo del cabildo catedralicio sevillano para la ejecución de un gran lienzo sobre las santas Justa y Rufina - gracias a la mediación de su amigo Ceán Bermúdez - realizó varios bocetos previos y se documentó sobre las obras de otros autores relacionadas con este tema. El referente más atractivo será Murillo, aunque Goya incorpora algunas diferencias que hacen esta obra más original. Las santas alfareras sostienen en sus manos las palmas del martirio y objetos de cerámica que ponen de manifiesto su condición. A los pies de santa Rufina encontramos un león lamiendo sus pies descalzos y al fondo la catedral sevillana presidida por la Giralda. En la zona de la izquierda se observa un repinte que deja entrever las líneas de la torre que inicialmente estaría ubicada en ese lugar y más tarde fue emplazada en otro diferente por el artista. Las santas - individualizadas aunque con algunos elementos comunes - elevan su mirada al cielo en señal de agradecimiento. La rapidez de la factura viene explicada por ser un boceto, empleando tonalidades oscuras que sitúan esta escena en la órbita del Barroco Español, debido posiblemente al deseo de Goya de agradar al cabildo sevillano y reforzar su posición en la pintura española en un momento en el que había sido desbancado como retratista en Madrid por la llegada de Vicente López.
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Con grandes similitudes con el fresco de la celda número 26 de San Marcos con el tema de Jesús en el sepulcro, tanto en su composición como en la utilización de una gama de colores muy parecida, las Santas mujeres en el sepulcro pudiera ser una obra realizada por un ayudante del maestro, aunque Fra Angelico diera el modelo. El monje pintor planteó una visión frontal del interior del sepulcro de Cristo, al que acudieron el Domingo de Pascua las santas mujeres para ungir con ungüentos el cuerpo de Jesús. Pero encuentran la tumba abierta, sobre la que un ángel, confeccionado aquí con la misma consistencia pétrea del sarcófago, anuncia que Jesús ha resucitado.La escena, en un interior espacioso, presenta una composición claramente legible del episodio, con la tumba vacía en el primer término y la sorpresa en el rostro del grupo de las mujeres, por detrás del sarcófago. El ángel aclara la escena con sus gestos, señalando la aparición del Redentor en el último plano de la composición, que se presenta suspendido sobre la mandorla y con los símbolos de su Pasión y su Triunfo sobre la muerte. Su figura pasa desapercibida para las mujeres, que sólo es percibida por el monje que contempla el fresco en su celda, cuyo trasunto está ejemplificado por la presencia de un santo dominico arrodillado en el extremo inferior izquierdo de la escena. El adoctrinamiento de los frailes y su devoción cristiana vuelve a ser el punto más importante en la decoración iconográfica de San Marcos de Florencia. Esta escena es una de las más aleccionadoras de todo el ciclo.
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Fra Angelico figura en esta tabla del Armario de la plata el suceso que tuvo lugar el Domingo de Resurrección, cuando las santas mujeres acuden al sepulcro para ungir el cuerpo de Cristo y sólo encuentran a un ángel que les anuncia la resurrección del Salvador. La obra está focalizada en la puerta del sepulcro, con la presencia del ángel, sentado en la tumba vacía, recuadrado sobre la oscuridad de la cueva. Flanqueando su marco se sitúan una mujer a la izquierda, que mira hacia el interior y, a la derecha, el resto de las santas mujeres, que se disponen en diagonal abriendo el ángulo de visión del contemplador. Muestran rostros de sorpresa e incredulidad y, alguna de ellas, se sitúa de espaldas, como es habitual en multitud de composiciones de Fra Angelico. En ese término que ocupan las mujeres, el fraile pintor coloca la losa de piedra de la entrada al sepulcro, para simular de nuevo espacialidad. Por otra parte, la obra ofrece un tratamiento casi de miniaturista en algunas partes de la escena, por ejemplo en la hierba y flores del suelo, en las copas de los árboles que figura o en la profusión y efectismo luminoso de los pliegues de las túnicas. A diferencia de la representación del mismo tema en un fresco del Convento de San Marcos, el de la celda 8, aquí no aparece el Resucitado explícitamente: son las palmeras que flanquean la entrada del sepulcro las que aluden, simbólicamente, a la presencia de Dios y su Triunfo sobre la muerte.
Personaje
Pintor
Estudió bajo los consejos de Bon Boulogne. Perteneció a la Academia. El Museo Real de París acoge una de sus obras más importantes: Susana en el baño.
Personaje
Pintor
Giovanni Santi debe más a ser el padre de Rafael que a su propia pintura. Su taller, instalado en Urbino, fue bastante floreciente recibiendo en su estilo las influencias de los pintores más activos en las Marcas durante el Quattrocento: Piero della Francesca, Melozzo da Forli, los venecianos y la Pintura Flamenca. Alcanzó cierta fama que le llevará a recibir encargos de las cortes de los Gonzaga en Mantua y de los Montefeltro en Urbino, pintando obras de asunto religioso y retratos. Al final de su vida será Perugino el maestro que más influencia ejerza sobre su estilo. Santi es también el autor de una "Crónica Rimada" donde se celebran las gestas de la corte de Federico de Montefeltro, mencionándose en algunos de los tercetos que la constituyen asuntos relacionados con la pintura y los artistas de su tiempo por lo que alcanza un importante valor para los estudiosos.