Una de las joyas del arte gótico es el monasterio riojano de Santa María la Real de Nájera. Su fundación se debe al rey García, quien parece ser que en aquel lugar halló una cueva mientras perseguía un halcón. En la cueva apareció una talla de la Virgen, cuya réplica podemos ver en la actualidad. El monasterio fue erigido en 1032, para cumplir las funciones de templo de advocación mariana, convento y panteón real. En el Panteón, fueron enterrados los reyes que fundaron el edificio, así como otros representantes de la monarquía y la nobleza navarras. Destaca entre todos el sepulcro de la reina Blanca de Navarra, fallecida en el año 1441. Del primitivo monasterio, de estilo románico, nada ha llegado hasta nuestros días. Dado a la orden cluniacense en 1079 por Alfonso VI de Castilla, en 1487 el Papa lo encomendó a Rodrigo de Borja, quien posteriormente será papa con el nombre de Alejandro VI, lo que convierte al monasterio desde entonces y hasta 1513 en una abadía independiente. Desde principios del siglo XV el monasterio comienza a ser restaurado, siguiendo los estilos gótico y renacentista. Elementos destacados del Monasterio son la iglesia, edificada entre los siglos XV y XVI, el coro, finamente labrado en madera, y, especialmente, el claustro, llamado de los Caballeros. El Claustro de los Caballeros era el lugar elegido por muchos miembros de la nobleza navarra para ser enterrados. Muy bello y armonioso, su decoración es a base de arquerías apuntadas, en estilo plateresco, con finísimas tracerías de claraboya. Hermosos ventanales y vanos se sustentan sobre tres delicadas columnas, otorgando a la composición un aire grácil y de extrema ligereza.
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El clasicismo de Piero se pone de manifiesto con mayor intensidad tras el viaje a Roma. La Magdalena que pintó al fresco por encargo de un cliente desconocido para la pared izquierda del Duomo de Arezzo aparece enmarcada por un arco con decoración típicamente clasicista de palmetas, creándose la sensación del espacio como había hecho Masaccio en la Trinidad. La figura de la santa es muy escultórica, gracias a la iluminación procedente de la izquierda, destacando su volumen y los detallados pliegues de los pesados ropajes. En su mano izquierda porta el tarro de los afeites con los que ungió los pies a Cristo y con la derecha se sujeta el manto en un alarde de preciosismo. Pero el handicap de Piero sigue siendo la "impersonalidad" de sus figuras, al abstraerse por regla general de la expresividad, interesado por conceptos más renacentistas como simetría u orden. Su relación con la Resurrección de Cristo es significativa.
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Las primeras obras realizadas por Tiziano para el duque de Urbino fueron de temática religiosa como la Adoración de los pastores o esta Magdalena penitente, cuadros de devoción de pequeño formato. La Magdalena aparece en primer plano, cubriendo su desnudez con su larga cabellera y sus manos a pesar de dejar los senos al descubierto. Eleva su mirada al cielo en señal de devoción y se acompaña del tarro de los afeites con el que ungió los pies a Cristo. Un celaje rojizo que se identifica con la luz crepuscular completa el fondo, creando un acentuado contraste con el cuerpo iluminado. La sensualidad de las formas y la belleza del rostro se convierten en un símbolo de su libertino pasado. Los ojos llorosos se convierten en un elemento fundamental de la composición, identificándose con la piedad y la devoción al que iba destinado el cuadro. Si bien el admirable dibujo configura la volumetría de la figura, las pinceladas son cada vez más rápidas y empastadas como podemos apreciar en algunas zonas del cabello, poniendo las bases del estilo que se identificaría como "impresionismo mágico" en sus últimos años. La dependencia de la luz y el color serán también constantes en los trabajos de Tiziano, convirtiéndose en las bases de la pintura veneciana.
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A su llegada a Toledo, El Greco se vio enfrascado en la elaboración de los importantes encargos que le habían llevado a la Ciudad Imperial - el Expolio y los retablos del convento de Santo Domingo el Antiguo - por lo que apenas realizó alguna obra de devoción con una acusada influencia italianizante, como el caso de esta Magdalena o el San Sebastián. La Magdalena, prostituta arrepentida, era una de las imágenes más solicitadas por la Iglesia contrarreformista como símbolo de la penitencia y la confesión de los pecados. Ésa es la razón por la que dirige su mirada al cielo, se lleva su mano derecha al pecho y tiene ante sí los Santos Evangelios y una calavera. La enorme figura se recorta sobre una roca, envuelta en un amplio manto azulado que permite observar sus hombros y su escote al descubierto - aludiendo a su antiguo oficio - mientras que al fondo se vislumbra un ligero paisaje, presidido por la luz de la luna. En la zona inferior izquierda contemplamos el tarro de los afeites con los que ungió a Cristo, uno de sus símbolos más característicos. La belleza del rostro de la santa recuerda a Tiziano pero el lenguaje de Doménikos está en su punto de partida creando una figura amplia - influencia de Miguel Ángel - y estilizada, con manos largas y huesudas en las que se unen los dedos corazón y anular en una señal identificativa. La iluminación, el color y la atmósfera creada son elementos típicamente venecianos pero el estilo del Greco está empezando a particularizarse.
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Tiziano retoma en sus últimos años antiguas composiciones en las que también trabaja el taller. En el caso de Santa María Magdalena repite el esquema de la década de 1530 con una importante variante. Si la obra que guarda la Galleria Pallatina de Florencia nos presenta el sensual cuerpo desnudo de la santa -a pesar de intentar cubrirse con los brazos y el largo cabello- en esta ocasión se cubre el cuerpo con una túnica. Sin embargo, se acentúa el sentimiento religioso del rostro de la Magdalena, elevando su mirada al cielo en señal de arrepentimiento.La bella figura se recorta ante un fondo neutro para acentuar su volumetría, recibiendo un potente foco de luz que resalta las diferentes calidades de las telas o la sensualidad de la piel. En primer plano se observa una calavera, un libro y el tarro de los afeites, contemplándose en la zona de la derecha un paisaje.Los conceptos estilísticos del maestro veneciano siguen vinculándose a su admiración por la luz y el color, bases de su obra, aplicando el óleo de una manera rápida y esbozada por la que recibirá algunas críticas, concretamente de su buen amigo Pietro Aretino.La mayoría de los especialistas consideran que esta será la Magdalena pintada para el cardenal Alessandro Farnese en 1567. En el Ermitage existe una versión muy similar.
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Del grupo de Magdalenas pintadas por Tiziano en la década de 1560 -siguiendo el esquema empleado en el lienzo que guarda la Galleria Pallatina de Florencia- los especialistas consideran que ésta que contemplamos es la más importante. Permaneció en el taller del maestro hasta su muerte. En 1581 su hijo Pomponio vendió todos los trabajos que se guardaban en el taller a Cristoforo Barbarigo. En 1850 la colección Barbarigo pasó al Ermitage.La santa aparece en el centro de la composición , cubriendo su desnudez con una túnica y los brazos, elevando su mirada al cielo como gesto de penitencia. Sus ojos llorosos centran nuestra atención, convirtiéndose en una de las más expresivas de la serie. En primer plano se aprecia una calavera con un libro, mientras que en la zona de la izquierda se intuye el tarro de los afeites. La belleza de los colores y el maravilloso juego de luces y sombras hacen de esta obra una de las más impactantes de la década. La manera de trabajar es cada vez más rápida y abocetada, convirtiéndose en fuente de inspiración para maestros del Barroco como Rembrandt.
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La Santa María Magdalena se ubica en la sala inferior de la veneciana Scuola Grande di San Rocco, en cuya decoración trabajó Tintoretto 24 años, siendo considerada como su obra maestra. La santa ha sido sorprendida leyendo, de frente, junto a un enorme árbol y a las orillas de un riachuelo. Jacopo nos ofrece las últimas luces del día y muestra un paisaje con unas tonalidades anaranjadas y pardas que hacen casi monocroma la composición. Algunos toques de luz iluminan los elementos más interesantes y provocan un atractivo contraste que anticipa el Barroco, al igual que la postura escorzada de la santa. Pero lo más sorprendente es la belleza paisajística, culminación del Manierismo, verdadera protagonista de un conjunto donde la atmósfera obtenida provoca que el dibujo desaparezca, fundiendo el color y la luz en un mismo ambiente a los diferentes elementos.
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Las santas de Zurbarán tienen un misterioso halo que les ha proporcionado gran éxito a lo largo de los siglos. Vestidas como reinas y portando atrevidos colores, sus santas parecen mujeres de carne y hueso revestidas de una dignidad esplendorosa que las convierte en atractivos objetos de devoción. Esta Santa Marina se aproxima al tipo de Santa Margarita, no vestida como una princesa sino con un colorido traje de pastora o labriega, por supuesto en ricos tejidos pero de inspiración popular, con el mismo sombrero de ala ancha. El rostro ovalado y serio remite a la fisonomía andaluza de cabellos oscuros y arco perfecto de cejas.
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Podría hablarse de esta Santa Mónica como de un retrato por el alto grado de realismo que el pintor ha utilizado para llevar a cabo esta imagen de devoción. La piel arrugada y reseca de la vieja, sus manos huesudas entrelazadas, sus tocas de un blanco sucio y arrugado, todo ello habla de un naturalismo exacerbado que Tristán pudo haber aprendido de modelos caravaggescos durante su estancia en Italia. A esta entrega del pintor a lo material y físico se suma una profunda espiritualidad que parece agitar el rostro de la santa en oración, y esto sólo pudo haberlo aprendido en el taller del que probablemente fuera su maestro en Toledo, Doménikos Theotokopoulos, El Greco.
Personaje
Religioso
Hija de García Nuño y Amunia, desde muy joven siente una importante inclinación por la vida religiosa. Ingresa en un convento de clausura cerca del monasterio de San Millán de la Cogolla. Su biógrafo, el monje de Nuño, se refirió a ella como Aurea. Esta denominación acabó derivando en Oria. Las Sagradas Escrituras, los salmos y la vida de los santos constituyeron su principal lectura. Además dedicó gran parte de su vida a la comunidad. Cuando falleció, su cuerpo recibió sepultura en San Millán de la Cogolla. El día 11 de marzo se conmemora su festividad.