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En el año 615 el rey persa Cosroes se adueñó de la Sagrada Cruz, haciéndose adorar por sus súbditos fingiendo poderes divinos. El emperador bizantino Heraclio decidió reunir un potente ejército para luchar con el hijo de Cosroes, general de los ejércitos persas. Antes de iniciarse la batalla, llegaron a un acuerdo enfrentándose los dos jefes en un duelo. Heraclio venció al joven hijo de Cosroes, pero el rey persa se negó a aceptar la derrota y las condiciones de rendición, obligando al emperador bizantino a batallar en tierras persas, obteniendo una sonada victoria que acabó con la degollación de Cosroes y la recuperación de la Sagrada Cruz. Esta escena militar será situada por Piero della Francesca frente a la Victoria de Constantino sobre Magencio, dentro del interés por la simetría que caracteriza buena parte de la producción del maestro. Esta composición es la más movida del conjunto, con una marcada referencia a Paolo Ucello. Las actitudes, los gestos, las posturas de las figuras son muy variadas, en un catálogo de personajes difícilmente superable en el Quattrocento. Sin embargo, al apenas dotar de expresión a las figuras, la composición adolece de energía pero contiene el orden, la proporción y la compostura que tanto preocupaban a Piero. La escena de la decapitación de Cosroes se representa en la zona derecha del conjunto, mostrando el artista una amplia galería de retratos que humaniza el momento de la muerte del rey persa, quien fue enterrado por Heraclio en honor a su dignidad regia.
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El llamado Mosaico de Alejandro es una magnífica copia de un cuadro de batalla realizado, según se piensa, hacia la época en que su protagonista murió. En esa pintura que suele atribuirse a Filóxeno de Eretria, un maestro tebano-ático, se pueden contemplar los últimos esplendores de la tetracromía y la conquista del suelo en perspectiva, además de un repertorio de miradas dramáticas y de cruce de escorzos verdaderamente abrumador, y todo ello junto a reflejos, brillos de armas y una composición tan hábil que perdurará en la iconografía bélica hasta la época romana imperial.
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En la primavera del año 333 a.C. Alejandro está enfermo en Tarsos. Recuperado de su enfermedad, se dispone a presentar batalla a Darío en Siria por lo que se encamina a las Puertas Sirias tras dejar a sus soldados enfermos y heridos en la ciudad de Issos. Tras establecer un campamento a la entrada de las Puertas recibió la noticia de que las tropas persas estaban a sus espaldas ya que habían accedido a la llanura tras franquear un paso desconocido para los griegos: las Puertas Amanníes. Tras pasar por la ciudad de Issos, torturando y ejecutando a los heridos macedonios, Darío se situó con sus tropas en la orilla del río Píramo. Los persas contaban con unos 200.000 soldados entre los que destacaban los mercenarios griegos -que constituían el centro de la formación- y los famosos Diez Mil Inmortales, la tropa de élite de Darío. En la orilla del río esperaban a Alejandro, dirigiendo a unos 40.000 soldados macedonios y griegos. Cuando el rey macedonio se dispuso a hacer frente a los persas, una tropa de caballería se adelantó de la disposición táctica persa para atacar a los griegos. Alejandro envió a su caballería tracia para contrarrestar el avance persa, obteniendo tras larga lucha la victoria los caballeros de Alejandro. Entretanto, Alejandro dispuso a su ejército para luchar en tres frentes, atacando los flancos y el centro de la formación persa. La infantería macedonia avanzaba para enfrentarse a los mercenarios griegos tras cruzar el río. Una maniobra envolvente de los macedonios permitió su victoria. Las tropas de Alejandro iban consiguiendo imponerse en cada uno de sus frentes lo que motivó la huida de Darío con su estado mayor. El rey macedonio persiguió al persa pero no le dio alcance. El triunfo de Alejandro le abriría las puertas de Siria y, por extensión, de Asia. La caída del Imperio Persa era cuestión de tiempo, de poco tiempo.
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En el otoño del año 333 a.C. Alejandro se encaminó hacia el norte de Siria, donde un formidable ejército persa al mando de su rey Darío le está esperando. El crucial choque se producirá en Issos. Darío asentó a su ejército de 100.000 hombres en la orilla norte del río Píramo. El centro persa estaba formado por la falange de mercenarios griegos, con la infantería pesada, los cardaces, en sus alas. A ambos lados se situaba la caballería pesada, con una reserva de infantería por detrás. Alejandro, con unos 40.000 efectivos, dispuso una primera línea de infantería ligera, con la caballería a ambos lados. Por detrás, una segunda línea de infantes precedía a los escuadrones de falanges y a la caballería. Esta vez serían los persas quienes tomaran la iniciativa. Estos realizaron un rápido trasvase de la caballería del flanco izquierdo al derecho, para atacar el ala izquierda macedonia. Pero Alejandro se dio cuenta de la estratagema y realizó una contramaniobra, reforzando con la caballería tesaliana su flanco izquierdo. La lucha se torna encarnizada. Alejandro en persona ataca el ala izquierda persa y consigue ponerse frente a frente con Darío. El ala izquierda de la falange cruza el río, mientras que la infantería ligera se despliega para proteger su retaguardia y su flanco. Al poco, la caballería macedonia derrota a la enemiga, mientras que las líneas persas se quiebran sin remisión. El empuje macedonio en los tres frentes obliga a Darío a huir, lo que provoca la desbandada de las tropas persas. La caballería macedonia ataca a los fugitivos, mientras la falange se recompone. Alejandro ha logrado su mayor victoria. Tras la importante victoria de Issos, Alejandro tendrá todo a favor para continuar su avance. Alejandro se encuentra en la cima de su poder. Palestina y Egipto se perfilan como los próximos objetivos, pues ya no encontrará apenas oposición.
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En la primavera del año 333 a.C. Alejandro está enfermo en Tarsos. Recuperado de su enfermedad, se dispone a presentar batalla a Darío en Siria, por lo que se encamina a las Puertas Sirias tras dejar a sus soldados enfermos y heridos en la ciudad de Issos. Tras establecer un campamento a la entrada de las Puertas recibió la noticia de que las tropas persas estaban a sus espaldas, ya que habían accedido a la llanura tras franquear un paso desconocido para los griegos: las Puertas Amanníes. Tras pasar por la ciudad de Issos, torturando y ejecutando a los heridos macedonios, Darío se situó con sus tropas en la orilla del río Píramo. Los persas contaban con unos 200.000 soldados, entre los que destacaban los mercenarios griegos -que constituían el centro de la formación- y los famosos Diez Mil Inmortales, la tropa de élite de Darío. En la orilla del río esperaban a Alejandro, dirigiendo a unos 40.000 soldados macedonios y griegos. Cuando el rey macedonio se dispuso a hacer frente a los persas, una tropa de caballería se adelantó de la disposición táctica persa para atacar a los griegos. Alejandro envió a su caballería tracia para contrarrestar el avance persa, obteniendo tras larga lucha la victoria los caballeros de Alejandro. Entretanto, Alejandro dispuso a su ejército para luchar en tres frentes, atacando los flancos y el centro de la formación persa. La infantería macedonia avanzaba para enfrentarse a los mercenarios griegos tras cruzar el río. Una maniobra envolvente de los macedonios permitió su victoria. Las tropas de Alejandro iban consiguiendo imponerse en cada uno de sus frentes, lo que motivó la huida de Darío con su estado mayor. El rey macedonio persiguió al persa pero no le dio alcance. El triunfo de Alejandro le abriría las puertas de Siria y, por extensión, de Asia. La caída del Imperio Persa era cuestión de tiempo, de poco tiempo.
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El Mosaico de Alejandro es una magnífica copia de un cuadro de batalla realizado, según se piensa, hacia la época en que su protagonista murió. Allí, en esa pintura que suele atribuirse a Filóxeno de Eretria, un maestro tebano-ático, se pueden contemplar los últimos esplendores de la tetracromía y la conquista del suelo en perspectiva, además de un repertorio de miradas dramáticas y de cruce de escorzos verdaderamente abrumador, y todo ello junto a reflejos, brillos de armas y una composición tan hábil que perdurará en la iconografía bélica hasta la época romana imperial. La escena que protagoniza Dario es su compañera.
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La obra se atribuye generalmente al maestro tebano-ático Filóxeno de Eretria y se conoce con el nombre de "Mosaico de Alejandro". Llaman la atención los magníficos logros técnicos que nos muestra esta copia romana, muy especialmente la conquista del suelo por medio de la perspectiva y los fabulosos escorzos de animales y figuras. La iconografía bélica que aquí observamos tendrá tanto éxito que seguirá en boga hasta la Roma imperial. "Se ha querido a menudo hacer un parangón entre ésta y otras célebres batallas de la pintura europea, hallándose así que las de Paolo Ucello y las de Piero della Francesca presentan menor complejidad y menor libertad de composición; más bien nos hallaríamos aquí al nivel de la Rendición de Breda de Velázquez" (R. Bianchi-Bandinelli).
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El milagro que aquí se describe tuvo lugar posiblemente en el 1248, bajo el reinado de Fernando III el Santo. Forma parte de la historia de la ciudad de Jerez de la Frontera, ciudad que debe su nombre precisamente a que fue el límite entre el reino cristiano y el árabe. El episodio en cuestión tuvo lugar en un paraje llamado El Sotillo, por donde había de pasar el ejército cristiano por la noche. El ejército moro se camufló en la espesura del bosque, amparados en la oscuridad nocturna, para sorprender en emboscada a los cristianos. Sin embargo, una luz vivísima iluminó la noche, descubriendo la trampa a tiempo. Tuvo lugar una batalla ganada por los cristianos. Algunos soldados miraron el origen de la luz y descubrieron la imagen de la Virgen, por lo que se decidió fundar allí una ermita que conmemorara el hecho. En los muros de la ermita se pintó un fresco narrando el acontecimiento. Más tarde, el lugar se amplió con un monasterio, la Cartuja Santa María de la Defensión, así llamada por la defensa de la Virgen por sus fieles. Zurbarán pintó este lienzo para esta Cartuja, debido a que el fresco primitivo se encontraba gravemente deteriorado. En la escena concebida por el artista un arcabucero del ejército español, que bien podría estar sacado directamente del cuadro de Velázquez titulado Las Lanzas, cuenta la historia al espectador, dirigiendo su atención a la batalla con la mano que señala. El fragor se encuentra perfectamente reflejado por Zurbarán en un precioso paisaje, de manera sorprendente para un artista que tenía grandes dificultades para componer escenas con muchos personajes. Sobre la lucha, una bellísima Virgen María con Niño aparece rodeada de angelitos, emanando una luz divina dorada que da claridad a la escena. Es, sin duda, uno de los cuadros más conseguidos de su autor.
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En los primeros años en Roma, Poussin se halla todavía a la búsqueda de un estilo propio. En la ignorancia de que su gran virtud es la claridad y la simplicidad, el artista trata de demostrar en este lienzo sus habilidades en la composición tumultuosa y en el modelado. Adopta una composición en friso, al estilo de los relieves de batallas antiguos que ahora podía observar directamente en Roma. Se recrea en cada figura, en sus movimientos y contorsiones, estilizadas al estilo manierista que había aprendido de la escuela de Fontainebleau y en los grabados de los discípulos de Rafael, en especial Giulio Romano. Las figuras son algo rígidas, y la composición acusa sus modelos tomados del relieve, ya que la escena se desarrolla casi sin profundidad. Sin embargo, el tema es infrecuente en pintura. Procede del libro de Josué. En la batalla de los israelitas contra los amorreos, Josué solicita la ayuda de Yahvé, y dice: "Deténte, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ayyalón". El sol se detuvo y la luna se paró, hasta que los israelitas alcanzaron la victoria. Pintado durante la ausencia de su protector, el Cardenal Barberini, Poussin tuvo grandes dificultades para vender el lienzo, y sólo obtuvo siete escudos.