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Datos principales


Desarrollo


Batalla de Otumba No sabían en Tlacopan, cuando los españoles llegaron, cuán rotos y huyendo iban, y los nuestros se arremolinaron en la plaza sin saber qué hacer ni adónde ir. Cortés, que venía detrás para llevar a todos los suyos delante, los metió prisa para que saliesen al campo a lo llano, antes que los del pueblo se armasen y juntasen con más de cuarenta mil mexicanos que, acabado el llanto, venían ya picándole. Tomó la delantera, echó delante a los indios amigos que le quedaban, y caminó por unas tierras labradas. Peleó hasta llegar a un cerro alto, donde había una torre y templo, que ahora llaman por eso Nuestra Señora de los Remedios. Le mataron algunos españoles rezagados y muchos indios antes de que subiese arriba; perdió mucho oro de lo que había quedado, y demasiado fue librarse de la muchedumbre de enemigos, porque ni los veinticuatro caballos que le quedaron podían correr, de cansados y hambrientos, ni los españoles levantar los brazos, ni los pies del suelo, de sed, hambre, cansancio y pelear, pues en todo el día y la noche no habían parado ni comido. En aquel templo, que tenía buen aposento, se fortaleció. Bebieron, pero no cenaron nada o muy poco, y estuvieron mirando qué harían tantos indios que alrededor estaban como en cerco, gritando y arremetiendo, y porque no tenían de comer; guerra peor que la de los enemigos. Hicieron muchos fuegos de la leña del sacrificio, y hacia la medianoche, para que no fuesen sentidos, partieron.

Mas como no sabían el camino, iban a tientas, quitando un tlaxcalteca que los guió, y dijo que los llevaría a su tierra si no lo impedían los de México; y con esto comenzaron a caminar. Cortés ordenó su gente, puso los heridos y ropa que había en medio; los sanos y los caballos los repartió en vanguardia y retaguardia. No pudieron ir tan silenciosamente como para no sentirlos los escuchas que estaban cerca; los cuales empezaron a llamar y vino mucha gente, que no hizo más que seguirlos hasta llegar el día. Cinco de a caballo, que iban delante a descubrir, tropezaron con algunos escuadrones de indios que los aguardaban para robarlos, y que al verlos creyeron venían allí todos los españoles, y huyeron. Mas reconociendo el poco número, pararon y se juntaron con los que venían detrás, y peleando los siguieron tres leguas, hasta que tomaron los nuestros una cuesta en la que había otro templo con una buena torre y aposento, donde se pudieron albergar aquella noche, pero no cenar. Al alba les hicieron los indios una buena acometida; empero, fue más el temor que el daño. Partieron de allí, y fueron a un pueblo grande por fragoso camino, por el cual hicieron poco mal los caballos en los enemigos, y ellos no mucho en los nuestros. Los del lugar huyeron a otro de miedo; y así, pudieron estar allí aquella noche y la siguiente, descansar y curar los hombres y bestias; mataron el hambre, y llevaron provisión, aunque no mucha, pues no había quién. Desde el momento en que partieron, los persiguieron infinidad de contrarios, que los acometían duramente y los fatigaban.

Y como el indio de Tlaxcallan que guiaba no sabía bien el camino, iban fuera de él. Al cabo llegaron a una aldea de pocas casas, donde durmieron aquella noche. A la mañana siguiente prosiguieron su camino, y tras ellos siempre los enemigos, que los fatigaron todo el día. Hirieron a Cortés con una honda tan mal, que se le pasmó la cabeza, o porque no le curaron bien al sacarle los cascos, o por el demasiado trabajo que pasó. Entró a curarse en un lugar yermo, y luego, para que no le cercasen, sacó de él a su gente; y caminando, cargó tanta muchedumbre sobre él, y peleó tan duramente, que hirieron cinco españoles y cuatro caballos, uno de los cuales se murió, y se lo comieron sin dejar, como dicen, pelo ni hueso. La tuvieron por buena cena, aunque no tuvieron demasiado siendo tantos. No había español que no pereciese de hambre. Dejo a un lado el trabajo y las heridas, cosas que cada una de ellas bastaba para acabarlos; sin embargo, nuestra nación española soporta más el hambre que otra ninguna, y éstos de Cortés más que todos, puesto que todavía no tenían tiempo para coger hierbas que le bastasen para comer. Al día siguiente, al llegar la mañana, partieron de aquellas casas; y porque tenía temor de la mucha gente que aparecía, mandó Cortés que los de a caballo pusiesen a las ancas a los más enfermos y heridos, y los que no lo estaban tanto, que se agarrasen de las colas y estribos, o hiciesen muletas y otros remedios para ayudarse y poder andar si no querían quedarse a dar buena cena a los enemigos.

Sirvió mucho este aviso para lo que les esperaba, y hasta hubo español que llevó a otro a cuestas, y lo salvó así. Andado que hubieron una legua, en un llano salieron tantos indios a ellos, que cubrían el campo y que los cercaron a la redonda. Acosaron intensamente, y pelearon de tal suerte, que creyeron los nuestros ser aquél el último día de su vida, pues muchos indios hubo que se atrevieron a llegar a los españoles brazo a brazo y pie a pie; y aunque tranquilamente se los llevaban arrastrando, ya fuese por sobra de ánimo suyo, ya por falta en los nuestros, con los muchos trabajos, hambre y heridas, era muy lamentable ver de aquella manera llevar a los españoles y oír las cosas que iban diciendo. Cortés, que andaba a una y otra parte confortando a los suyos, y que veía muy bien lo que pasaba, encomendóse a Dios, llamó a san Pedro, su abogado, arremetió con su caballo por entre medias de los enemigos, rompió el cerco, llegó hasta el que llevaba el estandarte real de México, que era capitán general, y le dio dos lanzadas, de las que cayó y murió. En cayendo el hombre y el pendón, abatieron las banderas en tierra, y no quedó indio con indio, sino que en seguida se desparramaron cada uno por donde mejor pudo, y huyeron, que tal costumbre tienen en guerra, muerto su general y abatido el pendón. Recobraron los nuestros el coraje, los siguieron a caballo, y mataron una infinidad de ellos, tantos dicen, que no me atrevo a contarlos. Los indios eran doscientos mil, según afirman, y el campo donde esta batalla tuvo lugar se llama Otumba. No ha habido más notable hazaña ni victoria de Indias desde que se descubrieron; y cuantos españoles vieron pelear ese día a Hernán Cortés afirman que nunca hombre alguno peleó como él, ni acaudilló así a los suyos, y que él solo por su persona los libró a todos.

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