Diaconisa de Alejandría en el siglo III, santa Apolonia fue perseguida por el emperador Decio. Es considerada la patrona de los dentistas.
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El maestro de Flemalle fue uno de los grandes autores primitivos flamencos. Intelectual de honda cultura teológica, realizó este tríptico por encargo de Enrique de Werl, teólogo del concilio de Basilea. En la tabla que nos ocupa encontramos la bellísima figura de la santa profundamente embebida en la lectura, de espaldas a una chimenea encendida. La maestría con que están plasmadas las llamas son una característica de este pintor, lo que permite identificar fácilmente su obra. La pose de la figura es un estereotipo atribuido a María, pero un elemento indica que se trata en realidad de Santa Bárbara: el interior de la habitación se abre gracias a una ventana sobre un fondo de paisaje, en el que se aprecia una torre en construcción. Éste es el atributo iconográfico de la santa. La pintura flamenca gustaba de representar interiores en perspectiva, aunque en una perspectiva muy diferente de la cultivada por sus coetáneos del Quattrocento: es una exploración empírica de la realidad, sin aplicación de normas matemáticas ni ópticas, pero con una perfecta interpretación de la realidad tridimensional para trasladarla al plano pictórico bidimensional. El detallismo y el esmero en la pincelada también hablan de su procedencia flamenca: los cabellos se dibujan uno a uno, el paisajito es minucioso en todos sus elementos, así como los objetos del interior y las baldosas del suelo, que introducen la sensación de profundidad. El cuadro fue traído a España en el siglo XVIII, por Carlos IV, permaneciendo en los Reales Sitios de Aranjuez, hasta su traslado al Prado en 1827.
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Santa Bárbara es en España la abogada contra los truenos y los incendios y la protectora de los militares. Hija del sátrapa Dióscoro, quien no quiso que se relacionara con la religión cristiana, fue encerrada por su padre en una torre. A pesar de los impedimentos paternos se convirtió en una ardiente y devota cristiana, llegando a abrir una tercera ventana en su torre relacionada con la Santísima Trinidad. Pudo huir de su padre pero fue capturada y condenada a morir decapitada, sentencia que ejecutó el propio Dióscoro, siendo castigado por Dios matándolo con un rayo a su regreso a casa. Goya ha incluido todos los elementos en esta bella imagen presidida como no podía ser menos por la gran figura de la santa, vestida con elegantes ropajes que indican su elevada posición. En su mano derecha porta la Santa Custodia y en la izquierda la palma del martirio. Tras ella contemplamos la torre donde estuvo encerrada y la escena de su decapitación, incluso el zigzagueante rayo que mataría al padre. En la izquierda el Ejército de la que es protectora. La figura está inspirada en las esculturas clásicas que contempló el maestro en su estancia italiana. A través de diferentes diagonales, Goya recorre el cuerpo de la santa, creando un gracioso ritmo compositivo resaltado por la luz.
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Santa Bárbara era una princesa a la que su padre encerró en una torre para castigar su terquedad en profesar la fe cristiana. Cuando Bárbara conoció su destino, pidió que en la torre se abrieran tres ventanas que le permitieran meditar sobre el misterio de la Trinidad. La torre es el atributo por excelencia de Bárbara (la podemos ver con una torrecilla en las manos en la procesión de santas de la Adoración del Cordero Místico en el Políptico de Gante). Era una santa muy popular, protectora contra los desastres naturales y en especial contra las tormentas y los rayos. Van Eyck nos ha dejado esta obra que nos muestra a la santa. Está dibujada con total primor y detalle, pero carecía en origen de color (los toques azules del cielo fueron añadidos posteriormente). Esto ha llevado a preguntarse si se trata de una obra inacabada o si Van Eyck la concibió tal y como la vemos actualmente. Es difícil imaginar que Van Eyck la dejara tal cual, tras lo elaborado del dibujo, sin una sola anotación sobre colores o acabado, por lo que se piensa que el cliente en cuestión pidió un dibujo, y no un óleo. El dibujo debía de ser más barato que el óleo, por lo que el cliente pudo ser un profesional con buen gusto pero no demasiados posibles. La incidencia en la construcción en la torre y el perfecto retrato documental del oficio de albañil y aparejador ha hecho pensar que el dibujo fue un encargo de un maestro de obras, cuya patrona evidentemente sería Santa Bárbara.
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Para la capilla de santa Bárbara y san Quirico -capilla propiedad de los alemanes y los flamencos- de la iglesia de la Santa Annunziata pintó Rosselli esta tabla. Santa Bárbara, patrona de los artilleros, aparece en el centro de la composición; en su mano izquierda sostiene una torre como símbolo de fortaleza mientras que en la derecha sujeta una palma relacionada con su martirio. A sus pies encontramos un guerrrero derrotado y a su lado se encuentran san Juan Bautista y san Mateo -izquierda y derecha respectivamente-. Las figuras se sitúan ante un fondo de arquitectura de evidente inspiración clasicista, al igual que el suelo de mármoles. Al fondo, dos ángeles descorren cortinas para aportar mayor teatralidad al conjunto. Las tonalidades brillantes, el cuidado dibujo y la minuciosidad son características de Rosselli, tomando algunos elementos de Pollaiolo y Ghirlandaio.
Personaje
Religioso
De ascendencia real, enviuda a los cuarenta años después de haber tenido ocho hijos. Retirada a un convento, comienza a tener visiones, lo que le otorga un renombre considerable: es consultada por reyes y papas. Sus experiencias místicas se reflejan en su obra "Revelaciones". Patrona de Suecia y de los peregrinos, Brígida es una santa particularmente venerada en Escandinavia, Polonia, Hungría y Alemania. Canonizada en 1391, su festividad se celebra el 8 de octubre.
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Santa Casilda era hija de un rey musulmán y ayudaba en secreto a los cautivos cristianos de su padre, llevándoles víveres a las celdas. Una noche en que Casilda acudía a su socorro diario, fue descubierta. Su padre la interpeló acerca de lo que llevaba escondido en el regazo de la falda, a lo que la muchacha respondió que eran flores; milagrosamente, las viandas fueron convertidas en rosas y la princesa se salvó. Indirectamente, es la historia que recoge el pintor. No pinta toda la escena completa, sino que se limita a mostrar a la joven con sus rosas en la falda. Existe otra versión de Santa Casilda, cuyo rostro es muy similar; sin embargo, aquí la riqueza del atuendo es muy superior así como la gama de colores, con el vestido rojo adornado en plata y oro que contrasta alegremente con la estola violeta. Tal estallido de color encuentra su contrapunto en el fondo neutro de gamas sombrías, propio de la técnica tenebrista.
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Dentro del estilo de su autor a la hora de pintar a sus santas, ésta que ahora contemplamos es de lo mejor de su producción. Tenemos varios ejemplos de la genial ejecución del pintor sobre este tema, como por ejemplo Santa Apolonia, Santa Lucía o Santa Margarita. En este lienzo mantiene intactas sus características a la hora de trabajar: una figura aislada y de tamaño monumental, mayor del natural, recortada sobre un fondo oscuro que no ofrece ningún signo de espacio o arquitectura, una luz irreal y que proviene del ángulo superior izquierdo para iluminar con potencia la figura protagonista. Al tiempo ejecuta con limpieza esa figura femenina similar a las ya mencionadas: una joven de nívea belleza, con rostro sereno y serio, ataviada con la riqueza de una princesa pero descalza, para dar a entender su pureza. El atributo que permite identificar a esta hermosa joven no se encuentra en ningún rasgo sobrenatural, como pudiera ser la corona de santa, sino en el manojo de rosas que lleva en el regazo. Así es, pues según la historia de esta santa, Casilda era hija de un rey musulmán que tenía prisioneros en su castillo a varios caballeros cristianos. La muchacha les atendía en secreto y les llevaba alimentos ocultos en su falda. Una noche, cuando se dirigía a las mazmorras fue sorprendida por su padre que la increpó pidiéndole que explicara qué era lo que ocultaba en su falda, a lo que la muchacha respondió "flores, padre"; y al abrir su falda los alimentos se habían convertido milagrosamente en rosas.