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Empleando el trazado de cuadrícula, Cerdá concibe la ciudad a partir de células, dentro de las cuales disponía los servicios que cada uno iba a necesitar. También hizo hincapié en la idea de que los espacios verdes ocuparan una buena parte de la ciudad. Las manzanas de L'Eixample podían, en este sentido, ser ocupadas por dos edificios paralelos entre los que se desarrollaría la vegetación.
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Etienne-Louis Boullée o Claude-Nicolas Ledoux comenzarán a plantear una idea de la arquitectura basada en conceptos como el de carácter, componiendo con volúmenes o luces y dotando a la arquitectura de una nueva capacidad de comunicar sensaciones con independencia de los lenguajes históricos. Si bien nada de esto obsta para que buena parte de su arquitectura construida sólo muy tímidamente refleje lo que en los dibujos o en el ámbito de un tratado aparecerá como uno de los fundamentos de la arquitectura moderna, en la que pretenden hacer confluir la crítica a la historia, el racionalismo y la sensibilidad de un nuevo concepto del proyecto. Se trata de una arquitectura elocuente, parlante también se la ha denominado, cuya sintaxis aún no es manejada por todos.
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La época medieval es el periodo de inspiración para Viollet-le-Duc ya que era un periodo de audacias técnicas, de recursos constructivos, en el que se consiguieron espectaculares resultados. Viollet interpretó la catedral gótica como el edificio en el que se podían desarrollar los cambios necesarios por la arquitectura contemporánea, llegando incluso a considerar que los arquitectos góticos se anticiparon a lo que era posible realizar en los tiempos modernos gracias a las nuevas tecnologías. Podemos afirmar que Viollet-le-Duc fue el primero en aproximarse a la arquitectura clásica desde "consideraciones estrictamente estructurales", considerando que tras el gótico la arquitectura había iniciado un periodo de crisis que se solucionaría tomando este estilo como modelo.
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A partir de 1814 y con motivo de las guerras napoléonicas, Friedrich participó en varias exposiciones de carácter patriótico, como la de marzo de ese mismo año, con motivo de la liberación de Dresde. Además, y esto es lo que ahora atañe a esta obra, proyectó un buen número de monumentos conmemorativos y patrióticos para rendir homenaje al alzamiento contra el ejército francés. Ninguno de ellos fue llevado a cabo. Se conservan varios de los diseños, y fueron minuciosos, listos para ser ejecutados, pero Friedrich no halló eco a sus propuestas. Su único encargo como proyectista de arquitecturas le llegó en enero de 1817. El ayuntamiento de Stralsund solicitó al artista un diseño para la nueva decoración interior del coro y el altar de la iglesia local, la Marienkirche. Se aprecia en este proyecto, para el coro, cómo Friedrich se ajustó a los requisitos de los solicitantes, que le imponían un puro estilo gótico. De hecho, desde 1810 las pinturas del artista revelan un recurso acentuado a la arquitectura gótica, muy relacionada con el patriotismo que sentía, puesto que el gótico se vinculaba simbólicamente con el espíritu alemán. Este gusto persistió tras la paz; de hecho, este encargo de Stralsund sugiere que el público cultivado le asociaba con el estilo gótico. Con todo, en el Friedrich de esta época, la arquitectura gótica es presentada como parte del reino ideal, de la ciudad celestial. En cualquier caso, tampoco ahora tuvo suerte el pintor. A pesar de cumplir escrupulosamente su trabajo, la decoración no se ejecutó por razones económicas.
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Los maestros hititas fueron también capaces de desarrollar sistemas de bóvedas en piedra, arcos parabólicos y pilares de sustentación de los que nos han quedado asombrosos ejemplos. Bajo el sistema defensivo de Yerkapi corre un famoso pasadizo ciclópeo, que con sus 70 m lleva desde el interior de la fortaleza hasta la poterna exterior. Grandes piedras apenas trabajadas, pero colocadas cuidadosamente por aproximación de hiladas, crean un tránsito de 2,4 m de anchura por 3 m de altura, con unos muros de 1,90 m de espesor. Las mismas bóvedas se repiten en otros nueve pasadizos abiertos bajo las murallas de la ciudad baja y en los tránsitos de las puertas ciclópeas. Las ciudades orientales antiguas fueron sumamente variadas en su forma y estructura, fruto de un lento crecimiento natural en el que se mezclaban, de modo asombroso, las intervenciones estatales con las iniciativas privadas. Tiempo atrás, criticaba Paolo Matthiae el hecho de que los comentaristas suelen dar del fenómeno urbano oriental una imagen unitaria, falsa e histórica, elaborada a partir de algunos pocos ejemplos mejor conservados. Lo cierto es que la diversidad se impone, y que desde las ciudades de la llanura a las de las zonas montañosas caben todas las variantes. Si consultamos el plano de la Ur excavada por L. Woolley, veremos cómo los particulares aprovechaban el menor resquicio para construir. Si lo hacemos con el plano de P. Neve sobre el caserío de Hattusa al noroeste del templo I, percibiremos lo mismo y además, constataremos la mezcla evidente de planificación global e iniciativa privada. Porque en la actividad constructiva de Hatti estaban presentes, por supuesto, la modesta iniciativa ciudadana que edificaba sus casas dentro del recinto urbano con bastante libertad, y las normas de paso y vías principales tuteladas por la intervención estatal. Porque es evidente que ésta y nada más, impuso unos mínimos criterios de ordenación -como la gran avenida que desde la Puerta Sur cruza los caseríos y corre 150 m entre los muros continuos del templo I y el complejo 1- en las ciudades de tradición antigua o, como en el caso de Emar, acometió una planificación global con esquemas rígidos de construcción y comunicación atendiendo a causas muy comprensibles en esa nueva fundación. Porque lo que nos ha permitido conocer esa vieja y lejana ciudad hitita es, ni más ni menos, que el más férreo ejemplo de intervención estatal. En el marco de una campaña internacional de salvación arqueológica, durante los años setenta y bajo la dirección de Jean Margueron, un grupo de investigadores franceses sacó a la luz parte de los restos de la antigua ciudad construida a orillas del Eúfrates, en la frontera con Asiria. Con independencia de todos los datos de interés, numerosos y distintos, nos interesa ahora sólo el fenómeno mismo de la ciudad y su proyecto. Bajo las ruinas excavadas por los franceses, datadas en torno a los siglos XIV-XIII, resultaba que no había nada. ¿Dónde se encontraba entonces la Emar del III y de la primera mitad del II milenio? La respuesta era sencilla: en el valle que las aguas cubrían ya, porque la ciudad donde los franceses trabajaban resultaba el fruto de una refundación. Puede que Suppiluliuma, pero en cualquier caso Mursili II proyectó y llevó a cabo la reconstrucción de una Emar filohitita -llamada ahora Astata- sobre una colina cercana a la que tanto había sufrido en el curso de las guerras sirias. Pero la elección de tal asentamiento iba a implicar necesariamente la acometida de un gigantesco proyecto de urbanismo que sólo un Imperio como Hatti estaba en condiciones de abordar. La elección de la colina rocosa aseguraba una fácil defensa y un control visual seguro sobre rutas y fronteras, pero en virtud de su relieve hacía imprescindibles grandes y complicados trabajos de aterrazamiento previo a la edificación. Con un trazado ortogonal de calles y manzanas rectas asentadas sobre cimientos y zócalos de piedra, se construyeron las viviendas -como dice J. Margueron- en el más puro estilo anatólico y, en el punto más alto, dominando el valle y el caserío, un palacio. Pero tanto en el caso de las ciudades de tradición antigua como en el de fundaciones semejantes a las de Emar, detrás y anónimamente estuvieron presentes arquitectos, maestros de obra, artesanos y obreros de probada experiencia que en nombre del rey o el propietario, con las técnicas ya analizadas, trazaron un estilo propio de edificios y ciudad. Pese a todas las controversias sobre terminología, etnicidad y arqueología, yo creo que sí es lícito hablar de un estilo hitita, pues como E. Akurgal dijera, conocer la atmósfera arquitectónica de Hattusa es la mejor manera de comprender el espíritu hitita. Y donde hay espíritu nacional, mentalidad propia y raíces, hay estilo. La capital de Hatti fue una ciudad que llegó a alcanzar las 168 hectáreas de superficie construida sobre un relieve accidentado lleno de rocas, pendientes y colinas escarpadas. Aun hoy, Hattusa es un vivo ejemplo de ciudad montañosa que, como K. Bittel indica, no se explica por razones puramente prácticas. En su ya citado estudio sobre los dioses hititas de las montañas y las rocas, V. Haas puso de relieve la importancia que tales formaciones tenían en la mentalidad y los valores religiosos hititas. El amor hitita por los lugares rocosos y montañosos -como evidencia el santuario de Yazilikaya- tenía su base en el mundo de la fe. La santidad de las montañas -sobre las que los dioses se reunían cada año- queda patente en las ceremonias religiosas de los montes de Halwana, Puskurunuwa, Taha o Sidduwa y en cientos de advocaciones, amuletos y figuritas. No es extraño pues que la arquitectura hitita manifieste esa unión peculiar con la naturaleza. Porque los arquitectos hititas sacaron el mayor partido posible del relieve, pero fue un aprovechamiento integrador que respetaba y amaba la piedra, las rocas, llevándolas desde lo práctico, como en las murallas de Hattusa, hasta el misterio del culto a los muertos en el vientre de la montaña, la roca, la piedra y la mayor comunión mística en Gavurkalesi. Si tenemos presente siempre la mentalidad de los antiguos hititas y sus sentimientos religiosos manifestados en sus edificios, en su paisaje y en sus objetos, podremos entender algo de su mundo perdido y de las razones de su estilo. El primer rasgo distintivo del estilo hitita radica en sus materiales y en sus técnicas, sin paralelo en el Oriente contemporáneo y que venían decididos por la geografía, la tradición y la mentalidad. Todo ello se sumaba en lo que K. Bittel llama utilización magistral de todos los valores ofrecidos por el paisaje. Y así, la arquitectura palacial hitita, con su mejor ejemplo en Büyükkale, presenta un estilo propio. Nos encontramos ante una serie de edificios independientes entre sí que, si bien todos relacionados con la función palatina y sus dependencias, no proceden del habitual esquema mesopótamico con sus patios centralizados y desarrollo casi ortogonal. Lo que sabemos del palacio provincial de Massathöyük, no hace mucho descubierto, difiere muy poco de lo que vemos en los patios bajo, medio y superior de Büyükkale y sus salas y sobre el hipotético origen hitita del bit hilani hay mucho que discutir. En la arquitectura religiosa, la cultura hitita creó un cierto modelo particular y distinto al sirio-mesopotámico. Los templos hititas eran de concepción global cuadrada, con numerosas salas, patios no centrados necesariamente, acceso abierto en cualquiera de las fachadas y, eso sí, con la cella relegada a un lado del patio, no en su eje. En cuanto a la arquitectura militar, el mundo hitita desarrolló los sistemas defensivos más sólidos hasta entonces conocidos, basados en la combinación de grandes terraplenes, glacis empedrados, dobles murallas con basamentos de piedra -no pocas veces ciclópeas-, lienzos, torres almenadas y, sobre todo, ciudadelas que en la tradición anatólica anuncian ya un rasgo militar esencial del mundo luvio-arameo.
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Gaudi, procedente de una familia humilde como tantos genios, tuvo que mantener sus estudios de arquitectura trabajando para otros arquitectos (1873-1878). Esta circunstancia le permitió adquirir experiencia y buenas relaciones: como delineante, trabajó con Josep Fontsere i Mestres (1829-1897), director de las obras del Parque de la Ciudadela hasta la Exposición de 1888 (probablemente en el Monumento a Aribau, cascada, balaustrada, verja, etc.) y en un perdido Depósito de agua; con Francesc de P. del Villar, en el Ábside y Camarín de la Virgen del Monasterio de Montserrat; incluso, terminada la carrera, colaborará como excelente dibujante en el Proyecto de fachada para la Catedral de Barcelona (1882) -publicado en "La Renaixensa"- de su admirado arquitecto Joan Martorell Montells (1833-1906), quien le propondrá en 1883 para continuar la obra de su vida que será ya El Templo de la Sagrada Familia. Como estudiante, Gaudí tuvo necesidad de realizar trabajos de curso, algunos de los cuales se han conservado en el Archivo de la Escuela y permiten ver el punto de partida en su trayectoria. Estos, en su mayoría para la asignatura equivalente a "Proyectos", suelen estar condicionados por los vientos que soplaban en la época, por un eclecticismo o mezcla de estilemas pretéritos que originan en su reunión un nuevo estilo y por una base académica efectista o sustrato medievalista para agradar al profesorado, aprobando así con menos dificultad. Aunque son de fino y cuidado diseño, no dejan vislumbrar todavía al Gaudí más original, si bien es verdad que se atisban ya algunos elementos que luego desarrollará: Puerta de Cementerio (Curso 1874-75; según foto publicada por Rafols en 1929, pues el original se ha perdido), que -después de no haber aprobado en junio con una anterior versión que ponía énfasis en la ambientación mediante un cortejo fúnebre desagradable para el tribunal- se concibe como un robusto arco de sólida bóveda de cañón y áspera sillería, haciendo un repaso por la Historia de la Arquitectura (de los aires de grandeza imperecederos propios de la antigua Tarraco, pasando por los románicos tan queridos por Rogent, hasta el ensueño de los visionarios y el efecto de los Prix de Roma), al tiempo que la ornamenta según el Apocalipsis de San Juan, idea simbólica a desarrollar luego en la fachada del Nacimiento del Templo de la Sagrada Familia (calificado con sobresaliente en la convocatoria de septiembre); Proyecto de Patio para la Diputación Provincial de Barcelona (Curso 1875-76; alzado según foto publicada por Rafols en 1929 -pues el original se ha perdido- y planta hallada en el Archivo de la Escuela en 1969), o propuesta imaginaria en la que prevé una estructura mixta de piedra-hierro con claraboya muy de Viollet-le-Duc y una linterna de remate parabólico, es decir, la forma gaudiana futura por excelencia (calificado con sobresaliente en la convocatoria extraordinaria de octubre); Proyecto de embarcadero (1876; con alzado escala 1: 100, realizado inmediatamente para optar a Premio Extraordinario, que no consiguió), donde contrapone a un pabellón apaisado dos torres flanqueantes con miradores circulares ya de aspecto exótico u oriental, elemento que pronto materializará transformado en El Capricho de Comillas; Proyecto de fuente monumental para la Plaza de Cataluña (Curso 1876-77; dibujo a lápiz coloreado al gouache, escala 1:250), de concepción grandiosa y profusa ornamentación, planta circular y torre metálica de 52 m, con cupulines de perfil parabólico, efectos ópticos y acústicos previsibles en el caer del agua y que tiene relación con su trabajo para Fontsere en la Cascada del Parque de la Ciudadela (calificado con notable en junio); Proyecto de Paraninfo Universitario (1877; para el examen de Reválida, secciones a lápiz acuareladas y planta, escala 1:100), donde finalmente Gaudí sedujo al tribunal con una composición que repasa la arquitectura francesa más efectista y enfática, se remonta al barroco decorativo y llega a la antigua Roma al proponer la gran esfera perforada cenitalmente que nos recuerda el Panteón, haciendo además concesión a las técnicas o materiales mixtos de Viollet-le-Duc y todo en una arriesgada cita con variaciones del Paraninfo en la misma Universidad de Rogent (por lo que consiguió un mínimo aprobado y parece ser que la duda de Rogent, como presidente del tribunal, sobre si habían aprobado a un genio o a un loco).
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Hacia mediados de los años treinta, Londres trató de hallar una solución duradera. En medio de los graves disturbios de 1936, nombró la Comisión Peel, que dictaminó la conveniencia de partir Palestina en dos Estados. Peel, asesorado por sionistas, preveía la transferencia de grandes masas de población de uno a otro "Estado" futuro, uno de los objetivos acariciados desde siempre por el sionismo: "limpiar" de árabes Palestina, deportándolos a los Estados vecinos. La Agencia judía aceptó el plan, pues veía en un Estado nacional, por minúsculo que fuera, el trampolín desde el cual expandirse posteriormente. Por el contrario, los árabes lo rechazaron. No cesaron las acciones terroristas de unos y otros. La Haganá se apartó de su fingida política de moderación y, en agosto, respondió al asesinato de dos enfermeras y cuatro hombres en Monte Carmelo y un niño en Tel Aviv, colocando bombas en viviendas árabes al norte de Yafa y matando a varios árabes. Por esos días, los terroristas de la Irgun, en colaboración con la Haganá, emboscaron el tren de Yafa y mataron a un armenio. Luego asesinaron a dos árabes cerca de Petach Tivka. El 11 de noviembre, mataron a dos árabes en la estación de autobuses en Jerusalén. El 14 de noviembre fue para la Irgun "el Día del Fin de la Moderación", alcanzando el estrellato del terrorismo mundial. Días antes, cinco trabajadores judíos del kibutz de Kiryat Anavim habían sido asesinados por una banda de terroristas árabes. En venganza, David Raziel, planificó una operación llamada "Domingo Negro" contra objetivos indiscriminados, destinada a sembrar el terror entre los árabes, que quedaron sobrecogidos por decenas de muertos diseminados por toda Palestina. La represión policial desatada por la administración británica después del "Domingo Negro" obligó a los terroristas judíos a replegarse y pasar a la inactividad durante ocho meses. Pero en el verano de 1938 volvieron las bombas a mercados, mezquitas y estaciones. Para burlar a la policía, la Irgun operaba con grupos de tres individuos: uno llevaba las armas, otro las disparaba o explosionaba y el tercero se ocupaba de hacerlas desaparecer tras el atentado. Si el asesino era capturado, estaría desarmado. La violencia de aquellos años produjo cambios en la estrategia de la Haganá. A principios de 1939, Ben Gurion encargó a Yitzak Sadé la creación de tres grupos ultrasecretos, los Pu'm (peulot meyubadot), que eran los responsables de hacer los trabajos sucios: ejecutar las represalias más sangrientas y eliminar a informadores. La Haganá se internó en el mundo del terrorismo, pese a que aún criticaba a la Irgun. A mediados de 1939, los Pum secuestraron y asesinaron a cinco campesinos de Balad as Sheij, en represalia por la muerte de un conductor de trenes judío. Pocos días más tarde, mataron a tres árabes e hirieron gravemente a otros tres en Lubiya, vengando a un miembro del kibutz Afikim. Para entonces la revuelta árabe estaba acabada. La dura represión británica, las luchas intestinas y el caos creado desmayaron la resistencia antisionista. A fines de 1937, Londres había dado marcha atrás a la idea de la partición, pero su secretario de Colonias, William Ormsby-Gore, antiguo sionista, dimitió desesperado: "Los árabes son traidores e indignos de confianza, los judíos son codiciosos y, cuando se los libera de la persecución, agresivos. A los árabes no puede confiarse el gobierno de los judíos del mismo modo que a los judíos no puede confiarse el gobierno de los árabes". En mayo de 1939, Londres publicó su Libro Blanco sobre Palestina, reconociendo las reclamaciones árabes. Limitaba la inmigración judía, la venta de tierras a los hebreos y prometía un Estado palestino en diez años. Pero no logró contentar a ninguna de las partes. Los árabes no estaban de acuerdo en la limitación, que aún permitiría la entrada en Palestina de 75.000 inmigrantes y, además, veían muy lejos la constitución de su Estado. Aceptaron la decisión de la metrópoli porque sus líderes estaban presos o exiliados, registraban profundas divisiones internas y habían sufrido enormes pérdidas económicas. Entretanto, los judíos perdían sus esperanzas de poder constituir y gobernar un país. Dentro de la Irgun se entabló una batalla ideológica entre quienes creían que el principal enemigo eran los árabes y quienes sostenían que eran los ingleses. El 19 de mayo, dos días después de difundirse el Libro Blanco, David Raziel, comandante de la Irgun, fue detenido por los británicos. Hanoch Kalai, su segundo, se encargó de las represalias: en el verano destruyeron centrales telefónicas y transformadores, dejando incomunicada y a oscuras a parte del país. Una mina, colocada cerca de la muralla de Jerusalén, mató a cinco civiles árabes, pero les quedaba poco tiempo de vida. El 3 de agosto de 1939, la policía británica irrumpió en una reunión y detuvo a los principales dirigentes: Kalai, Stern, Heichman terminaron en prisión. La organización quedaba acéfala y sus militantes dispersos.
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Las propuestas iniciales de solución al cisma abierto con la elección de Urbano VI y Clemente VII consisten o bien en el recurso a la fuerza, o bien en la convocatoria de un concilio de la Iglesia universal, propuesta ésta en la que alientan las ideas de superioridad del Concilio sobre el Papa, que se sostenían en las más importantes universidades europeas y que era favorablemente contemplada por varios cardenales. El recurso a la fuerza era difícilmente justificable y sus consecuencias resultaban imprevisibles. La solución conciliar entrañaba severos problemas teóricos, señalados por los defensores de la suprema autoridad papal y, especialmente, de índole practica: convocatoria, presidencia, número y calidad de los asistentes, facultades del Concilio, son problemas cuya solución está erizada de dificultades. Esas objeciones a la vía conciliar, la que finalmente será ensayada, venciendo graves obstáculos, harán que, por el momento, sea olvidada; en algún caso, como en la universidad de París, no lo será sino mediante fuertes presiones oficiales y a costa de una ruptura en el seno de la institución universitaria: algunos de sus maestros se incorporan a los claustros de otras universidades como Praga, Heidelberg o Colonia, acontecimiento de gran importancia en la difusión de las ideas conciliaristas y expresión de la sumisión parisina al poder civil. En consecuencia, el recurso a la fuerza pareció la única posibilidad viable; su ejecución consistiría en elevar al trono napolitano a Luis de Anjou, primer paso de una transformación del panorama italiano. En enero de 1380, Clemente VII y Luis de Anjou acordaron un proyecto que convertía al duque en heredero de la reina Juana I de Nápoles, que consintió en el proyecto, le otorgaba nuevamente el Reino de Adria, y ponía a su disposición importantes apoyos económicos, con el único compromiso de llevar a efecto su conquista y propiciar el triunfo de Clemente VII. La realización del proyecto sufrió retraso debido a la situación internacional; para su realización se requería apoyo francés y castellano, lo que, por el momento, no era posible. En septiembre de 1380 fallecía Carlos V, abriendo una minoría, la de Carlos VI, poco propicia a aquella aventura; en Castilla, Juan I tenía que hacer frente a la alianza anglo-portuguesa de julio de 1380, inscrita en los proyectos del duque de Lancaster de alcanzar la Corona de este Reino como yerno de Pedro I. Mientras tanto, Urbano VI, considerando desposeída a Juana I, nombraba rey de Nápoles a Carlos III de Durazzo, casado con una sobrina de aquélla; en julio de 1380 el nuevo rey ocupaba Nápoles, donde la reina resistió, encerrada en el castillo del Huevo, esperando inútilmente socorro de su preconizado heredero. Los acontecimientos italianos no enfriaron los preparativos de Luis de Anjou, aunque no pudo ponerse en marcha hacia Italia hasta la primavera de 1382. La expedición angevina fue concebida como una espléndida cabalgada que se desplazó muy lentamente por territorio italiano, entrando en territorio del Reino siciliano en septiembre de ese año, cuando ya se había producido la muerte de la reina Juana, seguramente asesinada; hasta su muerte, en septiembre de 1384, Luis de Anjou prolongó su inútil aventura, consumiendo importantes recursos económicos, legando a su hijo, Luis II, un problemático futuro. No era tampoco envidiable la situación de Urbano VI, enemistado con su vasallo napolitano, refugiado en Génova, forzado en los años siguientes a un permanente vagar por diversas ciudades italianas, y abandonado por muchos de sus cardenales. La posición urbanista se debilitaba en Aragón; aunque Pedro IV se mantuvo indiferente, la posición aragonesa era cada vez más clementista, hecho que se consumó en 1387, tras la muerte del monarca aragonés. También en Navarra, aunque la declaración oficial se retrase hasta 1390, el clementismo aparece triunfante desde la muerte de Carlos II en 1387. Las posibilidades de éxito de una solución armada se van diluyendo, asimismo, a tenor de la situación política internacional. El estallido bélico entre Portugal y Castilla, con intervención inglesa, que se desarrolla desde 1384 a 1387, incluyendo la derrota castellana en Aljubarrota, había hecho pensar en un radical cambio de situación en favor del urbanismo. Sin embargo, desde mayo de 1387, el duque de Lancaster se ve obligado a reconocer la imposibilidad de conquistar Castilla; se abrían negociaciones que, un año después, ratificaban la renuncia del Lancaster a la Corona castellana y establecían, con el matrimonio del futuro Enrique III y Catalina de Lancaster, hija del duque, una vía de solución a los problemas creados por la violenta sustitución dinástica. Era la primera muestra de un proceso de pacificación general que, con la firma de las treguas de Leulingham, en junio de 1389, imponía un alto, aunque precario, a los conflictos europeos. En Italia, la "via facti" parece viable durante más tiempo. Las tropas angevinas tomaron Nápoles en julio de 1387; Juan Galeazzo, nuevo señor de Milán, se inclinaba a una amplia colaboración con Francia, que incluía el matrimonio de su hija con Luis de Orleans, hermano de Carlos VI. Sobre esta alianza, Clemente VII ideaba el proyecto de crear otro reino, en el centro de Italia, para Luis de Orleans, poblando la península de reinos clementistas. En esta situación, se producía el fallecimiento de Urbano VI, el 15 de octubre de 1389; la favorable situación del clementismo podía facilitar que la obediencia romana no procediese a una nueva elección. Sin embargo, no fue así: el 2 de noviembre fue elegido Bonifacio IX, que logrará mejorar la situación de su obediencia, a lo que contribuyen las celebraciones del jubileo de 1390. Ese año pareció producirse un rebrote de la "via facti": Luis II de Anjou desembarcó en Nápoles con tropas y dinero abundantes, incluso Carlos VI anunció una expedición para el año siguiente, que nunca llegó a realizarse debido a las dificultades de la empresa en sí misma y a los primeros episodios de la enfermedad del rey. Por su parte, Luis de Orleans muestra poco interés en Italia, y Clemente VII exige mayores garantías antes de embarcarse en otra aventura bélica. Por una y otra parte se evoluciona hacia el abandono del empleo de la fuerza como medio de resolver la división. La "via facti", además de escandalosa, se revelaba inútil; en ambas obediencias se elevaban voces de protesta, por lo que se consideraba testarudez de ambos contendientes, y reclamando una solución al conflicto. Algunas de las soluciones propuestas sugieren la deposición de ambos Pontífices o reducen la cuestión a un mero tratado internacional, situándose fuera de los debidos cauces canónicos, sin ahorrar un tono desconsiderado hacia los Papas; otras lo hacen movidas por un sincero deseo de unión de la Iglesia. Todas coinciden en señalar la ineficacia e inmoralidad de la "via facti". Las universidades, especialmente la de París, entienden que les corresponde jugar un papel decisivo en esta cuestión y, al menos desde 1390, canalizan las aspiraciones de lograr la unión. En enero de 1394, la universidad de París, por encargo de Carlos VI, organizó entre sus maestros la recogida de propuestas para resolver el Cisma. El resultado fue un informe, elevado al monarca en junio de ese año, en el que, utilizando un lenguaje lesivo para la autoridad de cualquier Pontífice, se condenaba sin paliativos la "via facti" y se proponían tres vías sucesivas como solución del problema. Si alguno de los Pontífices se negaba a todas ellas, y no sugería alguna otra solución viable, se proponía, por primera vez de modo oficial, la sustracción de obediencia. La primera solución, "via cessionis", consistía en la abdicación voluntaria y simultanea de ambos Papas seguida de una nueva elección; la "via compromissi" preveía el estudio de los derechos de ambos Papas por una comisión arbitral que decidiría en conciencia a quien correspondía la legitimidad. En último caso, la "via concilii", es decir, la reunión en concilio de la Iglesia universal resolvería el problema. Todas las vías presentan graves inconvenientes. La primera era la más sencilla, pero inviable si algún Pontífice, como era previsible, se negaba a abdicar; la vía del compromiso suponía unas dificultades prácticas casi insolubles: designación de árbitros, lugar de reunión, toma de acuerdos; la reunión de un concilio presentaba dificultades canónicas y prácticas. Todas las dificultades se multiplican por el hecho de que, para muchos, la unión es sólo el primer paso de una reforma a fondo de la Iglesia; un buen número de reformadores entienden por reforma, sobre todo, pulverizar la Monarquía pontificia. Por ello, desde este mismo momento, comienza la divergencia de quienes, aceptando en principio las propuestas de la universidad parisina, consideran inaceptables el tono y los ataques a la autoridad pontificia.
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La Virtud de la Prudentia adopta las formas de una figura femenina; colocada detrás de un pupitre de carácter pétreo, como el mismo personaje, sostiene una pluma en la mano y, con la izquierda, la observa. En la iconografía tradicional el espejo es símbolo de conocimiento, de modo que Giotto lo asimila con la labor intelectual y, así lo une a la Virtud personificada. Llama la atención la rica decoración del respaldo de la silla, de motivos góticos de carácter más o menos geométrico, figurando formas vegetales. Es de destacar también la sensación espacial que consigue el artista a partir de la disposición de la mesa que, sin salirse del marco, señala una diagonal que simula profundidad. Y, además, detrás de él, la Prudencia y el respaldo. La Caridad es una de sus compañeras en el muro meridional de la nave única de la capilla de la Arena (Scrovegni) de Padua.
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Desnudo alegórico donde Hans Baldung Grien no utiliza las teorías de las proporciones de su maestro Durero ni el trazo nervioso de los de Cranach, sino que al igual que en la tabla donde representa a la Música, realiza una muchacha normal con una simbología astrológica y psicológica sobre las personas. Los ciervos y el espejo aluden a la melancolía en relación a las teorías renacentistas sobre los cuatro humores o fluidos que definen el temperamento humano.