Su padre era boticario, hecho que le permitió iniciarse en este oficio al tiempo que cursaba sus estudios en el Colegio de los Oratorianos. En 1774 se traslada a París para proseguir su formación. En la Ciudad de las Luces conoció a Hilaire-Martín Rouelle y a Lavoisier. Dos años después accedió por oposición a puesto de primer farmacéutico del hospital de la Salpétriére. Más tarde ingresó en el Real Seminario Patriótico de Vergara, donde impartió clases de química. Posteriormente, regresó de nuevo a París. En esta época mantuvo una estrecha relación con personajes de la talla de François Pilàtre de Rozier. Con éste trabajó en algunos estudios sobre aerostática, aunque no se arriesgó a cruzar el Canal de la Mancha desanimado por la poca fiabilidad que indicaban los estudios químicos que había realizado previamente. A mediados de la década de los ochenta vuelve a instalarse en España para impartir clases en el Real Colegio de Artillería de Segovia de química y metalurgia. Su siguiente destino fue Madrid, donde entró a trabajar en un laboratorio de química. Durante estos años investigó con total libertad los temas que mayor interés le ofrecían. A comienzos del siglo XIX regresa a su país natal por circunstancias personales. A pesar de sus deseos de regresar, el estallido de la guerra impidió su vuelta a España. Estableció su residencia en Croan y pudo vivir gracias a una pensión concedida por Louis XVIII. Proust, con Cristiano Herrgen, Antonio José Cavanilles y Domingo Fernández, intervino en la realización de los "Anales de ciencias naturales". De su aportación a la ciencia hay que destacar el descubrimiento del azúcar de uva, es decir, la glucosa. Proust formuló, además, la ley de la proporciones constantes, que establece que un compuesto químico tiene proporciones constantes de sus elementos. Este precepto era totalmente contrario al postulado de Berthollet, que sostenía que cada compuesto tenía una composición distinta. No obstante, Proust pudo rebatir esta teoría al comprobar que Berthollet partía de mezclas químicas. John Dalton se inspiró en esta teoría. De sus publicaciones hay que destacar: "Investigaciones sobre el Azul de Prusia", "Compendio de diferentes observaciones de Química", "Mémoire sur le sucre des raisins", y "Essai sur une des caues qui peuvent amener la formation du calcul".
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Personaje
Literato
Procedente de una familia acomodada, siempre se movió en ambientes refinados y aristocráticos. Cuando cuenta con veinticinco años sale a la luz su primera novela "Los placeres y los días". A esta obra le seguiría "Jean Santeuil". Pero la novela que le elevaría como uno de los escritores más importantes de la literatura moderna fue "En busca del tiempo perdido". Su estructura narrativa se divide en siete novelas y a partir del recuerdo emplea recursos literarios que hacen de esta obra, en ocasiones, un relato reflexivo difícil de entender. Este libro ha sido interpretado como una fotografía de la sociedad en que le tocó vivir.
contexto
Una de las víctimas de Utrecht será, paradójicamente, la que había sido una pequeña gran potencia colonial durante gran parte del siglo que concluía: las Provincias Unidas (impropiamente conocidas como Holanda). Apenas obtuvieron unas cuantas plazas fuertes en la barrera, pero Gran Bretaña no permitió que los neerlandeses se extendiesen hacia el Sur, por los antiguos Países Bajos españoles. Los esfuerzos que habían llevado a cabo durante la guerra, y que terminaron por consumir sus recursos, no fueron recompensados y su agotamiento económico era, a estas alturas de 1713, evidente. La gran hora de las Provincias Unidas había pasado. Incluso internamente estaba muy debilitada y fragmentada por tensiones políticas, desde que en 1702 los Estados Generales no aceptaron nombrar a un nuevo Estatúder y la dirección de la guerra contra Luis XIV absorbió de tal manera al gran pensionario Antonio Heinsius, que no pudo evitar que las oligarquías locales fuesen haciéndose con el control de la vida política y económica de la República. El clima social neerlandés se deteriora por la generalizada corrupción de la burguesía; muchos de los ideales calvinistas que un siglo antes habían llevado a sus abuelos a convertirse en un grupo social tan emprendedor y austero como honesto en su relación con la comunidad han dado paso a la apetencia de lucro desaforado y la especulación. Los años triunfales de la historia de ese pequeño territorio van desde 1621 hasta 1672. En esas décadas se extienden sus colonias por Asia (Célebes, Borneo, Malaca, Sumatra y Java, en Insulindia; Ceilán y Quilón, en la India), África (Ciudad del Cabo) y América (Curaçao y Guayana holandesa), aunque también sufren algunas derrotas, como las que les obligan a retirarse de Pernambuco (Brasil), la costa de Guinea o la desembocadura del río Hudson (Nueva Amsterdam se convierte en Nueva York en 1664 y pasa a ser inglesa). Aún tuvo un postrer momento de esplendor, encarnado en Guillermo de Orange, proclamado Estatúder (jefe del poder ejecutivo y capitán general) de Holanda y Zelanda con ocasión del ataque de los franceses de 1672. El clima belicista que la guerra contra Luis XIV provocó entre ciertos sectores sociales de Holanda, que acusaron al gran pensionario Juan de Witt de traidor y derrotista y acabaron por lincharle, llevó al poder al joven Orange y permitió al futuro rey de Inglaterra (estaba casado con María Estuardo y la Revolución de 1688 les convirtió en soberanos) hacerse con el control férreo en sus dominios neerlandeses, donde practicó una política diametralmente opuesta a la que le convertirá en el protector de las libertades inglesas. Este rey-soldado, como toda la dinastía de Orange, era partidario del centralismo y estaba enfrentado a los miembros del patriciado urbano, sostenedores de una filosofía cívico-republicana y federalista, que prefería conceder la primacía política a los grandes pensionarios (símbolos del poder de los Estados Generales). Con fuertes apoyos en el ejército, la nobleza, el artesanado y el pueblo, Guillermo acabó por disponer de un total dominio sobre los gobernadores y demás autoridades locales, poder que mantuvo hasta su muerte en 1702. Aparentemente, las Provincias Unidas tuvieron aún momentos de protagonismo derivados de la participación de sus ejércitos y marina en las dos últimas guerras contra Luis XIV, contiendas de las que fue alma Guillermo III de Orange. Pero fueron los últimos destellos de la brillante estela de un país cuya historia está íntima y profundamente vinculada, durante la Edad Moderna, con la española; forjó su poder en la lucha mantenida contra la Monarquía hispánica desde Felipe II, lo incrementó a lo largo y ancho del mundo colonial durante el siglo XVII -en constante pugilato contra los Habsburgo de Madrid-, y lo vino a perder como consecuencia de los cambios sucedidos al hilo de la guerra que llevó a Felipe V al trono español. Aunque el comienzo del fin del apogeo de las Provincias Unidas se había iniciado décadas atrás, precisamente durante su etapa de auge económico y naval, insultante y provocador para una Inglaterra y una Francia, potencias vecinas y competidoras, que sienten celos de la magnitud y poderío de esos pocos neerlandeses (no llegaban a los dos millones) que habitaban un reducidísimo país (de unos 30.000 kilómetros cuadrados) pero cuya flota mercante -más de 3.500 barcos con 600.000 toneladas de arqueo- les permitía extender su despliegue comercial por los océanos Pacífico, Índico, Atlántico y por los mares que circundan a Europa. Por eso, en tanto que Luis XIV atacó en varias ocasiones a los holandeses y se enfrentó comercialmente con ellos durante la mayor parte de su reinado, los ingleses, lo mismo bajo la República de Cromwell que bajo la Monarquía de Carlos II, guerrearon contra las Provincias Unidas e impusieron sus Actas de Navegación (la primera fue promulgada en 1651) por las que prohibían la introducción en Inglaterra de productos transportados en buques no ingleses y de pabellón distinto al de la carga, con lo que, en la práctica, se impedía la actividad de la marina mercante neerlandesa. Estas leyes proteccionistas estuvieron en vigor hasta el siglo XIX. Y están directamente relacionadas con la decadencia de Holanda, cuya dependencia del mar es tan fuerte como la de las islas británicas; pero éstas se extienden sobre 300.000 kilómetros cuadrados... Por eso, de las dos potencias marítimas -que así eran denominadas en el siglo XVII- resultará triunfante Inglaterra que supera ampliamente, en extensión y en población, a las Provincias Unidas.
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Frente a la administración local del Antiguo Régimen, caracterizada por su falta de uniformidad y cierta confusión de poderes, el Estado liberal intentó la unidad administrativa y la división de poderes. La nueva división provincial fue realizada en 1833 por Javier de Burgos. Los territorios provinciales se basaron en unidades históricas, corregidas por circunstancias geográficas, extensión, población y riqueza. España se organizó en 49 provincias con el nombre de sus respectivas capitales. Hubo seis excepciones: los archipiélagos, Navarra, Alava, Vizcaya y Guipúzcoa, que conservaron su denominación antigua y sus antiguos límites debido, sobre todo, al criterio histórico que primó. Al frente de cada provincia se colocó el Subdelegado de Fomento (posteriormente denominado Jefe Político y Gobernador Civil desde diciembre de 1849) que representaba al gobierno de la nación. La Diputación era el órgano de gobierno de la provincia. En 1834 las provincias se dividieron en partidos judiciales. Aunque este fue el esquema general, en cada período político, según estuvieran en el poder progresistas, moderados, Unión Liberal, varió la interpretación sobre quiénes deberían elegir a los representantes de cada poder y las competencias de las instituciones. El régimen común tuvo algunas excepciones, como las provincias forales, especialmente Navarra después de la Ley de 1841. El modelo progresista de 1810-1813 se reformó en 1842 y 1856, pero apenas estuvo en vigor. Era partidario de una cierta descentralización provincial. A pesar de que el Gobernador era un delegado del Gobierno, la Diputación ejercía un cierto control. Así, en 1841, bajo la Regencia de Espartero, estuvo vigente la instrucción de febrero de 1823. El Jefe Político presidía con voto la Diputación Provincial, que tenía competencias propias (obras públicas provinciales, fomento de agricultura, industria y comercio, etc.) y ejercía tutela sobre ayuntamientos en aspectos como la revisión de los presupuestos anuales, los repartimientos contributivos, propios, pósitos, abastos, etc. El moderantismo formuló de manera más clara sus propuestas en 1845. El Gobernador, como en el caso anterior, era un delegado gubernamental. La Diputación tenía una función más consultiva. En el período moderado, de acuerdo con la Ley de 1 de enero de 1845, la Diputación Provincial era presidida por el Jefe Político, que se reservaba más atribuciones que en el período progresista. El número de miembros de la Diputación variaba en función de los partidos judiciales. Los electores eran los mismos que elegían los diputados a Cortes. En 1849 el Gobernador sumó las funciones del Intendente. El triunfo de los progresistas en 1854 supuso la vuelta a la legislación de 1823 y el restablecimiento de las diputaciones de 1843 que veían aumentadas sus facultades administrativas en la provincia. Los gobiernos de O'Donnell y Narváez, en 1856, reproducían el modelo moderado de 1845 que, con ligeras reformas, se mantuvo hasta la revolución de 1868. La administración provincial se fue organizando lentamente en las décadas que corresponden al reinado de Isabel II. El escaso número (no llegaban a 5.000) de funcionarios que contaban todas juntas en 1860 prueba esta afirmación. En cada provincia el Estado tenía una administración civil presidida por el gobernador. Por el número de funcionarios destacaba el ministerio de Hacienda (administradores, comisionados del Tesoro, inspectores y recaudadores con los auxiliares necesarios). De manera creciente se fueron estableciendo dependencias de los ministerios de Gobernación y Fomento. El número de funcionarios del Estado que trabajaban en las provincias en torno a 1860, según el Censo, era de unos 26.000, a los que habría que sumar los 5.000 de Madrid ya citados. La distribución era desigual. Las provincias que menos tienen son Álava (117), Navarra (163) y Vizcaya (170); las que más La Coruña (1.314), Valencia (1.534), Barcelona (1.127) y Cádiz (1.278). Provincias medias podían ser, por ejemplo, Zamora (411) y Guadalajara (769). La larga mano del Estado era mucho más corta e ineficaz de lo que se podría pensar. En todo caso, en el período que corresponde al reinado de Isabel II, debido al proceso de centralización y racionalización administrativa todo nos lleva a pensar en el aumento de la presencia del Estado y la creciente profesionalización de los funcionarios. Si al principio de siglo (en 1797), los funcionarios de todas las administraciones no llegaban a 30.000, eran 60.000 en torno a 1860 y superaban los 90.000 en 1877. El ministerio de Gracia y Justicia, por su propia idiosincrasia, estaba organizado a través del sistema de tribunales en las capitales de provincia y en las localidades que eran cabecera de partido judicial, aunque también contaba con delegados provinciales en lo que se refería a los asuntos eclesiásticos. En el último escalón estaba el municipio. El modelo electivo surgido de las Cortes de Cádiz, sufragio universal en segundo grado, fue útil para el derrocamiento del Antiguo Régimen. Pasada esta fase, los liberales, tanto moderados como progresistas, se pusieron de acuerdo en 1834 para introducir la adopción de la base electiva directa al tiempo que restringían radicalmente el número de electores a través del sufragio censitario. El modelo moderado se basaba en la administración pública napoleónica, el doctrinarismo francés, que adaptó para España una escuela de juristas próximos a los moderados. Su máxima, recogida del administrativista A. Oliván, era que "sin administración subordinada no hay gobierno". La modernización del país se transmitiría desde el gobierno hasta el último pueblo. ¿Será conveniente, se pregunta en el preámbulo del proyecto de ley municipal de 1838, que el impulso reformista encuentre los mayores obstáculos cuando llegue al último eslabón? El ideal era una administración racional y eficiente en la que, cuando hubiera contraposición de intereses, prevalecieran los públicos sobre los privados y los nacionales sobre los locales. La figura clave era el alcalde. Era, ante todo, un representante del Gobierno por línea jerárquica desde la Corona a través de los jefes políticos o gobernadores. El gobierno podía reforzar su poder nombrando un alcalde corregidor para sustituir al ordinario. Los ayuntamientos, formados por los concejales electos entre los que el gobierno designaba alcalde sin tener en cuenta el número de votos obtenidos, tenían una función consultiva. Como observa Concepción de Castro (1979), resulta sintomático cómo las leyes moderadas limitaron el número de sesiones municipales. La reelección podía ser indefinida. Las autoridades locales se integraban en la burocracia estatal y quedaban sustraídos de la justicia ordinaria en el ejercicio de sus funciones. El alcalde, cualquier concejal o el ayuntamiento en pleno, podían ser suspendidos gubernativamente por motivos que la ley nunca especificaba. El sufragio censatario de los moderados tendía a restringir el voto a los mayores contribuyentes de cada localidad. Las reclamaciones electorales no las resolvía el poder judicial, sino el gobernador o jefe político. Los progresistas hicieron de la elección de alcaldes una de sus banderas en los procesos revolucionarios de 1840, 1854 y 1868. Coincidían con los moderados en la subordinación de las autoridades locales al gobierno central. Las diferencias entre ambos partidos eran de grado, especialmente a partir de 1856. El alcalde concentraba la autoridad ejecutiva de cada municipio, pero conservaba su origen netamente electivo. Con relación a los moderados, los ayuntamientos tenían más aspectos en los que eran autónomos respecto al gobernador. En principio, se prohibía la reelección, aunque la admiten (con vacancia de un año) a partir de 1856. Los funcionarios o cargos electivos respondían ante la justicia ordinaria en delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones. La posibilidad de suspensión gubernativa del ayuntamiento o cualquiera de los concejales se legislaba concretando las causas y circunstancias para evitar la arbitrariedad. Los progresistas ampliaron notablemente el concepto de clases medias. Excluyeron sólo a quienes dependían de un jornal, pero renunciaron al voto universal. Las reclamaciones electorales serían resueltas por los jueces. El modelo moderado estuvo vigente casi todo el reinado de Isabel II, salvo los períodos de 1840 a 1843 y 1854 a 1856. Desde 1856 rige de nuevo, sin interrupción, hasta 1868, al asumirlo la Unión Liberal con ligeras variaciones introducidas por Posada Herrera. Como la legislación moderada apenas cambió y los alcaldes seguían siendo gubernamentales, la alternancia entre unionistas y moderados, entre 1856 y 1868, deterioró las estructuras caciquiles. El modelo moderado, adecuado al gobierno de un solo partido, no lo fue para dos partidos próximos pero rivales y sin pacto previo. Los caciques locales dividieron sus fuerzas, lo que benefició a progresistas, demócratas y carlistas, que obtuvieron mayoría en muchos consistorios municipales en los años sesenta. El número de funciones y funcionarios de los ayuntamientos crecía año tras año. La administración municipal contaba en 1860 con 30.602 funcionarios que tenían esta actividad como principal, más otros muchos miles que realizaban trabajos para los ayuntamientos. Sin embargo, los fondos de muchos municipios, especialmente los rurales, sufrieron un recorte al desamortizarse los bienes de propios, lo que les hizo depender aún más del gobierno. El mundo de la política local, comarcal o provincial tuvo cierta vitalidad. Aunque en ella estaban inmersos unos pocos ciudadanos, mayor o menor en número según fuese mayor o menor el censo electoral (entre el 0,15 o el 7%), tuvo una actividad real. Algunos recientes trabajos, como la tesis doctoral de Manuel Estrada para el caso de la comarca de La Liébana que nos demuestra la vitalidad de la política en el valle lebaniego, puede ser un ejemplo de otras muchas zonas del país. Obviamente, la vida política tenía mucha incidencia en el gobierno municipal o, proporcionalmente, en el de la diputación provincial. Sin embargo, había una desconexión casi total con el gobierno del país. Las elecciones para la representación parlamentaria, aunque en ocasiones eran reñidas y reflejaban la tensión política de cada comarca o distrito electoral, carecían de la suficiente representatividad en la medida en que el control de la cámara se llevaba a cabo fundamentalmente desde algunos despachos madrileños. La institución del cunero fue muy frecuente, lo que, unido a otros factores, desvirtuó la acción de la actividad política local que, de ninguna manera, se puede proyectar a nivel nacional. En todo caso, la imagen de una sociedad desmovilizada debe ser matizada. Tanto en el medio urbano como en el rural, hay un sector de la población, fundamentalmente las clases medias y altas, que en unos u otros momentos formaron parte del censo electoral, que se interesa por los asuntos públicos. Ello no quería decir que pertenecieran a los nacientes partidos políticos. Por una parte, hay que señalar el fenómeno carlista, que merece una consideración específica. Además, a través de las tertulias, más o menos institucionalizadas, ateneos, sociedades económicas, sociedades patrióticas, lectura o participación en los periódicos locales... se intervenía en la opinión pública que acaba confluyendo en las campañas electorales y en la crítica de la vida política. Sin embargo, no hay que olvidar que nos estamos refiriendo a un sector relativamente pequeño de la sociedad. La gran mayoría permanecía ajena a lo que estaba sucediendo y no participaba directamente ni se podía aún considerar una auténtica opinión pública.
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Como resultado de la nueva organización administrativa, Hispania, a la que se añadió la Mauritania Tingitana, una parte del territorio norteafricano con capital en Tingis (Tánger), pasó a denominarse Diocesis Hispaniarum. La razón que se ha encontrado para explicar esta inclusión es que, en esta época de inestabilidad, la zona costera norteafricana se comunicaba más fácilmente con Hispania que con la Mauritania Cesariense. La diócesis hispana queda inicialmente dividida en seis provincias: Betica y Lusitania, que no sufren modificaciones, Gallaecia, Tarraconense y Cartaginense, además de Mauritania Tingitana. Esta primera división debió de ocurrir, según Albertini, sobre el 297. Posteriormente se crea una séptima provincia, desgajada de la Cartaginense, que es la provincia de Baleares, Insulae Balearum. Como anteriormente vimos, entre el 383-388, el usurpador Magno Máximo creó una nueva provincia en Hispania, la llamada Nova Provincia Maxima, cuya situación y delimitación se desconocen, si bien se tiende a situarla en la Tarraconense (Chastagnol) lo que equivalía a haber reducido el territorio de ésta. No obstante, la Provincia Maxima desapareció tras la victoria de Teodosio sobre Máximo y la situación volvió a ser la anterior. Las capitales de las provincias creadas por Diocleciano eran: Cartagena para la Cartaginense, Bracara o Braga para la Gallaecia, Tarragona para la Tarraconense, Córdoba para la Betica, Mérida para la Lusitania y Tingis o Tánger para la Mauritania Tingitana. La capital de la provincia Baleares parece que era Palma. Sobre la capitalidad de la diócesis hay diferentes versiones, inclinándose unos autores hacia Hispalis (Sevilla) y otros hacia Emerita (Mérida). El carácter itinerante que tenía el vicarius, que era el funcionario encargado de dirigir la administración en toda la diócesis, impide saber con seguridad cuál era su residencia habitual, encontrándose menciones relativas a diferentes vicarii en diversas ciudades. El vicarius tenía bajo su jurisdicción a los gobernadores provinciales. Estos eran inicialmente praesides, pero hacia mediados del siglo IV tres provincias fueron promocionadas al rango consular: Gallaecia, Lusitania y la Tarraconensis, a cuyo frente estaba un cónsul. La diferencia entre unos y otros era más honorífica que de funcionamiento. En todo caso, se había roto la antigua división entre provincias senatoriales como la Betica y provincias imperiales como la Citerior y Lusitania; ahora eran todas imperiales. Las diócesis se incluían en unidades administrativas aun más amplias, las llamadas prefecturas. En el caso de la diócesis de Hispania era el prefecto del Pretorio de las Galias quien la tenía a su cargo, así como a la diócesis de Britania y las dos de las Galias. Del prefecto de las Galias dependían directamente los vicarios de estas diócesis. Estos términos tienen hoy para nosotros un sentido más eclesiástico que civil. La razón es que la Iglesia tendió a organizarse siguiendo los modelos de la administración civil del Imperio. En varios concilios (Nicea, entre otros) se afirmó la superioridad del obispo de la capital de la provincia (metropolitano) sobre los otros obispos de ciudades de la misma provincia. Asimismo, el obispo asentado en la capital de la diócesis tenía una preeminencia sobre los demás obispos; así, el patriarca de Antioquía sobre la diócesis de Oriente, el de Alejandría sobre la de Egipto, el de Milán sobre la de Italia Annonaria, etc. En Hispania esta primacía se ve claramente en el caso del obispo de Toledo, en época de los reyes visigodos, cuando Toledo pasa a ser la capital. Antes de esta época no parece que se hubiera establecido la preeminencia absoluta de una sede (fuera Hispalis o Emerita la capital) sobre todas las demás.
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El Próximo Oriente ofrece una información más amplia, dada la mayor investigación arqueológica. El Levante ofrece una zona de paso y de contactos que separa dos áreas bien distintas: la región septentrional alta, montañosa, en la que se incluye la península de Anatolia y los montes Taurus, y una región meridional, estépica y árida. En esta zona, el tránsito del Pleistoceno al Holoceno no infiere un cambio drástico en la fauna, sino una ligera variación en el tamaño de los animales. El clima sufre unas oscilaciones al final del Pleistoceno, hacia el 17.000 a.C., produciéndose una crisis de aridez que determino la desecación del golfo Arábigo y posiblemente del mar Rojo, mientras que en el Mediterráneo alcanzaría su nivel más bajo alargando la línea de costa y amplificando los territorios. En esta época las temperaturas más benignas se encontrarían cerca de la costa, lo que explica una mayor concentración de yacimientos en la llanura costera. Poco a poco, las condiciones fueron mejorando a partir especialmente del 12.500, con más humedad y un ascenso de las temperaturas, alcanzando lo que se ha denominado el óptimo climático del Natufiense, con un aumento considerable de la vegetación arbórea (pistachos, encina y oleáceas). Progresivamente, la intervención humana en el paisaje se hará más intensa, incrementándose la humedad y multiplicándose los lugares de habitación. A partir del Atlántico de la secuencia europea, la humedad aumenta y facilita la expansión de las especies vegetales mediterráneas. En esta gran región nos encontramos con industrias diversificadas pero esencialmente epipaleolíticas, reservando para el Natufiense el concepto de Mesolítico, ya que en verdad es el único conjunto que presenta claramente la transición hacia el Neolítico. El complejo Kebariense se definió en principio en función de sus características tipológicas, su posición cronoestratigráfica y su distribución geográfica. En los últimos años se conocen más de 30 yacimientos, tanto de aquellos estratificados como de estaciones aisladas que no presentan más que un complejo cultural. El Kebariense comienza hacia el 17.000 a.C., teniendo en cuenta las raras dataciones C14 que se han obtenido concernientes a este complejo. La tecnología básica del Kebariense se basa en la producción de hojitas extraídas de núcleos con un solo plano de percusión, a partir de las cuales se han obtenido diferentes tipos de microlitos. Existe una diversidad regional, la principal reside en la manufactura de hojas que se limita a la parte costera del Levante, encontrando las puntas de Falita al este del Jordán. La forma de retoque en los microlitos presenta una transformación progresiva hasta llegar al retoque abrupto, considerándose la presencia de microburiles como occidental, si bien se constatan en algunos casos directamente ligada a la producción de triángulos. Existe una variabilidad interna en las series líticas, que se recogen en cuatro muestras en función de los tipos de microlitos; según la estratigrafía de algunos yacimientos, como Yabrud III o la Cueva de Hayonim, el grupo D es posterior al C, mientras que los grupos A y B son quizá más antiguos: A) Presencia de micropuntas junto a piezas de base truncada y hojitas retocadas. B) Conjuntos con hojitas de dorso curvo y apuntadas, a veces con base truncada. C) Presencia de micropuntas rectas y curvas y hojitas de dorso y truncatura oblicua. D) Hojitas de dorso y troncatura oblicua. En algunos casos, como el grupo A, se observa un radio de presencia determinada, ya que la mayor parte de los yacimientos aparecen muy próximos, en un diámetro de 5O kilómetros, por lo que pudiera interpretarse como una manifestación regional de un grupo particular de cazadores-recolectores. La industria ósea es muy pobre, consistiendo por lo general en punzones y bruñidores. Por el contrario, abundan los útiles de moler, aunque su uso supone una incógnita al no haberse detectado productos carbonizados que estuvieran relacionados con el aprovisionamiento y tratamiento de leguminosas y cereales silvestres. En cuanto a la dieta, tenemos moluscos mediterráneos, cuyas especies son las mismas que las recogidas en el Paleolítico Superior. Por otro lado, las especies cazadas revelan en cada yacimiento el medio ambiente local, por ejemplo, en Ein Gev I, se muestra cómo el aprovisionamiento se reflejaba en la meseta del Golán parcialmente boscosa (gamos), sobre las colinas (cápridos) y en la llanura próxima al mar de Galilea (gacelas). En cuanto a su comportamiento cultural respecto a la muerte, se han hallado algunas sepulturas, en Ein Gev I (mujer de 30 a 35 años) y Qsar Kharaneh (un adulto joven y un adulto masculino, que presentaba dos varillas de asta de gacela junto al cráneo). En un caso se ha observado una paleopatía importante, asociada a diversas infecciones óseas anteriores a la muerte. El tamaño de los asentamientos varía en función de los diversos yacimientos, aunque en la mayoría de los casos contamos sólo con apreciaciones aproximativas. Así tenemos campamentos temporales que ofrecen ocupaciones efímeras repetidas (Hayonim) y que ocupan una extensión reducida (15 a 25 m2), otras ocupaciones presentan un mayor radio como Ein Gev I (con una estructura de habitación), de 100 a 150 metros cuadrados. Mayor es aún la dispersión de objetos en Kebara, Jiita y Ksar Akil, que delimitan una superficie estimada entre 200 y 352 metros cuadrados. Más difícil aún es estimar los yacimientos al aire libre, por las alteraciones que han sufrido. En cuanto a su localización, los yacimientos kebarienses se distribuyen en yacimientos de altura y de llanura. Los yacimientos de la llanura costera se sitúan a lo largo de los wadis, a menudo en la primera hilera de dunas de Kurtar, teniendo en cuenta que durante el periodo kebariense la línea costera se situaba entre 10 y 15 kilómetros hacia el oeste. Estos yacimientos se encontraban como máximo a 200 metros sobre el nivel del mar. Yacimientos idénticos por su localización los encontramos en el valle del Jordán. Este tipo de agrupamiento de ocupaciones a lo largo de wadis en la llanura quizá pudieran constituir la zona central de los territorios. Los yacimientos de la región de las colinas son menos conocidos, estableciéndose las ocupaciones entre los 400 y 1.200 metros sobre el nivel del mar; considerando su limitada superficie, pudieran tratarse de campamentos estacionales, posiblemente del periodo estival. La distribución de los yacimientos kebarienses implica una estrecha vinculación con la zona de vegetación mediterránea, que implica condiciones climáticas frías y secas en el Levante durante este periodo, observándose una ocupación muy esporádica de las zonas desérticas. Otro complejo conocido como el Kebariense geométrico se encuentra bien establecido a partir de su posición estratigráfica, y numerosas fechas radiométricas nos llevan al 12.500 y 11.500 a.C. La industria lítica presenta los trapecios rectángulos como el componente principal entre los geométricos. Otros yacimientos de la misma época presentan triángulos y segmentos de círculo, por lo que se ha sugerido la posibilidad de encontrarnos ante dos facies o la contemporaneidad de dos grupos culturales. Técnicamente, el kebariense geométrico carece de homogeneidad. Un examen preliminar muestra dos tendencias, una caracterizada por la producción de hojitas rectas (de tradición kebariense), y otra que se compone de trapecios rectángulos. Tipológicamente se pueden establecer también dos grupos, entre unos conjuntos que muestran diferentes tipos de microlitos (dominados por los trapecios rectángulos), y otro grupo que presenta casi únicamente trapecios rectángulos (frecuentes en las regiones semiáridas del Neguev y del norte del Sinaí). En el interior de la zona de vegetación mediterránea es frecuente el hallazgo de materiales destinados a moler, como morteros, manos de mortero y recipientes en caliza o basalto. La recolección de moluscos recogidos en la costa mediterránea presenta las mismas características que en el Kebariense. Recientemente tenemos el hallazgo de una sepultura, delimitada por dos hileras de grandes piedras, entre ellas un recipiente y un mortero, de un adulto joven en posición flexionada, con un molino entre sus piernas. La información sobre las actividades económicas es muy limitada, debido a la pésima conservación de los huesos en terrenos arenosos. Cuando se produce este tipo de hallazgos, la gacela es predominante, si bien también aparecen gamos, jabalíes y cápridos. Por sus dimensiones, los yacimientos se asemejan a los Kebarienses y se distribuyen por el noreste de Siria, Líbano, montañas de Antilíbano, Galilea, Monte Carmelo, valle del Jordán, la meseta de Transjordania, la llanura costera, el Neguev y el Sinaí; y asimismo, tanto en las montañas como en el desierto. La explotación de fuentes de aprovisionamiento se asemeja al Kebariense; sin embargo, la presencia de yacimientos del Kebariense geométrico en zonas áridas o semiáridas puede deberse a una dulcificación del clima que permitió a los cazadores-recolectores penetrar en zonas desérticas. Las márgenes desérticas del Próximo Oriente han visto intensificarse los trabajos en los últimos años. Han aparecido y se han definido numerosos conjuntos arqueológicos por sus caracteres tecnotipológicos y datados en el periodo prenatufiense alrededor del 12.000 al 10.700 a.C. Entre ellos destaca el Mushabiense, que constituye un conjunto homogéneo de yacimientos al aire libre en el Neguev y el Sinaí. Su industria lítica se caracteriza por la producción de hojitas de dorso curvo a partir de hojitas cortas y anchas, hojitas de dorso y truncadas y puntas de la Mouillha. Con cierta frecuencia aparece técnica de microburil, y en algunos yacimientos han aparecido molinos, moledoras y recipientes en piedra, que como hemos visto están relacionados con la recolección de productos vegetales. La mayor parte de los yacimientos se corresponden con ocupaciones temporales, oscilando su tamaño entre 50 y 150 metros cuadrados. Parece tener una relación norteafricana, principalmente por la presencia de la técnica del microburil y la punta de la Mouillha. En su fase final, el Mushabiense del Neguev se desglosa en dos facies: Harifiense y la fase de Helwan, caracterizada esta última por los segmentos de círculo y que pudiera ser contemporánea del natufiense antiguo. Los moluscos marinos que se encuentran en los yacimientos mushabienses (siempre en regiones áridas o semiáridas) muestran relaciones con el Mediterráneo y el mar Rojo, así como los objetos en cuarzo de Gebel Maghara muestran a su vez intercambios con la región sur del Sinaí. Prácticamente contemporáneos de las facies kebarienses en el Levante, aparece una industria en los Zagros y Mesopotamia denominada Zarziense, a partir del yacimiento denominado Zarzi, en un afluente del Tigris. Presenta una industria con abundantes hojitas de dorso y pequeños raspadores circulares, puntas de muesca, hojas con escotadura y buriles de truncatura múltiple, presentando geométricos en su fase final. La mayoría de los asentamientos se establecen en los afluentes del Tigris, destacando dos yacimientos iraquíes, como el abrigo de Palegawra (12.500 y 9600 a.C.) y la Cueva de Shanidar (10.000 a.C.). Algunas industrias epipaleolíticas llegan a ser contemporáneas del Natufiense, el auténtico Mesolítico, si bien aún permanecen como industrias epipaleolíticas, que se han considerado paranatufienses. En esta situación se encuentra el Karimsahiriense en Irak, y el Khiamiense en Jordania, datándose entre el 8900 y 8400 a.C.. En estas culturas hay que destacar el hallazgo de estructuras de habitación de planta circular y silos para el grano, en el primer caso. En el Khiamiense, definido por J. González Echegaray, procedente del yacimiento El Khiam sobre niveles kebarienses, cabria destacar las puntas del Khiam y la presencia de morteros y moledoras para el grano. Si para medir los cambios socioeconómicos hacia el Neolítico se toman en consideración los tipos de asentamiento, las dimensiones de los yacimientos, las actividades económicas, las estrategias de subsistencia, etc., se muestra claramente que con la llegada del Natufiense es cuando nos encontramos que la transición se manifiesta entre grupos con formas de vida paleolíticas y las comunidades sedentarias, que pueden haber llegado a estadios precursores de la agricultura. Este proceso se observa a partir del 10.500 a.C. cuando se establece la cultura natufiense. Su denominación procede del yacimiento de Wad el-Nataf, si bien su conocimiento proviene de una serie de yacimientos de la zona sirio-palestina. La Cueva de Kebara fue la primera en proporcionar este complejo cultural en estratigraffa, sucediendo al Kebariense. Progresivamente se ha encontrado en otros yacimientos (Jabroud, Hayonim, Nahal Oren, Jericó y Moureybet), proporcionando la secuencia desde el anterior hasta los primeros neolíticos precerámicos. El territorio ocupado por los natufienses responde a biotopos muy diversos, como las zonas desérticas (Neguev o el desierto de Judá), Monte Carmelo, áreas próximas a fuentes de agua y la meseta de Damasco. Sin embargo, las características que presentan los restos humanos muestran una población muy homogénea, cuya esperanza de vida no alcanza los 40 años, en las que la variabilidad está dentro de lo admitido para una población. En algunos momentos las abundantes sepulturas forman auténticos cementerios como en Mallaba, donde se encontraron hasta 87 individuos. Ello se ha interpretado como la inhumación sucesiva de los miembros de una misma familia ligados por matrimonios consanguíneos. La industria lítica tiene un carácter muy paleolítico. Las piezas más representativas, a veces predominantes, son los microlitos geométricos, principalmente segmentos. Junto a ellos aparecen microburiles, escotaduras, denticulados y perforadores. En cuanto a los objetos de piedra, tenemos morteros troncocónicos de basalto y sus correspondientes manos, molederas, recipientes y alisadores. La industria ósea es rica y variada, apareciendo punzones, azagayas biapuntadas, pequeños arpones (sección oval con una hilera de dientes), anzuelos y mangos de hoz. Estas últimas constan de un mango de hueso con una acanaladura, en la cual se insertan las piezas de sílex, hojitas de dorso, que conservan una pátina de siega y melladuras de uso en el filo opuesto al enmangado. A veces estos mangos presentan decoración zoomorfa o motivos geométricos. La economía natufiense continúa siendo cazadora, especialmente dirigida hacia las gacelas, en porcentaje muy alto (como en Nahal Oren que alcanza el 83 por 100 de los restos de fauna), a la que siguen el antílope, los bóvidos y los cérvidos. Los suidos varían en porcentajes, si bien en Mallaha alcanza el 14 por 100, y su relativa abundancia de individuos jóvenes parece estar más vinculada a una caza selectiva de los mismos que a una domesticación. Aparecen también carnívoros, entre ellos los cánidos, entre los que se ha supuesto una incipiente domesticación del perro, a juzgar por los restos de El Wad y Shukbad, aunque posteriormente se ha clasificado como Canis lupus. Hay muy pocos estudios de la microfauna que muestra en su espectro numerosos animales adaptados al bosque, lo que implica un clima de mayor humedad y lluvioso. Dentro del aprovisionamiento de la dieta nos encontramos con la pesca, por los restos de peces encontrados en Kebara, y recolección de moluscos. Estos últimos son abundantes, y en yacimientos como Hayonim aparecen quemadas, lo que indica su utilización como complemento de la dieta. La aparición de Dentalium elephantinum y Cyprea moneta, implican contactos con la zona del mar Rojo y el golfo de Omán, quizá producto de un incipiente comercio. La recolección de productos vegetales parece ser un hecho dada la presencia de las hoces y los objetos en piedra como las moledoras, cuencos y morteros, y la presencia de silos para el almacenaje del grano de cereales silvestres (trigo fundamentalmente). Asimismo, la flotación de los sedimentos de Nabal Oren han proporcionado la información de otros vegetales como arvejas, uvas y gramíneas. Los asentamientos natufienses oscilan entre varias decenas a millares de metros cuadrados, como han revelado excavaciones recientes. Las más restringidas son las del desierto de Judea y las más amplias las del Neguev (Ros Horesha, con una superficie de 3.000 m2). En general, los natufienses han ocupado vastas superficies en las que se han construido cabañas circulares u ovales que alcanzan a veces hasta 10 metros de diámetro (Mallaha). El material empleado es la piedra seca, pero también aparecen muros de arcilla endurecida y mortero. En Mallaha los abrigos están semienterrados, accediéndose al interior por una ligera rampa. La cobertura se desconoce, aunque se detectan postes para la sujeción del tejado. En cuanto a los suelos, algunas veces están recubiertos por colorante rojo o presentan enlosados. Los hogares detectados presentan dos tipos fundamentales. Unos consisten en acumulaciones de cenizas rodeados de piedras planas de forma circular, si bien en Mallaha se han detectado cuadrados y a veces ovalados; otros, más raros, consisten en acumulaciones de material diverso quemado (huesos, astas y gran número de sílex tallados), como un hogar de Beidha de casi un metro de diámetro. También se encuentran cubetas circulares poco profundas, de un metro de profundidad, que se han interpretado tanto como silos o fosas culinarias. También aparecen fosas excavadas en el exterior, numerosas en algunos yacimientos, utilizadas a veces como sepulturas. Los yacimientos en donde la arquitectura está ausente se ha interpretado como ocupaciones estacionales, mientras que los grandes hábitats constituyen un argumento a favor de una sedentarización al menos parcial. Vinculados con los asentamientos se encuentran las sepulturas, a veces incluso bajo el suelo de las estructuras de habitación. Las tumbas son fosas realizadas sumariamente, en algunos casos señaladas por piedras. Se han practicado inhumaciones individuales y colectivas que responden a inhumaciones en primer grado, en los que el cuerpo ha sido depositado en muchos casos flexionado en posición fetal y la cabeza orientada al norte. También existen inhumaciones secundarias de los esqueletos, a menudo incompletos. La existencia de ritual funerario se ofrece en muchos casos por la utilización de ocre rojo, con el que impregnan el cuerpo del difunto, en otros casos aparecen nódulos de ocre especialmente en las sepulturas colectivas. El ajuar funerario comprende figuras en piedra o hueso, así como restos de fauna. Los objetos esculpidos son numerosos, destacando la cabeza de gacela de Nahal Oren. En otros casos, las tumbas se encuentran asociadas a hogares. A menudo los muertos presentan su adorno personal especialmente vinculadas al contorno de la cabeza. Ciertamente, la interpretación de las creencias de los natufienses se nos escapa, así como si revelan una organización social. Algunas tumbas pudieran reagrupar a los miembros de una familia, entre los que los individuos decorados representaban personajes importantes. En algunos casos la presencia de sepulturas secundarias pudiera explicarse por un cierto nomadismo estacional. El arte y el adorno adquieren un desarrollo, que no estaba presente en ninguna de las culturas epipaleolíticas anteriores. El arte está representado por estatuillas y representaciones animales realizadas en bulto redondo en la extremidad de ciertos útiles. La temática es variada, presentándose la figura humana muy esquematizada bien de cuerpo entero o únicamente la cabeza. Aparece también un arte esquemático, así como los motivos geométricos aparecen en numerosos objetos de uso cotidiano, tanto en hueso como en objeto de piedra. El adorno personal viene representado por la presencia de dientes perforados (conocidos ya desde el Paleolítico Superior), pero especialmente se observa la cantidad de colgantes en hueso y de conchas, sobre todo Dentalium, dispuesto en hileras formando adornos complejos en su mayoría procedentes de las tumbas. El arte natufiense no tiene antecedentes en Palestina ni un sucesor inmediato, como tampoco se puede relacionar con otros complejos contemporáneos, ya que se desconoce en las regiones limítrofes, presentándose como una manifestación única, que según se ha interpretado tendría un carácter mágico y de religiosidad. Fuera del Levante mediterráneo, el resto de Asia presenta algunos complejos epipaleolíticos peor conocidos. A partir del inicio del Holoceno, grupos de cazadores-recolectores van a poblar las vastas extensiones de Asia central, que hasta el momento habían permanecido impenetrables. Los yacimientos aparecen con mayor frecuencia en la zona montañosa y medios circundantes, tanto en cuevas como al aire libre. La información es escasa y más difícil aún es obtener datos referentes a los diferentes asentamientos y fases culturales o cronológicas. La explotación del medio está ligada fundamentalmente con la caza de cápridos, gacelas y ciervos, y la industria lítica es variada. En ella se encuentran piezas nucleares (cantos trabajados) junto a productos laminares y asimismo microlitos geométricos, especialmente trapecios y rectángulos. En el área suroccidental, la península de Anatolia presenta algunos yacimientos estratificados que ofrecen la secuencia del Paleolítico Superior Final hasta el Neolítico, a partir de los yacimientos de Beldibi y Belbasi, mostrando industrias con microlitos geométricos.
contexto
La tenue y oscilante línea de separación entre Oriente y Occidente se deslizará por las estepas próximas a Mar Negro y por la Alta Mesopotamia. A través de estas tierras se efectuaran secularmente las intercambios entre el Extremo Oriente y el mundo Mediterráneo; pero en estos siglos grandes cambios en los mundos periféricos a esta periferia, desde el punto de vista de los imperios bizantino y persa, cambiarán la situación debido a la aparición de las primeras poblaciones turcas en Asia central y a la apertura de la ruta de las estepas eurasiáticas. Una serie de pueblos pasaron por las estepas asiáticas próximas al Mar Negro para instalarse en zonas mas occidentales, mientras que otros permanecerán más o menos estabilizados hasta ser absorbidas por nuevas invasiones. Una de las causas de todos estos movimientos hay que buscarla en la construcción de un sistema de grandes murallas por parte de las sucesivas dinastías chinas, que hizo que los pueblos nómadas del centro de Asia acrecentaran su presión sobre las poblaciones más occidentales a las que obligaron a desplazarse. En la parte mas occidental del Asia central, los kusanas, vecinos primero de los partos y después de los sasánidas, controlaban las rutas hacia la China desde sus dominios de la Bactriana y la Sogdiana. El mundo kusana, estable y floreciente, favoreció las relaciones comerciales y religiosas a través de sus territorios. Pero esta situación de general equilibrio terminó a fines del siglo IV con las primeras oleadas de pueblos venidos del centro de Asia. Hacia 374, los hunos, pueblo amalgama quizá descendiente de los Hiong Nou, atacaron a los godos y avanzaron por el valle del Danubio y Panonia. Atila (453-453) hizo de su confederación una fuerza poderosa que llegó a amenazar seriamente al Imperio romamo. A su muerte los hunos retrocedieron hacia el norte de Crimea y el sur del río Don; muy pronto divididos en hordas rivales, dejaron de ser un peligro real para el imperio bizantino, mientras los sasánidas se enfrentaban a los hunos heftalitas. Paralelamente a este proceso, en la parte mas occidental del Continente asiático, en China, la desaparición de la dinastía Ham, en el siglo III, seguida de un largo periodo de confusión, permitió que se reorganizase en las estepas de Mongolia una nueva confederación nómada, la de los yuán-yuán, que hizo marchar hacia el Oeste a muchas tribus turco-mongolas. Muchas de ellas sirvieron como mercenarias de los kusanas. Hasta lograr a mediados del siglo V instalarse en la Bactriana y Sogdiana, convirtiéndose desde entonces en un gran peligro para los persas, a los que derrotaron varias veces hacia 484. A mediados del siglo VI, el pueblo turco de los tou-kiu, que vivía en el Altai, suplantó a los yuán-yuán, formando en Asia central un imperio que se dividió en dos khanatos: el más occidental, aliado con los sasánidas, luchó contra los hunos heftalitas, apoderándose de la Sogdiana, mientras los persas ocuparon la Bactriana, quedando la frontera establecida en el río Oxus. Sogdiana, dividida en pequeños principados, con Samarcanda como ciudad principal, se convirtió en el centro más notable del comercio de la seda. Los turcos controlaban de esta manera desde sus nuevos territorios todas las rutas de Asia. A partir de 567, ante la negativa de los persas a conceder libertad de comercio a los mercaderes sogdianos, se produjo una aproximación entre el khan turco y Bizancio, en detrimento de los persas; a partir de entonces las nuevas rutas comerciales pasaban desde el Mar Negro, por el norte del Cáucaso, hasta el territorio turco, sin cruzar tierra sasánida. A mediados del siglo VI la aparición de los ávaros, descendientes de los yuán-yuán o de los heftalitas, debido al avance turco, supuso para los bizantinos la oportunidad de utilizarles para aplastar definitivamente a las últimas tribus hunas del área. Desde 560 los ávaros dominaron las estepas entre el Volga y el Danubio, controlando a las diversas tribus eslavas y búlgaras que había en dicho territorio. Por su parte el khanato de los turcos occidentales conoció su apogeo a finales del siglo VI con la conquista de Bactriana, pero el nuevo poderío de China, encarnado sucesivamente, a partir de 590, por las dinastías Suei y T'ang, logró desmantelar los khanatos turcos y restablecer poco a poco su hegemonía en la zona de Tarim. Será esta Asia central fragmentada la que poco después recibiría los primeros ataques islámicos a partir del 651, al fin del Imperio sasánida.
contexto
El estudio de la aparición y posterior desarrollo del Neolítico en Oriente Próximo ofrece un interés particular, pues en esa zona aparece con gran precocidad cronológica y en su origen y desarrollo no intervienen factores exógenos. Por otra parte, encontramos los diferentes factores que contribuyen a definir el nuevo estadio socioeconómico; así, el sedentarismo, con la aparición del poblado como unidad socioeconómica; la propia producción de subsistencia con el desarrollo de la agricultura y ganadería; la evolución demográfica y las innovaciones tecnológicas - aparición de la cerámica y los utensilios pulidos como elementos propiamente característicos de esta fase -, no aparecen conjuntamente como se produce en las zonas de neolitización secundaria, sino que su aparición es progresiva y se desarrolla a lo largo de un periodo de tiempo que cubre unos cuatro milenios. Este periodo de tiempo, de 10.000 a 6000 a.C. aproximadamente, se considera como un periodo de transición conocido como neolitización. El conjunto de estas características hace que Oriente Próximo sea considerado como un marco idóneo, una especie de laboratorio, para el estudio del paso de las sociedades cazadoras-recolectoras a las de producción de subsistencia plenamente establecida y estructura social relativamente compleja.
obra
Es esta una pieza muy ilustrativa de la escultura de elocución aerodinámica de Pevsner. El espacio aéreo se encuentra potenciado por una estructura de acordes formales regidos por pocas líneas de fuerza. La realidad aludida por la abstracción y desmaterialización de la escultura de Pevsner es la arquitectura misma del espacio. El autor no deja marchamo personal alguno, sino que acentúa la objetividad de la escultura propiciando una forma eminentemente anónima.