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El papel desempañado por la civilización egipcia en la Antigüedad va a ser crucial. Egipto se convierte en un punto de referencia fundamental para posteriores culturas como la griega o la romana, manifestándose continuas influencias incluso durante la Edad Media. La figura del faraón se convierte en la columna vertebral de la civilización egipcia, al unificar en su persona las dos coronas: el Alto y el Bajo Egipto. Cabeza de la administración, el ejército y la diplomacia, el faraón dirigirá el país y planificará las construcciones que se realicen en su tiempo, en un afán de perpetuar su memoria a través de monumentales edificaciones. Pocos alcanzan en este afán constructivo a Ramsés II, el último rey que logró mantener el esplendor de Egipto como potencia durante el Imperio Nuevo. La vocación mediterránea de Egipto le llevará en múltiples ocasiones a ampliar sus fronteras a las zonas de Siria y Palestina, encontrándose con los diferentes imperios asentados en el Oriente Próximo, como Asiria, Mitanni y Hatti. Estas continuas luchas marcarán la marcha histórica de Mesopotamia, donde aparecen diversas civilizaciones que se van afianzando paulatinamente en su entorno, enfrentándose para conquistar la hegemonía respecto a sus vecinos. Será en esta zona de Asia, en el llamado Creciente Fértil, donde se produzca la revolución neolítica que permite superar el Paleolítico, convirtiéndose así en cuna de la civilización y de la cultura. En Mesopotamia y en Egipto se producirá también el paso de la aldea a la ciudad, dando pie a la creación del Estado. La aparición de la escritura y de la numeración, producto de esa evolución, marcarán el tránsito de la Prehistoria a la Historia, uno de los hitos fundamentales de la humanidad.
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Presente que Cortés envió al Emperador por su quinto Metía prisa Cortés para que trabajasen en las casas de Veracruz y en la fortaleza, para que tuviesen los vecinos y soldados comodidad de vivienda y alguna resistencia contra las lluvias y enemigos, porque él pensaba irse pronto tierra adelante, camino de México, en demanda de Moctezuma, y por dejarlo todo asentado y como debía estar, para llevar menos cuidado. Comenzó a dar orden y concierto en muchas cosas tocantes así a la guerra como a la paz. Mandó sacar a tierra todas las armas y pertrechos de guerra, y cosas de rescate de los navíos, y las vituallas y provisiones que había; y se las entregó al cabildo, como lo tenía prometido. Habló asimismo a todos, diciendo que ya estaba bien y era tiempo de enviar al Rey la relación de lo sucedido y hecho en aquella tierra hasta entonces, con las nuevas y muestras de oro, plata y riquezas que hay en ella; y que para eso era necesario repartir lo que había conseguido por cabezas, como era costumbre en la guerra de aquellas partes, y sacar de allí primero el quinto; y para que se hiciese mejor, él nombraba, y nombró, como tesorero del Rey, a Alonso de Ávila, y del ejército a Gonzalo Mejía. Los alcaldes y regimiento, con todos los demás, dijeron que les parecía bien todo lo que había dicho, y que se hiciese en seguida; y que no sólo se alegraban de que aquéllos fuesen tesoreros, sino que ellos lo confirmaban, y rogaban que lo quisiesen ser. Hizo después, tras esto, sacar y llevar a la plaza, para que todos lo viesen, la ropa de algodón que tenían recogida, las cosas de pluma, que eran dignas de ver, y todo el oro y plata que había, y que pesó veintisiete mil ducados, y se entregó así por peso y cuenta a los tesoreros, y dijo al cabildo que lo repartiesen ellos. Empero todos dijeron y respondieron que no tenían que repartir, porque sacado el quinto que al Rey pertenecía, todo lo demás era necesario para pagarle a él las provisiones que les daba, y la artillería y navíos que servían de común a todos. Por eso, que lo tomase todo, y enviase al Rey sus derechos muy cumplidamente y lo mejor. Cortés les dijo que tiempo había para tomar él aquello que le daban por sus muchos gastos y deudas, y que de momento no quería parte que lo que le tocaba como a su capitán general, y lo demás fuese para que aquellos hidalgos comenzasen a pagar las deudillas que tenían por venir con él en esta empresa; y porque lo que él tenía pensado enviar al Rey, valía más que lo que le venía del quinto, les rogó que no se lo tuviesen a mal, pues era lo primero que enviaban, y cosas que no permitían partirse ni fundirse, si excediese de lo acostumbrado, no preocupándose de quintar a peso ni suertes; y como halló en todos ellos buena voluntad, apartó del montón lo siguiente: Las dos ruedas de oro y plata que dio Teudilli de parte de Moctezuma. Un collar de oro de ocho piezas, en el que había ciento ochenta y tres esmeraldas pequeñas engastadas, y doscientas treinta y dos pedrezuelas, como rubíes, de no mucho valor; colgaban de él veintisiete campanillas de oro y unas cabezas de perlas o berruecos. Otro collar de cuatro trozos torcidos, con ciento dos tubinejos, y con ciento setenta y dos esmeraldejas; diez perlas buenas no mal engastadas, y por orla veintiséis campanillas de oro. Entrambos collares eran dignos de ver, y tenían otras cosas primorosas además de las dichas. Muchos granos de oro, ninguno mayor que un garbanzo, así como se hallan en el suelo. Un casquete de granos de oro sin fundir, sino grosero, llano y no cargado. Un morrión de madera chapado de oro, y por fuera mucha pedrería, y por bebederos veinticinco campanillas de oro, y por cimera un ave verde, con los ojos, pico y pies de oro. Un capacete de planchuelas de oro y campanillas alrededor, y por la cubierta piedras. Un brazalete de oro muy delgado. Una vara, como cetro real, con dos anillos de oro por remates, y guarnecidos de perlas. Cuatro arrajaques de tres ganchos, cubiertos de pluma de muchos colores, y las puntas de berrueco atado con hilo de oro. Muchos zapatos como esparteñas, de venado, cosidos con hilo de oro, que tenían la suela de cierta piedra blanca y azul, y muy delgada y transparente. Otros seis pares de zapatos de cuero de diversos colores, guarnecidos de oro, plata o perlas. Una rodela de palo y cuero, y alrededor campanillas de latón morisco, y la copa de una plancha de oro, esculpida en ella Vitcilopuchtli, dios de las batallas, y en aspa cuatro cabezas con su pluma, o pelo, a lo vivo y desollado, que era de león, de tigre, de águila y de un buaro. Muchos cueros de aves y animales, adobados con su misma pluma y pelo. Veinticuatro rodelas de oro, pluma y aljófar, vistosas y de mucho primor. Cinco rodelas de pluma y plata. Cuatro peces de oro, dos ánades y otras aves, huecas y vaciadas, de oro. Dos grandes caracoles de oro, que aquí no los hay, y un espantoso cocodrilo, con muchos hilos gruesos de oro alrededor. Una barra de latón, y de lo mismo algunas hachas y una especie de azadas. Un espejo grande guarnecido de oro, y otros pequeños. Muchas mitras y coronas bordadas en pluma y oro, y con mil colores, perlas y piedras. Muchas plumas muy bonitas y de todos los colores, no teñidas, sino naturales. Muchos plumajes y penachos, grandes, lindos y ricos, con argentería de oro y aljófar. Muchos abanicos y moscadores de oro y pluma, y de pluma solamente, pequeños y grandes y de todas clases, pero todos muy hermosos. Una manta, especie de capa de algodón tejido, de muchos colores y de pluma, con una rueda negra en medio, con sus rayos, y por dentro lisa. Muchas sobrepellices y vestimentas de sacerdotes, palios, frontales y ornamentos de templos y altares. Otras muchas de esas mantas de algodón, blancas, o blancas y negras escaqueadas, o coloradas, verdes, amarillas, azules, y otros colores así. Mas por el revés sin pelo ni color, y por fuera vellosas como felpa. Muchas camisetas, jaquetas, tocadores de algodón; cosas de hombre. Muchas mantas de cama, paramentos y alfombras de algodón. Eran estas cosas más bien lindas que ricas, aunque las ruedas eran cosa rica, y valía más el trabajo que las mismas cosas, porque los colores del lienzo de algodón eran finísimos, y los de las plumas, naturales. Las obras de vaciadizo excedían el juicio de nuestros plateros; de los cuales hablaremos después en conveniente lugar. Pusieron también con estas cosas algunos libros de figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos por todas partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metal, que sirven de papel, cosa muy digna de ver. Pero como no los entendieron, no los estimaron. Tenían a la sazón los de Cempoallan muchos hombres para sacrificar. Se los pidió Cortes para enviar al Emperador con el presente, para que no los sacrificasen. Mas ellos no quisieron, diciendo que se enojarían sus dioses y les quitarían el maíz, los hijos y la vida, si se los daban. Aun así les tomó cuatro de ellos y dos mujeres, los cuales eran mancebos dispuestos. Andaban muy emplumados, bailando por la ciudad, y pidiendo limosna para su sacrificio y muerte. Era cosa grande cuánto les ofrecían y miraban. Llevaban en las orejas arracadas de oro con turquesas, y unos gruesos sortijones de lo mismo en los bezos inferiores, que les descubrían los dientes, cosa fea para España, mas hermosa para aquella tierra.
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Los asentamientos en torno a los jefes aristocráticos, junto con el aprovechamiento de lugares de tradición micénica, favorecen la tendencia a la identificación con un pasado conservado y rehecho en la tradición oral. Los mitos y leyendas cobran nueva vida. En los nuevos centros de Asia Menor o las islas es donde recibieron su última forma los poemas homéricos y allí fue también donde se propagó el panhelenismo como forma de potenciar la identidad con los pueblos de la península europea. Pero allí también se formaron mitos de fundaciones y leyendas propias que afectaron principalmente a las genealogías. Dada la enorme trascendencia que tendría la colonización jónica para las islas y las ciudades de Asia Menor, para Eubea y para Atenas, acerca de las migraciones correspondientes existen ciclos completos y variantes que afectan a los aristócratas atenienses que se consideraban vinculados a los primeros inmigrantes de Pilos, en Mesenia, que habían huido de los Heraclidas, y a las ciudades fundadas, como Mileto, a donde acudiría un nuevo Neleo, antepasado de ilustres familias aristocráticas. También los de Colofón, según el poema "Esmirneida", escrito por el poeta Mimnermo de Colofón, de fines del siglo VII, se consideraban descendientes de Neleo. Eran cantos a las hazañas del pasado que justificarían la actual conquista de Esmirna, sobre la base de la virtud guerrera de los primeros navegantes que llegaban junto a sus basilei. También los espartanos acudían a las antiguas hazañas de los hijos de Heracles en Mesenia, cuando, a través del poeta Tirteo, se exhortaban para la batalla en la segunda guerra mesénica, de la época arcaica. Algunas rivalidades provocaron incluso versiones diferentes en las leyendas más respetables, como la de la guerra de Troya. Atenienses y lesbios se disputaban el control del Helesponto y en esa disputa se involucraban las interpretaciones que hacían intervenir a los hijos de Teseo en la guerra. Lesbos por su parte había llevado a cabo una profunda colonización hasta Ténedo, que utilizaba como modo de competir con la tradición jónica representada por Atenas. Otros lugares del Egeo, como Quíos y Eritras, suelen relacionarse, en cambio, más bien con viajes procedentes de la isla de Eubea, en una época en que se conocen los viajes euboicos que los llevan hasta las costas orientales del Mediterráneo y en que se hace cada vez más clara la existencia de contactos productivos con Atenas, traducidos en innovaciones comunes y en actividades renovadoras. De hecho, los viajes a Chipre y la fundación de Salamina potencien la vinculación de los Ayantes con el pasado de la isla.
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Presente y respuesta que Moctezuma envió a Cortés Despachados que fueron los mensajeros y prometida la respuesta dentro de pocos días, se despidió Teudilli, y a dos o tres tiros de ballesta del campamento de nuestros españoles hizo hacer más de mil chozas de ramas. Dejó allí dos hombres principales, como capitanes, con unas dos mil personas, entre mujeres y hombres, de servicio, y se fue a Cotasta, lugar de su residencia y morada. Aquellos dos capitanes tenían a su cargo el abastecer a los españoles. Las mujeres amasaban y molían pan de centli, que es maíz. Guisaban judías, carne, pescado y otras cosas de comer. Los hombres llevaban la comida al campamento, y ni más ni menos la leña que era menester, y cuanta hierba podían comer los caballos, de la cual por toda aquella tierra están llenos los campos en todo tiempo del año. Y estos indios iban tierra adentro a los pueblos vecinos y traían tantas provisiones para todos, que era cosa digna de ver. Así pasaron siete u ocho días con muchas visitas de indios, y esperando al gobernador, y la respuesta de aquel tan gran señor como todos decían; el cual vino después con un agradable y rico presente, que era de muchas mantas y ropas de algodón blancas y de color y bordadas, como ellos usan; muchos penachos y otras lindas plumas, y algunas cosas hechas de oro y plumas, rica y primorosamente trabajadas; gran cantidad de joyas y piezas de oro y plata, y dos ruedas delgadas, una de plata, que pesaba cincuenta y dos marcos con la figura de la Luna, y otra de oro, que pesaba cien marcos, hecha como el Sol, y con muchos follajes y animales en relieve, obra primorosísima. Tienen en aquella tierra a estas dos cosas por dioses, y les dan el color de los metales que les asemejan. Cada una de ellas tenía hasta diez palmos de ancho y treinta de ruedo. Podía valer este presente veinte mil ducados o algo más, el cual tenían para dar a Grijalva, si no se hubiese ido, según decían los indios. Le dijo por respuesta que Moctezuma, su señor, se alegraba mucho de saber y ser amigo de tan poderoso príncipe como le decían que era el rey de España, y que en su tiempo aportasen a su tierra gentes nuevas, buenas, extrañas y nunca vistas, para hacerles todo placer y honra. Por tanto, que viese lo que necesitaba, el tiempo que allí pensaba estar, para sí y para su enfermedad, y para su gente y navíos, que lo mandaría proveer todo muy cumplidamente, y hasta que si en su tierra había alguna cosa que le agradase para llevar a aquel su gran emperador de cristianos, que se lo daría de muy buena voluntad; y que en cuanto a que se viesen y hablasen, que lo consideraba como imposible, a causa de que, como él estaba enfermo, no podía venir al mar, y que pensar de ir a donde él estaba era muy difícil y trabajosísimo, así por las muchas y ásperas sierras que había en el camino, como por los despoblados grandes y estériles que tenía que pasar, donde forzosamente tenía que padecer hambre, sed y otras necesidades de éstas. Y además de esto, mucha parte de la tierra por donde había de pasar era de enemigos suyos, gente cruel y mala, que lo matarían sabiendo que iba como amigo suyo. Todos estos inconvenientes o excusas le ponía Moctezuma y su gobernador a Cortés para que no fuese adelante con su gente, pensando engañarle así y estorbarle el viaje, y espantarle con tantas y tales dificultades y peligros, o esperando algún mal tiempo para la flota que le obligase a irse de allí. Pero cuanto más le contradecían, más gana le entraba de ver a Moctezuma, que tan gran rey era en aquella tierra, y descubrir por entero la riqueza que imaginaba; y así como recibió el presente y respuesta, dio a Teudilli un vestido entero de su persona y otras muchas cosas de las mejores que llevaba para rescatar, que enviase al señor Moctezuma, de cuya liberalidad y magnificencia tan grandes alabanzas le hacía. Y le dijo que solamente por ver a un tan bueno y poderoso rey era justo ir a donde estaba, cuando más que le era forzoso por hacer la embajada que llevaba del emperador de cristianos, que era el mayor rey del mundo. Y si no iba, no hacía bien su oficio ni lo que estaba obligado a la ley de bondad y caballería, e incurriría en desgracia y odio de su rey y señor. Por tanto, que le rogaba mucho avisase de nuevo esta determinación que tenía, para que supiese Moctezuma que no la mudaría por aquellos inconvenientes que le ponían, ni por otros muchos mayores que le pudiesen suceder. Que quien venía por agua dos mil leguas, bien podía ir por tierra setenta. Le instaba con esto a que enviase cuanto antes, para que volviesen pronto los mensajeros, pues veía que tenían mucha gente que mantener, y poco que darle de comer, y los navíos en peligro, y el tiempo se pasaba en palabras. Teudilli decía que ya despachaba cada día a Moctezuma con lo que se ofrecía, y que entre tanto no se acongojase, sino que se alegrase y divirtiese; que no tardaría el despacho y resolución a venir de México, aunque estaba lejos. Y que del comer no tuviese cuidado, que allí le proveerían abundantísimamente; y con esto le rogó mucho que, pues estaba mal aposentado en el campo y arenales, se fuese con él a unos lugares a seis o siete leguas de allí. Y como Cortes no quiso ir, se fue él, y estuvo allí diez días esperando lo que Moctezuma mandaba.