Presente que Cortés envió al Emperador por su quinto
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Datos principales
Desarrollo
Presente que Cortés envió al Emperador por su quinto Metía prisa Cortés para que trabajasen en las casas de Veracruz y en la fortaleza, para que tuviesen los vecinos y soldados comodidad de vivienda y alguna resistencia contra las lluvias y enemigos, porque él pensaba irse pronto tierra adelante, camino de México, en demanda de Moctezuma, y por dejarlo todo asentado y como debía estar, para llevar menos cuidado. Comenzó a dar orden y concierto en muchas cosas tocantes así a la guerra como a la paz. Mandó sacar a tierra todas las armas y pertrechos de guerra, y cosas de rescate de los navíos, y las vituallas y provisiones que había; y se las entregó al cabildo, como lo tenía prometido. Habló asimismo a todos, diciendo que ya estaba bien y era tiempo de enviar al Rey la relación de lo sucedido y hecho en aquella tierra hasta entonces, con las nuevas y muestras de oro, plata y riquezas que hay en ella; y que para eso era necesario repartir lo que había conseguido por cabezas, como era costumbre en la guerra de aquellas partes, y sacar de allí primero el quinto; y para que se hiciese mejor, él nombraba, y nombró, como tesorero del Rey, a Alonso de Ávila, y del ejército a Gonzalo Mejía. Los alcaldes y regimiento, con todos los demás, dijeron que les parecía bien todo lo que había dicho, y que se hiciese en seguida; y que no sólo se alegraban de que aquéllos fuesen tesoreros, sino que ellos lo confirmaban, y rogaban que lo quisiesen ser. Hizo después, tras esto, sacar y llevar a la plaza, para que todos lo viesen, la ropa de algodón que tenían recogida, las cosas de pluma, que eran dignas de ver, y todo el oro y plata que había, y que pesó veintisiete mil ducados, y se entregó así por peso y cuenta a los tesoreros, y dijo al cabildo que lo repartiesen ellos.
Empero todos dijeron y respondieron que no tenían que repartir, porque sacado el quinto que al Rey pertenecía, todo lo demás era necesario para pagarle a él las provisiones que les daba, y la artillería y navíos que servían de común a todos. Por eso, que lo tomase todo, y enviase al Rey sus derechos muy cumplidamente y lo mejor. Cortés les dijo que tiempo había para tomar él aquello que le daban por sus muchos gastos y deudas, y que de momento no quería parte que lo que le tocaba como a su capitán general, y lo demás fuese para que aquellos hidalgos comenzasen a pagar las deudillas que tenían por venir con él en esta empresa; y porque lo que él tenía pensado enviar al Rey, valía más que lo que le venía del quinto, les rogó que no se lo tuviesen a mal, pues era lo primero que enviaban, y cosas que no permitían partirse ni fundirse, si excediese de lo acostumbrado, no preocupándose de quintar a peso ni suertes; y como halló en todos ellos buena voluntad, apartó del montón lo siguiente: Las dos ruedas de oro y plata que dio Teudilli de parte de Moctezuma. Un collar de oro de ocho piezas, en el que había ciento ochenta y tres esmeraldas pequeñas engastadas, y doscientas treinta y dos pedrezuelas, como rubíes, de no mucho valor; colgaban de él veintisiete campanillas de oro y unas cabezas de perlas o berruecos. Otro collar de cuatro trozos torcidos, con ciento dos tubinejos, y con ciento setenta y dos esmeraldejas; diez perlas buenas no mal engastadas, y por orla veintiséis campanillas de oro.
Entrambos collares eran dignos de ver, y tenían otras cosas primorosas además de las dichas. Muchos granos de oro, ninguno mayor que un garbanzo, así como se hallan en el suelo. Un casquete de granos de oro sin fundir, sino grosero, llano y no cargado. Un morrión de madera chapado de oro, y por fuera mucha pedrería, y por bebederos veinticinco campanillas de oro, y por cimera un ave verde, con los ojos, pico y pies de oro. Un capacete de planchuelas de oro y campanillas alrededor, y por la cubierta piedras. Un brazalete de oro muy delgado. Una vara, como cetro real, con dos anillos de oro por remates, y guarnecidos de perlas. Cuatro arrajaques de tres ganchos, cubiertos de pluma de muchos colores, y las puntas de berrueco atado con hilo de oro. Muchos zapatos como esparteñas, de venado, cosidos con hilo de oro, que tenían la suela de cierta piedra blanca y azul, y muy delgada y transparente. Otros seis pares de zapatos de cuero de diversos colores, guarnecidos de oro, plata o perlas. Una rodela de palo y cuero, y alrededor campanillas de latón morisco, y la copa de una plancha de oro, esculpida en ella Vitcilopuchtli, dios de las batallas, y en aspa cuatro cabezas con su pluma, o pelo, a lo vivo y desollado, que era de león, de tigre, de águila y de un buaro. Muchos cueros de aves y animales, adobados con su misma pluma y pelo. Veinticuatro rodelas de oro, pluma y aljófar, vistosas y de mucho primor. Cinco rodelas de pluma y plata. Cuatro peces de oro, dos ánades y otras aves, huecas y vaciadas, de oro.
Dos grandes caracoles de oro, que aquí no los hay, y un espantoso cocodrilo, con muchos hilos gruesos de oro alrededor. Una barra de latón, y de lo mismo algunas hachas y una especie de azadas. Un espejo grande guarnecido de oro, y otros pequeños. Muchas mitras y coronas bordadas en pluma y oro, y con mil colores, perlas y piedras. Muchas plumas muy bonitas y de todos los colores, no teñidas, sino naturales. Muchos plumajes y penachos, grandes, lindos y ricos, con argentería de oro y aljófar. Muchos abanicos y moscadores de oro y pluma, y de pluma solamente, pequeños y grandes y de todas clases, pero todos muy hermosos. Una manta, especie de capa de algodón tejido, de muchos colores y de pluma, con una rueda negra en medio, con sus rayos, y por dentro lisa. Muchas sobrepellices y vestimentas de sacerdotes, palios, frontales y ornamentos de templos y altares. Otras muchas de esas mantas de algodón, blancas, o blancas y negras escaqueadas, o coloradas, verdes, amarillas, azules, y otros colores así. Mas por el revés sin pelo ni color, y por fuera vellosas como felpa. Muchas camisetas, jaquetas, tocadores de algodón; cosas de hombre. Muchas mantas de cama, paramentos y alfombras de algodón. Eran estas cosas más bien lindas que ricas, aunque las ruedas eran cosa rica, y valía más el trabajo que las mismas cosas, porque los colores del lienzo de algodón eran finísimos, y los de las plumas, naturales. Las obras de vaciadizo excedían el juicio de nuestros plateros; de los cuales hablaremos después en conveniente lugar.
Pusieron también con estas cosas algunos libros de figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos por todas partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metal, que sirven de papel, cosa muy digna de ver. Pero como no los entendieron, no los estimaron. Tenían a la sazón los de Cempoallan muchos hombres para sacrificar. Se los pidió Cortes para enviar al Emperador con el presente, para que no los sacrificasen. Mas ellos no quisieron, diciendo que se enojarían sus dioses y les quitarían el maíz, los hijos y la vida, si se los daban. Aun así les tomó cuatro de ellos y dos mujeres, los cuales eran mancebos dispuestos. Andaban muy emplumados, bailando por la ciudad, y pidiendo limosna para su sacrificio y muerte. Era cosa grande cuánto les ofrecían y miraban. Llevaban en las orejas arracadas de oro con turquesas, y unos gruesos sortijones de lo mismo en los bezos inferiores, que les descubrían los dientes, cosa fea para España, mas hermosa para aquella tierra.
Empero todos dijeron y respondieron que no tenían que repartir, porque sacado el quinto que al Rey pertenecía, todo lo demás era necesario para pagarle a él las provisiones que les daba, y la artillería y navíos que servían de común a todos. Por eso, que lo tomase todo, y enviase al Rey sus derechos muy cumplidamente y lo mejor. Cortés les dijo que tiempo había para tomar él aquello que le daban por sus muchos gastos y deudas, y que de momento no quería parte que lo que le tocaba como a su capitán general, y lo demás fuese para que aquellos hidalgos comenzasen a pagar las deudillas que tenían por venir con él en esta empresa; y porque lo que él tenía pensado enviar al Rey, valía más que lo que le venía del quinto, les rogó que no se lo tuviesen a mal, pues era lo primero que enviaban, y cosas que no permitían partirse ni fundirse, si excediese de lo acostumbrado, no preocupándose de quintar a peso ni suertes; y como halló en todos ellos buena voluntad, apartó del montón lo siguiente: Las dos ruedas de oro y plata que dio Teudilli de parte de Moctezuma. Un collar de oro de ocho piezas, en el que había ciento ochenta y tres esmeraldas pequeñas engastadas, y doscientas treinta y dos pedrezuelas, como rubíes, de no mucho valor; colgaban de él veintisiete campanillas de oro y unas cabezas de perlas o berruecos. Otro collar de cuatro trozos torcidos, con ciento dos tubinejos, y con ciento setenta y dos esmeraldejas; diez perlas buenas no mal engastadas, y por orla veintiséis campanillas de oro.
Entrambos collares eran dignos de ver, y tenían otras cosas primorosas además de las dichas. Muchos granos de oro, ninguno mayor que un garbanzo, así como se hallan en el suelo. Un casquete de granos de oro sin fundir, sino grosero, llano y no cargado. Un morrión de madera chapado de oro, y por fuera mucha pedrería, y por bebederos veinticinco campanillas de oro, y por cimera un ave verde, con los ojos, pico y pies de oro. Un capacete de planchuelas de oro y campanillas alrededor, y por la cubierta piedras. Un brazalete de oro muy delgado. Una vara, como cetro real, con dos anillos de oro por remates, y guarnecidos de perlas. Cuatro arrajaques de tres ganchos, cubiertos de pluma de muchos colores, y las puntas de berrueco atado con hilo de oro. Muchos zapatos como esparteñas, de venado, cosidos con hilo de oro, que tenían la suela de cierta piedra blanca y azul, y muy delgada y transparente. Otros seis pares de zapatos de cuero de diversos colores, guarnecidos de oro, plata o perlas. Una rodela de palo y cuero, y alrededor campanillas de latón morisco, y la copa de una plancha de oro, esculpida en ella Vitcilopuchtli, dios de las batallas, y en aspa cuatro cabezas con su pluma, o pelo, a lo vivo y desollado, que era de león, de tigre, de águila y de un buaro. Muchos cueros de aves y animales, adobados con su misma pluma y pelo. Veinticuatro rodelas de oro, pluma y aljófar, vistosas y de mucho primor. Cinco rodelas de pluma y plata. Cuatro peces de oro, dos ánades y otras aves, huecas y vaciadas, de oro.
Dos grandes caracoles de oro, que aquí no los hay, y un espantoso cocodrilo, con muchos hilos gruesos de oro alrededor. Una barra de latón, y de lo mismo algunas hachas y una especie de azadas. Un espejo grande guarnecido de oro, y otros pequeños. Muchas mitras y coronas bordadas en pluma y oro, y con mil colores, perlas y piedras. Muchas plumas muy bonitas y de todos los colores, no teñidas, sino naturales. Muchos plumajes y penachos, grandes, lindos y ricos, con argentería de oro y aljófar. Muchos abanicos y moscadores de oro y pluma, y de pluma solamente, pequeños y grandes y de todas clases, pero todos muy hermosos. Una manta, especie de capa de algodón tejido, de muchos colores y de pluma, con una rueda negra en medio, con sus rayos, y por dentro lisa. Muchas sobrepellices y vestimentas de sacerdotes, palios, frontales y ornamentos de templos y altares. Otras muchas de esas mantas de algodón, blancas, o blancas y negras escaqueadas, o coloradas, verdes, amarillas, azules, y otros colores así. Mas por el revés sin pelo ni color, y por fuera vellosas como felpa. Muchas camisetas, jaquetas, tocadores de algodón; cosas de hombre. Muchas mantas de cama, paramentos y alfombras de algodón. Eran estas cosas más bien lindas que ricas, aunque las ruedas eran cosa rica, y valía más el trabajo que las mismas cosas, porque los colores del lienzo de algodón eran finísimos, y los de las plumas, naturales. Las obras de vaciadizo excedían el juicio de nuestros plateros; de los cuales hablaremos después en conveniente lugar.
Pusieron también con estas cosas algunos libros de figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos por todas partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metal, que sirven de papel, cosa muy digna de ver. Pero como no los entendieron, no los estimaron. Tenían a la sazón los de Cempoallan muchos hombres para sacrificar. Se los pidió Cortes para enviar al Emperador con el presente, para que no los sacrificasen. Mas ellos no quisieron, diciendo que se enojarían sus dioses y les quitarían el maíz, los hijos y la vida, si se los daban. Aun así les tomó cuatro de ellos y dos mujeres, los cuales eran mancebos dispuestos. Andaban muy emplumados, bailando por la ciudad, y pidiendo limosna para su sacrificio y muerte. Era cosa grande cuánto les ofrecían y miraban. Llevaban en las orejas arracadas de oro con turquesas, y unos gruesos sortijones de lo mismo en los bezos inferiores, que les descubrían los dientes, cosa fea para España, mas hermosa para aquella tierra.