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Uno de los pintores favoritos para Renoir siempre fue Delacroix, especialmente por incorporar a la pintura la admiración por lo exótico y oriental. En 1881 Renoir marchará a Argelia donde realizará escenas de las fiestas y vistas de la zona. Pero ya en el año antes se había sentido atraído por lo argelino como podemos comprobar en esta escena protagonizada por la joven modelo Fleury, según contó el propio pintor al marchante Vollard. La composición goza de un rico y variado colorido en el que predominan las tonalidades malvas que corresponden a las sombras proyectadas por la intensa luz africana, luz que no conocía aún pero que causará una profunda impresión en el maestro. Las pinceladas rápidas y empastadas dominan el conjunto, en el que también observamos un importante dibujo y un soberbio modelado, dos de los conceptos que paulatinamente incorporará el pintor a sus trabajos para reaccionar ante la pérdida de volumen y forma al que estaba abocado el impresionismo. No en balde, Renoir empezaba a cuestionarse su forma de trabajar en estos años iniciales de la década de 1880.
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Van Gogh realizará en Auvers una pequeña serie protagonizada por niños, mostrando una vez más su atracción hacia la temática retratística. Ya durante su estancia en París comentó que prefería pintar los ojos de la gente a pintar catedrales pero la ausencia de modelos motivarán la escasa presencia de esta temática en su producción. En la etapa de Auvers, quizá la más variada, no podía fallar el retrato como podemos admirar en esta niña anónima sentada en la naturaleza, resaltándose los colores de la naranja que lleva entre las manos, la hierba y las flores de alrededor así como su rubio cabello. El color de la fruta se refleja en los mofletes de la pequeña, acentuando su aspecto tranquilo y candoroso, a diferencia de los rostros de los Dos niños. Mientras la figura de la niña está algo más elaborada - especialmente por las líneas negras de los contornos en sintonía con Bernard y Gauguin - en el fondo hallamos un mayor abocetamiento debido a la luz. Además de la expresión de la pequeña, debemos destacar en esta composición la variedad y la brillantez de los tonos empleados, buscando Vincent en ellos su vehículo de expresión.
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Berlín fue un importante foco para la creación escultórica en el período romántico, y el taller de G. Schadow su mejor representante. A su regreso de Roma este artista fue nombrado escultor de la corte de Prusia. Schadow acostumbraba modelar en arcilla. A su estatuaria en piedra siempre precedían esbozos, cuya espontaneidad luego moderaba y refinaba sustancialmente en las versiones definitivas
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"Para mí, un cuadro debe ser algo amable, alegre y bonito, sí, bonito. Ya hay en la vida suficientes cosas molestas como para que fabriquemos todavía más". Esta frase de Renoir reproduce a la perfección su estilo y su filosofía tal y como podemos observar en este excelente retrato infantil. Y es que Renoir será un gran especialista en los retratos de niños, bien los suyos -véase Jean Renoir- o los de los demás como observamos en esta delicada composición que presenta las características habituales del impresionismo: interés por la luz y el color, sensación atmosférica, sombras coloreadas e interés por asuntos cotidianos. Pero la gran aportación de Renoir será su interés hacia la figura a la que casi no renuncia en ninguna de sus composiciones, a diferencia de Monet que está interesado en el paisaje puro. La niña ocupa la zona central de la escena, rodeada de un jardín con flores y césped, creando una sintonía de color de gran impacto visual. Las tonalidades se aplican de manera rápida y empastada, como si de pequeñas comas se tratara, configurando la escena a la manera de un puzzle cuyas piezas nuestra retina asocia de manera correcta. El intimismo de la escena enlaza con las composiciones de Berthe Morisot o de Mary Cassatt.
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En marzo de 1885 Renoir conoce al senador Etienne Goujon que encargará al pintor los retratos de sus hijas. Marie aparece con un aro y Etienne se presenta con un látigo. La obra muestra claramente las características del llamado "periodo seco" momento de crisis vivido por Renoir en los años iniciales de la década de 1880, ya que el impresionismo estaba encaminándose hacia la pérdida del volumen y la forma al interesarse por la luz, el color y las atmósferas. La reacción del maestro será recuperar el dibujo y el modelado mientras que los colores se hacen más fríos y suaves. La pequeña aparece en el centro de la composición, en un entorno de jardín, realizado con una espléndida variación de toques de color que dotan a la figura de más presencia. Pero aún encontramos referencias al estilo impresionista, como las sombras coloreadas o las pinceladas rápidas y empastadas del fondo. La expresión del rostro de la niña se convierte en otro de los centros de atención del cuadro, al igual que el juego de colores malvas y blancos del vestido o la inocente pose, resultando un retrato infantil de calidad difícilmente superable. Fue comprado por Ivan Morosoff en 1913 pasando posteriormente al Hermitage.
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Unos meses antes de pintar este cuadro, Boccioni había firmado el "Manifiesto de los pintores futuristas" de Febrero de 1910 y "El Manifiesto técnico de Abril de 1910. En este documento, que desarrolla las ideas más ampliamente que el Manifiesto de Febrero, los futuristas dicen que todo se encuentra en movimiento, y en constante cambio. Todas las figuras aparecen y desaparecen en la realidad mientras que en nuestra retina se mantienen. Los futuristas no creen que el hombre sea el centro del Universo. El dolor del hombre es tan interesante como una bombilla eléctrica que funciona, sufre y llora. La musicalidad de las líneas y de los plegados de los vestidos modernos tienen un sentido simbólico tan fuerte como el desnudo para los pintores antiguos.
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Excelente retratista, Casas define diferentes tipos de mujeres, como la gitana, la manola, entre otras, así como una serie de retratos al carbón de importantes intelectuales de la época; músicos como Albéniz o Granados, escritores como Unamuno o Azorín, pintores como Zuloaga o Sorolla. También expresa con sus pinceles el anonimato de interiores de cafés o de la vida en la calle, con toda la espontaneidad que emanan tanto el entorno como sus personajes. Su estilo acusa la influencia de Manet, Whistler o Degas por los colores suaves y los contornos difuminados que le harán evolucionar hasta un tipo de pintura más colorista y de marcado carácter realista. Casas es asimismo uno de los máximos representantes del modernismo catalán que refleja en los carteles publicitarios (Codorniu, Anís del mono, entre otros) que realiza para prestigiosas firmas comerciales, llenos de sensibilidad artística.
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Magnífico dibujante, Joan Rebull se interesó por la escultura egipcia, mesopotámica y griega, al igual que ya hizo Manolo Hugué, de la que se puede observar una fuerte influencia en su obra escultórica. La verosimilitud de sus imágenes ha hecho que muchos estudiosos le clasifiquen como un escultor realista; sin embargo, la solidez e impasibilidad de sus figuras tienden a eliminar esa individualidad.
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Muy similar a La niña sueña, en esta escena Gauguin vuelve a retomar imágenes intimistas que tanto atraían a los impresionistas. La pequeña duerme plácidamente en una postura algo forzada, cortando el pintor los planos por influencia de la fotografía, como hacía Degas. Junto a ella encontramos una cerámica y, al fondo, la pared ha sido cubierta con papel oriental, destacable por su decoración. La iluminación tiene un papel importante en esta bella imagen, aplicando una luz de atardecer que penetra por la izquierda y resalta el volumen de las figuras. El color es similar al empleado en estos años iniciales en otras obras - véase el Escultor Aubé y su hijo - utilizando una pincelada rápida y corta, como si se tratase de comitas, en la línea de Monet o Pissarro.