La obra que dio fama a Van der Goes en Italia es el Tríptico Portinari, del que ahora estamos viendo el panel central con el nacimiento de Jesús. El estilo de Hugo van der Goes recoge las dos grandes tendencias de la pintura flamenca: el realismo simbólico, de aspecto monumental, de Jan van Eyck, y la crispación dramática de Rogier van der Weyden, si bien es cierto que la propia personalidad de Van der Goes le inclina hacia un arte exaltado, de ejecución nerviosa. En la escena vemos cómo rodean al Niño diversas figuras de tamaños y proporciones incoherentes. El espacio en perspectiva está correctamente construido, pero los personajes parecen pegados, cada uno con un tamaño diferente según su protagonismo en la escena. Sorprende la serenidad monumental de María y José frente a los ángulos hirientes de los ángeles o el aspecto rústico y desmañado de los pastores, que parece que se van a caer de un momento a otro sobre el Niño. Este aspecto desequilibrado es el rasgo más característico de la pintura de Van der Goes, que prefería acentuar el sentimiento interno de la escena antes que dotarla de un aspecto verosímil o natural.
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Martin Schongauer se hace eco en sus grabados de las innovaciones italianas, especialmente en lo que concierne al gusto por la Antigüedad clásica, las arquitecturas en ruinas, etc., pero adaptado a su tierra alemana. Así, sitúa el nacimiento de Jesús en una bóveda de arista entre arcos ojivales, es decir, una arquitectura gótica que se encontraba en plena decadencia en Italia. Sin embargo, la idea es la misma: Jesús nace en una cultura en ruinas para anunciar la llegada de una nueva era, la cristiandad.Las figuritas de Schongauer están minuciosamente realizadas, poseen una dignidad grave que está presente en toda la obra del maestro alemán. El contrapunto más claro para la obra de Schongauer es su contemporáneo anónimo, el Maestro del Livre de raison, que grabó otra Sagrada Familia de talante completamente diferente a esta solemne Natividad.
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Al fondo de la escena, Baldung Grien, representa el anuncio de la Natividad al pastor. Se trata pues de la "Stille Nacht". El recién nacido Niño Jesús irradia luz y tiende los brazos hacia su madre, rodeado de angelitos que ayudan a la Virgen. Una escena dulce y silenciosa, donde todos los rostros, incluidos los del buey y la mula, parecen esbozar una sonrisa.
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Esta bonita Natividad es una atribución dudosa a El Bosco, aunque resulta de una gran calidad. El autor ha realizado una interpretación muy convencional del tema, con el Niño adorado en el centro, sus padres a ambos lados simétricamente colocados y un fondo de paisaje. Sin embargo, otros elementos se salen de la tradición, como es el personaje que asoma por detrás del dosel brocado de María. En la mano lleva una herramienta de carpintero, pero su rostro y el gorro le han identificado a veces con un bufón. En cualquier caso, parece un alma simple, algo estúpido y observa el nacimiento del Mesías con evidente descreimiento. También llama la atención poderosamente la atractiva escena de la izquierda, en la que unos labriegos han encendido un fuego para calentarse. El naturalismo es de un aire tan cotidiano y espontáneo, que vemos con humor cómo uno de ellos se ha descalzado y aproxima el pie al calor de la hoguera.
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Baldung Grien fue uno de los artistas más expresivos del renacimiento alemán, junto a Durero y Matthias Grünewald. Es el autor de esta Natividad, protagonizada por la arquitectura y la proporción, más que por la historia sagrada. En efecto, podemos ver que los personajes se encuentran discretamente colocados al fondo del pesebre, ensimismados en el nacimiento, mientras que las ruinas del edificio ocupan la mayor parte de la superficie del cuadro, destacando con los contrastes de luz y sombra. También destacan el buey y el asno, realizados a mayor escala que la real, en comparación con las proporciones de las figuras humanas. La luz que baña el espacio es de procedencia irreal, no natural, y uno de los focos lo constituye el propio Niño Jesús, que brilla e ilumina el rostro de San José. Al fondo un segundo episodio milagroso, la aparición del ángel a los pastores para anunciarles la llegada del Mesías.
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Hacia 1485 llegó a Florencia el Tríptico Portinari pintado por Hugo van der Goes algunos años antes y adquirido en un viaje a Flandes por uno de los miembros de la familia Portinari, de donde procede el nombre. La enorme influencia de esa tabla flamenca en esta Natividad de Piero della Francesca hace pensar en un viaje no documentado de Piero a la capital de la Toscana en torno a 1485 donde pudo admirar el Tríptico; podría especularse en el conocimiento a través de un grabado o de una estampa debido a la repercusión de la obra de Van der Goes en el ambiente artístico florentino de fines del Quattrocento. Las notas flamencas son evidentes al situar al Niño sobre los enormes pliegues del manto de la Virgen así como el detallismo generalizado de los vestidos; sin embargo también se apunta la posibilidad de un influencia de Luca della Robbia en una cantoría ejecutada para el Duomo florentino. Piero della Francesca no llegó a finalizar el trabajo, considerándose como la última obra realizada por el maestro; desconocemos las causas por las que no concluyó los rostros de la Virgen y de los pastores, apuntándose la posibilidad de ceder esa ejecución a sus ayudantes. Las figuras se integran en el espacio gracias a la luz empleada, destacando su volumetría y su aspecto escultórico. Elimina todo el lujo característico del mundo flamenco para mostrar una composición tranquila y serena, en la que los puntos de fuga adquieren cierto arcaísmo aunque la perspectiva resulta bastante correcta. Con estas características, Piero se incluye entre los miembros más destacados del Renacimiento italiano, aportando diversos elementos que crearán escuela entre algunos artistas del Cinquecento como Perugino, Luca Signorelli, Giovanni Bellini o Rafael.
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La bellísima escena que tenemos el privilegio de contemplar es el panel central de un tríptico conocido como Altar Paumgarten. La familia que le da nombre era una de las más poderosas de Nüremberg, y patrocinó a Alberto Durero con sus encargos desde muy pronto. Los hermanos varones, Lukas y Stephan, fueron los clientes en este caso, y aparecen retratados doblemente: en los paneles laterales del tríptico, como San Jorge y San Eustaquio, y en la parte inferior de esta maravillosa tabla. En esta situación se encuentra la familia al completo, los varones a un lado, con los escudos de la familia, y las mujeres al otro, con sus respectivos escudos, excepto la hija doncella, a quien se reconoce por llevar el escudo de su padre todavía, y los cabellos descubiertos. La escena sagrada posee un colorido muy delicado, característico de su autor, que convierte en joyas cada elemento de la imagen. Bajo unas arquitecturas de corte italiano, romano, que Durero conoció en Venecia, aparece la Sagrada Familia. María es una hermosa joven a la que se le escapan los rizos rubios bajo la toca. José es un anciano de protagonismo limitado. El niño resplandece con blancura entre los numerosos angelillos que le rodean. Al fondo aparece un elemento que se repite en todas las escenas de Natividad que Durero pintó o grabó: el arco romano íntegro en medio de las ruinas, un símbolo de perfección y transición entre el mundo pagano que se desintegra y la nueva era marcada por la llegada del Mesías. La composición de la escena es muy similar a la que se encuentra en los diversos grabados del artista sobre el mismo tema, pero con la delicia añadida de poder disfrutar del sentido armonioso del color que poseía Durero.
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Antes de marcharse a Roma en 1428, Masaccio realizó el llamado Disco del parto, del que forma parte esta Natividad y el Niño con perro. Desconocemos el tema exacto que trata el maestro existiendo dos hipótesis. La primera considera que sería una alusión a la natividad de María, apareciendo los clarines con los escudos de la flor de lis en relación con el homenaje a Santa Ana de la República de Florencia, a quien se encomendó la ciudad para expulsar al tirano Duque de Atenas el 26 de julio de 1343, mientras que el niño no jugaría con un perro sino con una comadreja aludiendo a los engaños del Duque a los florentinos. La segunda hipótesis considera que se trata del nacimiento del hijo de una importante familia florentina como atestiguan los elegantes vestidos, las asistentas o el decorado arquitectónico. La escena se desarrolla en un interior destacando la arquitectura inspirada en Brunelleschi para otorgar un efecto de perspectiva considerable. Los arcos de medio punto atados con tirantes nos sitúan en un claustro típicamente renacentista, así como las columnas con capitel corintio. Las bóvedas se presentan pintadas de azul en un alarde detallístico que inunda toda la escena. Las figuras adquieren una interesante volumetría y monumentalidad gracias a la iluminación empleada, destacando también los variados colores de los vestidos. La similitud con algunas escenas de la capilla Brancacci es significativa, siendo esta pequeña obra una de las más atractivas del maestro, cuyas arquitecturas influirán en diferentes artistas como Fra Angelico.
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Una de las obras emblemáticas elaboradas por El Greco en los años iniciales del siglo XVII fueron los cuadros para el Hospital de la Caridad del pueblo toledano de Illescas. Es uno de los encargos más problemáticos del cretense ya que surgieron diversas cuestiones con los patronos del Hospital y con el alcabalero. Las dificultades con los patronos se producen debido a problemas iconográficos en la Virgen de la Caridad, el retraso en la entrega de la obra - habitual en el pintor - y en el pago ya que estaba sujeta al sistema de tasación por el cual diversos tasadores adjudicaban un valor a la obra en cuestión, llegándose a un acuerdo entre los nombrados por el cliente y los designados por el artista. El contrato de este trabajo estipula que los tasadores serían nombrados directamente por el Hospital, sin intervención del pintor. Esto provocó un largo pleito ya que Doménikos no aceptó los 26.802 reales en que se tasó la obra inicialmente, recibiendo tras dos largos años "un quento de maravedís", que supuso una derrota absoluta para el pintor. Sin embargo, respecto al alcabalero no dio su brazo a torcer; la alcabala era un impuesto que se exigía sobre el precio de todos los bienes muebles y raíces, vendidos o permutados, existiendo excepciones. Al proceder de Toledo los cuadros, el recaudador consideró que estaban dentro de los bienes que debían pagar motivando un nuevo pleito, esta vez con victoria de El Greco, quien puso de manifiesto la dignidad del arte de la pintura por encima de toda producción artesanal. La Natividad estaba situada en el espacio bajo el luneto del arranque lateral de la bóveda y hacía pareja con la Anunciación. También supone una reelaboración de la Natividad del colegio de doña María de Aragón, eliminando a los pastores por lo que se convierte en una temática única en la pintura de El Greco. El Niño Jesús, el pilar y el buey se sitúan en el eje del lienzo mientras que las figuras de María y José se ubican en torno a él, adaptadas al formato circular. La escena se envuelve en una iluminación tenebrista, contrastando el foco de luz que se proyecta desde el Niño - tradicional en la Escuela veneciana - con el fondo. Los cuerpos alargados y espirituales que caracterizan la producción grequiana están aquí presentes, al igual que la pincelada rápida y el colorido vibrante, que dan a la composición un cierto aspecto mágico.
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Durero en sus estampas dota de un gran protagonismo a sus personajes humanos, el eje de las escenas. Sin embargo, sorprende en esta Natividad al reservar al verdadero tema de la imagen de un mínimo veinte por ciento de la superficie. Por contra, las imponentes arquitecturas en ruinas copan por completo la atención del espectador que ha de luchar por encontrar los personajes sagrados entre ellas.Arrinconados en un ángulo, bajo un porche de vigas descubiertas, María y el Niño reposan. Jesús está sobre un bloque cúbico de piedra. Este duro lecho es el símbolo de Jesús como pilar de la Iglesia, la piedra de toque donde se asienta la salvación del mundo. José, al otro lado, saca agua de un pozo, cuya agua fresca alude a la virginidad de María al tiempo que al sacramento del bautismo. Al fondo del porche, entre un ventanuco, se adivinan las cabezas de los pastores que vienen a adorar al niño, así como las de los animales que prestaron su calor al recién nacido.Pero el personaje principal es, como hemos dicho, la arquitectura, basada en una estructura muy simple de ortogonales, muy abierta y luminosa. Los elementos romanos. como el arco de ladrillo o la doble ventana con una columna, dan el ambiente histórico a la escena. El hecho de que todo esté en ruinas tiene un significado trascendental, que es el de la aparición de la tierra de la Ley de Dios, en medio de la descomposición del imperio pagano de Roma.