Muerte del adelantado Francisco de Garay Pedro de Vallejo avisó a Cortés de la llegada y armada de Garay en cuanto la vio, y después de lo que con él había pasado, para que proveyese con tiempo de más compañeros, municiones y consejo. Cortés, cuando lo supo, dejó las armadas que hacía para Higueras, Chiapanac y Cuahutemallan, y se preparó para ir a Pánuco, aunque malo de un brazo. Y ya cuando pensaba partir, llegaron a México Francisco de las Casas y Rodrigo de Paz, con cartas del Emperador y con las provisiones de la gobernación de la Nueva España y todo lo que hubiese conquistado, y señaladamente a Pánuco. Por las cuales no fue; mas envió a Diego de Ocampo, su alcalde mayor, con aquella provisión, y a Pedro de Albarado con mucha gente. Anduvieron en demandas y respuestas Garay y Ovando: uno decía que la tierra era suya, pues el Rey se la daba; otro que no, pues el Rey mandaba que no entrase en ella teniéndola poblada Cortés, y tal era la costumbre en indias; de suerte que la gente de Garay padecía entre tanto, y deseaba la riqueza y abundancia de los contrarios, y hasta perecía en manos de los indios, y los navíos se comían en broma y estaban en peligro de fortuna; por lo cual, o por negociación, Martín de San Juan, guipuzcoano, y un tal Castromocho, maestres de naos, llamaron a Pedro de Vallejo secretamente y le dieron las suyas. Él, cuando las tuvo, requirió a Grijalva que surgiese dentro del puerto, según usanza de marineros, o se fuese de allí. Grijalva respondió con tiros de artillería; mas como volvió Vicente López, escribano, a requerirle otra vez, y vio que las otras naves entraban por el río, surgió en el puerto con la capitana; lo prendió Vallejo, mas luego lo soltó Ovando, y se apoderó de los navíos, que fue desarmar y deshacer a Garay; el cual pidió sus navíos, y gente mostrando su provisión real y requiriendo con ella, y diciendo que se quería ir a poblar en el río de Palmas; y se quejaba de Gonzalo de Ocampo, que le habló mal del río de Palmas, y de los capitanes del ejército y oficiales de concejo, que no le dejaron poblar allí al desembarcar, como él quería, por no trabar más pasión con Cortés, que estaba próspero y bienquisto. Diego de Ocampo, Pedro de Vallejo y Pedro de Albarado le persuadieron de que escribiese a Cortés en concierto, o se fuese a poblar en el río de las Palmas, pues era tan buena tierra como la de Pánuco, que ellos le devolverían los navíos y hombres, y le abastecerían de vituallas y armas. Garay escribió y aceptó aquel partido; y allí se pregonó después que todos se embarcasen en los navíos que fueron, bajo pena de azotes al peón, y a los demás de las armas y caballos, y que los que habían comprado armas, se las devolviesen. Los soldados, cuando vieron esto, comenzaron a murmurar y a rehusar; unos se metieron tierra adentro, a los que mataron los indios, y otros se escondieron; y así se disminuyó mucho aquel ejército. Los demás echaron por achaque que los navíos estaban podridos y abromados, y dijeron que no estaban obligados a seguirle más que hasta llegar a Pánuco, ni querían ir a morir de hambre, como habían hecho algunos de la compañía. Garay les rogaba no le desamparasen, les prometía grandes cosas, les recordaba el juramento. Ellos a hacerse los sordos; anochecían y no amanecían, y hubo noche en que se le fueron hasta cincuenta. Garay, desesperado con esto, envió a Pedro Cano y a Juan Ochoa con cartas a Cortés, en las que le encomendaba su vida, su honra y remedio, y en cuanto tuvo respuesta se fue a México. Cortés mandó que le proveyesen por el camino, y le hospedó muy bien. Capitularon después de haber dado y tomado muchas quejas y disculpas, que casase el hijo mayor de Garay con doña Catalina Pizarro, hija de Cortés, niña y bastarda; que Garay poblase en las Palmas, y Cortés le proveyese y ayudase; y se reconciliaron en grande amistad, Fueron ambos a maitines la noche de Navidad del año 1523, y almorzaron después de la misa con mucho regocijo. Garay sintió después dolor de costado con el aire que le dio saliendo de la iglesia; hizo testamento, dejó por albacea a Cortés, y murió quince días después; otros dicen que cuatro. No faltó quien dijese que le habían ayudado a morir, porque habitaba con Alonso de Villanueva; pero esto era falso, pues murió de mal de costado, y así lo juraron el doctor Ojeda y el licenciado Pero López, médicos que lo asistieron. Así acabó el adelantado Francisco de Garay, pobre, descontento, en casa ajena, en tierra de su adversario, pudiendo, si se hubiese contentado, morir rico, alegre, en su casa, al lado de sus hijos y mujer.
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Esta pintura de El Bosco probablemente formó parte de una serie dedicada a los Pecados Capitales, de la que también formaría parte la Nave de los Locos. Esta imagen se dedica al pecado de la Avaricia, y está adornada con todo tipo de elementos, tan del gusto de El Bosco. La escena se centra en la alcoba del moribundo, llena de demonios que esperan el alma del avaro. Su comportamiento en vida está simbolizado por el anciano, que echa monedas en un saco sostenido por un demonio. El saco está en un cofre bajo el que vemos más demonios escondidos. El avaro recibe la llegada de la Muerte, que porta unas flechas, una imagen común de las ilustraciones del Ars Moriendi, un libro muy conocido en la Edad Media. Ante la llegada de la muerte, el avaro extiende sus manos hacia un saco de monedas que otro demonio le roba, mientras que su ángel de la guarda implora por su alma al crucifijo que milagrosamente ha aparecido en la ventana. Sin embargo el moribundo no da señales de arrepentimiento y todo indica que los demonios conseguirán su propósito.
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Como en el caso del boceto de la Nave de los Locos, tenemos en esta ocasión un dibujo previo a una famosa obra al óleo de El Bosco, la Muerte del Avaro. Muy pocas cosas son las que cambian respecto de la obra definitiva, como son pequeñas variaciones en el gesto del moribundo, los objetos de caballería que se encuentran a la izquierda, o la ausencia del marco arquitectónico general en la escena.
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Es una escena de las más sobresalientes de todo el ciclo de la Basílica Superior de Asís en lo que respecta a la caracterización psicológica de los personajes y la expresión de sus sentimientos. El caballero de Celano, fiel devoto del santo de Asís, invitó a comer a San Francisco, que le prometió su salvación. Después de quedar tranquilo, sabedor del destino de su alma, el caballero murió, cuando los comensales se estaban sentando a la mesa. El estrépito de la muerte repentina del caballero hace que todos se levanten y asistan al muerto. Giotto dispone una composición con el motivo de la mesa puesta. Esta parte está recuadrada con las formas claras de la rica arquitectura de la casa del caballero. La horizontal que traza la mesa se va oscureciendo hacia la zona de la derecha, sirviendo de transición el tono claro de la capa de una mujer que se sorprende tras el suceso. En esta zona, todo es agitación y movimiento, expresiones abiertas de incredulidad y dolor, con el cuerpo del caballero de Celano tendido en el suelo. Mientras que un personaje ejemplifica la situación de los comensales volviéndose al santo, San Francisco, de pie y señalando con la mano, parece mucho más tranquilo y sosegado en sus actitudes que el resto. Evidentemente siente la muerte, pero sabe que el alma del difunto está a salvo.
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Muerte del Gobernador Don Juan de Villandrando Un sábado, a medio día, fue avisado como el navío del Provincial había tomado el dicho puerto de las Piedras, que es en la isla, cinco leguas del pueblo, y le dijeron que traía mucha gente de guerra con indios flecheros; y el cruel tirano, muy enojado y bravo, y blasfemando de Dios y de sus Santos, andaba muy orgulloso con sus soldados, apercibiéndolos para pelear con el fraile, pensando que traía mucha gente; y con este temor, por prendar más a sus soldados, que no se le osasen huir y se pasasen al fraile, diciendo: "de los enemigos los menos", mandó que bajasen a una cámara baja, que estaba en la dicha fortaleza, al Gobernador y a Manuel Rodríguez, alcalde, y a un Cosme de León, alguacil mayor, y a un Cáceres, regidor, y a otro Juan Rodríguez, criado del Gobernador, a todos en las prisiones en que estaban, y viéndolos el tirano tristes, por los consolar, les dijo que no tuviesen pena ni temor, que les prometía y daba su palabra que aunque el fraile trujese más soldados que cardones y árboles había en la Margarita, que no hay en ella otra cosa, y aunque todos sus soldados muriesen que ninguno dellos había de morir; que así lo tuviesen por cierto que él les aseguraba. Y con esto que les dijo estaban algo contentos y consolados; pero el dicho tirano tenía la condición conforme a su mala vida y obras, que jamás, o por gran maravilla, cumplió palabra que a nadie diese, y cuando aseguraba alguno, entonces lo quería matar o dañar, como esto se paresció este día; y a la noche, mandó que se fuesen a sus casas los vecinos de la isla y sus mujeres que tenía presas, porque no entendiesen lo que querían hacer; y después de todos idos, a gran rato de la noche, vino adonde estaba preso el Gobernador y todos los que arriba hemos dicho que estaban presos con él, un Francisco de Carrión, alguacil mayor del tirano, y con él otros soldados y negros con cordeles y garrotes; y fueron primero al Gobernador, y le dijeron que se encomendase a Dios, que había de morir; y él respondió que cómo era aquello, que el gobernador Lope de Aguirre les había acabado de dar su palabra que no los mataría; y el dicho Alguacil y soldados le dijeron que, no obstante aquello, habían de morir; y luego dieron garrote al Gobernador y tras dél a Manuel Fernández, alcalde, y a Cosme de León, alguacil mayor, y al Juan Rodríguez, y a la postre el Cáceres, regidor, que era un viejo manco y tullido; y muertos todos cinco, los cubrieron con una estera, porque nadie los viese; y a la media noche, llamando el tirano a sus soldados, y metiéndolos en la fortaleza con las velas encendidas, mandó descubrir la carnecería, y mostrándoles los muertos, les dijo: "Mirad, marañones, qué habéis hecho, que, allende de los males y daños pasados que en el río Marañón hicisteis matando a vuestro Gobernador Pedro de Orsúa, y a su teniente D. Juan de Vargas y a otros muchos, jurando y alzando por Príncipe a Don Fernando de Guzmán y firmándolo de vuestros nombres, habéis también muerto en esta isla al Gobernador della y a los Alcaldes y Justicias que, veislos, aquí están; por tanto, cada uno de vosotros mire por sí y pelee por su vida, que en ninguna parte del mundo podéis vivir seguros sino en mi compañía, habiendo cometido tantos delitos." Y luego mandó hacer dos hoyos en la misma cámara y allí los enterraron; y luego a aquella hora se partió el perverso tirano con ochenta soldados arcabuceros a la Punta de las Piedras a verse con el fraile, y quedó su maese de campo, Martín Pérez, en el pueblo en guarda de los presos; y el dicho Maese de campo comió aquel día en la fortaleza con trompetas y grande regocijo. Allegado el dicho tirano Lope de Aguirre con sus ochenta soldados a la Punta de las Piedras, halló que el navío del fraile venía ya a la vela la vía del pueblo; y luego, con toda brevedad, se volvió, y llegó al pueblo el mismo domingo, tarde: y su Maese de campo y los soldados que con él habían quedado le hicieron gran recibimiento, con salva de arcabucería; y luego que llegó, un Capitán suyo, llamado Cristóbal García, que era calafate, como se ha dicho, o por envidia o mala voluntad, y porque quizá fue verdad, dijo que su Maese de campo convocaba amigos para le matar y alzarle con la gente y navíos, e irse a Francia; y que él y los conjurados habían comido aquel día juntos en la fortaleza, con trompetas y gran fiesta; y trujo por testigo un muchacho, criado suyo, el cual dijo que había visto la junta y entendido el concierto, y que era como su amo lo había dicho. Luego, el cruel tirano se determinó de matar a su Maese de campo; y enviándolo a llamar a su posada, mandó a un su muy amigo y de su guardia llamado Chaves, que al entrar de la puerta le matase con un arcabuz; y venido el Maese de campo, sin sospecha de lo que le había de venir, estando descuidado, el dicho Chaves llegó por detrás y le dio un arcabuzazo, de que le hirió muy mal; y luego le acudieron otros amigos del tirano, que estaban avisados, con muchas cuchilladas y estocadas; y el dicho Maese de campo, como se sintió herido mal, andaba huyendo de una parte a otra de la fortaleza, pidiendo confesión, y llamando al General, y así lo acabaron de matar; y el dicho Chaves le degolló con una daga. Fue tan grande el ruido y alboroto que hubo cuando mataron al dicho Maese de campo dentro de la fortaleza, que las mujeres y vecinos de la isla que estaban presos en la misma fortaleza pensaron que a todos los querían matar, y en especial a las mujeres, que unas se metían debajo de las camas, otras detrás de las puertas y en los rincones; y una Marina de Trujillo, mujer de Hernando de Riveros, se arrojó por una ventana de la fortaleza a la calle, y dio gran golpe, pero del miedo no lo sintió, y se fue a esconder; y de las almenas de la fortaleza se arrojaron un Domingo López y otro Pedro de Angulo, vecinos de la isla, y sin hacerse mal, se huyeron al monte; y el tirano se asomó a una ventana de la fortaleza, y desde ella dijo a la gente que estaba en la plaza, alborotada, que no sabían qué ruido era el que había dentro en la fortaleza, y les dijo a todos como había muerto a Martín Pérez, su Maese de campo, porque lo quería matar, y los asosegó. A estas voces, estando el Maese de campo muerto y tendido en el suelo, y por muchas heridas que tenía en la cabeza se le parecían los sesos y le corría la sangre, y un Capitán de la munición, grande amigo del tirano, llamado Antón Llamoso, que había sido uno de los que dijeron al tirano que era en el concierto de matarle con el Maese de campo; y a aquella sazón le dijo el tirano: "Y vos, hijo, Antón Llamoso, también dicen que queríades matar a vuestro padre." El cual negó con grandes reniegos y juramentos; y pareciéndole que le satisfacía más, arremetió al cuerpo del dicho Maese de campo, delante de todos, y tendiéndose sobre él, le chupaba la sangre que por las heridas de la cabeza le salía, y a vueltas, le chupó parte de los sesos, diciendo: "a este traidor beberle he la sangre"; que causó grande admiración a todos. Quitó luego el tirano la capitanía de su guardia a un Nicolás de Çoçaya, porque también sospechó que era con el Maese de campo, y diola a otro, llamado Roberto de Çoçaya, barbero, muy su amigo. Mandó el tirano a todos los vecinos de la isla que tenía presos, que se fuesen a sus casas con sus mujeres, y que de ahí adelante viviesen seguros y sin miedo, que ya eran acabadas todas las muertes y crueldades, porque su Maese de campo, a quien él había ya muerto, las hacía y causaba todas; en lo cual mintió, porque el Maese de campo no hacía cosa ninguna sin su mandado, y aun se creyó que matara muchos más, y que el Maese de campo le estorbaba y rogaba mucho que no matase tantos. Pasado todo lo que se ha dicho, un martes, por la mañana, llegó el navío Provincial al pueblo, y surgió en el puerto, casi media legua desviado de la fortaleza; y el dicho tirano, como lo vido surto, puso su gente en orden, y con cinco falconetes de bronce y uno de hierro, que tomó en esta isla, salió por la playa adelante, pensando que querían saltar en tierra; y el dicho tirano y soldados de la tierra y los del fraile, desde unas piraguas en que habían entrado para hacer ademán de tomar tierra, se llamaban unos a otros de traidores, y se dijeron otras muchas afrentas de palabra, pero nunca saltaron en tierra, y así se estuvieron todo aquel día en el puerto con estandartes reales alzados en el navío, y visto por el tirano que no saltaban en tierra, se volvió con su gente a la fortaleza, y de allí escribió una carta al dicho Provincial, que dijo desta manera:
contexto
Muerte del Gobernador Pedro de Orsúa Agora trataremos de cómo se comenzó a urdir la muerte al Gobernador, que es de esta suerte. Partió el Gobernador deste pueblo de Machifaro, bien sin cuidado de lo que se ha dicho, pasada la Pascua de Navidad, y fue aquel día a otro pueblo desta provincia, adonde determinó enviar a un Sancho Pizarro con cierta gente a descubrir un camino que allí hallamos, que parescía ir a la tierra adentro y allí esperó al dicho Sancho Pizarro. Estaba este pueblo alzado sin gente por temor de nosotros, y en lo que aquí nos detuvimos acabaron los conjurados de concertar esta maldad, y la efectuaron en la noche de año nuevo, día de la Circuncisión del Señor, y primero del año de mil y quinientos y sesenta y uno, a dos o tres horas de la noche juntándose con el dicho D. Fernando hasta doce destos traidores, dejando prevenidos otros, sus amigos y secuaces, que en oyendo su voz y apellido acudiesen con sus armas: y fueron al aposento del Gobernador, adonde le hallaron hablando con su amigo, que se decía Pedrarias de Almesto, echados en sus camas cerca el uno del otro, porque se fiaba mucho dél y siempre había sido su allegado y privado, y entraron los dichos traidores; y como vido el Gobernador que venía gente, volvió hacia ellos, que estaba en una hamaca, y les dijo: "¡qué es esto, caballeros, a tal hora por acá!" Y respondiendo uno que se decía Juan Alonso de la Bandera, dixo: "agora lo veréis", y le dio con una espada a dos manos por los pechos, que lo pasó de una parte a otra, y luego segundó D. Fernando y los demás que con él iban; y como vido el Pedrarias, que con él estaba, que lo mataban, comenzó a dar voces: "¡qué traición es ésta, caballeros!" y echó mano a su espada para defender al Gobernador, y anduvo un rato, hasta que le amenazaron que diese las armas y no le matarían, y el Pedrarias viendo ser por demás, les dio las armas, y al Gobernador le dieron muchas estocadas y cuchilladas hasta que lo mataron; y llevando rendido con ellos al dicho Pedrarias de Almesto, se les huyó por el temor que tuvo que lo matarían por haber sido amigo de Pedro de Orsúa; y ansí ellos quedaron dando grandes voces diciendo: "viva el Rey, que nuestro es el tirano", y esto duró un buen rato, todo a fin que la gente de todo el campo acudiese a la voz de "viva el Rey", para que después de todos juntos supiesen y entendiesen su gran traición, la cual hasta allí la encubrían con la voz del Rey, y la gente fue toda junta, o casi toda: luego fueron parte de los del motín a matar a D. Fernando de Vargas, su Teniente del Gobernador, al cual toparon en el camino saliendo de su bohío, que venía al ruido, armado con un escampil y su vara en la mano, a saber qué cosa era aquélla; y llegando que fue a ellos diciéndole palabras feas le quitaron la vara y le mandaron desarmar, y estándolo desarmando un Juan de Vargas, canario, que era compañero de los tiranos, habiéndole quitado la una manga del escampil, y estándole quitando la otra, llegó por detrás un Martín Pérez, compañero destos en la traición, y le dio una estocada al dicho D. Juan de Vargas que le pasó todo el cuerpo, y con la sobra de la espada que pasó de la otra parte, hirió malamente a Juan de Vargas, canario, que estaba pegado con él desarmándole, de manera que de un golpe aínas los matara ambos; y luego tuvieron por apellido libertad; y como venía gente a ver lo que era, los traidores hacían poner la gente en escuadrón con grandes amenazas; y luego se publicó la muerte del Gobernador y su Teniente sin que ninguno supiese quién ni cuántos habían sido en matar el dicho Gobernador, antes cada uno pensaba en sí y creía que la mayor parte del campo había sido en ello; y cuando se vino a entender, ya los traidores tenían muchos amigos y allegados de su bando, y deseosos como ellos de revueltas y motines y de volver al Pirú luego. Parte destos traidores fueron luego por las plazas, casas y aposentos del campo, y hacían venir por fuerza a toda la gente del escuadrón, donde juntaron todo el campo y desarmaron y quisieron matar a algunos amigos y parientes y paniaguados del Gobernador, y luego, con palabras de seguro, salió el dicho Pedrarias de Almesto y le trajeron a D. Fernando, y no consintió que lo matasen, antes mandó que le tuviesen respeto, porque habiendo sido amigo del Gobernador había hecho bien en ayudarle, y que otro tanto querían ellos que hiciesen sus amigos por ellos cuanto se ofreciese; pero que se anduviese sin armas hasta que fuese tiempo de volvérselas; y luego aquella noche llamaron General a D. Fernando, y a Lope de Aguirre Maese de campo, y no consintieron que la gente del escuadrón hablase quedo, sino a voces, y así lo mandaron, y quisieron matar algunos porque hablaban al oído: y luego sacaron cierto vino que el Gobernador traía para misas y para necesidades, y entre ellos y la gente del campo que estaba en el escuadrón se lo bebieron aquella noche. Ciertos negros, que eran del Gobernador, por mandado de Doña Inés, hicieron un hoyo grande y enterraron al Gobernador y su Teniente D. Juan de Vargas, juntos, y los traidores se estuvieron hasta la mañana en escuadrón. Antes de la muerte del Gobernador acaecieron algunas cosas dignas de saber, y fue que, cinco días antes que lo matasen, un Comendador de Sant Juan, llamado Juan Núñez de Guevara, muy amigo del Gobernador, hombre de bien, viejo, persona de crédito, que venía por soldado del campo, viniendo una noche, ya tarde, paseándose a la puerta de un bohío donde él posaba, por causa del calor grande que hacía (estaba este bohío el más cercano que ninguno otro de donde posaba el Gobernador, que era en el pueblo de las Tortugas), vio pasar por detrás del bohío del dicho Gobernador un bulto como de persona, que dijo en una voz no muy alta: "¡Pedro de Orsúa, Gobernador del Dorado y Omagua, Dios te perdone!" Y el dicho Comendador fue a gran priesa a conoscer quién había dicho aquello, y dijo que delante de los ojos se le deshizo el bulto y no vio nadie. Y luego, otro día, comunicolo con algunos amigos suyos, y hechos sobre ello algunos juicios, concluyeron que el Gobernador a la sazón estaba malo y que podría morir de aquella enfermedad, y no se lo osaron decir, porque no tomase alguna imaginación desto. Oso escribir esto, porque tuve al dicho Comendador por hombre de bien, y que en esto diría la verdad. Lo otro fue, que un negro llamado Juan, que era primero esclavo de Juan Alonso de la Bandera, uno de los que fueron a matar al Gobernador, y aún el más principal, como he dicho atrás, este su negro entendió el día que le mataron el trato que su amo y los demás con él traían para lo matar, y aquella tarde, casi noche, un poco antes que vinieran a efectuar su traición, fue a avisar al Gobernador de ello, y halló a Pedro de Orsúa que estaba con Doña Inés, y no le pudo hablar; y porque su amo no entendiese en lo que andaba, se volvió luego y dejó dado aviso a otro negro que era del Gobernador, llamado Hernando, para que se lo dijese, el cual se descuidó, o se le olvidó y no se lo dijo, o no quiso decírselo; y desde a pocos días, después de muerto el Gobernador, lo supieron los tiranos, y los mismos negros se lo descubrieron y quisieron matar al dicho negro, Juan primero, y porque trabajaba en la obra de los bergantines que hicieron no lo mataron, y diéronle más de quinientos azotes, amarrado a un palo en una plaza, delante de todo el campo, manifestando a todos la causa por que le azotaban. Acaeció mucho antes desto otra cosa, de la cual yo, como testigo de vista, hago afirmación, y fue que, antes que el Gobernador se echase el río abajo, estando en los Motilones, un caballero principal del Pirú, llamado Pedro de Añasco, y que había sido muchas veces capitán del Rey, y éste, como hombre de experiencia, conociendo los ánimos levantados de algunos soldados del campo de dicho gobernador Pedro de Orsúa, que era muy grande amigo suyo, le escribió una carta, la cual yo vi, diciéndole en ella que por diez hombres menos no había de dejar de hacer su jornada; que le rogaba ahincadamente que no metiese consigo a ciertos soldados de los que allá tenía, que los echase luego fuera, que le parescían bulliciosos y desasosegados, y que no convenía que los llevase. Y asimismo en este tiempo vinieron cartas del Virey, marqués de Cañete, con seis provisiones, firmadas de su nombre y refrendadas de su Secretario, para que en ellas pusiese el nombre del que quisiese echar fuera, y traían en blanco, para poder señalar el Gobernador el que él quisiese. Decían los mandamientos que, visto aquello, saliesen a verse con el Virey, por cuanto tenían cosas que tratar con ellos, y muy convenientes al servicio de Su Majestad, y esto era a fin de que aquellos a quienes el Gobernador señalase, no se escandalizasen o alborotasen, y porque no tomasen sospecha que eran tenidos por hombres de mal vivir. Y el Gobernador, como hombre que no tenía experiencia de los negocios y condiciones de la gente del Pirú, y sus muy dañadas voluntades que siempre estos que le mataron habían tenido, siendo ya dado aviso de sus ruines mañas, no quiso el buen Gobernador hacerles mal, antes les hizo mostrar las provisiones que le eran enviadas, y los nombres en blanco dellas, puestos todos ellos para echarles cargo de que les quería bien y que lo tuviesen por amigo de todos; que, como testigo de vista y que fui yo a mostrárselas a todos y decirles la merced que el Gobernador les hacía, puedo tratar desto, aunque siempre fui de diferente opinión en esto que quedasen, sino que los hiciese volver al Pirú, porque decía yo que quien hacía una traición haría trescientas; pero el Gobernador respondía que antes sería al revés, y que, por enmendar lo pasado, servirían bien en la guerra y procurarían de acreditarse; y al fin, a ruego de sus amigos, hobo de echar fuera a un Don Martín de Guzmán, no porque este caballero hubiese hecho nada contra el servicio de Su Majestad, mas por parescerle que tenía valor para tener amigos, y que éstos lo podrían pegar parte de sus mañas y hacerle torcer de lo fuese razón, como he mostrado del Don Fernando de Guzmán, que en tal paró; y el buen Gobernador murió confiado de su mucha bondad, y por no creer a sus amigos, porque luego respondía que él no hacía mal a ningún soldado, ni les decía palabras de afrenta como otros capitanes; y que si andaban descontentos y decían mal dél, no era por la ocasión que él les daba, sino por el trabajo que con la guerra traían; y esto respondía a los que en esto le trataban, diciéndole que se guardase, que andaban desvergonzados, porque, en efecto, hubo un su muy amigo, y que siempre mostró con obras serlo, que se decía Pedrarias, que mirase por sí, porque si no cortaba cuatro cabezas, no ternía su campo seguro, y su vida y las de sus amigos perdidas; y que cada día había más desvergüenzas en su campo; y a esto respondió, estando en cierta consulta con un clérigo y otros dos viejos, de quien él se fiaba, que él miraría aquello y daría la orden que mejor le pareciese; y mediante esta respuesta, se fueron todos a sus posadas, y él nunca puso remedio en ello, y estos traidores efectuaron su maldito deseo, porque si el buen Gobernador hiciera cualquiera cosa destas que habemos tratado, oso afirmar que hoy día no fuera muerto, o, a la menos, de la manera que murió; y la tierra, si alguna hay, fuera descubierta, y sus amigos y servidores de Su Majestad, que allí íbamos, no hubiéramos padescido tantos trabajos y riesgos de nuestras vidas, y se excusaran todos los daños sucedidos: mas el buen Gobernador, con su buen ánimo y sana condición, nunca pensó que pudiera subceder cosa de las dichas, porque de creer es que si lo imaginara pusiera remedio en ello, como cristiano y servidor de Su Majestad que siempre fue. Al principio desta relación se dijo cómo el gobernador Pedro de Orsúa era caballero, y del reino de Navarra; agora trataremos aquí algo de su persona, condición y costumbre. Era Pedro de Orsúa mancebo de hasta treinta y cinco años, de mediana disposición, y algo delicado, de miembros bien proporcionados para el tamaño de su persona. Tenía la cara hermosa y alegre, la barba caheña y bien puesta y poblada. Era gentil hombre y de buena práctica y conversación, y mostrábase muy afable y compañero con sus soldados. Preciábase de andar muy polido, y ansí lo era en todas sus cosas. Parescía que tenía gracia especial en sus palabras, porque a todos los más que comunicaba atraía a su querer y voluntad; trataba a sus soldados bien y con mucha crianza. Fue más misericordioso que riguroso. Era extremado en aventajarse de entender en la gineta y la brida, porque siempre lo mostró ser muy galán caballero, porque muchos que lo entendían le reconocían ventaja en esto. Sobre todo sirvió bien a Su Majestad, bien y fielmente, sin que en él se hallase cosa en contrario, ni aun en el pensamiento, según lo que en él se conosció. Mientras tuvo estas condiciones arriba dichas, fue siempre bien quisto y amado de todos; pero como dicen que pocos de los mortales viven sin falta, entre estas virtudes tuvo algunos vicios y resabios, aunque se creyó que Doña Inés, su amiga, le hizo tomar los más dellos; aunque muchos que le habíamos más entendido su condición, no podíamos creer sino que su enfermedad era causa de haberse mudado, sino que, como sean tantos los que iban, y cada uno de diferente condición y opinión, unos decían tener la culpa Doña Inés. Hágalo una cosa u otra, parescía en alguna manera codicioso, aunque cuando era menester, era largo en dar y más en prometer. Si tenía necesidad de alguno, hacíale grandes ofertas y promesas, y desde que le tenía donde no se podía desasir y hecho todo lo que pretendía, no cumplía todo lo que prometía, aunque este vicio es común a los capitanes por la mayor parte de Indias; y si vía alguna cosa o presea buena a algún soldado de los suyos, luego se lo cudiciaba y trataba ferias, y procuraba haberla en su poder. Fue en alguna manera ingrato a sus amigos, y a los que le habían servido o hecho por él. Usaba poco la caridad con los enfermos y necesitados; pocas veces los visitaba. Guardaba los enojos y rencores por mucho tiempo, y habíase hecho remiso y descuidado en la buena gobernación y disciplina de su campo y armada, y mal acondicionado y desabrido, tanto, que los que primero le conocíamos, decíamos unos con otros que no era posible que fuese Pedro de Orsúa, o que estuviese en su libre juicio. Finalmente, era muy enamorado y dado a mujeres, aunque honesto en no tratar en ellas ni loarse de lo que en semejantes negocios acaesce a muchos. Vivió solo tres meses y tres días desde que se embarcó en el astillero hasta que le mataron. Embarcose a los veinte y seis de septiembre de mil y quinientos y sesenta y un años. Los que aquella noche se hallaron en matar a Pedro de Orsúa, Gobernador, y a su teniente Don Juan de Vargas, según lo que yo vide por vista de ojos, porque me hallé con el Gobernador, y es muy cierto, porque demás desto, ellos después se loaban dello, son los siguientes: Don Fernando de Guzmán, Juan Alonso de la Bandera, Lorenzo de Calduendo, Alonso de Montoya, Miguel Serrano de Cáceres, Pedro de Miranda, mulato, Pero Hernández, Martín Pérez, Diego de Torres, Cristóbal Fernández, Alonso de Villena, Juan de Vargas, canario, y el cruel tirano Lope de Aguirre cabeza y inventor de maldades. Pasada aquella noche, otro día, por la mañana, entraron en consulta todos los matadores del Gobernador, con otros muchos que se habían ya convidado y hecho sus amigos y aliados, y hicieron más capitanes y oficiales de guerra que soldados había en el campo. Don Fernando de Guzmán, que era ya nombrado General, y Lope de Aguirre, maese de campo; Juan de la Bandera, capitán de la guarda; Lorenzo de Calduendo y Cristóbal Fernández y Miguel Serrano, capitanes de infantería; Alonso de Montoya, capitán de a caballo, y Alonso de Villena, alférez general, y a Pedro de Miranda, mulato, alguacil mayor, y a Pedro Fernández, pagador mayor. Todos éstos fueron los que aquella noche mataron a su buen Gobernador; y destos, dejaron sin cargos, por entonces, a Martín Pérez y a Juan de Vargas, canario. Fuera destos, hobo otros que, aunque no se hallaron en la muerte del Gobernador, se confederaron con los matadores y tomaron cargos y oficios en campo, que fueron Sebastián Gómez, piloto portugués, capitán de la mar, y el comendador Juan de Guevara, y Pedro Alonso Galeas, capitán de infantería; Alonso Enríquez Orellana, capitán de munición; Miguel Bonedo almirante de la mar. Hicieron a un Diego Valcázar Justicia mayor del campo, el cual, al tiempo que le dieron la vara, dijo que la tomaba en nombre del Rey Don Felipe, nuestro señor; aunque esto que dijo supo mal a los tiranos, y él mostró haberse arrepentido de haberlo dicho por el temor de que le hicieran pedazos; mas los tiranos por entonces disimularon con él; porque aún no estaba declarado entre ellos contra el real servicio, antes les parescía que buscarían la tierra y que harían servicio a Su Majestad y serían perdonados, como más largo trataré luego. Y desde a dos días, vino Sancho Pizarro, que es el que el gobernador Pedro de Orsúa había enviado a descubrir un camino, como se ha dicho, el cual, ni ninguno de los que con él fueron, supieron cosa de las pasadas hasta que volvieron al campo, que los dichos tiranos tuvieron puestas guardas pública y secretamente para que ninguno pudiese darles aviso de lo sucedido; y llegado el dicho Sancho Pizarro, lo hicieron los tiranos Sargento mayor, el cual había hallado en unas montañas unos dos pueblezuelos la tierra adentro. En esta junta, la mayor parte de los oficiales y capitanes del campo, ansí de los matadores del Gobernador como de los demás aliados, fueron de acuerdo y parescer que se debía buscar la tierra y noticia que Pedro de Orsúa traía, y que la debían buscar y poblar, y que por este servicio Su Majestad perdonaría los matadores del buen Pedro de Orsúa, y que para eso debían hacer una información con los más principales del campo, de como Pedro de Orsúa iba remiso y descuidado en buscar la tierra, y que no la pretendía buscar ni poblar, y otras mentiras y maldades; y que conforme a esto, todos los del campo diesen su parecer, firmado de todos, y que esto se guardaría para su descargo cuando fuese tiempo; y el tirano Lope de Aguirre y otros de su opinión, callaron por entonces, y no dieron parescer en ello; y los que más esto procuraban eran D. Fernando de Guzmán, y Alonso de Montoya y Juan Alonso de la Bandera. Fecha y puesta dicha información como ellos la quisieron pintar, para la autorizar con las firmas y paresceres de todo el campo, firmó primero D. Fernando de Guzmán, general, y el segundo, Lope de Aguirre, maese de campo, el cual puso en su firma: Lope de Aguirre, traidor; y mostrándolo a los otros dijo: "¿qué locura y necedad era aquella de todos que, habiendo muerto un Gobernador del Rey, y que llevaba sus poderes y representaba su persona, pensaban por aquella vía quitarse de culpa?, que todos habían sido traidores, y que, dado el caso que hallasen la tierra, y que fuese mejor que el Pirú, que el primer bachiller que allá viniese les cortaría las cabezas a todos: que no pensasen tal, sino que todos vendiesen sus vidas antes que se las quitasen: que buena tierra era el Pirú, y buena jornada; y que allá tenían muchos amigos que les ayudarían, y que esto era lo que a todos convenía". A lo cual replicó un Villena, alférez general, uno de los que fueron en matar al Gobernador, diciendo que Lope de Aguirre decía bien y la verdad, y que no convenía otra cosa; y que quien al General, su señor, aquello le aconsejaba, no era su amigo ni servidor. A lo cual respondió Juan Alonso de la Bandera, y dijo: "que matar al general Pedro de Orsúa no había sido traición, sino servicio del Rey, porque no quería ni pretendía buscar la tierra, trayendo tanta y tan buena gente, y habiendo gastado Su Majestad tantos dineros de su caja; y que quien a él le dijese traidor, que mentía, y que él se lo haría bueno y se mataría con él". Y los de la opinión de Lope de Aguirre quisieron responder a esto, pero su General y otros capitanes se pusieron de por medio y los apaciguaron. El Juan Alonso tornó a decir que hiciesen lo que quisiesen, que no pensasen que lo decía de miedo, que tan buen pescuezo tenía como todos; y así cesó por entonces esta información, y los demás del campo se inclinaban al Pirú. Desde a cinco o seis días que fue muerto el Gobernador, partieron los tiranos de aquel pueblo donde le mataron, y así se quedó la otra chata, y nos quedó solamente la que traíamos los caballos; y aquel día llegaron a otro pueblo despoblado de gente, y tenían solos los bohíos sin nada; y aquella noche, los que eran de opinión de volver al Pirú, barrenaron y quebraron la chata de los caballos, y se anegó; y así por esto como porque había buen aparejo de madera para hacer ciertos navíos, en que determinaron de ir al Pirú, pararon allí, donde se detuvieron casi tres meses en hacer dos bergantines. Andaban en la obra cuatro oficiales españoles carpinteros y aserradores, y todos los más españoles del campo ayudaban a la obra, cada día tantos. Había muchas azuelas y sierras, y otras muchas herramientas que el Gobernador traía para cuando fuesen necesarias para hacer navíos; y había alguna brea y clavazón, aunque poca. En este tiempo pasamos gran hambre, porque no hallamos en este asiento más de la yuca brava de las sementeras, y para se poder comer, se había de hacer cacaui, y para lo hacer, había muy poco servicio, que casi todo se nos había muerto, y las sementeras estaban lejos; íbase por la yuca en canoas, y atravesábase el río por allí, que tiene una legua de ancho, en que se trabajaba mucho: en pesquerías no se podía tomar ningún pescado, y nuestro principal mantenimiento fueron frutas del monte, que allí hallamos, como eran hobos y carmitos, y chatos y guanabanas, y otras frutas de diversos géneros. Comiéronse aquí los caballos y todos los perros del campo, y algunos comieron gallinazas. Desde a pocos días que allegamos a este pueblo, todos los tiranos se concertaron ir al Pirú a le tiranizar, si pudiesen. Aquí mató el cruel tirano Lope de Aguirre a García de Arce, porque había sido amigo del gobernador Pedro de Orsúa, y quiso matar a Diego de Valcázar, que digimos que habían hecho Justicia mayor los tiranos después de muerto el gobernador Pedro de Orsúa, y que dijo que tomaba la vara en nombre del rey D. Felipe, nuestro señor, al cual le habían ya quitado el cargo; y llevándolo a matar el maestre de campo Lope de Aguirre y otros, a media noche, desnudo en camisa, que le sacaron de la cama en que estaba acostado, él se huyó; y porque tuvo por cierto que le querían matar, echó a huir y se les soltó, e iba dando voces diciendo "¡viva el Rey, caballeros!" para turbar y tener a los que iban tras él; y, por huir desta muerte, se despeñó de una barranca muy alta, y bien descalabrado y herido se escondió en un monte; y otro día D. Fernando le envió a buscar y le aseguró la vida sobre su palabra, y así volvió al campo y se escapó por entonces. Mataron aquí en este pueblo a Pedro de Miranda, mulato, alguacil mayor, y a Pedro Hernández, su pagador mayor, que había sido con ellos en la muerte del gobernador Pedro de Orsúa, porque dijeron en el campo que pretendía matar a su general D. Fernando y ciertos capitanes, no sé a qué efecto; y lo que desto se cree es que comenzaba ya a venir el castigo del cielo sobre los matadores de Pedro de Orsúa, que poco a poco se ejecutó en ellos, hasta que no quedó ninguno; porque lo que destos dos se dijo fue mentira. Y luego proveyeron otros dos en los dichos oficios de alguacil mayor a Juan López Cerrato, y el de pagador a Juan López de Ayala. En este pueblo hizo don Fernando su teniente general a Juan Alonso de la Bandera, el cual, con Lope de Aguirre, maese de campo, se encontraban en los mandos, y lo que el uno mandaba quería el otro estorbar, y había competencias entre los dos, y aun entre los más de los soldados del campo, sobre cuál de los cargos era más preeminente, de que se causó gran enemistad entre los dos, y bandos, y prevaleció y pudo más por entonces Juan Alonso de la Bandera; y así, su general D. Fernando quitó el cargo de Maestre de campo a Lope de Aguirre, y lo dio luego a Juan Alonso, junto con el de Teniente general que de antes tenía, y dieron la Capitanía de la guardia a Lorenzo de Calduendo, y a Lope de Aguirre hicieron Capitán de a caballo. Muchos amigos de D. Fernando y oficiales de su campo eran de parescer que matasen a Lope de Aguirre, pues que le habían quitado el cargo, porque era mal hombre, bullicioso y tenía muchos amigos; pero D. Fernando no lo consintió, antes, por asegurar y contentar al dicho Lope de Aguirre, que andaba alborotado y se quejaba que le habían quitado el cargo, le prometió que no entraría en Pirú sin que primero le volviese el cargo de Maestre de campo, y, que llegados, le prometía que casaría una hija mestiza que Lope de Aguirre tenía allí consigo con un su hermano que se llamaba D. Martín de Guzmán, que estaba en Pirú. A la moza puso luego Don, y le dio una ropa de seda muy rica, que era del Gobernador, y otras joyas, y la comenzó a tratar como cuñada. Pasadas estas cosas que habemos dicho, cada día crecía más la enemistad entre Lope de Aguirre y Juan Alonso de la Bandera; y el Lope de Aguirre vivía muy temeroso y recatado, porque no le matase, y siempre armado secretamente él y todos sus amigos, y el Juan Alonso lo quiso matar algunas veces, según se dijo, y no osó, porque siempre le hallaba a recaudo y bien acompañado. Y en este tiempo creció mucho la soberbia de Juan Alonso de la Bandera, de manera que se dijo por cosa cierta que, no contento con ser Teniente general y Maestre de campo, y la segunda persona, quiso ser primera y matar a su general Don Fernando y serlo él, y hacer a un Cristóbal Hernández, muy amigo suyo, Maestre de campo. Que ello fuese ansí o no, ello se dijo, y Lope de Aguirre se lo dijeron y hicieron creer a D. Fernando; y el que más en esto insistió fue Lorenzo de Calduendo, Capitán de la guardia, que estaba mal con el dicho Juan Alonso, y competían los dos en amores de la Doña Inés, que había sido amiga del Gobernador, y entre todos ellos se determinó que habrían de matar a Juan Alonso y Cristóbal Hernández; y un día que el Juan Alonso estaba en casa de D. Fernando, su General, jugando a los naipes, y Cristóbal Hernández con él, el cual juego había ordenado D. Fernando a efecto que se descuidasen allí y los matasen, como lo hicieron: que en este tiempo siendo avisado entre él y Lope de Aguirre, con ciertos amigos suyos armados, y con arcabuces, y el Don Fernando, tenía también apercibidos otros que estaban allí dentro, y ellos y Lope de Aguirre y sus amigos los mataron a estocadas y lanzadas y arcabuzazos; y luego quedó Lope de Aguirre por maestre de campo, como lo era, y D. Fernando hizo Capitán de infantería, en lugar de Cristóbal Hernández, que antes lo era, un Gonzalo Guiral, muy su amigo y de su tierra. Con todas estas revueltas, siempre se entendía con gran priesa en la obra de los bergantines. En este asiento mataron los indios a Sebastián Gómez, capitán de la mar, y a un Molina, y a otro Villareal, y a otro Pedro Díaz, y a un Mendoza, y a otro Antón Rodríguez, andando fuera de campo a buscar de comer y a pescar, porque los dichos tiranos dieron la causa que, estando los indios de aquella provincia de Machifaro ansí de paz, y que venían a rescatar con nosotros, los tiranos, por servirse dellos, los engañaron y hicieron con maña y halagos meter en unos bohíos más de cincuenta dellos en achaque de los querer ver D. Fernando; y, estando dentro, los mataron todos y los cercaron y echaron en prisiones; los cuales, desde a cuatro o cinco días, eran todos huidos que no quedó casi ninguno dellos, y con esto se alzaron y mataron los dichos seis soldados; y no sólo se siguió este daño, sino otros muchos, que no volvieron más a rescatar con nosotros, y padescíamos todos necesidad de comida, que ellos primero nos la traían a trueque de bien poco rescate, y de noche nos hurtaban las canoas, y no osábamos salir del campo sino muchos juntos a buscar comida, y primero salían cuatro o cinco solos. También se dijo, y tuvo por cierto, que Lope de Aguirre, pareciéndole que la gente se podía huir algunos en las canoas, que teníamos muchas y muy buenas, y que siendo así no podría haber efecto su dañada intención, él mismo, de noche, encubiertamente, desataba las canoas y las echaba el río abajo, y publicaba que los indios las hurtaban; y que lo hiciese él o los indios, en pocos días, de más de ciento y cincuenta canoas que teníamos, no nos quedaron veinte, las más ruines. En este tiempo, por consejo del tirano Lope de Aguirre, quiso D. Fernando de Guzmán que todo el campo le tuviese por General, y para esto, teniendo prevenidos sus amigos y aliados, mandó juntar toda la gente del campo en una plaza, junto a su posada, y estando junta la gente, y el tirano Lope de Aguirre con sus amigos y los de D. Fernando armados, el don Fernando de Guzmán les hizo un razonamiento de la forma siguiente: "Señores: muchos días ha que he deseado tratar con vuestras mercedes lo que agora quiero hacer, y es, que yo tengo este cargo de General, como vuestras mercedes saben, y no sé si contra la voluntad de algunos, para lo cual, y para que entre nosotros haya más conformidad, yo, desde agora, dejo el cargo y me desisto dél, y lo mismo harán estos señores oficiales para que vuestras mercedes libremente lo den a quien mejor les paresciere, que sea en provecho y conformidad de todos." Y dicho esto, hincó en el suelo una partesana que tenía en la mano, en señal que se desistía del cargo, y lo mismo hicieron sus oficiales. Luego, los amigos del dicho D. Fernando, primero, y tras ellos la mayor parte del campo, dijeron que querían por su General a D. Fernando de Guzmán, y el D. Fernando lo aceptó y dio por ello las gracias, y les dijo que cada uno dijese su parecer, y sin ningún temor; que el que quisiese seguir la guerra del Pirú, en que él y sus compañeros estaban determinados, había de firmar y jurar de la seguir, y obedecer a su General y capitanes en lo que se les mandase; y que si fuesen tantos que pudiesen y quisiesen buscar la tierra y poblarla, que él los dejaría con un caudillo que ellos escogiesen, y que si fuesen pocos, que él los sacaría a la primera tierra en paz, donde se podrían quedar, que él los aseguraba a todos, bajo su fe y palabra, que no recibirían daño por lo que dijeren. Todos los del campo, y algunos, a más no poder, por temor que tenían que no los matasen, firmaron y juraron la guerra del Pirú, salvo algunos que, disimuladamente, se quedaron sin firmar, que estos fueron pocos criados y muchos inútiles y# Otro día después se juntaron en casa de D. Fernando, su General, el Maestre de campo, y los Capitanes y Oficiales de la guerra, y habiendo dicho misa un clérigo que se llamaba Alonso de Enao, en presencia de todos, acabada la misa, el dicho clérigo les tomó a todos estos Oficiales juramento muy solemne sobre una ara consagrada y un libro de los Evangelios, en que pusieron sus manos, y juraron que unos a otros ayudarían y favorescerían y serían unánimes y conformes en la guerra del Pirú que tenían entre manos, y que entre ellos no habría revueltas y rencores, y que no irían unos contra otros, a pena que el que esto no hiciese y lo quebrantase, no pudiese ser absuelto sin ir a Roma; y esto se hizo por las revueltas pasadas que habían habido entre Juan Alonso de la Bandera y otros de su banda con Lope de Aguirre y sus amigos, paresciéndoles que con esto se evitarían semejante motines. Y juró primero D. Fernando de Guzmán, su General, y luego Lope de Aguirre, su Maestre de campo, y tras ellos todos los demás capitanes, alféreces, sargentos, oficiales del campo, el cual dicho juramento, no sólo no se cumplió, pero como si hobieran jurado al contrario paresció que lo hicieron, porque siempre hobo entre ellos cuestiones, revueltas, rencores, discordia y enemistades, más que hasta allí había habido. En este mismo asiento, desde pocos días, el tirano Lope de Aguirre, maese de campo, hizo juntar un día toda la gente delante de la puerta de D. Fernando, su General, y, según dijeron algunos, sin comunicarlo con él, ni él ser sabidor dello; y según otros quisieron decir, que, inducido por un Gonzalo Duarte, que era su mayordomo, y por Lorenzo de Calduendo, capitán de su guardia, dio a ello consentimiento; y junta la gente toda del campo, Lope de Aguirre les hizo el razonamiento siguiente: "Señores: ya vuestras mercedes saben y vieron cómo el otro día, por general consentimiento, hicimos a D. Fernando de Guzmán, General y lo firmamos de nuestros nombres, y que algunos que no quisieron firmar ni ser deste parescer, les hemos hecho y sabemos el tratamiento que a nuestros hermanos, y partimos con ellos las capas; y si algunos de vuestras mercedes, de los que el otro día firmaron, se han arrepentido, díganlo sin temor ninguno, que lo mismo haremos con ellos." Y todos los que allí estaban dijeron que querían lo comenzado seguir, que les era forzoso por muchas causas no decir otra cosa; y tras esto dijo: "que para que la guerra llevase mejor fundamento y más autoridad, convenía que hiciesen y tuviesen por su Príncipe a D. Fernando de Guzmán desde entonces, para le coronar por Rey en llegando al Pirú, y que para hacer esto era menester que se desnaturasen de los reinos de España, y negasen el vasallaje que debían al rey D. Felipe, y que él desde allí decía que no le conoscía ni le había visto, ni quería ni le tenía por Rey, y que elegía y tenía por su Príncipe y Rey natural a D. Fernando de Guzmán, y como a tal le iba a besar la mano, y que todos le siguiesen y hiciesen lo mismo". Y luego se fue hacia una casa, que estaba en ella D. Fernando, y todos tras él, y primero Lope de Aguirre, y luego todos los demás, le pidieron la mano, y le llamaron Excelencia, y él abrazaba a todos y no daba a nadie la mano. Mostró placer y holgose con el nuevo nombre y dictado. Luego puso casa de Príncipe, con muchos oficiales y gentiles hombres; comió desde entonces solo, y servíase con ceremonias. Cobró alguna gravedad con el nuevo nombre; dio nuevas conductas a sus capitanes, señalando salarios de a diez y de a veinte mil pesos en su caja y haciendas, y sus cartas comenzaban desta manera: "D. Fernando de Guzmán, por la gracia de Dios, Príncipe de Tierra Firme y Pirú, y Gobernador de Chile." Y cuando decían esto, su Secretario el primero, y los más del campo, en nombrando Don Fernando de Guzmán, con todo acatamiento se quitaban la gorra, como si nombraran al rey D. Felipe, nuestro señor, y tocaban trompetas y atabales cada vez que se comenzaba a leer alguna conducta de las que daba. Antes de la partida deste pueblo hizo su Sargento mayor a un Martín Pérez, que digimos que había sido con él y los demás en la muerte del Pedro de Orsúa, aquel que dio la estocada a D. Juan de Vargas, como se ha dicho, el cual era gran amigo y compañero de Lope de Aguirre, maese de campo; y a Sancho Pizarro, que antes lo era, hizo capitán de a caballo. Hasta este pueblo de los Bergantines vinieron muy bien algunas balsas que habíamos sacado del astillero, aunque venían mal hechas, que no tenían más facción que unas barcas cuadradas y de palos verdes, y pudieron ir hasta la mar más seguras que los bergantines y barcos; y, cierto, siendo ellas bien hechas y de buena madera, gruesa y seca, las tengo por mejores navíos que otros para el río, y más sin riesgo, salvo que el tomar el puerto con ellas es algún trabajo; pero llevando ellas su facción, como digo, no sería tanto trabajo. A cabo de tres meses que habían estado en este pueblo de los Bergantines, en el cual pasaron todas las cosas que habemos dicho, se acabaron dos navíos rasos, sin cubiertas ni obras muertas, grandes y hermosos, porque, según decían, en cada vaso podían armar navío de trescientos toneles, y partieron de allí con propósito de ir a tiranizar el Pirú; y el orden que ellos decían habían de tener, era procurar salir a la mar con gran brevedad y, por la necesidad que llevaban de bastimentos, tomar tierra en la isla Margarita, y en tres o cuatro días tomar la comida y agua necesaria, y partir para Nombre de Dios, y tomar puerto en un río que llaman del Saquees, muy cercano al Nombre de Dios, y de allí, de noche, ir por tierra al pueblo, y antes que los sintiesen, tomar el puerto y sierra de Capixa, que es el paso para Panamá, porque nadie pudiese dar aviso; y tomado este paso con alguna gente, los demás dar sobre el pueblo del Nombre de Dios, y tomalle y roballe y abrasalle, y matar todos los sospechosos; y luego, sin más detenencia, ir sobre Panamá, y hacer lo mismo, y tomar todos los navíos que hobiese en el puerto, porque no tuviesen aviso en el Pirú de su venida; y llevar toda el artillería que hobiese en el Nombre de Dios, y hacer allí una galera y otros navíos de armada; y decían ellos que allí se les había de juntar la gente de Veragua y otros muchos españoles de Nicaragua y otras partes, y más de mil negros, a quien ellos debían de dar armas y libertad; y con estos aderezos y gente de guerra, decían ellos que, en muy pocos días, habían de tener todo el Pirú por suyo; el cual habían ya comenzado a repartir entre ellos, no solamente los repartimientos, pero aún las mujeres de los vecinos, todas las que eran hermosas, cada uno escogía para sí la que más le agradaba. Y había algunos que llegaban delante de D. Fernando, su negro Príncipe, y le decían: "Señor, una merced vengo a suplicar a Vuestra Excelencia, y háseme de aceptar antes que diga lo que es." Y Su Excelencia decía luego: "Diga vuestra merced, que a los tan buenos soldados como vuestra merced nada se les puede negar; y esté cierto que lo haré como lo pide." Y así comenzaba el suplicante de la merced, y decía: "Ya sabe Vuestra Excelencia lo mucho que yo haré en su servicio, y a ello la razón me obliga. La merced que se me tiene otorgada, que yo estoy aficionado a vivir en tal pueblo de los del Pirú, y allí reside cierto vecino rico que, llegados que seamos allí, yo procuraré de hacer menos el tal vecino, y luego sea su repartimiento mío y la mujer que tiene." A esto respondía Su Excelencia con poca vergüenza: "Hacerse há desa manera, y téngalo vuestra merced por suyo dede agora." Cosa, cierto, que paresce imposible que haya en los hombres tantas desvergüenzas o maneras de lisonjas para tener ganada la voluntad a su Príncipe de hongos, pues esto no podía suceder sino demasiado temor o bellaquería, que es más cierto, del que tal ponía en plática. Y en todo este tiempo que digo, no contaban suceso malo ni contrario que les pudiese acaescer, ni consideraban el gran poder de Dios, que aunque por algún tiempo permita los semejantes crueles tiranos para castigo de los pecados de los hombres, al fin los castiga y da el pago que sus crueldades y malas obras merecen; y menos se acordaban que, aunque Su Majestad el rey D. Felipe, nuestro señor, esté con su persona lejos de estas partes de los indios, tiene en ellas muchos y leales servidores y ministros, y que por el nombre es y ha de ser acatado y reverenciado de los buenos y temido de los malos en todas y en las más lejanas partes del mundo. Partidos deste pueblo de los Bergantines, fueron aquel día a otro pueblo desta misma provincia, y desde allí fue la armada por un brazo del río que va sobre mano izquierda, desviándonos de la tierra firme de mano derecha, que siempre habíamos costeado; y esto hizo el perverso traidor por nos apartar de la noticia y poblazón de Omagua que, según teníamos relación, estaba en la tierra firme de mano derecha; y esto hizo el tirano Lope de Aguirre y otros de su opinión, paresciéndoles que, si acaso tomásemos tierra buena, que nos tomaría deseo de poblarla, y se estorbaría la mala pretensión y propósito. Y a cabo de tres días y una noche que caminamos por los brazos de mano izquierda, todos despoblados, dimos en un pueblo de pocas casas y muchos mosquitos. El pueblo es pequeño y tierra anegadiza, y las casas cuadradas y grandes, por la mayor parte, y cubiertas con paja de cabanas; hasta aquí no las vimos. La gente deste pueblo nos sintió y se huyeron todos. Hallamos en este pueblo algún maíz y cacabi y pescado asado en barbacoa, y se tomaba mucho con anzuelos. Los indios vinieron a rescatar con nosotros. Son desnudos, y tienen las mismas armas que los de arriba. Y porque la gente venía fatigada de hambre, y porque un Alonso de Montoya había ido por otro brazo a buscar comida con cierta gente en canoas, y porque era Semana Santa, determinaron los tiranos y su gente parar allí ocho días, por esperar al dicho capitán Montoya, y porque la gente se reformase de la hambre pasada. En este pueblo tuvimos la Pascua de Resurrección. Mató aquí el tirano Lope de Aguirre a Pero Alonso Casco, Alguacil mayor que había sido del gobernador Pedro de Orsúa, porque dijeron que, enojado el dicho Pero Alonso porque los tiranos no habían hecho caso dél, ni héchole su Capitán, como a otros, lo cual él deseaba, dijo, hablando con un Villatoro, asiéndose de las barbas, un verso latino que dice: audaces fortuna juvat, timidosque repellit; que quiere decir: "a los osados favorece la fortuna, y a los temerosos abate", y no faltó quien lo oyó y se lo dijo a Lope de Aguirre, e hízolo dar garrote al dicho Pero Alonso, y asimismo al Villatoro; y sabido por su príncipe D. Fernando, envió a mandar que no los matasen; y así escapó el Villatoro, porque entonces, cuando llegó el mandato de D. Fernando, ya el Pero Alonso estaba ahogado. En este pueblo quitaron el cargo de alférez a Alonso de Villena, que habemos dicho que tenía este cargo desde que mataron al buen general Pedro de Orsúa, poniendo algunos objetos en la persona del dicho Villena, diciendo que había sido mozo de algunos en Pirú, y que aquél era muy preeminente cargo, y que se había de dar a un hombre muy principal, y D. Fernando hizo al dicho Villena su Maestresala, y por entonces no se dio el dicho cargo de Alférez a ninguno. Pasada la Pascua de Resurrección, partimos deste pueblo y caminamos otro día, y a la tarde dimos en otro pueblo de indios, mayor que ninguno de los que hasta aquí habíamos topado, porque tenía más de dos leguas de largo; las casas en renglera una a una, prolongadas por la barranca del río, y los indios se habían huido del pueblo, y nos habían dejado las casas con infinita comida de maíz. Estos indios andan desnudos del todo; tienen las mismas armas de los de arriba; sus casas son cuadradas y pequeñas, cubiertas de hojas de caña. En las espaldas deste pueblo, un tiro de ballesta de la barranca del río, hay una laguna o estero grande, de que asimismo va prolongado el pueblo por las espaldas, de manera que este pueblo está como en una muy larga y angosta isla. Es casi toda la tierra anegadiza, sino solamente las casas y algunas sementeras pequeñas junto a ellas. Hay aquí muchos mosquitos zancudos, y mucha comida, y hay un género de vino que los indios beben, confeccionado con muchas cosas. Ponen los indios a madurar en tinajas grandes, algunas de veinte arrobas y más, una manera de mazamorra espesa, y en estas tinajas hierve a manera de vino de España, hasta que está hecho: entonces lo sacan y cuelan, echándolo alguna agua y beben dello. Es tan fuerte, que emborracha si no lo templan con agua harta. Tenían los indios en este pueblo grandes bodegas dello, y los españoles y negros e indios del campo se lo bebieron en pocos días. Todo es sabroso, y la color de vino aloque. Después que nos aposentamos en este pueblo, nos vinieron los indios de paz, y se nos mostraron muy familiares, y rescataban con nosotros gran cantidad de pescado, tortugas y puercos de monte, y algunos manatres y otras cosas; y aún se alquilaban para moler maíz y otras obras, y andaban sin ningún miedo entre nosotros, y se metían en nuestros ranchos, y, por mejor decir, en sus casas, adonde estábamos aposentados. Eran subtilísimos ladrones, que de noche nos hurtaban debajo de la cabeza la ropa y armas, y otras muchas cosas. Estaban tan hechos al rescate, que aunque los soldados, por causa de los hurtos que hacían, los arcabuceaban y mataban y prendían algunos no por eso dejaban de venir a rescatar los que dellos habían prendido los españoles, con manaves y comida. Había en este pueblo mucha madera de grandes vigas, que los indios tenían recogidas; era todo cedros para hacer sus canoas. Aquí determinaron los tiranos y su Príncipe de alzar y echar una cubierta a los bergantines, por el buen aparejo que de comida y madera hallaron, y porque pareció a la gente de la mar que así convenía; lo uno, porque ensanchaba alzando los bordos, y cabían más holgadamente la gente toda, y lastrarlos, porque iban más seguros para la navegación de la mar. Alojose aquí el campo muy dividido, y más por causa de estar las casas del pueblo, como habemos dicho, prolongadas de una en una por la barranca del río. Había de un cabo a otro de lo que ocupaba el campo más de un cuarto de legua el río abajo. En los postreros bohíos se aposentó su negro Príncipe con su casa y oficiales y gentiles hombres, y cabe él los más capitanes, y en el medio el tirano Lope de Aguirre, maestre de campo, y junto a él los bergantines, para hacer dar priesa a la obra, y de allí para adelante toda la más gente. Empezose la demás obra de los bergantines con mucho cuidado: trabajaban en ella los oficiales y negros y españoles, repartidos, como arriba se ha dicho. Tardose en hacer lo que a los dichos bergantines faltaba un mes. En este asiento, arrepentidos ya D. Fernando y los más de sus capitanes de haber muerto a su buen gobernador Pedro de Orsúa, y viendo el mal camino que llevaban, deseando ver si podrían remediar su perdición, entraron un día en consulta, sin llamar a ella a Lope de Aguirre ni a ninguno de sus amigos, y acordaron segunda vez de buscar la tierra y poblarla; y como para hacer esto el mayor estorbo que tenían era Lope de Aguirre, y algunos de sus compañeros que deseaban la guerra del Pirú, acordaron que debían matarlos, y fue opinión de los más que fuese luego sin salir de allí, enviándolos a llamar a aquella consulta, antes que lo sintiese; pero un Alonso de Montoya fue de parecer que lo debían guardar para mejor coyuntura, porque Lope de Aguirre tenía consigo siempre muchos amigos, y que sería mejor, pues ya faltaba poco para acabar los bergantines, cuando fuesen navegando, y el Lope de Aguirre, como solía, iba a visitar a D. Fernando a su bergantín, y que allí lo podían matar a su salvo, sin daño ni peligro dellos ni de otros; y esto le pareció bien a su Príncipe, que aborrecía el peligro; y con esta determinación se salieron desta consulta, encomendando el secreto a todos los della; pero el tirano Lope de Aguirre se dio más priesa a acabarlos a ellos, como se dirá.
obra
Se trata de uno de los cuadros más dramáticos de la serie de asuntos taurinos que Goya envió a la Academia en 1793. Un toro ha ensartado por la pierna al picador mientras los compañeros intentan separar al animal; dos de los toreros le agarran por la cola mientras que un segundo lancero aplica su vara al bicho. El caballo reposa en el suelo con las tripas al aire y dos mozos corren para ayudar. La escena se desarrolla en una plaza repleta de gente en su zona de sombra. La violencia y el movimiento han sido captados a la perfección por el artista, transmitiéndonos un momento de máxima tensión como si de un fotógrafo se tratara. Lasa expresiones de las figuras también llaman la atención del espectador, creando una escena llena de realismo. La técnica empleada es muy suelta, aplicando los colores con rapidez y ligereza a base de toques cortos de pincel. Toros en el arroyo o El gayumbo forman también parte de esta magnífica serie.