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Las dos grandes aficiones de Gauguin aparecen representadas en este lienzo: la pintura y la cerámica. Tras el rostro del pintor observamos su Cristo amarillo reflejado en un espejo junto a una cerámica en la que se insinúa un posible autorretrato, demostrando así el interés en plasmar su estampa en sus obras, ya sean pintadas o modeladas. También hay que destacar la identificación de Gauguin con su obra religiosa más famosa junto a La visión tras el sermón. El busto del pintor aparece en primer plano, mirando de reojo al espectador para buscar cierta complicidad.
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Si bien en la mayoría de los autorretratos Cézanne se presenta de busto y de medio perfil, en esta ocasión ha introducido una novedad al girarse hacia la izquierda mientras lo habitual es hacerlo a la derecha. El maestro se presenta con una gorra de visera charolada, ya utilizada por él en el retrato que le hizo Pissarro, sustituyendo la mirada penetrante de otras imágenes por un aire melancólico y pensativo. El cabello largo y la barba le hacen más mayor, otorgando a su rostro el aire de un viejo trabajador. Sin embargo, esta tela goza de una riqueza cromática que pocas veces superará en esta misma temática: azules, rosas, verdes, blancos, lilas, marrones, utilizando una pincelada tremendamente suelta con la que supera el impresionismo y anticipa estilos de vanguardia como el fauvismo.
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Rishel ha documentado unos 47 autorretratos de Cézanne en los que se manifiesta la evolución tanto de su aspecto como de su estilo pictórico. En esta imagen que contemplamos el maestro de Aix se nos presenta con un pequeño gorro blanco, apreciándose claramente el paso del tiempo en su rostro, teniendo cierta sintonía con el autorretrato con turbante pintado en el siglo XVIII por Chardin. Cézanne se nos presenta como un burgués, con su chaqueta, chaleco y corbata, recortando su amplia figura girada en tres cuartos ante un fondo neutro, resaltando así su volumetría. La pincelada ha sufrido también un cambio al prescindir de los toques breves y dinámicos característicos de su etapa impresionista para emplear toques finos de óleo, organizando las formas y los volúmenes gracias al color. El resultado es uno de las pocos imágenes del maestro en la que apreciamos su expresión, ya que el artista estaba más interesado en investigar en cuestiones formales y cromáticas que en manifestar la personalidad de sus modelos.
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Rubens y Helene, la hija menor de Daniel Fourment, importante comerciante de Amberes y buen amigo del artista, se desposaron en el mes de diciembre de 1630. En esta composición que contemplamos, el maestro flamenco celebra su amor por Helene, presentándola como esposa y madre, al igual que en el Jardín del Amor que conserva el Museo del Prado. Junto a ellos encontramos a uno de los cinco hijos que tuvieron.Las figuras visten de manera elegante, en sintonía con todos los retratos familiares realizados, ya que el pintor deseaba demostrar su elevada categoría social; no en balde, había recibido numerosas distinciones y el nombramiento de caballero por parte de los reyes Felipe IV de España y Carlos I de Inglaterra. Tras los protagonistas podemos observar una construcción que podría identificarse con el jardín de la sensacional casa que el pintor se hizo construir en Amberes, otra muestra más de su categoría económica. Los tres personajes están bañados de una luz brillante que aboceta los contornos y crea un efecto atmosférico. Esta iluminación y la admiración por el color serán signos evidentes de la dependencia del maestro flamenco respecto a la pintura de la escuela veneciana, especialmente Tiziano.La tabla ha pasado por tres colecciones de gran importancia antes de llegar al museo metropolitano neoyorquino. Según la tradición, en 1704 la ciudad de Bruselas donó el cuadro al duque de Marlborough. Permaneció en Blenheim Palace hasta su venta en 1884, cuando fue adquirida por el barón Alfonso de Rostchild, en cuya colección permaneció hasta 1975 año en el que fue comprada por Charles Wrightsman que la donaría al Metropolitan.
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En 1893 Gauguin desea regresar a París para poder comprobar el grado de aceptación de las pinturas que había enviado. En sus planes también está organizar una exposición en la Galerie Durand-Ruel con un buen número de lienzos realizados en la Polinesia. Desgraciadamente para el pintor, la muestra será un estrepitoso fracaso económico aunque las críticas recibidas sean aceptables. En este autorretrato con ídolo contemplamos a Paul en primer plano, con gesto pensativo, valorando todos los elementos que se encontrará en ese próximo viaje a Europa. Viste una camiseta de rayas negras y rojas y un tabardo típico de los pintores. Tras él observamos un ídolo maorí, cultura presente en todos sus cuadros realizados en Tahití, desde los títulos hasta sus personajes y costumbres. Los planos pictóricos han sido cortados, siguiendo la influencia de la fotografía - tal y como gustaba hacer a Degas - creando un moderno efecto fotográfico. Los colores empleados son planos, influencia de la estampa japonesa, aplicados con una pincelada rápida y certera. Las líneas de los contornos han sido acentuadas por el color negro, permaneciendo Gauguin fiel al "cloisonnisme".
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En 1609 Rubens contrae matrimonio en Amberes con Isabella Brandt, miembro de una familia pudiente y cultivada, que contaba con 18 años. El artista franqueaba la treintena pero la edad no supuso una barrera para el amor entre ambos cónyuges. La pareja tendrá tres hijos: Clara Serena, que murió siendo niña, Alberto y Nicolás. Isabella y Peter Paul aparecen al aire libre, junto a una madreselva que simboliza el amor, enlazando sus manos en señal de armonía y concordia. La felicidad de ambos se manifiesta a través de sus rostros mientras que por la riqueza de sus ropajes podemos advertir su elevada posición social -el pintor apoya su mano izquierda en la empuñadura de la espada como un caballero-. Ambas figuras ocupan la mayor parte del espacio pictórico al colocarse en primer plano, recibiendo una luz dorada que resbala por las ricas telas. La ejecución es detallada y cuidadosa, captando el maestro las calidades con precisión y exhibiendo buenas dotes como dibujante. El colorido empleado es intenso, ligeramente apagado por la hora del atardecer aunque de gran brillantez. El realismo de los personajes, la minuciosidad del estilo y el colorido hacen de Rubens uno de los legítimos herederos de la tradición flamenca.
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En el invierno de 1906, antes de partir para Gosol, Picasso realizará dos retratos cumbres en su producción del periodo primitivista, antes de dar el salto al cubismo. Se trata del retrato de Gertrude Stein y del Autorretrato con paleta que contemplamos, de clara sintonía con el anterior. Si observamos con detenimiento ambos retratos, podemos comprobar que los rostros de los dos personajes están relacionados. La razón debemos encontrarla en el empleo de las máscaras ibéricas como fuente, marcando la mandíbula y las orejas al tiempo que las sombras bajo la mejilla y la barbilla se interrumpen de manera brusca. El cuerpo es volumétrico, casi arquitectónico, definido gracias a intensas líneas de color negro con las que consigue aportar mayor volumetría, tanto a la cabeza como al brazo. Sin embargo, el resto de la composición pertenece claramente al periodo rosa como podemos apreciar en la postura frontal de la figura o el colorido empleado, jugando con tonos rosas, azules, blancos y grises. Los ojos abiertos del artista parecen indicar la expectación sobre lo que pronto va a llegar: la revolución cubista.
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En 1630 Rembrandt empieza a tener sus primeros éxitos en Leiden, tras haber estudiado durante varios meses con Pieter Lastman en Amsterdam. Posiblemente el primer sorprendido ante los numerosos encargos sea el propio pintor, mostrándose en este aguafuerte con un divertido gesto, abriendo los ojos y la boca para indicarnos su sorpresa. La viveza del rostro del maestro se consigue con un perfecto dibujo, trazando las líneas con una seguridad impactante.