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A los 48 años Hogarth está en el momento culminante de su carrera artística. Será en este instante cuando realice este soberbio autorretrato, enmarcando su busto en un espejo oval, dejando en primer plano tres libros, su paleta -sobre la que contemplamos la línea serpentina, el texto "La línea de la belleza y la gracia" aludiendo a esa línea como base de su concepto estético, sus iniciales y la fecha de ejecución "W.H.1745"- y su fiel perro Trump. Pero este bodegón de primer plano no quita protagonismo al rostro del artista, cuya inteligente mirada se dirige hacia el espectador, mostrando así su expresión y su carácter afable. Un potente foco de luz ilumina el rostro, contrastando con la tonalidad oscura del gorro, recordando a algunos autorretratos de Rembrandt, uno de sus pintores favoritos. Los colores empleados crean intensos contrastes -verde-rojo-negro-siena- realzados por la luz empleada, que enlaza con la escuela veneciana liderada por Tiziano y Tintoretto.
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Este autorretrato es el primero que Courbet realizó, siendo esta temática muy admirada por el artista, especialmente en su etapa juvenil - véase Autorretrato con pipa de unos años más tarde -. La figura viste elegantemente, a la moda parisina de la época, con gabán negro, sombrero del mismo color y pantalones grises. Se sitúa a la entrada de la cueva de Plaisir-Fontaine cercana a Ornans, su pueblo natal, por donde solía pasear con frecuencia. El pintor y el perro se recortan sobre un fondo luminoso en el que apreciamos el paisaje. Su mirada altiva es considerada por los especialistas como señal de su egocentrismo y de su rechazo a la sociedad establecida, hasta tal punto que los deseos de cambiarla motivaron el inicio de su pintura realista con tintes socialistas. La obra fue expuesta en el Salón de 1844, siendo la primera vez que el artista conseguía ese objetivo.
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Courbet sintió especial admiración por los autorretratos, realizando bastantes a lo largo de su vida, siguiendo a Rembrandt, uno de sus pintores favoritos. Con ellos quería mostrar al público su estado de ánimo en los diferentes momentos; el pintor se presenta con pipa - uno de sus elementos más personales - destacando su melancólica expresión en la que hay cierta dosis de romanticismo. El gesto que exhibe el maestro en esta imagen ha hecho que la crítica moderna la compare con la representación de Cristo. No en balde, el propio Courbet dijo en alguna ocasión que se pintaba "como el buen Dios". Técnicamente nos encontramos con una obra de rápida ejecución, donde se aplica el óleo con seguros toques de pincel, sin dejar de lado el soberbio dibujo que siempre mostrará el artista.
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Pocos artistas se han autorretratado en tantas ocasiones como Vincent, siendo un excepcional muestra para apreciar su estado de ánimo durante su vida. En la primavera de 1886 Van Gogh se nos presenta ante un fondo oscuro, fumando en pipa y dirigiendo su mirada cauta al espectador, como si desconfiara de todo el mundo que le rodea. No debemos olvidar que el joven artista holandés ha llegado a la gran ciudad y aun desconfía de sus habitantes y de lo que puede encontrar en París. Esa mirada clavándose en nuestros ojos será una importante seña de identidad de los retratos del maestro. Los colores oscuros aun dominan la composición, enlazando con el periodo de Nuenen e indirectamente con las pinturas de Rembrandt y Frans Hals que contempló en Amsterdam y París.
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Rembrandt solía utilizar a miembros de su familia y su entorno como protagonistas de sus cuadros, provocando en el espectador la incertidumbre de estar ante una historia o un retrato. En esta obra, realizada hacia 1635, vemos al joven pintor, vestido con sus mejores galas, de brocado, seda y terciopelo, con espada y sombrero, sosteniendo en su regazo a su esposa Saskia, que gira la cabeza para mirarnos. La alegría de la escena se transmite a los espectadores gracias a la mirada cómplice de Rembrandt, que invita a entrar en el prostíbulo. La luz se convierte de nuevo en protagonista, juega con el contraste de luces y sombras, aunque la luz dorada permite suavizar algo más ese contraste. El rico colorido y la textura de las telas, perfectamente conseguidas, demuestran la elevada calidad pictórica del artista. A medida que pasa el tiempo observaremos una mayor soltura en la pincelada del artista.
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Chagall encuentra su verdadera patria en París: "Ni la Rusia imperial ni la Rusia soviética me ayudan. Soy un misterio, un extraño para ellos (...) tal vez Europa me quiera y con ella mi Rusia" escribía en su "Autobiografía". Su homenaje a la ciudad francesa aparece en la ventana abierta que observamos al fondo de la composición; su homenaje a Rusia se manifiesta en el cuadro que está pintando "A la Russie, aux ânes et aux autres", un óleo del año anterior; la huella fauve y cubista está patente en la descomposición del espacio y de la propia figura del artista. Chagall se presenta como una persona atractiva y elegante, reduciendo su rizado cabello a unas escasas pero impactantes pinceladas de color. Cuando se le preguntó al artista el porqué representarse con siete dedos dijo: "¿Por qué siete dedos? Para introducir una construcción alternativa, un elemento fantástico entre elementos reales", combinando así la realidad con la ficción. La madera desnuda del suelo del estudio de La Ruche se representa de una manera bastante increíble, con una perspectiva irreal que deja ver en la parte izquierda la mencionada Torre Eiffel mientras que en la derecha se presenta la imagen de Vitebsk envuelta entre nubes, emergiendo en la pared, contraponiendo los aspectos de su tierra natal con la ciudad que le acogió. Esta dicotomía viene subrayada por las palabras hebreas escritas en la pared: Rusia orgullosa y París.