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Van Dyck impondrá en los salones ingleses un tipo de retrato muy personal: el retrato doble. En éste el artista se ha autorretratado con otra persona, siendo la única vez que lo hará y que indica el fuerte lazo amistoso que le unía a su compañero, sir Endymion Porter, ayuda de Cámara de Carlos I de Inglaterra y su agente artístico. Porter y Van Dyck se conocieron en Amberes, estrechando su amistad cuando el segundo se instaló en Londres. La obra fue realizada en 1635 como parte de la colección personal del aristócrata. Porter está retratado en posición frontal y viste un precioso traje de satén blanco; a su lado vemos al pintor vuelto hacia el espectador, ocupando premeditadamente una posición secundaria para dar mayor importancia a su protector, cliente y amigo. Buena parte de los retratos realizados por Van Dyck en Inglaterra siguen un esquema similar a éste: la figura se sitúa en primer plano y se recorta sobre el fondo, abierto en un foco de luz, ocupado en este caso por sir Endymion. La calidad de las telas llama, una vez más, nuestra atención así como las expresiones de los rostros de ambos personajes.
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Siguiendo la estela de Rembrandt, Van Gogh realiza un buen número de autorretratos en su vida, que irán mostrando los distintos rasgos de la personalidad del artista. En 1886 Vincent vive en París, junto a su hermano Theo, compartiendo un pequeño apartamento en el número 25 de la rue Lepic, en el corazón del bohemio barrio de Montmartre. Su estado anímico no es malo como podemos observar, pero se siente preocupado por la frecuencia de los enfrentamientos con Theo y por el abuso de bebidas alcohólicas. Quizá sean los motivos por los que es un Vincent serio y circunspecto, engalanado con su abrigo oscuro y su sombrero de fieltro. El pintor se interesa por representar su carácter, por lo que ilumina el rostro - o parte de él - y no se preocupa por los detalles. Los tonos oscuros recuerdan al genio del Barroco holandés, que en muchas ocasiones fue referencia para Van Gogh.
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Los autorretratos que poseemos de Degas pertenecen a su juventud y siempre destacan por su aspecto triste, como bien observamos aquí. La figura se sitúa en primer plano, muy cercano al espectador, tocado con un sombrero que crea una zona de sombra en el rostro. Los ojos miran hacia el exterior con pena, dando la impresión de requerir nuestra ayuda. Resulta destacable el contraste entre la pincelada rápida y suelta de las ropas frente al minucioso dibujo del rostro, dibujo inspirado en Ingres como las obras realizadas en Roma - Anciano, Desnudo en pie -.
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Si bien Cézanne se autorretrató en un buen número de ocasiones -curiosamente, siempre después de cumplir los treinta años- no son muchos los ejemplos en los que muestra abiertamente su personalidad, por lo que nos encontramos con una obra de características especiales. El maestro de Aix aparece de perfil, girada su cabeza en tres cuartos para dirigir su mirada hacia el espectador, una mirada pícara y llena de simpatía, como buscando nuestra complicidad en su evolución pictórica. La fórmula pictórica empleada es la habitual en la década de 1890, cuando el maestro está en pleno proceso de experimentación para conseguir alcanzar la forma y el volumen a través del color. Para ello emplea pinceladas diluidas, aplicando el color de manera paciente para que sea el creador de la volumetría, tal y como podemos observar en el rostro. Las siluetas marcadas con líneas oscuras acentúan el efecto de masa en el cuadro, al igual que la disposición de diversos toques de color en la pared del fondo. Como bien podemos observar, Cézanne no duda en emplear su propia figura en su proceso de investigación.
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Vincent no soporta la vida en París. Desea marcharse al sur, a Arles, donde pretende crear su "Japón del sur". En su mente no deja de plantear esa huida por lo que los autorretratos ejecutados en este invierno de 1887-1888 siempre se presenta con un gesto de preocupación pero con serenidad. Las pequeñas pinceladas rodean su cabeza - la relación con Seurat refuerza el Puntillismo en estas obras invernales - e incluso se insertan en el rostro, organizando la composición como si de un puzle se tratara.
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Vestido con un traje gris y un sombrero de fieltro del mismo color, Vincent se nos presenta con una expresión preocupada, destacando sus ojos azules que se dirigen directamente al espectador. Su rostro enjuto indica su escasa alimentación, interesado más en consumir ingentes cantidades de alcohol que en comer. Las pinceladas rápidas organizan el retrato, contrastando el empastamiento del traje y el fondo frente al mayor dibujismo de la cabeza, el indudable centro de atención del lienzo.
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En el verano de 1887 Vincent está agotado de vivir en París al no identificarse con la frenética actividad de la capital. El consumo de alcohol es cada vez más desorbitado y siente auténtica aversión hacia las reuniones artísticas. En su pensamiento aparece cada vez con mayor insistencia la huida, quizá influenciado por las descripciones idílicas del Pacífico sur que le narra en sus cartas Gauguin. Vincent piensa en Arles, en el sur francés, para buscar su vía de escape. El agobio existencial que sufre puede provocar esa mirada que observamos en este bello autorretrato, donde se nos muestra abiertamente su carácter. "El loco del pelo rojo" nos depara aun grandes obras, posiblemente las mejores, apreciándose en este figura - si la comparamos con el Autorretrato con sombrero de fieltro - una evolución en su paleta, más cercana a la luz del Impresionismo, mientras que la técnica le sitúa en los alrededores del Puntillismo.
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En este autorretrato realizado en el verano de 1887 encontramos una mayor atención de Vincent al color, inundando las tonalidades amarillas todo el espacio, contrastando con algunos toques de violeta con los que crea el contraste complementario inspirado en la teoría de los colores de Delacroix. Sus duras facciones servirán a Vincent para experimentar con el color, mostrando su carácter como es costumbre en el artista.