La afición a retratarse de Rembrandt difícilmente será superada por otro pintor, mostrando en cada uno de los autorretratos ejecutados su diferente estado de ánimo. El maestro se presenta vestido a la moda, con un cuello redondo de carácter militar lo que ha motivado la especulación de los especialistas: el pintor podía participar en las milicias que realizaban las rondas con motivo de las visitas a Amsterdam del príncipe Frederik Hendrik; o bien se trataría de una referencia a lo pasajero de la juventud, dentro de la moralidad imperante en el momento. Rembrandt se presenta con el rostro de frente al espectador y el cuerpo girado en tres cuartos, empleando la iluminación tomada de Caravaggio que provoca bruscos contrastes lumínicos, acentuando el dramatismo en las composiciones. La factura es muy cuidada a excepción de los toques blancos que conforman la camisa donde se aprecia un ligero empastado. Las tonalidades oscuras dominan el conjunto animado por el blanco y el rojo de los labios del artista, cuya expresividad ha sido sensacionalmente captada.
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Ingres fue muy prolífico a la hora de dejarnos su propia imagen. A lo largo de toda su carrera se reflejó en elegantes retratos al modo en que pintaba a su importante clientela. Otras veces aparece disfrazado como un personaje más en sus lienzos de historia o mitología, acompañando a aquellas figuras que más admiraba. En este caso, aparece a los 78 años, sentado de tres cuartos y con una poderosa mirada que atrae inmediatamente la atención del espectador. Por estas fechas ya habría conocido al pintor Degas, quien le visitó en varias ocasiones y le retrató en una pose similar con su cámara fotográfica, en una de las últimas imágenes que se conservan del maestro francés.
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A pesar de la insistencia de Pissarro, Monet no participó en la octava y última exposición de los impresionistas, la celebrada en 1886. La negativa a participar en la muestra estaría motivada por la escasa simpatía que manifestaba hacia las nuevas tendencias allí representadas, especialmente ante los trabajos neoimpresionistas de Seurat y Signac, ya que posiblemente consideraba esas tendencias como una dura competencia, en el momento que él conseguía imponerse. Este año de conflictos con los miembros del grupo también nos presenta este excelente autorretrato en el que Monet se muestra vestido como un pintor convencional, con su tabardo y su boina. No son muy frecuentes los retratos en su producción pero en los que realizó demuestra su interés por captar la personalidad y la expresividad del modelo, a través de su gesto y de sus ojos. La inteligente mirada del pintor se dirige hacia el espectador, envuelto el rostro en un contraste de luz y sombra que refuerza la expresividad de esa mirada. El busto se recorta ante un fondo claro que también contrasta con las tonalidades oscuras del tabardo. Las pinceladas siguen siendo empastadas y vigorosas, siguiendo la tendencia impresionista, aunque podamos apreciar algo más de detallismo en el rostro. El resultado es un retrato cargado de fuerza.
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Rembrandt disfrutaba mucho retratándose a sí mismo a través de un espejo y, por ello, disponemos de un gran número de autorretratos que nos sirven para ver el estado de ánimo del artista y su proceso de envejecimiento. Se pintó como un burgués, como un noble y preferentemente como pintor, su oficio, con el que conseguía mantener a su familia, aunque su situación económica en los años iniciales de la década de 1660 no fue precisamente próspera. Su hijo Titus y su compañera Hendrickje Stoffles constituyen, por aquellos años, una sociedad dedicada al comercio de obras de arte que detenta la propiedad de la obra pictórica del maestro para protegerle de sus acreedores. Quizá por esto aparezca en este autorretrato con una expresión de tristeza y resignación, con sus útiles de trabajo en la mano y el caballete. El estilo de Rembrandt es cada vez más personal aunque persistan ecos de Tiziano y Tintoretto, pero la luz dorada que deja el resto de la composición en sombra y la pincelada suelta utilizada, que casi no cubre el lienzo, son características exclusivas del Rembrandt maduro; es la "manera áspera" como se conocía en su tiempo a este peculiar estilo.
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<p>Una de las obras más intrigantes de Frida Kahlo es su Autorretrato con collar, que ofrece una visión profunda de su vida, su amor por la cultura mexicana y su constante lucha con el dolor físico y emocional.</p><p>Pintado en 1933, este óleo sobre masonita de muestra a Kahlo en primer. La artista lleva un collar de jade precolombino, destacando su orgullo por su herencia mexicana.</p><p>La composición de Autorretrato con collar es equilibrada y con colores cálidos.</p>
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<p>La pintura de 1940 es una de las 55 obras de autorretrato que la artista creó a lo largo de su vida. Su formato, que presenta una vista de la cabeza y los hombros de Kahlo, refleja el estilo distintivo de sus retratos en este período. La sofisticada composición de la pintura, su cuidada elección de colores, así como el delicado trazo, los detalles finos y el hábil uso del sombreado, la convierten en un ejemplo destacado del estilo maduro de los retratos de Kahlo.</p><p>Los académicos han propuesto diversas interpretaciones políticas, culturales y religiosas del Autorretrato con Collar de Espinas y Colibrí, el cual es ampliamente considerado como una manifestación visual de la fortaleza y la resiliencia personal de Kahlo. Esta obra ha sido exhibida en todo el mundo y, en años recientes, ha sido el foco central de exposiciones que exploran el papel de Kahlo en los movimientos modernistas del siglo XX, su círculo intelectual, su interés en la naturaleza y su pasión por coleccionar arte popular mexicano.</p>
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A su llegada a Italia, Rubens se relacionó con un importante círculo de intelectuales gracias a su hermano Philips, uno de los protagonistas de este retrato múltiple. También podemos observar a Justo Lipsio, Guillaume Richardot y a Gaspar Scioppius, entre otros, creando el pintor flamenco un retrato de grupo que será muy frecuente en el Barroco centroeuropeo. Los hermanos Rubens se ubican en primer plano, como anfitriones de la velada, vistiendo a la austera moda romana que se marcaba desde España, dirigiendo el pintor su mirada hacia el espectador. Al fondo de la escena podemos observar el fondo de la Dormición de la Virgen, la obra de Mantegna que conserva el Museo del Prado.En esta composición, la influencia de la pintura flamenca enlaza con la retratística veneciana encabezada por Tiziano, surgiendo un estilo tremendamente personal con el que Rubens alcanzará grandes éxitos en toda Europa. Los cuatro filósofos está en sintonía con este trabajo.
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Desde muy joven y, sobre todo, durante sus estancias en Cadaqués, el contacto con la familia Pichot, en especial de Ramón Pichot, le lleva a practicar una pintura impresionista de la que sus últimas huellas se encuentran en este autorretrato. Pero también se pueden advertir otros registros que conocía bien, como los colores brillantes del fauvismo de Matisse y de Derain. Dalí sitúa su propia figura en el centro de la composición, que alza en medio del mar dejando en la lejanía un paisaje resuelto con sueltas pinceladas. Esta posición en el cuadro así como los detalles en su rostro -que le muestran distante hacia el espectador- y los elementos que rodean su figura ubican al artista en esa aura de genialidad que ya desde los dieciséis años creía poseer. En la misma dirección, se hace evidente en esta obra el conocimiento del simbolismo francés, el del especial arte de Böcklin por lo extravagante y lo extraño, o el de Aubrey Beardsley por el principio de la estilización. Por esas mismas fechas Dalí había descubierto, gracias a su tío Anselm Domènech, librero y apasionado de la historia del arte, todo un mundo de escritos, revistas, libros e incluso hasta pinceles, que le daban a conocer la pintura más moderna del momento. Ejemplos claros de ello son los catálogos de la Galería Dalmau de Barcelona, el semanario literario "Alt Empordà" donde podía leer la poesía más avanzada de Europa o bien, revistas extranjeras como la italiana Valori Plastici o la francesa "L'Esprit Nouveau", en las que se advertían los primeros cambios de la vanguardia europea hacia un retorno al orden. La fecha de la obra nos sitúa además en una época de cambio o, si se prefiere, de transición hacia el descubrimiento de nuevos lugares. Se trata del alejamiento de su tierra natal y del encuentro con una nueva ciudad, Madrid. El primer cambio se produce en su propia fisonomía; en esos momentos, Dalí solía llevar patillas, melenas y chalinas, como se aprecia en esta obra; por el contrario, la llegada a Madrid le transforma en un dandy, con elegantes trajes y el pelo engominado.