En la dilatada carrera de Pradilla destacan sus imponentes cuadros de historia, aunque no hay que olvidar su faceta como paisajista, interesándose por aspectos lumínicos y cromáticos, algunos de ellos casi impresionistas. También se interesó por la pintura costumbrista, los asuntos decorativos -decoró buena parte de las paredes del Palacio de Linares- y como no, por los retratos. En varios ocasiones el propio pintor fue su modelo como vemos en este lienzo dedicado "a su querido amigo y doctor Francisco Huertas".
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Rubens será uno de los artistas más interesados de dotar de prestigio al arte de la pintura. Su amplia cultura humanística y religiosa, el dominio de varias lenguas, las dotes para la diplomacia y su inteligencia natural le convierten en el símbolo del erudito barroco que Velázquez siempre quiso imitar. Rubens cosechó importantes premios y distinciones nobiliarias de los reyes de España e Inglaterra que le permitieron adquirir el señorío de Steen. Por esta razón siempre se autorretrata como un perfecto caballero, vistiendo elegantemente y con los elementos distintivos de su clase: el sombrero, la espada y exquisitos trajes. La serie de autorretratos "caballerescos" se inicia en la década de 1620 y concluye con el majestuoso ejemplar que guarda el Kunsthistorisches Museum de Viena.El lienzo de la National Gallery de Canberra es una réplica del pintado a petición del príncipe Carlos Estuardo de Inglaterra, conservado hoy en la Royal Collection de Windsor Castle. El pintor se muestra casi de perfil, recortada su amplia figura ante un cielo de atardecer, predominando las tonalidades oscuras del traje. La intensa e inteligente mirada del pintor es el elemento primordial de la composición, dirigiéndose al espectador para afianzar su concepto del artista como miembro de la nobleza. Este retrato fue regalado a Peiresc, un humanista provenzal que Rubens había conocido en París, con el que mantuvo una estrecha relación, tal y como se refleja en la abundante correspondencia entre ambos, tratando especialmente asuntos alusivos a la Antigüedad, sobre todo lo relacionado con joyas y gemas antiguas, llegando incluso a proyectar la edición de un libro sobre este tema.
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No son muchos los autorretratos realizados por Fortuny, ejecutados curiosamente en sus años mozos. Éste que contemplamos lo hizo cuando tenía unos 20 años durante su periodo de aprendizaje en la Escuela de la Lonja de Barcelona. El joven artista aparece en primer plano, recortando su busto ante un fondo neutro, iluminando su rostro con un potente foco de luz procedente de la izquierda, recordando las obras del Barroco español y holandés. La influencia del retrato romántico, personalizado en España por Federico de Madrazo, también está presente. La expresividad de los ojos del joven artista es el centro de atención del retrato, creando una sensación de abocetado digna de resaltar.
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Los autorretratos que nos han llegado de Tiziano corresponden a sus últimos años por lo que aparece con una edad avanzada, cercana a los 85 años. En el del Museo del Prado está representado de perfil, con el pincel en la mano y la cadena de caballero bien visible. Y es que Carlos V le nombró Caballero de la Espuela de Oro y Conde Palatino en recompensa a su buen hacer artístico.Tiziano inauguró en la década de 1520 su manera personal de realizar retratos, recortando la figura sobre un fondo neutro para obtener una mayor sensación volumétrica. Ilumina el rostro con una fuerte luz, interesándose por captar el carácter y la personalidad del modelo, en este caso el propio pintor. Su mirada perdida sugiere que está realizando el balance de su larga vida. Tiziano será uno de los primeros retratistas en interesarse por la personalidad del retratado, influyendo posteriormente en Velázquez, Rubens o Van Dyck.
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A diferencia de otros artistas como Rembrandt o Van Gogh, Tintoretto no estuvo obsesionado por representar su propio rostro con tanta intensidad como aquéllos. Sin embargo, sí contamos con algunos excelentes ejemplos como éste que contemplamos, realizado cuando el maestro tenía alrededor de 30 años, en el momento que iniciaba su despegue como pintor. Jacopo dirige su intensa mirada hacia el espectador, reduciendo al máximo los elementos de la composición para concentrar en el gesto toda la concentración humana y la expresividad, aportando así una mayor tensión a la obra. "Una reflexión visual sobre sí mismo en la que el rostro muestra a un hombre más dado a la pasión que a la reflexión, y a los sentimientos surgidos de la tensión más que al equilibrio y armonía de la razón" (Víctor Nieto Alcaide, 1993).
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En los retratos realizados por Pinazo siempre se interesará por la expresión de su modelo, en este caso el mismo pintor. La parte más importante será el rostro, iluminado por un potente foco de luz para resaltar la fuerza de sus ojos y el gesto inteligente del maestro. La figura se recorta ante un fondo neutro, uniforme con la levita que viste el artista y contrastando con la cabeza, sirviendo la barba grisácea de transición. Las pinceladas son rápidas y seguras, enlazando con la tradición goyesca y velazqueña del retrato.
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En la primavera de 1887 Vincent se enzarzará en la ejecución de una serie de autorretratos con diferentes trajes o sombreros, mostrando en todos ellos su expresión melancólica, ansiando encontrar el paraíso perdido y abandonar París. Ya empieza a madurar la idea de formar una comunidad de artistas en la que intercambiar ideas y gastos, teniendo como núcleo el llamado "Groupe de Peintres du Petit Boulevard" denominado así por el propio Vincent, englobando a los pintores con los que vivía, trabajaba e incluso exponía: Toulouse-Lautrec, Bernard y Anquetin, mostrando su obra por primera vez en el restaurante "Du Chalet". Su mirada seria, directa al espectador, se convertirá en la protagonista de estos trabajos elaborados con una pincelada rápida y empastada que casi supera al Impresionismo.
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Rosales llegó a Roma en 1860 y desde el primer momento se planteó la necesidad de hacer un gran cuadro con el que impresionar al jurado de la Exposición Nacional de Bellas Artes. Por las fechas en las que realizó este autorretrato empezaría a trabajar en El testamento de Isabel la Católica, un cuadro con el que Rosales quiso calar hondo en el público, con significación nacional por lo que se fijó en la personalidad de doña Isabel la Católica. El pintor aparece mostrando su busto, girado en tres cuartos para dirigir su inteligente mirada al espectador, demostrando que al igual que para la pintura de historia, también esta dotado para los retratos. Las tonalidades pardas empleadas recuerdan a Velázquez, su gran maestro.