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A pesar de no ser conocido por sus retratos, Delacroix será un maestro en este género, que tendrá un importante auge en el siglo XIX. Su gran preocupación estaría en captar la personalidad del modelo, centrando su atención en el rostro para transmitir el alma al espectador. Esto se aprecia en su autorretrato, en el que ilumina con un potente foco de luz su rostro, quedando la parte izquierda en sombra. Los ojos y el gesto del pintor llaman la atención al igual que el pelo alborotado, creando una iconografía típicamente romántica. La vestimenta se traza rápidamente, aunque desea mostrar su status social al vestirse como un burgués: chaleco, chaqueta y corbatín. El fondo neutro hace que la elegante figura resalte aún más, otorgándole un excepcional volumen.
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Cuando Ingres realizó este Autorretrato tenía 24 años; llevaba ya siete en París trabajando en el estudio de David e incluso había conseguido el "Prix de Roma" en 1801 por el que obtenía una pensión para estudiar en la Ciudad Eterna, pensión que no se hizo efectiva hasta 1806 por la delicada situación económica que atravesaba la Hacienda francesa. Será en estos años cuando se dedique especialmente al retrato, aunque no ganaba lo suficiente para salir de la pobreza. Esta preocupación se aprecia claramente en su atractivo rostro, recortado sobre un fondo neutro, como ya había hecho Tiziano muchos años atrás. La luz procedente de la izquierda ilumina también su blanca camisa, pero deja en semipenumbra el manto oscuro y ambas manos. Su exquisito dibujo ya se pone de manifiesto al igual que su predilección por los detalles. Ingres también transmite el alma del modelo en la mayor parte de sus retratos, siendo uno de los mejores retratistas del siglo XIX.
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En 1533 Carlos V nombra a Tiziano pintor de Corte, conde palatino y caballero de la Espuela de Oro como agradecimiento a su labor pictórica. De ahí en adelante el maestro se representará siempre con las cadenas que corresponden a su rango, eliminando toda referencia a su oficio de pintor. Su mirada altiva y sus ricos ropajes son indicativos de su categoría nobiliaria. El estilo de Tiziano en esta década de 1560 es totalmente libre, aplicando el color con largas pinceladas, preocupándose especialmente de la luz. Las manos parecen estar inacabadas mientras que el rostro es de una calidad exquisita, en especial los ojos. La figura se recorta sobre un fondo neutro y al colocar la mesa, sobre la que apoya su mano derecha, en primer plano consigue un sensacional efecto de volumen, una de sus preocupaciones en todos los retratos. La nobleza de Tiziano será una de las reivindicaciones de Velázquez en su madurez, quien conseguirá ser nombrado caballero de la Orden de Santiago como exhibe orgulloso en Las Meninas.
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En 1876 Renoir tenía treinta y cuatro años y estaba esperando que surgiera su oportunidad de triunfo en la pintura. Ese triunfo podía llegar en la segunda exposición del grupo impresionista, celebrada en el mes de abril, a la que Renoir presentó once cuadros. La muestra tuvo lugar en la galería de Durand-Ruel, en la rue Le Peletier y los artistas allí representados recibieron duras críticas por parte de la prensa. Entre las obras exhibidas estaba este autorretrato, una temática no muy habitual en la producción del maestro que siempre gustó de hacer retratos pero no de sí mismo. La intensa mirada del pintor se convierte en el centro de atención, destacando su gesto de la misma manera que hacían los maestros clásicos, cuyas obras admiraba en el Louvre: Tiziano, Velázquez, Goya, Rembrandt. Pero la técnica es totalmente impresionista al interesarse especialmente por la luz y emplear una factura rápida y deshecha, renunciando a los detalles para concentrarse en el alma del modelo.
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Rembrandt es uno de los pintores que se ha retratado en más ocasiones. Esto nos permite conocer la evolución de su fisonomía y de su estado de ánimo. Este pequeño autorretrato fue empleado fundamentalmente para hacer un estudio de la luz. Podemos observar cómo ésta entra en la habitación por la izquierda e ilumina la zona derecha de su cabeza desde el cabello al cuello, dejando en penumbra el resto del rostro. De esta manera, una vez más, deja patente lo aprendido con su maestro Lastman. El fondo neutro pero con un colorido claro sirve para destacar aún más el busto del joven pintor. Curioso resulta cómo ha pintado su pelo rizado raspando parte de la capa superior de pintura.
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Renoir sufría de reuma desde los años finales de la década de 1890. Su estado de salud fue empeorando con los años, aumentando las dolencias reumáticas que provocaban la deformidad de sus manos y brazos. Sin embargo, el pintor es una magnífica muestra de superación ya que no dejó nunca de pintar, exigiendo que le ataran a las manos los pinceles o construyéndose un caballete portátil para facilitar el trabajo. Adquirió una finca en la localidad mediterránea de Cagnes y allí pasó su últimos años, recibiendo las visitas de los amigos y obteniendo el éxito que no consiguió en la juventud, convirtiéndose en un mito para algunos de los jóvenes artistas.En este autorretrato el pintor tiene 69 años y en su rostro podemos observar las muestras del envejecimiento y del prolongado sufrimiento, afilándose la nariz y pronunciándose las cuencas de los ojos para concentrar nuestra mirada en el gesto, el alma del pintor, el verdadero centro de atención de cualquier buen retrato. La figura está modelada gracias a un sensacional dibujo, habitual en esta etapa, pero las pinceladas son largas y fluidas, abundando las tonalidades rojizas que caracterizan la etapa madura de este gran pintor. Según cuentan, la última palabra que pronunció antes de morir, el 3 de diciembre de 1919, fue: "Flores...", reconociendo pocos días antes de fallecer que "Todavía hago progresos".
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Hacia 1670 los hijos de Murillo le encargan la realización de este autorretrato que contemplamos, tal y como aparece en la inscripción en latín. Para su ejecución, el maestro toma como base los tipos de los retratos flamencos y holandeses empleados desde finales del siglo XVI. No debemos olvidar la importante colonia de comerciantes flamencos que estaba afincada en Sevilla con la que el artista tendría una buena relación. El pintor aparece enmarcado en un óvalo decorado con molduras, mientras que sobre la mesa que sujeta el fingido marco encontramos elementos alusivos a su profesión: la paleta y los pinceles en la derecha y un dibujo con el lápiz, el compás y la regla en la izquierda. El modelo saca la mano del óvalo y la apoya en el marco, para crear una mayor sensación de perspectiva y acentuar el naturalismo que caracteriza a todo el conjunto. El centro de la imagen es, sin duda, el rostro de Murillo, captado con toda su profundidad psicológica, resaltando sus facciones agradables y su mirada serena. La intensidad de las luces en algunas partes y el fondo en penumbra refuerza la potencia del retrato, demostrando la calidad de Murillo para esta temática que no tocó en demasía. En 1682 el cuadro fue grabado en Amberes a instancias de don Nicolás de Omazur por lo que sería una obra admirada por buena parte de los pintores europeos.