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Buen conocedor de la pintura italiana del Cinquecento, Rembrandt utilizó como fuente de inspiración varias obras de Rafael y Tiziano a la hora de realizar este autorretrato. De hecho se presenta vestido a la moda del siglo XVI, trasladándose a la Florencia de los Médici, empleando una pose - apoyándose el codo sobre una balaustrada - muy querida por Tiziano. Pero será el rostro donde el maestro centre toda su atención. Rembrandt tiene en estos momentos 34 años, su arte es solicitado por la clase más importante de Amsterdam, está casado con una mujer de buena familia y posee una buena casa. Todo esto le hace posar con un gesto de felicidad y con un atuendo y una pose digna de un cortesano renacentista.Como viene siendo habitual en las obras de estos años iniciales de la década de 1640, el maestro recurre a una luz muy dorada y potente que otorga un sensacional efecto atmosférico a las composiciones, difuminando los contornos y los detalles, creándose una sensación tremendamente realista.
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Cuando Goya recibió el encargo del rey Carlos IV para realizar un retrato familiar pensó en situarse junto a tan importantes personajes, de la misma manera que había hecho Velázquez en Las Meninas. Para ello se sirve de este autorretrato ejecutado en los últimos años del siglo XVIII, en el que vemos recortada su media figura sobre un oscuro fondo. Goya lleva varios años sordo y su vista está cansada por lo que se nos presenta con unos pequeños "quevedos" mirando por encima de los cristales con gesto escudriñador. La luz resbala por la figura, resaltando los detalles de su casaca, realizados con una rápida y empastada pincelada. La personalidad del modelo - en este caso el mismo artista - vuelve a protagonizar un retrato pintado por Goya.
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La austera imagen con el autorretrato del artista plantea los rasgos más principales del estilo predominante en el Barroco de Holanda, hondamente influido por el tenebrismo de Caravaggio y sus seguidores. El contraste entre las zonas iluminadas y en sombra crea un espacio en el que el volumen de la figura adquiere presencia real tan sólo a partir del modelado de la luz sobre el cuerpo. El rostro y el cabello rubio del pintor resaltan contra las vestiduras negras y el fondo pardusco, en equilibrio con el suelo brillantemente iluminado por una luz amarilla que bordea los lazos negros de los zapatos lustrados. La pose del pintor es muy elegante y su secreto estriba sencillamente en la unión de las piernas, opuestos en vertical y horizontal los dos pies. Parece un argumento sencillo, pero le dio la fama a Velázquez cuando este artista español copió los modelos flamencos y sustituyó la ordinaria pose de los retratos españoles con las piernas a compás por esta elegante silueta fusiforme.
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Rembrandt será un gran amante de los autorretratos igual que Tiziano. Se retratará en variadas situaciones y contextos, recogiendo en la mayor parte de los casos su estado de ánimo. En esta ocasión observamos al maestro como si acabara de abandonar el trabajo, con un aspecto desaliñado y tal como era a sus 46 años, con algunas arrugas, una incipiente papada pero lleno de vitalidad y energía como atestiguan sus ojos y su expresión, con las manos sobre el cinturón de ese abrigo marrón que parece cubrir sus ropas de trabajo. La pincelada empleada es suelta, diferente a los retratos de la primera época como el de Dirck Pesser, pero quizá muestren ahora una mayor fuerza, más personalidad. Empleando su luz dorada característica resalta el rostro en su zona derecha, dejando el resto en semipenumbra. El colorido mediante tonos marrones sirve para acentuar esos juegos de luz inspirados en Caravaggio.
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Goya gustaba de autorretratarse y lo hizo en numerosas ocasiones. Igual que hizo Velázquez en Las Meninas, él aparece en la Familia de Carlos IV y su imagen inicia la serie de los Caprichos. En este autorretrato del Museo del Prado el pintor tiene 69 años y aunque conserva cierto aire juvenil, podemos apreciar en su rostro los años de trabajo que lleva, con sus alegrías, sus penas y sus sinsabores. También apreciamos su enfermedad, la sordera que casi le aislo del mundo exterior, y la que por esas fechas le irá atacando con mayor fuerza, el "insulto" como le llamaba el artista. Todo ésto nos vuelve a recordar la capacidad como retratista del alma que posee el maestro, abandonando detalles innecesarios y centrando toda su atención en la personalidad. Por eso, la nobleza madrileña le aparta como retratista oficioso y le sustituye por Vicente López, mucho más detallista y halagador.Su forma de trabajar es ahora más personal; casi monócroma, con marrones y negros, contrastando con el blanco del cuello de la camisa y la luminosidad del rostro. Al no darnos cuenta de su oficio ni aparecer con ricos ropajes, se humaniza aun más la figura, tomándole el espectador enorme cariño.
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Quizá nos encontremos ante uno de los retratos más bellos y significativos de Van Gogh. Fue realizado en septiembre de 1889, inmediatamente después de su recuperación. Muestra a un hombre con una salud aceptable - bien alimentado y con el alcohol limitado a medio litro diario - pero con preocupaciones interiores como se demuestra en el gesto y la mirada de Vincent. Sabe que ha superado la fuerte crisis que se produjo en julio de 1889, pero teme una nueva recaída precisamente porque la enfermedad no le permite pintar. Su mayor deseo es crear, empleando una técnica muy personal; la línea ondulada se ha adueñado de la imagen, no sólo en el fondo sino que también se muestra en la chaqueta. El azul y el naranja - colores complementarios - realizan un interesante contraste, sin olvidar el creado por la línea marcada por los contornos (chaqueta, ojos, etc.) con la soltura y rapidez del resto de la composición. Pero por encima de las fórmulas estilísticas empleadas, sorprende la capacidad para mostrar su personalidad, como ya hicieron pintores como Rembrandt o Van Dyck en el Barroco.
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La situación económica de Rembrandt en 1658 no era precisamente muy boyante. Se realizó la tercera subasta de sus pertenencias y se vendieron todas, pero lo recaudado no llegaba para satisfacer sus deudas. Rembrandt se vio obligado a dejar su gran casa y alquilar otra más modesta. Envuelto en esta debacle económica se representa, en este autorretrato, como un gran señor, vestido como un príncipe con una prenda amarilla ceñida por una banda roja, el cuello dorado, con un manto de piel y terciopelo. Reposa la mano derecha en una silla y en la izquierda lleva un bastón. Posiblemente quiera expresar que aunque desahuciado, sigue siendo un señor. Por supuesto, lo que más llama la atención es la expresión de su rostro que, con esos ojos despiertos y fuerte mirada, nos transmite todos los pensamientos del pintor. En cuanto a la técnica, destaca su manera de trabajar, esa "manera áspera" que parece rasgar el lienzo en lugar de pintar sobre él, con una pincelada suelta y con un estudio de luz que colocan a Rembrandt entre los grandes maestros de la pintura.