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En palabras de sus alumnos, Moreau era descrito: "con su barba blanca, su cara sonriente, sus pequeños ojos brillantes y su aspecto de buen hombre". Moreau tenía sesenta y cinco años cuando se autorretrató en esta imagen, que traslada casi literalmente la descripción de sus pupilos. El motivo del retrato era un encargo que le había realizado la Galería de los Uffizi de Florencia. El museo deseaba colgar su efigie en la misma galería de Vasari, donde los autorretratos de pintores famosos permanecían desde el siglo XVII. Moreau terminó por abandonar la idea de figurar al lado de los grandes maestros italianos del Renacimiento y Barroco por humildad, por lo que el retrato se conserva hoy en el museo del pintor en Francia.
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En el verano de 1896 Gauguin está hospitalizado en Papeete y tiene importantes problemas económicos. Por eso se identifica de nuevo con Cristo mártir, de la misma manera que ya había hecho en Cristo en el huerto de los olivos. El rostro del pintor es sumamente explícito al mostrar la delicada situación por la que estaba atravesando en esos momentos, con el gesto cansado y dolorido. La pincelada empleada es muy suelta, queriendo transmitir a través de ella su estado anímico de absoluta soledad y tristeza.
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Géricault contaba tan sólo 17 años cuando se autorretrató, pinceles en ristra, haciendo toda una declaración acerca de su vocación. El joven aprendiz de pintor acababa de cambiar las clases estrictas del Liceo francés para apuntarse al taller particular del pintor Horace Vernet. El retrato muestra evidentes carencias técnicas, que el autor suple con vivacidad y efectismo cromático. La composición es débil, inestable, el color empastado plantea golpes de color y relieves que no se corresponden con la estructura del rostro, la captación psicológica no se ha conseguido. Sin embargo, no podemos dejar de apreciar el torbellino de color y dinamismo que caracterizará toda la obra posterior de este pintor francés del Romanticismo.