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A lo largo del mes de agosto de 1889 Van Gogh tendrá prohibido pintar ya que durante el ataque sufrido a mediados del mes anterior había intentado tragarse las pinturas tóxicas. Sin embargo, para él es una necesidad ya que la inactividad le resulta totalmente insoportable. Intenta entretenerse con otros placeres como la lectura pero necesita pintar, su mente está en pleno proceso creativo como observamos en este autorretrato realizado en los últimos días de agosto, dirigiendo su mirada al espectador en un gesto desafiante, apreciándose en sus ojos cierta dosis de locura. En su mano tiene su ansiada paleta y viste un blusón azulado con el que solía trabajar. Alrededor de su cabeza encontramos una especie de halo luminoso obtenido con toques de pincel, más cortos que los que forman el blusón. Su cabello alborotado, la nariz afilada y el rostro lleno de sombras coloreadas hacen de éste uno de los mejores autorretratos elaborados en Saint-Rèmy, transmitiendo en él - como es costumbre en Vincent - su estado de ánimo.
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Hasta fines de 1807 Friedrich, salvo alguna contada excepción, fue activo en especial en el terreno del dibujo, casi exclusivamente. De todos los autorretratos llevados a cabo entre 1800 y 1810, éste es en el que se presenta propiamente como dibujante, con los atributos propios del artista. Fue realizado a lápiz y aguada sepia el 8 de marzo de 1802, como consta en la inscripción autógrafa de la parte superior. Friedrich porta, colgada de la chaqueta, un frasco de tinta, del tipo del que solían llevar los dibujantes en su trabajo al aire libre. El hecho de emplear visera, a pesar del aspecto de enfermedad que le confiere, no significa más que fue ejecutado en plena labor artística: dicha visera es una herramienta de trabajo frecuente en autorretratos similares, pues sirve para captar la realidad en una superficie unívoca. Es decir, el hecho de tapar un ojo elimina la visión "normal", producto de la conjunción de dos diferentes imágenes captadas desde ángulos levemente separados, lo que le proporciona relieve, profundidad. Por ello era empleada por numerosos artistas.
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Se considera éste el primer autorretrato aislado que Manet realizó. Es una obra ciertamente curiosa tanto por el tratamiento como por la postura. El pintor se presenta sobre un fondo neutro - lo que no era ninguna novedad, como se puede apreciar en el Bebedor de absenta o el Trapero, siguiendo los retratos de Velázquez -, vestido como un burgués y sin ningún elemento relativo a su profesión. Su rostro se carga de vitalidad y con su postura parece retar al mundo, esperando el reconocido triunfo que la crítica le negaba. Esa postura también puede indicar su delicado estado de salud, con fuertes dolores que se manifiestan en esas fechas. El estilo es totalmente abocetado, marcando las líneas de los contornos para rellenar los espacios con largas pinceladas que recuerdan a Degas. La figura adquiere un sensacional volumen gracias a las sombras que apreciamos en sus pies, resultando una obra de gran belleza.
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Ingres se autorretrató con frecuencia. Una de las ocasiones en que lo hizo fue al poco de llegar a Roma como estudiante. En este dibujo a lápiz podemos apreciar su rostro con una mirada ligeramente soberbia, con una típica belleza latina que encontramos en otros autorretratos suyos de juventud. Abajo podemos apreciar la firma del autor, con la siguiente inscripción: "Ingres à la Aura Delphia". El artista ubicó el lugar del retrato a modo de recordatorio, pues durante su estancia en Italia tomó frecuentes apuntes de los sitios que visitó y las obras que contempló. El dibujo pertenece al Museo del Louvre de París, aunque hoy día se encuentra expuesto en el Museo Condé de Chantilly.
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En 1802 Friedrich todavía no se había centrado exclusivamente en el paisaje como medio de expresión. Así lo demuestran la serie de retratos de familiares que ejecutó durante su viaje a Greifswald y Rügen en ese año o los diversos autorretratos que llevó a cabo entre 1800 y 1810. En este caso, el joven Friedrich aparece, vestido todavía a la moda, como en el de 1803, en su estudio, pluma en mano, meditabundo ante el papel en blanco. Esta vestimenta urbana será abandonada durante la Guerra de Liberación, contra Francia, en la década siguiente, para adoptar la tradicional alemana que se difundió entre los patriotas revolucionarios, llamados "demagogos". Su gesto es similar al de Mujer con tela de araña, melancólico y reflexivo. La mirada se dirige hacia un punto indefinido del interior. Por contraste, la ventana se abre al exterior, a la naturaleza, marcando de forma clara la dualidad de espacios (Ventana con vistas a un parque). La composición entronca con la tradición del autorretrato de Rembrandt y Durero, y el género de la "finestra aperta", pero la actitud no puede ser más diferente. Este dibujo sirvió como estudio preparatorio de un autorretrato al óleo sobre tabla, desgraciadamente destruido en 1901 en el incendio de la casa de Friedrich en Greifswald. Era el único que ejecutó en su vida.
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Las amplias series de autorretratos ejecutados por Vincent a lo largo de su vida nos servirán para conocer un poco mejor su personalidad. Hombre introvertido, preocupado, dirige su mirada de reojo, desafiante al espectador, intentando mostrarnos su manera de ser. Recorta su cabeza sobre un fondo neutro, recibiendo un potente foco de luz en sintonía con los retratos de Rembrandt y Frans Hals que pudo contemplar en Amsterdam. La pincelada rápida, empastada, siguiendo las líneas de sus motivos, se encuentra presente una vez más en este trabajo, empleando sombras coloreadas que le acercan al Impresionismo. La desproporción en la ubicación de su oreja derecha es quizá el motivo más impactante del lienzo, pudiendo tratarse de un mensaje premonitorio de lo que ocurrirá en diciembre de 1888.
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Los retratos serán las primeras obras con las que destaque Degas, quizá debido a la mayor demanda de esta temática. De esta manera demostrará a su padre que tiene el suficiente talento artístico como para abrirse camino en el mundo de la pintura. El artista tenía 21 años cuando se retrató con un carboncillo en la mano derecha y sus ropas burguesas, mostrando así las dos facetas de su vida. Toda la atención la concentra en el rostro, iluminado por un haz de luz procedente de la izquierda. Su mirada distante resulta interesante al espectador, que ve cómo el fondo engulle los contornos del traje, apreciándose el contraste entre la oscuridad del conjunto y la claridad del rostro, la camisa y los puños. Asimismo se aprecia un contraste entre el dibujismo del rostro y la factura suelta del resto del conjunto. Esta capacidad como retratista parece estar inspirada en Rembrandt, uno de los artistas que más autorretratos realizó; las tonalidades empleadas y el aspecto del joven hacen pensar en esta hipótesis. También se sugiere una relación con la obra de Ingres, concretamente un autorretrato fechado en el año 1804. No debemos olvidar que en aquellos momentos el mundo artístico parisino se debatía ferozmente entre el Clasicismo que defendía este pintor y el Romanticismo que encabezaba Delacroix. Degas se situó, en primera instancia, del lado clasicista para ablandar a su padre, partidario de que el joven estudiara la carrera de Derecho.
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A lo largo del verano de 1887 Van Gogh ejecutará una amplia serie de autorretratos tremendamente interesante al mostrarnos su carácter. El rostro será siempre el elemento más impactante, rodeado de largas pinceladas de colores oscuros con los que crea la indumentaria que porta y el fondo, otorgando un sensacional efecto volumétrico. En este caso nos encontramos al pintor de frente, esquivando nuestra mirada al dirigir sus ojos hacia la izquierda, remarcando ese gesto inseguro al iluminar el rostro desde la derecha. La influencia del Barroco Holandés se encuentra presente, matizada por un estilo más moderno inspirado en el Puntillismo. Las tonalidades oscuras que dominan el lienzo serán también significativas de su estado de ánimo.