Como todos los impresionistas, Monet se autorretrató en numerosas ocasiones o realizó retratos a sus colegas y familiares. Pero aquellos retratos de los años ochenta o noventa del siglo XIX son muy diferentes del que tenemos ante nuestros ojos, eran más precisos, más detallados y manifestaban la clara voluntad de convertir ese naciente movimiento, el Impresionismo, en el gran acto artístico de su época. En otras palabras, cada uno de esos retratos o autorretratos era un maravilloso manifiesto de las intenciones y anhelos de esos jóvenes artistas, casi todos de procedencia burguesa por otra parte. Sin embargo, en este autorretrato de 1917 la situación ya es muy diferente. Han muerto todos o casi todos de los antiguos camaradas de Monet y sólo queda él, como un testigo de un tiempo que empieza a desaparecer. Para dar esa sensación de transitoriedad aplica pinceladas muy cortas y vibrantes, que dejan el rostro casi en un estado de recuerdo o de sueño.
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En Barcelona, la renovación paisajística de signo realista se produce paralelamente a la de Madrid por medio del genial Ramón Martí y Alsina, de azarosas vida y carrera. Aunque trató, prácticamente, todos los géneros, algunos con afinidades del arte de Courbet, lo que más caracteriza su personalidad, y el núcleo más compacto de su arte, son sus paisajes, que lo convierten en el iniciador del paisajismo moderno catalán, inculcando a sus alumnos la idea de pintar directa y sencillamente del natural. Sus paisajes están realizados con fuerte dibujo, robusta construcción y rico y cálido colorido.
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El joven Henri tenía 16 años cuando acometió su primer autorretrato, siendo uno de los pocos que se conservan con aspecto serio como contemplamos. Aparece reflejado sobre un espejo y delante de él observamos una de las escasas naturalezas muertas que pintó el artista. Un reloj coronado por una figura, un candelabro de plata, varios papeles y vasijas de cerámica aparecen sobre el aparador. El colorido oscuro y la pincelada densa y empastada empleados hacen pensar a los especialistas en un posterior repinte de la obra, una vez que ya había conocido a Bonnat y Cormon y que había tenido la oportunidad de contemplar los retratos de Manet. Quizá el mostrar sólo el torso sea una excusa para no enseñar sus piernas, fracturadas por varias caídas entre 1878-1879. Esta deformación física será un importante trauma para la vida de Toulouse-Lautrec.
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En la creación y formulación del costumbrismo sevillano jugó un importante papel Antonio Cabral Bejarano, quien insiste, más que en las escenas, en las figuras aisladas, con cierta teatralidad, fondos paisajísticos de sabor local y vaporosa atmósfera murillesca.
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Antonio Gisbert es una de las cumbres del género histórico, saliendo de sus pinceles buena parte de los cuadros de más clara orientación progresista, siendo sus trabajos más dibujísticos que coloristas, más fríos y académicos que los de su rival, Casado del Alisal.
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Autor fecundo, practicó diversos géneros, entre ellos el cuadro de costumbres y especialmente el retrato, destacando en cada uno de ellos por su precisión dibujística y la riqueza de los colores empleados. Asistió regularmente a las exposiciones nacionales, consiguiendo importantes éxitos, destacando una segunda medalla en 1867.
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La extremada facilidad para el dibujo de Ingres hizo que sus retratos dibujados fueran muy solicitados. El artista, que se retrató en numerosas ocasiones, también aprovechó esta técnica para dejarnos su imagen a los 55 años de edad. Ingres consideraba que el dibujo "constituía las tres cuartas partes y media de la pintura", y ejerció su faceta de dibujante durante muchos años y con gran éxito. Resulta notable la habilidad del pintor para apenas esbozar su efigie, con un rostro y el cuello del abrigo perfectamente detallado, sobre una figura apenas trazada, diríase que desdibujada, que parece perderse contra el fondo sepia del papel.
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Sería éste uno de los primeros autorretratos pintados por Fortuny cuando contaba con unos veinte años. Se presenta con una indumentaria extraña que recuerda a los ropajes imperiales romanos. No en balde la figura tiene cierto aire estatuario clásico, incidiendo en ello al tomar sólo el busto. Los ojos del pintor suponen el centro de atención del lienzo, correspondiendo con la túnica en la tonalidad empleada, sirviendo ésta también como punto de referencia al espectador. El gusto por el claroscuro y el efecto atmosférico impuesto indican la admiración de Fortuny hacia los pintores venecianos y del Barroco. El espectacular dominio del dibujo, la pincelada rápida y minuciosa y el interés hacia la luz dominan una obra que sirve de punto de partida hacia el estilo característico del artista, suprimiendo paulatinamente la dosis de clasicismo que aquí encontramos.
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Hablar de impresionismo en España es algo que hay que hacer con mucha precaución, pues los pintores españoles sólo tardíamente aceptan el, para ellos, excesivo tecnicismo de los impresionistas. Están además por medio el confusionismo entre iluminismo e impresionismo. Así, aunque la pintura paisajística evoluciona, aclarando sus pinceles y revalorizando la técnica de Velázquez, redescubierta por entonces, hasta situarse a las puertas del mismo impresionismo, habrá que esperar hasta finales del siglo y principios del XX para ver cuajar cierto impresionismo como el que podemos apreciar en las obras del catalán Francisco Gimeno.
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La mayor parte de los estudiosos consideran este Autorretrato como auténtico aunque debido a su mal estado de conservación no se puede decir con absoluta certeza. También existe incertidumbre con respecto a la edad que tendría Velázquez, lo que haría variar la fecha. La mayor parte de los especialistas consideran que tendría unos cincuenta años por lo que se fecharía alrededor de 1650. Incluso se piensa que pudo ser pintado en Roma ya que el gesto y los ojos del maestro recuerdan al excelente retrato de Juan de Pareja.El busto de Velázquez aparece recortado sobre un fondo neutro con el que se pretende obtener un efecto volumétrico, como ya habían hecho Tiziano o Tintoretto en el Renacimiento. Su colorido es muy oscuro, destacando el rostro con un potente foco de luz procedente de la izquierda. La factura es muy suelta, apreciándose las pinceladas de manera clara en el lienzo, como si se tratara de un representante del Impresionismo.