Independencia económica de un grupo social por medio del autoabastecimiento.
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acepcion
Autoabastecimiento económico de un determinado pueblo, ciudad, país o grupo social.
obra
Esta obra procede de la Iglesia de Santo Tomás de Ávila, aunque su origen puede proceder de otro retablo. Mediante su amplia perspectiva Berruguete logra acentuar el dramatismo de la escena, la quema de los herejes por el tribunal de la Inquisición. El santo se encuentra sobre una tribuna con dosel y está rodeado por seis jueces, uno de ellos viste el hábito dominico, mientras que otro sostiene el estandarte del Santo Oficio; otros doce inquisidores completan el grupo. Hay dos herejes desnudos que ocupan a la derecha su sitio en la pira mientras otros dos aguardan su turno al pie de la misma. Los letreros enuncian "condenado herético". La realidad se plasma con gran precisión y esto viene de la influencia del Renacimiento italiano, que Pedro Berruguete aprendió en su estancia italiana y sobre todo en la Corte del Duque Federico de Montefeltro.
obra
El Auto de Fe de 1680 fue uno de los pocos encargos recibidos de la Corona al final de su vida, a pesar de haber sido pintor del rey. Resulta una verdadera ilustración gráfica y un documento ceremonial de aquella luctuosa conmemoración celebrada el 30 de junio de 1680 en la Plaza Mayor de Madrid con la asistencia del rey Carlos II y de su esposa, María Luisa de Orleáns, y en la que se observa a Francisco Rizi salir airoso en un estilo que no es el suyo, el de cronista minucioso de tradición flamenca, más ilustrador que artista. Pocos días antes se levantó un gran escenario de madera, en el ángulo comprendido entre la esquina de la calle de Toledo y la calle Nueva. Se accedía a él por dos escaleras. En el centro se hicieron tres corredores. El primero servía para pasar la procesión de los reos por delante de los reyes. En el segundo se colocó un tarimón con dos jaulas y portezuelas, en las que los reos oyeron sus causas y sentencias. Frente a estas jaulas se instalaron dos cátedras, desde las que diez religiosos dominicos y jerónimos leían por turnos las acusaciones y las penas. Entre las cátedras y las jaulas se situaron bancos para secretarios y abogados y, delante de ellos, dos bufetillos con sendas arquillas que contenían los documentos del juicio. El tercer corredor coronaba la parte exterior del teatro, y en el se instalaron gradas para las familias de los inquisidores. A la izquierda del teatro se dispuso el altar, con una cruz verde cubierta por un velo negro. Cerca se situó el estandarte procesional, todo ello rodeado de doce candelabros de plata. Muy próximo estaba el púlpito del predicador. Cerraba el lado izquierdo una grada, donde se sentaban los miembros del Consejo de la Inquisición y los demás Consejos. En lo alto se colocó el solio y dosel del Inquisidor general. Dos escaleras daban acceso a un cuarto interior, donde las personalidades podían tomar un refrigerio. Enfrente de estas gradas se construyó otro graderío, donde se situaron los reos, los religiosos que los asistían y los familiares del Santo Oficio que los custodiaban. En un banco cercano estaban sentados los alcaides, y en otro, detrás, los tenientes de la Villa de Madrid. Una puerta bajo las gradas daba acceso a ocho apartamentos, utilizados como cárceles, asistencia a los reos en caso de desmayo y lugares de audiencia o descanso. Para protegerse del sol fueron dispuestos unos toldos. Junto al tablado se formó una plaza, donde se colocaron los soldados de la fe y los acompañantes de los asistentes al acto. Los reyes se situaron en un balcón, en el número 29 del primer piso de ese lateral de la Plaza Mayor. Se doró el balcón real y se derribaron algunos tabiques para comunicar el cuarto del rey con los balcones de las damas de palacio. Los demás balcones estaban ocupados por nobles y eclesiásticos, estando más cercanos al rey los de mayor alcurnia.
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El 30 de junio de 1680, con la asistencia del rey Carlos II y de su esposa, María Luisa de Orleáns, se celebró en la Plaza Mayor de Madrid un gran auto de fe, que conocemos bien gracias al cuadro de Francisco Rizi. Pocos días antes se levantó un gran escenario de madera, en el ángulo comprendido entre la esquina de la calle de Toledo y la calle Nueva. Se accedía a él por dos escaleras. En el centro se hicieron tres corredores. El primero servía para pasar la procesión de los reos por delante de los reyes. En el segundo se colocó un tarimón con dos jaulas y portezuelas, en las que los reos oyeron sus causas y sentencias. Frente a estas jaulas se instalaron dos cátedras, desde las que diez religiosos dominicos y jerónimos leían por turnos las acusaciones y las penas. Entre las cátedras y las jaulas se situaron bancos para secretarios y abogados y, delante de ellos, dos bufetillos con sendas arquillas que contenían los documentos del juicio. El tercer corredor coronaba la parte exterior del teatro, y en el se instalaron gradas para las familias de los inquisidores. A la izquierda del teatro se dispuso el altar, con una cruz verde cubierta por un velo negro. Cerca se situó el estandarte procesional, todo ello rodeado de doce candelabros de plata. Muy próximo estaba el púlpito del predicador. Cerraba el lado izquierdo una grada, donde se sentaban los miembros del Consejo de la Inquisición y los demás Consejos. En lo alto se colocó el solio y dosel del Inquisidor general. Dos escaleras daban acceso a un cuarto interior, donde las personalidades podían tomar un refrigerio. Enfrente de estas gradas se construyó otro graderío, donde se situaron los reos, los religiosos que los asistían y los familiares del Santo Oficio que los custodiaban. En un banco cercano estaban sentados los alcaides, y en otro, detrás, los tenientes de la Villa de Madrid. Una puerta bajo las gradas daba acceso a ocho apartamentos, utilizados como cárceles, asistencia a los reos en caso de desmayo y lugares de audiencia o descanso. Para protegerse del sol fueron dispuestos unos toldos. Junto al tablado se formó una plaza, donde se colocaron los soldados de la fe y los acompañantes de los asistentes al acto. Los reyes se situaron en un balcón, en el número 29 del primer piso de ese lateral de la Plaza Mayor. Se doró el balcón real y se derribaron algunos tabiques para comunicar el cuarto del rey con los balcones de las damas de palacio. Los demás balcones estaban ocupados por nobles y eclesiásticos, estando más cercanos al rey los de mayor alcurnia.
acepcion
Celebración pública en que se realizaba una lectura de las sentencias dictadas por los inquisidores, ante los acusados. Los condenados a muerte eran entregados al verdugo en este acto y se les quemaba vivos. Esta práctica inquisitorial, propia entre los cristianos católicos, perduró en algunos países, como en España, hasta el siglo XIX.