Por lo demás, la atención se centró pronto en la tarea de organizar un Estado nacional alemán, que se realizaría a través de los parlamentos que se reunieron en Francfort.El primero de ellos, de carácter preparatorio, contó con 500 representantes que se reunieron desde finales de marzo. Pese a las exigencias de la izquierda republicana, que pretendía que la Comisión preparatoria se convirtiera en un Comité ejecutivo, de carácter revolucionario, predominó la idea de convocar un nuevo Parlamento, que contase con el beneplácito de los diferentes Estados alemanes. Ese Parlamento habría de reunirse a razón de un representante por cada 50.000 habitantes y la normativa electoral permitía la aplicación del sufragio universal directo, aunque la ambigüedad de la redacción permitió situaciones muy diversas. En cualquier caso, los elementos más radicales de la izquierda se sintieron decepcionados y, en abril, F. Hecker proclamó la República pero sus partidarios fueron sometidos fácilmente por el Ejército.El nuevo Parlamento inició sus sesiones en la iglesia de San Pablo de Francfort. Aunque los asistentes iniciales eran poco más de 300, y el número de los participantes habituales osciló en torno a los 500, habían sido elegidos 835 representantes, entre los que predominaban los procedentes de la burguesía cultivada (universitarios, funcionarios, abogados). Los representantes del mundo de los negocios (comerciantes, industriales, grandes propietarios) eran una octava parte del total, mientras que la representación de obreros y campesinos era ínfima.Se trataba de un cuerpo en el que abundaban las figuras prestigiosas, pero carentes de experiencia política. Como en tantas otras ocasiones, la forma de caracterizar estas corrientes de opinión elementales era la de hacer alusión a los bares y cafés en que se reunían. Había una izquierda democrática (Deutscher Hof ), dirigida por Robert Blum, que era portavoz de las asociaciones populares democráticas. De ella se escindiría una extrema izquierda republicana (Donnesberg) que dirigía A. Ruge. Frente a ellos, la derecha (café Milaní) estuvo inspirada por J. M. Radowitz y por el barón von Vincke. Entre ellos quedaba un centro en el que aún se podía distinguir entre un centro-izquierda (Württemberger Hof), inspirado por Biedermann, que se oponía a la negociación con los príncipes, y un centro-derecha (Casino) que era el grupo más numeroso y moderado. A él se adhería el presidente de la Asamblea, H. Gagern, así como un numeroso grupo de profesores e historiadores (Dahlmann, J. G. Droysen, G. Waitz o Giesebrecht).La nueva Asamblea, en cualquier caso, tenía ante sí la doble tarea de crear un poder político central y de establecer una Constitución nacional. En relación con la primera, el presidente Gagern tomó la iniciativa de nombrar regente al archiduque Juan de Habsburgo, hermano del emperador Fernando y simpatizante con las ideas liberales. Al frente del Gobierno se puso al príncipe K. von Leiningen-Westerburg, emparentado con la familia real británica. Alemania, sin embargo, distaba de tener un verdadero poder ejecutivo ya que carecía de burocracia y de recursos financieros. Por otra parte, la falta de un Ejército propio le hacía depender completamente de la colaboración de los Estados integrantes.Las apetencias danesas sobre los ducados de Schleswig y Holstein servirían para poner de manifiesto la fragilidad de la Asamblea de Francfort, que se había sentido en la necesidad de proteger unos territorios que consideraba alemanes. La intervención del ejército prusiano del general Wrangel contuvo las exigencias danesas pero las presiones de Rusia y el Reino Unido obligaron a los prusianos a aceptar el armisticio de Malmöe (agosto) y a retirarse de los ducados. Enfrentado con el abandonismo prusiano, el Parlamento se pronunció inicialmente contra los términos del armisticio pero, finalmente, tuvo que aceptarlo (16 de septiembre). Muchos contemporáneos vieron en esa aceptación el final del proyecto de un Estado nacional alemán.
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La pared de la Estancia de la Signatura dedicada a la Poesía fue decorada por Rafael con el Parnaso, monte donde habitaban las Musas. Sanzio ha situado en el centro de la composición a Apolo tañiendo una lira de arco acompañado de Caliope y Erato presidiendo el coro de musas. Talia, Clio y Eutarpe aparecen detrás de Caliope mientras Polimnia, Melpómene, Perpsícore y Urania se colocan tras Erato. Dieciocho poetas acompañan a las musas y a Apolo, existiendo numerosos dudas sobre su identificación; estos poetas forman un semicírculo cerrado por las figuras de Píndaro y Safo junto a la ventana, enlazando con su postura el espacio fingido y el real al proyectarse hacia el espectador. La escena se desarrolla al aire libre recogiendo en cada una de las figuras su exacta expresión, narrando el maestro con sus pinceles como si de un escritor se tratara. El dinamismo de los personajes alcanza cotas extremas, manifestando numerosos escorzos que resaltan la monumentalidad de las figuras. El colorido es brillante y variado, creando una diversidad cromática de gran belleza. El equilibrio y la simetría vuelven a estar presentes en esta composición en sintonía con sus compañeras - la Disputa del Sacramento o la Escuela de Atenas -.Parece que Rafael se inspiró en el sarcófago de las Musas para los instrumentos musicales y las figuras de las musas mientras que pidió consejo a Ariosto para los retratos de los poetas algunos identificados con personajes contemporáneos.
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Klimt era un hombre muy metódico en su actividad diaria. Gustaba de levantarse temprano y caminar desde su casa hasta el café Tívoli, donde tomaba un espléndido desayuno. Desde allí se dirigía hacia su estudio, a través del parque de Schömbrunm, el protagonista de este lienzo que contemplamos. Si no fuera por la zona baja de la composición, en la que podemos observar los trancos de los árboles y un seto en primer plano, nos encontraríamos ante una obra abstracta, al interesarse el pintor por las hojas de los árboles en variados matices cromáticos, siguiendo el estilo puntillista de Signac y Seurat que Klimt admiraba. De esta manera, se trata de un paisaje decorativista que sintoniza con los retratos y las escenas figurativas de esta época. Las tonalidades verdes se adueñan de la escena para resultar una obra de gran impacto visual, en la que cada una de las hojas parece una pieza de un puzzle, tomando como referencia los mosaicos bizantinos de Ravena que tanto le interesaron.
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La nefasta situación económica por la que atravesaba la familia Gauguin les obligará a instalarse en Copenhague, patria de su mujer, en 1884. La capital danesa no era la ciudad de los sueños de Paul y menos durante el frío invierno de 1885 en el que realizó esta obra, posiblemente al aire libre aunque las oportunidades para sacar el caballete no eran muy numerosas. El frío característico del norte europeo se recoge magistralmente en el primer plano, apreciándose un río helado sobre el que se reflejan con gran encanto las nubes del cielo. La pincelada empleada por Paul es la que tradicionalmente utilizan los impresionistas, interesándose por los efectos de la luz y el color.
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El Parque Natural de Sierra de Huétor ocupa una extensión de 12.428 hectáreas de superficie, con un paisaje montañoso abrupto lleno de elevaciones, barrancos, tejos, calares, cavidades y arroyos debido a la naturaleza caliza del terreno. Posee un gran valor botánico debido a sus plantas autóctonas y a la repoblación forestal, con especies como los encinares, quejigales, bosquetes de robles, arces y, sobre todo, los pinares, que cubren gran parte de la extensión, junto a los matorrales en las zonas más elevadas. De su fauna destacan especies como el jabalí, la cabra montés, y otros carnívoros, diversos roedores, pájaros y aves rapaces como el águila real o el azor. Dentro del Parque se encuentra el "Centro de Recuperación de Especies Amenazadas de las Mimbres". A sólo un paso de Viznar se encuentra el Centro de Visitantes, unos de los principales puntos de acceso, y el Parque Cinegético, donde existe un espectacular mirador construido con troncos de árboles desde el que se obtiene una colosal panorámicas de las cumbres de Sierra Nevada.
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Atenea era la diosa protectora de la ciudad de Atenas. Los atenienses dedicaron su templo principal de la Acrópolis a Palas Atenea Partenos por lo que recibe el nombre de Partenón. El primer edifico fue destruido por los persas en el año 480 a.C. y se trataba de un templo dórico, hexástilo, períptero -con 16 columnas en los lados mayores- con la cella dividida por columnas en tres naves, siendo mayor la central. El opistodomus también se dividía en tres naves, conteniendo dos capillas consagradas a Cecrops y Erecteo. Pericles emprendió una estratégica labor cultural cuyo eje principal será la construcción de una nueva acrópolis, desafiando la destrucción ocurrida años atrás a manos de los persas. El primer monumento que se empezó a construir sería el Partenón, entre los años 448 y 438 a.C. Los arquitectos que lo diseñaron fueron Iktinos, Kallíkrates y Karpion, aunque de este último nombre no volvemos a encontrar datos. El nuevo templo será dórico, octástilo, dístilo y anfipróstilo. Se levanta sobre tres gradas y mide poco más de 70 metros. En sus frentes menores encontramos un segundo pórtico de seis columnas que permite, en el oriental, el acceso al pronao, y en el occidental, el opistodomo. Este consta de tres naves y es de dimensiones casi cuadradas, estando destinado al tesoro de la diosa y de la ciudad. La cella también es de tres naves, formadas por dos filas de columnas superpuestas en dos cuerpos, situándose en el fondo la estatua de Palas esculpida por Fidias. El templo es de mármol blanco del Pentélico, cubierto con tejas de mármol de Paros. Los triglifos estaban coloreados en azul y la tenia, en rojo. También estaba policromada la decoración escultórica. Para contrarrestar los efectos deformadores de la visión, los arquitectos hicieron más voluminosas las columnas de los extremos, inclinaron al centro todas las columnas, disminuyeron progresivamente la anchura de las metopas y curvaron todos los elementos horizontales por lo que los bloques de mármol son trapezoidales. El Partenón se transformó primero en templo cristiano, después en mezquita y por último en polvorín durante la guerra turco veneciana de 1687. Precisamente la parte central fue alcanzada por una bomba veneciana, quedando el edificio en una precaria situación que empeorará cuando en el siglo XVIII sean utilizadas algunos de sus mármoles para otras construcciones y lord Elgin se lleve, en el XIX, la mayor parte de sus esculturas al Museo Británico.
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Nos hemos acostumbrado a ver el Partenón face to face desde el marco de los Propíleos, recortada su silueta en medio de la Acrópolis, allí solo, como si estuviera esperándonos. Una visión pictórica y romántica, pero impensable en la Antigüedad. No existían por entonces los encuadres monumentales, ni las perspectivas arquitectónicas, ni los marcos incomparables, sino que cada monumento era una unidad plástica, ella en sí misma. Hay que esperar al Helenismo para que cambie el criterio, por eso en plena época clásica el espectador no se extrañaba, tras haber atravesado los Propíleos, de encontrarse el Partenón tapado por monumentos vecinos y rodeado de estatuas, ofrendas, exvotos... Había que ir a buscarlo, llegar hasta él, y la proximidad impedía el efecto en perspectiva. Nos hemos acostumbrado también a identificar el Partenón con una ruina discontinua, sin el remate de la techumbre y carente de la policromía. Pensándolo bien, es asombroso que quede lo que queda, después de haber sido utilizado como iglesia bizantina, mezquita, polvorín y haber sufrido explosiones, incendios, terremotos y expolios, sin olvidar la erosión de siglos a la intemperie. Su fama permaneció intacta siempre, o mejor, acrecentada con el tiempo, razón de que se hayan acumulado noticias e información sobre él. Hoy día es mucho lo que se sabe del Partenón y; sin embargo, la investigación arqueológica no cesa en su avidez de más y mejores conocimientos. Algunos de los más recientes nos han devuelto con toda fiabilidad la imagen prístina, real y concreta de la obra más emblemática de la arquitectura griega. La cronología del Partenón la tenemos asegurada por inscripciones que fijan el comienzo de las obras en el curso del año 448-447 y el final en 438, lapso de tiempo brevísimo, cuando se piensa en la magnitud de la obra. Toda ella fue realizada en mármol pentélico. Como arquitectos mencionan las fuentes a Iktinos, Kallíkrates y Karpion, nombre este último que no volvemos a encontrar. La ideas básicas del proyecto las aporta Iktinos, un arquitecto genial que escribió un libro, desgraciadamente perdido, sobre las teorías desarrolladas en la construcción del Partenón. Su idea de lo que es un templo dórico y de cómo se modela el espacio se tiene al comparar el Partenón con el templo de Zeus en Olimpia y con el llamado Prepartenón, es decir, el templo dórico hexástilo que estaba en construcción en 480, cuando los persas arrasaron la Acrópolis, y sobre cuyos fundamentos se alzó el Partenón. El parangón demuestra que éste es más monumental, más cerrado y más compacto, aunque en sus miembros se extrema la finura y la delicadeza. La planta es la de un templo octástilo, dístilo y anfipróstilo, cuyas columnas se encuentran más próximas entre sí y la cella, con la natural repercusión en los espacios interiores, como en seguida veremos. Respecto al canon dórico de Olimpia se observa que la ampliación de la perístasis (8 x 17) y la ampliación considerable de la cella van en detrimento de la anchura del pasillo existente entre ambas y denotan un nuevo sentido del espacio, pues el conjunto resulta más grandioso y unitario. De hecho, la amplitud y la espaciosidad del Partenón se perciben desde fuera y desde dentro, dada la perfecta conjunción e interdependencia de exterior e interior. Por su arte, el nuevo sentido del espacio, que modifica sensiblemente las proporciones de la cella, es una novedad importantísima, cuya causa primordial es la colosalidad de la estatua de Atenea Partenos, que tiene absorto a Fidias durante el proceso constructivo. El basamento de la estatua, que se conserva in situ, es monumental; exigía enorme anchura, de donde la necesidad de ampliar la cella. Se trata, pues, de una solicitud de Fidias a Iktinos, ante la necesidad de un escenario adecuado para el coloso de 11 m que fue la Partenos. Por idéntico motivo, en vez de una cella de tres naves con doble columnata paralela, las columnas se curvan en forma de U por la parte posterior de la nave central, como si de un nicho, para ubicar la estatua de Atenea, se tratara. Fue una solución revolucionaria, cuya influencia se dejó sentir inmediatamente. Frente a estas novedades inesperadas hay en el Partenón peculiaridades que no son originalidad del proyecto arquitectónico, sino consecuencia o adaptación a tradiciones ancestrales. Así, por ejemplo, la división de la cella en dos espacios desiguales y la introducción de rasgos jónicos en un templo dórico -el friso que recorre los muros de la cella y las cuatro columnas jónicas de la menor de las dos estancias en que queda dividida la cella- deben considerarse rasgos heredados del Prepartenón e incluso del llamado Templo Dörpfeld de época pisistrátida. Hay en el Partenón refinamientos casi inaprehensibles, pero de extraordinaria eficacia a la hora de darle ese carácter vital de músculo activo tantas veces señalado. Son las llamadas correcciones ópticas, que en sí mismas no son novedad, aunque la tiene en grado sumo la manera de interpretarlas o hacerlas valer. Se persigue con ellas una estudiada contraposición en los miembros del orden arquitectónico según la función ejercida, a partir de la que se obtiene una perfecta compensación de efectos visuales; algo así como la versión arquitectónica del contraposto escultórico, dice Gruben. Como muy sobresalientes hay que citar el mayor grosor de las columnas laterales respecto al de las centrales, para neutralizar la impresión de adelgazamiento provocada por la intensidad de la luz en las esquinas, así como la inclinación hacia dentro de todas las columnas. En segundo lugar, la contracción de las metopas propagada desde el centro; es decir, la anchura de las metopas disminuye progresiva e imperceptiblemente a partir del centro, de manera que se evita el cambio brusco de dimensiones, más anchas sólo en las dos últimas metopas de cada lado. Por último y principalísimo, la curvatura de todos los elementos horizontales, desde las gradas del estilobato al entablamento. A consecuencia de la curvatura y de las líneas de fuga, siempre verticales, los bloques de mármol no son rectangulares sino trapezoidales; cada uno de ellos hubo de ser cortado y tallado individualmente, detalle que merece ser tenido en cuenta para aquilatar la dificultad y calidad del trabajo. El ensamblaje tan cuidado como armonioso de todos estos pormenores es lo que hace distinto al Partenón. Un par de ideas sobre la policromía. Lo que realmente manda, a efectos cromáticos, es la calidad inigualable del mármol pentélico, cuya transparencia y blancura definen el núcleo de la obra. Triglifos, mútulos, regulae iban pintados de azul, como es frecuente en los elementos verticales, mientras la taenia o moldura lisa, la banda que corre por debajo de los triglifos y el listel superpuesto a ellos iban decorados con un meandro datado sobre fondo rojo, como si fuera el motivo tejido en una cinta o en un galón. El acasetonado del techo quedaba enmarcado por motivos vegetales, ocupado el centro por una palmeta exquisitamente dibujada sobre fondo azul. Policromada iba lógicamente la decoración escultórica: metopas del friso dórico, friso jónico y frontones.
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Los arquitectos neoclásicos tomarán como modelo constructivo uno de los edificios emblemáticos de la antigüedad: el Partenón, levantado en el siglo V antes de Cristo por Iktinos y Kallikrates en la Acrópolis ateniense para albergar la estatua de Atenea Partenos, modelada en oro y marfil por Fidias. En Francia Soufflot utiliza este esquema para la construcción de la iglesia de Santa Genoveva, hoy Panteón de Hombre Ilustres, levantada entre 1757 y 1790. Vignon lo repite en la parisina iglesia de la Madeleine, edificada entre 1807 y 1842. En Inglaterra se emplea el mismo esquema en el Templo de la Concordia y la Victoria, erigido en Stowe hacia 1748 por Richard Greville, al igual que Robert Smirke en la fachada principal del British Museum, ejecutado entre 1842 y 1847. En Alemania uno de los grandes impulsores de este esquema será Leo von Klenze quien lo empleará en primer lugar en la edificación de la Gliptoteca de Munich, levantada entre 1815 y 1830 y lo perfeccionará en el Valhala del pueblo alemán, erigido entre 1830 y 1842. En España Ventura Rodríguez no dudará en emplear este modelo en la fachada de la catedral de Pamplona de 1783, de la misma manera que Juan de Villanueva utilizará un esquema similar en la fachada principal del Museo del Prado, la actual puerta de Velázquez, levantada en 1785. Estados Unidos será uno de los países donde mayor éxito alcanzará la arquitectura neoclásica. El Capitolio muestra este esquema en sus dos fachadas, construidas en 1827 por Thorton y Bulfinch, al igual que el diseño del Banco de Pensilvania realizado por Benjamín Latrobe en 1799.
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Si de Cánovas se dijo en su época que constituía él solo la Restauración, también se afirmó, con razón, que el partido conservador es Cánovas. Y es que el político malagueño no sólo fue el principal inspirador de las instituciones de la nueva monarquía sino el artífice y la personalidad más destacada de uno de los partidos de gobierno de la misma, el partido de la derecha o liberal-conservador. El primer núcleo de este partido fue el pequeño grupo de oposición liberal-conservadora en las Cortes Constituyentes de 1869 a 1871 en el que, junto a Cánovas, aparecía ya Francisco Silvela, quien, después de aquél, fue la personalidad conservadora más importante de la época. Aquel grupo se manifestaba distante tanto respecto de los moderados -que habían protagonizado la vida política durante los últimos años del reinado de Isabel II- como de los revolucionarios de 1868 y, aunque defendieron la candidatura de Alfonso de Borbón al trono de España, votaron favorablemente la Constitución de 1869, y mantuvieron una actitud expectante frente a la monarquía de Amadeo de Saboya. Para Cánovas lo más importante no era una dinastía, sino que España consiguiera la estabilidad política y, con ella, la convivencia en paz. Por ello afirmó que, si la monarquía de Saboya hubiera logrado este objetivo fundamental, jamás habría servido personalmente a la dinastía extranjera, pero tampoco habría militado nunca entre sus sistemáticos adversarios. Pero la monarquía de Saboya fracasó, lo mismo que los intentos de Isabel II por conseguir la restauración bien mediante una acción militar promovida por los generales moderados, o por una política de atracción de los revolucionarios menos radicales. El proyecto canovista de restauración de los Borbones en la persona del príncipe Alfonso -y no de Isabel II-, hecha sin espíritu de revancha, fue ganando fuerza en el ánimo de quienes -especialmente de aquellos que tenían intereses que defender- deseaban la vuelta al orden. El pequeño grupo canovista fue aumentando progresivamente con antiguos componentes de la Unión Liberal y con revolucionarios arrepentidos, como Francisco Romero Robledo, a los que Cánovas se mostraba dispuesto a integrar en su proyecto siempre que pensaran como él. Además comenzó a edificar "un movimiento de opinión importante, para lo que entonces eran aquellas cosas", como ha escrito José Varela Ortega. Por todo ello, a mediados de 1873, Cánovas terminó siendo encargado de dirigir los trabajos en favor de la restauración del príncipe Alfonso. El campo borbónico quedó así dividido entre moderados y canovistas, unidos por la causa dinástica pero profundamente enfrentados por sus respectivos proyectos: la vuelta a lo anterior a 1868, o la creación de algo completamente distinto. Aunque Cánovas no descartaba la posibilidad de una proclamación de Alfonso XII por una representación significativa del Ejército, e hizo planes en dicho sentido, prefería que la restauración se produjera por un procedimiento civil, la proclamación por las Cortes. Lo que no quería, en absoluto, es que la monarquía que debía acabar con los pronunciamientos naciera ella misma de un pronunciamiento y ello, además de por la cuestión de principio, por temor a la preponderancia que los moderados pudieran alcanzar en el bando alfonsino, si eran ellos los que protagonizaban el golpe. Como esto fue, en definitiva, lo que ocurrió, Cánovas -que presidió y compuso a su gusto el primer gobierno de la Restauración- tuvo que hacer frente a la avalancha de los moderados. En el proyecto canovista estaba clara la necesidad de dos partidos que alternaran en el poder pero, en los momentos iniciales del nuevo régimen, nadie sabía exactamente cuáles serían estos partidos. Para muchos, Cánovas, con la inclusión de más ex revolucionarios, debería liderar el partido de la izquierda del sistema, mientras que los moderados ocuparían la derecha. Lo que de hecho pasó fue que Cánovas se impuso a los moderados, y formó él mismo la derecha, mientras que la izquierda fue ocupada por uno de los partidos revolucionarios, el constitucional, que Sagasta, actuando hábilmente, supo adaptar a la nueva situación. Si esto ocurrió así es porque el proyecto canovista, por la amplitud de su liberalismo, estaba mucho más próximo a los planteamientos de los revolucionarios menos radicales que al de los antiguos moderados. El enfrentamiento entre Cánovas y los moderados tuvo lugar a lo largo del año 1875. El presidente del gobierno, que siempre contó con el respaldo incondicional de Alfonso XII, hizo algunas concesiones iniciales, como la abolición del matrimonio civil y la clausura de algunos templos y escuelas protestantes, pero resistió a las tres grandes demandas moderadas: el restablecimiento de la Constitución de 1845, la prohibición de todo culto no católico y la vuelta a España de Isabel II, que permanecía en París. La incompatibilidad de proyectos de unos y otros quedó de manifiesto con motivo de la llamada segunda cuestión universitaria, ocasionada por el ministro de Fomento, Orovio, de procedencia moderada, quien pretendió encerrar la enseñanza oficial en los límites de la ortodoxia católica y la monarquía constitucional. Cánovas lo consideró una barbaridad y medió personalmente, aunque sin éxito, para tratar de evitar la salida de la Universidad de quienes se negaron a aceptar las imposiciones oficiales, algunos de los cuales formarían la Institución Libre de Enseñanza. Orovio desapareció del ministerio en la primera ocasión. En mayo, tuvo lugar la maniobra para la elaboración del proyecto constitucional. Muchos moderados terminaron integrándose en el canovismo, recibiendo su recompensa en forma de nombramientos y favores; los que no lo hicieron fueron definitivamente marginados a partir de las elecciones de enero de 1876, cuando Romero Robledo, desde el ministerio de Gobernación, sólo les permitió obtener un puñado de actas frente a las cerca de trescientas del partido de Cánovas. Aislados de la savia del poder, los moderados terminaron por disolverse siete años más tarde. El partido liberal conservador fue acusado numerosas veces, durante aquellos años, de ser un partido sin principios, de estar dispuesto a sacrificarlo todo con tal de disfrutar del poder: "Una oligarquía egoísta y absorbente, formado por elementos heterogéneos, sin cohesión moral ni vínculos de doctrina, más atenta al monopolio del poder que alas inspiraciones del patriotismo, que ha ido tendiendo por todas partes (...) la espesa malla de su influencia oficial". Es cierto que, frente a la nitidez de los planteamientos moderados, la agrupación dirigida por Cánovas parecía oscilar entre la reacción y la revolución. Pero éste era precisamente el carácter ecléctico que Cánovas -que se preciaba de rendir el debido "tributo a la prudencia, al espíritu de transación, a la ley de la realidad"- pretendía dar a su partido, y a través de él a las instituciones, para poder integrar en las mismas al mayor número posible de fuerzas políticas. Desde el comienzo de la Restauración hasta 1881 gobernaron los conservadores, aunque Cánovas estuvo ausente de la presidencia del Consejo durante dos breves períodos. Entre septiembre y diciembre de 1875, fue presidente el general Jovellar porque Cánovas, que era favorable a la convocatoria de elecciones de acuerdo con la ley vigente de sufragio universal, pero que al mismo tiempo era opuesto a este principio, prefirió que la responsabilidad de la convocatoria por este procedimiento recayese sobre otra persona. Nuevamente, en marzo de 1879, Cánovas fue sustituido en la presidencia, en esta ocasión por el general Martínez Campos, que ya aquél no quería dirigir dos veces consecutivas unas elecciones generales. Una vez celebradas éstas, la mayoría conservadora que resultó elegida no prestó el suficiente apoyo a la política de Martínez Campos -especialmente a sus reformas coloniales y militares- por lo que éste dimitió, apartándose de las filas conservadoras. En diciembre de 1879, Cánovas volvía de nuevo a ocupar la cabecera del consejo de ministros.
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En la formación y desarrollo del otro partido de gobierno -que terminaría llamándose partido liberal- también desempeñó un papel fundamental un individuo, en este caso, Práxedes Mateo Sagasta. Pero la naturaleza de su influencia fue distinta a la de Cánovas. Si éste lo era todo -ideas, proyectos y prestigio- en el partido conservador, la fuerza de Sagasta radicaba, por el contrario, en la carencia de planteamientos personales, unida a la capacidad -gracias a "la agilidad mental y el sentido de humanidad", que destacara en él el cardenal Rampolla- para unir a las distintas personalidades y agrupaciones que terminaron confluyendo en el partido. Aunque de una personalidad completamente distinta a la de Cánovas, Sagasta pudo entenderse con éste porque era también un político pragmático, convencido de que en política "no (...) se puede hacer siempre lo que se quiere, ni siempre es conveniente hacer lo más justo". El núcleo del partido liberal de la Restauración fue el partido constitucional, que se había formado en 1871, tras la escisión de los progresistas que siguió a la muerte del general Prim. El ala derecha del partido progresista y un buen número de componentes de la Unión Liberal se organizaron con el nombre de partido constitucional, bajo la jefatura del general Serrano y de Sagasta, mientras que el ala izquierda de los progresistas junto con los demócratas que optaron por la monarquía, formaron el partido radical, dirigido por Manuel Ruiz Zorrilla. Ambos partidos se alternarían en el poder durante el reinado de Amadeo I. Los constitucionales estuvieron apartados de la vida política durante la I República, con la que colaboraron inicialmente los radicales. A lo largo del año 1874, después del golpe de Estado del general Pavía, fue el partido constitucional quien tuvo en mayor medida la responsabilidad de gobierno. Cuando ocurrió el pronunciamiento de Sagunto, Serrano era presidente del Poder Ejecutivo, y Sagasta presidente del Gobierno; ninguno de ellos extremó su oposición al movimiento iniciado por Martínez Campos, al comprobar el escaso apoyo militar y civil con que contaban, y se prestaron a negociar su integración en el nuevo régimen. Cánovas era el primer interesado en que ésta se produjera para conseguir equilibrar el peso de los moderados. El problema era encontrar los términos de la avenencia. Para los constitucionales no sólo estaba en juego la supervivencia como partido, y el medio de vida para muchos, sino también el legado de la revolución de septiembre. La cuestión clave que enfrentó a Cánovas con los constitucionales durante los primeros años de la Restauración fue el problema constitucional. Cánovas quería hacer una nueva Constitución cuya existencia le parecía indispensable como base del nuevo sistema político. Los constitucionales, por el contrario, defendían la vigencia de la Constitución de 1869, que consideraban expresión de las conquistas liberales de la revolución de 1868: la declaración de la soberanía nacional y los derechos individuales. Ante esta disyuntiva, el partido constitucional se dividió, en mayo de 1875: una minoría, dirigida por Manuel Alonso Martínez, se prestó a colaborar con Cánovas en la elaboración del texto constitucional, mientras que la mayoría, al frente de la cual Sagasta había consolidado su posición frente al general Serrano, siguió defendiendo el texto de 1869. La primera gran asamblea del partido celebrada en Madrid después de la Restauración, en noviembre de 1875, ratificaría esta postura, mantenida durante la discusión del proyecto constitucional de 1876. No obstante, una vez aprobada la Constitución de 1876, se manifestaron dispuestos a aceptarla. En 1877, el partido constitucional se retiró de las Cortes como señal de protesta porque, al constituirse el nuevo Senado, sólo ocho de los 110 senadores vitalicios nombrados por la Corona, pertenecían al partido. Parecía la vuelta a la vieja táctica progresista del retraimiento como preludio de la conspiración que, por otra parte, el general Serrano no había dejado de seguir practicando. Sin embargo, al año siguiente se impuso el criterio de Sagasta favorable a la reintegración en la vida política legal. Aquel mismo año tuvo lugar la reconciliación entre constitucionales y centralistas, al parecer por consejo e impulso de Alfonso XII. Ambos hechos eran signos inequívocos de moderación por parte de los constitucionales. No obstante, ante la perspectiva de la disolución de las Cortes y la formación de un nuevo gobierno, en 1879, Cánovas no aconsejó al monarca la llamada al poder de los constitucionales porque desconfiaba, y con razón, de la lealtad hacia la monarquía de los elementos militares de este partido, no de los civiles. En las elecciones convocadas aquel año por el gobierno de Martínez Campos, los constitucionales acudieron en coalición con los antiguos radicales -que comenzaban a dar los primeros pasos para integrarse en el nuevo régimen- y los republicanos de Castelar -que desde el comienzo de la Restauración se habían mostrado dispuestos a participar en la nueva legalidad-. Desde luego no era muestra de una identificación absoluta con la monarquía borbónica. Sin embargo, al año siguiente, los constitucionales dieron un paso de gigante en orden a adquirir el estatus de partido de gobierno, al unirse a algunas destacadas personalidades políticas y formar el partido fusionista. El 23 de mayo de 1880 se sumaron a la agrupación de Sagasta, y bajo su liderazgo, el general Martínez Campos -cuyas relaciones con Cánovas siempre fueron malas y que se apartó del partido conservador, acompañado por algunos altos mandos militares, tras su fracasada experiencia de gobierno- y José Posada Herrera -el ministro de la Gobernación de la Unión Liberal que hizo a Cánovas su subsecretario en 1860, quien no obstante presidir los Congresos conservadores de 1876 y 1877, siempre se mostró dispuesto a encabezar la alternativa liberal-. Días más tarde, el conde de Xiquena junto con algunos moderados históricos, se unían al nuevo partido. No parece que el propio Alfonso XII fuera completamente ajeno a la iniciativa que culminó en la fusión. Adquiría así Sagasta, el condenado a muerte por conspirar contra Isabel II, la respetabilidad necesaria para llegar a ser el presidente de gobierno en la monarquía de su hijo, Alfonso XII. Más que una manifestación de principios, la declaración programática del nuevo partido consistía en un ataque a los conservadores -a los que se acusaba de vivir "a costa de la monarquía, como la yedra vive a costa del árbol"- y, sobre todo, una airada apelación al rey, para que dispensara por igual sus altísimos prerrogativas. "Después de este acto -concluía amenazante- la política española podrá seguir rumbos tranquilos o azarosos derroteros: ¡feliz aquel que pudiendo cerrar el paso a los segundos, tiene en sus manos la paz de los pueblos!".