Los sucesores de Antonino Pío por la vía de la adopción, Marco Aurelio y Lucio Vero, levantaron en su honor una columna de granito rojo como soporte de una estatua. No había en la columna figura ni recuerdo alguno, ni fácilmente podía haberlos, pues Antonino nunca había desempeñado un mando militar, ni siquiera salido de Italia en sus veintitrés años de emperador. Fue la suya una época de paz, y para quienes quisieron quebrantarla -los moros de Mauritania, los brigantios de Britannia, los dacios del Danubio y los partos de allende el Eufrates- contaba el emperador con un plantel de generales que supieron tenerlos a raya. La columna y su basa aparecieron en el siglo XVIII, pero la columna se rompió y sus trozos fueron aprovechados en la restauración del obelisco del Circo Máximo, que se levantó en el mismo sitio en que la columna había aparecido, la Piazza di Montecitorio. La basa se encuentra desde el siglo pasado en el Giardino della Pigna, del Vaticano. Uno de sus lados lo ocupa la inscripción dedicatoria, muy lacónica: "Divo Antonino Aug(usto) Pio / Antoninus Augustos (Marco Aurelio) et Verus Augustus (Lucio Vero) filii". Sus hijos adoptivos levantaron, pues, la columna como pedestal de la estatua dorada del emperador divinizado. El relieve principal, algo parecido al de la Apoteosis de Sabina, tiene sin embargo tantos rasgos extraños que se ha querido ver en él la influencia del mitraísmo. No hay en él más figuras históricas que las del emperador y la emperatriz fallecidos. Sus efigies -magníficos retratos las dos- se encuentran a espaldas de un gigante alado desnudo, cuyas alas ocupan casi todo el centro de la superficie disponible en su soberbio vuelo hacia el empíreo. Dos águilas, símbolos de apoteosis, una por cada uno de los viajeros, la emperatriz, muerta hacía veinte años, que ha bajado a la tierra a buscar a su marido, y el emperador que acaba de ser incinerado. El ustrinum en que se practicó la cremación (como la de Adriano y la de todos los Antoninos) estaba en el Campo de Marte, al lado del emplazamiento de la columna, y por tanto es natural que una de las personificaciones presentes en el acto de la traslación sea el Genio del Campo Marcio, abrazado al obelisco del Reloj de Augusto, alzado en aquel lugar. Otra figura alegórica, la de Dea Roma, bellísima en sus ropajes y en sus armas, extiende su brazo en un sentido adiós a la imperial pareja. El genio alado encargado del transporte no es Thánatos ni otra figura de la tradición funeraria griega o romana, sino un personaje a quien se conocía en el Oriente como Aión, el Tiempo Eterno, que figura en la Apoteosis de Homero y en otros monumentos, y lleva en la mano la esfera celeste y representados en ella la luna y las estrellas (el sol es la serpiente que la rodea). El mitraísmo iniciaba así en Roma la carrera triunfal que había de hacer de él el rival más peligroso del cristianismo. Los otros dos lados del pedestal representan sendas decursiones, quizá una por cada uno de los fallecidos. La decursio era una ceremonia de culto a los héroes que se remontaba a la edad de los mitos. Un oinochoe etrusco del siglo VII la representa y le da el mismo nombre con que aún la conoció Virgilio: Truia ("Troiaque nunc pueri, Troianum dicitur agmen", de Eneida, V, 602). Ya Homero la describe brevemente entre las honras fúnebres que los mirmidones tributan a Patroclo: "Tres veces alrededor del cadáver hicieron correr a sus corceles de hermosas crines, mientras ellos entonaban sus alaridos; Tetis, a su lado, los inducía al llanto. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas también las armas de los héroes..." (Il. XXIII, 13-15). Los ejecutantes de las decursiones representadas en el pedestal son los jinetes y peones de la guardia pretoriana, caracterizados por sus estandartes, los primeros cabalgando en rueda alrededor de los segundos, que parecen simular un combate o correr a paso ligero. El relieve es muy distinto del principal, tan académico éste; su arte tiene tal sabor popular, que ha sido calificado de naïf, y no es el único de este género. Lo excepcional en él estriba en la relativa monumentalidad de sus dimensiones.
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En el centro de la capital turca, en el parque de At-Meydani, se conserva la basa de un obelisco que, según sus inscripciones griega y latina, fue erigido por Teodosio bajo la prefectura de Próculo en el hipódromo constantiniano (año 390). Teodosio repetía lo que Augusto en el Circo Máximo y otros muchos después de él: traer un obelisco de un templo egipcio e instalarlo en lugar conspicuo de la Urbs. Dos estilos se ponen aquí en evidencia: en el ancho basamento, escenas del circo y de la erección del obelisco, vistas con desenvoltura y vivacidad; en el cubo superpuesto a aquél, la corte imperial en su más ceremonioso y formalista comportamiento. En la más conocida de sus cuatro caras ocupan una tribuna tres emperadores y un príncipe, probablemente Teodosio, Valentiniano Il, Arcadio y Honorio. Un arco, símbolo de la excelsitud bajoimperial, voltea sobre sus cabezas. La indumentaria de los emperadores es la misma, diadema, túnica y una clámide sujeta por una fíbula sobre la clavícula derecha. A uno y otro lado del solio, en primer término, los altos funcionarios; en segundo, la guardia imperial armada, cuyos miembros llevan túnica y torques al cuello. La presentación y muchos pormenores de los descritos recuerdan a los del célebre missorium de Teodosio de la Academia de la Historia, que hecho no muy lejos de allí, en Salónica, vino a parar como regalo a la finca extremeña de uno de sus amigos y paisanos. En la parte inferior del relieve del obelisco hay una zona, deslindada por una barandilla, en donde bárbaros de Asia, caracterizados por sus pantalones y sus gorros frigios, y bárbaros de Europa, vestidos de pieles de animales, presentan sus respetos de rodillas a los emperadores entronizados. Aparte de su interés intrínseco, estos relieves nos resarcen de pérdidas tan lamentables como la de la columna del Forum Tauri, construido por Teodosio en Constantinopla al lado del de Constantino e inaugurado en el 393. En una evidente emulación del Foro de Trajano, que a mediados del siglo había llenado de asombro a Constancio II, Teodosio levantó una columna con relieves coronada por su estatua. Aunque la columna era más alta que la de Trajano, la cinta de los relieves daba menos vueltas, lo que significa que sus figuras eran bastante mayores. Los pocos restos que sobreviven de ellos y los dibujos antiguos que los reproducían no bastan para suplir la pérdida de los originales ni definir su estilo, pues el clasicismo es susceptible de resurrección en cualquier época.
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Gran importancia histórica y artística tiene el relieve que recorre a modo de friso continuo el pedestal o podio de caliza que sostuvo en su día el trono de Salmanasar III (858-824) existente en el Ekal Masharti de Kalkhu. Sin lugar a dudas, el más acabado de todos es el frontal (25 cm de altura; Museo de Iraq) que representa la conclusión del tratado de paz del año 850 entre el rey asirio y el rey babilonio, protegido suyo, Mardukzakir-shumi, a quien el primero había repuesto en el trono de Babilonia. Ambos monarcas, que aparecen como iguales, acompañados de sus dignatarios, están dándose un apretón de manos, escena verdaderamente novedosa en toda la historia del arte mesopotámico. Los textos que complementan las escenas aluden a los principales hechos de los primeros trece años del reinado del monarca asirio, conocidos por otras fuentes. Salmanasar III utilizó también en una ocasión -imitando a su padre Assurnasirpal II- el obelisco en vez de las estelas, para narrar con relieves figurados y adecuados textos sus empresas militares, que completaban las que poco antes había hecho figurar en las magníficas Puertas de bronce en un templo de Imgur-Enlil (hoy Balawat). El Obelisco negro (2,02 m; Museo Británico), llamado popularmente así por el color de su alabastro, presenta sobre cada uno de sus cuatro lados cinco recuadros en relieve (en total suman 20) con la representación de las escenas de vasallaje de diversos reyes y Estados sometidos y la entrega de los obligados tributos (barras de metal, marfil, madera, objetos manufacturados y animales domésticos o salvajes, entre otros). La lectura de los recuadros debe hacerse en sentido horizontal y desde arriba abajo, abarcándose así cinco argumentos: el tributo de los habitantes de Guilzanu; el del israelita Jehú, de la Casa de Omri; el del país de Musri; el de Marduk-apilusur, príncipe del país de Sukhu; y, finalmente, el tributo de Qarparunda, príncipe del país de Khattin. Las cinco secuencias van acompañadas de un breve texto explicativo que las identifica perfectamente. La parte superior del obelisco, en forma de torre escalonada, y los frontis de las caras por su parte inferior están cubiertos con el relato de las campañas de los primeros treinta y un años del rey. Esta magnífica pieza, tallada en un bajorrelieve muy plano y sobria en detalles secundarios, fue situada en una de las grandes Salas de audiencia del palacio de Kalkhu, sirviendo de propaganda y autoelogio del rey.
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Es una de las imágenes más bellas de la serie de bañistas realizada por Degas entre 1885 y 1886. Curiosamente no fue expuesta en la muestra impresionista de 1886 junto a Mujer bañándose en un barreño o el Baño de la mañana, quizá por mostrar descaradamente los rasgos de la mujer desnuda. Mientras sus compañeras ocultan sus rostros y sus partes íntimas, esta joven se presenta de frente, sin ningún tipo de tapujos y en el centro de la imagen. Esto ha hecho pensar a algunos especialistas que estaríamos ante una serie de escenas sobre el mundo de la prostitución. Tras la joven contemplamos a una mujer que se afana en peinar el cabello de su supuesta señora, quien tiene debajo su blanca toalla y se sienta sobre un diván. Degas emplea una iluminación muy difuminada para la escena, mientras un rayo de luz cae sobre el cuerpo de la joven para llamar aún más la atención sobre su desnudez. Por el resto de la estancia resbala esa luz, creando un interesante efecto de claroscuro. Pero su gran preocupación se encuentra en el dibujo, lo que le distancia de otros impresionistas - Monet, Pissarro o Renoir - más preocupados por el color y la luz. La suavidad de las líneas de las mujeres de Degas muestra su delicada concepción del dibujo, convirtiéndose casi en un pintor clásico. Pero a diferencia de éstos, Degas presenta un episodio de la vida cotidiana como es el peinado de una joven que posiblemente espere una importante cita. La intimidad con que presenta la escena le aleja de los convencionalismos académicos y le sitúa plenamente integrado en la vanguardia. La pose de la modelo permite apreciar su relajación y la facilidad para el retrato que tiene el artista. Los tonos empleados son bastante limitados, recurriendo al blanco, el naranja, el color de la carnación y el amarillo mezclado con verde. Pero aun así consigue un interesante efecto, empleando la técnica fotográfica al cortar los planos pictóricos, concretamente la cabeza de la peinadora.
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Todos los materiales elegidos por Chillida poseen la fuerza que origina la forma y la poética de cada escultura. Así, en el alabastro esa fuerza es la luz, y su transparencia es la protagonista de la obra. En las maderas son los troncos vivos, con todos sus nudos y accidentes, que el escultor conserva intencionadamente. En los hierros, ese respeto a la materia hace que ésta se transforme en un elemento esencialmente expresivo. En el acero cortén o en el hormigón armado, la densidad y la gravedad se convierten en los componentes básicos de un tipo de esculturas de gran monumentalidad. Chillida respeta la materia y sus peculiaridades, que potencia y pone al servicio de los elementos fundamentales de su poética.
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Compañero de Las mozas del cántaro y La boda, el destino de estas obras era el despacho del rey en el Palacio de El Escorial. Cuatro majas vestidas con sus elegantes trajes mantean un muñeco de trapo ante un fondo arquitectónico. El lienzo definitivo suprime las arquitecturas y presenta al muñeco con mayor rigidez, cambios incluidos posiblemente por exigencia de los maestros tapiceros ya que era para ellos más fáciles tejer árboles. Al encontrarnos aquí ante un boceto la pincelada es rápida y fluida, aplicando el óleo con gran empaste, sin interesarse por los detalles. La luz y el ambiente están perfectamente interpretados, situándose muy cerca del Impresionismo.
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Según algunos de los datos cronológicos, la primera forma de gobierno que recibió en Grecia el nombre de tiranía fue la de Fidón de Argos. Allí se conoce desde fines del siglo VIII un proceso expansivo que se relaciona con las huellas arqueológicas de la introducción del armamento hoplítico. La peculiaridad de la tiranía de Argos reside en que Fidón se hizo tirano desde la posición de rey, heredero de Témeno, y pretendía recuperar los dominios que habían conquistado los Heráclidas, los reinos de Agamenón y Diomedes, al norte del Peloponeso. Así, se sabe que intervino provechosamente en los conflictos por el control de Olimpia, centro de gran valor ideológico en una política conquistadora. La tradición sobre su naturaleza regia indicaría que como rey había roto la solidaridad aristocrática gracias a las transformaciones que permite la táctica hoplítica y la adquisición de nuevos territorios, lo que facilitaría el nacimiento de fidelidades clientelares, igualmente favorecidas por el desarrollo económico, reflejado en los contactos con Oriente desde el puerto de Nauplia. Los sistemas metrológicos argivos, referidos al peso y a la moneda, sirvieron de modelo a muchas ciudades griegas en época arcaica. Como la tiranía resulta un síntoma de los conflictos sociales, es natural que las fuentes puedan aparecer contradictorias, sobre todo en aquello que corra el riesgo de implicar un juicio de valor. Es lo que ocurre en torno a Cípselo de Corinto, pues junto a versiones que tratan de su crueldad, otras consideran que su acción fue resultado de un oráculo de Delfos, que en otros casos se expresaba negativamente, destinado a eliminar a los monarcas Baquíadas en favor de una nueva generación salvadora. Los Baquiadas habían llegado a crear una dinastía, basada en la riqueza procedente de la gran expansión colonial, que podía ser calificada como tiránica por individuos como Cípselo, hijo de una mujer del mismo genos que ellos, pero de un padre del demos que ejercía el cargo de polemarco. Ejército y demos aparecen unidos en las rivalidades internas del genos en una competencia por el poder que puede favorecer el prestigio de Cípselo, pero que no puede evitar que a su hijo Periandro le atribuyan los rasgos propios del tirano, cruel, para acabar en la consolidación de un sistema oligárquico capaz de prescindir del protagonismo exclusivo de las grandes familias y que Heródoto califica como isokratía. También ejercía el cargo de polemarca Ortogoras de Sición cuando accedió a la tiranía. Las acciones más significativas del régimen se atribuyen, sin embargo, a Clístenes, su sucesor. El hecho de que suspendiera la recitación de los poemas homéricos y el culto al héroe Adrasto, sustituido por el de Melanipo, así como el hecho de que reformara el sistema tribal y atribuyera a las tribus nombres alusivos a los animales, indica que quienes controlaban el marco ideológico y organizativo eran miembros de familias a las que el sistema tiránico se opone al menos en su segunda etapa, considerada por las fuentes más dura que la primera, a pesar de que la relación de Clístenes con los Alcmeónidas atenienses suavizará la imagen en historiadores como Heródoto, vinculado a las clases dominantes atenienses. Clístenes recuperaba las tradiciones míticas cuando, según Heródoto, ofrecía la sucesión y la mano de su hija Agariste a quien en Olimpia venciera en la prueba de la carrera de carros. Finalmente, en Mégara, se dice que el aristócrata Teágenes llegó a la tiranía con el apoyo del pueblo, pues se puso al frente de sus reivindicaciones cuando luchaba contra los aristócratas que habían monopolizado la tierra común. Mégara había desempeñado y desempeñaba una importante labor en las colonizaciones y disfrutaba de puertos a uno y otro lado del istmo. Agricultura e intercambios, campesinado y aristocracia se encuentran de nuevo involucrados en el episodio de la tiranía.
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Esta escultura forma parte de la idea original de las Puertas del Infierno, encargadas por el Gobierno a Rodin en 1880. Su lugar de ubicación corresponde a la parte central del profundo dintel superior. En principio el escultor pensó que se llamaría El Poeta y que fuera identificado con Dante, pero más tarde se le quiso dar una simbología más universal con el apelativo de El Pensador. Es considerada una de las obras maestras del escultor, tomando como punto de partida el Ugolino de Carpaux.
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López Piñero ha realizado una excelente síntesis de las aportaciones de la ciencia española en los diferentes campos, siguiendo fielmente el esquema dualista antiguos-modernos a lo largo de los siglos XVI y XVII. El recorrido por cada uno de estos campos comienza por las matemáticas. Mientras que las matemáticas especulativas apenas consiguieron interesar, sus aplicaciones prácticas constituyeron un motivo de seria preocupación que la sociedad española mantuvo a lo largo de la centuria. En los primeros años del siglo XVI la figura más destacada fue el aragonés Pedro Sánchez Ciruelo, cuyas obras tuvieron, desde 1495 hasta 1528, diecinueve ediciones en España o Francia. Entre todas las aplicaciones prácticas de las matemáticas, la que mayor importancia tuvo en la España del siglo XVI fue el cálculo mercantil: nada menos que diecinueve obras distintas consagradas a las cuentas se publicaron a lo largo del período. En astronomía, la España del siglo XVI era heredera de la tradición ibérica medieval, especialmente brillante en el campo de la observación. El enlace con dicha tradición puede personificarse en el judío salmantino Abraham Zacuto, autor de una obra de extraordinaria influencia en la transición de los siglos XV a XVI. Su libro más importante fue el Hibbur-ha-gadol (El gran tratado). El principal exponente del enfrentamiento con las doctrinas cosmográficas tradicionales fue la acogida que se dispensó a la obra de Copérnico y a su sistema heliocéntrico. Un primer hecho de importancia es la inclusión de la obra de Copérnico en los estatutos de 1561 de la Universidad de Salamanca, única que hizo algo semejante en la Europa del siglo XVI. La decisión debió partir de Juan de Aguilera, que fue titular de la cátedra desde 1551 hasta 1560. Por lo demás, la posibilidad de utilizar el texto de Copérnico en la enseñanza no llegó a cumplirse. Por otra parte, hay que subrayar que, durante las décadas finales del siglo XVI, la obra de Copérnico fue ampliamente utilizada por los cosmógrafos españoles como una técnica matemática nueva y que algunos autores defendieron que el heliocentrismo no era contrario a las Sagradas Escrituras y examinaron sus consecuencias desde un punto de vista exclusivamente físico. Hubo, desde luego, enfrentamientos a la revolución cosmológica que planteaba Copérnico. En esta línea, el texto de mayor importancia, y el único generalmente tenido en cuenta, es el incluido por el agustino Diego de Zúñiga en sus In Iob commentaria (1584). Hubo también críticos del copernicanismo desde la filosofía natural y la cosmología tradicionales, como Francisco Vallés (1587) y Diego Pérez de Mesa (1596), así como eclécticos en la línea de Pedro Simón Abril (1589), que consideró el sistema copernicano y el ptolemaico como dos teorías totalmente válidas. El anteojo, futura arma de la nueva astronomía, fue inventado a finales del siglo XVI, independientemente, en varios lugares de Europa, uno de los cuales fue Barcelona. Desde hace tiempo se sabía que entre sus primeros constructores había figurado la familia de artesanos catalanes encabezada por los hermanos Joan y Pere Roget. No hay que olvidar que, en la España del XVI, el saber astronómico fue cultivado principalmente en conexión directa con sus aplicaciones al arte de navegar, la astrología y la cronología. En este último campo, el principal problema fue la reforma del calendario juliano, llevado a cabo finalmente bajo el pontificado de Gregorio XIII. En su preparación colaboraron de modo destacado varios españoles, entre ellos, Juan Salmo y Pedro Chacó. La importante participación española en el desarrollo del arte de navegar estuvo en relación directa con el descubrimiento de América. Colón utilizó en sus viajes el astrolabio náutico, aunque sin fruto, debido a su insuficiente conocimiento del mapa celeste en las latitudes bajas. Empleó la traducción castellana del Almanach de Zacuto, dibujó varias cartas de los territorios que había descubierto y realizó observaciones sobre el problema de la declinación magnética. La gran institución que centralizó la actividad náutica fue la Casa de la Contratación sevillana. En conexión con ella, se escribió la mayor parte de los textos consagrados al arte de navegar, sin duda una de las principales y más sobresalientes aportaciones españolas a la literatura científica de la época. Los descubrimientos tuvieron, naturalmente, un peso decisivo en la geografía española del siglo XVI. Sin embargo, no pueden entenderse adecuadamente sin tener en cuenta la influencia ejercida por el movimiento humanístico que, en este terreno, se centró en el llamado renacimiento de Ptolomeo, es decir, en la recuperación y difusión de la Geografía de este autor. Ello provocó la reinstauración de la geografía matemática o astronómica, caracterizada por señalar la longitud y latitud de cada accidente. Destacadas figuras en este campo fueron Elio Antonio de Nebrija, sobre todo por su manual titulado In Cosmographiae libros introductorium (1499), y Miguel Servet, que preparó una edición latina comentada de la Geografía de Ptolomeo (1535), que mejoró en un reimpresión posterior (1541). Hacia 1566, Felipe II encargó a Pedro Esquivel, catedrático de matemáticas en Alcalá, una Descripción de España cierta y cumplida que incluyera la determinación de la posición exacta de los accidentes geográficos y sus poblaciones. La importancia de la labor que Esquivel y sus colaboradores llevaron a cabo reside en que fue uno de los primeros intentos de descripción geográfica de un país y en el rigor científico y técnico con el que fue realizada. Otra vertiente de la investigación geográfica bajo los auspicios de Felipe II consistió en la puesta en práctica, a partir de 1575, de un proyecto de Relaciones de los pueblos de España. Se utilizó un cuestionario análogo al de las Indias, aunque insistiendo todavía más en los datos cuantitativos de carácter demográfico y económico. Aparte de los trabajos consagrados a América y a la propia Península Ibérica, en la España del siglo XVI se publicaron numerosas obras dedicadas a otros territorios. Las más sobresalientes fueron el libro sobre China de Juan González de Mendoza (1585), que tuvo en menos de un siglo cincuenta y cuatro ediciones en siete idiomas, y la Descripción general de Africa (1573-1599) de Luis Mármol Carvajal. La cartografía española del siglo XVI tuvo dos escenarios principales. El primero estuvo integrado por varias ciudades mediterráneas en las que se mantuvo durante toda la centuria la tradición medieval de la escuela mallorquina. El segundo fue, naturalmente, la Casa de la Contratación de Sevilla, que centralizó la actividad relacionada con el Nuevo Mundo. A finales del siglo XV y comienzos del XVI, la física nominalista adquirió gran relieve en la Universidad de París, muy en primer término con las enseñanzas que en el Colegio de Montaigue dieron el español Jerónimo Pardo y el escocés John Mair, aunque la figura más destacable es la del valenciano Juan de Celaya. Merecen mención, asimismo, los tratados de filosofía natural de Domingo de Soto, Benito Perera y Francisco de Toledo. La historia natural constituye uno de los aspectos más brillantes de la actividad científica del siglo XVI. El Nuevo Mundo ofrecía unas posibilidades extraordinarias de enriquecer el acervo descriptivo heredado de la Antigüedad clásica y la Edad Media. Por ello, la principal contribución de los naturalistas españoles de la época fue incorporar a la ciencia europea las realidades americanas. Los textos españoles sobre la historia natural americana tuvieron una gran difusión internacional. Por ejemplo, la Historia de Fernández de Oviedo alcanzó en su época quince ediciones en cinco idiomas, la obra de Nicolás Bautista Monardes llegó a cuarenta y dos impresiones en seis lenguas, y la de José de Acosta, a treinta y dos en seis idiomas diferentes. Los estudios sobre la historia natural de la metrópoli carecieron del relieve histórico de los dedicados al Nuevo Mundo, aunque ello no excluye la presencia de trabajos científicos de altura. El más importante fue, sin duda, la traducción castellana con comentarios de la Materia médica de Dioscórides realizada por Andrés Laguna. Publicada por vez primera en 1555, continuó reeditándose en España hasta finales del siglo XVIII, por ser un libro utilizado ampliamente por boticarios y médicos. Aunque Vesalio residió en España entre 1559 y 1564 y tuvo relación muy directa con varias figuras médicas españolas a lo largo de toda su vida, no fueron éstos los caminos por los cuales se difundió en nuestro país la renovación del saber anatómico por él encabezada. El centro del movimiento vesaliano español fue la escuela creada en Valencia por dos discípulos suyos: Pedro Gimeno y Luis Collado. Entre 1547 y 1549, Gimeno convirtió la Universidad de Valencia en una de las primeras de Europa en las que se impartía enseñanza anatómica de acuerdo con las ideas de Vesalio; publicó el primer texto que incorporó plenamente la nueva anatomía vesaliana (Dialogus de re medica, 1549) y la enriqueció, además, con el resultado de sus propias investigaciones descubriendo el estribo, tercero de los huesecillos auriculares. Collado, su sucesor, fue el principal responsable de la consolidación de la escuela anatómica valenciana y de su firme adhesión a las ideas de Vesalio. De toda su obra, recordaremos únicamente el libro (1551) en el que defendió, por primera vez en Europa, a Vesalio y a la nueva anatomía frente a los ataques de Silvio, antiguo maestro de Vesalio en París. Las doctrinas galénicas tradicionales acerca de las funciones del organismo humano continuaron vigentes durante el siglo XVI. La constitución de la fisiología como una disciplina independiente de los saberes anatómicos y apoyada en métodos experimentales, fue un largo proceso que se desarrolló a partir de la centuria siguiente. En ésta solamente puede hablarse de reelaboraciones de los esquemas clásicos y, a lo sumo, de aportaciones de detalle o de críticas parciales que, desde distintos ángulos, contribuyeron a preparar la crisis. La más importante fue la circulación pulmonar, formulada por Miguel Servet en su célebre obra teológica Christianismi Restitutio (1553). El fanatismo de Calvino y de los inquisidores católicos consiguió destruir prácticamente la edición de la obra de Servet, hasta el punto de que sólo se conservan dos ejemplares completos y uno incompleto. Su difusión, por lo tanto, fue nula o muy escasa. El libro que dio a conocer la circulación pulmonar en toda Europa fue la Historia de la composición del cuerpo humano de Juan de Valverde, que apareció por primera vez en 1556. Valverde presenta la circulación menor como uno de los resultados de su colaboración científica con Realdo Colombo. Otra línea que contribuyó a preparar la constitución de la fisiología moderna fue el planteamiento desde distintos ángulos de una nueva imagen del organismo humano. En ella participaron numerosos autores españoles, entre los que destacan Gómez Pereira con su defensa del automatismo de los animales (1554), Miguel Sabuco con su teoría del jugo nérveo (1587) y, sobre todo, Huarte de San Juan, cuya conocida doctrina del ingenio supone que el cerebro es la base orgánica del comportamiento humano. Su Examen de ingenios para las ciencias (1575) es, quizá, el texto científico más reeditado de su época: hasta finales del siglo XVIII, tuvo ochenta y dos ediciones en siete idiomas. Alcalá y Valencia fueron los principales focos del humanismo médico español. Su figura más representativa fue Andrés Laguna, autor relacionado con Alcalá, pero cuya biografía y cuya obra se desarrollaron en un escenario auténticamente europeo. Entre sus publicaciones propiamente médicas destaca un Epitomes omnium Galeni Pergameni operum (1548), en tres volúmenes, muy apreciado en la Europa de su tiempo. Del galenismo humanista procede otra corriente que puede ser llamada galenismo hipocratista, que no sólo se preocupó de depurar filológicamente los textos clásicos de acuerdo con los supuestos del humanismo, sino que subrayó la importancia de la observación clínica y permaneció abierto a las novedades. Uno de sus más destacados representantes fue el catedrático de Alcalá Francisco Vallés, autor de numerosas obras muchas veces editadas, que fueron citadas en Europa durante más de dos siglos. El retorno de la escolástica propio de la Contrarreforma se manifestó con especial vigor en el saber médico. Su máxima figura europea fue Luis Mercado, catedrático en Valladolid. Aunque bien informado y excelente observador clínico, la producción científica de Mercado giró en torno a la ambiciosa tarea de reestructurar el saber médico tradicional a través de una exposición sistemática cerrada a novedades. En conclusión, respecto al siglo XVI, hoy, tras los trabajos de Goodman, Vicente Maroto y Esteban Piñeiro, la actitud ante la ciencia de la monarquía de Felipe II queda muy revalorizada. La creación de la Academia de Matemáticas de Madrid (estudio de García Tapia), la promoción del aprendizaje técnico, el interés por la astronomía y la alquimia, la restauración de la flota, las contribuciones en el terreno de la minería, la creación del centro científico de El Escorial, el cargo de cosmógrafo del rey... son algunos de los indicadores que pueden citarse para resaltar el papel positivo de Felipe II respecto a la ciencia.