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Respecto al Partido Socialista Obrero Español, creado en 1879, su expansión fue muy lenta. Entre los aspectos más destacados de su historia en estos años están la publicación del Informe que el doctor Jaime Vera redactó para la Comisión de Reformas Sociales -informe que Miguel Artola ha considerado una obra maestra de la literatura de divulgación, por la fidelidad a la doctrina y por la capacidad sintética- en el que su autor manifestaba la aceptación de las normas democráticas por los socialistas, mientras no tuvieran fuerzas para asegurar su triunfo en una revolución: "Cuidaremos de no daros el gusto de que resolváis por la fuerza lo que no podéis alcanzar con la razón". Mayor trascendencia pública tuvo la fundación del periódico -semanal, en un primer momento- El Socialista, en cuyo prospecto inicial se subrayaba la necesidad de la lucha política, para acelerar el cambio que se avecina, aunque -se decía, de acuerdo con la vigente ortodoxia marxista- la razón última de todos los cambios sociales esté en el desenvolvimiento de las fuerzas económicas. Al mismo tiempo, se señalaba -de acuerdo, también, con la práctica de todos los partidos socialistas de la época- que su primer y principal propósito era procurar la organización de la clase trabajadora en partido político, distinto y opuesto a todos los de la burguesía. Cuatro meses después de su aparición, una vez pasada la curiosidad que despertó, como dice Juan Pablo Fusi, El Socialista sólo producía pérdidas. El sueldo de su director, Iglesias, tuvo que ser reducido a la mitad y durante casi veinte años los demás empleados no recibieron retribución alguna. De aquella época data también el comienzo de la celebración del 1°- de mayo, calificada humorísticamente por un obrero socialista barcelonés como fiesta de Nuestra Señora de las Ocho Horas. En 1890 se inició este ritual obrero -en palabras de Michelle Perrot, citadas por Manuel Pérez Ledesma- con un código común de procesiones, consignas y concentraciones masivas, que tanto habría de influir en la toma de conciencia de clase de muchos trabajadores. Al amparo de la ley de asociaciones de 1887, en agosto de 1888 tuvo lugar en Barcelona un Congreso nacional obrero que acordó la creación de la Unión General de Trabajadores, la central sindical socialista cuyo primer presidente fue García Quejido. Una semana más tarde se celebró el congreso fundacional del Partido Socialista Obrero Español, que eligió a Pablo Iglesias como presidente del comité central. Los congresos del partido se sucederían cada dos años, hasta 1894. Sólo entre los mineros vizcaínos -gracias a la propaganda iniciada por un obrero metalúrgico, Facundo Perezagua, nacido en Toledo y llegado a Bilbao en 1885- se desarrolló en estos años una verdadera organización socialista con el apoyo de masas. De la debilidad socialista da idea el escaso número de votos obtenido en las elecciones de 1891: poco más de 1.000 en Madrid y en Barcelona, y unos 5.000 en toda España. Hasta 1910, presentándose en solitario, el PSOE no llegó a sumar nunca más de 30.000 votos en todo el país, y no consiguió ningún diputado.
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No es muy habitual encontrar obras de Monet en las que la figura humana tenga mayor relevancia que el paisaje. Los protagonistas vuelven a ser Camille, su compañera, y Jean, su hijo, igual que vemos en Almuerzo. Aquí están vistos desde una perspectiva baja, situados sobre una loma donde el viento es mayor. La luz provoca una sombra malva que domina toda la figura mientras que la sombra que ella proyecta es más oscura. Las zonas iluminadas por el sol tienen, obviamente, un colorido más vivo. Jean queda más difuminado en el fondo, apreciándose apenas el color sonrosado de sus mofletes. Una vez más la pincelada rápida, a base de pequeñas comas, se convierte en la configuradora del conjunto, eliminándose las formas lo que provocará la reacción de Cézanne o Renoir.
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La protagonista de esta escena es Louise Weber, más conocida en el mundo de la farándula por el apodo de La Goulue, la Golosa, debido a su insaciable apetito. Era originaria de la Alsacia, dedicándose al trabajo de lavandera hasta que fue descubierta por M. Astruc debutando en el café "Medrano"; más tarde debutó en el "Moulin Rouge" donde alcanzó considerable fama entre 1890 y 1895. Debido a su gordura fue sustituida y se instaló en una barraca en "Foire du Trone". Con sus ahorros compró una casa en Montmartre donde convivió con Môme Fromage para arruinarse y tener que dedicarse a vender flores en el "Casino", luchar en un espectáculo circense o hacer de domadora en el circo "Juliano". Convivió después con un hombre que la expuso como curiosidad pública y acabó sirviendo en un burdel. Falleció en 1929 en la más absoluta de las miserias, en el hospital Lariboisière, cuando los cuadros de Lautrec que ella había vendido para sobrevivir estaban alcanzando precios desorbitados. En esta composición la encontramos en su momento de reinado en el Moulin Rouge, realizando su cotidiano paseo por el local acompañada de un bailarín. La imagen se convierte en una de las "fotografías" más significativas del ambiente del Moulin, recogiendo a toda su "fauna" entre la que destaca Jane Avril de espaldas. El estilo rápido y preciso que siempre manifiesta Henri caracteriza una composición donde el color ocupa un importante papel, compaginando el protagonismo con el dibujo firme y seguro habitual en los trabajos de Toulouse-Lautrec. La admiración hacia las luces artificiales enlaza con Degas, iniciador de este tipo de escenas de la noche parisina. Resulta destacable el acierto al captar las personalidades de los dos protagonistas: la mirada altiva y segura de la Goulue frente al gesto de hastío e indiferencia del compañero.
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La modelo utilizada para esta obra tomada directamente del natural fue Mamada Gamba. El jardín que aparece al fondo posiblemente sea el de la casa alquilada por Manet en Bellevue durante el verano de 1880. La mujer recibe un fuerte foco de luz que ilumina su bello rostro, que contrasta con el vestido negro. Las tonalidades verdes del jardín se resaltan al impactar sobre ellas la luz solar, como demandaba el Impresionismo. La pincelada fragmentada del jardín y las tonalidades empleadas sitúan a Manet en la órbita de Monet o Pissarro.
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La Barcelona del cambio de siglo había recibido el impulso de la Exposición Universal celebrada el año 1888, modernizándola y dándole una nueva imagen. La ciudad histórica estaba encerrada dentro del perímetro de murallas de origen medieval, impidiendo su crecimiento y propiciando que a su alrededor nacieran dispersos en el llano, una serie de núcleos de población, Sant Martí de Provençals, Sant Andreu del Palomar, Gràcia, Sant Gervasi, Sants... La campaña para la demolición de las murallas empezó en 1854 y al mismo tiempo se convocaba un concurso para trazar y distribuir el nuevo crecimiento de la ciudad hacia las poblaciones más cercanas. La unión del centro histórico con éstas poblaciones se definió en el proyecto de l' Eixample, del año 1859, que consistía en la urbanización del plano de Barcelona con una trama de calles paralelas y perpendiculares las unas a las otras que delimitaban manzanas de casas. El Ayuntamiento declaró como ganador a un arquitecto local, Antoni Rovira i Trias, quién había articulado la urbanización a partir de ejes radiales que partían de la ciudad antigua. Pero fue el gobierno central quién escogió la propuesta de un plano más regular en su diseño y en su distribución, la que finalmente se ejecutó. Esta planificación era obra de Ildefons Cerdà, urbanista profundamente preocupado por la dificultades del obrero y por las condiciones sanitarias y de salubridad extremadamente insuficientes de Barcelona. Su distribución ideal, en la que proyectaba manzanas con espacios abiertos ocupados por jardines fue corrompida rápidamente por las clases dominantes, quienes lo modificaron de la mano de urbanistas, arquitectos y empresarios repetidas veces. El Passeig de Gràcia fue inaugurado el 1827 y funcionaba como eje de comunicación entre la ciudad y la cercana población de Gràcia. Se ensanchó un antiguo camino, que seguía el trazado de un torrente de agua, que en su camino dejaba fuentes, jardines, unos Campos Elíseos y diferentes zonas de paseo. Con el crecimiento del Eixample se convirtió en la vía principal de la nueva ciudad, dotándola de iluminación, pavimento y circulación de los principales transportes públicos y privados. En ella se construyeron los mejores cines y teatros, se concentraron los mejores y grandes almacenes, así como se convirtió en el escenario de los grandes actos y paseos de la burguesía barcelonesa. Contribuyendo a su ornamentación, el Passeig de Gràcia se dotó de unas farolas y bancos, diseño del arquitecto Pere Falqués. Es en esta avenida donde los burgueses decidieron construir sus residencias, en una carrera de trasgresión respecto de los modelos más historicistas y académicos y de exhibición de su riqueza, encargando los proyectos a los mejores arquitectos del momento. Buena muestra de ello nos la proporciona la llamada "Mançana de la Discordia", entre las calles Consell de Cent y Aragó. Su nombre lo debemos a que en ella se encuentran tres obras de especial relevancia de los arquitectos más emblemáticos del momento: Lluís Domènech i Montaner con la Casa Lleó Morera, Josep Puig i Cadafalch con la Casa Amatller y Antoni Gaudí i Cornet con las Casas Batlló y Milà.
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El paso a la alta cultura y los primeros testimonios de la palabra mesoamericana A lo largo de las costas del golfo de México, en el territorio limítrofe entre los actuales Estados de Veracruz y Tabasco, prosperó el núcleo original de los olmecas, las gentes de la región del árbol del hule o caucho. En opinión de los arqueólogos, los olmecas se hacen acreedores al título de iniciadores de la alta cultura madre en Mesoamérica. Reveladoras han sido las excavaciones hechas en los sitios que hoy se nombran La Venta, Tres Zapotes, San Lorenzo, Los Tuxlas y otros. Al parecer, desde el segundo milenio a.C. comenzó a producirse allí extraordinaria transformación cultural. Abarcó ésta la edificación de centros que cabe describir como proto-urbanos, con conjuntos de construcciones planificadas. Incluyen éstas algunas pirámides, patios rectangulares rodeados por muros de columnas de basalto, esculturas de grandes proporciones, altares y sarcófagos tallados en piedra que hablan de un arte lapidario en extremo desarrollado. En varios de estos centros olmecas se han descubierto estelas en las que aparecen algunos de los primeros vestigios de inscripciones. Sin embargo, la presencia ya indudable de registros calendáricos y otros de índole también jeroglífica, hasta donde lo permiten saber las investigaciones arqueológicas, procede de regiones en las que, con el paso del tiempo, ejercieron su influencia los antiguos portadores de la cultura olmeca. Entre los más antiguos testimonios mesoamericanos inscritos en piedra, sobresalen las inscripciones que se sitúan en la primera etapa del centro ceremonial de Monte Albán, en Oaxaca, con una antigüedad que se remonta a 600 a.C. Allí, en las llamadas estelas de los danzantes, están los primerísimos mensajes escritos, prenuncio de lo que llegó a ser la expresión de la palabra indígena. Tan sólo en parte descifradas esas inscripciones, incluyen registros de años y días, numerales, nombres de lugares, de caudillos y dioses, y probablemente también señalamientos de conquistas y portentos divinos2. Comparando algunos de estos signos jeroglíficos con los que muchos siglos más tarde se siguieron empleando en la región central de México, entre otros por los mexicas o aztecas, encontramos que en varios casos puede percibirse una continuidad. Ejemplos de ello son el empleo de la imagen de un monte o cerro estilizado para denotar no ya tal accidente geográfico, sino la idea de una población o asentamiento humano. Otro elemento digno de ser mencionado es que, ya en esas manifestaciones tan tempranas de escritura en Mesoamérica, para expresar nombres de lugar, se incorporaron al referido glifo del cerro otros, delineados para significar el nombre que tenía el dicho asentamiento en particular. Una última muestra de la perduración de antiguos elementos de esa escritura que se vincula con los olmecas la tenemos en el empleo de puntos y barras en combinación con los glifos calendáricos. Tal forma de representación de los numerales habría de difundirse por todo el ámbito de Mesoamérica y se seguiría usando al tiempo en que hicieron su aparición los hombres de Castilla. El desarrollo y la difusión de las inscripciones mesoamericanas se tornan visibles en otros monumentos, como en los conjuntos, jeroglíficos del montículo J del mismo centro de Monte Albán, ya en su segunda época (hacia 300 a.C.), y en varios lugares descubiertos por la arqueología, entre otros Chalcatzingo (Morelos), Tlatilco (Estado de México) y también, dentro de la zona nuclear olmeca, en el antiguo sitio de Tres Zapotes, pero de una época ya tardía. En este último lugar se encontró la llamada Estela C que consigna la fecha 31 a.C., y da testimonio de grandes desarrollos en lo tocante a conocimiento calendáricos y sistemas de escritura. Los testimonios provenientes del horizonte clásico (0-900 d.C.) Mientras --coincidiendo casi con los inicios de la era cristiana-- se fue perfilando el horizonte clásico de los zapotecas en Oaxaca y los mayas en las tierras bajas de Chiapas, Guatemala y la península de Yucatán, en la región central de México comenzó a florecer la que llegaría a ser metrópoli de Teotihuacan. Sin duda, la forma de escritura invención de los mayas fue la más compleja, precisa y versátil en todo el ámbito de Mesoamérica. Aunque hasta ahora sólo en parte ha podido descifrarse, se acepta generalmente que es en parte ideográfica, representativa de conceptos, y asimismo fonética, evocadora de sonidos, silábicos y de fonemas aislados. Hoy se conocen todos sus glifos de contenido calendárico y asimismo otros que denotan nombres de dioses, lugares y personas prominentes. Las investigaciones, que continúan avanzando, han llevado a precisar la existencia de diversos elementos que, a modo de afijos, se adhieren a un núcleo central al que confieren precisas connotaciones3. Así, se sabe que hay afijos que se empleaban para estructurar distintas formas verbales. Del gran ámbito de los pueblos mayas se conocen millares de inscripciones, no sólo en estelas sino también en otros géneros de monumentos y, asimismo en dinteles, escalinatas, piezas de cerámica, etcétera. En lo que toca, en cambio, a los antiguos libros de códices, hay sólo cuatro del ámbito mayense --tal vez uno más de no comprobada autenticidad-- que escaparon a las destrucciones que ocurrieron después de la Conquista. Uno de estos códices mayenses, el que ostenta el nombre de Dresde (por conservarse en la Biblioteca estatal de esa ciudad), es al parecer una copia hecha en el período posclásico (después de 900 d.C) sobre la base de un libro más antiguo. Pintado, como los otros códices de esta cultura, sobre papel de amate (árbol del género del ficus), se integra con varias secciones que versan acerca de temas tocantes a creencias primordiales y distintos rituales, así como a cómputos calendáricos, sobre todo de la cuenta astrológica de 260 días y de otras basadas en los ciclos de la Estrella grande (Venus) y de la luna. Asuntos que también forman parte de su contenido son varias profecías de katunes (períodos de 20 años), así como secciones de especial interés para propiciar a los dioses protectores de la agricultura. De contenidos afines son los otros códices mayenses, el Cortesiano o de Madrid (conservado en el Museo de América en la capital de España), el Peresiano (o de París), en la Biblioteca Nacional de París, y el Grolier, el de no por completo comprobada autenticidad, conservado actualmente en el Museo Nacional de Antropología (ciudad de México)4. Cabe mencionar además el hallazgo de otro códice entre varios objetos de una ofrenda, en un entierro del período clásico, en El Mirador, Chiapas. El material orgánico, también papel de amate, de que fue hecho ese códice, se ha alterado tanto con el paso del tiempo y la circunstancia de estar enterrado y expuesto a la humedad, que no ha sido posible hasta ahora enterarse de su contenido. Conservado también en el Museo Nacional de Antropología, se espera que nuevas técnicas permitan algún día conocer lo que en él se expresa. Dado que hay testimonios arqueológicos que prueban la existencia de contactos e intercambios culturales entre la región de Oaxaca, donde florecían el gran centro de Monte Albán y otros de esa zona, con la metrópoli de Teotihuacan será de interés recordar algo de lo que fue el desarrollo de la escritura en el ámbito oaxaqueño. En varias inscripciones localizadas allí, los glifos acompañan a conjuntos de imágenes. De esta suerte, lo que se inscribió ostenta un carácter narrativo, complemento de la representación de sucesos. Las inscripciones se insertan a veces en columnas o a lo largo de la representación de dioses y hombres. Los registros calendáricos son en extremo frecuentes. Puede decirse a este respecto que tal tipo de inscripciones-imágenes, más frecuentes en el contexto cultural oaxaqueño, habría de influir en el ulterior desenvolvimiento de la escritura, incluso en los códices, en particular los de origen mixteco y los de procedencia nahuatl; ambos ya del período siguiente, el posclásico (a partir del siglo X d.C.). En vista de que hemos aludido varias veces a los cómputos calendáricos mesoamericanos, conviene atender a ellos en forma más directa. En Mesoamérica fueron varias las formas de calendario que llegaron a desarrollarse. Por una parte estuvo la del año solar, dividido en 18 veintenas (un total de 360 días a los que se añadían otros 5, considerados como de augurios adversos). Además de este cómputo existía otro, exclusivo de Mesoamérica, formado por 260 días. Se distribuían éstos en 20 trecenas. Para designar cada uno de los días de esas 20 trecenas se empleaban numerales del 1 al 13 que se iban combinando con 20 signos conocidos como los signos o glifos de los días. A este sistema tan peculiar se le nombraba tzolk'in en lengua maya de Yucatán y tonalpohualli, en nahuatl. En ambos casos la significación de estos vocablos es la de cuenta de los días. Este sistema se empleaba con propósitos astrológicos y rituales. También tenía esta cuenta otra función de gran importancia. En términos de ella se daba nombre a todos los días a lo largo del calendario solar, y asimismo, por medio de cuatro de estos signos --Caña, Pedernal, Casa y Conejo-- se designaban los nombre de los años5. Existía también un calendario en función del ciclo de Venus y otros registros de otros períodos más largos. Entre los pueblos del altiplano tenían especial importancia las cuentas conocidas como xiuhmolpilli, atadura de años (ciclos de 52 años), y huehuetiliztli, vejez (ciclos de 104 años). Por lo que toca a los mayas, idearon éstos otro sistema bastante complejo pero extremadamente preciso: el que los arqueólogos conocen como cuenta larga. En función de ella podían hacerse precisos ajustes en los cómputos calendáricos a tal grado que cabe afirmar, a propósito del calendario maya, que en función de esa cuenta larga se lograba un diezmilésimo más de aproximación al año astronómico que lo alcanzado por el calendario del mundo europeo después de la corrección gregoriana. Volviendo ahora a la secuencia en el desarrollo de la escritura o escrituras que hubo en Mesoamérica, cabe señalar que lo hasta ahora conocido respecto de los grupos que florecieron en el antiplano central (teotihuacanos, xochicalcas, toltecas, acolhuas, aztecas o mexicas) estuvo influido por los sistemas desarrollados tanto por los zapotecas como por los mixtecas de Oaxaca. En el caso particular de los pueblos de idioma nahuatl, se conservan entre sus relaciones varios textos que hablan de la invención de la escritura y de las cuentas calendáricas. Estos testimonios, en su mayoría, atribuyen dichos inventos al sabio sacerdote, el señor Quetzalcóatl. Puede decirse, en resumen, que es un hecho, comprobado ampliamente por la arqueología que, ya desde el horizonte clásico mesoamericano (0 y 900 d.C.), así como se fue extendiendo el concepto y la realidad del urbanismo, acompañado de grandes logros en el campo de las artes, también se emplearon diversas formas de escritura. En sociedades en las que existían formas complejas de estratificación social, con relaciones muy diversas en lo tocante a la posesión de recursos económicos y a las fuerzas de producción, llegó a haber ya grupos de personas especializadas en conocimientos del calendario, la sabiduría acerca de los dioses, la escritura, y la tradición oral sistemática. A esas personas, o a otras que les eran subalternas, correspondía preservar y enriquecer tales formas de conocimientos, que además eran transmitidos en las escuelas erigidas en los principales centros de población. Todo esto habría de perdurar durante la etapa posclásica que se inició hacia el siglo X d.C. y concluyó con la aparición de los hombres de Castilla.
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Los pintores románticos representarán en sus cuadros la inmensidad de la naturaleza, comparándola con la pequeñez del ser humano. Por eso, Turner nos presenta estas enormes montañas en las que el hombre ha construido un paso para intentar vencerlas. La nubosidad y los juegos de luces y sombras demuestran el interés del maestro británico por representar los fenómenos atmosféricos. El estilo de Turner se va haciendo diferente, apareciendo nuevos colores y utilizando una pincelada más suelta y empastada. Aun así, la base oscura que utiliza se pone en relación con sus primeras obras como el Claro de luna. En los múltiples viajes que realizó el maestro captó en sus bocetos y dibujos previos la naturaleza que contemplaba para luego plasmarla en lienzo a través de su imaginación, incorporando elementos o cambiándolos de lugar. Esta es la manera de trabajar que diferencia a Turner del plenairismo de los impresionistas.