Planta de la manzana mejor conservada del poblado alicantino de El Oral. Se trata de un conjunto de casas formadas por dos o más departamentos que rodean un espacio descubierto central y se abren a cuatro calles. En todas las casas, excepto en la IIIB, que constituye la única de una sola habitación, existe al menos una estancia con hogar. En otras, un banco de trabajo (circular, exento) o vasar (rectangular y adosado a las paredes). Y en un ángulo de la plaza, la base de un horno de pan.
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Su actitud era la única posible, como se iba a demostrar a costa de la desgraciada Amazon. Su capitán, Edward Riou, comandante de la escuadra de fragatas, vio la orden de Hyde Parker, del que no estaba muy lejos, y la obedeció, virando hacia el Norte. La Amazon cayó bajo un fuego cruzado que la rastrilló sin piedad y el propio Riou fue partido en dos. Otros historiadores piensan, sin embargo, que las fragatas se salvaron gracias a la decisión de Edward Riou, pues, sin el apoyo de los dos navíos prometidos -Ardent y el Agamemnon-, no hubieran podido sostenerse frente a los cañones de Trekroner. Poco a poco el fuego de los daneses fue acallándose. Incapaces de soportar la presión del rápido cañoneo británico, ya muy dañados y con numerosas bajas, los capitanes daneses arriaron sus banderas uno tras otro y a las 14'30 cesó el cañoneo. No obstante, cuando las lanchas británicas se acercaban a las bordas para exigir la entrega de los buques, éstos se negaban a permitir el acceso a bordo a sus vencedores. Por otro lado, Trekoner seguía vomitando metralla e impidiendo a Nelson reunirse con Parker. Ante esa prolongación de la resistencia, el Elephant volvió a abrir el fuego, seguido por el Glatton. Nelson, con muchas bajas y sus buques muy castigados, decidió jugarse un farol: envió al príncipe heredero danés, Federico, que dirigía la defensa del puerto, un mensaje: si no capitulaba inmediatamente, dispararía sobre los buques daneses que se habían rendido y después bombardearía la capital. Eso, más la segura pérdida de los buques nuevos y desarmados que había en el puerto y la aparente cortesía del ultimátum -Nelson no tenía porqué haber advertido de sus intenciones- indujo a rendirse al Príncipe. No se sabe si Nelson estaba en condiciones de sostener su amenaza -los daneses conservaban algunos barcos indemnes y contaban con las baterías del puerto y de los fuertes- pero le salió bien el órdago y pese a las reticencias de algunos mandos, los cañones daneses enmudecieron. La mayoría de buques daneses estaba destrozada, pero la flota de Nelson no estaba mucho mejor: varios navíos tenían daños importantes en la jarcia, muchas piezas desmontadas y un tercio de sus efectivos combatientes, muertos o heridos. En la siguiente semana, los buques británicos fueron sometidos a reparaciones de urgencia, mientras los restos de los daneses eran pasto de las llamas. Sólo se salvó el Holstein, de 60 cañones. Las cifras de bajas muestran la dureza e igualdad de la batalla: los daneses tuvieron 370 muertos y 665 heridos; los británicos pagaron su victoria con 350 fallecidos y 850 heridos.
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Como escena representativa del Orden sacerdotal, Poussin ha elegido el pasaje evangélico de la entrega de las llaves de los cielos a San Pedro. En un desarrollo al estilo de los frisos, Poussin caracteriza a los Apóstoles, variando sus actitudes y expresiones. Por lo demás, mantiene las características de El Matrimonio, el primero de los lienzos de esta primera serie de los Sacramentos, conocida como Dal Pozzo, por el amigo y mecenas de Poussin que los encargó.
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Hacia el año 625 los etolios renuevan el viejo santuario de Thermos y lo sustituyen por un templo consagrado a Apolo, cuyas características estructurales y formales denotan su vetustez. Cella profunda y alargada precedida por un breve pronaos, hilera de columnas en medio de la cella para sostener la techumbre y perístasis o anillo de columnas separadas por un pasillo de los muros de la cella. Los restos de la cimentación, que es todo lo que se conserva del templo de Apolo en Thermos, bastan para demostrar que aun en estado incipiente, la planta ha sido diseñada con criterio de claridad orgánica, una de las constantes de esta arquitectura. Los progresos realizados a lo largo del último cuarto del siglo VII se aprecian a comienzos de la centuria siguiente en el templo de Artemis en Corfú y en el de Hera en Olimpia. El templo de Artemis en Corfú era un octástilo cuya cella, muy larga y dividida en tres naves por dos hileras de columnas, quedaba aislada en medio de la perístasis por un pasillo excesivamente ancho. Pronaos y opistodomos muestran la solución canónica de las columnas entre las antas. Por su parte, en el Heraion de Olimpia la cella sigue siendo excesivamente alargada, pero la organización del espacio mejora con la colocación de dos hileras laterales de cuatro columnas cada una; pronaos y opistodomos completan el patrón típico por medio de una disposición simétrica y de una pareja de columnas in antis, es decir, colocadas entre los remates apilastrados, prolongación de los muros de la cella. Ante los restos del templo de Hera en Olimpia se tiene la certeza de que allí adquirió carta de naturaleza el modelo de templo dórico, obra de hacia el año 600, seguramente, de un arquitecto peloponésico. Poco después de mediados del siglo VI, en el año 540, se fecha el templo de Apolo en Corinto, algunas de cuyas columnas y parte del arquitrabe todavía se pueden ver de pie. En un paraje despejado y sereno, presidido por la mole impresionante del Acrocorinto, donde la leyenda sitúa la captura de Pegaso por Belerofonte, se yerguen siete fustes potentes y monolíticos, viva la estría, bulboso el equino, macizo el ábaco; la estampa viva del dórico arcaico. La cella, dividida en tres naves por dos hileras de columnas, que pudieron sostener un segundo piso, presenta la particularidad de estar dividida en dos espacios desiguales e independientes, a los que se accede respectivamente desde el pronaos y desde el opistodomos. Más notable e importante es la peculiaridad observada en el estilobato, que permite reconocer por primera vez el efecto de la curvatura o convexidad de su piso. La actividad constructiva de este momento viene en buena parte determinada por la rivalidad de las grandes familias que ven en la construcción de grandes templos una forma de expresar su fuerza y su poder. Es el caso de los Alcmeónidas, exiliados de Atenas y asentados en Delfos, donde levantan un templo a Apolo por el año 525, en sustitución de otro anterior, que había quedado destruido. El nuevo templo, hexástilo, responde a las directrices marcadas por el templo de Apolo en Corinto y de su decoración escultórica se encargó un maestro ático, probablemente Antenor. Al mismo modelo corintio remite el llamado viejo templo de Atenea levantado por los Pisistrátidas (561-510) en la Acrópolis de Atenas en honor de la diosa tutelar de la ciudad. El problema arqueológico inherente a este templo es tan apasionante como complejo. Y sin entrar ahora en la discusión arqueológica, merece la pena recordar que es la arquitectura de esta época la que introduce en el Atica una novedad tan relevante como la adición de rasgos jónicos a edificios dóricos, que mucho tiempo después retomarán los arquitectos del Partenón. Los responsables de tan feliz innovación fueron seguramente los hijos de Pisístrato, de cuyo círculo formaban parte poetas y artistas jonios. Para admirar la arquitectura arcaica, hoy día es más rentable e ilustrativo visitar la Magna Grecia (Sur de Italia y Sicilia) que la Grecia continental. El fenómeno colonial adquirió desde muy pronto extraordinaria vitalidad y las ciudades suritálicas llegaron a rivalizar en el terreno artístico con la metrópolis. Una de las ciudades mas prósperas del sur de Italia fue Posidonia, la Paestum romana, hoy Pesto, cuyas ruinas constituyen un paisaje arqueológico inolvidable. En él juega un papel decisivo la secuencia ininterrumpida de templos que el viajero va visitando sin salir de su asombro.
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El cese de Olivares restablece los vínculos, muy debilitados desde 1640, entre el monarca y una aristocracia descontenta con la actuación del valido -este sentimiento ya se había manifestado en 1627 y en 1629 con toda clase de pasquines-. Evidentemente no todos sus componentes llegaron al extremo de encabezar una conspiración como la llevada a cabo, sin éxito, en Andalucía en el verano de 1641 por el duque de Medinasidonia y su primo, el marqués de Ayamonte, en connivencia con Portugal e incluso con Francia, o la protagonizada en 1648 por el duque de Híjar en Aragón, pero sí osaron muchos dejar de asistir a los actos celebrados en Palacio, rebelarse contra la orden de formar parte de un batallón de caballería para combatir en el frente catalán o en el portugués y de servir bajo el mando del conde de Monterrey en la frontera de Extremadura. La presencia del monarca a la cabeza del ejército a partir de 1642 reforzará todavía más los lazos entre la Corona y la nobleza, tanto como la decisión de gobernar sin un valido, no obstante el ascenso de Luis de Haro, lo que también facilitará la colaboración de los Consejos, que recuperan el protagonismo de antaño, aunque el recurso a convocar Juntas especiales no desaparezca. Posiblemente las desgracias familiares de Felipe IV (muerte del cardenal-infante don Fernando en 1641, de la reina en 1644 y del príncipe Baltasar Carlos en 1646) contribuyeran a concitarle la simpatía de sus súbditos, que además comienzan a saborear las mieles del triunfo militar de su soberano, en particular tras la recuperación en 1644 de Lérida. El restablecimiento de la autoridad real y de la imagen del rey no fue tarea fácil, pero hacia 1648, sometidos Nápoles y Sicilia, aunque no Cataluña y Portugal, parece ya consolidada. Esto es así con independencia de los alborotos acaecidos en Andalucía entre 1647 y 1652, porque el descontento no iba dirigido tanto contra el monarca como contra los malos ministros, las autoridades locales e incluso la nobleza, sobre quienes descargaron sus iras, pues el móvil de las asonadas fue, en unos casos, la manipulación de la moneda, la presión fiscal y la dureza de los señores -así acontece en Lucena, Espejo, Luque, Alhama de Granada y otras poblaciones de igual entidad- y, en la mayoría, el alza en el precio del pan tras las malas cosechas de 1648/1650-1651 y el acaparamiento de cereales por los poderosos locales interesados en la obtención de mayores ganancias, coincidiendo con la epidemia de 1649-1650, aunque posteriormente las reivindicaciones se extenderán a la rebaja de la moneda de vellón y la suspensión del servicio de millones. Estas revueltas populares, que alcanzaron gran virulencia en las ciudades de Granada, Córdoba y Sevilla, donde la gente llegó a asaltar las cárceles y desvalijar las tiendas, no tuvieron consecuencias importantes al carecer de dirigentes y de un programa político, como en Cataluña y Nápoles, acallándose los amotinados con las concesiones otorgadas por las autoridades municipales, revocadas una vez restablecido el orden con el auxilio de la nobleza local, sin apenas represalias -éstas fueron más duras en los lugares de señorío-, y aunque las oligarquías locales prosiguieran gobernando como antes, haciendo caso omiso del Consejo de Castilla que las exhortaba a reprimir la especulación y mejorar el abastecimiento. La restauración de la autoridad real en los reinos hispanos, que en Castilla da un paso adelante en las Cortes de 1649-1651 con la prórroga del servicio de veinticuatro millones de ducados en seis años más la paga de ocho mil soldados, culmina con la capitulación de Barcelona en el mes de octubre de 1652 ante las tropas de Juan José de Austria. El cansancio de la guerra, el alojamiento del ejército francés, tanto o más gravoso que el de los tercios españoles, la epidemia de peste en los años 1650-1651 y la certeza entre la clase gobernante de que el Principado sólo era un satélite bajo la autoridad de Luis XIII, condujeron a este desenlace con el que se ponía fin a doce años de combates. Pero la derrota final de los catalanes no fue aprovechada por Felipe IV para humillarlos, a pesar de las consultas del Consejo de Aragón en este sentido, ya que el monarca asumió como propia la promesa dada por Juan José de Austria de conceder el indulto a la mayoría de los que habían participado en la revuelta y de respetar sus constituciones, aunque en contrapartida el Principado se comprometía a sostener el ejército con 500.000 libras anuales mientras durase la guerra contra Francia, y además, para evitar que el patriciado de Barcelona ofreciese la resistencia que había opuesto en el pasado, el rey se reservaba la facultad de intervenir en las bolsas de insaculación de los cargos de la ciudad e incluso de vetar a los que salieran elegidos, siempre que se sospechara de su fidelidad a la Corona. A partir de 1660 Barcelona intentará recuperar el terreno perdido, obteniendo dos concesiones: la custodia de las puertas de la ciudad por los naturales del Principado y la restitución de sus señoríos, pero no consigue controlar las insaculaciones.
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Empezada en junio de 1647 y acabada en noviembre del mismo año evoca, como recurso iconográfico frecuente en Poussin, la entrega de las llaves a San Pedro como símbolo del Orden sacerdotal. Se conocen varios dibujos preparatorios. De una estructura al modo de los relieves antiguos, simétrica - al estilo de Rafael - es de una solemnidad apropiada al tema, como no podía ser de otra forma en Poussin, quien pensaba que cada asunto tenía un "modo" de ser representado. Es de una clara coherencia respecto a las pautas marcadas por La Extremaunción, el primero de la serie. La "E" que aparece en la torre ha suscitado numerosas interpretaciones. Puede asumirse que es la "E" de "Ecclesia", es decir "Iglesia", ya que este pasaje del Evangelio es uno de los momentos más importantes de la institución de la Iglesia por Cristo.
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Evoca en este dibujo Poussin el momento en que Cristo, a la derecha, entrega las llaves de la Iglesia a San Pedro, arrodillado. A diferencia del lienzo para el que fue hecho este estudio previo, Cristo desenrolla un pergamino. Esta iconografía es infrecuente en esta escena, y Poussin la ha tomado del arte paleocristiano. En el cuadro definitivo, El Orden Sacerdotal, llamado de Chantelou por el mecenas que lo comisionó, Poussin ha representado a Cristo portando la llave de la Iglesia en su mano izquierda. Con ésta señala el cielo, y con la derecha la tierra, en alusión al pasaje del Evangelio de San Mateo, en que Cristo dice a Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos". La composición se encuentra todavía lejos de la obra definitiva. De la obra sobre el Orden de la primera serie de los Sacramentos, retoma la disposición de los Apóstoles en una horizontal dirigida rítmicamente hacia la figura de Cristo, aunque en sentido inverso.
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Este dibujo es uno de los estudios realizados por Poussin directamente para el lienzo El Orden Sacerdotal de la serie de Los Sacramentos Chantelou, llevado a cabo en 1647. Se aproxima más a la idea que el artista plasmó de forma definitiva en la obra final, salvo en la figura de Cristo, quien aún no porta las llaves de la Iglesia. El gesto, señalando el cielo y la tierra, es similar al del estudio sobre El Orden, y será el que permanezca. El paisaje se adecua más a la villa de Cesarea, recortada en segundo plano, en que, según San Mateo, tuvo lugar la escena, aunque todavía con importantes variaciones. Es destacable la presencia, a la derecha, de un resto arquitectónico en forma de "T", que dará lugar en el lienzo al resto en que se encuentra el epígrafe "E", de Ecclesia, es decir, Iglesia.
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Se trata de otra variante sobre el tema de El Orden Sacerdotal, de la serie de los Sacramentos encargada por Chantelou en 1644. Para preparar el lienzo realizó diversos dibujos, como era habitual, uno de los cuales es éste. Las variaciones sobre la escena final son escasas, aunque Cristo aún no porta la llave que, de forma simbólica, no material, entrega a San Pedro en un conocido pasaje de San Mateo. La arquitectura de Cesarea, en que tiene lugar el suceso, queda aquí absorbida por un paisaje remoto, armonioso, sin la importancia que presentará en la obra pictórica. Es característica la composición en dos grupos, partidos por Cristo en el centro, como ya hiciera en El Bautismo.
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En tercer lugar está el ordenamiento jurídico. La situación de las mujeres había mejorado considerablemente durante la época republicana, con respecto a la legislación anterior del siglo XIX. Había planteado nuevas posibilidades sociales, culturales, jurídicas y políticas para las mujeres. Con el levantamiento de 1936, el gobierno republicano se vio incapacitado para continuar materializando las leyes que había promulgado. La brevedad de este régimen impidió llevar a cabo muchos de los proyectos basados en los principios de su Constitución. Por otra parte, el peso de la tradición marcaba la distancia entre la igualdad ante la ley y la igualdad ante la vida. Tales fueron los cambios producidos (durante el conflicto), que podemos decir que más que la lucha feminista, fueron las transformaciones llevadas a cabo durante la Segunda República y la Guerra Civil las que lograron un nivel más alto de emancipación femenina: o lo que es lo mismo, por primera vez se llevó a la práctica el ideal de mujer nueva que prácticamente no había existido más que en teoría. Estos cambios estuvieron presentes de forma particular en el bando republicano, donde las mujeres asumieron trabajos en la retaguardia tradicionalmente ocupados por los varones, mientras que en el Frente eran rechazadas por sus propios compañeros varones, como recogió el decreto firmado por Largo Caballero a finales de otoño de 1936, que obligaba a las milicianas a abandonar lo antes posible los frentes, como hemos citado anteriormente. Gráfico Las circunstancias de la posguerra favorecieron el reforzamiento, por parte del Régimen, del sistema patriarcal basado en el predominio de la figura patriarcal, la jerarquía y la autoridad, al igual que situaron a las mujeres en el ámbito doméstico. Las mujeres estaban llamadas a cumplir la misión que el Estado les pedía para la reconstrucción nacional: potenciar la tasa de natalidad y una economía maltrecha tras la guerra; fortalecer la estructura familiar como célula natural y esencial de la sociedad; educar a los hijos en una concepción cristiana de la vida y ser el refugio y descanso del esposo, que o había luchado en el frente, o había sufrido la guerra como hijo, con todas las secuelas y carencias que eso comportaba. Para cumplir estos objetivos, el Franquismo llevó acabo una política de feminización y una reforma de la legislación republicana. A partir de 1939 se fueron promulgando las llamadas Leyes Fundamentales, que tomaron cuerpo, a modo de Constitución, en la Ley Orgánica del Estado de 10 de enero de 1976: Ley de Jefatura del Estado de 1939; Ley Constitutiva de las Cortes de 1942; Fuero de los Españoles; Ley de Referéndum Nacional de 1945 y Ley de Jefatura del Estado de 1947; estas anteriores se sumaron a la Ley de Principios del Movimiento Nacional de 1958 y al Fuero del Trabajo de 1938. Las más interesantes para nuestras consideraciones son el Fuero de los Españoles y el Fuero del Trabajo, que regulaban respectivamente los derechos y deberes de los españoles así como sus derechos y sus deberes laborales (Ruiz Francos 2008: 36 ss.). Se dio una restricción del Código Civil en temas referidos al matrimonio -se reconocían solamente el matrimonio canónico y el civil, y se impedía contraer matrimonio a las viudas antes de trescientos días de duelo, o de su alumbramiento si estaban encintas-; a los derechos y obligaciones del marido y la mujer -en temas de acompañar o no al marido en cambios de residencia; y de administración de bienes; a los bienes del matrimonio -régimen de gananciales si no se establecía otro contrato previo, y derecho absoluto de la mujer sólo a los bienes parafernales- ; a la patria potestad -ejercida por el padre, y en su defecto por la madre, que la perdía si era bínuba; a ser tutoras -las mujeres eran consideradas inhábiles-; a la mayoría de edad -establecida a los veintiún años, se prolongaba hasta los veinticinco para abandonar la casa paterna, salvo para tomar estado o si los padres habían contraído matrimonios posteriores; a prestar consentimiento -en determinados casos recogidos por la ley-; a la incapacidad para dar o recibir donaciones -al no poder disponer de sus bienes-; a ser albacea -la mujer casada con licencia de su marido; etc. En cuanto al derecho laboral, la política del nuevo régimen osciló entre el proteccionismo a la mujer, y la prohibición en determinados casos. Uno de los artículos más citados del Fuero del Trabajo ha sido el II, 1?: El Estado se compromete a ejercer una acción constante y eficaz en defensa de trabajador, su vida y su trabajo. Limitará convenientemente la duración de la jornada para que no sea excesiva, y otorgarla trabajo toda suerte de garantías de orden defensivo y humanitario. En especial prohibirá el trabajo nocturno de las mujeres y niños, regulará el trabajo a domicilio y liberará a la mujer casada del taller y de la fábrica. Todas estas manifestaciones de medidas para "salvaguardar la salud y la honestidad femeninas" y hacer "política a favor de la familia", eran compartidas por casi la totalidad de mujeres. Algunas juristas -porque las había, ya que había suficiente libertad- sin embargo, aunque compartían estos principios, consideraban necesaria una puerta abierta al trabajo de las mujeres. P. e., María Palancar de Pérez Botija, aportaba: la declaración II del Fuero del Trabajo debe desarrollarse protegiendo y no cohibiendo las actividades profesionales de la mujer casada. Ante todo el hogar. Pero si éste no corre peligro y el trabajo puede ser un instrumento de mejora y de bienestar, no ponerlo cortapisas, ni limitarlo con medidas contraproducentes". Por su parte, Carmen Isern y Galcerán (1948: 45) en su tesis doctoral -también había doctoras- defendía el trabajo de la mujer, criticaba la ociosidad de las mujeres de las clases acomodadas, y denunciaba los males del trabajo extradoméstico de las mujeres obreras: Mucho más peligrosa para la familia la "ociosidad" de la mujer que no el trabajo fuera del hogar. He visto infinidad de casos que lo atestiguan. Lo ideal sería que el hombre como jefe de familia, ganase lo suficiente para sustentarla; pero los tiempos han cambiado, y parece que todo se ha puesto en contra. En multitud de casos es preciso que la mujer coopere con su trabajo al sostén de la casa, además de cuidarse del hogar. También había posturas más intransigentes con respecto a esta cuestión, como el abogado Amado Fernández Heras, quien manifestaba el deber de las mujeres de trabajar siempre y cuando fuera compatible con su labor en el hogar y la familia. Desde 1939, al comienzo de la dura posguerra, hasta 1959, en que se habían suprimido ya todas las limitaciones y vuelto a la igualdad, se habían restringido para las mujeres algunos trabajos, o bien determinados niveles de otros, por ejemplo, la prohibición a los funcionarios femeninos obtener la categoría de Jefe de Administración, y acceder a los cargos de Delegados e Inspectores provinciales de Trabajo; la prohibición del acceso a la carrera diplomática, del acceso a notarías y al Cuerpo de Registradores de la Propiedad; del acceso al Secretariado de la Administración de Justicia, además de no poder aspirar a ser Abogado del Estado, Policía, Agente de Cambio y Bolsa, y los puestos directivos de algunas empresas como es el caso de la Compañía Telefónica Nacional de España. A modo de progreso, sin embargo, se reguló también la maternidad de la mujer trabajadora, la prohibición de las tareas consideradas perjudiciales para su salud, la prohibición del trabajo nocturno, la regulación del trabajo a domicilio, etc. medidas que se ampliaron al servicio doméstico. En su conjunto, las reglamentaciones de Trabajo, sin estar derogado el Decreto de 9 de diciembre de 1931, establecían que al contraer matrimonio, la trabajadora había de abandonar su puesto laboral a cambio de una dote estipulada previamente. De igual forma, las empresas del Estado o concesionarias exigían en el momento de ingreso de las mujeres una declaración de renuncia de las mismas a su empleo en caso de matrimonio, mientras que en la Administración pública no eran admitidas las mujeres casadas. Por lo menos se trataba de una legislación sin equívocos y la mujer sabía a qué atenerse, situación que no siempre se da en nuestros días, a pesar de tantos logros conseguidos, cuando algunas empresas incluyen en sus entrevistas de trabajo preguntas a las mujeres sobre su intención de tener hijos o no en un futuro, de cuya respuesta desgraciadamente depende mucho el contrato. Está claro que el tema de la maternidad de cara a la igualdad laboral, aún dista mucho de estar resuelto: nos son pocas las mujeres que han de supeditar la posibilidad de su maternidad a la estabilidad de su trabajo.