En más de un proyecto Léger colaboró con Robert Delaunay, otro heterodoxo del cubismo, cuya pintura, en cambio, siguió derroteros muy distintos. Lo mismo que otros artistas pseudocubistas, como podría ser el caso también de André Derain (1880-1954), Delaunay procedía de una escuela fauve que a la vez se inspiraba en Cézanne. Un importante distintivo de su pintura fue el mantenimiento de la función activa del color aun después de asumir los métodos cubistas de Picasso y Braque, que, para 1910, cuando los descubrió, ignoraban los valores cromáticos.Tras su serie de cuadros con el tema de la iglesia de St. Séverin, Delaunay desarrolló en 1910 una serie decididamente cubista sobre otro tema de arquitectura, La torre Eiffel. Combinó fragmentos de la emblemática torre de París y de edificios urbanos vistos con diversa perspectiva, de modo que trasponía la fragmentada visión de formas de mundos intimistas, propia del primer cubismo, a la imagen representativa de la ciudad. El propio Delaunay llamó período destructivo a esta época de su obra. Parece razonable, pues en todas las versiones se diría que la torre Eiffel, a ojos de este pintor, está en trance de desmoronarse. Realmente, la forma de abordar la yuxtaposición de perspectivas es simplemente efectista.Posteriormente disciplinó más sus trabajos de pintor y se interesó sobre todo por los desarrollos rítmicos en la imagen, tanto en el entreverado formal, como cromático. En sus cuadros de 1912 sobre Las torres de Laon, lo mismo que en sus Ventanas, se hace ver esta rectificación de su estilo. Es entonces cuando desarrolla unas teorías del color basadas en estudios sobre el contraste simultáneo de Chevreul y Seurat. A diferencia de la lectura impresionista de la ley del contraste simultáneo, la versión de Delaunay es expresionista: se trata del contraste entre colores yuxtapuestos, pero no con el fin de que desaparezcan al fundirse en la retina, sino de modo que se realcen en su independencia. Simultaneísmo es el nombre con el que bautizó sus tesis, que fueron, como su pintura, muy apreciadas entre los artistas alemanes del grupo muniqués El jinete azul.Apollinaire diferenció varias clases de cubismo: científico, físico, intuitivo y órfico. Precisamente acuñó el término pintura órfica para denominar el arte de Delaunay, igual que las obras de Picabia, Léger y Duchamp, que estuvieron en relación. Es probable que ni el propio Apollinaire supiera bien lo que quería expresar con este calificativo. El cubismo órfico ha pasado, de todos modos, a convertirse en un apartado específico de la pintura francesa de esta época, y se encarna típicamente en la pintura de R. Delaunay y en la de su mujer y acólita Sonia Delaunay.Los Delaunay condujeron la nueva pintura al ámbito de la abstracción, objetivo que nunca estuvo presente entre los primeros cubistas. Prácticamente desde 1912, con algunas de sus Ventanas y sus primeras formas circulares o ruedas de colores, Robert estaba dentro de la pintura sin argumento, abstracta, y sobre ella teorizó con éxito. "El color es forma y tema", diría. La entrada en la pintura no objetiva, de la que nunca fue un cultivador demasiado brillante, supuso un importante hito para la pintura contemporánea. El impacto que produjo su pintura fue muy superior a sus calidades. Fueron sobre todo Franz Marc, Paul Klee y W. Kandinsky, de El jinete azul, los autores que sacaron provecho por algún tiempo de las realizaciones de Delaunay. La influencia de este autor se hizo notar igualmente en manifestaciones periféricas, como el rayonismo ruso y la pintura norteamericana de un Patrick Bruce y un Morgan Russell. Pero también es cierto que los caminos hacia la abstracción fueron numerosos, y ni mucho menos se agotan en los tanteos de Delaunay.
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El origen de la cerámica tiene lugar fuera de la región central andina; es un fenómeno del Extremo Norte y de los Andes Septentrionales. Las cerámicas más antiguas se han detectado en los períodos Turbana (4.000 a.C.) y Monsú (3.350-3.050 a.C.) de Monsú en Colombia, y tienen una fuerte relación formal con la alfarería de Puerto Hormiga (3.090 a 2.552 a.C.) en Colombia y de Real Alto y sitios de los complejos San Pedro y Achallan de Valdivia y Santa Elena (3.500-2.500 a.C.) en Ecuador. También muy tempranas son las cerámicas encontradas en Canapote (1.940 a.C.) y Barlovento (1.560 a. C.) en Venezuela. Esta tecnología no llega a los Andes Centrales hasta 1.800 a.C. en que aparece la cerámica Wayra Jirca-Kotosh, la cual tiene fuertes conexiones con la Tutishcanyo de la selva, también datada en 1.800 a.C. Por último, a los Andes Centro-Sur no llega hasta el 400 a. C. Algunos investigadores, como Meggers, Evans y Estrada han asignado un origen foráneo a las cerámicas americanas más tempranas, haciéndolas proceder de las cerámicas Jomón (6.000-2.000 a.C.) de la isla japonesa de Kyushu; pero en la actualidad se han establecido con claridad sus antecedentes americanos. Sanoja y otros estudiosos estiman que se difundió junto con el consumo de la mandioca dulce desde el Orinoco hasta los Andes y las tierras bajas tropicales de América del Sur. La evidencia obtenida hasta la fecha es que, a excepción de Kotosh y Tutishcanyo, la alfarería surge asociada a pequeñas aldeas situadas en las desembocaduras de los ríos y en las costas dedicadas a la recolección de productos de río y de mar y de carácter vegetal, las cuales introducen rápidamente los cultivos y la cerámica. Sin embargo, esto no sucede en los Andes Centrales, donde agricultura y cerámica no son mecanismos culturales que caminan juntos y, por otra parte, tampoco agricultura/cerámica/ sedentarismo son fenómenos interrelacionados como ocurre en Mesoamérica. Los datos arqueológicos señalan que los pobladores de Las Vegas en la Península de Santa Elena y de Valdivia vivían dedicados a la pesca, la recolección y la agricultura de maíz, algodón, calabazas y raíces, y se establecían en aldeas nueleadas en las costas. Tales asentamientos ocupaban hacia el 2.000 a.C. casi todos los espacios costeros de la cultura Valdivia y tenían en algunas ocasiones incipientes sistemas de regadío, los cuales serían ampliados durante la fase Chorrera.
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Ya en la Mesopotamia neolítica los sumerios fabricaban una bebida alcohólica que denominaron kash, hecha a partir de diversas materias azucaradas y feculantes. Esta bebida es el origen de la actual cerveza, cuyo nombre proviene del latino cerevisia, según las informaciones aportadas por Plinio al hablar de una bebida consumida por los galos. Bebida también en Egipto, la cerveza, elaborada a partir de la cebada, el cultivo más frecuente de Mesopotamia, pudo tener un uso ritual, asociado al mundo de la religión y los dioses. Cuando fallecía un gobernante o un personaje de prestigio se ofrecían libaciones de cerveza, así como cuando se realizaban determinadas ceremonias importantes. La cerveza fue usada también como medicina, siendo usada para elaborar algunos ungüentos o pomadas. También fue utilizada como componente de la dieta, en forma de bebida o de panes, consumidos como piezas de malta aglomerada y cocida. Estos últimos eran entregados como pago a los trabajadores.
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Diferentes pueblos asentados a lo largo de la extensa región andina fueron configurando sociedades más complejas, hasta llegar a formar las primeras civilizaciones urbanas. Los descubrimientos arqueológicos realizados en el Valle de Supe, en trono a la ciudad de Caral aportan nuevos datos acerca del origen de la civilización urbana andina. Corresponde este sitio arqueológico a una civilización extendida antes del 2.500 a.C., y los trabajos de excavación y exploración nos están mostrando una realidad rica que permite adelantar el inicio de la civilización urbana en Sudamérica a épocas anteriores a la civilización olmeca, en la región del Golfo de México. Y la mujer irrumpe ya en esta cultura. Entre los hallazgos hechos en la ciudad de Caral, se encuentran doce figurillas de arcilla, nueve de las cuales son representaciones femeninas, relacionadas sin duda con ritos de fertilidad. Gráfico Igualmente significativa es la figurilla conocida como Venus de Frías, representación femenina esculpida en oro, y procedente de una cultura desarrollada al norte de Perú, en la región de Piura y contemporánea al Moche Temprano. La figura, de una gran belleza, mide unos quince centímetros de alto, y está trabajada con gran detalle a base de láminas de oro. La figurilla se encontró de manera casual, al aparecer una tumba preinca tras un corrimiento de tierras. Algunos la identifican con las realizaciones de la cultura Vicús, y su antigüedad ha de retrotraerse al menos a 1.500 años atrás.
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Hacia el 3000 a.C., mientras en muchas regiones del mundo pervive una economía de cazadores y recolectores, en el sur de Mesopotamia se desarrollan diversas ciudades-estado independientes, políticamente autónomas aunque compartiendo rasgos como la lengua y la religión. Uruk fue una de las principales, aportando a la Humanidad los más antiguos ejemplos conocidos de escritura, entre el 3500 y el 3000 a.C. Es ésta ya un sistema completo con más de 700 signos distintos, y su función debió ser sobre todo económica, para el control y la administración de la riqueza de los templos. Las primeras tablillas de barro consignan la cesión de productos tales como grano, cerveza o ganado. Otras, son listas en las que los escribas aprenden a leer y escribir. Los signos son muchas veces sencillas figuras de significado evidente en las que, por ejemplo, una espiga representa a la cebada. Con el paso del tiempo se adaptó la forma de los signos para escribirlos con un punzón de junco. El resultado fue que las incisiones tenían forma de cuña, de ahí el nombre de escritura cuneiforme.
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Fijar los orígenes de la explotación del hierro en la Península Ibérica y su difusión es cuestión problemática y dificil de resolver, pues, fundamentalmente, ha de hacerse a partir de los hallazgos arqueológicos y, en los primeros momentos, los objetos de hierro son escasos, debido a que son privilegio de unos pocos. Tenemos constancia de que hacia el año 1100 a. C. ya se conocía el hierro en el reino de Tartessos (lo que no quiere decir que se conociera el proceso de obtención), pero también que entre el 1000 y, más o menos, el 500 a. C. gran parte de la Península ibérica desconocía la metalurgia del hierro e incluso en algunas áreas no se utilizaba. Los objetos más antiguos aparecidos son dos instrumentos de hierro del Tesoro de Villena (Alicante), fechado hacia el 1000 a. C.; cuchillos de hoja curva de la necrópolis de La Joya (Huelva) con prototipos en la Grecia micénica; restos aparecidos en una tumba de Cástulo (cerca de Linares), que pueden situarse entre los siglos VII y VI a. C. y objetos de hierro que aparecen en Almuñecar de alrededor del 750 a. C. Sin embargo, la presencia de objetos de hierro no significa la existencia de una metalurgia del mismo, pues debemos distinguir entre el uso de los objetos y el conocimiento de las técnicas metalúrgicas y su aplicación. Por ello, el planteamiento del estudio del hierro en la Península debe girar en torno a cuestiones como si este uso es en algún punto de la Península fruto exclusivo del desarrollo de una tecnología local, si es consecuencia de una acción comercial de importación o si, por el contrario, es un redescubrimiento a partir de su existencia y uso. La arqueología nos presenta un doble frente de contacto con el exterior: un amplio frente marítimo con oriente desde los Pirineos hasta el Atlántico, en el que se produce el contacto entre pueblos que conocen el hierro y pueblos indígenas que no lo conocen o, en todo caso, que no lo producen, y otro frente terrestre representado por el Pirineo por medio del cual distintos pueblos pueden haber conocido el hierro sin contacto obligado con el frente marítimo mediterráneo. Con influencias de uno u otro frente, o de ambos a la vez, se pueden distinguir en España tres grandes zonas: frente catalán y Bajo Ebro, Valle Medio del Ebro y Zona Sur. Por estar refiriéndonos al área indoeuropea, vamos a fijarnos sobre todo en las dos primeras zonas. En lo que podríamos denominar frente catalán mediterráneo se documentan contactos por parte de poblaciones indígenas y prácticas de incineración con los griegos focenses que recorren sus costas. En el caso del Bajo Ebro se constata una cultura paleoibérica con importaciones que aparece en la primera mitad del siglo VI a. de C. y en la que hallamos una amplia utilización del hierro. La documentación de la zona catalana sobre el hierro proviene fundamentalmente de las necrópolis costeras donde se atestigua el uso masivo del hierro sobre todo para armas. Se plantea la duda de si se trata de producción propia o importación, inclinándose Maluquer por atribuirlo al comercio, como parece demuestran la extraordinaria uniformidad de útiles y armas y la gran extensión de los mismos tipos y su perduración. Para el Valle Medio del Ebro sabemos que estos productos de hierro se extienden desde el Bajo Ebro hasta el norte remontando la cuenca del río, aunque desconocemos cuáles son los mecanismos de esa expansión, si consecuencia de la acción aislada de comerciantes griegos o la extensión de grupos humanos indígenas relacionados con la cultura de los campos de urnas. Parece ser que el contacto con la riqueza férrica del Moncayo y la facilidad para su extracción dan lugar al nacimiento de la primera industria metalúrgica indígena, por imitación de los productos que se importan, en la ribera de Navarra y en el ambiente celtibérico, que habrán de influir decisivamente en la introducción del hierro en la Meseta Norte. Como ejemplo las excavaciones de Cortes de Navarra indican que en la segunda mitad del siglo VI a. C. había una metalurgia del hierro, que coexistía con la metalurgia del bronce (junto a un horno utilizado para fundir bronce se documentó el mineral en un bloque de varios kgs. de peso). En la Meseta no sólo el uso, sino también la producción del hierro, alcanzó rápidamente un gran desarrollo. Parece que la metalurgia del hierro llega a la Meseta Norte a partir del valle del Ebro (en el siglo VI a C. hay grupos de pueblos, los "paleoceltíberos", que están produciendo hierro en la Meseta). Por último, el tercer elemento que tradicionalmente se ha puesto en relación con la llegada de poblaciones indoeuropeas es el rito de la incineración. En este caso el fenómeno transpirenaico aparece sobrevalorado, porque el rito de la incineración pudo llegar a la Península Ibérica a través de las relaciones mediterráneas, pues existe en Tartessos. Tartessos y los campos de urnas son dos momentos culturales que se desarrollaron paralelamente. La influencia de los campos de urnas llegó desde Cataluña por el valle del Ebro hasta las tierras de Navarra y Alava y a la Meseta por el Sistema Ibérico desde el Bajo Aragón, siguiendo las rutas del Jalón y de Pancorbo. Pero estas influencias procedentes del lado de allá de los Pirineos traían a la demás zonas elementos específicos por su propia evolución en los territorios al este del Sistema ibérico. Pero las infiltraciones y movimientos de poblaciones indoeuropeas a que nos hemos referido no fueron sincrónicas, sino que se realizaron en épocas distintas, estando atestiguados los últimos movimientos en el siglo III a. C., sobre todo por la propia dinámica interna expansiva de las comunidades preexistentes. Es precisamente en esta etapa de expansión de los pueblos más poderosos cuando debieron producirse los arrinconamientos de poblaciones en las zonas montañosas y menos productivas (arévacos que arrinconan a los pelendones, vacceos que arrinconan a los vettones, etc.), como parece hay que deducir de los datos de los autores greco-latinos de época clásica y han analizado recientemente M.C. González y J. Santos. Por tratarse de una zona de tránsito de influencias múltiples debido a su situación geopolítica vamos a detenernos sucintamente en lo que sucede en el territorio de los vascones históricos en la época anterior a la llegada de los romanos. Para A. Castiella la escasa población indígena del Alto-medio valle del Ebro en la Edad del Bronce se vio incrementada en la Edad del Hierro con la llegada de nuevas gentes. Nos encontramos, de esta forma, con un aporte indoeuropeo sobre la base indígena del Bronce con dos vías de acceso, la una por los Pirineos Occidentales y la otra remontando el valle del Ebro desde el Bajo Aragón y Cataluña. Pero, ¿cuál es el resultado de este proceso desde el punto de vista del poblamiento? Seguimos el trabajo de Sayas (Veleia, 1, 1984) en el que se constata que en la zona al norte de Leire, Lumbier, Pamplona, etc., con testimonios muy abundantes en la Edad del Bronce, apenas registra asentamientos del Hierro. Los recién llegados por los valles de los Pirineos occidentales no produjeron asentamientos en los altos valles profusamente habitados en la Edad del Bronce, aunque en algunos lugares de la montaña aparecen manifestaciones culturales que, a simple vista, sugieren un asentamiento de la Edad del Hierro al lado o sobre otro del Bronce, este último con una orientación preferentemente ganadera. Pero, ¿son asentamientos de gentes indoeuropeas o una continuidad poblacional del Bronce con un pequeño aporte cultural y poblacional hallstático? Los materiales arqueológicos apuntan más bien a una integración poblacional. En la zona del valle, al sur de Pamplona, se producen mayores asentamientos de la I Edad del Hierro (primeros aportes transpirenaicos) y, a medida que avanza el I milenio a.C., una cultura de tradición celta, emparentada con los túmulos y campos de urnas y con cerámica manufacturada, será sustituída en lo que llamamos convencionalmente II Edad del Hierro por una cerámica torneada correspondiente a la cultura ibérica, dando lugar a las vasijas celtibéricas. Sobre este doble sustrato se realizará el poblamiento romano. Otro factor externo que interviene decisivamente en la formación histórica de algunos de los pueblos del área indoeuropea es el denominado Bronce Atlántico. En las zonas occidentales de la Península, tanto en el Noroeste, como en toda su extensión hasta el Estrecho, encontramos culturas que participan del desarrollo llamado por los arqueólogos Bronce Atlántico. Supone comunicaciones marítimas importantes con Bretaña, Inglaterra, Cornualles e Irlanda. Estas comunicaciones se realizaron porque el estaño de las costas e islas occidentales de Europa (Galicia y Tras-os-Montes en la zona norte de Portugal, Bretaña, Devon y Cornualles) se hizo indispensable para los pueblos civilizados del Mediterráneo. Las relaciones costeras se realizaban mediante navegaciones atlánticas en pequeños barcos de madera o cuero a lo largo de las playas con dunas o de costas rocosas.
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La historia del Arte indio comienza con fuerza y de una manera continuada a partir del siglo III a. C. con el Imperio Maurya, pues anteriormente hay un enorme vacío artístico debido exclusivamente a la utilización de materiales perecederos como, la madera y el ladrillo. Pero mucho antes, durante el tercero y segundo milenios a. C., floreció la Civilización del Valle del Indo, que fue arrasada por la invasión de los arios hacia el año 1500 a. C. Esta civilización neolítica con un diámetro de acción de más de mil kilómetros y más de un centenar de asentamientos urbanos, entre los que destacan las ciudades de Harappa y Mohen-jo Daro, ofrece una de las culturas más importantes junto a Mesopotamia y Egipto, gracias a su gran vitalidad urbana desarrollada por una gran clase media liberal y mercantil. Ofrece una variada y rica producción artística: un urbanismo y un alcantarillado ejemplares, unos primorosos sellos de esteatita que comprenden todo un sistema de escritura y una exhaustiva iconografía zoomórfica, un sinfín de diosas madres y de juguetes o exvotos de barro cocido, así como una decorativa cerámica campaniforme y una excelente, aunque escasa, estatuaria en piedra. Todo ello demuestra el alto grado de civilización que alcanzó esta primera cultura india, pero alguno de sus hechos artísticos tienen tal repercusión en la posterior evolución que se deben estudiar como el origen del arte indio. Es precisamente, como siempre en India, la escultura, la que suma más elementos trascendentes. Tomemos por ejemplo los dos Torsos de Harappa (2000 a. C.): el Masculino (9 cm de altura en pórfido rojo) evidencia la antigüedad y el origen precario de algunos ritos y características iconográficas que han pervivido hasta la actualidad, como el culto al lingam (falo), que posteriormente se adorará como la potencia creadora de Siva, y la omnisciencia y omnipotencia simbolizadas respectivamente en la multiplicación de cabezas y brazos. También es llamativo encontrar en el arte neolítico un tratamiento tan naturalista y tridimensional y el alarde técnico de un esfumato que logra efectos táctiles de gran sensualidad aun en una pieza de pequeño tamaño. El Torso Femenino (10 cm, de altura en caliza negra) participa de todas las cualidades artísticas de su pareja, pero presenta además un movimiento danzante, un paso de giro adelantando la pierna izquierda, que produce un efecto de gran dinamismo. Se puede interpretar como un antecedente indirecto del Siva Nataraja (rey de la danza cósmica) y más directamente como la energía femenina (shakti) o gran madre creadora según el Tantra, que explica el génesis gracias a la danza de la diosa. El gran orificio vaginal, yoni, concuerda con el lingam del torso masculino y define estas esculturas como imágenes de culto a la sexualidad. Los Bustos de Sacerdotes (2000-1750 a. C., en torno a los 20 cm en esteatita y calizas varias), posibles retratos de los miembros de la oligarquía religiosa que gobernaba las ciudades del Indo, traducen la aguda observación del natural, que siempre caracterizará el arte indio, en la fiel interpretación de sus rasgos étnicos y algún otro detalle realista como la barba; al mismo tiempo, una mezcla de estilos vivifica la imagen, que se concibe con un sentido general abstracto aun en base a rasgos reales, donde también cabe algún elemento expresionista como los restos de conchas en los ojos de alguno de estos bustos. La última gran pieza escultórica del Indo es la llamada Bailarina Negra (2000-1750 a. C., de 14 cm en cobre forjado). También es una de las piezas más polémicas de esta civilización; fue hallada en Mohen-jo Daro y sorprende por su gran naturalismo y su actitud desenfadada rayana en la desfachatez, por lo tanto lejana de cualquier concepción sacraneolítica, pero hermanada con las innumerables yakshis de la India budista e hindú. Por otra parte, evidencia la gran diversidad étnica de los pobladores del Indo y permite imaginar cómo la población flotante contribuiría al bullicio de estas vitales urbes.
obra
Inspirado en los poemas del Cavaliere Marino y, sobre todo, en las "Metamorfosis" de Ovidio, este dibujo se refiere a otro de los episodios del Imperio de Flora. En él, Perseo se lava las manos después de haber matado al monstruo al que iba a ser sacrificada Andrómeda, a la derecha, minúscula, encadenada a la roca. El héroe ha dejado en el suelo la cabeza de Medusa, sobre un lecho de algas que la sangre tiñe de rojo y transforma en coral. Minerva y Mercurio contemplan la escena. Tras el héroe, se encuentra su caballo Pegaso. Aunque no existe ningún cuadro con este tema, el dibujo se inserta en el ciclo de El triunfo de Flora, del que se conservan otros dibujos, como El imperio de Flora. Con todo, es de mayores dimensiones a los otros dibujos, y la aguada presenta una factura más delicada.
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Puesto que el modo de vida característico de la cultura sumeria fue el basado en ciudades-estado y éstas fueron creciendo a lo largo del tiempo, se hizo necesario hallar alguna manera de regular las relaciones entre personas a fin de solventar los problemas que pudieran surgir. En principio se establecieron una serie de normas consuetudinarias que derivaban de la tradición y que quedarían plasmadas en fórmulas breves. Estas formulas dieron lugar a unos Textos de reformas y más tarde a unas Provisiones de rectitud, que son el fundamento de los Códigos legislativos. El periodo sumerio fue especialmente positivo en cuanto al desarrollo del Derecho, un aspecto de esta cultura muy bien conocido gracias a la numerosa documentación jurídica que nos ha quedado, en especial las ditilla o tablillas de litigios sueltos. Fueron varios los personajes preocupados por mejorar y reformar los cuerpos jurídicos existentes. El ensi de Lagash Entemena y, más tarde, Urukagiuna, emprendieron reformas para sujetar las corrupciones del funcionariado de la ciudad. El periodo acadio no ha legado ninguna reforma ni iniciativa legal, aunque en la etapa neosumeria sí encontramos abundantes ejemplos. Gudea de Lagash introdujo textos en los que, a pesar de su carácter religioso, establecía una serie de disposiciones legales. Su labor la continuaron Urnammu y, especialmente, Shulgi, a quien se atribuye el más antiguo Código de la humanidad, un texto integrado por un prólogo y 32 artículos que regulan la vida de los hombres en sus más variados aspectos.
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El contacto del mundo occidental con las culturas americanas ocurrido al finalizar el siglo XV originó, entre otras consecuencias, multitud de teorías que tenían la finalidad de explicar la naturaleza del hombre americano y de las formas culturales que protagonizó. Para ello, el colonizador del siglo XVI contaba con un conocimiento clasicista de la historia, formado a partir de textos paganos de la antigüedad clásica y de los mitos cristianos acerca del origen de la Humanidad. De ahí que estimara que las culturas descubiertas tenían un origen egipcio, asirio, cananeo, fenicio, israelita o griego. Con todo, la idea que más éxito tuvo fue aquella que las emparentaba con la dispersión de las tribus de Israel anunciada por el Antiguo Testamento. El XVIII es el siglo de la Ilustración, que apadrinó la realización de numerosas expediciones científicas que profundizaron en el conocimiento de las culturas americanas, desechando la tesis del origen único de la creación del hombre y su dispersión en diferentes migraciones. La idea de una génesis independiente del hombre en África, Europa o América permite pensar en una evolución independiente; algunos investigadores maximalistas, como Ameghino, llegan incluso a defender que toda la Humanidad procede del hombre americano. Paralelamente a estas formulaciones planteadas desde el siglo XVI se desarrolla una corriente seudo-científica que sostiene orígenes disparatados, y se fundamenta en tradiciones fantásticas y en creencias religiosas: son aquellas que los hacen proceder del continente perdido de Mu-Lemuria, de la Atlántida o de los mormones. Esta corriente tiene su continuidad en la actualidad por medio de los defensores de la participación de los extraterrestres en la fundación de las civilizaciones americanas. Los siglos XIX y XX han dejado bien claro, si bien aún con voces discordantes, que el hombre americano es originario de Asia, y que el paso a América se produjo a través del Estrecho de Bering por medio de migraciones de origen mongoloide; sin que ello descarte de manera definitiva otras rutas y aportaciones, como las de origen polinesio. Con todo, seguimos sin determinar de manera concreta cuándo se produjo el paso, qué aspecto tenían sus protagonistas, cómo vivían y cuál era su instrumental básico. Sí conocemos que el género corresponde a Homo sapiens sapiens, descartándose otras posibilidades más antiguas. Su llegada al Nuevo Continente forma parte de un contexto de migración y colonización que caracteriza toda la historia de la Humanidad, en este caso procedente de las estepas centrales de Asia y de la región más nororiental de Siberia.