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Esta obra, de la que se conservan algunos dibujos, es una de las más ambiciosas de Poussin en sus últimos años. Inspirándose en textos de los clásicos Ovidio y Filostrato, narra diversos pasajes de la infancia de Baco, reunidos en virtud de su concepción de la unidad de lugar y tiempo para la representación. Baco, dios del vino, es hijo de Júpiter y Sémele. El niño fue confiado a Mercurio, quien, por orden de Júpiter y ante los celos de la diosa Juno, lo lleva al país de Nisa, en donde es criado por las ninfas. Esta es una de las escenas, que corresponde a la mayor parte del cuadro. Aparece Mercurio, con su característico gorro alado, entregando el niño a las ninfas y señalando a Júpiter, en el cielo. La otra escena corresponde a los trágicos amores de Eco y Narciso, que ya hemos comentado con ocasión del lienzo Eco y Narciso, del Louvre. Al fondo, tras Mercurio, aparece Pan, quien anuncia con su flauta la llagada de Baco. Es, pues, una erudita meditación sobre la fertilidad y la alegría, representada por Baco, y la esterilidad, la tragedia y la muerte, simbolizada por Eco y Narciso.
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Los bizantinos medievales, profundamente religiosos, creían que, en la elección de la que sería su capital, Constantino había sido guiado por la inspiración divina. Quizá tenían en la memoria los escritos de Eusebio de Cesarea o recordaban algunas imágenes, como la que en el vestíbulo del nártex de Santa Sofía mostraba a la Virgen entronizada a la que Constantino le ofrece la ciudad y Justiniano la Gran Iglesia, recordando a todos los que accediesen al templo por el costado sur, que Constantinopla estaba bajo la protección de la Madre de Dios. Sea cierto o no, el carácter ambivalente de su trayectoria permite ponerlo en duda, el caso es que la elección no pudo ser más acertada: ningún otro lugar era tan fácilmente defendible, ni reunía las condiciones adecuadas para diseñar una administración centralizada y un comercio floreciente; ninguno presentaba tales posibilidades de desarrollo. Clave del control de los mares Negro y Egeo, paso obligado entre Europa y Asia, estaba destinada a ser envidiada por todos. Y si no tenemos en cuenta el intervalo latino, resistió victoriosamente los asedios y asaltos de sus enemigos más encarnizados durante más de mil años. En las primeras horas del 30 de mayo de 1453, Mahomet II, una vez atravesado el hipódromo, entraba a caballo en Santa Sofía que fue transformada en mezquita; el viernes siguiente, desde el púlpito, el imán hizo profesión de fe musulmana en presencia del nuevo conquistador. Constantinopla iniciaba así una nueva etapa en su brillante historia.
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EL NACIMIENTO DE HUITZILOPOCHTLI, EL SOL, EN EL PENSAMIENTO MEXICA Mucho honraban los mexicas a Huitzilopochtli, sabían ellos que su origen, su principio fue de esta manera: En Coatepec, por el rumbo de Tula, había estado viviendo, allí habitaba una mujer de nombre Coatlicue. Era madre de los cuatrocientos Surianos y de una hermana de éstos de nombre Coyolxauhqui. Y esta Coatlicue allí hacía penitencia, barría, tenía a su cargo el barrer, así hacía penitencia, en Coatepec, la Montaña de la Serpiente. Y una vez, cuando barría Coatlicue, sobre ella bajó un plumaje, como una bola de plumas finas. En seguida lo recogió Coatlicue, lo colocó en su seno. Cuando terminó de barrer, buscó la pluma, que había colocado en su seno, pero nada vio allí. En ese momento Coatlicue quedó encinta. Al ver los cuatrocientos Surianos que su madre estaba encinta, mucho se enojaron, dijeron: --"¿Quién le ha hecho esto?, ¿quién la dejó encinta? Nos afrenta, nos deshonra". Y su hermana Coyolxauhqui les dijo: ---"Hermanos, ella nos ha deshonrado, hemos de matar a nuestra madre, la perversa que se encuentra ya encinta. ¿Quién le hizo lo que lleva en el seno?" Cuando supo esto Coatlicue, mucho se espantó, mucho se entristeció. Pero su hijo Huitzilopochtli, que estaba en su seno, la confortaba, le decía: --"No temas, yo sé lo que tengo que hacer". Habiendo oído Coatlicue las palabras de su hijo, mucho se consoló, se calmó su corazón, se sintió tranquila. Y entretanto, los cuatrocientos Surianos se juntaron para tomar acuerdo, y determinaron a una dar muerte a su madre, porque ella los había infamado. Estaban muy enojados, estaban muy irritados, como si su corazón se les fuera a salir, Coyolxauhqui mucho los incitaba, avivaba la ira de sus hermanos, para que mataran a su madre. Y los cuatrocientos Surianos se aprestaron, se ataviaron para la guerra. Y estos cuatrocientos Surianos eran como capitanes, torcían y enredaban sus cabellos, como guerreros arreglaban su cabellera. Pero uno llamado Cuahuitlícac era falso en sus palabras. Lo que decían los cuatrocientos Surianos, en seguida iba a decírselo, iba a comunicárselo a Huitzilopochtli. Y Huitzilopochtli le respondía: --"Ten cuidado, está vigilante, tío mío, bien sé lo que tengo que hacer". Y cuando finalmente estuvieron de acuerdo, estuvieron resueltos los cuatrocientos Surianos a matar, a acabar con su madre, luego se pusieron en movimiento, los guiaba Coyolxauhqui. Iban bien robustecidos, ataviados, guarnecidos para la guerra, se distribuyeron entre sí sus vestidos de papel, su anecúyotl, sus ortigas, sus colgajos de papel pintado, se ataron campanillas en sus pantorrillas, las campanillas llamadas ayohualli. Sus flechas tenían puntas barbadas. Luego se pusieron en movimiento, iban en orden, en fila, en ordenado escuadrón, los guiaba Coyolxauhqui. Pero Cuahuitlícac subió en seguida a la montaña, para hablar desde allí a Huitzilopochtli, le dijo: --"Ya vienen". Huitzilopochtli le respondió: --"Mira bien por dónde vienen". Dijo entonces Cuahuitlícac: --"Vienen ya por Tzompantitlan". Y una vez más le dijo Huitzilopochtli: --"¿Por dónde vienen ya? Cuahuitlícac le respondió: --"Vienen ya por Coaxalpan". Y de nuevo Huitzilopochtli preguntó a Cuahuitlícac: --"Mira bien por dónde vienen", En seguida le contestó Cuahuitlícac: --"Vienen ya por la cuesta de la montaña". Y todavía una vez más le dijo Huitzilopochtli: --"Mira bien por dónde vienen". Entonces le dijo Cuahuitlícac: --"Ya están en la cumbre, ya llegan, los viene guiando Coyolxauhqui". En ese momento nació Huitzilopochtli, se vistió sus atavíos, su escudo de plumas de águila, sus dardos, su lanza-dardos azul, el llamado lanza-dardos de turquesa. Se pintó su rostro con franjas diagonales, con el color llamado "pintura de niño". Sobre su cabeza colocó plumas finas, se puso sus orejeras. Y uno de sus pies, el izquierdo era enjuto, llevaba una sandalia cubierta de plumas, y sus dos piernas y sus dos brazos los llevaba pintados de azul. Y el llamado Tochancalqui puso fuego a la serpiente hecha de teas llamada Xiuhcóatl, que obedecía a Huitzilopochtli. Luego con ella hirió a Coyolxauhqui, le cortó la cabeza, la cual vino a quedar abandonada en la ladera de Coatépetl. El cuerpo de Coyolxauhqui fue rodando hacia abajo, cayó hecho pedazos, por diversas partes cayeron sus manos, sus piernas, su cuerpo. Entonces Huitzilopochtli se irguió, persiguió a los cuatrocientos Surianos, los fue acosando, los hizo dispersarse desde la cumbre de Coatépetl, la montaña de la culebra. Y cuando los había seguido hasta el pie de la montaña, los persiguió, los acosó cual conejos, en torno de la montaña. Cuatro veces los hizo dar vueltas. En vano trataban de hacer algo en contra de él, en vano se revolvían contra él al son de los cascabeles y hacían golpear sus escudos. Nada pudieron hacer, nada pudieron lograr, con nada pudieron defenderse. Huitzilopochtli los acosó, los ahuyentó, los destruyó, los aniquiló, los anonadó. Y ni entonces los dejó, continuaba persiguiéndolos. Pero, ellos mucho le rogaban, le decían: --"¡Basta ya!" Pero Huitzilopochtli no se contentó con esto, con fuerza se ensañaba contra ellos, los perseguía. Sólo unos cuantos pudieron escapar de su presencia, pudieron librarse de sus manos. Se dirigieron hacia el sur, porque se dirigieron hacia el sur, se llaman Surianos, los pocos que escaparon de las manos de Huitzilopochtli. Y cuando Huitzilopochtli les hubo dado muerte, cuando hubo dado salida a su ira, les quitó sus atavíos, sus adornos, su anecúyotl, se los puso, se los apropió los incorporó a su destino, hizo de ellos sus propias insignias. Y este Huitzilopochtli, según se decía, era un portento, porque con sólo una pluma fina, que cayó en el vientre de su madre, Coatlicue, fue concebido. Nadie apareció jamás como su padre. A él lo veneraban los mexicas, le hacían sacrificios, lo honraban y servían. Y Huitzilopochtli recompensaba a quien así obraba. Y su culto fue tomado de allí, de Coatepec, la montaña de la serpiente, como se practicaba desde los tiempos antiguos. RESTAURACIÓN DE LOS SERES HUMANOS Y en seguida se convocaron los dioses Dijeron: --"¿Quién vivirá en la tierra? porque ha sido ya cimentado el cielo, y ha sido cimentada la tierra. ¿Quién habitará en la tierra, oh dioses?" Estaban afligidos Citlalinicue, Citlaltónac, Apantecuchtili, Tepanquizqui, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Y luego fue Quetzalcóatl al Mictlan, se acerco a Mictlantecuhtli y a Mictlancíhuatl y en seguida les dijo: --"Vengo en busca de los huesos preciosos que tú guardas, vengo a tomarlos". Y le dijo Mictlantecuhtli: --"¿Qué harás con ellos, Quetzalcóatl? Y una vez más dijo (Quetzalcóatl): --"Los dioses se preocupan porque alguien viva en la tierra". Y respondió Mictlantecuhtli: --"Está bien, haz sonar mi caracol y da vueltas cuatro veces alrededor de mi círculo precioso". Pero su caracol no tiene agujeros; llama entonces (Quetzalcóatl) a los gusanos; estos le hicieron los agujeros y luego entran allí los abejones y las abejas y lo hacen sonar. Al oírlo Mictlantecuhtli, dice de nuevo: --"Está bien, toma los huesos". Pero dice Mictlantecuhtli a sus servidores: --"¡Gente del Mictlan! Dioses, decid a Quetzalcóatl que los tiene que dejar". Quetzalcóatl repuso: --"Pues no, de una vez me apodero de ellos". Y dijo a su nahual: --"Ve a decirles que vendré a dejarlos". Y éste dijo a voces: --"Vendré a dejarlos". Pero, luego subió, cogió los huesos preciosos. Estaban juntos de un lado los huesos de hombre y juntos de otro lado los de mujer y los tomó e hizo con ellos un ato Quetzalcóatl. Y una vez más Mictlantecuhtli dijo a sus servidores: --"Dioses, ¿de veras se lleva Quetzacóatl los huesos preciosos? --"Dioses, id a hacer un hoyo". Luego fueron a hacerlo y Quetzalcóatl se cayó en el hoyo, se tropezó y lo espantaron las codornices. Cayó muerto y se esparcieron allí los huesos preciosos, que mordieron y royeron las codornices. Resucita después Quetzalcóatl, se aflige y dice a su nahual: --"¿Qué haré, nahual mío?" Y éste le respondió: --"Puesto que la cosa salió mal, que resulte como sea". Los recoge, los junta, hace un lío con ellos, que luego llevó a Tamoanchan. Y tan pronto llegó, la que se llama Quilaztli, que es Cihuacóatl, los molió y los puso después en un barreño precioso. Quetzalcóatl sobre él se sangró su miembro. Y en seguida hicieron penitencia los dioses que se han nombrado: Apantecuhtli, Huictolinqui, Tepanquizqui, Tlallamánac, Tzontémoc y el sexto de ellos Quetzalcóatl. Y dijeron: --"Han nacido, oh dioses, los macehuales (los merecidos por la penitencia). Porque, por nosotros hicieron penitencia (los dioses)". Así pues de nuevo dijeron (los dioses): --"¿Qué comerán (los hombres), oh dioses?, ¡que descienda el maíz, nuestro sustento!" Pero entonces la hormiga va a coger el maíz desgranado, dentro del Monte de nuestro sustento Quetzalcóatl se encuentra a la hormiga, le dice: --"¿Dónde fuiste a tomar el maíz? dímelo". Mas la hormiga no quiere decírselo. Quetzalcóatl con insistencia le hace preguntas. Al cabo dice la hormiga: --"En verdad allí". Entonces guía a Quetzalcóatl, éste se transforma en seguida en hormiga negra. La hormiga roja lo guía, lo introduce luego al Monte de nuestro sustento. Entonces ambos sacan y sacan maíz. Dizque la hormiga roja guió a Quetzalcóatl hasta la orilla del monte, donde estuvieron colocando el maíz desgranado. Luego Quetzalcóatl lo llevó a cuestas a Tomoanchan. Allí abundantemente comieron los dioses, después en nuestros labios puso maíz Quetzalcóatl, para que nos hiciéramos fuertes. Y luego dijeron los dioses: --"¿Qué haremos con el Monte de nuestro sustento?" Mas el monte allí quiere quedarse, Quetzalcóatl lo ata, pero no puede jalarlo. Entre tanto echaba suertes Oxomoco, y también echaba suertes Cipactónal, la mujer de Oxomoco, porque era mujer Cipactónal. Luego dijeron Oxomoco y Cipactónal: --"Tan sólo si lanza un rayo Nanáhuatl, quedará abierto el Monte de nuestro sustento". Entonces bajaron los tlaloques (dioses de la lluvia), los tlaloques azules, los tlaloques blancos, los tlaloques amarillos, los tlaloques rojos. Nanáhuatl lanzó enseguida un rayo, entonces tuvo lugar el robo del maíz, nuestro sustento, por parte de los tlaloques. El maíz blanco, el oscuro, el amarillo, el maíz rojo, los frijoles, la chía, los bledos, los bledos de pez, nuestro sustento, fueron robados para nosotros.
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El mundo surgido después de la Segunda Guerra Mundial fue muy distinto del de la preguerra, en especial desde el punto de vista de las relaciones internacionales. Como sabemos, desde el final del conflicto se clausuró la época de la preponderancia europea y empezó la era de las grandes potencias. Estas fueron, en adelante, dos, los Estados Unidos y la URSS, y ambas eran extraeuropeas. Hasta entonces, en cambio, el predominio había sido de potencias europeas de tamaño medio como Alemania, Francia o Gran Bretaña, mientras que ahora se enfrentaron Estados gigantes. Por si fuera poco, el resultado de la guerra tuvo como consecuencia que los países europeos perdieran el prestigio y la influencia en los países colonizados y eso concluyó por modificar el panorama. Pero un rasgo fundamental del nuevo mundo surgido de la guerra mundial, no es sólo el hecho de que fuera dominado por esas superpotencias sino la realidad de que la paz entre ellas resultó desde un principio fallida. Los aliados hubieran querido perpetuar la solidaridad entre las "Naciones Unidas", denominación ya utilizada durante el conflicto, y establecer un nuevo sistema de relaciones internacionales. Para ello un elemento esencial era la creación de una nueva organización mundial que aprovechara la experiencia de la Sociedad de Naciones y fuera capaz de superar sus inconvenientes. Desde el momento de la elaboración de la Carta del Atlántico, en agosto de 1941, se había pretendido por el presidente norteamericano establecer los nuevos principios del orden internacional. De él se habló en repetidas ocasiones en las conferencias entre los grandes habidas en Moscú y Teherán. Los expertos reunidos en Dumbarton Oaks, en otoño de 1944, establecieron los principios de la ONU. En Yalta, a comienzos de 1945, se plantearon y resolvieron cuestiones espinosas como las relativas a la representación de la URSS. Pretextando que el Imperio británico era una unidad política, los soviéticos querían quince puestos en la Asamblea pero sólo lograron tres, para la Federación rusa, Ukrania y Bielorrusia, respectivamente. Llegados a este acuerdo los grandes decidieron reunir una conferencia constitutiva de la nueva organización en San Francisco, entre abril y junio de ese mismo año. La carta fundacional fue suscrita por cincuenta Estados el 25 de ese último mes. En Yalta los tres grandes, por influencia principalmente norteamericana, habían decidido los procedimientos que serían aplicados para evitar los inconvenientes que en su momento tuvo la Sociedad de Naciones, de los cuales el principal fue el principio de unanimidad en las decisiones. La nueva organización dispondría, en consecuencia, de un directorio de grandes potencias, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que disponían del derecho de veto a los que habría que sumar miembros no permanentes elegidos por dos años hasta completar once miembros en 1946 y quince a partir de 1966. Su papel tenía que ser decisivo en las cuestiones relativas a la paz y la seguridad al tener capacidad para tomar resoluciones que impondrían obligaciones a los Estados. Por su parte, la Asamblea venía a ser la encarnación de la Democracia a escala universal y entre los Estados. Aparte de admitir a nuevos miembros y elegir a los no permanentes del Consejo de Seguridad, la Asamblea no podía tomar otras decisiones que las de carácter muy general, llamadas "recomendaciones", que debían ser aprobadas por dos tercios de los miembros presentes y votantes. Sin embargo, en la práctica, las Asambleas de la ONU se convirtieron en grandes foros internacionales. El secretario general -el primero fue el noruego Trygve Lye, elegido por acuerdo entre soviéticos y norteamericanos- también desempeñó un papel creciente en el escenario internacional. La ONU, en fin, vio cómo se incorporaba a su organización una serie de organismos e instituciones especializados respecto a los cuales el secretario general ejerció una función coordinadora. Toda esta arquitectura organizativa pronto se demostró impotente para encauzar la situación internacional por la incapacidad de entenderse las grandes potencias. Ya en enero de 1946 los países anglosajones se quejaron ante el Consejo de Seguridad de la ocupación del Azerbaiyán iraní por parte de la URSS. En la comisión de energía atómica de la ONU los Estados Unidos presentaron el llamado Plan Baruch que supuso remitir a un organismo internacional el desarrollo de la energía nuclear prohibiendo su uso bélico. Acheson, el secretario de Estado norteamericano, llegó a decir que si no existía acuerdo con la URSS en este punto a lo máximo que podría llegarse es a una "tregua armada". Pero los soviéticos rechazaron el plan mientras que un clima crecientemente enrarecido por el descubrimiento del espionaje mutuo hacía crecer las dificultades entre ambas superpotencias. En realidad la dificultad de comprensión entre esas dos grandes potencias venía de antes y se había hecho manifiesta a lo largo de las grandes cumbres que habían tenido lugar en el transcurso de la guerra. En esas reuniones se tomaron decisiones que afectaron al futuro destino del mundo. Lo que ahora nos interesa es recalcar las diferencias de criterio. Roosevelt, que partió para Yalta tan sólo dos días después de la inauguración de su tercera presidencia, parecía haber estado angustiado por la necesidad de construir un nuevo orden internacional; como Moisés, llegó hasta la tierra prometida pero no pudo entrar en ella. Churchill y Stalin se ocupaban de cuestiones mucho más prosaicas y concretas. El primero se quejó de que se pretendiera en tan sólo unas horas resolver la cuestión alemana y, por tanto, el destino de millones de seres humanos. Una anécdota describe la profunda desconfianza existente entre los soviéticos y los británicos. Churchill, aludiendo al problema de las reparaciones, dijo que para tirar del carro de Alemania era preciso poner por delante un caballo como para indicar que este país necesitaría un motor de desarrollo, pero Stalin le repuso que el caballo podía dar una coz. Cuando tuvo lugar la reunión de Postdam, en julio de 1945, ya había motivos muy importantes de desconfianza entre las dos grandes superpotencias. No versaban sobre áreas de influencia sino acerca de la forma de ejercer ésta. En el Este de Europa ya se había producido la toma del poder por parte de los comunistas en Rumania y en Polonia, la cual había estado en el origen del estallido de la guerra. Los partidarios del Gobierno exiliado en Londres durante toda la Guerra Mundial fueron detenidos como supuestos colaboracionistas con los alemanes. Por su parte, los aliados habían admitido, con duras quejas por parte de los soviéticos, la rendición de ejércitos alemanes en el Este, e incluso habían mantenido conversaciones con militares alemanes en Berna, incrementando de forma exponencial la habitual tendencia de Stalin a la susceptibilidad. Mientras que Churchill, deprimido y derrotado en las elecciones, desapareció del panorama, Truman, poco ducho en política exterior y con tendencia a la elementalidad, representó un talante distinto al de Roosevelt, no dudando en revelar la existencia de la bomba atómica con lo que esgrimía un arma que bien podía ser utilizada contra el antiguo aliado. Stalin estaba informado de su existencia y, por tanto, en nada se vio afectado por la noticia. La conferencia estuvo mucho mejor organizada que Yalta y duró más, pero su resultado fue acogido con escepticismo por una opinión que la había seguido puntualmente porque, en la práctica, fue seguida día a día por la prensa. Con esos antecedentes, condenada al mal funcionamiento, la organización internacional destinada a resguardar la paz, a lo largo de 1946 y 1947 se fue convirtiendo en cada vez más inevitable el camino hacia el enfrentamiento en el panorama internacional de las dos superpotencias. En Moscú tuvo lugar una conferencia de ministros de Asuntos Exteriores de los grandes en que quedó prevista la celebración de una reunión en París de 21 de los países vencedores en la guerra con cinco de los vencidos. Molotov aceptó esta decisión, gracias a que los aliados, por su parte, toleraron que los cambios introducidos en la composición de los Gobiernos de Bulgaria y Rumania fuera mínima. En esta segunda ocasión, en la capital francesa los acuerdos de paz se cerraron con dificultades importantes -febrero de 1947- pero la posibilidad de algo parecido con respecto a Alemania y al Japón quedó en la lejanía de un horizonte remoto. Italia perdió sus conquistas de la era fascista que se convirtieron en países independientes (Albania y Etiopía) o pasaron a Grecia (Rodas y el Dodecaneso) pero se plantearon conflictos respecto a las restantes colonias y también en relación con Trieste, largo tiempo disputada con los yugoslavos (hasta 1954). Rumania perdió Besarabia y Bukovina pero incorporó Transilvania; Bulgaria mantuvo sus fronteras aunque recuperó pérdidas territoriales anteriores y la gran perjudicada por el acuerdo en el centro de Europa fue Hungría quien cedió, aparte de Transilvania, zonas menos importantes a la URSS y a Checoslovaquia. Finlandia, además de sus cesiones territoriales a la URSS, tuvo que pagar fuertes reparaciones. En cambio, no se llegó a ningún acuerdo principalmente sobre Alemania, problema mucho más importante que el de Japón, en donde en la práctica no había más que una ocupación norteamericana y no de otros países. Para esta última se había pensado en una ocupación sometida a una autoridad compartida entre los aliados pero, para que pudiera existir, resultaba imprescindible un acuerdo político esencial que estuvo siempre muy lejano de plasmarse en la realidad. Stalin, que había defendido en un principio la idea de trocear Alemania, la abandonó. Fue tan sólo Francia quien se mantuvo en una posición parcialmente identificada con esta idea reclamando el control del Sarre y la internacionalización del Ruhr. Ambas potencias reclamaron el estricto cumplimiento de un programa de reparaciones, la primera por el procedimiento de desmontar las fábricas alemanas, y la segunda por el de compensar sus pérdidas a base de carbón. Pero, de cualquier modo, la cuestión alemana no sólo no quedó resuelta sino que no llegaría a estarlo de forma definitiva hasta 1989. En realidad, cuando los mencionados acuerdos de París fueron suscritos, ya el clima internacional se había deteriorado gravemente. A lo largo de 1946 se produjeron escaramuzas en la ONU. Incluso cuando había coincidencia -como, por ejemplo, a la hora de condenar al régimen español-, en realidad cada uno de los dos bloques estaba defendiendo posiciones divergentes (la URSS deseaba desestabilizar la retaguardia occidental y los anglosajones una transición pacífica a una Monarquía liberal). En marzo de 1946, en un discurso en Fulton, Estados Unidos, Churchill denunció que sobre el viejo continente se había desplegado una especie de telón de acero desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste en el Adriático. El dirigente británico no creía que la URSS quisiera la guerra pero sí los frutos de la misma y una expansión ilimitada de su poder y de su doctrina. Por su parte, George Kennan, el embajador norteamericano en Moscú, por las mismas fechas proponía a las autoridades de su país "contener con paciencia, firmeza y vigilancia" las tendencias soviéticas a la expansión. El primero proporcionó la retórica a una interpretación que examinaremos de manera detallada más adelante. Se ha escrito que el espíritu de Yalta había sido sustituido a estas alturas por el de Riga (es decir, el de los diplomáticos norteamericanos que, como Kennan, habían aprendido ruso en la capital de Letonia). El de la población del Mar Negro había conseguido hacer compatible un cierto wilsonismo idealista, deseoso de establecer un nuevo orden internacional en que la URSS jugara un papel importante con el prosaico respeto a las áreas de influencia, incluso aquéllas construidas por el puro uso de la fuerza. En cambio, para los diplomáticos de la capital letona, la propia existencia de la URSS como Estado revolucionario mundial resultaba un peligro de tal envergadura que resultaba inaceptable para las potencias democráticas. Pero, en realidad, el cambio de clima, aunque muy súbito en Occidente, se debió principalmente a un descubrimiento de la actitud soviética que pudo presentarse como una revelación y dar lugar a exageraciones y desmesuras pero que respondía a una visión radicalmente nueva de la realidad soviética, poco clara cuando la URSS aparecía como un aliado contra el Eje. La primera causa de la guerra fría fue, por tanto, la división ideológica del mundo. El año 1947 fue decisivo y terrible en la configuración del mundo internacional de la posguerra. El origen de la expresión "guerra fría" se suele atribuir al periodista norteamericano Walter Lippmann pero algún especialista -Fontaine- ha llegado a rastrear su origen nada menos que en las coplas del infante Don Juan Manuel que la habría empleado para describir un conflicto que se desarrolló sin, al mismo tiempo, declararse. Esta tensión permanente e irresoluble pero, al mismo tiempo, no destinada a producir una nueva conflagración mundial confrontó, aunque de manera muy cambiante de acuerdo con el transcurso del tiempo, a las dos grandes superpotencias. De entrada el lenguaje empleado por los dirigentes no pudo ser más dramático. De la URSS dijo el presidente Truman que no entendía otro lenguaje que el del número de las divisiones de las cuales el otro disponía. La sustitución del secretario de Estado Byrnes, todavía deseoso de negociar con la URSS por el general Marshall, antiguo comandante militar de las fuerzas americanas en China en enero de 1947, supuso un giro decisivo en la política exterior norteamericana. Truman llegó a decir que desde los tiempos del antagonismo en Roma y Cartago no había existido un grado tal de polarización del poder sobre la Tierra. Ya en 1948 se multiplicaron los conflictos que en ocasiones pudieron adquirir un tono violento aunque tan sólo en la periferia.
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Dentro del conjunto de dibujos tempranos de Poussin, realizados en su etapa anterior al asentamiento en Roma, como El Nacimiento de Adonis, y en clara relación con éste, se encuentra este "Nacimiento de Príapo". Conservando la unidad de escena y tiempo, como prescribía la concepción clásica del teatro, de tan hondo calado en Francia, Poussin nos muestra el momento inmediato al nacimiento del dios Príapo, hijo de Dioniso y Afrodita. La diosa aparece en primer término, recostada en un lecho, mientras el niño es mostrado en brazos en segundo término. Los atributos típicos del dios Dioniso (Baco), dios del vino y la vendimia, con la corona y la copa, se unen a su séquito, naturalmente ebrio, para transformar la alegría del nacimiento en una bacanal, representada aquí al estilo de otras de sus obras, como su Bacanal con tañedora de laúd, realizada hacia 1627-1628. La laboriosidad con que está preparado el dibujo es un claro exponente de lo metódico del trabajo de Poussin, que llegó a ser proverbial.
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El Nacimiento de Venus es una de las obras más famosas de Botticelli. Fue pintada por encargo de un miembro de la familia Médici para decorar uno de sus palacios de ocio en el campo. Venus es la diosa del amor y su nacimiento se debe a los genitales del dios Urano, cortados por su hijo Cronos y arrojados al mar. El momento que presenta el artista es la llegada de la diosa, tras su nacimiento, a la isla de Citera, empujada por el viento. Venus aparece en el centro de la composición sobre una enorme concha; sus largos cabellos rubios cubren sus partes íntimas mientras que con su brazo derecho trata de taparse el pecho. La figura blanquecina se acompaña de Céfiro, el dios del viento, junto a Aura, la diosa de la brisa, enlazados ambos personajes en un estrecho abrazo. En la zona terrestre encontramos a una de las Horas, las diosas de las estaciones, en concreto la Primavera, ya que lleva su manto decorado con motivos florales. La Hora espera a la diosa para arroparla con un manto también floreado; las rosas caen junto a Venus ya que la tradición dice que surgieron con ella. Técnicamente, Botticelli ha conseguido una figura magnífica aunque el modelado es algo duro, reforzando los contornos con una línea oscura, como si se tratara de una estatua clásica. De esta manera, el artista toma como referencia la Antigüedad a la hora de realizar sus trabajos. Los ropajes se pegan a los cuerpos, destacando todos y cada uno de los pliegues y los detalles. El resultado es sensacional pero las pinturas de Botticelli parecen algo frías e incluso primitivas.
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No sería excesivo afirmar que la guerra civil española fue la experiencia más traumática por la que tuvo que pasar la Iglesia católica en un país de Europa occidental en la Edad Contemporánea. La persecución de la religión y del clero en la zona republicana sólo fue igualada, o quizá sobrepasada, por la que ejercieron los comunistas durante la Revolución Rusa. Para los nacionales, sin embargo, la religión fue un apoyo -algunos sostienen que el más fuerte- y una motivación durante todo el conflicto. Por tanto, el triunfo de éstos fue, mutatis mutandis, un triunfo del catolicismo, que presidió un resurgir religioso de características casi fundamentalistas, sin parangón en cualquier otro país occidental europeo. Los años 40 trajeron consigo una vuelta a muchos aspectos de la vida religiosa. El número de personas que asistía a misa aumentó, se reconstruyeron muchos edificios religiosos y subieron todos los índices relacionados con la práctica religiosa. En 1942 estaban en pleno apogeo las nuevas misiones populares dedicadas a la cristianización masiva, que continuarían funcionando durante más de una década. En ciudades grandes e industriales como Barcelona, podía verse algunas veces a casi un cuarto de millón de personas en fila en la calle durante las campañas de las misiones. Se edificaron seminarios por toda España, aunque el número de seminaristas no creció de forma destacada hasta 1945, después de que esta nueva religiosidad tuviera tiempo de asentarse. Uno de los aspectos más asombrosos de la España de la posguerra fue la nueva introducción de ritos religiosos en los aspectos más formales de la vida. Como ha dicho Rafael Gómez Pérez: "La religión era un elemento natural de la vida social; las Navidades con los Belenes y las cabalgatas de los Reyes Magos; las conferencias cuaresmales y ejercicios espirituales abiertos o cerrados; novenas; las procesiones de Semana Santa; las procesiones eucarísticas y para el viático a los enfermos; los rosarios de la aurora; las procesiones del Sagrado Corazón de Jesús; las romerías a la Virgen; las fiestas de la Patrona, los actos religiosos de cofradías y hermandades... Todo el año estaba acompañado de alguna manifestación religiosa pública". Esta nueva sacralización de la vida española afectó a casi todos los asuntos públicos y a las instituciones. Se dio con más fuerza en aquellas regiones y entre aquellos españoles que nunca habían sido totalmente laicos: el norte católico, cuya sociedad rural era predominantemente religiosa y gran parte de la clase media y alta. Tuvo mucho menos influencia en los viejos bastiones de la causa revolucionaria: el sur azotado por la pobreza y los trabajadores urbanos. Pero incluso en esas zonas hubo un cambio durante los años 40. Los que antes eran indiferentes ahora oían misa y observaban ciertos ritos ya fuera por la presión, por convicción o por un nuevo sentido de conformismo social. Durante algunos años la España católica tradicional parecía haberse restaurado. En algunos aspectos la vida española de los 40 se vivía de forma extrema. Floreció la prostitución en medio de la penuria de la posguerra, mientras la sociedad formal era la más puritana de Europa. El mercado negro era una necesidad para muchos en su vida privada, pero en público se expresaban siempre en términos tan piadosos que hubiera resultado extraño incluso antes de la República. El Cardenal Gomá, de hecho, encontró los resultados de este resurgir religioso algo decepcionantes. Le dijo al embajador británico -que era católico- que el triunfo de Franco no había traído consigo la verdadera renovación espiritual que él esperaba. El SEU -de la Falange- absorbió las asociaciones estudiantiles católicas, cualquier grupo católico social que pudiera ser competencia de los sindicatos se disolvió, se prohibió a los curas hablar la lengua vernácula en Cataluña y en el País Vasco -a pesar de la intervención de Gomá- y se suprimió una pastoral de este primado por ser demasiado indulgente con la oposición y criticar sutilmente al Gobierno. Se llegó a censurar al Papado, suprimiendo la encíclica antinazi de Pío XI, Mit brennender Sorge y parte de su mensaje radiofónico del 15 de abril de 1939 en el que felicitaba a los nacionales por su victoria, pero les pedía comprensión y buena voluntad para con los vencidos. Gomá murió en 1940 desilusionado políticamente. Este primado era una excepción entre los líderes de la Iglesia española de su época que, en general, se identificaban mucho con el Régimen, a pesar de los excesos. La excepción más notable era el reaccionario Pablo Segura, cardenal arzobispo de Sevilla, que no mantuvo en secreto su odio hacia la Falange y hacia el propio Franco. Rechazó las peticiones para que celebrara misas de campaña en encuentros falangistas, argumentando que eran espectáculos políticos que profanaban los servicios religiosos de forma sacrílega. Se decía que su catedral en Sevilla era el único edificio eclesiástico en España que no tenía en sus paredes nombres de falangistas caídos. Durante un sermón público en 1940 tuvo la audacia de explicar que el término caudillo en la literatura clásica significaba jefe de una banda de ladrones y que en los Ejercicios Espirituales de Loyola se clasificaba semejante figura como un demonio. Esto provocó tal ira en Franco que sus ministros apenas pudieron evitar que ordenara el segundo exilio de Segura, a quien ya habían expulsado de España durante la República. En los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, la opinión dentro de la jerarquía eclesiástica cada vez estaba más dividida. La oposición más tajante al Régimen la hizo Fidel García Martínez, obispo de Calahorra, cuyas pastorales de 1942 y 1944 eran categóricamente antinazis. Algún otro obispo también redactó lo que se llamó pastorales sociales que condenaban los abusos y las injusticias de la estructura económica existente, especialmente en las zonas rurales. Esto culminó con la primera pastoral social colectiva por los obispos de Andalucía oriental en octubre de 1945, en la que se recomendaba que hubiera asociaciones de trabajadores y de patrones por separado, que sustituyeran al sistema de un sindicato vertical que tenía el Estado. Mucho más corriente, sin embargo, era que los prelados se identificaran totalmente con el Régimen y lo defendieran, aunque sólo hubo uno, Eijo y Garay, el obispo azul de Madrid, llegó al extremo de identificarse con la Falange. En el Gobierno, los ministerios de Justicia y Educación se reservaron desde el principio para los ultracatólicos, para que las normas religiosas se introdujeran en el sistema legal y el educativo. En la Organización Sindical se eligió un consejero eclesiástico de sindicatos en 1944 y se establecieron consejerías religiosas similares bajo otros ministerios e instituciones estatales, que terminarían convirtiéndose en una característica del siguiente cuarto de siglo. El fuerte carácter católico del Régimen se explotó más que nunca después de 1945 para distinguir el franquismo del fascismo, pero el Generalísimo estaba decepcionado por el desarrollo de las relaciones con el Vaticano. Tenía la esperanza de que hubiera un concordato poco después de terminada la Guerra Civil; su Gobierno abolió oficialmente el divorcio en septiembre de 1939 y volvió a instaurar el subsidio estatal eclesiástico -que había suprimido la República- dos años más tarde. El Vaticano, sin embargo, recelaba de una relación formal con el Régimen español después de su experiencia con los concordatos con Italia y Alemania, así que el primer acuerdo al que llegaron en 1941 no era ni mucho menos un concordato. Le daba al Estado el derecho de hacer presentaciones para nombramientos episcopales, pero le negaba una mayor autoridad sobre los nombramientos eclesiásticos. A pesar de todo, el Vaticano estaba satisfecho con los cambios que había habido en la política española durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial y no desanimaba a los prelados y católicos en general a que reafirmaran su apoyo a Franco durante el periodo crucial del ostracismo. Al mismo tiempo, los jerarcas de la Iglesia esperaban que hubiera una reforma en el sentido de la moderación y la institucionalización de las normas legales tradicionales. En su pastoral del 8 de mayo de 1945, Enrique Pla i Deniel, primado sucesor de Gomá, resumía la posición de la jerarquía respecto al Régimen mientras que pedía que éste instalara unas bases institucionales sólidas "en consonancia con nuestras tradiciones históricas y compatible con las realidades presentes". Durante los dos años siguientes, Pla i Deniel apoyó las nuevas fórmulas institucionales del Régimen y suplicó a los católicos que participaran en el sistema. No hay duda de que en todo esto influían ciertas frustraciones, ya que Franco nunca aceptó las ideas de su nuevo Ministro de Exteriores, Martín Artajo, de dar al Régimen una estructura corporativa y semirrepresentativa. Los cambios de 1945-47 prometían mucho más de lo que en realidad ofrecían. Cuando la dirección de la censura y de la prensa dejó de depender del Movimiento y a principios de 1946 pasó a manos de dos destacados civiles católicos y conservadores del Ministerio de Educación, los nuevos directores no pudieron reformar la censura como habían esperado. Las publicaciones católicas tenían más libertad ahora que antes de 1945, pero todavía no estaban completamente libres de las restricciones. Además, las nuevas Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), fundadas en 1946 para fomentar el catolicismo entre los trabajadores, que estaban apoyadas por el primado en persona, recibían presiones de la Organización Sindical y numerosas críticas. A pesar de todo, en España se había establecido la mayor variedad de regulaciones religiosas llevadas a cabo por un Estado occidental del siglo XX, coronado con una nueva ronda de disposiciones entre 1950-53, antes de firmar, por fin, un concordato con el Vaticano. Lo que empezó a llamarse con tono burlón Nacional Catolicismo a finales de los 60, ofrecía enormes ventajas a la Iglesia. Tenía un papel fundamental en la educación, disfrutaba de subsidios económicos y exenciones de impuestos, se estaban renovando y ampliando los seminarios, tenía infinitas posibilidades de hacer proselitismo y propaganda, podía obligar jurídicamente a que se cumplieran las normas católicas, y contaba con procedimientos jurídicos específicos así como protección para el clero que estuviera acusado de violar las leyes civiles. Mientras tanto, el número de personas que quería dedicarse a la religión aumentaba hasta alcanzar un récord sin precedentes: se ordenaron más de 1.000 sacerdotes por año entre 1954 y 1956. Surgió una nueva y distintiva influencia católica del instituto secular Opus Dei. Nació como una organización diocesana y terminó siendo el grupo católico más insólito de la España de posguerra y quizá de toda la Iglesia católica. Se desarrolló a partir del pequeño núcleo que fundó el sacerdote aragonés José María Escrivá de Balaguer en 1928. En 1943 se reconoció como el primer instituto secular de la Iglesia. Cuando en 1982 el Papa Juan Pablo II le otorgó el estatus de primera Prelatura personal de la Iglesia, el Opus Dei contaba con 72.000 miembros por todo el mundo. La misión del Opus es la santificación del mundo secular y la forma de diseminar los valores espirituales de forma efectiva, como concibieron su fundador y sus cabecillas, es a través de las profesiones clave de la sociedad industrial, tales como la enseñanza universitaria, los negocios, las finanzas y los niveles más altos de gestión. Un número desproporcionado de miembros del Instituto habían hecho carrera en estas áreas, lo que hizo que el Opus adquiriera fama de elitista. Al mismo tiempo, la reserva que mostraban los miembros acerca de su propia asociación y sus relaciones le daba un aire de secretismo. En los primeros años después de la Guerra Civil los miembros del Opus no estaban en contacto tan cercano con el Régimen como los de Acción Católica. Su trabajo parecía más progresista y moderno que el de muchas organizaciones religiosas de los años 40 y recibió apoyo y ánimo de muchos católicos adinerados y progresistas, especialmente en Cataluña. Por otro lado, los falangistas atacaban y se oponían al Instituto y a sus miembros casi desde el principio. El Opus salió más a la luz pública cuando un número considerable de sus miembros obtuvo cátedras universitarias durante los años 40 y 50. En 1952 la organización inauguró lo que pronto se convertiría en la Universidad católica más organizada del país, la Universidad de Navarra, en Pamplona. Los miembros adquirían renombre en el mundo de los negocios y las finanzas y algunos incluso empezaron a interesarse por la política, aunque otros desaconsejaban esta actividad. Sin embargo, la década de los 50, más próspera y pluralista, que vio cómo crecía el neocatolicismo, también pudo ver los primeros indicios de un declive de la actividad religiosa y el comienzo de una nueva secularización. De hecho, algunos indicadores de la actividad religiosa habían empezado a bajar antes del final de los 50. El número de estudiantes de seminario se quedó en casi 8.000 desde 1951 hasta 1963, pero el total de nuevas ordenaciones empezó a decaer lentamente después de 1956, aunque el número de sacerdotes llegó a su punto más alto de la España contemporánea con 34.474 -incluido el clero regularen 1963. En Madrid, Barcelona y Valencia el número de sacerdotes aumentó en más de un 10 por ciento durante los 50, pero en 1960 todavía no había llegado al nivel de 1931. Aunque esto no estaba claro para muchos en aquel momento, la sociedad cada vez más urbana, industrial y consumista de los 50 estaba iniciando una nueva fase de secularización. Esta sociedad desarrollada no alimentaba tantas nuevas vocaciones como en los 40. También decayó el alcance de las misiones populares; se ponían en marcha muchas menos o se hacían de una forma menos pública y ostentosa. Ya se podían ver señales significativas de cambio tanto en las organizaciones eclesiásticas como en las laicas, que empezaban a recibir las influencias de la liberalización que se estaba dando en la Europa de la posguerra. La unión de las secciones de jóvenes y adultos de Acción Católica, que serían unos 373.000 en 1947, creció hasta 532.000 en 1956 y con este aumento vino la diversificación de las actividades. Los que se inclinaban por un liderazgo unitario perdieron frente a los que insistían en que hubiera ramas diversificadas de actividades autónomas. Se formaron cuatro grupos sociales, Juventud Católica Obrera, Vanguardia Obrera de Jóvenes, Juventud Rural de Acción Católica y las Hermandades Obreras de Acción Católica, que tomaron iniciativas muy diferentes. La HOAC creció de forma constante y se hizo mucho más militante en sus actitudes políticas y económicas a mediados de los 50. Los estudiantes católicos regresaron a sus actividades autónomas dentro del SEU -la organización estudiantil de la Universidad estatal e incluso empezaron a unirse a la oposición política. A finales de los 50 algunos miembros del clero también empezaron a hablar más abiertamente de cuestiones sociales y culturales, especialmente en Cataluña y el País Vasco, donde retomaron sus antiguos intereses regionales y culturales, y dieron un impulso al resurgir del nacionalismo vasco y catalán.
contexto
Otra gran corriente, conformadora de la sociedad contemporánea, fue el nacionalismo. En los años centrales de siglo, el nacionalismo fue un componente destacado de los movimientos revolucionarios de 1830 y 1848. Sin embargo, los fracasos con que se saldaron ambos movimientos sirvieron para comprobar que los proyectos nacionalistas no saldrían adelante mientras no tuvieran un respaldo social homogéneo.Algunos nacionalistas, como Mazzini, que habían participado en las revoluciones de 1830, se habían convencido de la inutilidad de la vía conspiratoria para imponer sus ideales. Mazzini fundó el movimiento popular la joven Italia, en junio de 1831, y similares iniciativas se registraron en Alemania y en Suiza. El nacionalismo adquirió por aquellos años un carácter cosmopolita que se pudo comprobar con la participación de polacos, suizos y alemanes, todos ellos procedentes de Ginebra, en la revuelta que se produjo en Génova en 1834.Estos movimientos, en todo caso, adolecían de falta de apoyo popular pues no incluían un programa social que pudiese ganar el apoyo de las clases campesinas. Es algo que se pudo comprobar en los sucesivos levantamientos polacos, así como en las tensiones que se generaron dentro del Imperio de los Habsburgo.Todo ello no impidió que las corrientes nacionalistas siguieran fortaleciéndose y, a medida que las condiciones económicas y sociales dieron madurez a sus reivindicaciones, algunos de los grandes proyectos nacionalistas consiguieron abrirse paso. Los procesos de unificación de Alemania e Italia son estudiados en sendos capítulos de este mismo volumen.
contexto
El nagara o templo hindú del norte de India se concibe pues como un mandala, pero también como la morada del dios, como el monte Meru (el Olimpo de la mitología hindú), y tanto su proyecto como su construcción se ritualizan como si se tratara de un sacrificio, de una ofrenda; se parte siempre de un planteamiento espiritual y nunca estético o funcional. Lógicamente, los nagara son la ejecución, la puesta en práctica, de los Vastu-Sastras, o manuales sagrados de arquitectura (los Silpa-Sastras lo son de iconografía). Los Sastras son interpretados respectivamente por el Sthapati (brahman-arquitecto) y por el Silpin (sacerdote-artista). Según los Vastu-Sastras, los dos volúmenes arquitectónicos que definen un nagara son el Sikara y la Mandapa. El sikara o torre constituye la habitación del dios (garbha grya), es decir, nuestro sancta sanctorum, cuyo acceso sólo está permitido a los sacerdotes que cuidan de la imagen de culto. La cubierta del sikara es siempre la más elevada del templo, porque la idea de altura va unida a la de sacralidad, igual que en occidente. Sin embargo, la estancia permanece oscura, apenas iluminada por el fuego de las lamparillas y la escasa luz que atraviesa la angosta abertura de la puerta; porque la sacralidad se identifica también con la oscuridad. El aspecto curvilíneo del sikara no traduce una cubierta abovedada, pues según postulan los Vastu-Sastras, las piedras deben dormir unas encima de otras; el hombre no debe quebrantar la función que desempeñan en la naturaleza, no debe alterar su reposo, ni someterlas a empujes ni tensiones artificiales. Así que todas las formas de cubiertas abovedadas en la arquitectura hindú se consiguen por pura y simple aproximación de hiladas, y por una esmerada labra escultórica. El otro volumen protagonista es la mandapa, literalmente pabellón, que consiste en una sala hipóstila, destinada principalmente a la oración de los fieles, pero que también puede usarse para ofrendas y danzas destinadas al dios, o simplemente para reuniones espirituales. Suele ser de libre acceso, incluso para los no creyentes, y su uso menos sacro permite una mayor luminosidad y una decoración más profana; por esta misma razón su cubierta es menos elevada y no aparece tan trabajada escultóricamente, por lo que su aspecto general, troncopiramidal y adintelado, traduce mejor la técnica arquitectónica. Aunque el nagara evolucione cronológica y regionalmente, haciéndose cada vez más complejo y colosal, siempre partirá de estos dos volúmenes; aunque aumente en altura o en número de estancias, nunca sobrepasará el siguiente modelo: sala del dios (sikara), antesala del dios (jaga-mohana), sala de los hombres (mandapa) y antesala de los hombres (ardha-mandapa). Por mucho que la exuberancia decorativa transforme los sillares en piezas escultóricas, el nagara se distinguirá siempre por su masa arquitectónica, aislada en el paisaje, produciendo una fuerte tensión contra el cielo. Los Estilos Regionales establecen la tipología de los nagara. En la vasta planicie indogangética el análisis más claro es el regional pues, a pesar de la amplitud cronológica (cuatro siglos de pujanza arquitectónica), los nagara casi no evolucionan debido a su destino ritual. Sin embargo, la diferencia de cultos locales y la diversidad del factor geográfico determinan características propias, Esta diversidad regional se irá mitigando a partir del siglo XI por las mutuas influencias estilísticas entre unos reinos y otros. Los contactos se incrementan hasta el punto de que en el siglo XIII se pueden unificar los nagara en un único estilo, pero siempre la utilización preferente del material local y las necesidades domésticas de estas moradas de los dioses, seguirán distinguiendo técnica y ritualmente los nagara.