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La situación de España a principios del siglo XVII era nada idílica. Pese a la modesta recuperación de una parte de la periferia, lo cierto es que el país tenía bastante de cuerpo enfermo al que la guerra había dejado en un estado casi inerte. Algunos viajeros extranjeros y numerosos pensadores hispanos habían advertido desde hacía décadas de lo urgente que era renovar el complejo y maltratado cuerpo de la monarquía hispánica. Escritores del siglo anterior y hombres de Estado, como el propio Conde-Duque, fueron voces lúcidas en este sentido. De esta forma, en la conciencia de algunos españoles de principios del siglo se había instalado la idea de decadencia y forjado la necesidad urgente de restaurar el país para recuperar su prestigio internacional, máxime después de los recientes acontecimientos bélicos que relegaban a España a un segundo orden en el plano internacional. Fue así como entre una minoría de españoles apareció la conciencia crítica como una forma de patriotismo. Gobernantes e intelectuales, altos funcionarios y comerciantes, clérigos y profesionales, coincidieron en la necesidad de una pronta y profunda regeneración de la monarquía. Así también fue cuajando un movimiento plural pero cohesionado alrededor de unos objetivos mínimos frente a los ultramontanos, un movimiento a veces contradictorio que llevará a cabo un repaso sistemático de la vida española en sucesivas oleadas generacionales cada vez más críticas con el orden vigente. Nombres a veces de sobras conocidos como los de Macanaz, Feijóo, Mayans, Cabarrús, Campomanes o Jovellanos, pero también personajes anónimos que se sentaban en los sillones de las sociedades patrióticas, en las numerosas academias fundadas, en las secretarías de los ministerios o en los consulados de comercio. España acabó convirtiéndose para estos personajes en un problema a resolver con urgencia. Y el repaso crítico se efectuó sobre todas las facetas de la vida nacional en un denodado esfuerzo por encontrar soluciones internas y propias a los problemas de casa. Es cierto que en ocasiones la elaboración de propuestas tuvo un sesgo proyectista, en el que las proposiciones irrealizables, política o técnicamente, proliferaban. Es una realidad que se escribió más que se hizo y que muchas veces los proyectos no iban acompañados de ninguna financiación consistente. Es verdad igualmente que bastantes de las soluciones propuestas no iban más allá de la lógica interna del sistema tardofeudal, por lo demás el único horizonte conocido en casi toda Europa por los propios contemporáneos. Pero es igualmente contrastable el mérito, la buena intención y la valentía de muchos hombres que acabaron seriamente perseguidos por los sectores conservadores y a menudo dieron con sus huesos en la cárcel por orden de la Inquisición. Unos hombres que con más o menos acierto se plantearon con suma honestidad la necesaria modernización del país.
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Con la victoria sobre los magos en el año 521 a.C., se restaura un nuevo imperio que cuenta con el apoyo solidario de la nobleza, perfectamente integrada en un sistema concentrado en el poder del rey. Las inscripciones de Behistún, que conmemoran sus victorias, ponen también de relieve la estrecha vinculación con el poder del dios Ahura-Mazda, vencedor del mal, creador de la unidad, protector del nuevo rey. Paralelamente, en el imperio se lleva a cabo un nuevo esfuerzo administrativo que se traduce en un reforzamiento del sistema tributario fundamentado, no sólo en la fuerza de las armas, sino en la racionalización del sistema circulatorio, tanto para las mercancías, a través de las redes de caminos, como del nuevo sistema monetario, basado en el oro, instrumento eficaz para una circulación fundamentalmente vertical, entre los contribuyentes y el poder. Sin embargo, los controles territoriales se traslucen también en una política expansiva, dirigida a consolidar las posiciones del Egeo y a controlar, al norte, a los escitas, junto con otras campañas en las fronteras egipcias del sur y en la India, que no afectan a las relaciones con los griegos de modo directo. La campaña contra los escitas situados al norte del Danubio es objeto de la atención del libro IV de la "Historia" de Heródoto. Las especiales características de este pueblo pusieron de relieve las dificultades con que podía encontrarse un gran imperio, basado en el reclutamiento y en el tributo, en el momento de su máxima consolidación, para controlar poblaciones lejanas, estructuradas socialmente de manera tribal, incapaz de hacer frente a un ejército con disciplina y orden. Los escitas se escabullían y se presentaban de manera inesperada, de tal manera que Darío tuvo que renunciar al control de sus territorios.
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Destruida la capital asiria Nínive en el año 612 a.C. a manos de una coalición medo-babilónica, ambas naciones deciden repartirse los restos del antiguo Imperio asirio. Para medos será la región central asiria hasta el curso medio del Tigris; para los babilonios, el resto. Sobre las ruinas de la antigua ciudad gobernada por Hammurabi volvió a florecer Babilonia, convertida, gracias especialmente a Nabucodonosor II, en una urbe cosmopolita. Con este rey el imperio caldeo alcanzó su máxima expansión, a pesar de tener que hacer frente a algunas revueltas, especialmente en las zonas fronterizas de Cilicia y el litoral mediterráneo. La expansión babilónica les llevó a saquear Jerusalén en el 597 a.C., ciudad que será destruida diez años después, tras una rebelión, resultando incendiado su templo y eliminado el reino vasallo de Judea. Como tantas otras veces anteriormente, la población fue deportada a Babilonia, lo que quedó reflejado en los textos bíblicos como el exilio de los israelitas. La expansión militar de Nabucodonosor hizo que a Babilonia afluyeran tributos, productos y poblaciones deportadas, lo que contribuyó al esplendor de la ciudad. No sólo israelíes, sino egipcios, asirios, sirios e iranios llegaron a Babilonia, lo que sin duda fue en gran medida decisivo a la hora de forjar el mito de la Torre de Babel, en realidad el zigurat de 90 m de altura del templo de Marduk. A Nabucodonosor le siguieron varios reyes que no dejaron mayor huella. En el año 555 a.C. se hizo con el trono el usurpador Nabónido, quien intentó legitimar su gobierno proclamándose heredero de la grandeza asiria. Esto y su devoción por el dios Sin de Harran -no en vano era hijo de una sacerdotisa de este culto extranjero- hizo que contra él se levantaran parte de la población y el sacerdocio. Probablemente los conflictos religiosos o quizás motivos de índole política le empujaron a dejar el trono durante diez años en manos de su hijo Belsazar, periodo de tiempo durante el que se dedicó a recorrer diversas ciudades del norte de Arabia. Con todo, este autoexilio temporal no impidió que Nabónido fuera detestado por su pueblo, quien vio en el persa Ciro el Grande a su libertador. Éste, tras acabar con el reino medo en el año 549 a.C. y someter a la Lidia de Creso, entró en Babilonia el 29 de octubre del año 539 a.C., aclamado por su población.
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Partiendo del dominio inicial del corazón de Anatolia, los turcos habían ido ocupando el último solar del Imperio romano, alcanzando, a los seiscientos setenta y cinco años del primer intento musulmán, la feliz posesión que un hadit apócrifo había anunciado: "Bienaventurado el soberano, glorias a las tropas musulmanas que se apoderarán de Constantinopla". Lo que los árabes no lograron fue alcanzado por los turcos, a los que calificamos de otomanos u osmanlíes para distinguirlos de sus antecesores. A partir de ese momento, y hasta la definitiva retirada del cerco de Viena, en 1683, su expansión fue imparable, ocupando sucesivamente Siria (1516), Egipto (1517), Argelia (1529), Mesopotamia (1534), La Meca (1538), Tripolitania, Túnez, Armenia, Georgia, Hungría, Bulgaria y casi toda la actual Yugoslavia, de manera que el Mediterráneo volvió a ser un mar del Islam, sólo oscurecido por el creciente poderío naval de la España imperial y sus aliados. En este imperio se fue adoptando un concepto artístico que ha sido el último general y reconocible dentro del mundo islámico, de tal manera que, para el turista europeo actual, constituye lo más característico, desde Argelia a Bagdad, de lo que es capaz de identificar con la cultura de los herederos del Profeta. No deja de ser sarcástico que el gran público ve la quintaesencia de lo árabe en lo que sólo es turco, cuyos gobernantes, en sus mejores momentos de los siglos XVI y XVII convirtieron a los auténticos árabes en unos simples vasallos o comparsas, tan dueños de sus destinos como pudieron serlo los cristianos sometidos de unas aldeas balcánicas. El arte que los turcos impusieron por doquier respondía a los ingredientes históricos que ellos, en su secular proceso de sedentarízación y aculturación, habían ido incorporando a su cultura neoislámica; así, sobre una base de origen silyuqí, sumaron aportaciones helenísticas, que ya era un concepto arqueológico, y sobre todo bizantinas, a veces con una transparencia casi patética. A esta base fueron agregando componentes europeos de estilo, hasta alcanzar el rococó turco que los peregrinos cristianos admiran, pongamos por ejemplo, en la edícula del Santo Sepulcro, de Jerusalén, que está datada en 1810. Ante este panorama pudiera parecer que insinuamos una escasa creatividad del arte otomano, y tal sospecha pudiera ser certera en los principios del Imperio, pero en el corazón de éste, en Anatolia o en la Turquía europea y sobre todo en Constantinopla, bajo el nombre de Estambul, surgió una arquitectura de gran calidad constructiva, casi toda ella labrada en sillares de excelente factura y gran formato, dotada de una racionalidad compositiva muy depurada y también de una grandiosidad pareja con la de sus últimos modelos: la arquitectura de época de Justiniano. En este panorama sobresale un creador notabilísimo, tanto por la calidad de sus proyectos y obras como por la variedad y número de sus modelos, el gran Snian que, con el andaluz Ahmad Baso, es una de las personalidades mejor conocidas de los arquitectos profesionales del Islam y ello a lo largo de un milenio completo de edilicia musulmana. Unas páginas atrás describimos brevemente las etapas de la India musulmana hasta el siglo XVI La retomamos ahora tras el recuerdo de aquella batalla, la de Panipat, que marcó su historia hasta que, en 1858, disuelta la Compañía de las Indias Orientales, los ingleses convirtieran el subcontinente indopakistaní en el más extenso de sus dominios modernos, la "Joya de la Corona". Este largo periodo, perfectamente equiparable en tantas cosas con el Imperio otomano, es el llamado periodo Mogol que, a través de veintiocho sultanes sucesivos, contando dinastas legítimos, usurpadores y reposiciones, desarrolló una producción artística basada en los hallazgos formales del arte de los timuríes de Irán y Transoxiana del XIV Tal vez el momento más original de todo este periodo es el que representa la época del reinado del Gran Mogol, Akbar (1556-1605), nieto del conquistador Babur y por tanto, descendiente directo de Gengis Jan y Tamerlán; este soberano fue impulsor de una nueva y herética secta, creada en 1582 y titulada Din-i-Ilahi (Fe Divina) que, sobre base islámica, rechazó los valores proféticos exclusivos de Mahoma y promovió la mayor gloria y poder del Gran Mogol, que fue un decidido protector de las artes. El Islam, a través de sus bases en el Indostán, pronto comenzó a fines del XV a ser conocido en Java y en el resto del conjunto de islas que hoy llamamos Indonesia y no faltaron extensiones hacia Indochina y las Filipinas aunque éstos fueron episodios tardíos; a compás con esta insólita penetración pacífica, el Islam adoptó las formas artísticas locales que mejor le vinieron, según su tradición. Algo parecido ocurrió en China, ya que a través de la Ruta de la Seda que dominaron los turcos y mongoles, los comerciantes y misioneros del Islam penetraron hasta el corazón del Imperio T'ang, y esto ocurrió en el siglo de los omeyas de Damasco. Los primeros contactos se hicieron a la manera tradicional del primer Islam, pues en el 751 se dio contra los chinos la batalla de Zalas y ya antes, en los baños de Qusayar Amra la más vieja de las residencias omeyas en la actual Jordania, se representó junto al vencido Rodrigo de Hispania otro soberano que se identifica con el chino y, aunque el dato entre más en el reino de la fantasía política que en el de la documentación histórica, no deja de ser interesante que Walid se considerase vencedor de un rey del que eran vasallos los asiáticos de Samarcanda y regiones orientales. En un salto de dieciocho mil kilómetros y casi un milenio recordamos que el actual Marruecos se salvó de los turcos gracias a la proximidad de la poderosa España del siglo XVI y, sobre todo, por la carencia de puertos mediterráneos, amén del carácter mismo de los beréberes de sus montañas costeras, a quienes ningún extranjero ha conseguido tener bajo su yugo de una manera permanente; en 1472 comenzó el dominio de los sultanes wattasíes, descendientes de quienes ostentaron el visirato bajo los últimos mariníes, y cuya capital fue nuevamente Fez; poco después, a la caída de Granada y al hacerse importante la presión de portugueses y españoles en la costa, se produjo una etapa muy religiosa que favoreció al ascenso de los jerifes sadíes descendientes de Fátima y Alí, quienes subiendo desde la zona meridional tomaron Marrakus en 1525, y consiguieron el abandono de los wattasíes, algunos de los cuales no sólo se hicieron cristianos, sino incluso monjes. La etapa de los jerifes sadíes (1540-1624) se caracterizó por un renacimiento, en tierras de Marrakus, de las tradiciones mariníes, sobre las que se agregan formas tomadas de la cultura nasrí, llevadas por refugiados. La etapa final del Extremo Occidente del Islam parte de la toma del poder por una nueva rama hasaní, es decir, otros supuestos descendientes del Profeta a través de Hasan, hijo del califa Alí; la capital de esta dinastía, que comenzó en 1659, estuvo localizada en principio en la ciudad de Meknes, y se denominan historiográficamente alawíes, o alauitas en la terminología actual; su mejor momento coincidió con el sultán Ismail (1672-1727) que construyó precisamente los palacios y puertas urbanas de la mencionada ciudad.
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La aparición y formulación del nuevo lenguaje se produce de forma paulatina y en momentos distintos según las diferentes especialidades. Además, las formas de la tradición gótica preexistente no se vieron desplazadas de una forma radical por los nuevos planteamientos. Hasta bien entrado el siglo XV las tradiciones góticas permanecieron profundamente arraigadas en Florencia y, con más fuerza aún, en otros centros. Lo cual constituye un fenómeno constante que se produce siempre que en el panorama artístico irrumpe un nuevo lenguaje que rompe con el sistema existente. En el Quattrocento italiano son muchos los ejemplos de persistencia de las formas góticas debidos a un fenómeno de inercia. La novedad del lenguaje renacentista convirtió, desde el momento que hace su aparición, a todas estas expresiones en manifestaciones de carácter tradicional. Sin embargo, no todas estas manifestaciones, planteadas desde los presupuestos del sistema gótico, obedecieron a un desarrollo de carácter tradicional o conservador. Además del fenómeno de persistencia, en el arte italiano del siglo XV se produjeron planteamientos que desarrollan el arte gótico desde nuevos supuestos que conforman un proceso de actualización y evolución del lenguaje preexistente. De acuerdo con ese planteamiento -en el que debemos incluir la compleja personalidad de Pisanello- las formas del arte gótico, lejos de ser un lenguaje agotado, se entienden como algo plenamente vigente. Las soluciones góticas, aunque se han visto desplazadas por la irrupción de un nuevo sistema basado en una recuperación dell'antico, aún no ha dicho su última palabra. En este sentido, es preciso atender, cuando hablamos de la pervivencia de las formas góticas, a dos aspectos fundamentales: por un lado, la peculiar situación italiana con respecto al desarrollo seguido por el arte gótico en el resto de Europa; en segundo lugar, que el panorama figurativo florentino en torno a 1400, en cuyo contexto irrumpe el nuevo lenguaje, está profundamente inmerso en los planteamientos del sistema del gótico internacional. El gótico internacional -nombre debido a Courajod, quien observó que, en los últimos años del siglo XIV y principios del XV, se producía un lenguaje común en numerosos y alejados centros artísticos de Europa- dominaba el arte europeo de en torno a 1400. Hasta el punto que las improntas nacionales se encajaron en un marco artístico en el que la diversidad no lograba romper una fuerte unidad estilística. En este contexto, y en relación con el ambiente artístico europeo, el nuevo lenguaje del Quattrocento irrumpió como una recuperación de los principios clásicos universales pero cuyo modelo le otorgaba un cierto carácter de recreación de la tradición autóctona. Vasari, en sus "Vite", estudia la vida y la obra de los principales artistas italianos agrupándolos por manieras o estilos orientados a estudiar el fenómeno de la recuperación de la buena maniera. En este sentido, Giotto fue el artista florentino que logró resucitar "después de haber permanecido enterrados tantos años por las ruinas de las guerras, los procedimientos de la buena pintura y artes que dependen de ella". Igualmente Masaccio, al que estudia después que Jacopo della Quercia, Ucello, Ghiberti o Masolino, es el iniciador de una revolución de la pintura. Un aspecto interesante, para lo que estamos analizando, es el hecho de que Vasari sitúa a los pintores del gótico internacional como una secuencia inconexa al final de la maniera giotesca. Y que, igualmente, sitúe con anterioridad a Masaccio a los artistas citados en los que la presencia de elementos del gótico internacional es muy intensa, como, por ejemplo, puede apreciarse en las puertas que realiza Ghiberti tras ganar el concurso de 1401. Por ello, el gótico internacional no aparece como un sistema de representación basado en leyes propias, sino como una derivación y un fundido con respecto a la situación anterior. Sin embargo, en el campo figurativo, tanto la ruptura con el gótico como su pervivencia, ésta tiene como referencia el sistema del gótico internacional, en cuyas fórmulas y convencionalismos se formaron los artistas de la primera generación renacentista.
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El concepto de "Nuevo Orden" fue utilizado con frecuencia por los propagandistas alemanes durante la guerra como base del proyecto de organización del espacio europeo tras su dominación por el Tercer Reich. Pero, en realidad ninguna autoridad concreta estatal -incluido el propio Hitler- se preocuparía menos de delimitar de forma concreta el sentido y la extensión del término sobre el terreno práctico. Así la apariencia estructurada que ofrecería la Europa conquistada no sería más que un elemento de ocultación de una realidad caótica, desorganizada y susceptible de desmoronamiento en caso de recibir un empuje suficientemente fuerte. Los círculos dirigentes en Alemania consideraban todo reajuste del mapa del continente a partir de la idea de una conquista inicial, seguida a continuación por la anexión directa de los territorios intervenidos militarmente. En algunos momentos, incluso, Hitler trataría de ofrecer la impresión de hallarse actuando en interés de la totalidad de los pueblos europeos, como sucedió con ocasión del ataque contra la Unión Soviética en 1941. Así, llegaría a prometer la cesión de extensos territorios en el Este para su colonización por contingentes de población de diversas procedencias, incluida su adversaria Gran Bretaña. Sin embargo, la realidad de los hechos se encargaría de probar con el paso del tiempo que Alemania actuaba en este plano en base a dos finalidades complementarias de exclusivo interés particular. Por una parte, obtenía óptimos resultados propagandísticos mediante la anexión de países o regiones pobladas por elementos de raza y cultura germanas. Por otra, lanzaba sus fuerzas sobre espacios que en el plano económico resultaban importantes, y aún imprescindibles, para el mantenimiento del orden económico propio. Así, la más drástica e inhumana explotación de recursos humanos y materiales se convertiría en el fin principal de esta expansión, que alcanzaría su cénit durante el verano del año 1942. Solamente tres años más tarde, el continente se vería libre de esta presencia, que por un tiempo lo había convertido en un heterogéneo conjunto de Estados sojuzgados de manera fulminante. Para entonces Europa se organizaba según las directrices provenientes de Berlín, desde el cabo Norte a la isla de Creta, y desde el Atlántico francés hasta el mismo corazón de la Unión Soviética. Esto haría posible la aparición de una variada serie de formas de administración, generadas tanto en función de las necesidades del ocupante como derivadas de las circunstancias propias de cada caso en particular. Ya desde antes del comienzo del conflicto, algunos territorios ocupados formaban parte del estricto territorio del Reich. La debilidad de las democracias había entregado a Hitler pequeños e indefensos países con ánimo de conseguir su apaciguamiento sin obtener a cambio las finalidades buscadas. Así, la Austria anexionada en 1938 no constituía ya más que una secundaria región del Reich, al que también habían sido incorporadas las regiones de los Sudetes -producto de la desmembración de Checoslovaquia- y el industrializado Sarre. En el momento de máxima expansión alemana, el continente presentaba este panorama, ordenado en función del grado de dependencia que unía a los países ocupados con el poderío nazi: A. Los territorios incorporados eran los que se encontraban más directamente sujetos a la voluntad del invasor. Estaban organizados bien como nuevas circunscripciones territoriales del Reich bien como adiciones a las ya existentes. Así, aparecen en el Este los territorios de Danzig y Prusia Occidental, además de varias regiones polacas de interés económico o estratégico. En el Oeste, por su parte, tres cantones belgas fueron adscritos a las regiones alemanas limítrofes. B. Los territorios situados bajo el mando de un jefe de "administración civil" eran aquellos que por razones de índole varia estaban destinados a formar parte integrante del territorio del Reich. Así, se impuso sobre ellos un proceso de sistemática germanización con ánimo de transformarlos en breve tiempo en zonas perfectamente asimilables. Se trataba de algunos fragmentos de la desmembrada Yugoslavia, las francesas Alsacia y Lorena, el Gran Ducado de Luxemburgo y una extensa región de Polonia. Aquí, aspectos económicos como los referidos a las comunicaciones de toda clase, aduanas, etc. pasaron a ser directamente administrados por los alemanes, que potenciaban al máximo todo posible componente germánico de sus poblaciones. C. Los territorios agregados contaban asimismo con una administración alemana en su práctica totalidad. Dentro de este concepto se hallaban el denominado Gobierno General resultante de la desmembración de Polonia, la Comisaría del Reich en Ucrania, la Rusia Blanca y el especial caso del Protectorado de Bohemia-Moravia. Todos estos territorios se encontraban incluidos dentro de los límites aduaneros alemanes y, a pesar de que oficialmente contaban con administraciones autónomas, se veían sujetos a la legislación emanada del Reich. Junto a esto, debe mencionarse el esquema presentado por el vasto Ostland -territorios del Este-, sobre el que se planeaba una colonización realizada por elementos germánicos puros. En su interior, las situaciones existentes variaban desde el moderado sistema de autogobierno concedido a los Estados Bálticos hasta el absoluto control ejercido sobre una Ucrania destinada a la directa y sistemática explotación económica. D. Los territorios ocupados eran aquellos que de forma especial poseían un interés económico o estratégico, cuya incorporación al Reich no estaba prevista. Eran éstos Bélgica, la zona ocupada de Francia, Grecia y la Servia yugoslava, además de Noruega y los Países Bajos. Contaban con una administración militar y se situaban bajo directo control del ejército de ocupación. Un caso muy especial a añadir es el presentado por el que fue considerado verdadero modelo, implantado sobre Dinamarca. Aquí, el control se ejerció por vías diplomáticas, y fue permitido el funcionamiento de las instituciones parlamentarias propias y aún el mantenimiento del ejército nacional, si bien en situación de confinamiento. E. Las llamadas Zonas de operaciones nacieron a raíz del abandono italiano de la guerra, en el otoño del año 1943. Se organizaron sobre territorios de este país considerados por Alemania espacios de interés primordial: el litoral Adriático y la zona prealpina. El primero reunía regiones italianas y yugoslavas, mientras que la segunda afectaba al norte lindante con el territorio de la desaparecida Austria. Por otra parte, deben citarse también los específicos como presentados por los Estados nacidos al amparo del ocupante, como productos del desgajamiento de varios países, que actuaban en estrecha dependencia de las directrices emanadas de Berlín. Eran éstos el denominado "Estado libre francés" y los instalados en Eslovaquia y Croacia. Los tres contaban con el apoyo expreso de amplios sectores de la opinión de sus respectivos países, y eran verdaderas plasmaciones de las ideologías más conservadoras -y católicas confesionales- que sobrevivían entre aquellos. Finalmente, se sitúan los países aliados, teóricamente independientes al hallarse libres de la presencia militar alemana, pero de hecho verdaderos satélites del Reich. Actuaban como aprovisionadores de las materias primas -petróleo y productos agrícolas, sobre todo- que éste precisaba tanta para su propio mantenimiento normal como para llevar adelante el esfuerzo bélico iniciado. Dentro de este ámbito se situaban las dictaduras conservadoras de Hungría, Rumania y Bulgaria, así como también el caso especial de Turquía. Todos estos países se encontraban incluidos de forma tradicional dentro de la órbita económica alemana y, una vez comenzada la guerra, los tres primeros se verían obligados a adherirse al Pacto Tripartito por imposición del poder germano. Caso especial es también el de Italia, nominalmente mantenedora de su independencia pero unida de forma creciente -económica, política y militarmente- a Berlín. Tras la caída de Mussolini, la partición del país y su ocupación por las tropas alemanas servirían como marco para la instalación de la denominada "República Social" con sede en Saló. Esta reproducirá sobre suelo italiano aquellas formas de dependencia de un ente estatal creado sobre fracciones de un país invadido y desmembrado. Por último, como consideración de validez general, debe ser destacado el hecho de que la actitud alemana con respecto a los países vencidos o aliados en posición inferior mantuvo en todo momento los designios por sus propios intereses. Nunca Berlín intentó convencer a los gobernantes o a las poblaciones de los mismos del hecho de la existencia de una comunidad de intereses. Por el contrario, desplegó toda su fuerza represiva con el fin de demostrar quién era el elemento decisor del momento, con lo que se enajenó muchos posibles apoyos que de otra forma hubiera podido obtener.
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Las líneas generales de la política económica en los países ocupados eran ordenadas por los órganos que tenían esta misma misión dentro del territorio del Reich. Por su parte, la práctica cotidiana de estas directrices estaba encomendada a las autoridades civiles o militares estacionadas en aquellos países. Junto a ello, aparecían organizaciones cooperativas de negocios que gestionaban el funcionamiento de las empresas. Las líneas básicas de actuación en todos los casos eran fundamentalmente dos: por una parte, la identificación y mantenimiento de los suministros de mercancías y maquinaria de importancia; por otra, el inicio o la recuperación del anterior ritmo de producción en las fábricas que producían bienes básicos para la economía de guerra del Reich. El control de las actividades económicas de estos países no se encontraba ordenado en forma unificada, ya que dependía de los estatutos de ocupación en particular. Aquí aparecen tres modelos principales, que a continuación se sintetizan: 1. Las denominadas "zonas incorporadas", que tenían una vida económica dirigida por el ocupante y contaban con diferentes grados de autonomía según los casos, desde una mayor libertad de acción legal en el caso de Bohemia-Moravia hasta la nula participación que se permitía a los naturales en los territorios ocupados de la Unión Soviética. Dentro de este grupo destacan como rasgos más importantes los siguientes: - Existencia de una doble administración económica en Bohemia-Moravia - Determinante presencia alemana en la Administración del Gobierno General de Polonia. - Sustitución absoluta de los funcionarios locales en los territorios del Este. - Actuación de empresas particulares alemanas y presencia de los monopolios industriales del Reich en la explotación del territorio soviético ocupado. - Aprovechamiento al máximo de los recursos minerales y agrícolas de los Balcanes, fundamentales para el sostenimiento de Alemania. 2. Los países situados bajo control "indirecto" eran los más avanzados de la Europa nórdica y occidental. En ellos, el ocupante procuró dejar la administración económica en manos de los gestores locales, que actuaban según directrices emanadas de Berlín y dirigidas a potenciar los sectores que tuviesen mayor importancia para los intereses de Alemania. Esta situación, que favorecía la presencia de una doble administración, presentaba una serie de ventajas. Desde las que suponía el hecho del conocimiento del medio por parte de los gestores hasta los hasta los múltiples casos de cooperación interesada con el ocupante que se producirán, pasando por la reducción de las fracciones que hubieran podido producirse con la población. Este modelo alcanzaría sus mejores resultados en los Países Bajos y en la Francia de Vichy, que vieron controlados sus sectores económicos más estratégicos, como la producción industrial, la extracción y tratamiento de materias primas, los respectivos Bancos nacionales, etc., entre otros. Junto a la administración doble, finalmente, existía una serie de organismos alemanes que actuaban como controladores económicos en sectores específicos de la producción. 3. En tercer lugar, debe ser destacada la influencia germana sobre otra serie de países -entre ellos España- que, sin encontrarse ocupados de hecho se hallaban sometidos a permanente presión alemana bajo todos los aspectos. El Reich mantenía este clima de amenaza sobre dos frentes: por una parte en base a su poderío militar, y por otra a partir de su situación como controlador de las principales fuentes de materias primas del continente. Ya se ha mencionado el tradicional dominio económico que Alemania ejercía sobre el Sudeste europeo, que se traduciría en sujeción política llegado el momento de la guerra sobre los países allí situados. Pero otros, teóricamente libres de esta presión -como Suecia, Suiza e Italia- se veían asimismo depender de las importaciones procedentes de Alemania, sobre todo de elementos de vital importancia como el carbón. Como contrapartida, debían entregarle aquellos productos que necesitaba para el mantenimiento de su maquinaria bélica en movimiento. De hecho se comprueba en general que la ordenación económica de estos países estaba de acuerdo en líneas generales con el tratamiento que sus habitantes recibían por parte del invasor. Trato éste que oscilaba entre la más sistemática crueldad -y directa expoliación económica- aplicadas sobre los territorios del Este, hasta unas formas más moderadas en ambos sentidos que rigieron la vida y la actividad de los habitantes de los más evolucionados países de tradición demoliberal.
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Un rasgo muy característico de la Segunda Guerra Mundial, que la diferencia de la anterior, fue la aparición de un nuevo orden político en aquellas regiones en que las potencias agresoras, al final derrotadas, consiguieron durante algún tiempo imponer su dominio. En 1914-1918, no se puede decir que quedara presagiada una nueva configuración de la vida política en las naciones ocupadas o derrotadas. Pero, por el contrario, ahora la ideología del nazismo empezó a dejar entrever el grado de su ruptura con respecto al pasado y las consecuencias que una potencial victoria final suya podría tener para los vencidos. De todos modos, no se puede decir que la victoria del Eje hasta 1943 supusiera una neta y radical configuración de un "Nuevo Orden" completamente distinto. En realidad, las acciones de Hitler no modificaron de una forma tan decisiva las fronteras europeas. Sus anexiones fueron escasas y poco significativas en cuanto a kilómetros cuadrados, reduciéndose en realidad a rectificar algunas de las consecuencias más hirientes de la derrota alemana de 1918, en zonas como las fronteras con Bélgica, Francia y Polonia. No obstante, al mismo tiempo, el Führer siempre dejó bien claro que esa "Gran Europa", que utilizaba como señuelo en su propaganda, estaría absolutamente dominada por Alemania. Pero como la victoria de ésta no era por el momento total y definitiva, el "Nuevo Orden" se caracterizó, de momento, por la pluralidad de configuraciones y también por el carácter precario de la mismas, quedando sometido por tanto a muy frecuentes cambios. En ocasiones, Hitler dejó bien claros sus principios racistas y, por tanto, trató de manera diferenciada a unos países y otros, de acuerdo con este tipo de criterio. Pero, al mismo tiempo y por razones de conveniencia temporal, muy a menudo se apoyó en regímenes que se diferenciaban bastante del III Reich. Como veremos, con mucha frecuencia se sirvió de grupos políticos de derecha autoritaria anticomunista, porque para él resultaba más rentable apoyarse en autoridades legales o, por lo menos, aceptadas por buena parte de la población de los países afectados, que en regímenes que mantuvieran una absoluta identidad ideológica con él. Hay que tener en cuenta, a este respecto, que para Hitler el nacionalsocialismo era una doctrina exclusiva de Alemania y su raza. De ahí que hubiera Estados convertidos en protectorados, como si eso quisiera decir que sus habitantes eran considerados inferiores, y otros dominados de forma directa o indirecta, de acuerdo con las conveniencias y el momento de la guerra. Siempre, sin embargo, Hitler actuó con un criterio que partía de la pura y simple explotación del vencido, sea quien fuera, lo que unido al ideario racista hacia prever un siniestro futuro. La explotación se hizo patente en la Europa del Este, en especial en la URSS, donde las tierras del Estado fueron consideradas propiedad de Alemania y algunos de los generales se dispusieron a disfrutar enormes latifundios de su propiedad, en los que los habitantes indígenas trabajarían como esclavos. Esa voluntad de rapiña, sin embargo, se aplicó de distinto modo en otras partes. Francia, por ejemplo, hubo de pagar los gastos de su ocupación por el Ejército alemán. El III Reich, además, se benefició de la importación de mano de obra extranjera, mal pagada o reducida a una condición servil. En 1944, siete millones de trabajadores extranjeros residían en Alemania, dedicados a incrementar la producción en las industrias bélicas o en actividades cuyo funcionamiento podía ser beneficioso para el esfuerzo económico general alemán. De los países que, "por causas raciales", fueron considerados como asimilables a Alemania, el caso más evidente fue el de Austria que, durante la guerra, acentuó su proceso de germanización. Algunos nazis austríacos desempeñaron importantes papeles en la estructura política del Reich. El destino de Dinamarca, Noruega y Holanda hubiera sido muy probablemente idéntico al de Austria si Hitler llega a ganar en la guerra pero, por el momento, no se optó por una misma solución. Dinamarca fue ocupada sin derramamiento de sangre y los alemanes no se molestaron en cambiar sus instituciones, hasta el punto de que en 1943 se realizaron unas elecciones, en las que, por cierto, el partido nazi apenas obtuvo un 2% del total de los votos. Sin embargo, apenas se ocultó que sería anexionada en un futuro y, a partir del verano del citado año, pasó de una administración dirigida por el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán a la administración militar. En Noruega y en Holanda hubo colaboracionistas locales (Quisling en el primer caso y Mussert en el segundo). Pero, a pesar de que el primero -cuyo nombre se identificó en adelante con ese fenómeno político- había contribuido a la conquista del país, resultó preterido respecto de la pura ocupación militar. En Bélgica, es probable que Hitler pensara también en una asimilación. La ocupación, bajo el mando de un general muy benevolente que acabó conspirando contra el dictador, no supuso la desaparición de la Monarquía. El rey no participó en actos oficiales y, durante algún tiempo, mantuvo su popularidad hasta que se casó con la hija de un nacionalista flamenco. Fueron los grupos de esta significación quienes más colaboracionistas se mostraron con respecto al ocupante alemán. En las antípodas de estos países estaban los considerados inferiores. Si el Protectorado de Bohemia-Moravia tuvo una cierta autonomía, en Polonia, reducida a una mínima expresión, se manifestó una decidida voluntad de llevar a la población a unas condiciones de vida infrahumanas, con unos abastecimientos mínimos, prohibición de matrimonio hasta los 28 años y también de estudios para ejercer profesiones liberales. El destino de las zonas ocupadas de la Unión Soviética fue todavía peor, tal como se ha apuntado. El caso de los aliados balcánicos y centroeuropeos del Reich fue distinto. En estos países existían fórmulas muy conservadoras o autoritarias que eran compatibles con la existencia de minoritarios movimientos fascistas. Muy a menudo, estas dos fórmulas no sólo resultaron incompatibles entre sí, sino que dirimieron sus discrepancias por medio de la violencia. Así, en Rumania, los militares se deshicieron de su enemiga la Guardia de Hierro fascista de Horia Sima, por procedimientos represivos que provocaron dos millares de muertos. Lo característico de Hitler es que, en un primer momento, prefirió contar con los sectores más conservadores que con los más fascistas. Así, pudo colaborar con Hungría, un régimen político muy particular que mantuvo a su frente a un regente, Horthy, a pesar de que no existía una monarquía y que conservó ciertas formas de parlamentarismo en el seno de la Europa fascista. Por otro lado, Hungría no se identificó por completo con la Alemania nazi: nunca le declaró la guerra a Polonia, aunque sí a la URSS (Bulgaria, en cambio, nunca estuvo en guerra con el gran vecino eslavo). En general, este tipo de regímenes acentuó su apariencia fascista a partir del momento de máximo esplendor alemán (1941), para luego tratar de desengancharse de un III Reich en declive. En Hungría, esta tendencia produjo la reacción contraria y el país acabó cayendo bajo el radicalizado poder de Szalasi, el líder local del fascismo, y su partido de los Cruces Flechadas. El caso de la Yugoslavia ocupada fue un tanto especial dentro de este conjunto, ya que fue desmembrada entre un Estado -Croacia- situado bajo la órbita italiana, que se extendió por toda la costa dálmata, y una Serbia administrada por el mando militar alemán. La Grecia también ocupada, por su parte, sufrió amputaciones territoriales y firmó un armisticio pero tanto su Gobierno legítimo como su rey huyeron al exilio. De entre todos los países afectados por la expansión alemana, el caso más singular fue, sin duda, el de Francia. Su peculiaridad reside en que fue dividida en dos: una zona de ocupación militar y otra, relativamente autónoma, con capital en Vichy, en la que los gobernantes no pudieron ser asimilados, en un primer momento, al nazismo. Pétain, un héroe nacional, supuso un caso de colaboración pero no, como Quisling, de colaboracionismo. En un principio, casi todas las autoridades de la República francesa aceptaron la derrota e incluso el Parlamento concedió plenos poderes al mariscal (sólo un prefecto hubo de ser sustituido). Para Pétain, 1940 era una reedición de la derrota de 1870 y Francia debía someterse a una prolongada cura moral. Los colaboradores de Pétain fueron, como él, oportunistas carentes de principios -como Laval o Darlan- que se sustituyeron en el poder pero cuyo programa no varió en exceso. Con el paso del tiempo, el régimen de Pétain adoptó un tono cada vez más tradicionalista y conservador. La extrema derecha juzgó que la derrota había constituido "una divina sorpresa" (Maurras) de la que podía surgir la renovación total, pero nunca hubo un partido único sino, a lo sumo, una Legión formada por los excombatientes. La prehistoria de la tecnocracia francesa o de la intervención del Estado en determinadas materias sociales hay que situarla en esta Francia. Curiosamente, los núcleos más fascistas de la política francesa (Déat, Doriot...) no residieron en Vichy, sino en París, donde también se mantuvo la embajada alemana. Núcleos estos que nunca fueron muy influyentes, porque a Hitler de momento le interesaba la conservación del derrotado y sojuzgado Estado Libre Francés. En resumen, como puede comprobarse, el panorama de la Europa dominada por Hitler fue un tanto caleidoscópico, aunque esta situación es muy probable que no estuviera destinada a durar. Aun así, el dominio alemán establecía una indudable homogeneidad que también se aprecia en la existencia, en grado muy variable, de movimientos de resistencia desparramados por toda la geografía europea. La guerra mundial fue una guerra civil europea en donde, a la existencia de una nacionalidad identificativa de la postura propia, se sumaba, además, la existencia de una ideología o incluso una religión que podía parecer contradictoria con ella. Ese tipo de enfrentamiento tuvo un componente de brutalidad hasta el exterminio en el seno de comunidades nacionales, rasgo que no se había manifestado durante la Gran Guerra. Si la espectacularidad de las victorias alemanas convirtió a antiguos socialistas -como el belga Henri de Man- en colaboracionistas con el vencedor, hubo también movimientos de resistencia, muy variables en el tiempo y el espacio. En el caso de Francia, a la interpretación de Pétain se le contrapuso la de De Gaulle, para quien la guerra era mundial y 1940 no significaba otra cosa que una batalla más. De Gaulle, que en ocasiones justificó la postura de Pétain, acabó juzgando que "la vejez -la de su antagonista- es un naufragio". A menudo maltratado por los anglosajones (de Roosevelt dijo tener que soportar "un huracán de sarcasmos") incluso ni siquiera fue informado del desembarco en el Norte de África. Pero con su tenacidad consiguió conquistar para Francia un puesto de primera importancia en las relaciones internacionales de la posguerra. En Francia, sin embargo, la resistencia armada no fue nunca decisiva para la liberación en contra del ocupante alemán; incluso en un principio el propio De Gaulle vetó el empleo de la violencia. Si la Resistencia proporcionó mucha información a los aliados, sólo en 1943 tuvo unos efectivos armados de unas 150.000 personas, pero apenas causó un 2% de las bajas alemanas. La ferocidad de verdadera guerra civil que existió se demuestra, sin embargo, por el hecho de que unas 10.000 personas fueron ejecutadas sumariamente tras el desembarco aliado. De los países occidentales de Europa, el país en el que la guerra tuvo un mayor carácter de conflicto civil fue quizá Italia, donde el proceso de la liberación tuvo una mayor duración y el régimen fascista conservó el control de buena parte de la población. Las unidades militares y policiales fascistas agruparon, hacia el final de la guerra, a 380.000 combatientes. Casi la mitad de los italianos muertos en la guerra lo fueron después del armisticio del verano de 1943. De ellos, unos 45.000 fueron partisanos y a ellos hay que añadir otros 10.000 civiles muertos en actos de represalia. Sin embargo, la guerra civil y la resistencia armada fueron mucho más importantes y tempranas en el Este de Europa. En la Unión Soviética, los partisanos pudieron contar con un cuarto de millón de efectivos, que motivaron desplazamientos de unidades alemanas enteras, aunque sólo consiguieron, de vez en cuando, cortar las comunicaciones. En Grecia, hubo pronto dos decenas de millares de combatientes, pero fue en Yugoslavia donde la lucha adquirió un tono más bárbaro. Los "ustachis" de Ante Pavelic, el líder fascista croata, llevaron a cabo la expulsión sistemática de la población musulmana y serbia. En Serbia, mientras tanto, existía una resistencia, envuelta a su vez en una guerra civil, entre partisanos comunistas, dirigidos por Tito, y los "chetniks" del dirigente monárquico Mihailovic. La cifra de muertos se aproximó, al final de la guerra, a los dos millones de personas, lo que se explica no por las grandes batallas -que no existieron- sino por la ferocidad de los combatientes que emplearon los campos de concentración de forma parecida a como lo hicieron los alemanes. El vencedor, Tito, fue también el único ejemplo de una revolución autóctona, no introducida en el Este de Europa por la fuerza de las armas soviéticas. Si el "Nuevo Orden" se caracterizó en Europa por su pluralidad, la llamada "Esfera de Coprosperidad" que Japón intentó establecer sobre el Extremo Oriente también tuvo idénticos rasgos. Aunque los japoneses propulsaron con entusiasmo un antioccidentalismo exacerbado, en realidad explotaron hasta el extremo los recursos de los países que ocuparon. Sin embargo, al menos durante algún tiempo, lograron en varios lugares el apoyo de algunos líderes de la independencia frente a las tradicionales potencias coloniales. Éste fue el caso de Sukarno, dirigente independentista indonesio. También Chandra Bose, uno de los cabecillas independentistas de la India, fue colaborador de los japoneses. En una reunión celebrada en Tokio a fines de 1943, Bose declaró que la derrota del Japón supondría la dilación durante un siglo de la independencia de su país, cuando, en realidad, esto se produjo apenas dos años después. Lo cierto es, por tanto, que la conmoción creada por la ruptura del viejo orden colonial fue tan espectacular que nunca pudo ser reconstruido, ni siquiera tras la victoria aliada.