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Es conveniente romper por un momento el hilo cronológico del relato para contemplar al Islam en su condición de nuevo espacio geohistórico, lo que nos facilitará algunas claves de comprensión fundamentales, especialmente valoradas por autores como M. Lombard, A. Miquel o X. de Planhol, aunque desde distintos puntos de vista. Las conquistas islámicas y la formación del nuevo imperio afectaron a regiones áridas o subáridas, "a una zona eremiana, situada entre la Europa templada y húmeda, el Asia monzónica y el Africa intertropical de modo que sus fronteras parecen coincidir ampliamente con las del nomadismo pastoril, o al menos con las de las regiones en que estos nómadas tuvieron influencia política" (Planhol). Es cierto que los avances más tardíos del Islam se produjeron de modo pacífico, a través de relaciones humanas y mercantiles, por ejemplo en Indonesia o en el África subsahariana, o mediante conquistas, en la India, pero siempre en condiciones muy distintas a la de la primera y gran expansión islámica. ¿Es posible deducir algunas consecuencias o constantes históricas de tales hechos? Los autores antes citados subrayan la fundamental condición del espacio islámico como continente intermediario, floreciente en tanto en cuanto sus ciudades y rutas caravaneras o marítimas dominaron las relaciones y el comercio con los ámbitos de civilización circundantes. Señalan también la fragilidad de la cultura y sociedad campesinas y el escaso aprecio en que se las tenía: "religión de ciudadanos y de comerciantes, propagada por nómadas, llena de desprecio hacia el trabajo de la tierra, el Islam es la expresión, en lo que toca a su actitud con respecto a la vida material, del medio geográfico y social de las ciudades caravaneras, donde ha nacido" (Planhol). Estas afirmaciones contienen aspectos convincentes pero parece que simplifican con exceso la interpretación de la realidad. Es indudable que los nómadas tuvieron gran importancia en la primera expansión del Islam y, después, otros nómadas la alcanzaron en diversas épocas, pero su protagonismo cesaba frente a los sedentarios en cuanto se trataba de consolidar el asentamiento y organizar la nueva forma de vida. Eran un elemento de presión, pero ya actuaban así sobre las tierras de sedentarios próximas mucho antes de que el Islam apareciera, desde el primer milenio antes de Cristo, cuando se perfeccionó su encuadramiento en tribus y contaron con los medios de transporte adecuados -en especial los camellos- para desplazarse, depredar o conquistar rompiendo las fronteras de los pueblos sedentarios, en especial si funcionaban los mecanismos de crisis -pensemos en las sequías entre los años 591 y 640- o había modificaciones internas, como las causadas por la diversificación social y la complementariedad de intereses entre beduinos y mercaderes caravaneros en la Arabia de Muhammad. Aquellos nómadas de desiertos cálidos tendían a no instalarse en tierras con pluviosidad media o alta, a evitar las de montaña y bosque, que podían convertirse en zonas de refugio para poblaciones mal islamizadas, y se detenían ante los territorios habitados por poblaciones campesinas densas y coherentes de modo que el Mediterráneo, siempre según la expresión de Planhol, acabó convirtiéndose para ellos en una frontera estratégica y la forma y límites de la conquista en algunas tierras, por ejemplo las de Hispania, estuvo influida por los factores citados aunque también por otros de naturaleza diferente. Más allá de Arabia o del Sahara, y después de la época de conquistas, la influencia de los nómadas era menor de lo que a veces se ha afirmado. Se manifestaba, por ejemplo, en la conservación de estructuras tribales, aunque fragmentadas y degradadas, entre los descendientes de los conquistadores, pues era una forma de cimentar su preeminencia social y de conservar su cohesión política e incluso de emplazamiento territorial. No volvería a haber intervenciones decisivas de nómadas hasta el siglo XI, tanto en el Magreb como en Oriente, pero en este último caso se trataba de nómadas muy distintos a los beduinos árabes: los turcomanos eran nómadas de tierras altas y frías, su modo de contacto con los sedentarios fue diferente, entre otras cosas porque eran nuevos adeptos al Islam y no sus propagadores iniciales, y sus capacidades guerreras también lo fueron pues a ellos se debe la ruptura de barreras montañosas insalvables hasta entonces, como la del Taurus, y la conquista de la Anatolia bizantina. Para completar afirmaciones generales y liberarse de la unilateralidad interpretativa que comportan, es preciso comprender que en las tierras del Islam había profundas diversidades, como no podía ser menos en un espacio tan grande. M. Lombard distingue tres espacios macrorregionales: la región de los istmos, integrada por Arabia, Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia; el mundo iranio, de inmensos desiertos salinos y estepas áridas; y el occidente islámico. La región de los istmos fue el mundo árabe por excelencia. En él, Arabia conservó su prestigio como cuna del Islam, sus funciones religiosas y también algunas culturales propias unas veces de la misma condición islámica -recordemos la importancia de la escuela jurídica malikí medinense-, otras de la tradición beduina y caravanera, como lo fueron la continuidad de la vieja poesía árabe o la educación de esclavos selectos en Medina. En Egipto, tierra de población densa con importantes minorías coptas no islamizadas y grupos de judíos, griegos y, más adelante, occidentales en Alejandría y otros centros mercantiles, se mantuvo un tipo de agricultura que nada tiene que ver con influencias nómadas, regido por el Nilo, rico en trigo, lino, papiro y, desde el siglo IX, en caña de azúcar y algodón pero escasísimo en madera y arbolado. El creciente fértil de Palestina, Siria y Mesopotamia, entre el Jordán, el Orontes, el Éufrates y el Tigris alcanzó uno de sus momentos históricos culminantes con la expansión de la agricultura de regadío durante el siglo IX, gracias al buen orden político, y las poblaciones, muy mezcladas étnicamente pero con preponderante herencia cultural semítica, no sólo islamizaron sino que se arabizaron profundamente: el Sudeste de la baja Mesopotamia o Huzistán era tierra pantanosa, dedicada al cultivo de la caña de azúcar con mano de obra esclava, mientras que más al Norte el Sawad, hasta las proximidades de Bagdad, se dedicaba preferentemente al arroz, trigo, cebada y palmeras datileras. La alta Mesopotamia o Gazira tenía muchos más oasis de regadío que en la actualidad y producía algodón y tejidos derivados, por ejemplo, las muselinas de Mosul. El enlace con Siria a través del codo del Eufrates estaba también sembrado de oasis en los que terminaban grandes rutas caravaneras desde Persia, y el mismo paisaje dominaba en Siria donde Alepo o Damasco se alzaban en oasis más extensos. El Irán conservó su anterior división administrativa y su paisaje en el que contrastaban los puntos y oasis de regadío, sede de ciudades y agricultura intensiva, con los grandes espacios áridos recorridos por caminos de caravanas. Al Noroeste el Adarbayyán, con Rayy y TabIiz como centros más importantes, estaba separado del Mar Caspio por los montes Elburz; al Suroeste el Fars o Pérsida, sede de las antiguas capitales iranias como Pasagarda o Persépolis, famoso por sus textiles y por la importancia de las relaciones marítimas a través del Golfo Pérsico, organizadas, en general, a partir de Siraz, dado el carácter malsano de la costa; al Este y Suroeste, el Sigistán, atravesado por los caminos hacia la India, con algunas ciudades caravaneras de especial importancia como Kandahar; y, al Noreste, las tierras montañosas del Jurasan, fronterizas con el Asia Central: por ellas pasaba el camino o ruta de la seda jalonado por ciudades-oasis como Nisapur, Marv o Herat. Más allá, el Asia Central en torno a Bujara, Samarcanda y Kasgar, añadía a sus anteriores sustratos iranios los nuevos procedentes de la islamización. Dentro de su enorme extensión, Irán era un país complejo, con regiones marginales mal islamizadas y rebeldes, como Kurdistán y Luristán en el Noroeste, o las tierras de beluches y afganos en el Este, poco controlados a partir de los núcleos urbanos y caravaneros como Kabul o Gazna. En el occidente islámico las dos zonas de más rápida e intensa islamización fueron Ifriqiya, al Este, tierra de antigua tradición urbana púnica y romano-bizantina, desde la que se controlaba el estrecho de Sicilia, y, el extremo Oeste del Magreb al-aqsa, antigua Tinguitania, mientras que los territorios intermedios conservaron durante mucho más tiempo sus peculiaridades culturales y religiosas bereberes y en ellos el Islam se extendió a partir de las rutas de enlace Este-Oeste: las que bordeaban el desierto del Sahara dieron lugar a ciudades caravaneras como Siyilmasa, desde las que partían los caminos que recorrían el desierto de Norte a Sur, o, muy posteriormente y más al Noroeste, Marrakech; la ruta de las mesetas centrales partía de Qairuán y fue jalonada por ciudades nuevas, foco de islamización y aculturación para las poblaciones beréberes, como Tahert, Tremecén o Fez; la ruta costera, la más frecuentada por su valor económico, cubría etapas entre ciudades portuarias antiguas o nuevas desde Túnez, Mahdiya (año 915), Bizerta y Bona (antigua Hipona), pasando por Bugía, Argel, Cherchell (antes Cesarea), Orán, fundada por gentes de al-Andalus, Ceuta y Tánger, hasta los puertos atlánticos: Arcila, Larache, Salé y Rabat, Mazagán, Agadir.
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Cuando la historia que se persigue no es local, limitada a un territorio concreto, sino referente a un pueblo de gestación lenta, compleja, y de muy problemáticos avatares ulteriores, móvil de propio impulso o por inevitables circunstancias, el marco geográfico como escenario histórico pierde definición y fijeza, por el sencillo hecho de que, en un caso así, el objeto considerado se ha movido por pluralidad de lugares, en ocasiones distantes, o ha estado apegado cuando menos a una zona en menor o mayor grado cambiante. Tal es el caso, y además muy extremado, del pueblo de Israel, incluso considerado en la sola Antigüedad. Sería inadmisible, consecuentemente, la simple referencia a la geografía palestinense. Es bien cierto que Palestina constituye el solar principal del pueblo hebreo, pero ni siquiera en época bíblica lo tuvieron por exclusivo. Se remontan los orígenes de este pueblo a las gentes semíticas occidentales documentadas en el Creciente Fértil desde el tercer milenio a.C. y más especialmente a los grupos seminómadas que en el segundo milenio se movieron por la región palestina, con ramificaciones circunstanciales hacia Mesopotamia y Egipto. Clanes semitas, precisamente emigrados de este último lugar, junto con otros asentados en Palestina o en proceso de sedentarización acabaron por constituir el Israel histórico de las doce tribus y las diferentes unidades políticas en que cristalizarían los ensayos de afianzamiento. Pero la amenaza de los temibles imperios mesopotámicos acabó por provocar suplantación y dispersión en el reino hebreo del Norte y el fin, con deportación y cautividad, del reino del Sur, lo que supuso no poca disrupción geográfica. El largo exilio de los de Judá en Babilonia es el más llamativo episodio consecuente, sin duda por la denodada defensa que los deportados hicieron de su identidad. Hubo grupos dispersos que la perdieron o que la conservaron mermada durante cierto tiempo, cual es el caso de los judíos de Elefantina, en Egipto. La época persa ha supuesto de nuevo la articulación de la vida israelita en Palestina, pero el centrifuguismo es ya un hecho, que se incrementa además por razones varias durante los períodos helenístico y romano, sembrando de comunidades las diferentes regiones próximo-orientales y la mayor parte del entorno mediterráneo después. Llamamos Creciente Fértil a una amplia faja curvilínea -remotamente sugeridora de una media luna- que tiene sus extremos en Mesopotamia por oriente y en Egipto por occidente; fértil, porque consiste en lo menos desértico del Asia Anterior y, como consecuencia, en la cuna de las primitivas sociedades sedentarias agrícolas y después de los más importantes logros políticos y culturales del Próximo Oriente. Al medio quedan Siria y Palestina. Hacen posible este peculiar corredor varias corrientes fluviales, algunos valles y llanuras acogedoras y una serie de caminos naturales no ajenos a los otros accidentes señalados. Siguiendo ordenadamente esta curva zona en uno de sus sentidos, partimos de los ríos Tigris y Eufrates; recorremos esta segunda corriente arriba hasta Siria; pasamos a la cuenca del Orontes, que curso arriba, en dirección sur, nos lleva hasta el valle de la Beqaa, entre el Líbano y el Anti-Líbano, acercándonos a la cuenca del Litani, y entramos en la Palestina septentrional. Aquí corre el Jordán por una parte y se extienden, por otra, de norte a sur las llanuras de Galilea, el valle de Jezrael en especial, la llanura de Sharón y sus prolongaciones hacia Gaza y el Sinaí mediterráneo, que nos acercan a Egipto, al delta del Nilo y demás regiones situadas aguas arriba de este río. Son los dichos los más destacados atractivos geográficos y por aquí pasaba el principal camino natural del Próximo Oriente, sin que quepa descartar otras ramificaciones menores, aptas para discurrir de ejércitos y caravanas. Algo más sería de añadir respecto a Palestina. Distinguiremos de norte a sur en Cisjordania las regiones de Galilea, Samaria, Judea, Idumea y el desierto del Neguev, y en la Transjordania las de Basán, Galaad, Ammón Moab y Edóm. En otra consideración distinta, cabe observar un cuádruple paralelismo zonal de oeste a este: la ya mencionada franja costera, tendente a llana; la espina dorsal montañosa del interior, sobre todo al mediodía de Jezrael, en Samaria y Judea; el valle y depresión del Jordán y del Mar Muerto, prolongado al sur por la Araba, y por último las alturas transjordanas. El clima es vario según lugares. Cálida la costa, más fresca la zona montañosa, desértica y extremada en verano, la depresión. En lo que hace a lluvias, son más las precipitaciones de la zona costera que las del interior; y ya aquí, contrasta notablemente la región montañosa, de suficiente humedad estacional, con sus prolongaciones hacia los desiertos de Judea y del Neguev, mucho más secos. Toda la parte transjordana es de superior dureza en lo climático que las correspondientes regiones cisjordanas de idéntica latitud. La flora de producto comestible se reducía principalmente a los cereales, las leguminosas, la vid, el olivo y, árbol muy típico, la higuera; era menor la significación de los frutales tropicales y de huerta. La población arbórea restante consistía sobre todo en pináceas, encinas, palmeras y sicomoros, distribuidos muy diferentemente de zona a zona. La fauna adecuada a este marco era la mediterránea y del predesierto, y entre ella destacaba todo tipo de caza, la ganadería mayor y menor, y como animal de brega muy especialmente el asno. Abundante pesca de agua dulce en el mar de Genesaret. En este escenario que acabamos de describir se desenvuelve la vida de los israelitas palestinos de la anfictionía y de los reinos. Un país pequeño relativamente el suyo, teniendo en cuenta que entre Hazor al norte y Beerseba al sur, por traer dos referencias excéntricas, la distancia no llega a los 200 kilómetros y entre Jerusalén y Samaria, las que fueron capitales de las dos monarquías, sólo se pasa en no demasiado los 50 kilómetros, siempre a vuelo de pájaro. Sin embargo, como ya quedó dicho, por movimientos o por relaciones, la historia bíblica conoce una geografía marcadamente mayor y el Israel de la Diáspora, época ya clásica, no tiene más fronteras que las del mundo entonces conocido; y tómese la expresión en el sentido usual mediterráneo-céntrico.
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En este complejo entramado de servicios y reciprocidad aparecen las primeras mujeres con un nombre propio en el tejido social: es el caso de Encarnación Ezcurra, mujer del caudillo argentino Juan Manuel de Rosas, quien no se limitó a sus obligaciones domésticas y sociales, sino que ejerció como Primera Dama apoyando la Revolución de los Restauradores, presidiendo la Sociedad Popular Restauradora y diseñando la presión política que ésta ejerció en beneficio de Rosas. Cuando murió, su hija Manuelita Rosas ocupó su lugar con idéntico activismo; de hecho cuando Juan Manuel de Rosas se exilió, ella lo acompañó a Inglaterra como un gesto político, no sólo familiar. Otras mujeres en situación similar aunque su actividad pública no fue tan notoria, políticamente hablando, fueron M? Dolores Tosta, segunda mujer del caudillo mexicano Antonio López de Santa Anna, e Ignacia Sáez, mujer del Presidente Gallegos de la República de Centroamérica entre 1833-35. La Independencia fue un proyecto de clase: los criollos burgueses liberales aspiraban y lograron controlar la vida nacional en beneficio propio, dejando al margen a otros grupos sociales. Eso explica que las mujeres, rurales o urbanas, criollas, mestizas, mulatas, negras o indias no hayan dejado un rastro histórico en sus nombres propios, aunque indudablemente la historia la hacemos todos. Las comunidades agrarias indígenas en México y en la región andina conservaron sus tierras debido, en gran medida, a la ausencia de una demanda que impulsara su incorporación a una economía de mercado. Mientras, en la ciudad iban cambiando las cosas y surgió en los años centrales del siglo la Reforma Liberal. Quizá el proceso más importante fue el mexicano, protagonizado por Benito Juárez; junto a él, la figura inseparable de su mujer Margarita Maza que durante los exilios de su marido sacó adelante a sus hijos, regentó un comercio, mantuvo a su prole, envió recursos a Juárez e incluso financió con su trabajo profesional la política liberal hasta el ascenso definitivo a la presidencia de su marido. También Ángeles Lardizábal, casada con el general Martín Carrera fue una efímera Primera Dama -además de ser prestamista profesional registrada- durante la corta presidencia de su marido en 1855. Otra Primera Dama de aquellos años centrales del XIX fue doña Pacífica Fernández Oreamuno, casada con José M? Castro Madriz, quien fuera varias veces Presidente de Costa Rica entre 1848 y 1868. Por su parte y en Venezuela la Primera Dama Jacinta Parejo de Crespo -que lo fue entre 1884-86- inició el campo de iniciativas desde su posición opinando, influyendo, asumiendo como trabajo algunos programas nacionales y garantizando los derechos de su marido durante sus ausencias, en un tiempo de inestabilidad política. Otros contextos facilitaron un espacio propio a las mujeres latinas: la consolidación de las fronteras, los litigios fronterizos entre países vecinos, las luchas por el poder fueron el escenario de la acción de féminas aguerridas como la Mariscala, doña Francisca Zubiaga, que apoyó y empuñó las armas junto a su marido, el Mariscal Agustín Gamarra; fue Primera Dama durante la Presidencia de éste y le acompañó al exilio. Otra mujer que pasó por la misma tesitura pero no combatió con las armas sino que defendió sus ideas y reclamó sus derechos como ciudadana con las letras fue Juana Manuela Gorriti, en los 70. Casada con Isidoro Belzú, que llegó a ser presidente de Bolivia, pero fue derrocado y muerto, vivió entre rivalidades, exilios y guerras. No obstante logró ser una de las grandes impulsoras del espacio literario y público de las mujeres latinoamericanas en el siglo XIX. Décadas más tarde María Olinda Reyes, conocida como Marta la Cantinera, se unió al ejército de Pierola frente al de Cáceres, en el Perú de 1895. Además de acompañar a su marido -la mujer que sigue al ejército es una figura característica de la historia latinoamericana y en Perú recibe el nombre de "rabona"- por sus acciones de guerra fue ascendida al grado de Capitana. Curiosamente en el otro bando combatía doña Antonia Moreno de Leyva, mujer de Avelino Cáceres, y madre de Zoila Aurora Cáceres. Otro momento en que las mujeres mantuvieron el ideal patriótico y/o combatieron fue la ocupación chilena de parte del Perú (1880-1929), destacando la acción de Olga Grohmann, Lastenia Rejas y Cristina Vildoso. Una figura especialmente destacada, oriunda del Perú, pero que vivió allí poco tiempo -considerada sin embargo como latina por la historiografía- fue la pensadora y feminista francesa Flora Tristán. Las nuevas perspectivas económicas que se perfilaron desde mediados del siglo XIX no derivaron en forma directa e inmediata en la transformación de los escenarios políticos. La inestabilidad, las luchas entre grupos y la presencia de dictaduras tradicionales continuaron caracterizando la trayectoria de las sociedades iberoamericanas. El liberalismo, que inicialmente avanzó expresando los reclamos de gran parte de los sectores ilustrados y las clases medias urbanas por frenar el autoritarismo de sus gobernantes, se fue conformando como un sistema oligárquico. Sus ideólogos abandonaron su programa renovador y progresista en el plano político para privilegiar el desarrollo económico, crear condiciones propicias para la inversión de capitales extranjeros y promover la formación de la fuerza de trabajo necesaria para la expansión de la producción. Se avanzó en la construcción de las instituciones del Estado mediante la organización de un sistema administrativo más eficiente y especializado. En los años 70 y hasta fin de siglo, siguiendo las ideas positivistas, surgieron los Regímenes de Seguridad y Progreso. Quizá el más emblemático sea el Porfiriato, la dictadura de Porfirio Díaz en México, entre 1876 y 1910. Doña Carmen Romero Rubio, su mujer, además de emprender numerosas iniciativas sociales suavizó, hasta donde pudo, algunas actitudes del dictador. Gráfico Coincidiendo con esta fase de Regímenes Positivistas, se desencadenó en Cuba, Puerto Rico y Filipinas un proceso independentista y con tintes revolucionarios. En el caso cubano fueron muchas las mujeres que participaron -tanto durante la Guerra Larga (1868-78) como durante la Guerra definitiva (1895-98)- y cuyos nombres han llegado al presente. Desde Candelaria Figueredo, abanderada, Mariana Grajales, madre de Antonio Maceo, o María Cabrales, su mujer; Paulina Pedroso, la "madre negra" de José Martí o M? Luisa Mendive, hija de Rafael Mendive, preceptor del poeta independentista; Bernarda Toro, mujer de Máximo Gómez, la Capitana Regla Socarrás, madre de Carlos Prío Socarras, que fue Presidente de la República de Cuba. También hubo madres como Lucía Íñiguez, madre de Calixto García, o Luz Vázquez ; hijas; esposas como Eva Adán, Concepción Agramonte, Ana Josefa Agüero, Francisca Simoni casada con Ignacio Agramonte; hermanas de soldados y oficiales del Ejército de Liberación, como Clemencia Arango. Algunas combatieron como María Aguilar, Adela Azcuy, Sofía Estévez, María Hidalgo, María Machado, Luz Noriega, las Capitanas Luz Palomares, Mercedes Sirvén, Catalina Valdés Isabel Rubio y Blanca Rosa Téllez. Otras, trabajaron como enfermeras -Rosa Castellano, Emilia de Córdoba, Rosario Dubrocá - o pasaron información como agentes -Ana Betancourt, Caridad Lagomasino, Rosario Morales y su hija María, Magdalena Peñarredonda. Varias obtuvieron recursos: Marta de los Ángeles Abreu con su fortuna personal, Ana Aguado dando conciertos, América Arias sosteniendo a familias sin recursos, Rosario Bolaños escondiendo el dinero de los Mambises, Ana Merchán a través de un Club Patriótico, Rita Suárez y Ana M? Sotolongo que guardó un arsenal en su casa y fue descubierta. Por último, muchas dejaron cuanto tenían para irse a la manigua, la jungla cubana, para apoyar a sus hombres, dar a luz a sus hijos y construir una Cuba Independiente: Juana Mora y su hermana Mercedes Mora, Manuela Cancino, Carmen Cancio, Ángela González Tort y Amparo Orbe. Otras ayudaron en las dos conspiraciones -el Grito de Yara (1868) como Ana de Quesada, mujer de Carlos Manuel de Céspedes y el Grito de Baire (1895) como Gabriela Varona- divulgaron las ideas y la situación de Cuba en Estados Unidos y Europa buscando apoyos y recursos -Emilia Casanova, Carolina Rodríguez, Juana Varona - o en el ejercicio de su trabajo, como la maestra Rosalía García Osuna y Edelmira Guerra. Emilia Teurbe bordó la primera bandera de Cuba en 1850.
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Con el resurgir de Roma muchos de los centros de la cultura italiana del siglo XV (Florencia, Milán o Urbino) quedaron obsoletos, a pesar de que la nueva "capital" de la Cristiandad no poseía un elenco de artistas como en aquéllos. Ante esta situación, se llamó a escultores, arquitectos y pintores de prestigio que condujeron a la creación de un arte más bien italiano que romano ya que muchos, y como ellos sus maestros, se habían formado durante el siglo XV en distintas Cortes que habían creado numerosas "escuelas" con sus respectivas diferencias regionales. Uno de ellos fue Donato Bramante (1444-1514). Su formación en la refinada Corte de los Montefeltro, en Urbino, y su interés por los arquitectos más importantes del Quattrocento (Brunelleschi y Alberti) le proporcionaron la clave para iniciar una nueva arquitectura renacentista. Ésta se centró, sobre todo, en el estudio espacial de los volúmenes interiores mediante la utilización de la visión ilusionista de la perspectiva. Su llegada a Roma se produjo en 1499, momento en que Ludovico el Moro perdió su poder en Milán. Sin embargo, la actividad arquitectónica de Bramante se había iniciado mucho antes, con la reconstrucción de Santa Maria presso San Satiro, llegando a convertirse en ingeniero de la Corte de los Sforza. Su intervención en proyectos como la Catedral de Pavía, el Castillo Vigevano o la reconstrucción del púlpito de Santa Maria delle Grazie le avalaron para fijar su residencia en Roma. En esta ciudad abandonaría, poco a poco, el gusto por lo decorativo y se decantaría por la austeridad propia del arte antiguo. Precisamente, el ideal clásico aparece en el templete de San Pietro in Montorio, iniciado en 1502 y financiado por los Reyes Católicos. Inspirado en los templos de Vesta romanos, es una de las piezas clave de la arquitectura del siglo XVI; utiliza un vocabulario tradicional de planta centralizada con elementos de la arquitectura antigua, que unifica con la proyección de un nuevo sentido espacial. El templete aparece dividido en dos pisos: bajo el suelo del patio, la cripta circular; en la superficie el templete, rodeado de una columnata cuya parte superior muestra una balaustrada y un tambor con ventanas ciegas, todo ello cubierto con cúpula. Al año siguiente, y con la intención de revivir la grandeza de los emperadores romanos, Julio II le nombró ejecutor del proyecto de unión de los palacios vaticanos con la villa de Inocencio VIII a través del patio del Belvedere, así como arquitecto principal en las obras para la nueva Basílica de San Pedro. Para ésta, Bramante proyectó una planta central de cruz griega dominada por una gran cúpula y rodeada por una columnata, con cuatro torres en los ángulos, siendo éste un aspecto que sufrirá numerosas modificaciones a lo largo de su edificación. Otros proyectos destacados de su etapa romana son el trazado de la Vía Guilia, de la Lungara, o el Palacio de los Tribunales. Si bien es cierto que con Bramante se logra otra imagen de la "Nueva Roma", también lo harían sus seguidores. Entre los primeros destaca el pintor Rafael de Urbino (1483-1520), quien había llegado a Roma en 1508 para decorar las Estancias Vaticanas y para continuar su labor como arquitecto. De hecho, a la muerte de Bramante será nombrado arquitecto de la Fábrica de San Pedro y continuador de las obras para la nueva basílica. También intervino en los palacios vaticanos, realizó la capilla funeraria de Agostino Chigi en Santa Maria del Popolo o reconstruyó los palacios Vidone Caffarelli y Branconio dell'Aquila (1520). Amigo de Rafael fue también el pintor y arquitecto Baldassare Peruzzi (1481-1536). Seguidor del estilo de Bramante, llevó a cabo la reconstrucción y decoración de la villa de Agostino Chigi y del Palacio Máximo. Junto a Rafael, Antonio da Sangallo el Joven fue nombrado arquitecto colaborador de los trabajos de San Pedro. Procedía de una familia de arquitectos e ingenieros, que también estaría implicada en las obras del Vaticano; el primero de ellos, Giuliano, destacó sobre todo por los proyectos de la Villa Poggio a Caiano, la Iglesia de Santa Maria delle Carceri en Prato, la Sacristía del Santo Espíritu o de la fachada de Santa Maria dell'Anima. Discípulo suyo fue Antonio da Sangallo, el Viejo (1453-1534), su hermano, cuya obra más importante es la Iglesia de la Madonna de San Biaggio en Montepuciano. Por último, su sobrino Antonio da Sangallo el Joven (1483-1546) siguió fielmente las teorías de Bramante, como muestra la Iglesia de Santa María de Loreto (1507). Su obra más conocida es, sin duda, el Palacio Farnesio, donde continúa la tradición de los palacios florentinos del siglo XV por su posición horizontal pero donde muestra también una nueva división espacial, con alternancia de frontones curvos y rectos. Años más tarde, el edificio sería remodelado por Miguel Ángel, quien, además, le añadiría la cornisa. Lejos de Roma, en Venecia la arquitectura sigue las pautas del arte bizantino y gótico aunque muy pronto cederán terreno a la arquitectura moderna de Jacopo Sansovino (1486-1570) y de Bartolomé Bon. Las teorías del primero encuentran la síntesis del clasicismo romano en la obra de Bramante y Rafael, por un lado, y en la de Giuliano da Sangallo, por otro. Así, combina lo decorativo con lo solemne y superpone órdenes a la manera clásica. Entre sus obras más sobresalientes destacan la nueva Escuela de la Misericordia, la Iglesia de San Francesco della Vigna, el Palacio Corner, la Biblioteca y la Loggia de San Marcos, la Casa de la Moneda o la Villa Garzoni, ésta en Pontecasale. En otras ciudades italianas la arquitectura del Cinquecento continúa su trayectoria. Y así, en Padua destacan los trabajos de Giovanni Maria Falconetto (1468-1535), en Nápoles los de Gabriele d'Angelo y en Sicilia los de Antonello Gaggini (1478-1536). Por último, hemos de prestar una atención especial a la arquitectura de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564). Dedicado por completo a la tendencia clasicista tanto en pintura como en escultura, en el campo arquitectónico adoptó un nuevo estilo que venía a completar el equilibrio y la severidad clasicistas con una expresión dinámica y, en ocasiones, incluso caprichosa. El punto de partida son los elementos del lenguaje clásico, que invierte de manera muy personal llegando a crear una "dialéctica anticlásica" que es conocida como Manierismo. Así, por ejemplo, renuncia a la anterior distribución espacial y dispone en su lugar una nueva articulación en los muros, fragmentando los espacios de manera independiente. Mucho antes de que se le encargara concluir la Basílica de San Pedro se había ocupado de la fachada de la Iglesia de San Lorenzo; de la construcción de la Sacristía Nueva para la misma iglesia florentina, donde el ritmo ascensional se aleja de la estética brunelleschiana, y de la creación de la Biblioteca Laurenciana, ésta por encargo de Clemente VII. El proyecto se realizó en diversas fases desde 1524 hasta 1571, con diversos trabajos en el abovedamiento del piso inferior, en la ornamentación de la sala de lectura y en la ubicación de la gran escalera. Después del Sacco de Roma en 1527, la expulsión de los Médicis de Florencia y la muerte de Clemente VII (sucedido por Pablo III) se inicia la reconstrucción. Un año después de su llegada a Roma (1534), Miguel Ángel forma parte del nuevo Gobierno de la República siendo nombrado arquitecto, escultor y pintor del Vaticano. Dedica por completo sus últimos veinte años a la arquitectura, encargado de dirigir la fortificación de las murallas; en 1546 comienza el plan urbanístico de la Plaza del Capitolio, centralizada por la estatua ecuestre de Marco Aurelio; años después, transforma el Tepidarium de las Termas de Diocleciano, realiza proyectos para la Porta Pia, para San Giovanni dei Fiorentina y para la Capilla Sforza en Santa Maria Maggiore. Durante ese periodo de tiempo también concluyó el Palacio Farnesio, que había proyectado Antonio da Sangallo el Joven, y se dedicó por completo a la finalización de la Basílica de San Pedro (1546-1564), proyecto que, sin embargo, sólo estaría concluido en 1615. Miguel Ángel continuó los anteriores trabajos que Bramante, Giuliano da Sangallo, Fra Giocondo, Rafael y Antonio da Sangallo habían iniciado desde 1506: realizó la cabecera exterior y rescató el proyecto de planta central de Bramante pero, a diferencia de éste, sustituyó el anillo con columnas y las torres de la cúpula, dándole un mayor sentido ascensional al conjunto. Con ser muy notoria, la labor arquitectónica de Miguel Ángel no restó protagonismo a sus proyectos escultóricos y pictóricos; de hecho, su genio se desbordará en esas dos artes. Reconocido en vida como uno de los mejores artistas de su época por su capacidad técnica y por su imaginación, Miguel Ángel encuentra en la escultura otro lenguaje con el que expresar su concepto de clasicismo. Sus primeras obras escultóricas coinciden también con muchas de sus tempranas composiciones pictóricas, observándose similitudes formales en ambas. Si bien es cierto que el clasicismo había encarnado, en periodos anteriores, valores de serenidad, armonía estática o proporción de líneas, para Miguel Ángel supone también la antítesis de lo anterior y una predilección por el dinamismo, la fuerza, la severidad o el dramatismo, unida a una naturalidad en el desnudo, a una dignidad humana y a un ideal de belleza. Por último, resalta un modelo de grandeza sobrehumana por medio de colosales figuras de mármol que siguen la tradición del arte de la Antigüedad clásica. Educado en Florencia, tuvo como maestro a Domenico Ghirlandaio y a Bertoldo, conservador de la colección de los Médicis, familia con la que contactó muy pronto. Asimismo, recibió una formación basada en el estudio de las obras de uno de los grandes escultores del siglo XV, Donatello. Muy pronto viajó a Bolonia, donde conoció la obra de Jacopo della Quercia, y, poco después, lo haría a Roma. Miguel Ángel clausuraba así el protagonismo de la Escuela florentina e iniciaba el de la romana. En esa ciudad se define su estilo dentro de los parámetros más clasicistas. En 1498, y con tan sólo veinticinco años, realiza la llamada Piedad del Vaticano, encargada para la tumba del cardenal francés Di Lagrans, que había sido abad de Saint Denis y mediador en Roma entre Carlos VIII y Alejandro VI. En esta obra comienzan a concretarse algunas de las líneas maestras del clasicismo, como son: un perfecto equilibrio entre formas monumentales, volúmenes compactos y un acabado minucioso y elegante. Así, por ejemplo, el gesto de dolor que debería tener la Virgen se transforma en expresión contenida; al mismo tiempo, el cuerpo yacente de Cristo no sufre y, más que rígido, parece dormido. La composición se desarrolla a partir de un triángulo equilibrado donde la armonía de las líneas, ya sea en las posturas de las cabezas y cuerpos ya sea en los pliegues del manto, alcanza la perfección tanto de belleza como de expresividad. Pero fue durante su estancia en Florencia (1501-1505) cuando se consagró como escultor. En 1502 esculpe para la Plaza de la Signoria de Florencia el impresionante David, considerado por los florentinos como el símbolo del apogeo de la República y del final del poder político mediceo. A diferencia de la escultura del siglo anterior -reposada, llena de gracia, serena- el artista contrapone formas tensas e impulsivas, que proporcionan un intenso juego de luces y sombras. Destaca la grandiosidad en el gesto, que sería conocida como "terribilitá", que también supuso la síntesis y posterior superación del arte de la Antigüedad. De hecho, el efecto que consigue mediante el "contrapposto" (equilibrio entre la postura de brazos y piernas) será la base para el Manierismo y su figura serpentinata, que muestra un movimiento helicoidal del cuerpo humano. Entre 1504 y 1506 esculpe en mármol los famosos Tondo Pitti y Tondo Taddei. Ambos son de formato circular (habitual desde el siglo XV en los talleres de Luca y Andrea della Robbia), de influencia clásica e inacabados. Cabe destacar la influencia de Leonardo da Vinci en ambos tondos; en efecto, se pone de manifiesto en la escultura, por primera vez, la técnica del sfumato (difuminado de perfiles y volúmenes) introducida por Leonardo da Vinci en sus pinturas y que se aprecia ya en el acabado de la obra y en los efectos de claroscuro de los relieves miguelangelescos. De 1505 a 1509 permanece en Roma al servicio del Papa Julio II trabajando para su sepulcro, que tiene que interrumpir para realizar los frescos de la Capilla Sixtina (1508-1512). El proyecto de tumba para Julio II no se finalizó principalmente, según Miguel Ángel, por motivos económicos, a los que se sumaron otros, políticos y familiares. El artista había concebido el monumento con más de cuarenta figuras, todas de un tamaño inmenso, número que fue reducido progresivamente. De hecho, en el momento de su ubicación en la iglesia de San Pietro in Vincoli, tan sólo estaban acabadas las figuras de Moisés, Lía y Raquel. Con el descubrimiento en Roma del Laocoonte en 1506 y otras esculturas de gran relevancia para el estudio de la Antigüedad, el concepto de escultura cambia notablemente para Miguel Ángel. Las formas se vuelven con más expresión llegando al dramatismo, sobre todo en los rostros, en una tendencia que le conducirá al lenguaje protomanierista. En 1512 la familia de los Médicis había reconquistado Florencia. Los hijos de Lorenzo el Magnífico, Giuliano y Giovanni, eran los nuevos dueños de la ciudad. Además, a la muerte de Julio II, el segundo se convertía en Papa bajo el nombre de León X. Este hecho suscita la marcha de Roma de Miguel Ángel con destino a Florencia, donde se le encargan los sepulcros de la familia de los Médicis (1520-1534) en la Sacristía Nueva de San Lorenzo de Florencia. Proyecta en ambos sepulcros una misma disposición. Bajo las figuras de los protagonistas, Giuliano y Lorenzo, ubica las imágenes recostadas de las alegorías del Día y la Noche y del Crepúsculo y la Aurora, que emulan las estatuas helenísticas y romanas. Por último, destaca el aspecto inacabo de los rostros, que será habitual en su etapa de madurez. Posteriormente, el estilo de Miguel Ángel irá cambiando. Abandona el concepto de belleza absoluta por uno más pesimista, como muestra en el tema de la Piedad. Entre esas versiones, una de las más relevantes es la llamada Piedad Rondanini (1564), sin esculpir apenas, con un lenguaje que se aleja del clasicismo adentrándose en otro estilo, el Manierismo. La grandiosidad de la obra de Miguel Ángel ocultó en gran medida la de otros escultores y tan sólo destacaron en la segunda mitad de siglo, y fuera de los límites del Clasicismo, nombres como los de Baccio Bandinelli (1493-1560), Ammanati (1511-1592), Benvenuto Cellini (1500-1574) o Giambologna (1529-1608).
contexto
El espacio vital (Lebensraum) es una construcción teórico-política, una derivación hitleriana y una estrategia imperialista. Como construcción teórico-política, la idea del espacio vital estuvo firmemente anclada en ciertos autores, alemanes y no alemanes, y en la praxis de los movimientos pangermanistas. Hitler combinó, explosivamente, parte de tales nociones con sus peculiares concepciones racistas, que contaban a su vez con un trasfondo social y cultural propio. Por último, desde el ejercicio del poder la conquista del espacio vital orientó los esfuerzos del Führer y terminó dando un sentido particular a la guerra que desató en septiembre de 1939. Naturalmente, la nítida distinción entre tales acepciones no siempre es posible. Las interrelaciones entre las mismas plantean uno de los problemas más fascinantes en el análisis de la cultura política e ideológica de que surgió el nacionalsocialismo. Si en este ensayo mantenemos una diferenciación será, esencialmente, por motivos didácticos. El creador de la teoría del Lebensraum fue el gran geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904), profundamente influido por el biologismo y el naturalismo del siglo XIX. Ratzel pretendió trasladar a la historia universal las leyes de la zoología y de la botánica, lo que le condujo a sobrevalorar en aquélla el papel de los factores naturales, en detrimento de los económicos, sociales y culturales. Ratzel postuló una relación básica entre espacio y población e indicó que la existencia de un Estado quedaba garantizada cuando dispusiera del suficiente espacio para atender a las necesidades de la misma. Elevó la conquista del espacio a la categoría de principio informador de la evolución histórica, y en ello Ratzel no desdeñó el papel de la guerra como medio de favorecer el crecimiento de los Estados. Estas ideas eran bastante generales, pero empezaron a adquirir coloración política concreta gracias a los trabajos del politólogo sueco Rudolf Kjellen (1864-1922), quien acuñó el término de geopolítica para caracterizar el análisis de la influencia de los factores geográficos sobre las relaciones de poder en la política internacional. Kjellen defendió al tiempo una visión organicista del Estado y desarrolló algunas de las concepciones del geógrafo británico Sir Halford John Mackinder (1861-1947). Este, en una notable conferencia de 1904 (El pivote geográfico de la historia), expuso la tesis de que el Asia central y la Europa del Este se habían convertido en el centro estratégico del planeta (la isla mundial o corazón del mundo), como consecuencia del decaimiento relativo del poder marítimo radicado en los otros continentes y en los países situados en torno a aquélla. Quien dominara dicho corazón (heartland), dominaría el mundo. Tal conceptualización se había extraído de la rivalidad anglo-germana, pero podía ser reconducida a la pugna entre el Imperio alemán y la Rusia zarista. En parte, esta fue una de las tareas abordadas por el Movimiento Pangermánico (Alldeutscher Verband) antes de la Primera Guerra Mundial y después, y recibió visos de respetabilidad científica de la mano del geopolítico alemán Karl Haushofer (1869-1946). Haushofer, ex general, nacionalista ardiente, conservador enraizado en las tradiciones de la Alemania guillermina, aplicó las nociones generalizadoras de Ratzel a la situación concreta en que se encontraba su país tras la derrota y los recortes territoriales sufridos en el Tratado de Versalles. Haushofer adujo que la base de toda política exterior era el espacio vital de que dispusiese el cuerpo nacional. La acción del Estado consistía en defender tal espacio y en ampliarlo cuando resultara demasiado angosto. Posiblemente, en ello le guiaba la idea de hacer coincidir las fronteras estatales con las del pueblo (Volk), asegurando así la preeminencia alemana en la Europa continental, que la Primera Guerra Mundial parecía haber barrido. En la lucha por el espacio coincidían, para Haushofer, la búsqueda de la mayor seguridad militar posible, la aspiración de los pueblos más fuertes e idóneos al mejor aprovechamiento económico del territorio y, en el caso concreto de Alemania, el reenganche con la añeja tradición histórica de la toma de tierras a los pueblos eslavos del Este.
contexto
Entre 1658 y 1661 Vermeer va a realizar cuatro pinturas que se consideran el punto de partida de su etapa madura: Oficial y mujer joven sonriendo (1658), Lectora en la ventana (1659), La lechera (1660-61) y Dama bebiendo con un caballero (1660-61), obras que se relacionan con las que en esas fechas estaba ejecutando Pieter de Hooch. Desconocemos cuál fue la razón por la que Vermeer abandonó el estilo italiano de sus primeras obras. Se han argumentado razones de índole económico -las pinturas de género se vendían con mayor facilidad aunque también eran más baratas- y artístico -en el año 1650 numerosos artistas se interesan por la temática cotidiana: Gerbrand van den Eeckhout, Jacob van Loo, Gabriel Metsu o Gerar Ter Borch-. La proximidad entre los estilos de Vermeer y Pieter de Hooch son tan notables que debemos excluir la casualidad, aunque desconocemos cuál es el elemento que los une. También debemos advertir que De Hooch es más conservador en comparación con Vermeer. La principal aportación de Pieter de Hooch a la pintura de género es el tratamiento del espacio y de las relaciones espaciales. De Hooch define con precisión los límites espaciales poniendo especial énfasis en su condición de lugar. El suelo y las paredes son los elementos constructivos, a la manera de una caja que no tiene el lado desde el que nosotros contemplamos la obra. Y es entonces cuando surge la pregunta ¿utilizó De Hooch cámaras oscuras en sus trabajos? Posiblemente sí, ya que la cámara oscura acota con precisión el espacio de la escena, permitiendo una separación espacial y también temporal. Vermeer también pudo utilizar la cámara oscura pero en la mayoría de sus obras el espectador se encuentra muy cerca de la escena representada, tan cerca que apenas disponemos de espacio para nosotros, situándonos junto a los personajes aunque ellos apenas se den cuenta. Se obtiene así un efecto paradójico, ya que el espectador está próximo pero alejado de la escena. Entre las figuras y la pared se crea un espacio valorado por Vermeer a través de la luz. Blankert lo ha denominado "el virtuosismo de la luz directa". Gracias a la luz, Vermeer debilita o anula la sensación de cámara oscura e impide la falta de integración en el espacio que caracteriza la pintura de otros artistas. La luz construye el espacio de las figuras, permitiendo situar los volúmenes e impidiendo el triunfo de la linealidad o del dibujo. Los especialistas han encontrado la fuente en la que bebió Vermeer para mostrarnos esta iluminación en el tratamiento de la luz de los pintores italianos, de los venecianos y de los seguidores de Rembrandt, especialmente Carel Fabritius.
obra
Durante este periodo de huida de la guerra, el artista se traslada a Nueva York, donde se dedica a exponer y a provocar al público americano. Él mismo declaraba al respecto: "Los críticos ya distinguen entre el surrealismo antes y después de Dalí... Lo blando, la decoración delicuescente, lo viscoso, lo biológico, la putrefacción, eso era Dalí. Un objeto medieval imprevisto, eso era Dalí. Un filme imposible, con arpistas y direcciones de orquesta adúlteros, eso también era Dalí. El pan de París ya no era el pan de París. ¡Era mi pan, el pan de Dalí, el pan del Salvador!". Esta obra también es conocida con el nombre de Espectro de la líbido. Presenta algunos de los versos del poema "L' amour et la mémoire", en donde el amor estaría representado por un cuerpo putrefacto y la memoria por la presencia de un niño pequeño. Respecto a éste, se trata del propio Dalí ubicado en la parte inferior derecha, vestido de marinero en recuerdo de sus años infantiles, llevando un aro y un fémur que hace de varilla. La figura de Dalí volverá a repetirse en otras obras como Paisaje con elementos enigmáticos, de 1934; Sur/Mediodía, de 1936; o, más tardíamente, en Torero alucinógeno, del año 1969. En todas se repite la misma imagen del niño vestido de marinero con un gran pene petrificado. La mujer putrefacta y el niño se centran en temas obsesivos para el pintor tales como el miedo a la represión sexual. La figura corrompida, los miembros podridos, las partes osificadas ocupando toda la composición, aparecerán también en obras posteriores como La Metamorfosis de Narciso, de 1937. Han desaparecido las formas protoplasmáticas de la primera época; es decir, esos elementos biológicos de apariencia más o líquida que definen el aspecto de las células. Ahora, todo está petrificado incluso ese paisaje de rocas del Cabo de Creus que acompaña a la gran figura y al niño, que parecen fundirse en la misma fosilización.
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No faltaron desde luego quienes, desde el primer momento, vieron con enorme preocupación los acuerdos de París. Keynes, por ejemplo, que formó parte de la delegación británica, se mostró en desacuerdo con la imposición de reparaciones a Alemania y dimitió por ello, y en un libro resonante, Las consecuencias económicas de la paz (1919), anticipó su convicción de que el Tratado de Versalles sólo provocaría la inestabilidad financiera de toda Europa. Lawrence de Arabia se mostró profundamente decepcionado con los acuerdos sobre Oriente Medio y expresaría su desencanto en otro libro de gran éxito, Los siete pilares de la sabiduría (1926), la historia romantizada de la rebelión de los árabes contra Turquía. Pero, por lo general, los acuerdos de París fueron recibidos como un gran triunfo de los valores democráticos y como el preludio de una nueva era de paz y prosperidad para el mundo. Y en efecto, en más de un sentido, la I Guerra Mundial significó el triunfo de la democracia. A esa interpretación contribuyeron hechos como los ya señalados: 1) la desaparición de los imperios autocráticos de los Romanov, los Habsburgo y los Hohenzollern, y del Imperio otomano; 2) la proclamación de repúblicas democráticas en Alemania, Austria, Checoslovaquia, Polonia, Turquía, Letonia, Estonia, Lituania y Finlandia (en estos dos últimos países, las fórmulas monárquicas impuestas por Alemania fueron sustituidas por gobiernos republicanos nacionales tras la derrota de aquélla); 3) la concesión del sufragio femenino en Gran Bretaña, Holanda, Suecia y Estados Unidos, y la introducción de fórmulas de representación proporcional en países como Francia e Italia; 4) la constitución de la Sociedad de Naciones sobre el principio una nación, un voto y sobre la base de deliberaciones parlamentarias de su Asamblea General, que debía reunirse al menos una vez al año, y voto mayoritario. Y hubo además -no obstante la grave agitación laboral que, como vimos, vivió casi toda Europa- otros indicios favorables. En Gran Bretaña, el Partido Laborista vio reforzadas sus posiciones en las elecciones de 1922 (142 diputados, más de 4 millones de votos, 29,5 por 100 del voto) y 1923 (191 diputados, 30,5 por 100 del voto, a sólo 8 puntos de los conservadores y por delante de los liberales). Incluso formó gobierno, si bien minoritario y de breve duración, entre enero y noviembre de 1924, presidido por su líder, Ramsay MacDonald. En Italia, el Partido Socialista y el nuevo partido de los católicos, el Partido Popular, creado en 1919 por el sacerdote Luigi Sturzo, irrumpieron en las elecciones de 1919 y 1921 como las dos primeras fuerzas políticas del país. En Alemania, el nuevo régimen, la República de Weimar, adoptó el 31 de julio de 1919 una constitución modélicamente democrática que incluía la elección directa del Presidente, un sistema de representación proporcional que aseguraba la presencia de los partidos minoritarios y el sufragio universal masculino y femenino para mayores de 20 años. Los socialistas fueron el partido más votado en las seis elecciones que se celebraron entre 1919 y 1930. Pero aquel triunfo de la democracia tuvo mucho de ilusorio. La guerra había destruido el optimismo y la fe en la idea de progreso y en la capacidad de la sociedad occidental para garantizar de forma ordenada la convivencia y la libertad civil. Una parte cada vez más numerosa de la opinión confiaría en adelante en soluciones políticas de naturaleza autoritaria. Así, por un lado, el nuevo régimen comunista ruso actuó como revulsivo de la conciencia revolucionaria, al tiempo que provocaba la reacción de alarma de las clases conservadoras del mundo occidental. El comunismo, en todo caso, visto no ya sólo como una forma igualitaria de organización de la sociedad sino como una nueva moral, ejerció en los años de la posguerra una fascinación innegable. De otra parte, los acuerdos de paz provocaron una reacción ultranacionalista en los países o derrotados (Alemania) o decepcionados por los tratados (Italia), reacción asociada a los "ex-combatientes", un nuevo tipo social -integrado por decenas de millones de personas- definido, por lo general, por una mentalidad patriótica y militarista identificada con el recuerdo de la guerra, y por una abierta hostilidad a la democracia, a los partidos políticos y a la vida parlamentaria en tanto que instrumentos de división nacional. Cuando en Italia se supo en 1919 que el puerto de Fiume (Rijeka), ciudad con un 62,5 por 100 de población italiana, no sería reintegrado sino que quedaría como ciudad libre, un grupo de ex-combatientes al mando del escritor D'Annunzio ocupó (12 de septiembre) la ciudad. D'Annunzio administró Fiume durante 16 meses con una constitución altisonante e impracticable de carácter nacional-sindicalista, y creó allí los símbolos y rituales que luego adoptaría el fascismo (como la camisa negra y el saludo romano). El episodio, como propio de D'Annunzio, fue grotesco y delirante, pero reveló la fuerza colectiva que el nacionalismo exasperado había adquirido. Pero además, el reconocimiento por los aliados del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades de los ex-imperios austro-húngaro y otomano reforzó en todas partes las aspiraciones de los movimientos nacionalistas e independentistas. Ya veremos más adelante cómo, por ejemplo, el orden colonial estalló a partir de 1919. En Gran Bretaña, ello produjo, además, el resurgimiento del nacionalismo irlandés. En las elecciones de diciembre de 1918, el partido independentista Sinn Fein logró 73 de los 107 escaños de Irlanda (frente a 6 de los nacionalistas moderados y 26 de los unionistas pro-ingleses del Ulster). Poco después, el 21 de enero de 1919, los parlamentarios electos del Sinn Fein se constituyeron en Dublín en Parlamento irlandés y proclamaron la independencia de Irlanda. Disueltos el parlamento irlandés y el Sinn Fein por las autoridades británicas y detenidos (o exiliados) sus principales dirigentes, dos de éstos, Michael Collins y Sean Mc Bride, reorganizaron en la clandestinidad el Ejército Republicano Irlandés (IRA). El IRA desencadenó a partir de principios de 1920 una violentísima campaña de atentados terroristas contra objetivos ingleses, a la que la policía anglo-irlandesa y las fuerzas auxiliares reclutadas (entre ex-combatientes) para reforzarla -los llamados Blacks and Tans (Negros y marrones), por el color de sus uniformes- respondieron con una durísima política de represalias que incluyó atentados y asesinatos igualmente brutales. Irlanda vivió dos años de virtual guerra abierta. El 21 de noviembre de 1920, el IRA asesinó en Dublín, a sangre fría, en sus casas, a once oficiales del Ejército inglés. Como venganza, los Blacks and Tans abrieron fuego contra el público que asistía a un encuentro de fútbol gaélico y mataron a doce personas. Poco después, incendiaron el ayuntamiento de la localidad de Cork, uno de los enclaves sinnfeinieristas. Sólo en 1920, el IRA dio muerte a 176 policías y a 54 militares ingleses y a otros 223 policías y 94 militares en los seis primeros meses de 1921. Entre enero de 1919 y julio de 1921, la organización irlandesa y sus simpatizantes sufrieron 752 bajas mortales. A la vista de la situación y de la creciente oposición de la opinión inglesa a la guerra y a los métodos de los auxiliares, el gobierno de Lloyd George aprobó en diciembre de 1920 una Ley del Gobierno de Irlanda que dividía la isla en dos regiones autónomas, el Ulster o Irlanda del Norte (seis condados) e Irlanda del Sur (26 condados), cada una con su propio Parlamento -el del Sur, copado literalmente por el Sinn Fein en las elecciones regionales que tuvieron lugar en mayo de 1921- y bajo la autoridad de un Consejo de Irlanda. Luego, el gobierno fue atrayendo a los líderes irlandeses (De Valera, Griffith, Collins), primero hacia una tregua, que se acordó en julio de 1921, y posteriormente, a la firma de un acuerdo definitivo. La excepcional habilidad negociadora de Lloyd George logró el milagro. La delegación irlandesa, encabezada por Michael Collins, suscribió el 6 de diciembre de 1921 un tratado por el que Irlanda del Sur se convertía en el Estado Libre de Irlanda, con categoría de dominio, equiparable a Canadá, dentro de la Comunidad británica de Naciones. Irlanda del Norte, donde en las elecciones de mayo de 1921 se habían impuesto los unionistas bajo el liderazgo de James Craig, quedaba como región autónoma dentro de Gran Bretaña. El milagro tuvo, sin embargo, contrapartidas. El parlamento de Dublín aceptó el tratado, pero una parte del Sinn Fein, encabezada por De Valera, la rechazó. Collins, elegido primer ministro de la nueva Irlanda, fue asesinado en agosto de 1922. La ruptura fue inevitable: la guerra civil entre las dos facciones del Sinn Fein se prolongó hasta la primavera de 1923. El nuevo orden internacional creado por la I Guerra Mundial se cargaba así de inestabilidad y conflictos. Las esperanzas que había suscitado la creación de la Sociedad de Naciones se desvanecieron, por otra parte, pronto. En efecto, el nuevo organismo, cuyo secretario general hasta 1933 fue el diplomático británico Eric Drummond (1876-1951), nació con grandes limitaciones. Tuvo desde el principio graves dificultades financieras. Ni la Rusia soviética (hasta 1934) ni la Alemania derrotada (hasta 1926) formaron parte de ella. Y lo que fue más clamoroso, tampoco lo hizo Estados Unidos: los planes del presidente Wilson fueron derrotados por el Senado norteamericano, dominado por los partidarios del tradicional "aislacionismo" del país. Pero sobre todo, la Sociedad de Naciones carecía de autoridad para imponer sus decisiones. Estaba, primero, el hecho insalvable de la soberanía de los Estados miembros, y el principio de no ingerencia en asuntos internos de los países soberanos. Pero faltaban, además, los mecanismos legales y de fuerza para intervenir. En caso de agresión, los Estatutos de la Sociedad de Naciones recomendaban simplemente la ayuda al agredido, y sólo contemplaban frente al agresor unas hipotéticas "sanciones" (que podrían culminar en el "bloqueo"). Con todo, la Sociedad de Naciones intervino con éxito en ciertos conflictos: en la división de Silesia (1921) entre Polonia y Alemania; en el incidente de Corfú (1923) entre Grecia e Italia, cuando ésta ocupó la isla tras el asesinato de varios oficiales italianos en la ciudad griega de Janina; en la cuestión de Vilna, ciudad de población judio-polaca enclavada en Lituania, que en 1922 quedó incorporada a Polonia; en la inclusión (1925) de Mosul en Iraq y no en Turquía, y en otros. Pero la Sociedad de Naciones básicamente fue lo que Ortega y Gasset escribió en su epílogo para ingleses de La rebelión de las masas: "un gigantesco aparato jurídico para un derecho inexistente". Además, las nuevas democracias del centro y este de Europa nacieron condicionadas por el peso de la amarguísima herencia de la guerra: gravísimos daños materiales, formidables desajustes económicos, fuerte endeudamiento exterior, inflación, inestabilidad monetaria, pago de reparaciones (en el caso de los países derrotados), sostenimiento de ex-combatientes, viudas y huérfanos, desempleo, problemas de tipo étnico, conflictos fronterizos. El legado de la guerra hipotecó decisivamente el futuro de la democracia en aquella región de Europa. Polonia se vio de inmediato -de abril a octubre de 1920- implicada en una durísima guerra con la Rusia soviética y en una agria disputa con Lituania en torno a Vilna. En Hungría ni siquiera hubo democracia: el almirante Horthy estableció entre 1920 y 1944 una dictadura personal, un régimen autoritario, antisemita y contrarrevolucionario, bajo la fórmula de una regencia de una monarquía que nunca restauró. En el Reino de los serbios, croatas y eslovenos - el nombre de Yugoslavia no se adoptó oficialmente hasta octubre de 1929-, los conflictos étnico-nacionalistas debidos sobre todo a la oposición croata a la Constitución de 1921, estallaron pronto. En 1928, tras el asesinato en el propio Parlamento del dirigente croata Esteban Radich por un diputado radical serbio, los croatas proclamaron un Parlamento separado en Zagreb y declararon rotas las relaciones con Belgrado: el rey Alejandro I suspendió la Constitución y proclamó la dictadura. En Austria, los años 1919-21 fueron años de crisis y de decadencia, de desmoralización colectiva, de inflación y hambre. El gobierno del canciller cristiano-social Ignaz Seipel hubo de apelar a la Sociedad de Naciones para negociar la concesión de un crédito internacional que financiase la reconstrucción del país: la economía austriaca quedó bajo control de un delegado de la SDN desde octubre de 1922 a julio de 1926. La república, pues, quedó marcada por el fracaso económico y, con ello, por la agitación nacionalista pro-alemana, los choques entre nacionalistas y socialistas y las tensiones sociales. El 15 de julio de 1927, Viena, ciudad de predominio socialista, fue escenario de una huelga general como protesta por la absolución de tres nacionalistas acusados de haber dado muerte a dos socialistas: el Palacio de justicia fue incendiado por los huelguistas.
contexto
"Me dieron el nombre clave de "Cicerón", porque era el nombre de un romano famoso por su elocuencia. Von Papen pensaba que los documentos con los cuales yo le familiaricé también eran muy elocuentes..." En efecto, durante los meses de noviembre y diciembre de 1943, comenzaron a desfilar ante la Leica de Cicerón documentos tan confidenciales como los que trataban de la operación Overlord, el abastecimiento a las tropas soviéticas, las rutas seguidas por los convoyes USA para abastecer a la URSS, la situación de Turquía ante la guerra... El esfuerzo combinado de todos los escenarios bélicos para favorecer la apertura del nuevo frente era tema favorito de los mensajes de Churchill, que elegía ese crítico momento para que Turquía entrase en campaña. Todos estos graves temas seguían haciendo fluctuar a Cicerón entre dos polos: su ambición y su deseo de disfrutar el dinero obtenido de los alemanes, para lo que necesitaba que Turquía no entrase en guerra y Bazna se daba perfecta cuenta de que su espionaje contribuiría a evitar las tentaciones bélicas de su Gobierno, por lo que se esforzaba en que ni un sólo documento pasase por la embajada sin que su Leica lo hubiese fotografiado. Y, así, Cicerón, fotografió, por ejemplo, los acuerdos de la Conferencia de Teherán y, así también, Bazna se enteró de que los servicios secretos de todo el mundo jugaban con su nombre. En Alemania tenía detractores y defensores. En Londres había una gran preocupación. En los EE.UU, se comprometieron a entregar a Cicerón en bandeja a los Servicios Secretos británicos. En Turquía, los medios oficiales mostraban su preocupación por la excelente información de los alemanes a cerca de sus relaciones con Inglaterra... Bazna, al menos, había conseguido la celebridad. Cicerón fue el espía más famoso de la II Guerra Mundial.