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El empirismo constituye el segundo gran movimiento de la filosofía moderna. El empirismo es una doctrina relativa a la naturaleza del conocimiento. Históricamente han existido dos aspectos en el empirismo. Uno de ellos, denominado empirismo psicológico, niega la existencia de conocimientos innatos y defiende que todo conocimiento deriva de la experiencia de los sentidos. El otro, llamado epistemológico, establece que todo conocimiento debe ser justificado recurriendo a la aprobación de los sentidos, de modo que no es conocimiento a menos que lo que se afirma sea corroborado por los sentidos. En realidad, ambos aspectos de esta doctrina han ido unidos o relacionados. Asimismo, desde la Antigüedad, muchos filósofos (epicúreos y escépticos, fundamentalmente) han mantenido la tesis de que el conocimiento se adquiere mediante la experiencia, se justifica mediante la experiencia y no hay otra realidad que la que nos proporcionan los sentidos o la que es accesible a éstos. Sin embargo, fue durante el siglo XVII cuando se produjo la gran explosión del pensamiento o de la filosofía empirista, por contraste con la otra explosión, la racionalista. Y si geográficamente el racionalismo es continental, el empirismo del siglo XVII se desarrolló en Inglaterra, de tal manera que se habla de empirismo inglés, pues sus máximos representantes lo eran: Francis Bacon, Thomas Hobbes, John Locke, y, en el siglo XVIII, George Berkeley y David Hume. De los tres primeros el más notorio representante del empirismo fue John Locke. Su teoría política es hija de su filosofía práctica y utilitaria. J. Locke dedicó el libro primero de su obra, Ensayo acerca del entendimiento humano (1690), a demostrar que no existen ideas ni principios innatos. Si los hubiera, dice Locke, los poseerían todos los hombres desde el primer momento de su vida y ni lo uno ni lo otro ocurre. En consecuencia, no existen las ideas innatas (y entre éstas las de Dios, la de eternidad, la de infinito actual, la de sustancia, la de esencia real, la de libre albedrío, etc.). Negado eso, todas las ideas proceden de la experiencia. De esta tesis fundamental se deducen, a juicio de Locke, dos importantes afirmaciones: en primer lugar, que el problema fundamental a tratar es el del origen y la génesis de nuestras ideas, del conocimiento, esto es, cómo se originan a partir de la experiencia, ya que todas las ideas, sean simples, complejas o abstractas, proceden de ella. En segundo lugar, Locke afirma que nuestro conocimiento es limitado, no puede superar la experiencia, cuantitativamente sólo conoce lo que ésta conoce; y, en cuanto a su certeza, sólo poseemos certeza acerca de aquello que cae dentro de las fronteras de la experiencia. De los dos aspectos, el que se refiere a la génesis del conocimiento es el primordial, pues el otro se deriva de éste. En realidad, Locke cuando argumenta de esa manera lo hace porque parte de un principio utilitarista: no busquemos saber más allá de lo que pueda ser útil para vivir. Las facultades y las capacidades del hombre son débiles e imperfectas: el conocimiento perfecto y absoluto está lejos de ser posible y definitivo. De esa manera, Locke rechaza las hipótesis metafísicas acerca de la naturaleza y la esencia del alma, la acción del alma sobre el cuerpo y la de éste sobre aquélla, pues lo verdaderamente importante es lo útil. En definitiva, sólo se ha de estudiar el espíritu del hombre, la manera cómo sus ideas se forman y conjugan, y cómo el conocimiento se aplica a la práctica, pues el espíritu es como una tabla rasa que espera que se graben en ella los caracteres, es como una cámara oscura que espera la llegada de los rayos solares. A pesar de que la teoría de Locke sobre la génesis de las ideas se opone radicalmente a la construida por Descartes, en cambio, la noción de idea en Locke es la misma que introdujo el filósofo francés. Tanto para éste como para aquél, el conocimiento es siempre conocimiento de ideas, pues no conocemos directamente la realidad, sino nuestras ideas (imágenes o representaciones) de la realidad. Locke distingue dos clases de ideas: ideas simples e ideas complejas, que a su vez son producto de la combinación de ideas simples. Entre las ideas simples o átomos del conocimiento, distingue Locke dos tipos: las que provienen de las sensaciones (la experiencia externa) y las que provienen de las reflexiones (la experiencia interna o conocimiento que la mente tiene de sí misma). Entre estas últimas es preciso destacar la idea de pensamiento, ya que por experiencia interna percibimos qué pensamos y en qué consiste el pensar. Y también las ideas de atención, memoria, voluntad, duración, etc. Entre las ideas de sensación, Locke distingue las ideas de las cualidades primarias (figura, tamaño, movimiento) y las de las cualidades secundarias (colores, olores, sabores, sonidos, etc.). Y sin apartarse de lo que ya habían establecido Galileo y Descartes, Locke reafirma que en los cuerpos (en la materia) sólo existen realmente las cualidades primarias, que representan las cosas tal como son: extensión, forma, peso, movimiento, existencia, duración. En cambio, las cualidades secundarias son producidas en nosotros por la impresión, que causan sobre los sentidos, los movimientos pequeños de la materia o de los cuerpos. Las ideas complejas provienen de la combinación de las ideas simples. En el conocimiento de éstas, el entendimiento humano es pasivo, se limita a recibirlas, pero en la elaboración de las ideas complejas el entendimiento es activo, actúa combinando y relacionando ideas simples. Locke clasifica las ideas complejas en tres grupos: ideas de sustancias, de modos y de relaciones. Las ideas de sustancias, tales como la idea de hombre, de árbol, de piedra, todas las que se refieren a la materia, sean cosas u objetos, son complejas, esto es, compuestas de una serie de cualidades o ideas simples. Tomemos una cosa, un objeto, el oro: es amarillo, es fusible, es dúctil. U otra, una flor, la rosa: es roja, es agradablemente olorosa, sus pétalos son suaves al tacto. Conocemos el oro y la rosa por las ideas simples que la experiencia nos muestra de ellos constantemente agrupadas. Es decir, designamos un grupo de ideas simples por un solo nombre: oro y rosa. Las ideas simples están ligadas y forman un todo único, lo que da lugar a la constitución del oro o de la rosa. Pero eso no es el oro o la rosa. Es sólo lo que percibimos de esos objetos. Es decir, Locke va más allá al afirmar que ni siquiera las cualidades primarias constituyen los elementos reales de las cosas, puesto que no cabe concebir a dichas ideas simples existiendo por sí mismas, sin una sustancia a la cual sean inherentes y que no conocemos. Realmente no sabemos, concluye Locke, qué es el oro o qué es la rosa; desconocemos la sustancia, el soporte de las cualidades. La sustancia es incognoscible, un no sé qué. Pero si un objeto posee siempre las mismas cualidades y no otras por las cuales lo conocemos, es que tiene una determinada estructura. Para Locke, eso es igualmente desconocido. Por tanto, la consecuencia final del empirismo de Locke es que no conocemos el ser de las cosas, sólo conocemos aquello que la experiencia nos muestra, esto es, un conjunto de cualidades sensibles. De ese modo, concluye Locke, la experiencia es el origen y también el límite de nuestro conocimiento. De esa manera, Locke consolidó e impulsó los fundamentos de la ciencia experimental, descartó la objeción de principio a la atracción newtoniana y desacreditó las especulaciones metafísicas y teológicas, nocivas, absurdas e inútiles para el orden social, pues el hombre sólo puede aceptar y alcanzar aquello que le permita su razón. Esta, sin embargo, es impotente para el descubrimiento de las sustancias de las cosas, por lo cual el hombre deberá atenerse a la verdad probable, aunque no rechace lo incomprensible. Precisamente por ello, Locke nunca rechazó que existiera una realidad fuera o distinta de nuestras ideas. Al tratar la existencia de la realidad, Locke distingue, coincidiendo con Descartes, tres ámbitos distintos: el yo, Dios y los cuerpos. De la existencia del yo tenemos una certeza intuitiva. De la existencia de Dios poseemos una certeza demostrativa, pues utilizando el principio de causalidad, Dios es la última causa de nuestra existencia (las ideas simples ofrecen del hombre la idea compleja de un ser contingente y la existencia de este ser contingente supone la existencia de otro eterno y todopoderoso que ha creado en el hombre la facultad de conocer). Y, por último, de la existencia de los cuerpos poseemos una certeza sensitiva, ya que nuestras sensaciones atestiguan su presencia, al mismo tiempo que ellos son la causa de nuestras sensaciones. Algunas de estas afirmaciones serían corregidas en el siglo XVIII por dos empiristas clásicos: Berkeley y Hume.
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La crisis financiera internacional de 1873 repercutió seriamente en América Latina y como consecuencia de la misma muchos países llegaron a la suspensión de pagos y la cotización de los bonos de los países deudores cayó en picado. Los banqueros británicos se negaron a negociar nuevos empréstitos mientras permanecieran esas condiciones. En algunos países, como Perú y los de América Central, la crisis condujo a la recesión y tras la suspensión de pagos, las dificultades para conseguir dinero fresco en los mercados internacionales fueron enormes. En otros, pese a las dificultades, no se llegó a la bancarrota y la recuperación fue más rápida. De todas formas, la negociación con los bancos extranjeros y los tenedores de los bonos fue lenta y complicada, y los Estados más ricos y de mayor dimensión, como Argentina, Brasil o México, estaban en condiciones de negociar desde una postura más ventajosa. A fines de la década, y especialmente en la década de los 80, las exportaciones recomenzaron su camino ascendente y de este modo las economías se expandieron. Ante el optimismo que se vivía se abandonó la situación cautelosa de los años anteriores frente al endeudamiento externo y volvieron a contratarse empréstitos en los mercados financieros internacionales. La negociación fue muy selectiva y dos países (Argentina y Uruguay) recibieron el 60 por ciento del total de los empréstitos negociados en los años 80. La gran liberalidad argentina a la hora de contratar créditos se iba a dejar sentir en los desastrosos efectos que la crisis de 1890 tuvo sobre su economía, y no sólo en el sistema monetario y financiero. También hay que considerar la recesión, los apuros de las haciendas públicas en sus distintos niveles y el aumento en el número de quiebras. Una de las consecuencias que la larga renegociación de la deuda tuvo para la política argentina fue que el gobierno central se hizo cargo de las deudas de las provincias y ayuntamientos. De este modo, al concentrar el gobierno el poder financiero en sus manos se dio un golpe muy fuerte a las tendencias federalistas imperantes en el país desde la emancipación. En 1914 los gobiernos latinoamericanos tenían deudas en los mercados internacionales por un valor superior a los 2.000 millones de dólares. La mitad correspondía a empréstitos contratados en el siglo pasado, que aún se seguían pagando, y el resto a nuevos empréstitos negociados durante el auge crediticio que se extendió de 1904 a 1914. Después de la guerra, y más concretamente entre 1921 y 1928, la mayoría de los países latinoamericanos entró en una verdadera vorágine crediticia. En esos años se emitieron 50 empréstitos nacionales, 40 provinciales y 25 municipales, por un valor cercano a los 2.000 millones de dólares. Brasil fue el país más endeudado en todos estos años, con 600 millones de dólares. También aumentaron considerablemente sus riesgos Argentina, Chile y Colombia. En términos per cápita, los países más endeudados fueron Cuba, Bolivia y Uruguay.
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La llegada de Netanyahu al poder, en 1996, devolvió a Sharon al protagonismo político, entregándole, primero, el Ministerio de Industria y Comercio y, en 1998, Exteriores. Su designación constituía una evidente declaración de intenciones del jefe de Gobierno: desafío a la opinión pública internacional, situando al frente de su representación exterior al presunto responsable de un genocidio y nombrando interlocutor de los palestinos, en plena negociación del proceso de paz, a su mayor enemigo y al más duro opositor a la retirada de los territorios ocupados. La oposición de Sharon al proceso de paz sería aún más clara a partir del verano de 1999, tras la victoria de los laboristas y la llegada al poder de Ehud Barak. Sharon dejó sus cargos públicos, pero siguió en la Knesset como diputado del Likud y jefe de la oposición al Gobierno. Desde esa plataforma se opuso a que Barak hiciera concesiones a los palestinos en las interminables rondas de las conversaciones de paz e impulsó la implantación de nuevos asentamientos en los territorios ocupados y el incremento de los colonos. Maniobró para desintegrar la coalición gubernamental y consiguió que el Parlamento encadenara a Barak, impidiéndole cualquier concesión a los palestinos sin la aprobación de los diputados. Para entonces -primera mitad del año 2000- parecían ya ínfimas las posibilidades de un acuerdo entre Israel y la Autoridad Palestina para la proclamación de un Estado Palestino. Las negociaciones sobre la evacuación israelí de los territorios ocupados, el reparto de Jerusalén, la progresiva eliminación de los asentamientos judíos en los territorios palestinos, estaban paralizadas. De impedir los acuerdos se encargaba por parte de Israel -al margen de la torpeza de Barak- la oposición encabezada por Sharon y, por parte palestina, la resistencia a hacer más concesiones. Arafat no quería hipotecar los derechos palestinos para lograr un mal acuerdo, pero tampoco disponía de margen de maniobra.
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El expresionismo abstracto llevaba a un callejón sin salida. Los únicos que supieron salir de él fueron los que no lo hicieron: Pollock que precipitó su muerte al volante de un coche, Millares, al que se llevó una enfermedad -los dos en plena gloria- o Wols, que se suicidó cuando empezaba a dejar el alcohol, Rothko...Por un lado, la expresión de la angustia existencial, las tensiones interiores y la exhibición impúdica del yo más íntimo habían tenido todo el desarrollo que necesitaban; por otro, la vanguardia estaba institucionalizada: todo el mundo hablaba de arte, los expresionistas abstractos estaban en los museos, las revistas se ocupaban de ellos, exponían en todas partes -las galerías eran suyas-, vendían y el "poder se había apoderado de su discurso". Pollock -sus dibujos- vendía casas para la compañía Country Homes Inc., a través de la Partisan Review, y Millares montaba escaparates en El Corte Inglés de Madrid, con alpargatas viejas, sacos manchados y tubos rotos.El expresionismo abstracto, el informalismo, la vanguardia, habían dejado de gritar; ahora susurraban en voz baja y agradable a los oídos de un público con posibles para colocar sus elegantes y decorativos cuadros encima de una consola Luis XV o al lado de un paisaje impresionista.Una vez pasados esos gritos, se produce un enfriamiento de la pintura, tanto en Europa como en Estados Unidos. El enfriamiento parecía ya imprescindible o muy necesario, después de los alardes emocionales de Pollock, Rothko, etc., y tiene varias manifestaciones: simplificando mucho podemos hablar de una abstracta y otra que no lo es. La primera es la abstracción postpictórica y la segunda, la no abstracta -la figurativa- es el arte pop, que lleva a cabo el mismo proceso de enfriamiento, aunque por caminos diferentes y con medios también distintos.
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La muerte de Alexis trajo consigo una verdadera lucha por el poder al existir varios candidatos a ocupar el trono, concretamente sus hijos Fedor e Iván, nacidos de su primer matrimonio con María Miloslavski, y su otro hijo, Pedro, fruto de su segunda unión conyugal con Natalia Narychkyn. Las dos ramas de la familia se enfrentaron por la sucesión, ocupando una posición destacada dos mujeres, una en cada bando: Sofía, la hermana mayor de Fedor e Iván, en el de los Miloslavski, y la zarina Natalia, en el de los Narychkyn. En la Asamblea de 1676 se decide el nombramiento como zar de Fedor III, que tendría un breve reinado al fallecer sin descendencia en 1682. Influenciado por Natalia, antes de morir Fedor reconoció como sucesor al hijo de ésta, Pedro, hecho no aceptado por Sofía, quien provocando la sublevación de los streltsi consiguió que se nombrase conjuntamente a Iván y a Pedro como soberanos, debiendo éste gobernar tras aquél, aunque en realidad ni uno ni otro mandaron nada en un primer momento ya que fue Sofía, al proclamarse regente, dada la corta edad de los herederos, la que se convirtió en el personaje clave durante los años de su gobierno (1682-1689). El triunfo de los Miloslavski sobre los Narychkyn pareció claro, siendo éstos apartados de los centros de decisión y perseguidos. En nombre de Iván V, que moriría en 1696 cuando ya había sido derrocado por su hermano Pedro, Sofía gobierna Rusia, apoyándose en el príncipe Galitsyn y contando mientras puede con la ayuda de las tropas del zar. Pero éstas, contaminadas por el problema religioso (cisma) que se había planteado dentro de la Iglesia ortodoxa, extendiéndose a la vida política y provocando protestas sociales, retiraron parte de su apoyo a la regente y se opusieron a su consejero, lo que supo utilizar el joven Pedro para provocar un golpe de Estado y apoderarse del poder. El reinado del zar Pedro (1689-1725) sería de enorme trascendencia para Rusia, alcanzando tanto el soberano como el país una grandeza hasta entonces no tenida.
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Para Dalí las imágenes o los argumentos de importantes magnatarios políticos como Lenin o hasta el propio Hitler constituía un gran repertorio al que acudir. En concreto, el personaje de Hitler le obsesionó hasta tal punto que pidió a los surrealistas una sesión extraordinaria para discutir sobre "la mística hitleriana desde un punto de vista de lo irracional nietzscheano y anticatólico", intervención que provocó la exclusión temporal de Dalí respecto al grupo, aunque siguió colaborando con ellos. Con estas palabras Dalí afirmaba su especial interés por éste: "Yo estaba fascinado por la espalda blanda y rolliza de Hitler, siempre tan bien fajada dentro de su uniforme. Cada vez que empezaba a pintar la correa de cuero que, partiendo de su cintura, pasaba al hombro opuesto, la blandura de aquella carne hitleriana, comprimida bajo la guerrera militar, suscitaba en mí tal estado de éxtasis gustativo, lechoso, nutritivo y wagneriano que hacía palpitar violentamente mi corazón, emoción tan rara en mí que ni siquiera me ocurría haciendo el amor... Además yo consideraba a Hitler como un masoquista integral, poseído por la idea fija de desencadenar una guerra para perderla luego heroicamente". Poco después llega el verdadero periodo de conflicto internacional, en el que Dalí muestra la angustia de muchos países europeos ante el avance de Hitler. El teléfono cuyo auricular e hilo están rotos se suspende sobre una débil rama de olivo recién podado que no muerta simbolizando la premonición de la Guerra. Sobre el plato una pequeña fotografía de Hitler y sobre la rama, un paraguas que cuelga representa al político inglés Chamberlain y sus intentos de negociación con Hitler. Es también un homenaje al teléfono como instrumento imprescindible durante el periodo de entreguerras, sobre todo entre los años 1937 y 1939, por su vinculación a las numerosas llamadas telefónicas en busca de la paz.
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En su etapa metafísica Chirico combinaba "en una sola composición escenas de la vida contemporánea y visiones de la antigüedad que producían una realidad de ensueño muy pertubadora". Este tipo de pintura se difunde a través de la revista "Valori Plastici", y juega un papel decisivo en la pintura surrealista. Su mundo mágico, onírico, de ciudades desoladas, fuertemente geometrizadas, con perspectivas que parecen salidas de un tratado renacentista, vacías, muertas, en las que el tiempo se ha detenido y por las que no pasa más que algún extraño maniquí sin rostro -deshumanizado él también, como la ciudad-, ejerce una atracción fatal sobre los surrealistas, empezando por el mismo Breton.
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Es la época de imágenes múltiples simultáneas como Afgano invisible con la aparición en la playa del rostro de García Lorca en forma de frutero con tres figuras, Aparición de rostro y frutero en una playa, Playa con teléfono, etc. Como sabemos, en esas obras el artista deja a la imaginación del espectador la posibilidad de establecer diversas lecturas interpretativas. Esta obra fue expuesta en 1939 en la galería de su representante en Nueva York, Julien Levy. En el catálogo se publicaron, de forma adicional, seis dibujos que explicaban la progresiva descomposición de la imagen y sus interpretaciones posibles. La primera se refiere a la playa del Cabo de Creus, sobre el que se recorta una figura femenina vista de espaldas en el acto de coser una vela y arreglar el bote. La segunda, en cambio, es un filósofo reclinado que no tiene nada que ver con la anterior. La tercera se detiene en la descripción del rostro de un deficiente mental tuerto. Junto a ésta, la cuarta posibilidad de lectura define a un animal, un galgo. La quinta, a un instrumento musical, una mandolina. La sexta, a un frutero con peras y dos higos sobre una mesa y, por último, la séptima, a un animal mitológico. El desarrollo del método de la paranoia-crítica al que había llegado Dalí, había revolucionado la pintura surrealista hasta sus últimas consecuencias en el año 1939. Al respecto, el líder de los surrealistas franceses, André Breton, argumentaba que dicho método servía también para "confeccionar pasatiempos tipo crucigramas".