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Buena parte de las esculturas del Cerro corresponden ya a la etapa en que las culturas ibéricas ha caído bajo el dominio político de Roma, con la consecuencia de que su arte iba a verse modificado con el tiempo, a resultas de ese hecho decisivo. La continuidad de la tradición artística anterior y la renovación de los productos de los talleres ibéricos por la presencia romana tienen precisamente allí un perfecto ejemplo con la realización, al estilo del taller, de los palliati o las figuras retratísticas. Muchas obras pueden ser tenidas como producto de esta etapa de transición. Recordemos, por citar algunas que enlazan con los tipos escultóricos más antiguos, a los leones, toros y otras figuras animales, realizadas también con sentido funerario ya en época romana, entre ellos los leones de Borros y Asta Regia, en Cádiz, los toros de Osuna (Sevilla), o la Loba del Cerro de los Molinillos de Baena (Córdoba). Un notable conjunto de esculturas y relieves de Osuna y Estepa figuran entre los reconocidos habitualmente como expresión del paso de la tradición ibérica a la ya romana o iberorromana. El más importante procede de Osuna, la antigua Urso, de floreciente pasado protohistórico y convertida en colonia por decisión de Julio César. Los relieves de esta ciudad constituyen otro conjunto de valoración y clasificación difíciles por el hecho de que no aparecieron en su lugar originario, sino como piezas aprovechadas para la construcción o el relleno de una muralla de emergencia, levantada en la ciudad por los pompeyanos para hacerse fuertes contra los partidarios de César. Construida sobre parte de la necrópolis, quedaron en ella apilados buena cantidad de sillares, elementos arquitectónicos diversos y piezas escultóricas y relivarias, procedentes en general de los monumentos funerarios desmontados al efecto. Los ensayos de poner en orden las obras, como el realizado por Pilar León, tienden a distinguir, al menos, dos series de distinta época: de la transición del siglo III al II a. C., y de comienzos del I a. C. A la primera corresponderían, entre las piezas más representativas, una estela de forma aproximadamente triangular con un jinete, y sillares con los relieves de un guerrero a pie, unas damas oferentes, o el célebre sillar de esquina con dos figuras femeninas, una de ellas con una especie de capa, y otra con túnica ceñida por un ancho cinturón, que toca una doble flauta. Es esta la obra maestra del grupo, sobre todo por el primoroso trabajo del relieve y el porte digno de la figura. Muestra cierta desproporción, con una ya familiar macrocefalia. Es particularmente cuidadoso el peinado, muy complicado, a base de dos trenzas que rodean la nuca, sobrepuestas a un gran flequillo en cascada sobre la frente. Es curioso que repita casi exactamente un peinado que se puso relativamente de moda para estatuas varoniles griegas del primer clasicismo; el que lucen, por ejemplo, el Poseidón del Cabo Artemisión y el llamado Efebo Rubio. La serie más moderna representa, sobre todo, escenas de guerreros y, seguramente, juegos rituales funerarios, como el de la escena de la que queda un fragmento de un hombre bajo las garras de un gran felino. Los guerreros llevan caetra o escudos alargados de origen céltico, y algunos son de tipo ya claramente romano, como el célebre cornicen, la figura más airosa del conjunto. No obstante, en ésta como en las demás, se advierten las limitaciones de un taller que parece deudor de la tradición plástica anterior y puesto al día como efecto de la romanización, que se desenvuelve con mayores dificultades en las superposiciones e imbricaciones de figuras para la representación de las escenas de lucha o de otro carácter. Ciertos paralelismos con los relieves romanos del llamado Altar de Domicio Enobarbo, han apoyado la posibilidad de una fecha cercana al año 100 a. C. para esta segunda serie. Los relieves de guerreros de Estepa son de estilo muy parecido, y también reflejo de la romanización de los talleres turdetanos. Es el fenómeno artístico que puede representar también la escultura funeraria de un grupo matrimonial, hallada en la Torre de los Herberos, donde se localiza la antigua Orippo (en el término de Dos Hermanas, Sevilla). Visten a la romana, y a esta tradición corresponde el tipo escultórico, pero en su arte se advierten rescoldos de la plástica ibérica. Están esculpidos en caliza, estucada y pintada después, como la Dama de Baza. A. García y Bellido fechó el grupo hacia el cambio de Era.
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Al igual que sucediera con el Paleolítico Superior, el Epipaleolítico peninsular cuenta con mejores evidencias en la periferia que en el centro, zona vacía de yacimientos con la excepción de algún taller al aire libre de cronología y atribución dudosa. Al igual que sucediera en el resto de Europa, también aquí se va a asistir a una compartimentación cultural marcada, de clara base regional. En la región cantábrica la secuencia epipaleolítica comienza con la industria Aziliense, claramente derivada del Magdaleniense Final, tal y como puede verse en algunos yacimientos como la cueva de la Pila (Cuchía, Cantabria), donde se dan numerosas ocupaciones intermedias entre uno y otro. Este Aziliense retiene las características ya vistas en el caso francés, incluyendo la adaptación al microlitismo y la evolución en la morfología de los arpones. Económicamente, estos grupos continúan con la caza-recolección, capturando ciervos y jabalíes sobre todo y completando su dieta con recursos vegetales, pesca de salmónidos en los ríos y marisqueo costero. En uno de los principales yacimientos de esta zona, la cueva de los Azules (Cangas de Onís, Asturias), J. Fernández-Tresguerres localizó y estudió el único enterramiento conocido de esta cultura. El rito funerario documentado parece ser semejante a los ya reseñados en el Paleolítico Superior. En esta zona el Aziliense desemboca, al menos en parte, en la cultura Asturiense, de marcado cariz costero. En esta nueva etapa las ocupaciones se centran cada vez más en el exterior de las cuevas que, como mucho, son utilizadas como basureros. Las sociedades de esta época continúan con los hábitos cinegéticos azilienses, pero ahora incrementan la explotación de los recursos marinos hasta el punto que sus principales yacimientos (Penicial, Balmori, La Riera, Liencres, La Franca...) acaban casi colmatadas por las conchas de las lapas consumidas (concheros). Como adaptación a este tipo de subsistencia, el Asturiense presenta como instrumento característico un pico, realizado sobre un canto rodado con técnicas que recuerdan a las del Paleolítico Inferior, cuya utilidad es precisamente permitir despegar las lapas. De esta cultura se conoce un enterramiento que presenta el cráneo trepanado. En el litoral atlántico los investigadores portugueses distinguen dos fases en este intervalo cronológico: una primera, denominada Epipaleolítico micro y macrolaminar, y una segunda considerada Mesolítica. La primera tiene muchos puntos en común con el Magdaleniense y con las industrias similares que se ven en la región mediterránea española, demostrando un cierto continuismo pese a tratarse de grupos humanos con una economía de amplio espectro. La segunda fase está compuesta por los conocidos concheros de Muge (Moita do Sebastiao, Cabeço da Arruda, Cabeço da Amoreira...), grupo cultural en el que se han localizado cabañas y fosas de almacenamiento de alimentos, así como un buen número de enterramientos. La industria lítica está compuesta ya por geométricos, mientras que apenas hay manufactura de piezas de hueso. Para acabar, en la franja mediterránea peninsular J. Fortea definió, hace ya algunos años, dos complejos epipaleolíticos parcialmente sincrónicos: el microlaminar y el geométrico. El primero no es nada más que un equivalente local del Aziliense, una evolución del Paleolítico Final caracterizado por la disminución en el tamaño de los raspadores y las hojitas, con dos facies diferentes (Mallaetes y San Gregori). Los complejos geométricos, más tardíos, parecen llegar por influencia francesa a partir del VIII milenio y dan lugar a variedades preneolíticas (Filador, Cocina...) contemporáneas de un tipo de arte lineal anterior al macroesquemático.
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Con la entrada de Sila en Roma (83 a.C.), renacen los peores sentimientos de los optimates a quienes no les bastaba ya con controlar el poder y suprimir muchas de las medidas llevadas a cabo por los populares. Su acción política va orientada a la eliminación física de toda la capa dirigente de los populares. Por la ley Valeria del 82 a.C., el Senado puso en manos de Sila todos los resortes del Estado. Sila fue nombrado dictador con poder legislativo y constituyente, dictotor legibus perferendis constituendaeque reipublicae. Con tales prerrogativas, tenía la autoridad plena para elaborar las listas de proscritos: cualquier inscrito en tales listas podía ser asesinado sin juicio previo. Un destacado miembro de los populares era Sertorio. Apartado del consulado, había recibido el encargo del gobierno de la Hispania Citerior, pero, cuando se dirigía a su provincia, se entera de que Sila lo ha destituido nombrando a otro gobernador en su lugar (año 81). A partir de ese momento, Sertorio se erige en el representante de la oposición al régimen silano. Sertorio había demostrado buenas dotes militares luchando contra los cimbrios. Tenía conocimiento de los pueblos de Hispania desde que, en el año 90, había estado ejerciendo de cuestor subordinado al gobernador Tito Didio. Desde este conocimiento de las potencialidades militares de los dos campos, sabía que, a pesar de derrotar a las tropas de Salinator nada más llegar a Hispania, no podría resistir nuevos enfrentamientos con un reducido número de soldados y partidarios políticos que le seguían. El mismo año 81, Sertorio embarca en Cartagena hacia el territorio del actual Marruecos, que se mantenía independiente de la autoridad romana. Su estancia en Mauritania le sirve para incrementar el número de seguidores y para buscar apoyos en las poblaciones de Hispania. El año 80, Sertorio vuelve a la Península Ibérica contando ya con la alianza incondicional de los lusitanos. En breve, se convierte en el refugio de muchos populares huidos de la persecución silana. Poco más tarde, dispone también de la ayuda de los celtíberos y de otras comunidades de Hispania. Las dotes militares de Sertorio son reconocidas incluso por la historiografía menos favorable a su persona. Combinó las tácticas del ejército legionario romano con las de la lucha de guerrillas practicada por los lusitanos, eligiendo una u otra modalidad según las condiciones del medio físico y el volumen de tropas del enemigo. Ahora bien, como le sucedió a Aníbal y a otros grandes generales, sus éxitos fueron empañados por la torpeza de sus lugartenientes. Durante los años 77-78, las tropas de Sertorio obtienen victorias importantes frente a Metelo, gobernador de la Ulterior. El relato de las acciones bélicas permite conocer el escenario de los enfrentamientos: Olisipo (Lisboa), Lacobriga (Lagos, cerca del Cabo de San Vicente), Consabura (Consuegra, Toledo) y también Ucubi (Espejo, Córdoba). La amenaza sertoriana conduce a que Cecilio Metelo intente crear una frontera de protección de la Bética con la fundación de asentamientos militares que llevan su nombre: Metellinum (Medellín), Castra Caecilia (cerca de Cáceres), Vicus Caecilius (junto a Puerto de Béjar) y Caeciliana (al suroeste de Lisboa). Los éxitos iniciales de Sertorio le llevan a orientar las acciones bélicas al territorio celtíbero buscando, a la vez, el impedir que las tropas silanas de Pompeyo desde la Citerior y las de Metelo desde la Ulterior se unieran y llevaran una acción coordinada. Así, sabemos de brillantes resultados militares de Sertorio obtenidos en Uxama (Burgo de Osma), Clunia (Coruña del Conde) y Calagurris (Calahorra). Y en los años 77-75, Sertorio pone sitio a Caracca (¿Taracena?, Guadalajara) y a Contrebia (Daroca, junto al Biloca). Pero mientras se desarrollan las actividades bélicas, los silanos y el propio Sertorio mantienen paralelamente una intensa actividad política con el fin de atraerse cada cual al mayor número de partidarios. Para los silanos, la muerte de Sila el año 78 les va a ofrecer la coyuntura para aislar progresivamente a Sertorío. El cónsul del año 78, M. Emilio Lépido, a pesar de una fuerte oposición, consigue desmontar gran parte de las medidas más brutales de Sila, pues permitió el regreso de los exiliados por Sila, restituyó tierras tomadas a los itálicos y reconoció de nuevo la autoridad de los tribunos de la plebe, la magistratura que había servido de apoyo para la defensa de los intereses de los populares. Aunque Pompeyo recibió el encargo de frenar la actividad de Lépido, no cambió lo sustancial de sus medidas políticas. A los mismos años 87-77 se atribuyen las intensas actividades diplomáticas de Sertorio. Con los mejores de los exiliados organiza en Hispania un Senado con el objetivo de crear un régimen paralelo al de Roma, un gobierno en el exilio, destinado a sustituir al Senado romano controlado por los optimates prosilanos. Pues Sertorio no pretendió nunca separar a Hispania de la obediencia de Roma sino apoyarse en las potenciales de los hispanos para desbancar a los grupos dominantes en Roma. Por otra parte, tomó un conjunto de medidas destinadas a estrechar los vínculos con las poblaciones de Hispania. Así, por primera vez, sus tropas no son dispersadas en guarniciones por las ciudades durante el invierno en que se paralizaban las acciones bélicas, atendiendo con ello a una aspiración profundamente sentida por los hispanos. Otra de sus actividades diplomáticas se orientó a propiciar la integración cultural de los hispanos: en Osca (Huesca) creó una escuela a la que eran enviados los hijos de ilustres familias hispanas para recibir una educación romana. El propio Sertorio inspeccionaba personalmente esta experiencia educativa que, además de ser bien vista por los hispanos, cumplía la función de servir para mantener más segura la fidelidad de los mismos que tenían a sus hijos como rehenes bajo la apariencia de encontrarse en proceso de formación. El éxito de la política de Sertorio se testimonia bien cuando comprobamos que muchos hispanos lo habían aceptado como a su jefe y se habían consagrado a él para defenderlo con su propia vida (devoti). Entre los años 76-73, las medidas políticas de Lépido y el reforzamiento de la unidad de acción de Pompeyo y de Metelo comienzan a dar sus frutos. Así, Hirtuleyo, lugarteniente de Sertorio, sufre dos derrotas en el 75 luchando contra las tropas de Metelo. Sertorio comienza a perder la iniciativa y no dispone del potencial económico de sus enemigos. Mientras Sertorio controla Sagunto y Valencia, espera ayuda de Mitrídates, rey del Ponto y uno de los enemigos mayores de la expansión romana por Asia Menor. Esta búsqueda desesperada de ayudas exteriores, unida a los efectos de las primeras medidas antisilanas de Lépido, van resquebrajando las fidelidades romanas hacia Sertorio. Y así, en el año 74, Cauca (Coca, Segovia) es tomada por Pompeyo quien, en cambio, no consigue adueñarse de Pallantia (Palencia); por otra parte, Metelo toma Bilbilis (Calatayud, Zaragoza), Segobriga y otros núcleos urbanos menores por más que Sertorio pueda seguir manteniendo el control de Calagurris. El año 73, sólo le quedan a Sertorio, Ilerda, Osca, Calagurris y la ciudad costera de Dianium (Denia, Alicante). El mismo año, Sertorio muere a manos de sus colaboradores más estrechos. Los asesinos de Sertorio sabían que contaban con una nueva realidad política en la nueva ley conocida como Lex Plautia de reditu Lepidanorum, por la que quedaban amnistiados todos los partidarios de Sertorio . Con el asesinato de Sertorio se probó una vez más que muchas fidelidades humanas no son nada sólidas si un tercero sabe cómo comprarlas. Tras el episodio de la Guerra Sertoriana, no se produjeron bruscos cambios en las comunidades hispanas. Ahora bien, para muchas de ellas, la coparticipación tan estrecha en las luchas internas de los bandos políticos romanos sirvió de instrumento para una aceleración del tiempo histórico. Algunos campamentos militares creados durante estos años se trasformaron en ciudades: las fundaciones de Cecilio Metelo y la de Pompeyo en Pompaelo (Pamplona) son testimonios elocuentes. Otras ciudades se acercaron a la romanización a través de la integración de sus hijos menores en la cultura romana o simplemente por medio de alianzas y contactos con los romanos de uno u otro bando. La guerra fue aprovechada por Pompeyo para establecer sólidos vínculos de patronato con otras muchas.
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El 2 de agosto de 1914, Alemania puso en marcha el "Plan Schlieffen modificado". Ese día, sus tropas invadieron Luxemburgo, y el día 4, Bélgica, como parte de una formidable operación -7 ejércitos, 1.500.000 hombres, bajo el mando de prestigiosos generales como Von Kluck, Von Bülow y otros- cuyo objetivo era converger sobre París desde el nordeste. Francia puso de inmediato en funcionamiento su plan de campaña elaborado por el general Joffre en 1913: una ofensiva de cinco de sus ejércitos por Alsacia-Lorena para avanzar hacia Metz y penetrar en territorio alemán. El día 6, los ingleses desembarcaron una Fuerza Expedicionaria de unos 150.000 soldados, mandados por el mariscal sir John French, que se posicionó a la izquierda de las tropas francesas, a lo largo de la frontera belga, entre la costa y Mons. En el frente oriental, el Ejército ruso -que en total sumaba 30 cuerpos y 2.700.000 hombres- tomó la iniciativa: el 12 de agosto, dos ejércitos, mandados por los generales Rennenkampf y Samsonov, invadieron Prusia oriental (por el este y el sudeste, en una operación de tenaza) para atacar al VIII Ejército alemán -200.000 hombres- colocado en misión de contención entre Koenisberg y el Vístula. Mucho más al Sur, tropas austríacas, mandadas por Conrad von Hotzendorf, avanzaron (10 de agosto) desde Galitzia hacia el Norte, penetrando en territorio ruso. Al tiempo, un tercer ejército ruso, mandado por el general Ivanov, trataba de salirles al encuentro cerca de Lwow (Lemberg). Finalmente, otro ejército austríaco -450.000 hombres- invadió Serbia, el 12 de agosto. A pesar de que encontraron fuerte resistencia en Bélgica -no tomaron Bruselas hasta el 20 de agosto-, los alemanes estaban antes de un mes a las puertas de París. La contraofensiva francesa por Lorena fue contenida en lo que se llamó "la batalla de las fronteras" (14-25 de agosto), y las tropas francesas, que sufrieron enormes pérdidas, se vieron forzadas a replegarse. La Fuerza Expedicionaria Británica hubo también de retirarse -aunque tras contener y causar graves bajas a sus enemigos- tras entrar en combate con los alemanes en Mons (23 de agosto). El Estado Mayor alemán (Moltke) llegó a pensar que sus tropas habían logrado ya la ventaja decisiva: incluso decidió sacar de allí algunos cuerpos de ejército y enviarlos al frente oriental (lo que resultó un grave error) donde, en principio, los rusos habían arrollado al VIII Ejército alemán. La ofensiva alemana sobre París, sin embargo, fue contenida. El ejército francés replegado sobre el río Marne (a unos 20 km.s. de la capital francesa) decidió lanzar un contraataque desesperado a partir del 5 de septiembre tras percibir ciertas debilidades posicionales del flanco derecho alemán, formado por los I y II ejércitos de Kluck y Bülow. El contraataque -diseñado por los generales Joffre, Gallieni, Foch y Sarrail- fue un éxito. Las tropas francesas, con el apoyo de la Fuerza Británica, lograron abrir una importante brecha en las filas enemigas. El día 9, los alemanes iniciaron la retirada replegándose (13 de septiembre) al norte del río Aisne, donde, mediante un sistema intrincado y casi inexpugnable de trincheras, alambradas, artillería y ametralladoras, afianzaron la línea. La "batalla del Marne", primera gran operación de la contienda -57 divisiones aliadas contra 53 alemanas- había salvado a Francia y para muchos fue el hecho decisivo de toda la guerra. A lo largo de septiembre y primeros días de octubre, los aliados intentaron, sin éxito, desalojar a los alemanes de sus nuevas posiciones (mientras éstos completaban la ocupación de Bélgica -donde Amberes había resistido desde el principio- y contraatacaban, también sin éxito, sobre Verdún, en Lorena). A partir del 10 de octubre, comenzó la carrera hacia el mar de los dos ejércitos, un intento por ocupar los principales puertos de la costa franco-belga. Los alemanes ocuparon Ostende pero no pudieron avanzar hacia Calais y Dunquerque porque volvieron a encontrar la tenaz resistencia del pequeño ejército belga, que se hizo fuerte en el río Yser (y que, desbordado, anegó la región abriendo las compuertas de Nieuwport). Los alemanes, entonces, desencadenaron un violentísimo ataque contra la línea aliada por la zona de Ypres (18 de octubre-22 de noviembre) defendida por los británicos que, pese a la intensidad de la ofensiva, mantuvieron la posición (habría, como se irá viendo, hasta cuatro batallas de Ypres, la última en marzo-abril de 1918). A finales de diciembre (17 al 29), los franceses intentaron a su vez romper la línea alemana, atacando por la comarca de Artois (Arras-Aubers-Neuve Chapelle) pero fracasaron. El frente occidental quedó desde ese momento, últimos días de 1914, estabilizado en una larga y sinuosa línea de unos 700 kms. que iba desde Ostende y Calais hasta Suiza, por el Artois (con el Somme), Picardía, Champaña (con Reims, entre los ríos Marne y Aisne), Lorena (con Verdún) y Alsacia. Y así permaneció, con los dos ejércitos apostados a lo largo de ella en trincheras fortificadas, separados a veces por distancias inferiores a 1 km., hasta la primavera de 1918, pese a las numerosas ofensivas y contraofensivas lanzadas por ambos bandos. Las expectativas alemanas de una guerra rápida y móvil se desvanecieron. La guerra en el frente occidental fue desde entonces una guerra de posiciones, con los ejércitos prácticamente inmóviles, y los soldados sometidos a la vida tediosa y miserable de trincheras (barro, frío, suciedad) que recogería toda la literatura de la guerra. La caballería perdió toda su efectividad. Los tanques, invención del teniente coronel británico Ernest Swinton, sólo empezaron a ser efectivos a finales de 1917 en la batalla de Cambrai (20 de noviembre). La aviación, no obstante el formidable desarrollo que experimentó, siguió teniendo un papel secundario y, a pesar de que los alemanes usaran dirigibles Zeppelin para bombardear ciudades, su potencia y capacidad como arma de combate eran, todavía en 1918, muy escasas, lo que no impidió que el código caballeresco que imperaba en los enfrentamientos aéreos hiciese de los primeros "ases de la aviación" héroes populares (como el alemán Manfred von Richthofen). La infantería, el número de hombres, fue el elemento decisivo: el número total de movilizados a lo largo de la guerra ascendió a 60 millones. Los bombardeos de la artillería contra las líneas de trincheras y el fuego de las ametralladoras contra los movimientos de la infantería fueron, así, las armas principales. La guerra en el frente oriental fue muy distinta. La sorpresa inicial rusa -victoria en Gumbinnen, el 20 de agosto de 1914, sobre el VIII Ejército alemán- fue una ilusión. Reforzados por los cuerpos de ejército y divisiones sacadas por Moltke del frente occidental y bajo nuevos mandos -el mariscal Hindenburg y el teniente general Ludendorff-, los alemanes reaccionaron de inmediato y primero destrozaron literalmente al ejército de Samsonov ("batalla de Tannenberg", 26-29 agosto) y luego forzaron la retirada desordenada de Rennenkampf ("batalla de los Lagos Masurianos", 9-14 de septiembre). Los rusos habían perdido unos 250.000 hombres; Prusia había quedado liberada. Al sur, en Galitzia, el ejército ruso rompió las líneas austro-húngaras (que perdieron unos 300.000 hombres), tomó Lemberg y penetró en profundidad por Silesia. En Serbia, los serbios rechazaron por completo (25 de agosto) la invasión austro-húngara. Pero de nuevo los poderes centrales reinvirtieron la situación. Hindenburg salvó a los austríacos -en cuyas filas, por cierto, formaban soldados de todas las nacionalidades del Imperio- avanzando hacia Varsovia (12 de octubre) y obligando a los rusos a concentrar tropas, trayéndolas incluso de Siberia, para salvar la ciudad, que fue en efecto defendida tras enfrentamientos de particular violencia e intensidad. Los rusos incluso pasaron a la ofensiva y a mediados de octubre, volvieron a invadir Silesia. Pero un nuevo contraataque alemán por la región de Lodz-Varsovia (11-25 de noviembre), perfectamente diseñado por Ludendorff para explotar los numerosos errores de posición y coordinación de los generales rusos (y en especial de Rennenkampf) provocó -de nuevo tras violentísimos combates con continuos ataques y contraataques por ambos bandos- la retirada de los rusos hacia la línea de los ríos Bzura y Rawka. La situación entre austro-húngaros y rusos en Galitzia (con fuertes combates en el sector Cracovia-Limanowa en noviembre-diciembre) quedó sin decidir. En los Balcanes, los serbios consiguieron repeler (15 de diciembre) nuevas ofensivas del Ejército austríaco a pesar de que éste había conseguido en un momento (2 de diciembre) tomar Belgrado: les infligieron, además, unas 100.000 bajas. La guerra en el frente oriental era, pues, una guerra de movimiento y brutal, en la que la superioridad en hombres de los rusos fracasó, con un coste de centenares de miles de bajas, ante la eficacia de la artillería, la superioridad táctica y la mejor dotación en munición y alimentos de los alemanes. Para finales de 1914, la guerra se había extendido a otros escenarios. Desde el comienzo, la marina británica había iniciado el patrullaje de los mares para cortar las líneas alemanas de suministro. A finales de agosto, atacó la base naval alemana de Heligoland causando 1.200 bajas a la marina alemana. Los alemanes, por su parte, minaron el mar del Norte y el 22 de septiembre, un submarino hundió tres cruceros británicos en esa misma zona. La guerra naval, aunque todavía reducida a escaramuzas aisladas, iba escalando. En el mayor encuentro inicial, los barcos ingleses hundieron en las islas Malvinas -8 de diciembre de 1914- la flota alemana de Asia oriental, mandada por el almirante Von Spee, que regresaba hacia mares europeos. Poco después, la marina alemana bombardeó Scarborough y Hartlepool, en la costa noreste de Inglaterra. Antes, en agosto, dos cruceros alemanes, el "Goeben" y el "Breslau", habían logrado refugiarse en Constantinopla tras eludir una implacable persecución por el Mediterráneo de un escuadrón de la marina británica. Los barcos fueron adquiridos por Turquía, un hecho premonitorio: el 29 de octubre, barcos turcos, incluidos los dos mencionados, bombardearon puertos rusos en el Mar Negro. De inmediato, Rusia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Turquía. La entrada de ésta en el conflicto -gran éxito de la diplomacia alemana- tuvo gran trascendencia estratégica: amenazó las principales posiciones imperiales británicas (Egipto, la India), creó problemas gravísimos a Bulgaria, Rumanía y Grecia -que se mantenían neutrales desde el comienzo de las hostilidades- y abrió un nuevo flanco de guerra al sur de Rusia. Los turcos iniciaron en diciembre de 1914 una ofensiva por el Cáucaso hacia la Armenia rusa y Georgia. Gran Bretaña declaró de inmediato el protectorado sobre Egipto y sus estrategas, y en especial Kitchener (ministro de la Guerra desde el 5 de agosto de 1914) y Churchill (ministro de Marina), empezarían ya a perfilar una campaña contra Turquía sobre la base de tres supuestos: una operación anfibia en los Dardanelos, un ataque por Mesopotamia con las tropas estacionadas en la India y una revuelta de las tribus árabes en Oriente Medio. En 1915, por tanto, la guerra sería ya una verdadera guerra mundial. Los "aliados" tomaron la iniciativa en el frente occidental. A lo largo de ese año, franceses y británicos atacaron por dos veces por la Champaña (16 de febrero a 30 de marzo, y 22 de septiembre a 6 de noviembre) y otras dos por el Artois (9 de mayo a 18 de junio, 25 de septiembre a 15 de octubre), mientras que los alemanes contraatacaron en Ypres (22 de abril-25 de mayo), usando por primera vez "gas mostaza" (fue por eso que Sargent pintó su famoso cuadro Gaseados). Fueron batallas de excepcional dureza que siguieron el modelo ya habitual en aquel frente: terribles bombardeos durante horas y a veces días de la artillería sobre las líneas enemigas y ataques frontales de la infantería, verdaderas avalanchas de hombres, después. A pesar de que en algún punto unos u otros conseguirían abrir brecha, los resultados fueron siempre insuficientes (ganancia, cuando la hubo, de algunos pocos metros) y las bajas abrumadoras: los franceses perdieron en las ofensivas de primavera unos 230.000 hombres, y otros 190.000 en las de otoño (en las que las bajas inglesas se elevaron a 50.000 hombres y las alemanas a 140.000). En el mar, los alemanes iniciaron el 18 de febrero el "bloqueo submarino" de Gran Bretaña. Los ingleses respondieron decretando a su vez el "bloqueo general" de Alemania, encomendando a su flota el registro de todos los barcos que se pensara pudieran dirigirse hacia puertos alemanes y el secuestro de sus productos. El 28 de marzo, un submarino alemán hundió un barco de pasajeros. El caso se repitió. El 7 de mayo, el U-20 hundió en aguas irlandesas el "Lusitania", que de Nueva York se dirigía a Liverpool, muriendo 1.198 personas, de ellas 139 norteamericanos. El 19 de agosto, otro submarino alemán, el U-24, hundió el "Arabic", donde también murieron pasajeros estadounidenses. Los casos horrorizaron a la opinión pública de los países neutrales y en especial, a la opinión norteamericana. El presidente Woodrow Wilson advirtió a Alemania que consideraría otro incidente de ese tipo como un acto deliberadamente inamistoso y, ante la posibilidad de que Estados Unidos entrase en la guerra, Alemania suspendió la actividad submarina por dos años. El alto mando alemán -a cuyo frente figuraba desde el 14 de septiembre de 1914, tras el cese de Moltke, el general Erich von Falkenhayn- concentró sus esfuerzos en el Este, con la esperanza de lograr una victoria decisiva sobre los rusos. Tras unos meses de lucha indecisa en Prusia oriental (febrero-marzo de 1915), el 2 de mayo comenzó una gran ofensiva austro-alemana por Galitzia. El éxito fue espectacular y para fines de junio, las tropas austro-húngaras y alemanas habían avanzado unos 130 km. y ocupado toda Galitzia y Bucovina. El 1 de julio, una vez fracasada, como enseguida veremos, la operación de los ingleses en los Dardanelos, los poderes centrales reanudaron su ofensiva, y con el mismo éxito. Por el norte, en el Báltico, los alemanes tomaron Curlandia y Lituania (y su capital Vilna), situándose a las puertas de Riga (Estonia); por el centro, entraron en Varsovia (4-7 de agosto) y avanzaron hasta conquistar Brest-Litovsk; en el sur, los austríacos completaron la conquista de todo el resto de Polonia. Cuando hacia el 20 de septiembre se detuvo la ofensiva, los rusos habían perdido Polonia y Lituania y más de un millón de hombres y alemanes y austríacos estaban sobre Ucrania. La línea de frente había quedado establecida entre Riga y Rumanía, por Pinsk y Czernowitz, en los Cárpatos. Rusia aún no estaba vencida, pero las carencias de sus ejércitos en municiones, ropas, alimentos, artillería y fusiles la convertían en el eslabón más débil de la cadena militar de los aliados. Éstos, y en especial los ingleses, pusieron gran parte de sus esperanzas -además de en los ataques frontales en el frente occidental- en eliminar a Turquía (porque ello les permitiría, además, restablecer la comunicación con serbios y rusos). Y en efecto, en enero de 1915 se aprobó el plan. Primero, se intentó una operación naval sobre los numerosos fuertes turcos que controlaban el estrecho de los Dardanelos, con la idea de despejar la ruta por mar hacia Constantinopla: los intentos fueron un fracaso, y tras el hundimiento por minas de varios cruceros (18 de marzo), la operación naval fue abandonada. Se procedió entonces a una gran expedición terrestre sobre la península de Gallípoli, pero optándose esta vez por actuar sobre la costa oeste, en el Egeo, zona comparativamente desguarnecida. El desembarco -cinco divisiones mandadas por el general Ian Hamilton, con un alto contingente de soldados australianos y neozelandeses- comenzó el 25 de abril. La idea era probablemente excelente. Pero se escogieron equivocadamente los dos lugares de desembarco: sendas playas estrechas rodeadas de acantilados. La operación fue un verdadero fracaso. Los turcos, dirigidos por oficiales alemanes, dominando las posiciones altas, batieron reiteradamente las posiciones aliadas. Éstas -reforzadas desde agosto por otras cinco divisiones que establecieron una tercera cabeza de puente en la bahía de Suvla- lucharon denodadamente entre mayo y mediados de octubre atacando en distintas ocasiones desde los enclaves en que se hallaban colocadas, pero siempre sin éxito. El 16 de octubre, Hamilton fue relevado y su sustituto, el general Monro, aconsejó la evacuación, que efectuó brillantemente entre el 28 de diciembre y el 9 de enero de 1916. Los aliados habían terminado por colocar en Gallípoli 450.000 hombres: los muertos se elevaron a 145.000 (Churchill dimitió y el poder de Kitchener como ministro de la Guerra quedó limitado cuando su gobierno nombró al general William Robertson jefe del alto mando militar imperial). En cambio, más al este, en Oriente Medio, los ingleses tuvieron inicialmente más fortuna. Las tropas del general Townshend tomaron a los turcos las ciudades de Amara y Nasiriya, en Iraq, y ya en septiembre, Kut-el-Hamara, comenzando el avance hacia Bagdad. Pero allí, Townshend fue detenido por los turcos y optó, ya en diciembre de 1915, por replegarse sobre Kut. Antes de transcurrido un mes del desembarco en Gallípoli y cuando el resultado de éste era todavía incierto, los aliados habían logrado un gran éxito diplomático: la entrada de Italia en la guerra, oficializada el 23 de mayo de aquel año (1915) cuando Italia declaró la guerra a Austria-Hungría. El 26 de abril, Gran Bretaña, Francia, Rusia e Italia habían concluido un "acuerdo secreto de Londres" por el que los aliados prometían a Italia, a cambio de su entrada en la guerra, el Trentino y el Tirol meridional, Trieste e Istria (es decir, la "Italia irredenta" todavía, como se recordará, bajo el dominio de Austria-Hungría), islas en el Adriático y en el Dodecaneso, territorios en Dalmacia y Albania -antiguas posesiones de Venecia- e incluso aumentos en sus colonias en Libia, Somalia y Eritrea. La operación tenía, desde el punto de vista militar, inmensas posibilidades. Se trataba de abrir un nuevo frente en la retaguardia sur de Austria-Hungría, lo que, con toda lógica, habría de forzar a ésta a detraer fuerzas de Rusia y Serbia. Pero las expectativas no se cumplieron. Las tropas italianas -nueve ejércitos, casi un millón de hombres, mandados por el general Luigi Cadorna- abrieron efectivamente el nuevo frente. Detuvieron el intento austríaco de atacar por los Alpes Dolomitas -entre Cortina d'Ampezzo y el lago de Garda-, y a su vez intentaron penetrar hacia Gorizia y Trieste por el río Isonzo, al nordesde de Venecia. Pero allí terminó todo. La guerra alpina resultó, por el terreno y por el clima, difícil y penosa, y pronto se redujo a pequeñas incursiones y acciones de la artillería de montaña. En el Isonzo, los italianos lanzaron hasta cuatro ofensivas entre junio y diciembre (y un total de doce, hasta octubre de 1917), pero lograron muy poco con un coste humano muy alto. Además, la entrada de Italia en la guerra fue pronto -octubre de 1915- contrapesada por la de Bulgaria, que lo hizo al lado de los poderes centrales una vez que éstos le prometieron Macedonia y los territorios que los búlgaros reclamaban desde antiguo a Rumanía y Grecia. Los aliados intentaron implicar a esta última en la guerra, pero las diferencias entre el primer ministro pro-occidental Venizelos y el rey Constantino, neutralista, lo impidieron. Con todo, Grecia autorizó el desembarco de un contingente aliado en Salónica, dos divisiones, apenas unos 13.000 hombres bajo el mando del general Sarrail (3-5 octubre de 1915). El 6 de octubre, el ejército austro-alemán, al mando del general Von Mackensen, invadió Serbia; el 14 lo hizo Bulgaria. El éxito de la campaña, una de las mejor planeadas de toda la guerra, fue impresionante. Para principios de diciembre, los austro-alemanes habían ocupado la totalidad de Serbia, Montenegro y Albania (donde, meses antes, los italianos habían desembarcado tropas y proclamado una especie de protectorado). Los búlgaros ocuparon Macedonia, rechazando el intento de Sarrail de detenerlos en el río Vardar. El ejército serbio quedó destrozado. Pero, tras una retirada angustiosa y heroica hacia Albania, unos 150.000 soldados pudieron salvarse y, mediante una operación de evacuación organizada por barcos franceses e italianos con protección británica (ya en enero-febrero de 1916), pasar a la isla de Corfú, entre Albania y Grecia. Los fracasos en los Dardanelos y en los Balcanes y el escaso éxito logrado en el frente italo-austríaco reforzaron la convicción del alto mando aliado -Joffre y el general Douglas Haig, que había sustituido a sir John French al frente de las tropas británicas- de que la victoria decisiva sólo podría lograrse en el frente occidental (donde a principios de 1916, los franceses tenían 95 divisiones, los ingleses 38 -y desde julio 55- y los belgas 6, frente a 117 divisiones alemanas). Tras numerosas discusiones se acordó que el ataque se realizaría por el río Somme, entre Arrás y Compiègne, y se preparó la ofensiva, que iba a suponer una impresionante escalada en el uso de material de guerra, para las primeras fechas del verano de 1916. Los alemanes se les adelantaron. Falkenhayn, también convencido de que la victoria decisiva se obtendría en el frente occidental, optó por una "guerra de desgaste" contra el ejército francés y escogió para ello atacar Verdún, en Lorena, sobre el río Mosa, frente a Las Ardenas y Luxemburgo, una vieja plaza-fortaleza rodeada de un anillo de fuertes -y por eso aparentemente de fácil defensa- pero donde los franceses no habían colocado ni siquiera una segunda línea de trincheras. El 31 de febrero de 1916, comenzó el ataque, un bombardeo de la artillería de escala e intensidad no conocidos previamente. El gobierno francés, presidido desde el 30 de octubre del año anterior por Briand, hizo de la defensa de Verdún -encomendada al comandante Philippe Pétain- una cuestión patriótica irrenunciable. Y en efecto, Verdún fue defendida a toda costa y la batalla, que se prolongó hasta el 11 de julio -cuando Falkenhayn ordenó a sus comandantes que se limitasen a defender sus posiciones que estaban a unos cinco kilómetros de la plaza- se convirtió en uno de los episodios más sangrientos, y también cruciales de la guerra. Los ataques y bombardeos alemanes fueron constantes a lo largo de aquellos cinco meses. La defensa francesa -bajo el emotivo lema del "¡No pasarán!" acuñado por Pétain-, por las condiciones de extrema dureza que soportó, transformó Verdún de inmediato en uno de los grandes mitos del heroísmo épico de la contienda. Falkenhayn había querido "desangrar" lentamente al ejército francés (que llegó a emplazar en Verdún a 259 de sus 330 regimientos de infantería), y efectivamente, los franceses tuvieron 550.000 bajas. Pero los alemanes perdieron 450.000 hombres, y lo que fue peor para ellos: la "leyenda de Verdún" constituyó una gran victoria francesa en la guerra psicológica y de propaganda que libraban ambos bandos. Los británicos no habían tenido tiempo para ultimar sus preparativos para la ofensiva del Somme, operación que sin duda habría aliviado la presión sobre Verdún. Los italianos atacaron (febrero-marzo) en el Isonzo pero sin lograr ventajas efectivas. Además, tuvieron que detener una nueva ofensiva austríaca en el Trentino (15 de mayo-3 de junio), que les produjo unas 150.000 bajas. Peor aún, en Mesopotamia los ingleses sufrieron un grave y humillante revés: el 29 de abril, Townshend capituló con sus 10.000 hombres ante los turcos en Kut-el-Hamara (capitulación apenas compensada por el inicio de la rebelión árabe contra Turquía que los ingleses habían estado fomentando desde octubre de 1914, y que estalló el 5 de junio de 1916 en el Hijaz, acaudillada por el emir de La Meca, Hussein). El alivio a Verdún vino de donde menos esperaban los alemanes: de Rusia. El 4 de junio, el general Brusilov, comandante del frente meridional, desencadenó una gran ofensiva lanzando cuatro ejércitos, con 40 divisiones, sobre las posiciones austro-húngaras en un frente de unos 100 kilómetros, entre las marismas de Pripiat y los Cárpatos. "La ofensiva de Brusilov" duró hasta el 10 de agosto, única operación de la guerra que llevaría el nombre de un general, fue un gran éxito. Los rusos rompieron la línea austro-húngara, tomaron poblaciones importantes (Lutsk, Chernovtsky), avanzaron entre 25 y 125 km. según los puntos, e hicieron unos 500.000 prisioneros. La ofensiva obligó, además, a los austríacos a retirar tropas del Trentino, y a los alemanes de Verdún (unas 7 divisiones): Brusilov creyó que había salvado a los aliados. Pero la ofensiva no pudo sostenerse. La reacción alemana, la falta de municiones, las dificultades en las comunicaciones -punto capital de toda la acción militar de los rusos- y por tanto los problemas de suministro y en el traslado de las reservas, dieron al traste con ella. Los alemanes contraatacaron; los rusos sufrieron un millón de bajas y sus ejércitos, agotados y desmoralizados, comenzaron a perder el espíritu de lucha y la fe en la victoria. A corto plazo, la ofensiva tuvo otro resultado que en principio pareció muy favorable a los aliados: Rumanía, cuyos derechos sobre la Bucovina, Transilvania y el Banato le fueron reconocidos, entró en la guerra el 27 de agosto, e invadió Transilvania (en Hungría) con vistas a confluir con las tropas de Brusilov. Pero la decisión acabó siendo contraproducente. Los alemanes, que habían tomado todo el peso de la guerra en los frentes teóricamente austríacos de los Cárpatos y los Balcanes, contraatacaron también en aquella región a partir de los últimos días de septiembre (cuando Falkenhayn se hizo cargo del frente, tras ser sustituido como jefe supremo militar por Hindenburg), mientras tropas germano-búlgaras mandadas por Mackensen atacaban a los rumanos en la Dobrudja. Rumanía quedó atrapada por la tenaza alemana: Bucarest cayó el 6 de diciembre. Los aliados, por tanto, volvieron a su tesis inicial, a la idea de la victoria en el frente occidental. El 1 de julio de 1916 comenzó "la batalla del Somme" cuando, tras cinco días de feroces bombardeos de la artillería, divisiones de la infantería británica y francesa se lanzaron en oleadas sucesivas sobre las líneas alemanas. Los objetivos tácticos de la batalla eran determinadas posiciones alemanas entre Arrás y Peronne. Pero el objetivo estratégico de Haig, responsable último de la operación, era "agotar" las reservas alemanas. Estaba convencido de que la infantería, y no la artillería, decidiría la guerra y confiaba en que continuos y sucesivos ataques frontales terminarían por provocar la ruptura, el colapso de las filas enemigas. Sólo el primer día, los ingleses, cuyo IV ejército mandado por Rawlinson llevó el peso de la batalla, tuvieron 60.000 bajas (de ellos 20.000 muertos). Pero Haig se obstinó en su táctica. Los ataques de la infantería se sucedieron durante seis meses, hasta el 19 de noviembre (hubo también algún ataque de la caballería, y los ingleses usaron por primera vez tanques, pero sin ningún éxito pues quedaron atrapados en el barro). Los ingleses tuvieron unas 400.000 bajas, y los franceses 200.000; los alemanes, 450.000. Los aliados habían avanzado unos 2,5 km.. y no habían tomado ni Arrás ni Peronne. Pero el Somme, al menos, distrajo a los alemanes de Verdún (ya quedó dicho que el ataque contra la fortaleza se detuvo en julio). En el otoño, los franceses, bajo el mando de los generales Nivelle y Maugin, pasaron al contraataque en ese frente y recuperaron, con nuevas y cuantiosas bajas, algunos de los fuertes que los alemanes habían tomado en primavera. El equilibrio militar parecía, por tanto, insuperable. Lo mismo ocurría en el mar, aunque sólo fuera porque las dos grandes flotas de la guerra, la inglesa y la alemana, habían procurado eludirse. Pero en 1916, una vez que se vieron forzados a detener la acción submarina, los alemanes, cuya flota era mandada por el almirante Scheer, decidieron probar las fuerzas. El 31 de mayo, enviaron hacia el mar del Norte su flota de cruceros -unos 42 barcos al mando del vicealmirante Hipper-, seguida a cierta distancia por el resto de la flota, otras 66 unidades, entre ellas 16 superacorazados tipo "dreadnought", con la idea de atraer a una trampa a la flota británica de cruceros del vicealmirante Beatty (51 barcos) haciéndole creer que sólo tenía enfrente a su homóloga alemana. Pero el cálculo alemán falló y el resultado fue el enfrentamiento frente al banco de Jutlandia, en aguas cercanas a Noruega y Dinamarca, entre las dos grandes flotas (Jellicoe, el almirante británico, movilizó, además de la escuadra de Beatty, 98 buques de guerra, entre ellos 24 "dreadnoughts"), la mayor batalla naval de la historia. El resultado fue incierto. En los dos días que duró el enfrentamiento, ambas partes perdieron parecido número de barcos, unos 25 en total, con unos 10.000 marineros muertos. Dada la superioridad británica, ello pudo ser interpretado por los alemanes como una victoria propia, pues además los barcos ingleses hundidos eran de más calidad y tonelaje que los alemanes. Pero al mismo tiempo, "la batalla de Jutlandia" mostró a los alemanes la imposibilidad de romper en superficie la hegemonía británica: en 1917, volverían a la lucha submarina (y ello terminaría por decidir la entrada de Estados Unidos en la guerra).
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Significaba, simplemente, una situación política entre los Estados en la que ninguno de ellos alcanzaba un poderío superior al de los otros y pusiera en peligro la independencia de los demás. Se trataba de una idea de finales de la Edad Media, aplicada a regiones geográficas mayores o menores que comprendían una pluralidad de territorios soberanos. El término fue acuñado por Francisco Guicciardini (1483-1540) con el fin de mantener y defender el statu quo en la península italiana, pero no constituyó nunca una orientación o normativa de la evolución histórica. Aunque aparecía como una recomendación oficial, de hecho se puede considerar al Tratado de Utrecht el principio para este período, ya que a partir de ese momento las guerras dinásticas o de gabinete, menos devastadoras que las anteriores y posteriores, proporcionaron mayores oportunidades para la actividad diplomática y la argumentación jurídica. En toda Europa existía un sentimiento legitimista, siempre sujeto a interpretación, por el que cualquier actuación o resolución precisaba la confirmación del resto de los Estados, siendo el caso más significativo la invasión de un territorio. Así, se llegó a la doctrina de la guerra justa, al problema de en qué medida y hasta qué punto el real o inminente engrandecimiento de un Estado podía significar una justificación bélica. Las negociaciones o discusiones entre contendientes, neutrales o rivales, nunca terminaban, de ahí la relevancia de la diplomacia, pues los conceptos de equilibrio, neutralidad, libertad de Europa o soberanía se definían o interpretaban de forma continua, al tiempo que se utilizaban en las conversaciones. Había una preocupación por comparar la fuerza de las diferentes potencias, que comprendía su posición en un momento determinado y el poder detentado en un futuro próximo. Unos pensaban en el equilibrio como en un sistema natural, porque era consecuencia de las relaciones internacionales, y cuando una gran potencia contaba con demasiada fuerza amenazaba a las otras, y por tanto, había que contrarrestar la desproporción. Otros, lo consideraban una meta deseada por la que había que luchar, ya que por sí mismo no neutralizaba las políticas personales de los soberanos, ni actuaba de manera independiente en el sistema internacional para impedir la preponderancia de un único poder. Ahora bien, la flexibilidad del concepto ayudaba a su aplicación, aunque era muy difícil de emplear en los desajustes regionales o zonales. Por ejemplo, con bastante frecuencia, el término se refería a los espacios báltico, alemán o italiano. Se empleaba en el campo negociador para explicar y justificar multitud de acuerdos, desde retoques fronterizos hasta repartos o invasiones. Al margen de la sinceridad con la que se aludía o usaba el concepto de equilibrio, pronto se convirtió en el modo más seguro de obtener asentimientos para determinadas actuaciones o, al menos, debilitar la resistencia o argumentos de los enemigos, tanto en temas puramente bélicos como diplomáticos. Para el siglo XVIII, los antecedentes inmediatos del concepto hay que buscarlos en la segunda mitad del Seiscientos, pero no entre los postulados políticos de Luis XIV, aunque hablaba de igualdad de poder o condominio en la distribución de la herencia española, sino entre los principios esgrimidos por Guillermo III de Orange. Bien era verdad que el monarca británico hablaba de la libertad de Europa, atacada por la ambición de Luis XIV, con la idea de preservar la independencia de bastantes Estados y proteger las instituciones tradicionales, eso sí, refiriéndose siempre a los intercambios, por cualquier motivo, de territorios. No obstante, el concepto se relegó a un segundo plano en los tratados de partición del Imperio español y en las declaraciones de guerra, pues la idea predominante consistía en evitar el engrandecimiento francés, tal como señalaba Charles Davenant. Otros ensayistas políticos británicos empleaban también el término para defender las actuaciones de sus compatriotas en los campos de batalla, por lo que se usaba con frecuencia entre los súbditos. Así, la reina Ana, antes del final de la Guerra de Sucesión, pedía la unión de todos los Estados para preservar el equilibrio europeo. Con la mayor presencia de Gran Bretaña en los foros internacionales de Europa, dicho concepto se extendió a principios del siglo XVIII, y hasta Versalles lo incluyó en su vocabulario diplomático con plena convicción a partir de 1715. Esta noción nunca estuvo referida al poder naval y, por tanto, resultaba mucho más difícil su aplicación en el mar y en las colonias. Dado el protagonismo de los británicos en los escenarios ultramarinos, la diplomacia francesa se esforzó por establecer los mismos criterios en sus disputas y se proyectaron coaliciones, como la de 1769, para alterar el sistema de Londres. Pero era casi imposible la evaluación del valor estratégico de las posesiones exteriores y la preparación y eficacia de la marina, aunque se podía calcular el número de barcos de guerra; además, los otros países integrantes de la comunidad internacional apenas tenían o carecían de intereses coloniales, de ahí que los argumentos versallescos no fueran escuchados en los foros de discusión y el conflicto se plantease sólo de manera bilateral. De todas formas, el resto de las potencias sabias que la presencia y hegemonía de Gran Bretaña en Europa se basaba en su preponderancia marítima. No existían normas claras para establecer el poder de las potencias y el peligro que suponían para el resto. En los círculos políticos se evidenciaba la falta de esa reglamentación por los continuos y airados debates mantenidos al respecto, por ejemplo, los derivados de la participación internacional en Italia. Alteraciones constitucionales, como en Suecia; cambios políticos, como en Rusia, o movilidad de recursos, como en Prusia, eran algunos de los elementos que aumentaban o disminuían el prestigio. Muy pronto se estableció una conexión entre estabilidad y conservación de la paz, convirtiéndose en tuna expresión pública adoptada de forma unánime, si bien la teoría distaba bastante de la práctica, debido a que tampoco se regularon las bases sobre las que se asentaba dicha relación. Hacia 1750, el concepto de equilibrio en Gran Bretaña contaba con múltiples interpretaciones, aunque ninguna de ellas cuestionaba el protagonismo en los foros internacionales y se decía que la seguridad continental, consecuencia de la balanza de poderes, requería la ausencia de una gran potencia desequilibradora. Después de 1755, con la reversión de alianzas, la idea de equilibrio fue menos utilizada por la certidumbre de que podía alterarse según criterios individuales mediante compromisos multilaterales. Entre 1763-1791, con Gran Bretaña, Francia y España compitiendo en los escenarios ultramarinos por la supremacía colonial y marítima, y con Austria, Prusia y Rusia enfrentándose por la hegemonía en el Este, la conexión, por asuntos de índole general, entre Europa oriental y occidental fue menos intensa y, por tanto, la noción de equilibrio menos relevante en el campo de la diplomacia y de las relaciones multiestatales. No obstante, el concepto todavía se utilizaba en la segunda mitad del siglo XVIII, en especial, tras el primer reparto de Polonia y el proyecto de desmembración del Imperio otomano. Junto a Gran Bretaña, se temía la alteración del statu quo y se pensaba en la forma de contrarrestar los desequilibrios producidos por esas u otras alteraciones semejantes.
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Habiendo sido en su origen una práctica, a continuación la coexistencia competitiva se convirtió, además, en una teoría. Lo fue, en primer lugar y sobre todo, por parte de los soviéticos, pues hay que tener en cuenta que la tesis de la "contención", tal como fue definida por Kennan partía de la posibilidad de que convivieran sistemas sociales y políticos antagónicos, al menos a medio plazo. En cambio, el sistema soviético siempre se había considerado incompatible a largo plazo con el capitalismo. En las circunstancias del mundo, en torno a 1956, era posible, sin embargo, desde una óptica soviética, hacer una interpretación parcialmente distinta. Pasadas las conmociones de la desestalinización, las fronteras de los dos sistemas en Europa habían quedado definitivamente fijadas por más que subsistiera el problema de Berlín que, por lo tanto, no es nada extraño que volviera a estar sobre el tapete. En Asia, el conflicto de Corea había quedado neutralizado. Subsistía, sin embargo, la conflictividad entre las dos Chinas por lo que no tiene nada de extraño que en el verano de 1958 se reprodujeran los temores acerca de un posible intento de los comunistas de ocupar Taiwan (o las más pequeñas islas Quemoy y Matsu) o, por el contrario, los intentos de los nacionalistas de desembarcar en el continente. Sin embargo, esos momentos de crisis, en grado aún menor que en el de Berlín, no eran sino pequeños reajustes destinados a confirmar un reparto del mundo ya decidido. En cambio, en Medio Oriente y África, en especial en la del Norte pero no sólo en ella, era posible percibir una situación más cambiante y también de la que parecía que se podrían obtener más ventajas. El movimiento descolonizador, un fenómeno generalizado y aparentemente imparable, ofrecía nuevas posibilidades como incluso parecían aceptar en la práctica las propias potencias colonizadoras de antaño, temerosas del comunismo. Por el momento los soviéticos no descubrieron las contraindicaciones de intervenir en zonas tan lejanas. Kruschev mismo lanzó la tesis de la coexistencia pacífica, primero en el Congreso del PCUS en febrero de 1956 y luego en su informe al Soviet supremo en octubre de 1959. De acuerdo con sus tesis, la guerra no sería fatalmente inevitable; por más que la victoria del comunismo permaneciera como el objetivo a largo plazo, era posible la convivencia entre sistemas distintos y también era posible llegar por caminos diversos al resultado final del socialismo. El ejemplo que puso para dar prueba de ello, una vez que había restablecido las relaciones con Yugoslavia y no las había roto con China, fue el de estos dos países. Por otro lado la posición estratégica de Kruschev no se entiende sin tener en cuenta, a la vez, un optimismo revolucionario y la prosecución de dos líneas aparentemente contradictorias, de confrontación y de acuerdo. Lo primero nacía de que no se trataba de un burócrata anquilosado, como luego lo fue Breznev y de que, además, parecía tener a su favor factores objetivos. En efecto, éstos eran unos momentos en que la economía soviética todavía crecía a buen ritmo e incluso no parecían tan fantasiosas las pretensiones de alcanzar a los norteamericanos en 1980. Por otro lado, el avance soviético en materia de armamento o en la competición espacial también era evidente. Los lanzamientos del primer satélite artificial (1957) y del primer hombre al espacio (1961) demostraron la capacidad soviética en este terreno; cuando los soviéticos amenazaron a Francia y Gran Bretaña por su intervención en Suez hubo motivos para tomar en consideración sus amenazas. Todo esto explica que Kruschev no tuviera inconveniente en lanzarse a un género de competición entre sistemas a menudo tumultuoso y siempre entre provocador y lleno de confianza. Eso explica que, frente al encapsulamiento de Stalin, Kruschev iniciara una política de viajes al extranjero que le llevó a Estados Unidos en 1959, a Francia en 1960 y a Viena en 1961. Pero no se tiene que pensar que todas estas iniciativas hubieran de concluir en éxitos ni en distensión. En el fondo subsistía el inevitable juicio de la incompatibilidad radical entre los dos sistemas sociales y políticos. A lo largo de este período, por otro lado, se fue produciendo una importante matización de la estrategia occidental con respecto a la Unión Soviética. Ya hemos visto, no obstante, que la aplicación de ella que hizo Eisenhower fue más prudente que las declaraciones oficiales del secretario de Estado. De cualquier modo, con el transcurso del tiempo se fue haciendo patente que, por más que el lenguaje empleado por Dulles fuera muy amenazador -"respuesta masiva", "roll-back"- en la práctica quedaba limitado a dar respuestas asimétricas y no siempre por completo disuasorias frente a la amenaza adversaria. Las mismas alianzas elaboradas tras ímprobos esfuerzos en contra del expansionismo soviético podían agrupar a muchas naciones pero tenían una muy escasa sustancia y se demostraron volátiles. La política de Dulles, en fin, no resultaba ni imaginativa ni flexible: parecía indicar que, en cualquier caso, se habría de responder a una amenaza soviética con el ataque nuclear. Además, no parecía tener en cuenta factores de la realidad internacional cuya evidencia se imponía ya a estas alturas. Los Estados Unidos, por ejemplo, no comprendieron la división del mundo comunista que ya estaba siendo evidente y, por lo tanto, tampoco se dedicaron a fomentar sus debilidades o contradicciones. Más inconcebible es que ni siquiera comprendieran en un primer momento la aparición del Tercer Mundo. Como les sucedió a los británicos en la Segunda Guerra Mundial con la supuestamente inexpugnable Singapur, convencidos que su causa estaba por razones históricas identificada con el anticolonialismo ni siquiera pudieron concebir la posibilidad de que de este lado pudiera surgir un problema para ellos. La política estratégica seguida por Kennedy significó algún cambio importante. Como sabemos, una de las ideas básicas con las que había acudido a la elección presidencial había sido que la superioridad norteamericana se estaba viendo en peligro ante el incremento de la potencia militar soviética. Este "missile gap", que nunca fue cierto, le llevó al incremento de presupuesto y también de las armas nucleares probablemente por encima de una razonable suficiencia que resultara disuasoria para el adversario. Por otro lado, la visión de la anterior presidencia norteamericana como apática le llevó a Kennedy a prometer un mayor intervencionismo, sin escatimar los costes. Pero al hacerlo supo también introducir un importante cambio en los planteamientos estratégicos norteamericanos. Frente a la "respuesta masiva" la Administración demócrata propuso la "respuesta flexible" que suponía disponer y poder emplear un variado conjunto de armas y métodos contra el adversario. Como dijo Kennedy era necesario que su país dispusiera de más alternativas que la pura y simple humillación o la guerra nuclear. Al mismo tiempo, la Administración demócrata fue mucho más condescendiente con los países que, llegados a la independencia, se proclamaban neutrales y no tuvo inconveniente en estar dispuesta a la negociación con la URSS. "No negociemos nunca con miedo pero no tengamos nunca miedo a negociar", aseguró en una ocasión. Ambas actitudes hubieran sido inimaginables en Dulles. La cuestión acerca de la cual resultaba más perentoria la negociación era, sin duda, el arma nuclear. Lograda la bomba atómica y la de hidrógeno por los soviéticos en la época de Stalin, la capacidad de destrucción de las dos superpotencias se había incrementado considerablemente. En 1962 los Estados Unidos disponían de unos trescientos misiles intercontinentales fabricando unos cien por año, mientras que los soviéticos apenas disponían de setenta y cinco con una fabricación anual de veinticinco; aparte de ello, existía una superioridad norteamericana todavía más aplastante en lo que respecta a los bombarderos estratégicos y submarinos atómicos. Sin embargo, con esta situación ambas potencias estaban llegando a lo que se denominó como "mutual assured destruction", es decir, a la capacidad de causar tantas bajas al adversario que no tuviera sentido tratar de emprender un conflicto. Las siglas de esta destrucción mutua asegurada, "mad", equivalían a "loco" en inglés y bien puede decirse que este significado no deja de ser una metáfora de la situación real existente. La iniciativa de abordar un posible desarme nuclear la tuvo la Unión Soviética, que en 1957-1958 propuso la desnuclearización de la Europa central. Allí su ventaja militar en armas convencionales era enorme por lo que bien puede decirse que la propuesta no pasó de ser un medio de propaganda. Desde estos años hubo negociaciones que, sin embargo, no fructificaron. Sólo después de que la crisis de los misiles soviéticos instalados en Cuba llevara al mundo al borde del holocausto nuclear hubo una posibilidad de llegar a acuerdos concretos que, de todos modos, no pasaron de ser un punto de partida.
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También en España, desde el hartón de introspección que había supuesto el informalismo de El Paso y otros artistas -Tapies, Chillida, Lucio Muñoz..- los artistas empiezan a salir a la calle y a mirar el mundo que les rodea: una sociedad de industrialización incipiente (máquinas, coche, electrodomésticos, etc.) y de turistas. Ante ese panorama y provistos de un buen concimiento de la Historia de España y de la Historia del Arte, incluidas la vanguardia, así como del arte que se hacía en Europa por estos años (el pop inglés) acompañado de un espíritu crítico respecto a la situación política y social, tres artistas de Valencia lanzan una nueva mirada al país, el arte, la situación política y el papel del artista en esa sociedad. Son Rafael Solbes (1940-1981), Manolo Valdés (1942) y Juan Antonio Toledo (1940), quienes a finales de 1964 forman el Equipo Crónica, junto con el crítico e historiador Tomás Llorens, como una derivación de Estampa Popular de Valencia.Llorens explica las bases teóricas del Equipo en un texto titulado "La distanciación de la Distanciación", y los tres pintores firman un manifiesto a finales de 1965, donde se definen como un grupo de trabajo, con métodos colectivos y fines supraindividuales. Muchas de estas ideas recuerdan al Equipo 57, pero a diferencia de aquéllos no tienen fines científicos ni experimentales; parten de un estilo propio, directo, de imágenes claras que todos pueden leer (procedan del campo que procedan). "Crónica de la Realidad -decían en aquel manifiesto- es la suma de las finalidades del realismo social pero utilizando los sistemas de imágenes pertenecientes a las experiencias visivas del hombre de hoy, haciendo coincidir la intencionalidad de la obra de arte con la función dialéctica que desempeña en la formación de los grupos sociales". Realistas sí, pero de su tiempo.Solbes y Valdés -Toledo se retira pronto- trabajan siempre en equipo, compartiendo tanto la investigación como la realización de las obras, de tal forma., que a la muerte de Solbes, en 1981, el Equipo desaparece. Y trabajan en series, como Arroyo, lo que les permite analizar un mismo tema con variantes.Crónica parte de unos orígenes humildes plásticamente, y muy acordes, desde el punto de vista visual, con la sociedad española a la que iban dirigidos, como la serie ¡América, América! (1965) -donde la figura de Mickey se repite exactamente igual 19 veces en una cuadrícula y la número 20 es sustituido por la seta atómica- o Vietnam, de 1966: imágenes casi monocromas, muy próximas a los medios de comunicación, a la foto de periódico sobre todo. A partir de ahí, y con un punto de inflexión decisivo que es Latin Lover, de 1966, donde aparece el color, las tintas planas y muchos de sus recursos posteriores, van enriqueciendo paulatinamente su lenguaje para ponerlo al servicio de la crítica política, con la violencia institucional y el poder como temas principales, en series como La recuperación, de 1967-1969 o Policía y Cultura, de 1971.En La recuperación los motivos protagonistas son los mitos de la España del siglo de Oro en el contexto del primer consumo de los años sesenta. Las imágenes de la pintura española no aparecen como tales imágenes de alta cultura, sino como imágenes de los medios de comunicación, como ocurría con Picasso para Lichtenstein. De esta manera lanzan una mirada irónica sobre esos mitos que el poder impone y utiliza: El Greco, Goya, Velázquez y sus personajes -el caballero de la mano en el pecho, el conde duque de Olivares, la duquesa de Alba-, desmitificándolos al sacarlos de su contexto habitual y colocarlos en uno nuevo, en un ambiente moderno y en actitudes propias de hoy: cortando una cinta ante el sol del imperio como corresponde a un gobernante, detrás de una mesa como interrogador o entre lavadoras y ollas exprés (ya no pucheros).Al mismo tiempo que hace una labor crítica y desmitificadora, el Equipo Crónica pone en cuestión el papel del arte -sobre todo de la vanguardia- en relación con la situación política y cultural española. La pintura es la protagonista de la Serie Negra, de 1972, y de Billar, de 1977, como lo es también en una serie de raíz política, Paredones de 1975-1976, hecha después de los últimos fusilamientos que tuvieron lugar en España y donde lo que se rompe es la paleta del pintor, que aparece junto a una figura a lo Klee, a lo Picasso... de ojos vendados y un paredón que es también un cuadro vanguardista.
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El éxito de Erasmo en España es bien visible a través de las traducciones de varias de sus obras. La obra más difundida fue el Enchiridion, del que había salido una edición latina en 1525 en Alcalá, pero que se tradujo por primera vez con el subtítulo Manual del caballero cristiano en 1526, también en Alcalá, a cargo de Alfonso Fernández de Madrid, canónigo de Palencia, más conocido como el Arcediano de Alcor. La segunda edición saldría un año más tarde, igualmente en Alcalá. Y en 1528 hubo nueve ediciones en Valencia y Zaragoza, acrecentada esta última por los Coloquios. El éxito del Enchiridion, en buena parte gracias a la excelente traducción del Arcediano de Alcor, fue impresionante, alcanzando su impacto incluso a las clases populares. El período de mayor difusión de las obras de Erasmo fue el de 1527 a 1532, en el que se tradujeron sus obras. Incluso de alguna como el Elogio de la Locura, que intrigaba a Bataillon por no conocerse su traducción en España, hoy se sabe que fue adaptada y publicada con el nombre de Triunfo de la Locura por Hernán López de Yanguas. La influencia de Erasmo se dejó sentir de muy distinto modo a lo largo del tiempo. En líneas generales, según Bataillon, pueden distinguirse tres períodos. El primero va desde 1516, fecha de la primera versión española, de la primera cita de su nombre entre nosotros y de la entronización de Carlos I, hasta 1536, año en que muere Erasmo y sufren persecuciones los más apasionados erasmistas: es un período batallador en que los partidarios, escudados tras el nombre del Emperador y la protección de las altas instancias eclesiásticas, traban combate en campo abierto y desafían la oposición de los mendicantes, exaltando la religiosidad del espíritu. El segundo período va de 1536 hasta 1556, fecha de la abdicación del Emperador y de la última impresión de Erasmo en castellano y en España, o si se quiere hasta 1559, año en que Fernando de Valdés, el supremo inquisidor, publica su índice prohibitorio y Felipe II regresa a España: es un tiempo de erasmismo adaptado a las circunstancias españolas, lleno de cautelas y discreciones, que pone el centro de sus meditaciones, más que en el menosprecio de las ceremonias y la sublimación del espíritu, en el problema de la justificación por la fe y del beneficio de Cristo. El último período, de erasmismo soterrado que no osa confesar su nombre, se prolonga hasta Fray Luis de León y Cervantes. La proyección histórica del erasmismo en España fue más trascendente que la propia labor de sus discípulos directos (Luis Vives, los hermanos Juan y Alfonso de Valdés). El erasmismo deja sentir su influencia desde la teología cristológica de fray Luis de León, fray Luis de Granada, Juan de Avila o Alejo de Venegas a la exaltación de la dignidad del hombre que llevaron a cabo Fernán Pérez de Oliva autor del Diálogo sobre la dignidad del hombre- y Francisco Cervantes de Salazar, pasando por la obra científica de los médicos-filósofos como Juan Huarte de San Juan, Miguel Sabuco y Francisco Vallés o la producción literaria. La influencia de Erasmo en la literatura española del siglo XVI fue bien patente, dejándose sentir en el mundo de los proverbios, apotegmas y misceláneas. Sus colecciones de Adagios y apotegmas tuvieron gran éxito. Colecciones de proverbios como la recogida por Juan de Mal Lara o de sentencias como las de Melchor de Santa Cruz o Juan Rufo, o misceláneas como la Silva de varia lección (1540) de Mexía le deben mucho a Erasmo. La tarea educativa de Erasmo se manifiesta en su influencia sobre los Coloquios matrimoniales de Pedro de Luxán (1550) y los Coloquios satíricos de Antonio de Torquemada (1553), que fustigaban diversos abusos y vicios sociales. Obras de autor todavía discutido (se han atribuido a Cristóbal de Villalón, aunque parece que su autor fue Andrés Laguna) tales como el Crotalón o el Viaje a Turquía muestran también su relación con el erasmismo. Bataillon es bien rotundo: Si España no hubiera pasado por el erasmismo no nos habría dado el Quijote. Y la verdad es que el Quijote contiene todo un muestrario de influencias erasmistas, aunque últimamente Ciriaco Morón las haya cuestionado. El propio Bataillon era consciente de las dificultades de desentrañar el concepto vidrioso de erasmismo, y ello por muchas razones. En primer lugar, porque su pensamiento religioso, denunciado desde el Elogio de la Locura, como destructor de las tradiciones y disciplinas más respetables de la Iglesia Católica, se vio pronto confundido con la herejía luterana, un tanto a pesar de los esfuerzos del propio Erasmo en delimitar su ortodoxia, lo que generaría grandes problemas de confusión en la auténtica identidad del erasmismo. Por otra parte, es bien patente la propia complejidad de los mensajes erasmistas que suscitan atracción por diversos conceptos. La primera y principal lectura posible de Erasmo incide en su ferviente espiritualismo, cuyo corolario crítico era la desvalorización de las ceremonias y de las prácticas rutinarias, y en su evangelismo, que preconizaba el retorno a las fuentes espirituales de la fe, con la desvalorización de la escolástica. Estos son los mensajes del tema central del Elogio de la Locura y del Enchiridion militis christiani y, en definitiva, la razón que inspiró su edición greco-latina del Nuevo Testamento. Pero caben muchas otras lecturas de Erasmo: su reivindicación de la popularización del Evangelio en lenguas vernáculas, sus críticas del clero, sus exigencias del buen latín suscitaron o pudieron suscitar adhesiones a aspectos concretos de su pensamiento. Los usos o apropiaciones del erasmismo fueron sin duda múltiples. Como recuerda J. Pérez, muchos de los que pasan por erasmistas no lo son de manera incondicional ni permanente. En los últimos años la obra de Bataillon está siendo sometida a una notable revisión, uno de cuyos mejores testimonios es el coloquio de la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander de junio de 1985. Uno de los leit-motiv de este coloquio fue la reducción del erasmismo a límites conceptuales, espaciales y cronológicos mucho más estrechos de lo que, ciertamente, había hecho Bataillon. En este sentido, parecen reforzarse las críticas que desde el sector tradicionalista lanzaron sobre Bataillon, Dámaso Alonso y, sobre todo, Eugenio Asensio. La busca de otras corrientes espirituales afines que preconizaba Asensio ha llevado a historiadores como Melquíades Andrés o Alvaro Huerga a adentrarse en las aguas de la espiritualidad española. La tesis de M. Andrés es rotunda: Erasmo no es el primero en hablar en España de reforma, en criticar la escolástica, en recomendar la interioridad, en proponer la reforma del método teológico, en defender la armonía entre lo humanista y lo cristiano. Muchas ideas y actitudes de Erasmo sobre estos temas empalman con ideas y actitudes ya existentes en España.
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La última obra realizada en la Acrópolis de Atenas fue el Erecteion, fechado entre los años 421-406 a.C. El arquitecto que lo diseñó fue Mnesikles. Se encontró con dificultades debido a las irregularidades del terreno y a tener que integrar en el mismo espacio varios santuarios. A través un pronaos hexástilo entramos en el núcleo principal. Este se orienta a levante e incluye el recinto de culto de Atenea Polias. En el lado opuesto se halla la doble cela de Butes y Hefesto, con un vestíbulo cerrado por un muro de medias columnas adosadas al exterior que sirve como santuario de Erecteo. Este vestíbulo comunica por el norte con el pórtico tetrástilo y jónico de entrada, donde se venera la hendidura hecha por el tridente de Poseidón. En el sur se ubica la famosa tribuna de las Cariátides. Se trata de un edificio construido sin asimetría, con permanentes cambios en el sistema de proporciones.
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Otra muestra del jónico en la Acrópolis y la última obra realizada en ella, también entre interrupciones y sobresaltos. La primera fase constructiva son los años 421-414, pero la obra no se acaba hasta finales de siglo, hacia 406. El Erecteion es un unicum, un templó jónico de modelo especial, cuyo arquitecto, Mnesiklés, vuelve a encontrarse con graves dificultades impuestas por la topografía y por los vestigios venerables de viejos santuarios relacionados con los genios de la Acrópolis. Entre éstos, Kekrops y Erecteo, y con la diosa Atenea. En realidad, el Erecteion es el sucesor del antiguo templo de Atenea Polias erigido por los Pisistrátidas, cuyas anomalías en planta evoca y repite. Nueva lección de Mnesiklés sobre la composición de un complejo arquitectónico integrado por varios cuerpos en distintos planos y con dificultades mayores, si cabe, que en los Propíleos. El núcleo o parte principal se orienta a Levante, precedido por un pronaos hexástilo e incluye el recinto de culto de Atenea Polias, incomunicado de otros tres colocados a su espalda y dedicados a Poseidón-Erecteo, a Hefaistos y a los ancestros míticos. Por el lado norte, a un nivel muy inferior, se añade un pórtico tetrástilo; por el oeste una fachada plana con columnata incrustada en el muro a gran altura y por el sur el famoso pórtico de las Cariátides. Se trata, en conclusión, de un edificio construido sin axialidad ni simetría, con cambios permanentes en el sistema de proporciones y en el lenguaje formal, de donde su carácter aún más atrevido y evolucionado que los Propíleos. A una fábrica arquitectónica tan bien resuelta se añadió la decoración plástica más fina, primorosa, rica y elegante de la arquitectura griega. Así, por ejemplo, dinteles y marcos de las puertas están labrados en mármol imitando el trabajo de carpintería; las molduras y cenefas con motivos vegetales evocan la técnica del marfil; las figuras de mármol blanco esculpidas en el friso resaltan sobre el fondo de piedra oscura de Eleusis. Tal vez, entre tantas excelencias, lo más extraño y delicioso del Erecteion es el pórtico de las Cariátides, relacionadas con el taller de Alcamenes. Quede como resumen de la enorme genialidad plástica concentrada en el monumento.