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La zona arqueológica de Tikal, la mayor ciudad de la región del Petén, es uno de los mejores ejemplos del periodo Clásico de la cultura maya, esto es, aproximadamente entre el año 200 y el 900 después de Cristo. En la ciudad, que ocupa 16 km2, alberga más de 3000 construcciones, entre templos, palacios, altares, juegos de pelota, terrazas, etc. El núcleo de la zona central gira en torno a la Gran Plaza, de planta rectangular, limitada el Este y al Oeste por los Templos I y II. En sus lados más anchos se encuentran la Acrópolis norte y la Acrópolis central. En el extremo meridional del conjunto, se encuentra la Acrópolis Sur y el Templo V. Más al oeste se halla el Templo III y, al final de la calzada de Tozzer, el Templo IV. Quizás una de las estructuras más representativas sea el conocido como Templo I o Templo del Jaguar, edificado hacia el año 700. Con una altura de 44 metros, su base piramidal la constituyen nueve plataformas superpuestas y muy empinadas, que otorgan a la construcción una acentuada sensación de esbeltez y verticalidad. Una larga escalinata de un solo tramo permite llegar a la cima, donde se sitúa un templo formado por tres cámaras sucesivas y accesible a través de una única puerta. La Acrópolis Norte es extremadamente compleja, tanto por el gran número de edificaciones que alberga como por la cantidad de estructuras superpuestas. Consiste en un núcleo central, formado por una plataforma piramidal de base casi cuadrada alrededor de cuyo patio central se agrupan ocho estructuras diferentes.
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Gracias a que los visigodos y algunos hispanorromanos se enterraban vestidos con sus mejores galas, el estudio de las necrópolis nos permite conocer estos adornos y su peculiar técnica. Las mujeres y los hombres visigodos adornaban sus vestidos con alhajas de notable riqueza y colorido. Aunque eran piezas necesarias para sujetar las capas y las túnicas con que cubrían sus cuerpos, también les servían para diferenciarse de los miembros de otros grupos étnicos.
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Los ajuares y el vestuario masculino fueron más austeros que el femenino, aunque sus fíbulas y broches de cinturón fueron también llamativos y grandes. A pesar de ser un pueblo guerrero, sólo excepcionalmente los visigodos se enterraron con su armamento.
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Los romanos no inventaron el retrato pero sí lo utilizaron abundantemente, tanto los personajes ricos y poderosos como los ciudadanos más modestos, aunque a los primeros les gustaba representarse más idealizados y a los segundos de modo más realista. A partir del siglo I d.C., los retratos privados en mármol son cada vez más frecuentes, signo del alto nivel de romanización de la población hispana. Hasta ese momento se habían esculpido predominantemente rostros varoniles, pero entonces se hacen más frecuentes los femeninos y aparecen los infantiles. Las mujeres se representan de cuerpo entero vestidas con el manto típico o palla, de ahí el nombre genérico de palliatas. Dado que la mujer romana tuvo un papel secundario en la vida pública, las estatuas de las mujeres pertenecientes a la clase patricia se colocaban en los ámbitos privados, en el interior de las grandes casas aristocráticas. Se conserva en el Museo Arqueológico Nacional.
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Fotografía cedida por el Museo Nacional de Arte Romano, Mérida. Archivo fotográfico.