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El botín obtenido tras victoria de la flota pisana sobre los musulmanes permitirá la construcción de la catedral de Pisa. Las obras se iniciaron hacia el año 1063 bajo la dirección del arquitecto Buscheto, finalizándose a mediados de la centuria siguiente. La catedral tiene planta de cruz latina, con cinco naves, midiendo la mayor 100 metros de longitud. El amplio transepto tiene tres naves y una cúpula ovalada. Un profundo ábside cierra el templo. La portada presenta galerías con columnillas que forman interesantes atractivos de claroscuro. El baptisterio presenta planta circular y está aislado del templo. Se corona con una elegante cúpula. La galería del segundo cuerpo será labrada en estilo gótico. El autor del diseño del baptisterio será el arquitecto Diotisalvi. El campanile también está aislado de la iglesia. Los arquitectos son el alemán Guillermo y el pisano Bonnano. Es un cilindro de 58 metros de altura con un basamento con nichos ciegos y placas ornamentales que sujetan seis plantas decoradas con el mismo esquema de arquerías de la catedral. Un espacio para campanas corona la construcción. El terreno cedió cuando se estaba edificando el primer piso pero se consiguió acabar en el siglo XIV.
obra
Tarragona fue la primera fundación romana en ultramar y desde ella partió la romanización de Hispania, convirtiéndose en la capital de la provincia Citerior. Gracias a los estudios arqueológicos, Tarraco es hoy día una de las ciudades romanas mejor conocidas tanto en su configuración urbana como en sus monumentos públicos.El urbanismo de Tarraco se estructuró en terrazas desde lo alto de una colina hasta el puerto. El área de las viviendas se organizó en las terrazas media e inferior siguiendo trazas ortogonales, aunque se sabe todavía poco sobre las dimensiones de las insulae, conjuntos de casas, y de las viviendas privadas. En la zona inferior se ubicaba el foro colonial y el teatro y, extramuros, el anfiteatro. Este último, fechado a fines del siglo I o primera mitad del II antes de Cristo, tiene unas medidas totales de 109 por 86 metros, pudiendo albergar hasta 14.000 espectadores. Costeado por la élite de la provincia, en él se representaban combates entre gladiadores y luchas de fieras. En la terraza superior se ha podido documentar un conjunto público monumental formado por el área de culto, la plaza, el foro provincial y el circo. El circo de Tarraco medía 325 metros de largo por 115 de ancho. Construido bajo el reinado de Domiciano, a finales del siglo I después de Cristo, podía contener 23.000 espectadores. Se trata del circo más pequeño de los conservados en la península, pero también el más refinado en su estructura. Ello se explica por su importancia oficial y política, ya que se halla vinculado directamente al foro provincial de la ciudad, y no a las afueras, como es común en este tipo de monumentos. El circo era el lugar donde se desarrollaban algunos espectáculos, como las carreras de cuadrigas.
obra
Situado en la ribera del Rin, en las cercanías de Maguncia, a partir de las excavaciones arqueológicas K. Weidemann a realizado una reconstrucción del conjunto palatino de Ingelheim. La claridad de ordenación del conjunto responde a la aplicación de una tipología de villa romana muy experimentada. Es de destacar su monumental hemiciclo cerrando el flanco meridional del palacio.
monumento
<p>El conjunto rupestre de Yungang es uno de los principales centros de peregrinación del budismo en China, habiendo sido uno de los lugares de culto más importantes de la época imperial. El complejo de Yungang (Yungang siku) o Colina de las Nubes fue excavado en la ladera sur del monte Wuzhou, al oeste de Dadong, en el Shanxi. Se trata de un conjunto de cuevas excavadas en la roca de arenisca, realizado durante el dominio Tuoba, un pueblo de origen turco que controló la región con el nombre de dinastía de los Wei Septentrionales, entre los siglos IV y VI. La construcción del conjunto rupestre comenzó en el año 460 por orden del emperadorWen Cheng, quien quiso de esta forma contentar a los seguidores budistas que habían sido perseguidos durante el mandato de su predecesor en el trono. La presencia en la cercana capital del reino, Pingcheng (actual Dadong), de un nutrido grupo de artesanos que en el año 439 había expulsado de Dunhuang tras haber trabajado en Mogao, favoreció los planes del soberano. Los trabajos fueron realizados entre los años 460 y 490. El traslado de la capital a Luoyang en el año 493 significó el comienzo del declive del conjunto, que ha sufrido serios daños a lo largo de los siglos por erosión o saqueo. Destaca también un número importante de nichos religiosos, de evidente influencia centroasiática, con estatuas y bajorrelieves. También es posible apreciar influencias de la India y de Gandhara.</p>
obra
En un número reducido de castros existen unas construcciones de carácter monumental, con horno, que cuentan con unas grandes losas dotadas de una abertura semicircular en el centro de su parte inferior y, por lo general, profusamente decoradas con una temática muy variada. Todas estas construcciones tienen unas características muy semejantes. Instaladas en la parte baja de los castros y lejos de la zona superior habitada, constan de un horno cubierto con una cúpula, comunicado con una estancia rectangular con cubierta a dos aguas y cerrada en su parte frontal por una pedra formosa. En el exterior hay un patio con una fuente. Se trata, sin duda, de edificios termales y la distribución de las dependencias sería la equivalente al caldarium, tepidarium y frigidarium de las termas romanas. La decoración de la pedra formosa del monumento de O Freixo es muy esquemática, contrastando con la de Famalicao.
contexto
El nuevo Ejército japonés, integrado por un 34 por ciento de campesinos y pescadores y un 31 por ciento de artesanos, obreros o mineros, si bien había asumido ciertas tradiciones, no podía reconocerse en ninguna casta antigua y lo que más fuertemente podía unirlo a prestarle cohesión era la rígida fidelidad al Palacio, que había liberado socialmente a sus grupos de origen y les había dado acceso a la defensa de la nación. Por todo esto, es muy posible que, en el último fondo mental de la revuelta del "Ni Ni Roku" hubiera quizá una resurgencia del antiguo resentimiento "samurai" contra el descendiente directo de Meiji, orientado como su antepasado hacia una concepción no tradicional del progreso y partidario ardiente de seguir muy de cerca la evolución del mundo real. En Japón, y ello a lo largo de toda su historia, el espectro o la realidad (el "Shogun", por ejemplo) de ese tipo de oposición militar a un trono originariamente religioso, había estado presente siempre. Ahora, el martes 14 de agosto de 1945, lo iba a estar más dramáticamente que nunca. Un complot estaba en marcha desde por lo menos el 11 de agosto. Ese día, en un abrigo situado bajo el edificio del ministerio de la Guerra, en Ichigaya, una quincena de oficiales decidió realizar lo que no podía ser una rendición del inevitable "Ni Ni Roku". Decidieron que para proseguir la guerra, hasta la victoria o la obtención de condiciones aceptables de paz, era necesario eliminar antes físicamente a los partidarios de la capitulación inmediata: el "premier" Kantaro Suzuki, al ministro de Asuntos Exteriores Shigenori Togo, y al "marqués" Koichi Kido, Guardián del Sello Privado y uno de los principales consejeros del Emperador. Para los conspiradores, el Emperador debería -lo mismo que pretendieron los hombres de la Kodo-ha o consiguió el "Shogun" histórico- ser "protegido", o sea, neutralizado. El que parecía ser jefe del complot en ese momento era el teniente coronel Masahiko Takeshita, de la Sección de Asuntos Militares del ministerio de la Guerra y -lo que era importante- cuñado y amigo del ministro Anami. Entre los reunidos en el refugio de Ichigaya figuraban también el comandante Kenyi Hatanaka, de la misma sección ministerial que Takeshita y que habría de ser el más empecinado de todos los rebeldes, y el comandante de Caballería Hidemasa Koga, de la Guardia Imperial, casado con una hija del célebre general Tojo y gran aficionado a la motocicleta. A primera vista, el éxito de este proyecto de golpe de Estado casi palaciego, realizado discreta y sutilmente entre los bastidores y los centros de poder más íntimos del régimen, parecía asegurado. "No se va a cambiar nada. Todo va a proseguir como era, incluso la guerra", explicaban los conspiradores. Ante ellos, el único obstáculo de consideración que se alzaba era el teniente general Takeshi Mori, llamado el "Monje" por su rígida austeridad, y que estaba al frente de la I División de la Guardia Imperial, brillante tropa encargada directamente de la protección personal del Emperador. Sin embargo, para los conspiradores, el inflexible general Mori estaba ya muerto y casi medio centenar de sables aguardaban impacientemente el momento de hacer saltar la sangre en surtidor hasta el techo de su despacho. Mientras tanto, Anami contemporizaba. Simpatizaba con los conspiradores, pero su formación hacía que le fuese absolutamente inaceptable alzarse contra una decisión imperial. Sabía que Japón estaba derrotado, pero no creía de ningún modo que estuviera fuera de combate. Había en ese momento, sólo en el territorio metropolitano japonés, tres millones de hombres entrenados en armas, veinte millones más de reserva, de todas edades, a los que era posible movilizar rápidamente, 7.000 aviones de todo tipo que podrían ser empleados en Unidades de Ataque Especial (los célebres "kamikaze"). Si había costado, solamente al Cuerpo de Infantería de Marina norteamericano, 4.554 muertos aniquilar, pese a la superioridad de material, a los 21.000 hombres que integraban la guarnición del islote de Iwo Jima a las órdenes del general Kuribayashi, ¿cuántas vidas humanas costaría a los aliados abatir definitivamente a Japón? ¿Acaso no se sentirían inclinados ante la perspectiva de esos ríos de sangre, ante las presiones de su opinión pública a proponer una paz más satisfactoria "para todos"? Sin embargo, Koreichika Anami, ministro y general, sabía también, como muchos otros oficiales japoneses, que no podría en ningún caso sobrevivir a la derrota de su país. Se sabía, por tanto, ya muerto. Así, en una de las numerosas reuniones en que los conspiradores trataron de atraerlo a su causa, Hatanaka dijo a Anami que los partidarios de la paz querían asesinarle, pero éste rió, más que de la amenaza, de la ingenuidad de la treta con que se intentaba decidirle. Anami, además, ni siquiera podía asumir la dirección "espiritual" de la revuelta: estaba paralizado moralmente desde que el Emperador había hablado de paz, y sobre todo desde que lo repitió, más irrevocablemente todavía, en la reunión del día 14. Esa reunión, convocada por Suzuki y que el Emperador había pedido se celebrase en su presencia en un refugio subterráneo situado no lejos del Gobunko (la biblioteca imperial), residencia de Hiro Hito desde la destrucción del palacio por un feroz bombardeo norteamericano el 25 de mayo de 1945, había terminado dramáticamente. Entre los sollozos de los ministros, conteniendo apenas sus propias lágrimas, el Emperador, el vehículo simbólico de la nueva Era ahora fallida de prosperidad e imperio llamada "Restauración de Showa", había pronunciado palabras que iban a pesar duramente sobre el destino de todos: "...Considero aceptables las condiciones que nos son impuestas... Proseguir la guerra es provocar la destrucción total de Japón... Mi suerte no me preocupa... Pienso en la angustia que debió sentir el Emperador Meiji cuando la Triple Intervención, pero lo mismo que a él me es obligado soportar lo insoportable..." La "Grulla sagrada" había hablado, e inmediatamente comenzó la redacción de su mensaje al país, que estuvo a cargo del secretario general del gabinete, Sakomitzu Hisatsune, ayudado por un periodista amigo, Kihara Michie. El mensaje, aprobado por los catorce ministros y compuesto de 815 caracteres, iba firmado "Hiro Hito. Decimocuarto día del octavo mes del año de la Era de Showa". El propio Emperador lo registró en un disco, y se fijó el mediodía del 15 como momento para su difusión al país por las antenas de la NHK, la cadena nacional japonesa. Así, para los conspiradores, se iba a tratar ahora, principalmente, de encontrar en menos de veinticuatro horas un disco de apenas 30 cm. oculto en una ciudad de diez millones de habitantes. Los acontecimientos comenzaron a precipitarse febrilmente. Desplazándose en bicicleta y motocicleta a lo largo y lo ancho de Tokio, Hatanaka y Koga hablaron con todos cuantos conocían. Les propusieron preparar una guerra de guerrillas, asesinar a los ministros, utilizar los 350.000 prisioneros de guerra aliados como rehenes, ocupar el ministerio de la Casa Imperial, aislando así el palacio del país y del mundo, "proteger al Emperador", "separarle" de los capituladores, de los traidores, "ayudarle" a salvar a Japón. Por todas partes encontraron personas deprimidas o anonadadas e indiferentes o que preparaban ya su suicidio. Hatanaka y Koga enviaron a los periódicos un falso comunicado del Cuartel General Imperial ("Los Ejércitos imperiales han recibido de Su Majestad nuevas órdenes y reanudan sus operaciones...") y mintieron también afirmando que los norteamericanos iban a deportar al Emperador a Okinawa, que todas las mujeres japoneseas serían violadas si se capitulaba, que los jefes de Cuerpo de Ejército aprobaban su acción, pero no fueron creídos o muy poco. El único éxito indirecto que obtuvieron fue que un batallón del 2.° regimiento de la I División de la Guardia Imperial fue a reforzar al que ya estaba en palacio a las órdenes del coronel Toyokiro Haga. Este hecho, que en principio dificultaba la acción de los conspiradores, la facilitaría en fin de cuentas y constituiría su principal triunfo de la jornada, pero ello sólo se haría aparente después. Ahora había que comprometer o neutralizar al general Mori, el "Monje", comandante de la I División de la Guardia. Poseer sus poderes era ser dueño del palacio, del Emperador y, muy probablemente, del disco de la proclama, verosímilmente oculto en el recinto imperial (estaba en realidad en una caja fuerte de los secretarios de la emperatriz).
contexto
La tradición antigua, especialmente Tito Livio y Apiano, ligan estrechamente el retorno de Pompeyo de Asia y la conjuración de Catilina. Este, perteneciente a la familia de los Sergios (nobles, pero empobrecidos), había sido partidario de Sila e inició su carrera siendo cuestor en el 78, edil en el 71, pretor y propretor en África (68 y 67-66). En el 65 a.C. presentó su candidatura al consulado pero, ya fuese por vicio de procedimiento o por la acusación de Clodio de malversación de fondos en la provincia de África, Catilina y el otro aspirante al consulado fueron sustituidos por dos cónsules optimates. Esta acusación le impidió presentarse a las elecciones del 64 a.C. y del 63 a.C., año en el que accedió al consulado Cicerón. La conjuración de Catilina -si bien no se conocen los términos exactos de la misma puesto que los testimonios de la acusación son, por una parte, muy exagerados y, por otra, omiten algunos datos- evidencia la falsa dicotomía entre optimates y populares y la amplitud y relajación de los modos en que se luchaba por el poder. El propio Catilina, antes silano, decidió incluir en su programa al consulado leyes agrarias en favor de los desheredados, condonación de las deudas... Pero, al no lograr acceder al cargo, perpetró un complot cuyos objetivos parece que eran asesinar a los dos cónsules en ejercicio y constituirse en dictador. Antes del 64 a.C. había mantenido estrechos vínculos con los optimates y había sido absuelto en el proceso por malversación gracias a César, que presidía el jurado. La mayoría de los implicados en la conjura presentan rasgos de frustración personal o política que, en esencia, parecen constituir el auténtico vínculo, más que la defensa de ningún tipo de programa común. Así, el propio Craso, que sufragó las campañas electorales de Catilina y parece que estuvo implicado a medias en la misma. Su complejo de inferioridad por el poder de Pompeyo y su falta de éxito en algunas de sus iniciativas políticas, tales como sus proyectos -siendo censor en el 66- para dar la ciudadanía a las comunidades de la Galia Cisalpina o para explotar el testamento del rey de Egipto que dejó su país a Roma, fueron frustrados por su colega Q. Catulo. Sin duda su resentimiento pudo decidir, en un primer momento, su apoyo a Catilina. También estuvo implicado en la conjura C. Antonio Hybrida, de familia ilustre, antiguo silano y, al igual que Catilina, con dificultades económicas, aun cuando fuera colega de Cicerón en el consulado en el 63.Endeudados y ambiciosos eran también los nobles que le rodeaban: M. Calpurnio Bestia, tribuno al que se había encargado iniciar los disturbios en Roma, incendiando la ciudad e invadiendo el Senado. Léntulo, que había intentado concluir un trato con los alóbroges a fin de poder invadir la ciudad, si bien éstos descubrieron los planes a su patrono romano, Q. Fabio Santa. César mantuvo una posición más independiente. En el 63 a.C. la acción de los populares le había hecho alcanzar el pontificado máximo y, si bien parece que inicialmente apoyó a Catilina, nada pudo probarse al respecto. Por último, el ejército reclutado por Catilina se componía tanto de campesinos arruinados por las expropiaciones de Sila, como de los propios colonos silanos oprimidos por las deudas y bajo amenaza de verse reducidos a la esclavitud.Catón el Joven, líder de la nobilitas senatorial, y Cicerón fueron quienes dirigieron la acción contra Catilina. Desvelados sus planes por Cicerón ante el Senado, Catilina huyó. Sus partidarios en Roma fueron descubiertos y encarcelados y, poco después, en Pistoia, Catilina se suicidó tras la derrota de su ejército. Había sido su antiguo alumno, Antonio, el encargado de dirigir el ejército contra él. Sus inmediatos seguidores fueron condenados a muerte y sólo César pronunció un discurso instando a que los conspiradores fuesen juzgados. Si bien inútilmente, puesto que fueron ejecutados sin juicio. El fin de la conspiración de Catilina llevó a Cicerón a la cúspide de su carrera política. Durante este breve tiempo fue aclamado como el salvador de Roma y, probablemente, llegó a creer que había conseguido la anhelada concordia ordinum. Ciertamente, el Senado había salido fortalecido de todo este proceso y habían emergido nuevas figuras políticas como Catón el Joven, que había logrado convencer al Senado de que encarnaba la vieja moralidad republicana. César, por su parte, se iba convirtiendo en inspirador de los populares, aunque como señala Syme, era consciente de que manteniendo su independencia aumentaba su precio. Cicerón, durante su consulado, había adoptado diversas disposiciones importantes que reforzaban la autoridad del Senado. Una de ellas era que los decretos del Senado tuvieran fuerza de ley, sin intervención de los comicios y que si un poder igual o superior se impusiera, los senado-consultos quedaban registrados.