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acepcion
Sistema matrimonial en el que un círculo de amigos se intercambian las esposas en una dirección o en direcciones que alternan en cada generación.
obra
Procedente de Avanton ( Vienne, Francia) de la etapa final del Bronce Antiguo, este objeto, de tan insólita forma, y constituido por una hoja muy fina de oro, ha sido interpretado como objeto ritual, sin que el rito sea conocido. No es una pieza única. Existen otros dos ejemplares en Alemania. Decorado con franjas, separadas por estrías, recibió círculos estampados y esferillas repujadas alternativamente.
contexto
Considerando lo que hasta ahora se conoce de la obra de Salzillo podemos precisar que fue casi exclusivamente escultor, y más concretamente, de obra en madera. Salzillo estudió dibujo y colorido con don Manuel Sánchez, pero los muchos o pocos conocimientos que pudiera haber adquirido apenas los usó en otra cosa que para el policromado de sus tallas y lo que es más importante, y nunca se ha destacado como debiera, para componer con la máxima sabiduría las figuras de sus pasos y la relación entre ellas; sólo un artista iniciado en el dibujo y composición puede conseguir una perfección como la que él consigue en La Oración del Huerto, La Caída o El Prendimiento. Además llegó a pintar un lienzo para un estandarte de la cofradía del Rosario de Santa Catalina, Murcia, y un documento de 1743 aparece reflejado como pintor y escultor. De todas formas su habilidad en el dibujo la registramos cuando le vemos dar el diseño para una custodia que había de hacer el platero José Jiménez para la iglesia de San Miguel, así como la hemos de suponer, y muy sobresaliente, cuando puede crear la academia en su casa, y más aún cuando le nombran director de la que organiza la Sociedad Económica de Amigos del País. De esta cualidad ha quedado una muestra que en el autorretrato que antes hemos citado y que, aun siendo muy sencillo y sin pretensiones, demuestra gran capacidad para captar lo profundo de las personas. Nada hay que le aproxime al arte de la arquitectura, pese a que trabajó junto a ensambladores en algunos retablos; sin embargo, se le reconocía cierta capacidad ya que, al menos dos veces, actúa como informador y tasador en la obra de dos retablos. Y en cuanto a la escultura en piedra, pese a que en la biografía de don Juan Belmonte se dice que hizo alguna en este material para el Palacio Real de Madrid, y también el San Hermenegildo y San Fernando de la fachada de la catedral de Murcia, no hay nada de ello. Pero nos queda el punto oscuro de la afirmación que hace Ceán, respecto a que su hermano José Antonio había muerto mientras concluía los medallones ovales de la iglesia de San Nicolás, de Murcia (después se han atribuido a Jaime Bort: Tormo y Gómez Piñol), pero ¿por qué no pensar en que fue el malogrado hermano de Francisco Salzillo quien aprendió de su padre (esculturas del trascoro de Lorca) dicha técnica, para poder así especializarse y posibilitar al taller para cubrir una mayor demanda? Esto puede además explicar el aprendizaje de Juan Porcel, artista salzillesco de quien no hay duda que trabajó para Palacio. Al margen de esto, Francisco Salzillo actúa al menos dos veces de tasador de esculturas en piedra: una para el puente y alameda del Carmen, Murcia (1753) y otra para tres esculturas con destino al frontón del Ayuntamiento de Lorca (1739). Queda, pues, el trabajo de la madera, que será lo que le ocupe en plenitud y en lo que consiga los más óptimos resultados artísticos. Hizo sus esculturas de talla completa, enlenzadas y también de vestir. Pues aunque él prefería las primeras, las otras también le fueron solicitadas por razones económicas y por cuestión de aligerar el peso en las destinadas a desfile procesional. De hecho, cuando había de hacerlas de vestir, solía indicar las telas y colores de ellas y la mejor forma de colocarla. En cualquiera de las tres especialidades consiguió los mayores aciertos, e incluso mezclando en un mismo grupo. De las de talla completa baste recordar la Dolorosa, de Santa Catalina, obra primorosa donde las haya, los Cuatro Santos de Cartagena, el San Jerónimo de su monasterio de Guadalupe, Murcia, hoy en el museo de la catedral, o las de Santa Clara y San Francisco, adorando el Sacramento. Entre las enlenzadas, la Sagrada Familia de la iglesia de San Miguel, o El arrepentimiento de San Pedro, de su parroquia. Y en cuarto a imagen de vestir, sólo con citar la Dolorosa, de la cofradía de Jesús, tendremos un buen exponente. Pero como se ha dicho puede aunar los tres modos en un mismo grupo, y esto es frecuente en pasos de procesión. Así, es de vestir, la figura del Cristo de La Oración del Huerto y también así se le representa en el paso de La Caída, donde, incluso, tiene cabello natural y otros postizos (ambos de la cofradía de Jesús, de Murcia). La cofradía de Californios, de Cartagena, le pidió así todos los pasos (incluso los durmientes apóstoles de La Oración del Huerto) y sólo eran de talla los sayones que apresaban a Cristo en El Prendimiento; este detalle suministra la clave: no se quería tanto ahorrar dinero como vestir lo más lujosamente posible a los personajes sagrados, a más de evitar peso innecesario. Pero Salzillo llegaba a altos grados de perfección artística tras estudiar muy concienzudamente lo que había de realizar y, cosa rara en la panorámica española, se auxiliaba de muy acabados bocetos hechos en barro (otro de los pocos que los hacía era Ignacio Vergara Gimeno, muerto en 1776, Valencia) en los que podía comprobar los resultados finales, o buscar variaciones a la primera idea. También en esta faceta (estudiada por Bello Navarro) podemos tener noticia de la buena formación del escultor, así como de sus contactos con fuentes de inspiración; esta buena costumbre se la enseñaría su padre, y quién sabe si no traería con él alguno o se procuraría su adquisición, como se hacía con dibujos y grabados al fallecimiento de artistas de importancia. Se conservan bastantes de ellos, e incluso puede verse el resultado obtenido tras su aplicación: San José, del retablo de Santa Ana, Murcia, y San Antón, en su ermita de la misma ciudad.
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Durante los años inmediatamente subsiguientes, Filipo continuó sus acciones de control en el norte. Paralelamente, las reacciones de las ciudades griegas se manifestaban a veces contrarias a la creciente presencia macedónica. Demóstenes, en Atenas, conseguía el máximo asentimiento, pero las condiciones objetivas resultaban paralizantes, circunstancia de la que se queja el orador y que atribuye a la pereza de sus conciudadanos. La expansión de Filipo por el norte del Egeo llegó a los estrechos, donde ocupó la Tróade y Bizancio. Ello representaba para Atenas un obstáculo en el tráfico marítimo hacia el mar Negro. Los aliados de Atenas, además, pidieron su ayuda, alarmados por la agresividad de los macedonios. De hecho, éstos, en 340, pusieron sitio a Perinto y en la Propóntide atacaron una expedición de naves atenienses cargadas de cereales. Todas las negociaciones y actitudes alternativas se habían mostrado inútiles. Atenas se veía afectada en dos planos, en lo que se refería a sus aliados y en la seguridad del tráfico marítimo. Sin embargo, la confusión existente se puso de relieve en las circunstancias que rodearon a la nueva guerra sagrada, promovida por las acusaciones de los locrios contra Atenas y de Esquines contra Anfisa, todas ellas en circunstancias muy oscuras, sobre todo porque se conocen en el ambiente conflictivo en que se enfrentaban los oradores, en el que las distintas actuaciones se convertían fácilmente en armas de ataque político. Pero la complejidad afectaba igualmente a las relaciones entre ciudades, pues los tebanos se alejaban paulatinamente de su alianza con Filipo por el papel excesivamente predominante que éste iba adoptando en la Anfictionía. De este modo, Demóstenes no sólo consiguió promover en Atenas la guerra contra Filipo, sino también la alianza de los tebanos, que vieron identificarse sus intereses con los de los atenienses. Tales fueron las circunstancias en que Filipo emprende la marcha sobre Grecia para vencer en Queronea a las tropas aliadas. El resultado fue especialmente grave para los tebanos que, según se dice, fueron sometidos al régimen oligárquico, con la imposición de una guarnición que los esclavizaba.
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La consolidación política de Roma está fuertemente ligada a su vocación expansionista, que acabará por convertirla en un gran imperio. En el siglo V antes de Cristo ya se encontraba a la cabeza de una federación de ciudades de su región, el Lacio. En los siglos siguientes los romanos consiguen vencer a los etruscos, situados en el norte de la península italiana, y federarse con los griegos de la Magna Grecia. El siguiente objetivo, el control de la navegación por el Mediterráneo, lo obtuvieron tras vencer a los cartagineses en las llamadas Guerras Púnicas, la segunda de las cuales, en el 218 antes de Cristo, tuvo como escenario la península Ibérica y fue el primer episodio de su conquista y conversión en la Hispania romana. Tras la victoria sobre los cartagineses, la península Ibérica se convierte en Hispania, provincia del imperio, pero su conquista será paulatina y no acabará hasta que Augusto, en el año 29 a.C., consiga vencer a los cántabros, último pueblo en someterse. Al mismo tiempo se la divide, a efectos administrativos, en dos provincias, la Ulterior y la Citerior, cuyos límites se adaptan a las fronteras preexistentes entre las poblaciones locales: iberos, celtíberos y celtas por un lado; turdetanos, lusitanos y celtas meridionales por otro lado; y al norte los cántabros, independientes casi hasta el cambio de era.
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La conquista de Hispania fue una consecuencia directa de la segunda Guerra Púnica. El Senado había decidido llevar la guerra a Hispania para aislar a Aníbal de cualquier posible suministro de ayuda o tropas que pudiesen serle enviadas desde su retaguardia en Hispania. Escipión llegó a Hispania en el 217 y logró los objetivos propuestos: debilitar la capacidad de presión de Aníbal, sometiendo la parte suroriental de la Península dependiente de Cartago. Pero el Senado no tenía la intención de evacuar Hispania, en parte por el temor a que pudiese restituirse el poder púnico y, también, por las riquezas de la zona tanto en metales como en agricultura. Según Tito Livio, "Hispania, aún más que Italia y cualquier otro país del mundo, se prestaba a que la guerra se prolongara, tanto por la naturaleza del terreno, como por la de sus habitantes. Así, Hispania fue la primera de las provincias no insulares en la que entraron los romanos y fue también la última en ser pacificada, bajo el mando y los auspicios de César Augusto". Terminada la guerra tras las batallas de Escipión el Africano en Baecula e Ilipa (208-206), el Senado asignó, en el 197 a.C., un gobernador (praetor) a cada una de las dos zonas controladas por Roma en que éste decidió dividirlas: la costa y valle del Ebro (la Citerior) y el valle del Guadalquivir o Bética, que constituía la Hispania Ulterior. Probablemente esta división en dos provincias se explique en parte por las condiciones de la ocupación romana, que venía a sustituir a la cartaginesa, retomando por tanto la estructura de la colonización púnica. Una vez hecha esta organización, los efectivos militares fueron reducidos a dos cuerpos de ejército de 8.000 hombres cada uno. Como era de esperar, pocos años después tuvo lugar una rebelión en la Bética (200 a.C.), la del rey Culcas y ésta se extendió a la Citerior. Fue el cónsul del 195, M. Porcio Catón, el encargado de sofocar las revueltas en Hispania. Catón partió desde Ampurias, donde los griegos vivían al lado de los indígenas en medio de una paz armada y llena de tensiones. Los griegos de Ampurias acogieron con júbilo a los ejércitos romanos. Catón, a lo largo de varias campañas y con 50.000 soldados, logró restituir el orden, aúnque éste no dejaba de ser muy precario. Los celtíberos acudían en calidad de mercenarios a luchar contra Roma al lado de los pueblos indígenas que les llamaran. Se hacía, pues, necesario dominar a este pueblo del interior. Catón, en medio de campañas y negociaciones, logró una pacificación de la zona que, al menos, permitió organizar la explotación de las minas de Cartagena y de la Bética. No obstante, la paz no podía ser duradera sin el control de los belicosos pueblos del interior. Durante toda la primera mitad del siglo II se sucedieron sin descanso operaciones militares que no lograban despejar el peligro definitivamente. Sólo una política de asimilación y civilización sistemática, como la que emprendió Tiberio Sempronio Graco (padre de los futuros tribunos) pudo dar resultados importantes en la pacificación de la Celtiberia. Tiberio fundó una ciudad en el valle del Ebro, Gracchurris (Alfaro, La Rioja), y asentó a las poblaciones seminómadas que se dedicaban al saqueo y pillaje como modo de vida. Hispania fue sometida, desde que comenzó la conquista romana, a una explotación sistemática. Sabemos que P. Escipión, sólo del botín de Cartago Nova, obtuvo 276 páteras de oro, 18.000 libras de plata acuñada, vasos del mismo metal, varias naves cargadas de trigo y de armas, así como hierro, cobre, telas, esparto y otros materiales. Por su parte, Catón había acaparado 25.000 libras de plata no trabajada, 123.000 con el cuño de la biga, 540 libras de argentum oscense, y 1.400 de oro. Respecto a L. Emilio Paulo, sabemos por Diodoro, que fue el que llevó a Roma las mayores cantidades de oro de Hispania. Los hispanos se quejaron repetidamente del expolio y de los abusos de que eran objeto por parte de los legados romanos. En el 171 llegó hasta el Senado de Roma un grupo de representantes de las dos Hispanias para dar cuenta de los niveles de extorsión a que estaban sometidos. El Senado encargó al pretor L. Canuleyo (a quien había caído en suerte Hispania) que nombrase cinco recuperatores de orden senatorial para que investigasen y calculasen los daños causados por los magistrados. Investigación que prácticamente quedó en nada. De los tres magistrados acusados, el primero, L. Mancino -que había administrado la Ulterior en el 173- fue declarado inocente y los otros dos, M. Titinio Curvo y P. Furio Filo -pretores ambos de la Citerior en los años 178-176, el primero y 174 y 173, el segundo- abandonaron el territorio romano. Se desterraron voluntariamente, como dice Livio. La solución que dio el Senado a los hispanos es significativa y paradójica: les propuso que eligiesen patronos, hipotéticos defensores de los intereses hispanos. Previa lectura de un senadoconsulto, les fueron asignados como patronos M. Porcio Catón, P. Cornelio Escipión, L. Emilio Paulo y C. Sulpicio Galo. Salvo el último, los otros tres habían sido los conquistadores y principales saqueadores de los hispanos. Este estado de cosas, unido a una serie de factores sociales, provocaron a partir del 154 a.C. y durante los veinte anos siguientes una guerra tremenda cuyos escenarios fueron básicamente la Lusitania y la Celtiberia, que concluyó con un episodio dramático y grandioso como fue el asedio de Numancia. En el 154 tuvo lugar la invasión de la Ulterior por los lusitanos y en el 151 estos consiguieron infligir una grave derrota al ejército romano comandado por S. Sulpicio Galba. Roma, a partir de entonces empleó una estrategia sumamente brutal y arbitraria que violaba los más elementales principios morales. Así, por ejemplo, se explica que el mismo año el pretor Licinio Lúculo atacase a los vacceos y masacrase a los habitantes de Coca. En el 150, unidas sus tropas a las del otro pretor, Galba, vencieron a los lusitanos. En las negociaciones de paz, les prometieron tierras y respeto hacia sus vidas. Pero, despreciando la palabra dada, masacró a los lusitanos y a los supervivientes los vendió como esclavos. Las protestas de Catón en el Senado no pudieron nada contra Galba. Viriato estaba entre los supervivientes de la masacre y fue quien durante siete años vengó a los muertos, sublevando toda la parte occidental de Hispania. Durante este tiempo encarnó el espíritu de la libertad y el nacionalismo indígena. Finalmente, murió asesinado por tres de sus amigos que habían sido comprados por los romanos. Muerto Viriato, la victoria sobre los lusitanos (139 a.C.) no revistió tanta dificultad y consolidó el dominio romano en la zona. La guerra de Numancia fue el último episodio de esta larga guerra. Desde el 143, numerosos generales a partir del primero de ellos, Q. Cecilio Metelo Macedónico, (que en el 143-142 había vencido a los celtíberos citeriores: belos, titos y tusones), se sucedieron en las expediciones contra los celtiberos y, particularmente, contra la ciudad de Numancia. Un ejemplo de la turbiedad a que había llegado la política romana en Hispania, es el del cónsul Hostilio Mancino que, rodeado en un desfiladero por los celtiberos, se vio obligado a pedir la paz para salvar a su ejército. El Senado, sin embargo, no reconoció el tratado y acusó a Mancino de haber propuesto la paz sin su autorización. Como castigo, ordenó que Mancino fuera entregado al enemigo ante el que quedó expuesto un día entero, desnudo y atado, sin que los celtíberos le hicieran el menor caso. Finalmente, el Senado recurrió, ante el descontento popular de Roma por la sangría que estas guerras ocasionaban, al mejor general que tenían, P. Cornelio Escipión Emiliano, nombrado a tal efecto cónsul por segunda vez pese a las disposiciones legales que lo prohibían. Hacía diez años que había destruido Cartago, demostrando ser experto en estrategias brutales. Escipión atrajo numerosos voluntarios y reunió una fuerza aproximada de 60.000 hombres. Le acompañaban, además, C. Mario, C. Graco y el historiador Polibio. Cercó a Numancia con siete campamentos. El bloqueo fue total y Numancia, tras quince meses de asedio, sucumbió al hambre y las epidemias. La mayor parte de sus jefes mataron a sus familias, quitándose después la vida. Los supervivientes fueron vendidos como esclavos y la ciudad fue totalmente destruida. Tras este bárbaro castigo, Hispania permaneció en paz hasta finales del siglo. Roma no aplicó durante el siglo II una política constructiva ni sistemática de romanización en Hispania. A comienzos del siglo II a.C., Roma sólo tenía cuatro territorios provinciales fuera de Italia: Sicilia, Cerdeña y las dos provincias de Hispania. La organización de estos territorios alejados planteaba a Roma problemas nuevos y diversos. Mientras Sicilia era un país helenizado, en Hispania la vida urbana era aún muy rudimentaria. Había algunos centros importantes, creados en época de la colonización púnica. Escipión había fundado otro, la colonia de Itálica, junto al Guadalquivir, y Sempronio Graco había fundado Gracchurris, organizada como ciudad eminentemente indígena. Pero la mayor parte del país lo habitaban pueblos inestables, con limites imprecisos en muchos casos, que hacían muy difícil el que Roma pudiera aplicar el sistema de foedera que, con tanta asiduidad, había aplicado en Italia. Así, la progresiva romanización tuvo como uno de sus primeros objetivos (aúnque éste fuera también la consecuencia) la fundación de ciudades. No obstante, en estas primeras etapas, el numero de ciudades fundadas por los romanos no fue aún muy importante. Además de las dos ciudades mencionadas, en el año 171 a.C. se creó, cerca de Algeciras, la colonia latina de Carteia y se fundaron otras como Corduba (152), Valentia (hacia 138 a.C.) y, en Baleares, Palma y Pollentia (123 a.C.).
contexto
La frontera norte de Italia estaba claramente delimitada por la cadena apenínica en el noroeste, pero en el noreste la zona del Piceno se confundía con los territorios gálicos. Esta había sido siempre la vía de penetración de los galos hacia la Italia central. El control de estos pueblos belicosos había decidido la creación de la colonia romana de Sena Galica (298 a.C.) y las colonias latinas de Ariminum (Rímini), en el 268 y Firmum, en el 264. No obstante, en el 236 a.C. estos galos, apoyados por los galos transalpinos se lanzaron temerariamente a una política anti-romana. Rímini fue en el 236 escenario de una guerra terriblemente dura, que prácticamente supuso el exterminio de los galos senones y parte de los boyos. Probablemente para reforzar la presencia romana en el territorio galo-piceno conquistado a los senones, el tribuno Cayo Flaminio logró que se aprobara la Lex Flaminia de agro Piceno et Gallico, que contemplaba la distribución viritana de estas tierras, es decir, la asignación de parcelas individuales a ciudadanos romanos. La iniciativa del tribuno contó con la hostilidad del Senado, renuente a que se establecieran ciudadanos romanos en un área tan alejada de su centro político, con las imprevisibles consecuencias que esto podía suponer para el orden político y constitucional de Roma. Sin embargo, la iniciativa del tribuno se llevó a cabo y posteriormente, en el 220 a.C., siendo Cayo Flaminio censor, éste hizo construir la vía que lleva su nombre, la vía Flaminia, que unía Roma con Rímini. De nuevo en el 225 a C., las dos principales poblaciones de los galos cisalpinos, los bayos y los ínsubros, apoyados por los gesatas (galos transalpinos) emprendieron la lucha contra Roma. Los vénetos y cenomanos prefirieron mantenerse en alianza con Roma. Los galos atravesaron la Etruria hasta Clusium y sólo en Telamón fueron derrotados por las tropas romanas al mando de los cónsules L. Emilio Papo y Cayo Atilio Régulo. A partir de este momento Roma, alentada por esta victoria, decidió eliminar definitivamente el peligro galo y conquistar el valle del Po. El sometimiento de los boyos se logró en poco tiempo. Sin embargo, la lucha contra los ínsubros fue larga y de extrema dureza. El cónsul M. Claudio Marcelo consiguió vencerlos en Clastidium (222 a.C.), matando a su jefe Viridomar. La conquista definitiva del territorio fue concluida por el otro cónsul, Cneo Cornelio Escipión Calvo, que sometió el principal centro ínsubro, Mediolanium (Milán). La victoria romana fue asegurada con la creación de dos importantes colonias latinas, Cremona y Plasencia, con seis mil colonos cada una. La invasión de Italia por Anibal, atravesando los valles alpinos, puso en cuestión la sumisión de los galos por Roma, ya que éstos se aliaron a los cartagineses rápidamente. Sólo Cremona y Plasencia lograron resistir la hostilidad del entorno gálico, al menos hasta el 200 a.C. en que Plasencia fue ocupada y destruida por los galos. También la Liguria siguió un camino parecido al de la Galia Cisalpina. Los ligures eran un pueblo bárbaro que habitaban un país montañoso con refugios inaccesibles y que se dedicaban a realizar incursiones depredatorias periódicamente, tanto contra las ciudades etruscas como contra las colonias de la Cisalpina. La lucha contra los ligures fue larga y llena de dificultades, por lo intrincado y abrupto del terreno. Roma se vio obligada a efectuar transferencias masivas de población hacia lugares menos defendibles. En el 180 a.C. se fundó la colonia latina de Luca y en el 177 la colonia romana de Luni. Finalmente, se trazó una vía que unía el país ligur desde Génova con la colonia de Plasencia. Así, se completó la pacificación de Italia hasta los límites naturales de la península.