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Que trata de cómo se vio Cortés con el señor de Cempoalan y con el de Quiahuiztlan, y la liga y resolución que contra Motecuhzoma le ofrecieron Determinóse Cortés de ir a Cempoalan, y durmió la noche primera cerca de un río, y el día siguiente vinieron a él de parte del señor de aquella provincia, cien hombres cargados de comida y regalos, enviándole a decir que perdonase, que no había podido salir a recibirle por ser hombre muy grueso y pesado, que fuese bien venido, y que en su casa le aguardaba. Almorzaron de aquella comida, y se fueron a Cempoalan en donde fueron bien recibidos en las casas del señor, y al otro día siguiente los visitó y les dio un presente de oro, mantas y plumerías, y no hizo más de visitar a Cortés, y sin tratar de otro negocio se volvió, y luego les hizo un convite muy singular con diversos potajes y regalos. Pasados algunos días envióle a decir Cortés, que si gustaba le quería visitar; respondió que fuese en muy buena hora, y así Cortés con cincuenta de los suyos le visito, y dio al cacique particular cuenta de su venida, a qué fin y efecto; y cuando hubo acabado de hablar, le respondió por lengua de Marina un largo razonamiento, tratando particularmente de los negocios de su reino, y como él y sus pasados habían tenido perpetua paz, hasta que últimamente Motecuhzoma los había tiranizado, y él y los suyos cada día le hacían mil agravios, y que por salir de poder de tiranos, se holgarían él y otros muchos de los señores de las provincias comarcanas de rebelarse contra México y confederarse con el rey de Castilla, pues aunque era gran señor y poderosísimo Motecuhzoma, tenía muchos enemigos, especialmente Ixtlilxóchitl su sobrino, que estaba rebelado contra él; y los de Tlaxcalan, Huexotzinco y otros pueblos muy poderosos tenían continua guerra contra él; y que si Cortés se confederaba con ellos se armaría una liga contra Motecuhzoma, que no pudiese defenderse de ellos. A Cortés le pareció muy bien todo esto, y ofreció todo favor, diciendo que la principal causa de su venida, no era sino a deshacer agravios y castigar tiranías. El cacique o rey de aquella provincia entre otros muchos presentes que dio a Cortés, fueron ocho doncellas hijas de hombres nobles, y entre ellas una sobrina suya; y volviéndose Cortés por diferente camino a la mar, entró en la ciudad de Quiahuiztlan, cabecera de otra provincia, que estaba puesta en un cerro, donde asimismo fue recibido del cacique señor de ella, y tratáronlo lo mismo que en Cempoalan; estando allí Cortés llegaron unos cobradores de los tributos de Motecuhzoma, de que se alteró el señor, temiendo que Motecuhzoma no se enojase por haber recibido gente extranjera en su tierra; mas Cortés que echó de ver esto, le animó, y para que viese la poca estimación que hacía de que Motecuhzoma se enojase, y también por dar principio a la rebelión y lila, prendió a los cobradores y a la noche dio orden como se so tasen dos de cuatro que había presos, y traídos ante sí, los envió a Motecuhzoma, para que de su parte le dijesen que le pedía encarecidamente fuese su amigo, porque de serlo se le seguirían grandes provechos, y vendrían a su noticia secretos y misterios nunca oídos. Otro día que vio el señor de Quiahuiztlan, que los otros dos cobradores se habían ido y que se quejarían contra él a Motecuhzoma, no tuvo otro remedio sino rebelarse contra él a descubierto, y así envió mensajeros avisando a los pueblos que eran de su valía y nación, que tomasen las armas y no pagasen tributos a México. Todos se alzaron y rogaron a Cortés que fuese su caudillo, que ellos pondrían en el campo cien mil hombres de guerra. Fue muy grande el gusto que de esto recibió Cortés, porque vio que ya tenía revuelta toda la tierra, que quedaba por amigo entre ambas partes, y que podía engañarlos con esta doblez, en cuya destreza y hazaña estuvo todo el punto de su buena ventura, porque por aquí se le abrió el camino para alcanzar todo lo que pretendió, hasta sujetar el imperio, y con esto se partió de Quiahuiztlan para la Villa Rica donde estaban los navíos, y comenzaron todos a edificarla.
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Capítulo LXXXI Diversas particularidades de cosas Muchas cosas se podrían decir y muy diferentes de las que están dichas, y de algunas que se van allegando a la memoria, porque no tan enteramente como son y se deberían decir se me acuerda, dejo de ponerlas aquí; pero de las que más puntualmente puedo hablar diré, así como de algunos cojijos que para molestia de los hombres produce la natura, para darles a entender cuán pequeñas y viles cosas son bastantes para los ofender y inquietar, y que no se descuiden del oficio principal para que el hombre fue formado, que es conocer a su Hacedor y procurar cómo se salven, pues tan abierta y clara está la vía a los cristianos y a todos los que quisieren abrir los ojos del entendimiento; y aunque sean algunas de estas cosas asquerosas o no tan limpias para oír como las que están escritas, no son menos dignas de notar para sentir las diferencias y varias operaciones de humana natura, y digo así: En muchas partes de la Tierra-Firme, así como pasan los cristianos o los indios por los campos, así como hay muchas aguas, siempre andan con zarahuelles arremangados o sueltos, y de las yerbas se les pegan tantas garrapatas, que la sal molida es poco más menuda, y se cuajan o hinchen las piernas de ellas, y por ninguna manera se las pueden quitar ni despegar de las carnes, sino de una forma, que es untándose con aceite; y después que un rato están untadas las piernas o partes donde las tienen, ráenlas con un cuchillo, y así las quitan; y los indios que no tienen aceite chamúscanlas con fuego, y sufren mucha pena en se las quitar. De los animales pequeños y importunos que se crían en las cabezas y cuerpos de los hombres, digo que los cristianos muy pocas veces los tienen, idos a aquellas partes, sino es alguno uno o dos, y aquesto rarísimas veces; porque después que pasemos por la línea del diámetro, donde las agujas hacen la diferencia del nordestear o noroestear, que es el paraje de las islas de los Azores, muy poco camino más adelante, siguiendo nuestro viaje y navegación para el poniente, todos los piojos que los cristianos llevan suelen criar en las cabezas y cuerpos, se mueren y alimpian, que, como dicho es, ni se ven ni parecen, y poco a poco se despiden, y en las Indias no los crían, excepto algunos niños de los que nacen en aquellas partes, hijos de los cristianos; y comúnmente en las cabezas de los indios naturales todos los tienen, y aun en algunas partes, en especial en la provincia de Cueva, que dura más de cien leguas y comprende la una y otra costa del norte y del sur; los indios se espulgan unos a otros (y en especial las mujeres son las espulgaderas), y todos los que toman se los comen, y aun con dificultad se los podemos excusar y evitar a los indios que en casa nos sirven, que son de la dicha provincia; pero es de notar una cosa grande, que así como los cristianos estamos limpios de esta suciedad en las Indias, así en las cabezas como en las personas, cuando a estas partes de Europa volvemos, así como llegamos por el mar Océano al dicho paraje donde aquesta plaga cesó, según es dicho, como si nos estuviesen esperando, no los podemos por algunos días agotar, aunque se mude hombre dos o tres o más camisas al día, y tan menudísimos casi como liendres, y aunque poco a poco se vayan agotando, en fin tornan los hombres a quedar con algunos, según que antes en estas partes los solían, o según la limpieza de cada uno en este caso; pero no para más ni menos que antes se hacía. Esto he yo muy bien probado, pues ya cuatro veces he pasado el mar Océano y andado este camino. Entre los indios en muchas partes es muy común el pecado nefando contra natura, y públicamente los indios que son señores y principales que en esto pecan tienen mozos con quien usan este maldito pecado; y los tales mozos pacientes, así como caen en esta culpa, luego se ponen naguas, como mujeres, que son unas mantas cortas de algodón, con que las indias andan cubiertas desde la cinta hasta las rodillas, y se ponen sartales y puñetes de cuentas y las otras cosas que por arreo usan las mujeres, y no se ocupan en el uso de las armas, ni hacen cosa que los hombres ejerciten, sino luego se ocupan en el servicio común de las casas, así como barrer y fregar y las otras cosas a mujeres acostumbradas: son aborrecidos estos tales de las mujeres en extremo grado; pero como son muy sujetas a sus maridos, no osan hablar en ello sino pocas veces, o con los cristianos. Llaman en aquella lengua de Cueva a estos tales pacientes camayoa; y así, entre ellos, cuando un indio a otro quiere injuriar o decirle por vituperio que es afeminado y para poco, le llama camayoa. Los indios en algunas provincias, según ellos mismos dicen, truecan las mujeres con otros, y siempre les parece que gana en el trueco el que la toma más vieja, porque las viejas los sirven mejor. Son muy grandes maestros de hacer sal de agua salada de la mar, y en esto ninguna ventaja les hacen los que en el dique de Gelanda, cenca de la villa de Mediolburgue, la hacen, porque la de los indios es tan blanca o más, y, es mucho más fuerte o no se deshace tan presto; yo he visto muy bien la una y la otra, y la he visto hacer a los unos y a los otros. Es opinión de muchos que en aquellas partes debe haber piedras preciosas (no hablo en la Nueva España, porque ya de allí algunas se han visto y traído a España, y en Valladolid, el año pasado de 1524, estando allí vuestra majestad, vi una esmeralda traída de Yucatán o Nueva España, entallando en ella de relieve un rostro redondo, a manera de luna de Plasma, la cual se vendió en más de cuatrocientos ducados de buen oro). Pero en Tierra-Firme, en Santa Marta, al tiempo que allí tocó el armada que el Católico rey don Fernando envió a Castilla del Oro, yo salté en tierra con otros, y se tomaron hasta mil y tantos pesos de oro de ciertas mantas y cosas de indios, en que se vieron plasmas de esmeraldas y corniolas y, jaspes y calcedonias y zafires blancos y ámbar de roca; todas estas cosas se hallaron donde he dicho, y se cree que de la tierra adentro les debía venir por trato y comercio que con otras gentes de aquellas partes deben tener; porque naturalmente todos los indios generalmente, más que todas las gentes del mundo, son inclinados a tratar y a trocar y baratar unas cosas con otras; y así, de unas partes se llevan adonde carecen de ella, y les dan oro o mantas o algodón hilado, o esclavos o pescado, o otras cosas; y en el Cenú, que es una provincia de indios flecheros caribes, que confina con la provincia de Cartagena, y está entre ella y la punta de Caribana, cierta gente que allí envió una vez Pedrarias de Ávila, gobernador de Castilla del Oro por vuestra majestad, fueron desbaratados, y mataron al capitán Diego de Bustamante y a otros cristianos, y éstos hallaron allí muchos cestos del tamaño de estos banastos que se traen de la montaña de Vizcaya con besugos; los cuales estaban llenos de cigarras y langostas y grillos; y decían los indios que allí fueron presos que los tenían para los llevar a otras tierras adentro, apartadas de la costa de la mar, donde no tienen pescado, y estiman mucho aquel majar para lo comer, en precio del cual daban y traían de allá otras cosas de que estotros tenían necesidad y las estimaban en mucho, y los de acullá tenían mucha cantidad de las cosas que les daban a trueco o en precio de las dichas cigarras y grillos.
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De lo que hay que decir desde Caxamalca hasta el valle de Jauja, y del pueblo de Guamachuco, que comarca con Caxamalca Declarado he lo que pude entender en lo tocante a las fundaciones de las ciudades de la Frontera de los Chachapoyas y de León de Guanuco; volviendo, pues, al camino real, diré las provincias que hay desde Caxamalca hasta el hermoso valle de Jauja, del cual a Caxamalca habrá ochenta leguas, poco más o menos, todo camino real de los ingas. Más adelante de Caxamalca casi once leguas está otra provincia grande y que antiguamente fué muy poblada, a la cual llaman Guamachuco. Y antes de llegar a ella, en el comedio del camino, hay un valle muy apacible y deleitoso, el cual, como está abrigado con las sierras, es su asiento cálido; y pasa por él un lindo río, en cuyas riberas se da trigo en abundancia y parras de uvas, higueras, naranjos, limones y otras muchas que de España se han traído. Antiguamente en las vegas y llanuras deste gran valle había aposentos para los señores, y muchas sementeras para ellos y para el templo del sol. La provincia de Guamachuco es semejante a la de Caxamalca y los indios son de una lengua y traje, y en las religiones y sacrificios se imitaban los unos a los otros y, por el consiguiente, en las ropas y llantos. Hubo en esta provincia de Guamachuco en los tiempos pasados grandes señores; y así, cuentan que fueron muy estimados de los ingas. En lo más principal de la provincia está un campo grande, donde estaban edificados los tambos o palacios reales, entre los cuales hay dos de anchor de veinte y dos pies, y de largor tienen tanto como una carrera de caballos, todos hechos de piedras, el ornato dellas de crecidas y gruesas vigas, puesta en lo más alto de la paja, que ellos usan con grande orden. Con las alteraciones y guerras pasadas se ha consumido mucha parte de la gente desta provincia. El temple della es bueno, más frío que caliente, muy abundante de mantenimiento y de otras cosas pertenecientes para la sustentación de los hombres. Había, antes que los españoles entrasen en este reino, en la comarca desta provincia de Guamachuco gran número de ganado de oveja, y por altos y despoblados andaban otra mayor cantidad del ganado campestre y salvaje, llamado guanacos y vicunias, que son del talle y manera del manso y doméstico. Tenían los ingas en esta provincia (según me informaron) un soto real, en el cual, so pena de muerte, era mandado que ninguno de los naturales entrase en él a matar deste ganado silvestre, del cual había número grande, y algunos leones, osos, raposas y venados. Y cuando el Inga quería hacer alguna caza real mandaba juntar tres mil o cuatro mil indios, o diez mil o veinte mil, o los que él era servido que fuesen, y estos cercaban una gran parte del campo de tal manera que poco a poco y con buena orden se venían a juntar tanto, que se asían de las manos; y en lo que ellos mismos habían cercado estaba la caza recogida; donde es gran pasatiempo ver los guanacos los saltos que dan; y las raposas, con el temor que han, andan por una parte y por otra, buscando salida; y entrando en el cercado otro número de indios con sus aillos y palos, matan y toman el número que el señor quiere; porque destas cazas tomaban diez mil o quince mil cabezas de ganado, o el número que quería: tanto fue lo mucho que dello había. De la lana destos ganados o vicunias se hacían las ropas preciadas para ornamentos de los templos y para servicio del mismo Inga y de sus mujeres y hijos. Son estos indios de Guamachuco muy domésticos, y han estado casi siempre en gran confederación con los españoles. En los tiempos antiguos tenían sus religiones y supersticiones, y adoraban en algunas piedras tan grandes como huevos, y otras mayores, de diversas colores, las cuales tenían puestas en sus templos o guacas, que tenían por los altos y sierras de nieve. Señoreados por los ingas, reverenciaban al sol, y usaron de más policía así en su gobernación como en el tratamiento de sus personas. Solían en sus sacrificios derramar sangre de ovejas y corderos, desollándolos vivos sin degollarlos, y luego con gran presteza les sacaban el corazón y asadura para mirar en ello sus señales y hechicerías, porque algunos dellos eran agoreros, y miraron (a lo que yo supe y entendí) en el correr de las cometas, como la gentilidad, y donde estaban sus oráculos veían al demonio, con el cual es público que tenían sus coloquios. Ya estas cosas han caído, y sus ídolos están destruídos, y en su lugar puesta la cruz, para poner temor y espanto al demonio, nuestro adversario. Y algunos indios, con sus mujeres y hijos, se han vuelto cristianos, y cada día, con la predicación del santo Evangelio, se vuelven más, porque en estos aposentos principales no deja de haber clérigos o frailes que los doctrinan, Desta provincia de Guamachuco sale un camino real de los ingas a dar a los Conchucos; y en Bombón se torna a juntar con otro tan grande como él. El uno de los cuales dicen que fue mandado por Topainga Yupangue, y el otro por Guaynacapa, su hijo.
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Capítulo LXXXI Cómo mediante los avisos de Puma Inga se tomó el fuerte de Huaina Pucara, a fuerza de brazos Otro día siguiente se levantó el campo y en buen orden marchó dos leguas hacia Huaina Pucara, donde los enemigos estaban fortalecidos, e hicieron reseña en un lugar dicho Panti Pampa, y allí el campo español hizo alto, para tratar cómo se había de embestir al fuerte, y prevenir las cosas necesarias para el asalto, que se esperaba sería muy difícil y peligroso. Sobre dónde se había de asentar el campo hubo muchas diferencias entre los capitanes y vecinos, que casi llegaron a las manos, porque como todos, o los más que allí iban sirviendo a su Majestad, eran gente principal y escogida, hombres ricos y poderosos, de mucha hacienda y valor, y servían a su costa, perdían el respeto al Maese de Campo, pero llegó en esto el General, que venía algo atrás y se sosegó todo, y se asentó el campo como mejor se pudo. Los enemigos estaban a la vista y aun casi en el campo, según se acercaban. El capitán orejón Puma Ynga, que hemos dicho que salió a dar la obediencia, informó al General, y a los demás consultores y capitanes, estando en consejo, el sitio y lugar que había de pasar otro día siguiente la gente, y el bagaje, y por qué traza y motivo este capitán trató todo lo que se preguntó, y él advirtió con mucha fidelidad y verdad, que no fue poco. Así, mediante sus avisos claramente se conoce haberse habido la victoria y torna del fuerte, porque dijo que era un sitio muy largo de legua y media, casi que llegaba a dos, y de distancia como de media luna el camino por dónde se había de marchar, muy angosto, de gran pedregal y montaña y un río ancho y caudaloso, que corre a la vereda del camino, que todo era de más peligro y temeridad, yendo pasando y peleando con los enemigos que estarían en los altos en esta distancia de legua y media, en los altos que hace media cuchilla fragosa, que no se puede caminar ni pasar yendo dos compañeros juntos a la par. Tenían los indios hecho un fuerte de piedra y lodo, muy ancho, donde estaba la fortaleza con muchísimos montones de piedra para tirar a mano y con hondas, y encima del fuerte, por toda la cuchilla estaban montones de pedregonazos y, encima o detrás de los montones, piedras muy grandes con sus palancas, que en meneando cualquiera muchacho aquéllas, desperdigonasen las galgas, y esto habían de hacer, estando metido en aquella media luna de la cuchilla el campo español, con los indios amigos de guerra y todo el bagaje, que caminaba a la par, de suerte que si los enemigos, permitiéndolo Dios, pusieran por obra lo que tenían trazado y aparejado, no quedara de todo el campo alma viva así de indios como de españoles, que las galgas los mataran a todos y los llevaran por delante rodando, y el que dellas escapara con la vida era fuerza venir a echarse en el río, donde se ahogaran, cayendo de repente y con el embarazo de las armas y vestidos, y cuando alguno escapara de las galgas y del río, también pereciera, porque había de la otra parte quinientos indios chunchos de los Andes, flecheros que no dejaran nadie a vida, que a flechazos no los acabaran. Así en el aviso de Puma Ynga estuvo el bien del campo español aquel día y salir con el intento deseado, feneciendo en la guerra. Otro día, lunes, se prepararon todos los soldados y caballeros que había en el campo hicieron los más las diligencias que en tales trances suelen hacer los cristianos, confesando y comulgando y previniendo las armas, porque sin duda se entendió que había de ser peligroso el combate y toma del fuerte, por el lugar donde estaba situado y las prevenciones que habían hecho en él los enemigos. El General Martín Hurtado de Arbieto salió al campo, acompañado del General Gaspar Sotelo, y de todos los vecinos y capitanes, y por las minutas que tenía de la gente fue llamando a los soldados que le pareció, y estando como ciento y cincuenta, les mandó fuesen por una cuchilla alta y montañosa de legua y media, en alto del cerro. Estos soldados salieron luego como se les fue mandado, y sería después de las seis de la mañana, y empezaron a subir el cerro que era tan agrio y dificultoso que iban a gatas y asidos unos de otros, y, en fin, quiso Dios que sin peligrar llegaron a lo alto, como a la una de la tarde. Puestos en lo alto, se mostraron a los enemigos que estaban abajo, los cuales estaban muy bien ordenados según su costumbre de guerra y, como diestros y prácticos en la tierra, viendo los españoles superiores y que de allí los tenían debajo y sujetos a toda su voluntad, no les pareció cosa conveniente aguardarlos allí, y así poco a poco se fueron retirando hacia el fuerte de Huaina Pucara, dejando las galgas y piedras que tenían aparejadas para destruir a los españoles. El General iba con el campo y bagaje, caminando poco a poco haciendo a ratos alto para entretener el tiempo y que los suyos que iban por el cerro arriba acaben de subir, hasta que los españoles e indios amigos dieron desde lo alto gritos y voces, jugando el arcabucería, y en esto la artillería iba jugando contra el fuerte poco a poco, por amedrentar los enemigos que a él se recogían. Se hacía de nuestra parte todo lo posible por llegar, pero el camino tan fragoso, áspero y angosto los detenía. Pero al fin fue Dios servido que con la buena ayuda que los de arriba dieron y buena maña de los de abajo, estando ya cerca se dio ¡Santiago! arremetiendo al fuerte, y habiendo dado una buena rociada de arcabucería se ganó, habiéndose defendido los indios un rato con ánimo y osadía, y no peligro ninguno de los nuestros, aunque en general se pasó gran trabajo y cansancio, por ser el camino y subida al fuerte tan difícil y agria. Otro día, que fue martes, salieron trece soldados sobresalientes de los que ordinario iban tomando los altos desde el puente de Chuqui Chaca, y con ellos fue don Francisco Chilche, curaca de Yucay, General de los cañaris, y llegaron a Macho Pucara, donde Manco Ynga desbarató a Gonzalo Pizarro, Villacastín y al capitán Orgoño y otros. Siguiendo a estos sobresalientes el campo se hizo allí alto, y los enemigos en número vinieron a dar un arma al campo y fue con tanta vocería y alaridos que causó al principio alguna turbación, y a don jerónimo de Figueroa, sobrino del virrey don Francisco de Toledo, le quemó un criado suyo un escaupil que llevaba vestido, que si no se echara en un arroyo que por allí cerca corría, sin duda se abrasara sin poderlo remediar. Este día marchando el campo llegó a Marcanay, adonde se halló mucho maíz sembrado en mazorca que aún no se había cogido, y platanales y ajiales, mucho número de yucas algodonales y guayabas, de que la gente recibió grandísimo contento y se reformó con las frutas y comida que hallaron, porque iban hambrientos y necesitados de mantenimientos. El maese de campo Joan Álvarez Maldonado porque un soldado mestizo llamado Alonso Hernández de la Torre hijo de Francisco Hernández de la Torre, hombre antiguo en este Reino, quebró y tomó unas cañas dulces para comer, le dio de sargentazos, para con esto reprimir las desórdenes de los demás soldados que se iban esparciendo y guardaban poca disciplina militar saliéndose de su ordenanza. Porque pudiera ser estar los indios en alguna emboscada y salir de repente a la gente que andaba fuera de escuadrón, y hacer mucho daño en ella, como en infinitas ocasiones se ha visto, por no recelarse del enemigo, perderse un campo entero.
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Cómo después del ajuste fueron los rebeldes a Xaraguá, diciendo que iban a embarcarse en las dos naves que enviase el Almirante Después de convenidas las cosas que se han dicho, volvieron Carvajal y Salamanca a Santo Domingo, y por su mediación firmó el Almirante los capítulos que le llevaron, a 21 de Noviembre, y concedió, de nuevo, seguro y licencia a los que no quisieran ir a Castilla con Roldán, prometiéndoles sueldo o vecindad en la isla, lo que más quisiesen, y que los otros pudiesen arreglar sus negocios libremente, como les agradara; cuyo despacho entregó Ballester el 24 de Noviembre a Roldán y los de su compañía, en la Concepción, y con esto emprendieron su camino hacia Xaraguá, para disponer las cosas de su ida, como se supo después; y aunque el Almirante, en cierto modo, reconocía tal malignidad y sentía el dolor de ver impedido el servicio del Adelantado en la continuación del descubrimiento de la tierra firme de Paria, y en ordenar la pesca y el rescate de las perlas, con darles aquellos navíos, no por esto no quiso dar motivo a que le culpasen los rebeldes de que les negaba el pasaje ofrecido, por lo cual empezó luego a disponer los navíos según estaba concertado, aunque su despacho se demoraba por la penuria de las cosas necesarias; para suplirlas y no perder más tiempo, mandó a Carvajal que fuese por tierra a Xaraguá, para que, mientras llegaban los navíos, tuviese dispuesta prontamente su partida, y el despacho de la gente, conforme a la amplia comisión que se le había dado. Luego resolvió ir sin tardanza a la Isabela, para visitar y asegurar la tierra, dejando a D. Diego su hermano en Santo Domingo, a fin de que proveyese lo que fuera necesario. Así, después de su partida, salieron a fin de Enero las dos carabelas, proveídas de todo lo necesario, para recoger a los rebeldes; pero habiendo sobrevenido una gran tormenta, se vieron obligadas a permanecer en otro puerto hasta fin de Marzo; como la carabela Niña, que era una de ellas, estaba muy mal, y requería eficaz remedio, envió el Almirante a Pedro de Arana y a Francisco de Garay, con la otra, llamada Santa Cruz, a Xaraguá, en la cual, y no por tierra, fue después Carvajal; en este viaje tardó once días, y halló la otra carabela, llamada Santa Cruz, que esperaba allí.
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Cómo dieron licencia los alzados a los indios que comiesen carne humana Para valerse los oficiales y Domingo de Irala con los indios naturales de la tierra, les dieron licencia para que matasen y comiesen a los indios enemigos de ellos, y a muchos de éstos, a quien dieron licencia, eran cristianos nuevamente convertidos, y por hacellos que no se fuesen de la tierra y les ayudasen; cosa tan contra del servicio de Dios y de Su Majestad, y tan aborrecible a todos cuantos lo oyeron; y dijéronles más, que el gobernador era malo, y que por ello no les consentía matar y comer a sus enemigos, y que por esta causa le habían preso, y que agora, que ellos mandaban, les daban licencia para que lo hiciesen así como se lo mandaban; y visto los oficiales y Domingo de Irala que, con todo lo que ellos podían hacer y hacían, que no cesaban los alborotos y escándalos, y que de cada día eran mayores, acordaron de sacar de la provincia al gobernador, y los mismos que lo acordaron se quisieron quedar en ella y no venir en estos reinos, y que con sólo echarle de la tierra con algunos de sus amigos se contentaron, lo cual, entendido por los que le favorescían, entre ellos hobo muy gran escándalo, diciendo que, pues los oficiales habían hecho entender que habían podido prenderle, y les habían dicho que vernían con el gobernador a dar cuenta a Su Majestad, que habían de venir, aunque no quisiesen, a dar cuenta de lo que habían hecho; y ansí, se hubieren de concertar que los dos de los oficiales viniesen con él, y los otros dos se quedasen en la tierra; y para traerle alzaron uno de los bergantines que el gobernador había hecho para el descubrimiento de la tierra y conquista de la provincia; y de esta causa había muy grandes alborotos y mayores alteraciones, por el gran descontento que la gente tenía de ver que le querían ausentar de la tierra. Los oficiales acordaron de prender a los más principales y a quien la gente más acudía, y sabido por ellos, andaban siempre sobre aviso, y no los osaban prender, y se concertaron por intercesión del gobernador, porque los oficiales le rogaron que se lo enviase a mandar, y cesasen los escándalos y diesen su fe y palabra de no sacarle de la prisión, y que los oficiales y la justicia que tenían puesta prometían de no prender a ninguna persona ni hacerle ningún agravio; y que soltarían los que tenían presos, y así lo juraron y prometieron, con tanto, que, porque había tanto tiempo que le tenían preso y ninguna persona le había visto, y tenían sospecha y se recelaban que le habían muerto secretamente, dejasen entrar en la prisión donde el gobernador estaba dos religiosos y dos caballeros para que le viesen y pudiesen certificar a la gente que estaba vivo; y los oficiales prometieron de lo cumplir dentro de tres o cuatro días antes que le embarcasen, lo cual no cumplieron.
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Cómo fuimos a la ciudad de Cholula, y del gran recibimiento que nos hicieron Una mañana comenzamos a marchar por nuestro camino para la ciudad de Cholula, e íbamos con el mayor concierto que podíamos; porque, como otras veces he dicho, adonde esperábamos haber revueltas o guerras nos apercibíamos muy mejor, e aquel día fuimos a dormir a un río que pasa obra de una legua chica de Cholula, adonde está hecha ahora una puente de piedra, e allí nos hicieron unas chozas e ranchos; y esa noche enviaron los caciques de Cholula mensajeros, hombres principales, a darnos el parabién venidos a sus tierras, y trajeron bastimentos de gallinas y pan de su maíz, e dijeron que en la mañana vendrían todos los caciques y papas a nos recibir e a que les perdonasen porque no habían salido luego; y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar que se lo agradecía, así por el bastimento que traían como por la buena voluntad que mostraban; e allí dormimos aquella noche con buenas velas y escuchas y corredores del campo. Y como amaneció, comenzamos a caminar hacia la ciudad; e yendo por nuestro camino, ya cerca de la población nos salieron a recibir los caciques y papas y otros muchos indios, e todos los más traían vestidas unas ropas de algodón de hechura de marlotas, como las traían los indios zapotecas: y esto digo a quien las ha visto y ha estado en aquella provincia, porque en aquella ciudad así se usan; e venían muy de paz y de buena voluntad, y los papas traían braseros con incienso, con que zahumaron a nuestro capitán e a los soldados que cerca de él nos hallamos. E parece ser aquellos papas y principales, como vieron los indios tlascaltecas que con nosotros venían, dijéronselo a doña Marina que se lo dijese a Cortés, que no era bien que de aquella manera entrasen sus enemigos con armas en su ciudad; y como nuestro capitán lo entendió, mandó a los capitanes y soldados y el fardaje que parásemos; y como nos vio juntos e que no caminaba ninguno, dijo: "Paréceme, señores, que antes que entremos en Cholula que demos un tiento con buenas palabras a estos caciques e papas, e veamos qué es su voluntad; porque vienen murmurando destos nuestros amigos de Tlascala, y tienen mucha razón en lo que dicen; e con buenas palabras les quiero dar a entender la causa por que venimos a su ciudad. Y porque ya, señores, habéis entendido lo que nos han dicho los tlascaltecas, que son bulliciosos, será bien que por bien den la obediencia a su majestad, y esto me parece que conviene"; y luego mandó a doña Marina que llamase a los caciques y papas allí donde estaba, a caballo, e todos nosotros juntos con Cortés; y luego vinieron tres principales y dos papas, y dijeron: "Malinche, perdonadnos porque no fuimos a Tlascala a te ver y llevar comida, y no por falta de voluntad, sino porque son nuestros enemigos Mase-Escaci y Xicotenga e toda Tlascala; e porque han dicho muchos males de nosotros e del gran Montezuma, nuestro señor, que no basta lo que han dicho, sino que ahora tengan atrevimiento con vuestro favor de venir con armas a nuestra ciudad"; y que le piden por merced que les mande volver a sus tierras, o a lo menos que se queden en el campo, e que no entren de aquella manera en su ciudad, e que nosotros que vayamos mucho en buena hora. E como el capitán vio la razón que tenían, mandó luego a Pedro de Alvarado e al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, que rogasen a los tlascaltecas que allí en el campo hiciesen sus ranchos y chozas, e que no entrasen con nosotros sino los que llevaban la artillería y nuestros amigos los de Cempoal, y les dijesen la causa por que se mandaba, porque todos aquellos caciques y papas se temen dellos; e que cuando hubiéremos de pasar de Cholula para México que los enviaría a llamar, e que no lo hayan por enojo. Y como los de Cholula vieron lo que Cortés mandó, parecía que estaban más sosegados; y les comenzó Cortés a hacer un parlamento, diciendo que nuestro rey y señor, cuyos vasallos somos, tiene grandes poderes y tiene debajo de su mando a muchos grandes príncipes y caciques: y que nos envió a estas tierras a les notificar y mandar que no adoren ídolos, ni sacrifiquen hombres ni coman de sus carnes, ni hagan sodomías ni otras torpedades; e que por ser el camino por allí para México, adonde vamos hablar al gran Montezuma, y por no haber otro más cercano, venimos por su ciudad, y también para tenerlos por hermanos; e que pues otros grandes caciques han dado la obediencia a su majestad, que será bien que ellos la den, como los demás. E respondieron que aun no hemos entrado en su tierra e ya les mandamos dejar sus teules, que así llaman a sus ídolos, que no lo pueden hacer; y dar la obediencia a ese vuestro rey que decís, les place; y así, la dieron de palabra, y no ante escribano. Y esto hecho, luego comenzamos a marchar para la ciudad, y era tanta la gente que nos salía a ver, que las calles e azoteas estaban llenas; e no me maravillo dello, porque no habían visto hombres como nosotros, ni caballos; y nos llevaron a aposentar a unas grandes salas, en que estuvimos todos, e nuestros amigos los de Cempoal y los tlascaltecas que llevaron el fardaje, y nos dieron de comer aquel día e otro muy bien e abastadamente. E quedarse ha aquí, y diré lo que más pasamos.
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Capítulo LXXXII De cómo don Francisco Pizarro envió a Verdugo al Cuzco con poder para Juan Pizarro, su hermano, que tuviese la tenencia de la ciudad; y de los debates que hubo en ella, y lo que más pasó Estando, pues, con esta determinación, el gobernador Pizarro escribió luego sus cargas a Juan Pizarro, su hermano, varón estimado, y que a lo que se publicaba de venir gobernación para Almagro, y que aunque él no tenía nueva cierta de lo que era, convenía al servicio del rey, y a su honra, que don Diego de Almagro no tuviese mando en el Cuzco; ni hiciese más que hacer la gente para ir, o enviar, al descubrimiento de Chiriguana: por lo tanto, que por virtud de la nueva provisión y poder que le enviaba, se hiciese luego recibir por su teniente en aquella ciudad y la tuviese a su cargo hasta que otra cosa proveyese. Escribió al cabildo lo que le pareció sobre el negocio, y al mariscal por no darle a entender la causa de aquel movimiento, le escribió fingidamente, y con dolo, que no se alterase por ello; porque lo hacía teniendo algunas consideraciones justas, y principalmente porque le parecía que estaría más metido en el negocio de la jornada de Chiriguana que no en lo que tocaba al Cuzco. Con el despacho de todo esto partió Melchor Verdugo, a quien Pizarro mandó que diligentemente anduviese hasta llegar al Cuzco, adonde ya había llegado la nueva que publicaba Cazalleja con su provisión simple; mas no había visto lo que era, salvo que querían ver el sello real y las provisiones auténticas para que luego Almagro, como gobernador, quitase y pusiese a sus amigos. Verdugo diose prisa andar. Juan Pizarro entendía bien lo que su hermano mandaba; tenía de su parte los vecinos, y no todos. Almagro, los demás, con todos los que pensaban ir a Chiriguana, que eran muchos. Entre todos había grandes pláticas sobre qué sería bien hacer, lo que unos decían y otros pensaban. Soto era teniente, acostábase algo a la parte de Almagro por su interés, y aguardaba a ver las provisiones. No se trató en el recibimiento del uno ni del otro. Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro estaban más sentidos de Almagro porque le querían mal, y mostráronlo con esta ocasión. Los amigos de Almagro traíanle al retortero, diciéndole que mirase por sí, pues el rey lo había hecho señor que lo fuese de veras y que luego enviase por aquellas provisiones que venían, y tomase posesión en lo que le señalaba el rey por gobernación, Salió del Cuzco, Vasco de Guevara con algunos caballos para encontrarse con aquel mozo que las traía. Divulgóse por la ciudad cómo salía Vasco de Guevara. Publicaron los Pizarros que iban a matar al gobernador y quisieron salir para impedir la ida al Vasco de Guevara. Hablaron con Soto, que era teniente, porque en el despacho que trajo Verdugo mandaba al gobernador que si Almagro no usase del cargo que estuviese en él como estaba, y si Almagro lo tuviese, que no lo fuese uno ni otros de ellos sino Juan Pizarro, su hermano. Soto respondió a los que le hablaron que no se alterasen porque Vasco de Guevara no iba a cosa de lo que ellos pensaban. Juan Pizarro era orgulloso y tenía envidia de ver que Almagro había de ser gobernador de lo que ellos decían haber ganado y conquistado; juntaba gente, apellidaba los amigos de su hermano, esforzándolos en su amistad, ponderando el agravio que Almagro le hacía en desear tomarle la gobernación y que lo enviaba a matar y otras cosas. Allegáronse a él los que se holgaban de oír aquello. Súpolo Hernando de Soto; indignóse contra ellos, porque así buscaban escándalos, fue a su posada, con toda templanza y gentil comedimiento amonestólos que amansasen y no diesen lugar a ningún mal. Respondieron con soberbia y menosprecio a Hernando: ser amigo de Almagro, y que bien mostraba el afición que le tenía. Solo tenía su vara en la mano, ellos las armas sin dejar de hablar airadamente, tanto que muy enojado se partió de ellos para la posada de Almagro, a quien requirió le diese favor, pues siendo justicia mayor en aquella ciudad le habían menospreciado y aun amenazado. Almagro, como aquello oyó, dijo que eran liviandades de mozos, pero mandó a muchos caballeros de sus aliados que favoreciesen al justicia del rey con todas sus fuerzas, con el cual favor volvió Soto a requerir a Juan Pizarro se estuviese en su casa y no saliese de la ciudad, porque dicen que quería salir tras Vasco de Guevara. Mas dándose menos por Soto que de primero, respondió con más asperidad y orgullo mostrando en su persona mucho brío para salir con lo que quisiese y de palabra en palabra vinieron a las armas, pidiendo Soto favor a la justicia y el otro al amistad de su hermano; salieron inflamados en ira a la plaza dándose lanzadas, donde cierto si durara mucho se recreciere gran mal. Mas Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro con sus valedores, temiéndose no saliese Almagro en favor de Soto, no pasaron delante, ni el mismo Soto lo permitió por excusar el escándalo, no dejando de estar sentido de los que habían desmesurado. Requirieron de nuevo a Juan Pizarro, y a su hermano y a otros, que no saliesen de sus posadas: las cuales les mandó que tuviesen por cárceles; y al mariscal encastilló en la suya, estando todos tan turbados y llenos de envidia los unos de los otros, que fue espanto no salir matarse todos ellos. Afirmóse que fueron estas las primeras pasiones que hubo en esta tierra entre los Almagros y Pizarros, o causado por su respecto.
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Capítulo LXXXII Que trata de todo lo que le sucedió al gobernador en la jornada después que salieron de la villa viciosa de Arequipa hasta la ciudad de los Reyes Estando en la villa de Arequipa, el gobernador supo cómo el galeón en que iba Gerónimo de Alderete, su capitán, estaba en el puerto de Ilo, veinte y cinco leguas adelante del puerto de Arequipa, y que la otra nao con grandes temporales había arribado al puerto de la ciudad de los Reyes, y que la galera estaba en el puerto de Arequipa, en la cual acordó ir a la ciudad de los Reyes por ahorrar el trabajo del camino. Y sabido esto se fueron el gobernador y Pedro de Hinojosa con los demás compañeros. Se embarcaron y navegaron en diez días hasta entrar en el puerto de los Reyes. Sabido por el presidente cómo era llegado el gobernador con su galera, salió al camino a recebille muy acompañado de gente, y cuando le vido le abrazó, holgándose con él en extremo grado. Y el gobernador hizo el debido acatamiento como requería por la persona real que representaba. Y dijo a el presidente que la pena mayor y que más sentía era haber su señoría puesto algún trabajo en el hacer de la provisión que Pedro de Hinojosa había llevado, la cual se podía excusar con escrebir su señoría una breve carta. Y con verla, luego en aquel punto, volviera a cumplir su mandato y venir a darle cuenta de todo lo que le fuese pedido y le pidiesen. Túvoselo el presidente de parte de Su Majestad en muy gran servicio, diciéndole que muy confiado estaba que lo que habían de su persona dicho de los agravios de los naturales era todo cautela y falsedad y envidias, pero que se holgaba, porque él así lo hacía en verle, por el mucho amor que le tenía y por la gran paciencia que tenía y usaba, y por la gran humildad con que había obedecido, porque con ella había dado muy gran ejemplo a los que presentes estaban y lo veían, y a los que lo oían y adelante lo sabrían, y porque todos los súbditos de Su Majestad supiesen obedecer, mayormente en aquella coyuntura y en tiempo tan vedriado y tierra de bullicios. Respondió el gobernador Valdivia que en todo tiempo haría lo mismo aunque se hallase en lo último de la tierra, y vendría a obedecer pecho por tierra al mandado de Su Majestad y de los señores de su Real Consejo y Audiencias, donde quiera que estuviese, porque esto tenía él heredado de sus pasados, y en ningún tiempo tendría otra voluntad, sino la que su rey y señor natural tuviese, y que seguiría a la continua tras ella sin demandar otra causa ninguna. Pues estando en esta gran concordia en la ciudad de los Reyes el presidente y el gobernador, allegó una fragata de Chile con quince soldados, a quejarse al presidente del gobernador don Pedro de Valdivia, y prencipalmente a que no le proveyese su señoría por gobernador, porque no le recibirían en la tierra. Viéndose ante el presidente aquellos quince hombres, se quejaron gravemente en presencia del presidente y del gobernador Valdivia. Respondióles el presidente a todos que pidiesen por escrito su justicia, que allí se les haría cumplimiento de ella, los cuales le pusieron una demanda al gobernador de ciento y tantos capítulos. Vista por el presidente, dijo que la firmasen las personas que la ponían aquello, los cuales negaron su firma y no quisieron firmar. Y lo que le pedían era que les había quitado los indios que les había encomendado, y cuando vino del descubrimiento de Arauco, había reducido en menos número los vecinos de la ciudad de Santiago. A esto respondió el gobernador que aquello se había hecho por el bien de la tierra y de los naturales de ella, y de aquello había ya dado cuenta a su señoría en Andaguaylas, y si su señoría mandaba, por el poder que de Su Majestad tenía, que se deshiciese, que él podía dar los indios a quien se quitaron. Y viendo el presidente que todo era parlerías y malicias cuanto le oponían, no queriendo ninguno mostrarse parte, absolvió al gobernador, ansí de esto como de todos los dineros que le pedían, que les había tomado en el puerto de Valparaíso, porque la mayor parte se les había pagado en Santiago y allí en la ciudad de los Reyes, y que los pocos que les quedaba a deber, se los habrían pagado en Santiago, y cuando no, que él se los pagaría en allegando a la ciudad de Santiago. Luego el presidente le dio licencia al gobernador, e otro día por la mañana, oído misa, se partió por tierra y dejó la galera a un su capitán que se decía Vicencio Monte, para que la aderezase y enjarciase, y le pusiese todo lo que fuese necesario, y se fuese con los hidalgos que con él en ella quisiesen ir.
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Que trata de lo más que le sucedió a Cortés en la Villa Rica, y quema de los navíos Traía Fernando Cortés a todos los de su ejército muy ocupados en la obra y edificación de la Villa Rica, y en su ayuda muchos naturales de los amigos y reducidos a su banda; y estando en la mayor fuerza de esta obra, llegaron dos sobrinos de Motecuhzoma con cuatro ancianos por sus consejeros, que iban de parte de Motecuhzoma y Cacama con un presente de oro muy rico, diciéndole que los señores mexicanos estimaban en mucho haber soltado a sus criados, y de presente le rogaban hiciese soltar a los otros dos que habían quedado en prisión; que ellos perdonaban el delito y exceso de quienes los habían prendido, sólo por darle gusto; y pues tenía intento de verse con Motecuhzoma, que ya él daba orden de cómo lo pudiese ver, y que se aguardarse un poco, que presto le enviaría aviso de su ida. Después de haberlos despachado, comunicó con el señor de Quiahuiztlan lo que le había pasado con los embajadores de Motecuhzoma, y como por su respeto no se atrevían a castigar el desacato; y que así el rey y todos los de su valía viviesen muy seguros de su libertad, y que no ocurriesen con sus tributos a los señores mexicanos, que él los defendería. Con este trato y ardid trajo Cortés a Motecuhzoma y a todos engañados muchos días, comenzándose a mover algunas guerras, especialmente los de Cempoalan contra los de Tizapantzinco, en donde estaba la fuerza y guarnición del imperio para asegurar toda aquella tierra. Cortés fue luego con si sus gentes en favor de los de Cempoalan, y peleando con los del ejército del imperio, se fueron recogiendo hasta cercarlos en Tizapantzinco; y aunque se defendieron, fue ganada la ciudad y fuerza. Cortés no permitió que matasen a ninguno de los moradores de ella, ni la saqueasen, por no disgustar a Motecuhzoma, con cuya hazaña quedó toda aquella tierra libre y exentos de pagar tributos, y quedaron muy obligados de servir siempre a Cortés. Al tiempo que él llegó a Veracruz, halló que habían llegado setenta españoles y quince caballos y yeguas, socorro muy necesario para la ocasión presente; hizo reseña de la gente que tenía y de los que se había ganado, sacó el quinto que envió a su majestad con Alonso Hernández Portocarrero y Francisco Montejo y escribió al rey una larga relación de sus cosas, pidiéndole le hiciese merced de sus servicios, y prometiendo conquistar, pacificar toda esta tierra, y prender o matar a Motecuhzoma; y el regimiento le envió a suplicar, tuviese por bien de confirmar el oficio que a Cortés habían dado de capitán y justicia mayor. A esta sazón algunos de los amigos de Diego Velázquez murmuraban en razón de decir, que había usurpado aquel oficio y negado la obediencia de Diego Velázquez, con que se comenzaron a amotinar. Cortés prendió a los más principales de ellos, e hizo ahorcar a dos, y a los demás los hizo azotar, con que cesó el motín, y comenzó a dar orden de la ida que quería hacer a México, pues no servía de nada todo lo hecho, si no se veía con Motecuhzoma y lo rendía, de donde había de sacar honra y fama inmortal; muchos rehusaban esta entrada porque les parecía temeridad, más que esfuerzo, ir quinientos hombres entre millones de enemigos, siendo todos los más contrarios a la opinión de Cortés; y viendo que sus ruegos ni sus buenas razones les convencían, hizo una de las mayores hazañas que jamás se ha visto en el mundo, que hombre tal intentase, y fue sobornar con dineros y grandes promesas a ciertos pilotos, para que estando con los más de su ejercito le entrasen a decir, que se comían de broma sus navíos y que no estaban para navegar; y a ciertos marineros (con quienes asimismo tenía hecho este trato secretamente), que barrenasen por debajo los navíos, para que se fuesen a fondo; los cuales todo lo hicieron de la forma como se trazó, y él hizo grandes extremos, y afligióse tan deveras, que nadie entendió la trama por entonces: y habiéndole dicho que no tenían remedio, les dijo que diesen orden de aprovechar siquiera la madera y la jarcia, y así quebraron luego cuatro navíos de los mejores, y antes de proseguir echaron de ver el trato doble que en esto había, y comenzaron todos a murmurar de él y a impedir que no se quebrasen los demás; pero a mal de su grado hizo quebrar los demás, no dejando más de tan solamente uno; y en la plaza hizo juntar a todos los que vio andaban disgustados y tristes, y les propuso una plática en donde les satisfizo las causas que le habían movido a quebrar los navíos, posponiendo su propio interés, pues le habían costado su dinero, y que otra hacienda no le quedaba; y habiéndoles dicho muchas razones para persuadir y animar a la entrada de México, concluyó con decirles que ya no había remedio para volverse, pues los navíos estaban quebrados, y que ninguno sería tan cobarde ni tan pusilánime, que querría estimar su vida más que la suya, ni tan débil de corazón que dudase de ir con él a México, donde tanto bien le estaba aparejado, y que si acaso se determinaba alguno de dejar de hacer este viaje, se podía ir bendito de Dios a Cuba en el navío que había dejado, de que antes de mucho se arrepentiría y pelaría las barbas viendo la buena ventura que esperaba le sucedería: ocupó a todos tanto la vergüenza, que no hubo ninguno que no prometiese de seguirle hasta la muerte, alabando mucho lo hecho. Antes que se partiese para México, apercibió a todos los amigos que estaban rebelados contra Motecuhzoma, que eran entre ciudades y pueblos más de cincuenta, en donde se podrían sacar en campo otros tantos mil hombres en su favor; y dejando ciento cincuenta hombres en la Villa, con los demás se salió por la vía de México, habiendo allanado los impedimentos que Francisco de Garay le había puesto estorbándole sus negocios, que había venido de Cuba para el efecto.