Cómo el Almirante salió de la Española, siguiendo su viaje, y descubrió las islas Guanajas En tanto, el Almirante dio lugar a su gente, en el puerto de Azúa, para que pudiese respirar de los trabajos padecidos en la tempestad. Y siendo uno de los deleites que da el mar, cuando no hay otra cosa que hacer, el pescar, entre las muchas especies de peces que sacaron, me acuerdo de dos, uno de gusto y otro de admiración; el primero fue un pez llamado esclavina, tan grande como media cama, al cual hirieron con un tridente, los de la nave Vizcaína, cuando iba durmiendo en el agua, y lo aferraron de modo que no pudo librarse; después, atado con una gruesa y larga maroma al banco del batel, tiraba de éste tan velozmente por aquel puerto, de aquí para allí, que parecía una saeta; de suerte que la gente de los navíos que no conocía el secreto, estaba espantada, viendo ir sin remos el batel a uno y otro lado, hasta que se murió el pez y lo llevaron a bordo de los navíos, adonde lo subieron con los ingenios que alzan las cosas pesadas. El segundo pez fue tomado con otro ingenio; llámanle los indios Manati, y no le hay en la Europa; es tan grande como una ternera, y su carne semejante en el sabor y color, acaso algo mejor y más grasa; de donde, los que afirmaban que hay en el mar todas las especies de animales terrestres, dicen que estos peces son verdaderamente becerros, pues no tienen forma de pez, ni se mantienen de otra cosa que la hierba que encuentran en las orillas. Volviendo ahora a nuestra historia, digo que después que el Almirante vio que su gente había descansado algo, y los navíos estaban aderezados, salió del puerto de Azúa y fue al del Brasil, que los indios llaman Yaquimo, para libarse de otra tempestad que vendría. Por ello salió después, a 14 de Julio, de este puerto con tanta bonanza que, no pudiendo seguir el camino que quería, lo echaron las corrientes a ciertas islas muy pequeñas y arenosas cerca de Jamaica, a las cuales llamó las Pozas; porque no hallando agua en ellas, hicieron muchas pozos en la arena, de los que se bastecieron para servicio de los navíos. Luego, navegando hacia Tierra Firme, por la ruta de Mediodía, llegaron a otras islas; aunque no tomaron tierra, sino es en la mayor, que se llamaba Guanaja, nombre que los que después hicieron cartas de marear, dieron a todas las islas Guanajas, que están 12 leguas de Tierra Firme, cerca de la provincia que ahora se llama Cabo de Honduras, aunque el Almirante la llamó punta de Caxinas. Pero como algunos hacen estas cartas sin andar por el mundo, incurren en grandísimos errores, los cuales ahora, que me ocurre decirlo, quiero referir, aunque rompa el hilo de mi historia; y es así. Estas mismas islas y la Tierra Firme la ponen dos veces en sus cartas de marear, como si en efecto fuesen tierras distintas; y siendo el Cabo de Gracias a Dios el mismo que llaman Cabo de Honduras, hacen dos. La causa de esto fue porque Juan Díaz de Solís, de cuyo apellido se llama el río de la Plata río de Solís, por haberle muerto allí los indios, y Vicente Yáñez, que fue capitán de un navío en el primer viaje del Almirante, cuando descubrió las Indias, y después halló la Tierra Firme, fueron juntos a descubrir el año de 1508, con intención de seguir la tierra que había descubierto el Almirante en el viaje de Veragua hacia Occidente. Siguiendo éstos casi el mismo camino, llegaron a la costa de Cariay, y pasaron cerca del Cabo de Gracias a Dios hasta la punta de Caxinas, que ellos llamaron de Honduras; y a las dichas islas, las Guanajas, dando, como hemos dicho, el nombre de la principal, a todas. De aquí pasaron más adelante, y no quisieron confesar que el Almirante hubiese estado en ninguna de dichas partes, para atribuirse aquel descubrimiento y mostrar que habían hallado un gran país, sin embargo de que un piloto suyo, llamado Pedro de Ledesma, que había ido antes con el Almirante en el viaje de Veragua, les dijese que él conocía aquellas regiones, y que eran de las que había ayudado a descubrir con el Almirante; así me lo refirió él mismo. La razón y el diseño de las cartas lo demuestran claramente; pero decían que estaba más allá de lo que el Almirante había descubierto; por lo que, una misma tierra está puesta dos veces en la carta, como, si Dios quiere, lo mostrará en adelante el tiempo, cuando se navegue más aquella costa, pues hallarán, sólo una vez, tierra de aquella forma, según he dicho. Pero, volviendo a nuestro descubrimiento, digo que habiendo llegado a la isla de Guanaja, mandó el Almirante al Adelantado D. Bartolomé Colón, su hermano, que fuese a tierra con dos barcas, en la que hallaron gente semejante a las de las otras islas, aunque no con la frente tan ancha. Vieron también muchos pinos y pedazos de tierra, llamada Cálcide, con la que se funde el cobre. Algunos marineros, pensando que era oro, la tuvieron mucho tiempo escondida. Hallándose el Adelantado en aquella isla, con deseo de saber sus secretos, quiso su buena suerte que llegase una canoa tan larga como una galera, y ocho pies de ancha, toda de un solo tronco, y de la misma hechura que las demás, la cual venía cargada de mercaderías, de las partes occidentales, hacia Nueva España, en medio de ella había un toldo de hojas de palma, no diferente del que traen las góndolas en Venecia, que defendía lo que estaba debajo, de manera que ni la lluvia, ni el oleaje podían dañar a nada de lo que iba dentro. Debajo de aquel toldo estaban los niños, las mujeres, los muebles y las mercaderías. Los hombres que guiaban la canoa, aunque eran 25, no tuvieron ánimo para defenderse contra las barcas que les seguían. Tomada por los nuestros la canoa sin lucha fue llevada a los navíos, donde el. Almirante dio muchas gracias a Dios, viendo cuán pronto era servido de darle de muestra de todas las cosas de aquella tierra, sin trabajo, ni peligro de los suyos. Luego mandó sacar de la canoa lo que le pareció ser más rico y vistoso, como algunas mantas y camisetas de algodón sin mangas, labradas y pintadas con diferentes colores y labores, y algunos pañetes con que cubrían sus vergüenzas, de la misma labor y paños con que se cubrían las indias de la canoa, como suelen hacer las moras de Granada; espadas de madera larga, con una canal a cada parte de los filos, y en éstas, hileras de pedernales sujetos con pez y cuerdas, que entre gente desnuda cortan como si fuesen de acero; las hachuelas para cortar leña eran semejantes a las de piedra que tienen los demás indios, salvo que eran de buen cobre; del que traían cascabeles, y crisoles para fundirle. Llevaban de bastimentos raíces y granos, iguales a los que se comen en la Española; cierto vino hecho de maíz, semejante a la cerveza de Inglaterra, y muchas almendras que usan por moneda en la Nueva España, las que pareció que estimaban mucho, porque cuando fueron puestas en la nave las cosas que traían, noté que, cayéndose algunas de estas almendras, procuraban todos cogerlas como si se les hubiera caído un ojo. Al mismo tiempo se veía que, aunque no pensaban en sí mismos viéndose sacar presos de su canoa a nave de gente tan extraña y feroz como somos nosotros respecto de ellos, corno la avaricia de los hombres es tanta, no debemos maravillarnos de que los indios la antepusieran al miedo y al peligro en que estaban. Asimismo, digo que también debemos apreciar mucho su honestidad y vergüenza, porque si al entrar en las naves, le quitaban a un indio los pañizuelos con que cubren sus partes vergonzosas, muy luego, para ocultarlas, poníase delante las manos y no las levantaba nunca, y las mujeres se tapaban el cuerpo y la cara, según hemos dicho que hacen las moras de Granada. Esto movió al Almirante a tratarlos bien, restituirles la canoa, y darles algunas cosas en trueque de aquellas que los nuestros les habían tomado para muestra. Y no detuvo consigo sino a un viejo, llamado Yumbé, al parecer de mayor autoridad y prudencia, para informarse de las cosas de la tierra, y para que animase a los indios a platicar con los cristianos; lo que hizo pronta y fielmente todo el tiempo que anduvimos por donde se entendía su lengua. Por lo que en premio y recompensa de esto, cuando llegamos adonde no podía ser entendido, el Almirante le dio algunas cosas, y le envió a su tierra muy contento; esto sucedió antes de llegar al Cabo de Gracias a Dios, en la costa de la Oreja, de que ya se ha hecho mención.
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Cómo el gran Montezuma vino a nuestros aposentos con muchos caciques que le acompañaban, e la plática que tuvo con nuestro capitán Como el gran Montezuma hubo comido, y supo que nuestro capitán y todos nosotros asimismo había buen rato que habíamos hecho lo mismo, vino a nuestro aposento con gran copia de principales, e todos deudos suyos, e con gran pompa; e como a Cortés le dijeron que venía, le salió a la mitad de la sala a le recibir, y el Montezuma le tomó por la mano, e trajeron unos como asentaderos hechos a su usanza e muy ricos, y labrados de muchas maneras con oro; y el Montezuma dijo a nuestro capitán que se sentase, e se asentaron entrambos, cada uno en el suyo, y luego comenzó el Montezuma un muy buen parlamento, e dijo que en gran manera se holgaba de tener en su casa y reino unos caballeros tan esforzados, como era el capitán Cortés y todos nosotros, e que había dos años que tuvo noticia de otro capitán que vino a lo de Champoton, e también el año pasado le trajeron nuevas de otro capitán que vino con cuatro navíos, e que siempre lo deseó ver, e que ahora que nos tiene ya consigo para servirnos y darnos de todo lo que tuviese. Y que verdaderamente debe de ser cierto que somos los que sus antepasados muchos tiempos antes habían dicho, que vendrían hombres de hacia donde sale el sol a señorear aquestas tierras, y que debemos de ser nosotros, pues tan valientemente peleamos en lo de Potonchan y Tabasco y con los tlascaltecas: porque todas las batallas se las trajeron pintadas al natural. Cortés le respondió con nuestras lenguas, que consigo siempre estaban, especial la doña Marina, y le dijo que no sabe con qué pagar él ni todos nosotros las grandes mercedes recibidas de cada día, e que ciertamente veníamos de donde sale el sol, y somos vasallos y criados de un gran señor que se dice el emperador don Carlos, que tiene sujetos a sí muchos y grandes príncipes, e que teniendo noticia de él y de cuán gran señor es, nos envió a estas partes a le ver a rogar que sean cristianos, como es nuestro emperador e todos nosotros, e que salvarán sus ánimas él y todos sus vasallos, e que adelante le declarará más cómo y de qué manera ha de ser, y cómo adoramos a uno solo Dios verdadero, y quién es, y otras muchas cosas buenas que oirá, como les había dicho a sus embajadores Tendile e Pitalpitoque e Quintalvor cuando estábamos en los arenales. E acabado este parlamento, tenía apercibido el gran Montezuma muy ricas joyas de oro y de muchas hechuras, que dio a nuestro capitán, e asimismo a cada uno de nuestros capitanes dio cositas de oro y tres cargas de mantas de labores ricas de pluma, y entre todos los soldados también nos dio a cada uno a dos cargas de mantas, con alegría, y en todo parecía gran señor. Y cuando lo hubo repartido, preguntó a Cortés que si éramos todos hermanos, y vasallos de nuestro gran emperador, e dijo que sí, que éramos hermanos en el amor y amistad, e personas muy principales e criados de nuestra gran rey y señor. Y porque pasaron otras pláticas de buenos comedimentos entre Montezuma y Cortés, y por ser esta la primera vez que nos venía a visitar, y por no le ser pesado, cesaron los razonamientos. Y había mandado el Montezuma a sus mayordomos que a nuestro modo y usanza estuviésemos proveídos, que es maíz, e piedras e indias para hacer pan, e gallinas y fruta, y mucha yerba para los caballos; y el gran Montezuma se despidió con gran cortesía de nuestro capitán y de todos nosotros, y salimos con él hasta la calle; y Cortés nos mandó que al presente que no fuésemos muy lejos de los aposentos, hasta entender más lo que conviniese. E quedarse ha aquí, e diré lo que adelante pasó.
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Capítulo LXXXIX De cómo Alonso de Alvarado salió de Trujillo para poblar una ciudad en los Chachapoyas Pocos días estuvo en Trujillo Alonso de Alvarado cuando salió con los caballos y peones que pudo juntar para la población y conquista que iba a hacer, y anduvo sin parar hasta que llegó a Cochabamba, donde había dejado los cristianos que en el capítulo pasado dije. Mandó que todos los que con él se habían juntado saliesen en público, porque quería ver cómo estaban armados. Los peones se mostraron con rodelas y espadas, o ballestas, y sayos cortos colchados recios, provechosos para la guerra de acá; los caballos, con sus lanzas y morriones y otras armas hechas de algodón. Dio cargo a un Luis Valera de los ballesteros. Los indios, como lo vieron volver con tanta gente, y conociendo lo que todos: que los españoles son molestos, a los más pesaba porque salió verdad lo que habían dicho. Asegurólos lo más que pudo. Partió de Cochabamba para Levanto: donde después se pobló el pueblo, como diremos. Supo cómo los moradores de las provincias lejanas y apartadas de allí se habían indignado con los que lo eran de las tierras por donde él había andado, porque les habían dado favor; y éstos de Levanto le importunaron les diese algún favor, para salir contra unos de éstos que tenían por enemigos, que venían a les robar sus campos y heredades; naturales de una tierra que llamaban Longia y Xumbia. Holgó Alvarado de ello; y a Rui Barba de Coronado mandó que con algunos fuese en ayuda de los indios sus confederados, los cuales ya estaban juntos y puestos a punto con sus armas; y fueron hasta una fuerza llamada Quita, donde estuvieron algunos días. Los que venían de guerra supieron de su estada en el fuerte; vinieron contra ellos a tener batalla; salieron los cristianos con los caballos, que los espantaron de tal manera, que volvieron las espaldas. Fueron los nuestros siguiendo hasta que se vieron en grande aprieto; que fue, que estando la yerba seca del estío y muy alta, pusiéronla fuego, y los cercaron. Hacía viento; andaba el fuego tan temeroso, que pensaron perecer; no lo podían apagar ni salir de él; reíanse los enemigos, que con esta ayuda, pensaron matarlos. Rui Barba, con otro, que había por nombre Pero Ruiz, con sus caballos, salieron por un cabezo y no tan ligeramente que no fuese rodando, por él deyuso, el caballo de Pero Ruiz, a vista de los indios y cristianos. Rui Barba encomendóse a Dios, acometió a todo el poder de ellos, viniendo luego sus amigos, que les tiraban muchos dardos y jaras, y los apretaron tanto, que les hicieron huir, habiendo ya remediado el fuego; de manera que sin peligrar, salieron los que estaban en él. Supo Alvarado este suceso; partió con los que con él habían quedado hasta entrar en la provincia de Langua, donde procuró tratar paz con los naturales amonestándoles quisiesen tenerla con él. Conociendo que les estaba bien, vinieron en ello. Y como hubo asentado aquella tierra, partió a otra provincia que está hacia la parte de levante, llevando muchos de sus confederados para que le ayudasen, llamada Charramascel, donde, como llegó, asentó el real en un llano de campaña, cerca de otra tierra llamada Gomera, donde vivían unas gentes belicosas y que, para entre ellos, se tenían por muy valientes; y no solamente no habían querido salir de paz a los españoles, mas antes burlaban de los que la habían hecho; blasonando del alrez, mostrábanse tan feroces, que ya les parecía tener en su poder a los caballos y cristianos. El capitán, no deseando derramar sangre, les envió mensajeros, para que le viniesen a ver, prometiendo de no enojar a ninguno de ellos. No bastó su diligencia, que fue causa que luego mandó a Juan Pérez de Guevara que, con veinte españoles, partiese para dar guerra aquellos que no querían paz. Tuvieron aviso de los mismos indios que andaban con los cristianos, lo cuales les aconsejaron que no aguardasen a los que iban contra ellos, porque iban muy airados; temieron luego el negocio, porque ya veían que estaban cerca el cortar de las espadas, y con muy gran cobardía desampararon sus propias casas y fueron huyendo de solos veinte cristianos que contra ellos iban; los cuales, como no hallasen indio ninguno aunque los buscaron diligentemente, volvieron a dar aviso al capitán el cual partió luego para un pueblo llamado Carrasmal, donde le salieron de paz los naturales, holgando de tener confederación con los españoles. Y pasados algunos días, Alvarado salió descubriendo a la parte de levante todo lo que más podía de aquellas comarcas; pasó por un páramo frío y yermo, deyuso de él estaba un pueblo pequeño, donde supo cómo la tierra adentro había grandes pueblos y muy poblados, los cuales unos con otros habían hecho liga para le dar guerra. Alvarado procuró, como esto oyó, de los atraer blandamente a la sujeción de los españoles; y así hizo luego mensajeros, partiendo él con los españoles hasta llegar al pueblo de Coxoco, donde los moradores habían salido huyendo por miedo de los caballos. Súpolo Alvarado, mandó a tres españoles que se pusiesen en salto por algún camino y procurasen de tomar de los indios que pudiesen, para guías, la noche estuvieron en vela sin poder tomar ninguno, volvieron al real. Aquella tierra es muy poblada y los incas siempre tuvieron gente de guarnición, porque es gente esforzada. Como veían que los españoles andaban por ella contra su voluntad y que absolutamente se hacían señores de todo, como si por herencia les viniera, bramaban de enojo; mostrándose muy iracundos, se juntaban armados como ellos usan, a les dar guerra, menospreciando la paz prometida; confiaban en la muchedumbre de ellos y en ser tan pocos los cristianos, y que el camino que traían era por laderas y sierras altas y algunos valles hondables; pusieron velas por todas partes para salir cuando estuviesen cerca. Alvarado tenía de todo aviso; marchaba con buena orden; supo que los indios se habían puesto una bien alta sierra por donde salía el camino, para ser señores de lo alto. Como llegó al pie de la sierra, mandó a Pedro de Samaniego que con treinta españoles tomase el lado occidental de la sierra, y a Juan Pérez de Guevara por el otro lado con otros treinta; los amigos confederados, que eran más de tres mil, en otras partes, para acometer a los enemigos, cuyo capitán principal se llamaba Gueymaquemulos; los caballos prosiguieron por el camino real, yendo en el avanguardia Varela con ciertos ballesteros. Supieron los enemigos la división de los españoles; un capitán de ellos, llamado Ingocometa, comenzó de animar su gente, esforzándolos a la pelea con grandes voces que daba. Como le oyeron, comenzaron de abajar contra los nuestros, estando gran cantidad de ellos juntos, y de los primeros tiros hirieron el caballo de Alvarado; y le pasaron con un dardo de palma, sin tener hierro, el arzón delantero, de parte a parte; mas ya el capitán de los caballos, que con él estaban, los seguían de tal manera, que mataron algunos de ellos, y los demás, con muy grande turbación, comenzaron de huir, haciendo lo mismo los que estaban en aquellos lugares de la sierra por donde fueron Juan Pérez de Guevara y Pedro de Samaniego. Quedado el camino seguro, los españoles se juntaron los unos y los otros, trayendo los amigos el bastimento que hallaban en la comarca, destruyendo lo que hallaban hasta quemar las casas, que fue tanta la desesperación para los naturales, que ellos mismos ruinaron sus campos y pueblos, quejándose a Dios, de los cristianos, pues estando en tierras lejanas, habían venido a los destruir totalmente. Alvarado, como vio el gran daño, pesóle; deseaba que se tomasen algunos de aquellos indios, para les persuadir no fuesen locos ni ellos mismos se hiciesen tal guerra; para lo cual llamó a un cuadrillero, llamado Camacho, que con cuarenta españoles y quinientos, o mil, amigos fuese a lo procurar. Habían partido de otra provincia, llamada Hashallao, cantidad de cuatro o cinco mil hombres de guerra, para dar favor a los que ya habían sido desbaratados; encontraron los españoles con ellos. Requiriéronlos muchas veces con la paz; no bastó: fue causa que los nuestros moviesen contra ellos, yendo delante con las ballestas Antonio de la Serna, Juan de Rojas, Antonio de San Pedro, Juan Sánchez, y como lanzasen de ellas algunas jaras, haciendo daño en los indios, se espantaron de novedad tan extraña, huyeron; porque luego se acobardaban si no ven ganado el juego. Fueron los españoles siguiéndolos. Habían acudido de la tierra algunos indios a se juntar con los otros, y de ello fue nueva al capitán, mas como mandó salir algunos caballos en su favor, volvieron las espaldas y con mayor prisa huyeron. Los cristianos durmieron aquella noche en el lugar más seguro, y otro día se juntaron con Alvarado. De Trujillo habían venido en su busca algunos españoles para se hallar en aquella conquista. Salieron de aquel lugar: la tierra estaba abrasada: faltando bastimento; mandó el capitán a Balboa que con algunos españoles e indios de los amigos fuesen a un pueblo llamado Tonche, a recoger bastimento. Los indios de guerra, puesto que habían sido requeridos con la paz por parte de Alvarado, no habían querido volver a poblar sus tierras, antes andaban en cuadrillas por los altos, tratando mal a los españoles, llamándolos ladrones y otros nombres feos; el cual determinó de salir en persona a los buscar, y fueron puestos a punto cuarenta rodeleros y ballesteros, con que salió, llamando los indios amigos, que convino, en su ayuda. Caminando por una tierra fría y áspera anduvieron todos un día sin poder topar cosa ninguna. La noche les fue forzado pasar la ribera de un río en un verde prado, donde, venido el día, partieron hacia un río grande; mas no habían andado media legua cabal, cuando oyeron dar grandes gritos, a los cuales fueron algunos de los españoles de los que eran más sueltos y hallaron que un escuadrón de los naturales, que andaban de guerra tenían grita con los más de sus amigos y confederados, estando de la otra parte del río. Como llegaron los cristianos, huyeron sin más aguardar. Siguiéronlos, quedando el capitán aguardando a que volviesen del alcance, que duró hasta que metieron a los enemigos por unas estrechuras, donde, temiendo no quedar en poder de los españoles, ellos se tomaban la muerte temerariamente, porque se echaban en el río y salían de la otra parte con gran ventura los que sabían nadar; los demás fueron ahogados. Había entre los cristianos uno llamado Prado, que entendía algo de la lengua; amonestaba a los que estaban de la otra parte del río no fuesen locos en andar, como andaban, de collado en collado como huanacos, trayéndolos el diablo engañados, por les llevar las almas: que dejasen las armas y saliesen al capitán como amigos y que los trataría con mucha benignidad. Respondió un capitán, que se decía Xodxo, que no estaba entre ellos su cacique, a quien debían enviar su embajada, porque en su mano estaba la paz o la guerra. Con esto se juntaron con Alvarado, que aguardándolos quedaba donde se dijo, de donde partieron luego. Descubriendo por aquella parte la provincia, les tomó un agua acompañada de truenos y relámpagos, que les dio mucha fatiga. Ya habían gastado lo que habían sacado en las mochilas, tenían hambre; remedióla un yucal que hallaron, donde se dieron buena maña: arrancar y comer de aquellas raíces. Durmieron en dos casas de paja yermas; parecióle a Alvarado que sería buen consejo volverse al real, pues no topaba con la gente de guerra ni podía traerla de paz. Apercibiendo luego a Pedro de Samaniego que con cuarenta españoles de espada y rodela y ballesta y algunos amigos fuesen a la provincia de Chillio, que estaba rebelde, y procurase de hacer la guerra a los naturales con todo rigor. Partieron del real con esta determinación; caminaron por una sierra alta y llena de monte; hubieron aviso de ello los indios cómo iban a su tierra, nueva tan temerosa, que sin osar aguardar en los pueblos los desamparaban, dejando las casas yermas. Llegaron los cristianos a uno de estos lugares, que era del señor principal, llamado Conglos, donde hallaron mucho bastimento y algunas manadas de ovejas y aves. Los amigos, que pasaban de dos mil, hicieron cargas, de lo que pudieron, para llevar al real, destruyendo lo que ellos querían. Habían quedado por los cabezos algunos de los que habían desamparado el pueblo, como vieron la destrucción que se hacía en sus haciendas, llenos de dolor e ira, dieron mandado a sus capitanes, los cuales juntaron más de cuatro mil indios hombres de guerra, y puestos en lugares por ellos escogidos y muy sabidos, aguardaron a los cristianos y sus amigos, que ya salían por ellos. Los indios que iban cargados de bastimentos huyeron como liebres, dejando solos a los cristianos; los cuales, como oyeron la grita y estruendo tan grande que daban los enemigos, movieron para ellos; y después de haber muerto y herido a muchos de ellos con las ballestas y espadas, los demás huyeron, dejando a los nuestros bien cansados y con no más daño que una herida que dieron a uno en el brazo; y como mejor pudieron dieron la vuelta y se juntaron con Alvarado.
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Capítulo LXXXIX Que trata de la provincia de Mapocho de los árboles y hierbas parecientes a las de nuestra España e de aves y sabandijas que en ellas hay Está la ciudad de Santiago en un hermoso y grande llano como tengo dicho. Tiene a cinco y seis leguas montes de muy buena madera, que son unos árboles muy grandes que sacan muy buenas vigas. E hay otros árboles que se llama canela. Los españoles le pusieron este nombre a causa de quemar la corteza más que pimienta, mas no porque sea canela, porque es muy gorda. Es árbol crecido e derecho, tiene la hoja ancha y larga, casi se parece como la del cedro. Hay arrayán, hay sauces y otro árbol que se dice molle, e no es muy grande. Tiene la hoja como granado e lleva un fruto tran grande como granos de pimienta. Lleva muy gran cantidad. De esta fruta se hace un brebaje gustoso cociendo estos granos en agua muy bien, se hace miel que queda a manera de arrope. Suple esta miel a falta de la de abejas. La corteza de este árbol cocido con agua es buena para hinchazones de piernas. Hay laureles. Hay otro árbol que tiñe la hoja como cerezo. Lleva un fruto como los granos que tengo dicho. Son gustosos. Hay algarrobos, llevan muy buena algarroba y los indios se aprovechan de ello como en otras partes tengo dicho. Hay otro árbol que se dice espinillo, a causa que lleva muchas espinas, como alfileres e mayores. Es muy buena leña para el fuego. Críanse en llanos. No se riegan ni reciben otra agua, si no es la del invierno. Lleva una hoja menudita y una flor menudita a manera de fleco amarillo. Es olorosa. No lleva fruto de provecho. Hay guayacán y se ha dado a muchas personas e no les he visto hacer ningún provecho, e críanse en cerros muy altos. Es árbol pequeño. Hay cañas macizas. Hay otros árboles pequeños que se llama albahaca, que nacen en riberas de las acequias y los españoles le pusieron este nombre a causa de parecerse a ella. Hay otro árbol a manera de romero que se le parece en todo, si no es en la olor, que no la tiene como el de nuestra España. Hay palmas, y solamente las hay en esta gobernación en dos partes, que es en el río de Maule, hay un pedazo que hay de estas palmas, y en Quillota las hay en torno de siete y ocho leguas. Llevan un fruto tan grande como nueces de que están verdes e despedidas de la cáscara queda un cuesco redondo, y sacado lo que tiene dentro, que es como una avellana, es gustoso. Tienen muy buenos palmitos. Las hierbas que hay parecientes a las de nuestra España son las siguientes: centaura y hierba mora y llantén y apio y verbena, manzanilla y malvas y malvarisco y encencio romano que los boticarios llaman, e cerrajas y achicoria, verdolagas, culantrillo de pozo, doradilla, lengua de buey persicaria, ortigas e tomillo y romaza e juncia y coronilla del rey e suelda183 bis e carrizo y otras muchas hierbas y raíces parecientes a las de nuestra España que por no ser herbolario no las pongo. Hierbas de la tierra y raíces hay muchas y muy provechosas para enfermedades. Aves de la tierra son: perdices y palomas torcazas, lavancos, garzotas y águilas pequeñas e guabras que es un ave a manera de cuervo que tiene su propiedad de comer las cosas muertas, e tórtolas e patos, son muy buenos. E pájaros de los pequeños hay sirgueritos y siete colores y gorriones e tordos y golondrinas. Y lechuzas y mochuelos. Hay papagayos de dos o tres maneras. Hay halcones pequeños, éstos cazan perdices, y baharís. De sabandijas hay zorras y nutras y topos, hurones y ratones e culebras e lagartijas e sapos, mas no son ponzoñosos. Hay renacuajos e mariposas. Y al pie de la cordillera nevada he visto alacranes. E hay moscas. Y de seis años a esta parte hay una manera de chinches que pican muy mal e no dan poca comezón. Son tan grandes como cucarachas e su tiempo es el verano. Hay abejas. Son grandes, mas poca miel se saca de ellas y crían debajo de la tierra, como tengo dicho. En los términos de esta ciudad hay muy buenas minas de oro y plata y cobre y estaño y otros metales. Y ansí mesmo hay muy buenas salinas de sal en la laguna que tengo dicho de Topocalma, y en Quillota hay otras salinas, y en otras muchas partes.
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Que trata de la retirada que hizo Cortés con los suyos a Tlaxcalan en donde se retiró y lo que en este tiempo sucedió Salido que fue Cortés con los suyos aquella noche con tan gran pérdida, se fue retirando por los altos de Tlacopan que es hacia el cerro Tototépec, que llaman el día de hoy nuestra Señora de los Remedios, en donde milagrosamente la reina de los ángeles los favoreció y socorrió y según la relación citada de los tlaxcaltecas, se paró allí el capitán Cortés triste, afligido y derramando muchas lágrimas, viendo por una parte la muerte de tantos compañeros y amigos, que dejaba muertos en poder de sus enemigos y por otra el manifiesto milagro que la reina de los ángeles, su abogado el apóstol San Pedro y el de los ejércitos españoles Santiago, habían hecho en haberse escapado él y los más que iban en su seguimiento; y viendo cerca de sí a Aexotécatl Quetzalpopocatzin hermano de Maxixcatzin, Chalchiuhtécatl, Calmecahua y otros caballeros y señores tlaxcaltecas y a Tecocoltzin y Tocpacxochitzin con otros señores que iban en rehenes, hijos del rey de Tetzcuco Nezahualpiltzintli y de Motecuhzoma, dijo por lengua de Marina: que no tuviesen aquel llanto y tristeza que en él había por falta de animo, pues no era; sino lo uno por los muchos compañeros y amigos que dejaban muertos y lo otro por las señaladas mercedes que Dios obraba con él por intercesión de su madre bendita y de sus sagrados apóstoles; y que él no tenía temor a los culhuas, ni estimaba en nada su vida, porque cuando a él le matasen y a todos los que con él iban, no faltarían otros cristianos que los sojuzgasen, porque la ley evangélica se había de plantar en esta tierra, aunque más impedimentos y resistencia hiciesen y que les daba su fe y palabra a todos los señores que le eran leales y amigos, que si salía con victoria y conquistaba la tierra, no tan solamente los conservaría en sus estados y señoríos, sino que también en nombre del rey de España su señor, se los aumentaría y los haría participantes de lo que así sojuzgase y conquistase. Todos estos señores y caballeros le consolaron y le animaron y fue a hacer noche en Quauhximalpan, en donde tuvo alguna refriega con los enemigos; otro día llegó a Teocalhueyacan, habiendo tenido por todo el camino debates y contiendas con los mexicanos; aquí reparó y estuvo un día con su ejército, en donde se sustentaron con sólo yerbas y luego prosiguió su camino e hizo noche en Tepotzotlan, en donde tuvo poca resistencia; y descansó un día y otro día llegó a hacer noche en Aychqualco; y otro día llegó a Aztaquemecan, en donde tuvo una sangrienta y peligrosa batalla y un capitán llamado Zinacatzin, famosísimo natural de Teotihuacan que era del bando de los mexicanos, mató el caballo que era de Martín de Gamboa y aquella noche se quedaron aquí y cenaron el caballo. Otro día llegaron a aquellos llanos de la provincia de Otumpan con grandísimo trabajo y allí les salieron más de doscientos mil hombres que iban en su seguimiento, en donde tuvieron una muy cruel batalla, tomando enmedio a Cortés y a los suyos, de tal manera, que no había por donde huir ni retirarse. Cuando se vio Cortés ya en lo último de la desesperación, como quien pretendía morir con algún consuelo, apretó las piernas al caballo, llamando a Dios y a San Pedro su abogado y como un león rabioso peleando, rompió Por todos los enemigos hasta llegar al estandarte real de México que le tenía Zihuatcaltzin, capitán general de aquel ejército, que llaman matlaxopili, que era de una red de oro y dándole de lanzadas quedó muerto a sus pies y le quitó el estandarte, con cuya hazaña todos los suyos desmayaron y comenzaron a huir y los nuestros cobraron nuevo animo y mataron infinitos de ellos. Fue caso milagroso, porque demás de ir muy mal herido el capitán Cortés en la cabeza y con un callo de ella menos, todos los más y los amigos estaban afligidos, heridos, muertos de hambre y maltratados, enmedio de doscientos mil hombres que como tigres rabiosos los iban despedazando; mas fue tanto el valor y fe viva de Cortés, que así como invocó a Dios, a su madre y al apóstol San Pedro su abogado y sus compañeros a Santiago, todo se allanó y rindió (según común opinión de los naturales se aparecieron en su favor y defensa) y cogiendo el estandarte real de México, como cosa ganada en tan peligrosa batalla, fue triunfando con él prosiguiendo su viaje. Sucedió esta batalla en la parte que dice Metépec: y llegando a otra que se dice Teyocan, tuvo otra refriega, en donde murieron infinitos de sus enemigos, que fue la última que tuvo en esta retirada y llegó a hacer noche en Temalacayocan y luego otro día siguiente fue prosiguiendo su viaje hasta Hueyotlipan en donde hizo noche en la parte que llaman Xaltelolco, que es delante del cerro que llaman Quauhtépetl; dio las gracias a los amigos tlaxcaltecas y a los demás que se habían hallado en estas contiendas y retirada, prometiéndoles en nombre de su majestad, que demás de conservarlos en sus estados y señoríos, se los aumentaría y se les harían muchas mercedes. Allí fue recibido de Zitlalquiauhtzin, que iba en nombre de la Señoría con un gran repuesto de comida y regalo para él y para todos los suyos. Llegado que fue a Hueyotlipan, en donde se le hizo el mismo regalo y durmió, otro día siguiente se fue a recibir Maxixcatzin en nombre de la señoría; en recompensa de su buena voluntad, ofrecimiento y consuelo que le hizo, le dio el estandarte real de México que estimó él mucho y puso por una de sus armas.
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De los grandes aposentos que hubo en la provincia de Bilcas, que es pasada la provincia de Guamanga Desde la ciudad de Guamanga a la del Cuzco hay sesenta leguas, poco más o menos. En este camino están las lomas y llano de Chupas, que es donde se dió la cruel batalla entre el gobernador Vaca de Castro y don Diego de Almagro el mozo, tan porfiada y reñida como en su lugar escribo. Más adelante, yendo por el real camino, se llega a los edificios de Bilcas, que están once leguas de Guamanga, adonde dicen los naturales que fué el medio del señorío y reino de los ingas; porque desde Quito a Bilcas afirman que hay tanto como de Bilcas a Chile, que fueron los fines de su imperio. Algunos españoles que han andado el camino de lo uno y lo otro dicen lo mismo. Inga Yupangue fue el que mandó hacer estos aposentos, a lo que los indios dicen, y sus predecesores acrecentaron sus edificios. El templo del sol fue grande y muy labrado. Adonde están los edificios hay un altozano en lo más alto de una sierra, la cual tenían siempre limpia. A una parte deste llano, hacia el nacimiento del sol, estaba un adoratorio de los señores, hecho de piedra, cercado con una pequeña muralla, de donde salía un terrado no muy grande, de anchor de seis pies, yendo fundadas otras cercas sobre él, hasta que en el remate estaba el asiento para donde el señor se ponía a hacer su oración, hecho de una sola pieza, tan grande, que tiene de largo once pies y de ancho siete, en la cual están hechos dos asientos para el efeto dicho. Esta piedra dicen que solía estar llena de joyas de oro y de pedrería, que adornaban el lugar que ellos tanto veneraron y estimaron, y en otra piedra no pequeña, que está en este tiempo en mitad desta plaza, a manera de pila, donde sacrificaban y mataban los animales y niños tiernos (a lo que dicen), cuya sangre ofrecían a sus dioses. En estos terrados se ha hallado por los españoles algún tesoro de lo que estaba enterrado. A las espaldas deste adoratorio estaban los palacios de Topainga Yupangue y otros aposentos grandes, y muchos depósitos donde se ponían las armas y ropa fina, con todas las demás cosas de que daban tributo los indios y provincias que caían en la juridición de Bilcas, que, como otras veces he dicho, era como cabeza de reino. Junto a una pequeña sierra estaban y están más de setecientas casas, donde recogían el maíz y las cosas de proveimiento de la gente de guerra que andaba por el reino. En medio de la gran plaza había otro escaño a manera de teatro, donde el señor se asentaba para ver los bailes y fiestas ordinarias. El templo del sol, que era hecho de piedra, asentada una en otra muy primamente, tenía dos portadas grandes; para ir a ellas había dos escaleras de piedra, que tenían, a mi cuenta, treinta gradas cada una. Dentro deste templo había aposentos para los sacerdotes y para los que miraban las mujeres mamaconas, que guardaban su religión con grande observancia, sin entender en más de lo dicho en otras partes desta historia. Y afirman los orejones y otros indios que la figura del sol era de gran riqueza, y que había mucho tesoro en piezas y enterrado, y que servían a estos aposentos más de cuarenta mil indios, repartidos en cada tiempo su cantidad, entendiendo cada principal lo que le era mandado por el gobernador, que tenía poder del rey inga, y que solamente para guardar las puertas del templo había cuarenta porteros. Por medio desta plaza pasaba una gentil acequia, traída con mucho primor, y tenían los señores sus baños secretos para ellos y para sus mujeres. Lo que hay que ver desto son los cimientos de los edificios, y las paredes y cercas de los adoratorios, y las piedras dichas, y el templo con sus gradas, aunque desbaratado y lleno de herbazales, y todos los más de los depósitos derribados; en fin, fue lo que no es, y por lo que es juzgamos lo que fue. De los españoles primeros conquistadores hay algunos que vieron lo más deste edificio entero y en su perfeción, y así lo he oído yo a ellos mismos. De aquí prosigue el camino real hasta Uramarca, que está siete leguas más adelante hacia el Cuzco; en el cual término se pasa el espacioso río llamado Bilcas, por estar cerca destos aposentos. De una parte y de otra del río están hechos dos grandes y muy crecidos padrones de piedra, sacados con cimientos muy hondos y fuertes, para poner la puente, que es hecho de maromas de rama, a manera de las sogas que tienen las anorias para sacar agua con la rueda. Y éstas, después de hechas, son tan fuertes, que pueden pasar los caballos a rienda suelta, como si fuesen por la puente de Alcántara o de Córdoba. Tenía de largo esta puente, cuando yo la pasé, ciento y sesenta y seis pasos. En el nacimiento deste río está la provincia de los soras, muy fértil y abundante, poblada de gentes belicosas. Ellos y los lucanes son de una habla y andan vestidos con ropa de lana; poseyeron mucho ganado, y en sus provincias hay minas ricas de oro y plata; y en tanto estimaron los ingas a los soras y lucanes, que sus provincias eran cámaras suyas y los hijos de los principales residían en la corte del. Cuzco. Hay en ellas aposentos y depósitos ordinarios, y por los desiertos gran número de ganado salvaje; y volviendo al camino principal se llega a los aposentos de Uramarca, que es población de mitimaes; porque los naturales, con las guerras de los ingas, murieron los más dellos.
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Capítulo LXXXIX Donde se dirá el casamiento del príncipe y capitán Topa Amaro, con un admirable suceso que le acaeció con la ñusta Cusi Chimbo, su mujerYa queda dicho cómo este valeroso Tupa Amaro Ynga fue hijo de Pachacuti Ynga Yupanqui, y hermano de Tupa Ynga Yupanqui, y nieto, por línea recta, de Viracocha Ynga, Rey y Señor que fue deste Reyno occidental del Pirú y de las cuatro provincias de Chinchaysuio, Contesuyo, Antisuio y Colla Suyo, como ya queda dicho en su historia, y por sucesión recta vino heredar el dicho Reino Rupa Ynga Yupanqui, el cual, estando en la gran ciudad del Cuzco, cabeza de todo este dicho Reino, haciendo un templo, como se dijo en la vida de la coya Mama Ocllo, su mujer, en la fortaleza tuvo grandes portentos, y pronósticos en las planetas del cielo, en señales de la tierra mares y elementos de esta región, que prometían grandes presagios de graves males, venideros en todo este dicho reino. Como Tupa Ynga Yupanqui tuviese deseo de saber el fin que habían de tener estas señales, convocó sus magos, agoreros, encantadores, y hechiceros, sin que quedase ninguno en su imperio, para que todos juntos, con obligaciones y sacrificios, presumiendo que estaban indignados sus dioses, les aplacase, con deseo de que alguno de los oráculos declarase algo de lo que pronosticaban aquellas señales. Juntáronse, conforme su uso, con gran solemnidad y ceremonia a hacer tantos y tan diversos sacrificios, que grato el demonio, respondió, por uno de los ídolos, que vendría tiempo en que el mar meridiano del Sur echaría de sí en estas costas del Perú una gente incógnita e invencible, barbuda, que es la gente española, por mano de los cuales habían de venir grandes ruinas a estos Reinos, a sus personas y haciendas, sometiéndolos a perpetuo yugo de sujeción y servidumbre, trayéndolos a tanto extremo que de los señores príncipes y Reyes Yngas, no había de quedar ni aun memoria. Oído pues por el valeroso Rey Tupa Ynga Yupanqui, llamó luego a Cortes y consultando con los grandes consejeros orejones de su Real Consejo, acordaron, para prevenir a semejantes daños, de hacer un templo en Quinticancha, donde al presente está el convento de nuestro Padre Santo Domingo. Después de haberlo consagrado al Sol, y puesto en él una figura suya de oro, se llamó Curicancha, la cual cogió Manso Sierra y cuando entraron los españoles, y la jugó. Todo esto prevenido, estuvo algunos días Tupa Ynga Yupanqui y suspenso, y pudo tanto en él la imaginación deste presagio, que le dio una tan grave enfermedad que fue forzoso, por orden de sus médicos hambicamayos, llevarle a un regalado templo, que está un cuarto de legua de la dicha ciudad del Cuzco, que al presente es de el convento de Nuestra Señora de las Mercedes, en cuyo sitio y tierras, que son muchas y abundantes, siembran los yanaconas del dicho convento. Donde, por orden de la coya Mama Oclla, su mujer, oró un gran hechicero, pontífice del Ynga, llamado Villa Oma, a sus ídolos, consultándolos y preguntando a su modo y con humildad si moriría su Rey y Señor Tupa Ynga Yupanqui de aquella enfermedad. Esto no sin sacrificios, porque hubo gran multitud de niños y otros géneros, que a su modo usaban, por lo cual le respondieron sus oráculos que no moriría, que es como decir mana huañunca, y desde entonces se le quedó a aquel sitio y asiento este nombre, y el día de hoy se llama así. Por la variedad con que los indios cuentan un admirable suceso, que acaeció al famoso Príncipe Tupa Amaro en este asiento, conviene ir siguiendo por diversos caminos a la verdad del caso, y por acabar con la brevedad posible, tan amiga de los sabios y discretos, aunque será con dificultad, por haber tanto tiempo que sucedió, y estar en quipos antiguos que los Yngas tenían, que son unos cordeles con mucha variedad de colores y nudos, donde ellos asentaban sus hechos y sucesos, y por haber pocos en este tiempo que entienden, por ser diferentes, los que ahora ellos usan, y ser la lengua de esos indios tan estrecha y falta de vocablos, para haber de convertir y declarar en una tan amplísima como esta nuestra, determiné estrechar en algunas partes y alargar en otras la profundidad deste suceso. Y al fin vine a que tuviese efecto el declarar lo que decían en los cordeles y quipos, que estaban con otros donde trataban cosas pasadas e historias y sucesos de sus antepasados de todo este dicho Reino del Pirú, y en los de este capitán y Príncipe Tupa Amaro decía así: Tupa Amaro Ynga, nuestro Príncipe, fue hijo de Pachacuti Ynga el cual, siendo capitán en tiempo de su padre, conquistó muchas tierras, tantas que se echaba bien de ver la sangre real que tenía. Fue valeroso, prudente y sagaz, pues como estuviese su hermano Tupa Ynga Yupanqui en el asiento de Mana huañunca, parecióle no ser justo dejarle en tan grande enfermedad y peligro; y, así fue con él, y el tiempo que estuvo ausente del Cuzco se ejercitó en algunos juegos, y en particular en el del atapta que es como a las tablas Reales. Esto no menos que con los orejones tíos suyos, y otros señores, principales, tan libre de pena y apartado de los accidentes amorosos, que no parecía reinar en él la juventud. Llegáronse a ver el juego unas ñustas, doncellas de su cuñada la coya Mama Ocllo, que eran como damas de la Reina; no estaba el Príncipe tan embebecido en el juego que no alzase los ojos a mirar a las ñustas, y como el amor dicen que es un no sé qué, que entra por los ojos y se asienta en el corazón, luego de improviso se sintió Tupa Amaro herido de los amores de una de ellas y de la más hermosa, llamada Cusichimpo. Dejando el buen amante su entretenimiento y juego, por parecerle que el que empezaba el amor le sería de más gusto, se apartó por no dar muestra delante de tanta gente de lo que dento en su pecho sentía. Por entonces disimuló, como Príncipe tan sagaz y discreto, hasta que otro día halló ocasión para poderse ver con ella. Mucha licencia le daba el estar dentro del Palacio, donde jamás por él hubo puerta cerrada, por ser tan querido del Ynga su hermano. No sin vergüenza llegó a decir su cuidado a la descuidada ñusta, que con un desdén atrevido desdeñaba las discretas razones del desfavorecido amante, descubría con un amoroso descuido sus hermosos pechos y, a veces, dejándoselos tocar, se reía, y aunque el Ynga fingía no estar en el caso, no por eso dejaron las crueles saetas de hacer su oficio, en daño del amante, por lo cual no cesó de regalarla con melosas palabras, y según el fuego que abrasaba, aunque desfavorecido, le favoreciera sin duda con grandes obras. Todo era hielo para el empedernido corazón de la ñusta, que tan de veras despreciaba el verdadero amor de tan valeroso príncipe, el cual, considerando su desdicha y viendo el sobrado rigor de su querida ñusta, humedeciendo los tristes ojos, determinó de irse perdido por donde su fortuna le guiase. Aún no tres cuadras deste dicho asiento llegó a un manantial, donde se asentó a llorar su triste suerte y, tras de un ardiente suspiro, dijo las palabras siguientes: husupa husupacac husupacainimpi husuc husutimpas yman husun, que es como decir en nuestro vulgar el perdido que es perdido que de perdido se pierde, ¡que se pierda, que se pierda! Casi fue junto con decir estas palabras su determinación de irse perdido, y lo pusiera por obra si no le apareciera una arañuela, que llaman estos indios cusi cusi, y la tienen por buen agüero, como lo fue para este triste amante. Estándola considerando vio venir, por entre las olorosas flores y verdes yerbas que cercaban el hermoso manantial, dos culebras queriéndole tomar, aunque la hembre rehusaba huyendo por diversas partes; el astuto animalejo se fue a buscar una flor y hallándola, volvió con ella, y en tocando a la hembra se estuvo queda, porque en esta flor quiso la naturaleza poner esta virtud. Visto pues por el Ynga un suceso tan extraño y admirable, y tan a medida de su deseo, dejó ir las culebras y, lleno de gozo y contento, cogió la hermosa y blanca flor, diciendo: dichoso y feliz día ha sido éste para mí, pues he hallado eficaz remedio y saludable medicina para mi mal. Con esto y con la venturosa flor, volvió adonde su cruel y querida ñusta estaba, y luego que se vio con ella, la toca con la dicha flor y la hermosa ñusta sintió al punto sus efectos, hallando herido su corazón con tan oculta saeta, porque era imposible que dejase de obrar la virtud que esta flor tenía, quedando como arrebatada y fuera de sí, condenada su crueldad, aunque con la regalada vista del ya querido Ynga, le parecía perdonar su yerro, por lo cual volvió los ojos a el que tenía el mejor lugar en su alma, y así determinó decirle lo que su aflijido corazón sentía. Tupa Amaro, como discreto y sagaz, alcanzó los lances por donde amor quería que ganase el juego y, desmemoriado de la crueldad pasada, considerando el bien que su fortuna le prometía, dio oídas a la dulce voz de su querida ñusta. Después de haber deliberado cada cual este tan extraño caso, se quedaron admirados por un breve espacio, mirándose el uno al otro, aunque reparando en el buen suceso que había de tener. Se asentaron a la sombra de un árbol y recostado el Príncipe en el regazo de su querida ñusta, dio su cansado cuerpo al sueño, en el cual le sobrevinieron algunas ficciones, con que despertó, diciendo en alta voz: prolijo y enemigo sueño, no serás ahora impedimento para que deje de gozar lo que tanto mi alma desea, y con esto dieron fin a su deseo. Como siempre fue verdadero su amor, los dos amantes se casaron, con que floreció su esperanza. Deste suceso tomaron nombre, el príncipe llamándose Tupa Amaro, por amor de las culebras que se llamaban así, y el manantial colque machacuai que significa culebras de plata, por un templo que en este lugar mandó hacer el príncipe, con dos culebras de plata, y cantoc por la flor, en memoria de lo sucedido; las cuales pintan los indios así en sus ropas como en los edificios. Desde entonces los Yngas las pintan por blasón en sus armas. No se pone el nombre de la flor, porque basta decir que para los desdichados el fin de una desgracia es principio de otra. Resta decir que el Tupa Amaro tuvo en su ñusta muchos hijos, que fueron muy valerosos, hallándose en la conquista y guerras que tuvo Guainacapac, hijo de Tupa Ynga Yupanqui.
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Cómo por informaciones falsas y fingidas quejas de algunos, enviaron los Reyes Católicos un juez a las Indias, para saber lo que pasaba En tanto que sucedían las referidas turbaciones, muchos de los rebeldes, con cartas desde la Española, y otros que se habían ido a Castilla, no dejaban de dar informaciones falsas a los Reyes Católicos y a los de su Consejo contra el Almirante y sus hermanos, diciendo que eran cruelísimos, incapaces de aquel gobierno, tanto por ser extranjeros y ultramontanos, como porque en ningún tiempo se habían visto en estado que por experiencia hubiesen aprendido el modo de gobernar gente honrada; afirmaban que si Sus Altezas no ponían remedio, vendría la total ruina de aquellos países, y que si éstos no eran destruidos con tan perversa administración, el mismo Almirante se rebelaría y haría liga con algún Príncipe que le ayudase, pretendiendo que todo era suyo por haberlo descubierto con su industria y trabajo. Para salir con este intento, ocultaba las riquezas del país, y no permitía que los indios sirviesen a los cristianos, ni se convirtiesen a la fe, pues halagándolos, esperaba tenerlos de su parte para hacer todo cuanto fuese contra el servicio de Sus Altezas. Prosiguiendo en estas calumnias y otras semejantes, importunaban mucho a los Reyes Católicos, hablando mal de Almirante, y lamentándose de que había muchos anos que a los españoles no se les pagaba el sueldo, con lo que daban que decir y murmurar a todos los que estaban en la Corte. De tal manera que el Serenísimo Príncipe D. Miguel, más de cincuenta de ellos, como hombres sin vergüenza, compraron una gran cantidad de uvas, sentáronse en el patio de la Alhambra y decían a grandes voces que Sus Altezas y el Almirante les hacían pasar la vida de aquella forma, por la mala paga, y otras mil desvergüenzas que repetían. Tanto era su descaro que, cuando el Rey Católico salía, le rodeaban todos y le cogían en medio, gritando: ¡Paga, paga!; y si acaso, yo y mi hermano, que éramos pajes de la Serenísima Reina, pasábamos por donde estaban, levantaban el grito hasta los cielos, diciendo: Mirad los hijos del Almirante de los mosquitos, de aquél que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos; y añadían otras muchas injurias, por lo cual nos excusábamos de pasar por delante de ellos. Siendo tantas sus quejas y las importunaciones que hacían a los privados del Rey, éste determinó enviar un juez pesquisidor a la Española, para que se informase de todas las cosas referidas, mandándole que si hallase culpado al Almirante, según las quejas expresadas, le enviase a Castilla, y él quedase en el gobierno. El pesquisidor que para este efecto enviaron los Reyes Católicos fue Francisco de Bobadilla, pobre Comendador de la Orden de Calatrava, para lo que se le dio bastante y copiosa comisión, en Madrid, a 21 de Mayo del año de 1499; también llevó muchas cédulas, con la firma del Rey en blanco, para las personas de la isla Española que le pareciese, mandando en ellas que le diesen todo favor y auxilio. Con estos despachos llegó a Santo Domingo a fin de Agosto del año de 1500, cuando el Almirante estaba poniendo orden en las cosas de aquella provincia, en la que el Adelantado había sido atacado por los rebeldes, y estaba el mayor número de indios, y de mejor calidad y razón que en lo demás de la isla; de manera que, no hallando Bobadilla cuando llegó persona a quien tener respeto, lo primero que hizo fue alojarse en el Palacio del Almirante, y servirse y apoderarse de todo lo que había en él, como si le hubiera tocado por legítima sucesión y herencia, recogiendo y favoreciendo después a todos los que halló de los rebeldes, y a otros muchos que aborrecían al Almirante y a sus hermanos, se declaró al punto por Gobernador, y para ganarse la voluntad del pueblo, echó bando, haciendo a todos libres de tributo por veinte años, e intimó al Almirante que sin dilación alguna viniese adonde él estaba, pues convenía al servicio de los Reyes Católicos. En confirmación de esto le envió con Fray Juan de Trasierra, el 7 de Septiembre, una Real cédula del tenor siguiente: "Don Cristóbal Colón, nuestro Almirante del Mar Océano, Nos habemos mandado al Comendador Francisco de Bobadilla, llevador de ésta, que vos hable de nuestra parte algunas cosas que él dirá; rogamos os que le déis fe y creencia, y aquello pongáis en obra. De Madrid, a 26 de Mayo del año de 1499. Yo el Rey. Yo la Reina. Y por su mandato, Miguel Pérez de Almazán.
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Cómo el gran Montezuma envió un presente de oro, y lo que envió a decir, y cómo acordamos ir camino de México, y lo que más acaeció Como el gran Montezuma hubo tomado otra vez consejo con sus Huichilobos e papas e capitanes, y todos le aconsejaron que nos dejase entrar en su ciudad, e que allí nos matarían a su salvo. Y después que oyó las palabras que le enviamos a decir acerca de nuestra amistad, e también otras razones bravosas, como somos hombres que no se nos encubre traición que contra nosotros se trate, que no lo sepamos, y que en lo de la guerra, que eso se nos da que sea en el campo o en poblado, que de noche o de día, o de otra cualquier manera; e como habla entendido las guerras de Tlascala, e había sabido lo de Potonchan e Tabasco e Cingapacinga, e ahora lo de Cholula, estaba asombrado y aun temeroso; y después de muchos acuerdos que tuvo, envió seis principales con un presente de oro y joyas de mucha diversidad de hechuras, que valdría, a lo que juzgaban, sobre dos mil pesos, y también envió ciertas cargas de mantas muy ricas de primeras labores; e cuando aquellos principales llegaron ante Cortés con el presente, besaron la tierra con la mano, y con gran acato, como entre ellos se usa, dijeron: "Malinche, nuestro señor el gran Montezuma te envía este presente, y dice que lo recibas con el amor grande que te tiene e a todos vuestros hermanos, e que le pesa del enojo que les dieron los de Cholula, e quisiera que los castigara más en sus personas, que son malos y mentirosos, e que las maldades que ellos querían hacer, le echaban a él la culpa e a sus embajadores; e que tuviésemos que por muy cierto que era nuestro amigo, e que vayamos a su ciudad cuando quisiéremos, que puesto que él nos quiere hacer mucho honra, como a personas tan esforzadas y mensajeros de tan alto rey como decís que es, e porque no tiene que nos dar de comer, que a la ciudad se lleva todo el bastimento de acarreo, por estar en la laguna poblados, no lo podía hacer tan cumplidamente; mas que él procurará de hacernos toda la más honra que pudiere, y que por los pueblos por donde habíamos de pasar, que él ha mandado que nos den lo que hubiéremos menester"; e dijo otros muchos cumplimientos de palabra. Y como Cortés lo entendió por nuestras lenguas, recibió aquel presente con muestras de amor, e abrazó a los mensajeros y les mandó dar ciertos diamantes torcidos; e todos nuestros capitanes e soldados nos alegramos con tan buenas nuevas, e mandarnos a que vayamos a su ciudad, porque de día en día lo estábamos deseando todos los más soldados, especial los que no dejábamos en la isla de Cuba bienes ningunos, e habíamos venido dos veces a descubrir primero que Cortés. Dejemos esto, y digamos cómo el capitán les dio buena respuesta y muy amorosa, y mandó que se quedasen tres mensajeros de los que vinieron con el presente, para que fuesen con nosotros por guías, y los otros tres volvieron con la respuesta a su señor, y le avisaron que ya íbamos camino. Y después que aquella nuestra partida entendieron los caciques mayores de Tlascala, que se decían Xicotenga el viejo e ciego, y Mase-Escaci, los cuales he nombrado otras veces, les pesó en el alma, e enviaron a decir a Cortés que ya le habían dicho muchas veces que mirase lo que hacía, e se guardase de entrar en tan grande ciudad, donde había tantas fuerzas y tanta multitud de guerreros; porque un día u otro nos darían guerra, e temían que no podríamos salir con las vidas; e por la buena voluntad que nos tienen, que ellos quieren enviar diez mil hombres con capitanes esforzados, que vayan con nosotros con bastimento para el camino. Cortés les agradeció mucho su buena voluntad, y les dijo que no era justo entrar en México con tanta copia de guerreros, especialmente siendo tan contrarios los unos de los otros; que solamente había menester mil hombres para llevar los tepuzques e fardajes e para adobar algunos caminos. Ya he dicho otra vez que tepuzques en estas partes dicen por los tiros, que son de hierro, que llevábamos; y luego despacharon los mil indios muy apercibidos; e ya que estábamos muy a punto para caminar, vinieron a Cortés los caciques e todos los más principales guerreros de Cempoal que andaban en nuestra compañía, y nos sirvieron muy bien y lealmente, e dijeron que se querían volver a Cempoal, y que no pasarían de Cholula adelante para ir a México porque cierto tenían que si allá iban, que habían de morir ellos y nosotros, e que el gran Montezuma los mandaría matar, porque eran personas muy principales de los de Cempoal, que fueron en quitarle la obediencia para que no se diese tributo, y en aprisionar sus recaudadores cuando hubo la rebelión ya por mí otra vez escrita en esta relación. Y como Cortés les vio que con tanta voluntad le demandaban aquella licencia, les respondió con doña Marina e Aguilar que no hubiesen temor ninguno de que recibirían mal ni daño, e que, pues iban en nuestra compañía, que ¿quién había de ser osado a los enojar a ellos ni a nosotros? E que les rogaba que mudasen su voluntad e que se quedasen con nosotros, y les prometió que les haría ricos; e por más que se lo rogó Cortes, e doña Marina se lo decía muy afectuosamente, nunca quisieron quedar, sino que se querían volver; e como aquello vio Cortés dijo: "Nunca Dios quiera que nosotros llevemos por fuerza a esos indios que tan bien nos han servido"; y mandó traer muchas cargas de mantas ricas, e se las repartió entre todos, e también envió al cacique gordo, nuestro amigo, señor de Cempoal, dos cargas de mantas para él y para su sobrino Cuesco, que así se llamaba otro gran cacique, y escribió al teniente Juan de Escalante, que dejábamos por capitán, y era en aquella sazón alguacil mayor, todo lo que nos había acaecido, y como ya íbamos camino de México, e que mirase muy bien por todos los vecinos, e se velase, que siempre estuviese de día e de noche con gran cuidado; que acabase de hacer la fortaleza; e que a los naturales de aquellos pueblos que los favoreciese contra mexicanos, y no les hiciese agravio, ni ningún soldado de los que con él estaban; y escritas estas cartas, y partidos los de Cempoal, comenzamos de ir nuestro camino muy apercibidos.
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Capítulo LXXXV De cómo Almagro gastó mucha suma de oro y plata entre los que habían de ir, y cómo salió del Cuzco Publicado y entendido por los que estaban en el Cuzco, como Almagro en persona hacía la jornada se alegraron mucho de ello; y él para que se proveyesen de caballos, armas y las otras cosas para la jornada pertenecientes, dicen que mandó sacar de su posada más de ciento y ochenta cargas de plata y de oro. Más de veinte lo repartió entre todos, haciendo, las que él quiso, obligaciones de lo pagar de lo que hubiesen en la tierra donde iban. Había determinado de enviar a su secretario Juan de Espinosa a España, siendo contento de ello Pizarro, y como hubiese repartido el oro y plata que tenía, le habló que mandase darle de su recámara cien mil castellanos para negociar ciertas cosas de casamientos que trataba con el cardenal de Sigüenza; y mercar renta para el hijo que tenía. Respondió Pizarro que era contento, y así salió del Cuzco Juan de Rada, mayordomo de Almagro y Juan Alonso de Badajoz, su camarero, y el secretario Juan de Espinosa para ir a la ciudad de los Reyes, donde escribió el gobernador a Pedro de Villareal, su camarero, que diese la cantidad dicha. Esto hecho, el adelantado don Diego de Almagro dio prisa en la partida. Había entre los hijos de Guaynacapa uno a quien llamaban Paulo. Quiso Almagro llevarlo consigo a él y a Villahoma, gran sacerdote de ellos, para que los indios los sirviesen y temiesen; y también dicen que ellos quisieron, concertando primero con Mango Inga que se rebelasen contra los cristianos, a los cuales ellos procurarían la muerte cuando los viesen en las provincias de Collasuyo, o en otra parte dispuesta para ello, y que él apellidase los pueblos de Condesuyo y Andesuyo, Chinchasuyo para dar muerte a los que quedaban en el Cuzco y en las más partes de su gran reino. Para el gasto de la jornada, se hizo fundición en el Cuzco, que fue muy grande porque había tanto oro y plata en la ciudad, que aún no lo tuvieran en nada. Dicen que estando Almagro en la fundición, le pidió un Juan de Lepe un anillo de muchos que estaban en una gran carga, diciendo que lo quería para una hija suya, y que liberalmente le respondió que tomase cuantos pudiese abarcar con las manos; y sabiendo ser casado, le mandó dar cuatrocientos pesos para con que se volviese a su mujer. También me dijeron que dándole un Bartolomé Pérez, que había sido alcaide de la cárcel de Santo Domingo, una adarga, le mandó dar por ella cuatrocientos pesos, y una olla de plata que pesaba cuarenta marcos (las dos bocas de leones hechas de oro por asas), que pesaron trescientos y cuarenta pesos. Y antes de esto me contaron que Montenegro le emprestó el primer gato que se había visto en esta tierra y que le mandó dar seiscientos pesos de oro. Otras larguezas cuentan muchas que hizo, dándolo todo en público por gozar de aquella jactancia y vanagloria de que nunca usó Pizarro, porque todo lo que dio, aunque fue más que lo que se afirma de Almagro, daba secretamente tanto que sus criados no lo entendían ni alcanzaban. Y como Almagro estuviese tan a pique para salir del Cuzco, mandó al capitán Ruy Díaz y al capitán Benavides que fuesen a hacer gente a los Reyes, para volver en su seguimiento; y a Rodrigo Orgóñez, su general, dejó en el Cuzco: para, con los que venían para ir a la jornada y más hubiese en el Cuzco, después de él partido, caminase a se juntar con él. Y porque ya muchos deseaban verse fuera de la ciudad, mandó al capitán Juan de Sayavedra que saliese y marchase hasta estar en la tierra del Collao donde hiciese alto para le aguardar a él y a los que no fuesen por entonces. Todos los más, iban bien proveídos de indias hermosas y de anaconas para sus servicios, en tanta manera que pone lástima en considerar cuán caros cuestan estos descubrimientos y cuántos naturales del Perú han muerto en ellos, que a estar vivos importaba más que no lo que se pretendía descubrir, aunque también digo que si no es con demasiado servicio, o muchos caballos, como solíamos descubrir en la mar del norte, por ninguna vía, forma, ni manera, se podría hacer ninguna jornada y aun con hacerse de esta suerte han sido sepulturas de españoles, pues han pasado en ellas lo que es espanto y admiración y que nunca hombres tal pasaron, ni para tanto tuvieron ánimos. Paulo el inca salió, con su servicio y mujeres, para ir en la jornada y lo mismo Villaoma, dejando hecho el concierto, que se ha escrito, con Mango Inga; pues como saliese del Cuzco Juan de Sayavedra, los naturales de los pueblos por donde pasaban los servían y proveían muy bien, dándoles todo lo necesario, llevándoles el bagaje a cuestas de un lugar a otro, y como nunca la gente de guerra pudo ser bien corregida, muchos de los soldados hacían demasías a los indios, tomándoles por fuerza lo que querían. Como era en los principios, no se sabían quejar ni hacían más que tener paciencia. Antes que Almagro partiese del Cuzco habló con Pizarro, diciéndole que había conocido de sus hermanos que les pesaba por haberle el rey hecho gobernador, de donde colegía que habían de procurar de meter escándalos entre ellos, ciegos de la envidia que tenían; por tanto, que le parecía los debía enviar a España y darles de sus haciendas la cantidad de dineros que quisieren, porque él sería muy contento, y tiraría la ocasión para tener siempre paz. Respondióle Pizarro que no creyese tal cosa de sus hermanos, porque todos te amaban y tenían amor de padre y otras cosas con que se concluyó la plática. Y habiendo salido toda la gente del Cuzco, Almagro hizo lo mismo acompañado del gobernador y de sus hermanos y de muchos de los vecinos de la ciudad, que por le honrar quisieron salir un trecho de camino, con el cual, como de todos se despidió, no paró hasta Mohína, donde reparó cinco días, tiempo señalado para que todos se juntasen; de donde partió, siendo muy servido de los indios que de todas partes salían al gran camino a lo ver, y proveer de lo necesario. Y hacerlo tan bien los indios con los españoles fue ocasión que, cinco de ellos, por una parte, y tres, por otra, se adelantasen sin aguardar a los capitanes. Hallaba Almagro en los canches, canas, collas, muchos edificios y muy de ver de los incas con que se holgaba mucho. Y caminando por sus jornadas, llegó a juntarse con el capitán Juan de Sayavedra. Viniéronle a ver los principales de la provincia de Paria, trayéndoles grandes presentes y muy ricos. Recibióles con alegría, honrándolos con buenas palabras. Rogóles que clara y abiertamente le contasen lo que había en la tierra de Chile porque en el Cuzco le habían informado que había tanto oro y plata que tenían las casas chapadas de ello. Desengañáronle de tal novedad, afirmando que eran dichos vanos y que en Chile no hubo tales grandezas, antes el oro que pagaban de tributo a los incas, con presteza lo traían, hecho tejuelos o puro en granos, a lo entregar a sus contadores o mayordomos mayores; diciendo, sin esto, que los caminos eran muy difíciles, en partes secos de agua, en otras llenos de promontorios de nieve y con otras extrañezas que vería si proseguía la jornada. Fue así al adelantado como a los que iban con él muy molesto y enojoso el dicho de estos señores. Para repugnarlo y contradecirlo decían que eran burladores y mentirosos y que lo hacían porque no anduviesen los nuestros por sus tierras; y así sin les preguntar más, les mandó que por algunos días tuviesen por bien de ir en su compañía que, pasados, volverían a sus tierras. Determinóse que hasta llegar a Topisa saliesen los españoles y caballos por cuadrillas porque no había abundancia de agua, y así fue hecho. Adelante de Topisa llegaban ya los tres cristianos que iban delante por gozar de los regalos de los indios; seguíanles a éstos, los otros cinco. Los naturales por dondequiera que pasaban los españoles quedaban de ellos desabrigados; teníanlos por gente rigurosa, de poca verdad, cometedores de grandes pecados. En secreto publicaban que eran sus enemigos capitales y que sin justicia ni razón andaban por sus tierras, tomándoles sus mujeres y haciendas. Mas como iban con tantos caballos, ballestas y espadas no mostraban en lo público este desamor. Por donde caminaban los cinco cristianos hallábanse en las manos la presa; trataban de los matar y hacer con ellos un solemne sacrificio a sus dioses y unos a otros se avisaban para acometer esta hazaña. Y estando en la provincia de Xuxay los acometieron y mataron los tres. Y los dos fueron tan valientes que, saliendo de entre ellos ligeramente, huyendo de la muerte aportaron entre otros indios que por temor del adelantado que estaba cerca no los mataron, antes avisaron a que fuesen a Topisa, donde se juntaron con los cristianos, recibiéndoles ásperamente, pues habían adelantádose sin se lo mandar.