Cómo trajeron las hijas a presentar a Cortés y a todos nosotros, y lo que sobre ello se hizo Otro día vinieron los mismos caciques viejos, y traje ron cinco indias hermosas, doncellas y mozas, y para ser indias eran de buen parecer y bien ataviadas, y traían para cada india otra moza para su servicio, y todas eran hijas de caciques, y dijo Xicotenga a Cortés: "Malinche, ésta es mi hija, y no ha sido casada, que es doncella; tomadla para vos"; la cual le dio por la mano, y las demás que las diese a los capitanes; y Cortés se lo agradeció, y con buen semblante que mostró dijo que él las recibía y tomaba por suyas, y que ahora al presente que las tuviesen en su poder sus padres; y preguntaron los mismos caciques que por qué causa no las tomábamos ahora; y Cortés respondió: "Porque quiero hacer primero lo que manda Dios nuestro señor; que es en el que creemos y adoramos, y a lo que me envió el rey nuestro señor, que es que quiten sus ídolos, que no sacrifiquen ni maten más hombres, ni hagan otras torpedades malas que suelen hacer, y crean en lo que nosotros creemos, que es en un solo Dios verdadero"; y se les dijo otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe; y verdaderamente fueron muy bien declaradas, porque doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, estaban ya tan expertas en ello, que se les daba a entender muy bien; y se les mostró una imagen de nuestra señora con su hijo precioso en los brazos, y se les dio a entender cómo aquella imagen es figura como la de nuestra señora, que se dice Santa María, que están en los altos cielos, y es la madre de nuestro señor, que es el aquel niño Jesús que tiene en los brazos, y que le concibió por gracia del Espíritu Santo, quedando virgen antes del parto y en el parto y después del parto; y aquesta gran señora ruega por nosotros a su hijo precioso, que es nuestro Dios y señor; y les dijo otras muchas cosas que se convenían decir sobre nuestra santa fe, y si quieren ser nuestros hermanos y tener amistad verdadera con nosotros; y para que con mejor voluntad tomásemos aquellas sus hijas, para tenerlas, como dicen, por mujeres, que luego dejen sus malos ídolos, y crean y adoren en nuestro señor Dios, que es el que nosotros creemos y adoramos, y verán cuánto bien les irá; porque, demás de tener salud y buenos temporales, sus cosas se les harán prósperamente, y cuando se mueran irán sus ánimas a los cielos a gozar de la gloria perdurable; y que si hacen los sacrificios que suelen hacer a aquellos sus ídolos, que son diablos, les llevarían a los infiernos, donde para siempre jamás arderán en vivas llamas. Y porque en otros razonamientos se les había dicho otras cosas acerca de que dejasen los ídolos, en esta plática no se les dijo más, y lo que respondieron a todo es que dijeron: "Malinche, ya te hemos entendido antes de ahora; y bien creemos que ese vuestro Dios y esa gran señora, que son muy buenos; mas mira: ahora venistes a estas nuestras tierras y casas; el tiempo andando entenderemos muy más claramente vuestras cosas, y veremos cómo son, y haremos lo que sea bueno. ¿Cómo quieres que dejemos nuestros teules, que desde muchos años nuestros antepasados tienen por dioses y les han adorado y sacrificado? E ya que nosotros, que somos viejos, por te complacer lo quisiésemos hacer, ¿qué dirán todos nuestros papas y todos los vecinos mozos y niños desta provincia, sino levantarse contra nosotros? Especialmente que los papas han ya hablado con nuestros teules, y les respondieron que no los olvidásemos en sacrificios de hombres y en todo lo que de antes solíamos hacer; si no, que a toda esta provincia destruirían con hambres, pestilencias y guerra"; así que, dijeron y dieron por respuesta que no curásemos más de les hablar en aquella cosa, porque no los habían de dejar de sacrificar aunque los matasen. Y desque vimos aquella respuesta, que la daban tan de veras y sin temor, dijo el padre de la Merced, que era entendido e teólogo: "Señor, no cure vuesa merced de más les importunar sobre esto, que no es justo que por fuerza les hagamos ser cristianos, y aun lo que hicimos en Cempoal en derrocarles sus ídolos, no quisiera yo que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nuestra santa fe; ¿qué aprovecha quitarles ahora sus ídolos de un cu y adoratorio, si los pasan luego a otros? Bien es que vayan sintiendo nuestras amonestaciones, que son santas y buenas, para que conozcan adelante los buenos consejos que les damos"; y también le hablaron a Cortés tres caballeros que fueron Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León y Francisco de Lugo, y dijeron a Cortés: "Muy bien dice el padre, y vuesa merced con lo que ha hecho cumple, y no se toque más a estos caciques sobre el caso"; y así se hizo. Lo que les mandamos con ruegos fue, que luego desembarazasen un cu que estaba allí cerca y era nuevamente hecho, e quitasen unos ídolos, y lo encalasen y limpiasen para poner en él una cruz y la imagen de nuestra señora; lo cual luego lo hicieron, y en él se dijo misa y se bautizaron aquellas cacicas, y se puso nombre a la hija del Xicotenga doña Luisa, y Cortés la tomó por la mano, y se la dio a Pedro de Alvarado, y dijo a Xicotenga que aquel a quien la daba era su hermano y su capitán, y que lo hubiese por bien, porque sería de él muy bien tratada, y el Xicotenga recibió contentamiento dello; y la hija o sobrina de Mase-Escaci se puso nombre doña Elvira, y era muy hermosa; y paréceme que la dio a Juan Velázquez de León; y las demás se pusieron sus nombres de pila, y todas con dones, y Cortés las dio a Cristóbal de Olí y a Gonzalo de Sandoval y a Alonso de Ávila; y después desto hecho se les declaró a qué fin se pusieron dos cruces, e que era porque tienen temor dellas sus ídolos, y que a do quiera que estábamos de asiento o dormíamos se ponen en los caminos; e a todo esto estaban muy atentos. Antes que más pase adelante, quiero decir cómo de aquella cacica hija de Xicotenga, que se llamó doña Luisa, que se la dio a Pedro de Alvarado, que así como se la dieron, toda la mayor parte de Tlascala la acataba y le daban presentes y la tenían por su señora, y della hubo el Pedro de Alvarado, siendo soltero, un hijo que se dijo don Pedro, e una hija que se dice doña Leonor, mujer que ahora es de don Francisco de la Cueva, buen caballero, primo del duque de Alburquerque, e ha habido en ella cuatro o cinco hijos muy buenos caballeros, y aquesta señora doña Leonor es tan excelente señora, en fin como hija de tal padre, que fue comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala, y por la parte de Xicotenga gran señor de Tlascala, que era como rey. Dejemos estas relaciones y volvamos a Cortés, que se informó de aquestos caciques y les preguntó muy por entero de las cosas de México, y lo que sobre ello dijeron en esto que diré.
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Capítulo LXXVII De cómo llegó Soto y Gabriel de Rojas al Cuzco, y salió de aquella ciudad Pizarro, y las cosas que hizo hasta que abajó a los llanos, habiendo despoblado la ciudad de Xauxa Después que Pizarro hubo repartido el gran tesoro que se recogió en el Cuzco, entendió enviar algunos mensajeros a los naturales de aquellas comarcas, otorgándoles la amistad y gracia de los españoles, rogándoles no diesen más guerra ni buscasen escándalos, pues siempre les fue mal con ellos. Llegó Hernando de Soto de Bilcas, donde había quedado cuando se partió Almagro lo mismo Gabriel de Rojas, de quien Pizarro acabó de entender lo de don Pedro de Alvarado; y pareciéndole que convenía abajar a la costa, lo hizo, sacando de la ciudad los más españoles que pudo; señalando por vecinos algunos que, no lo fueron, ni tuvieran los repartimientos que tuvieron, sino fuera por sacar la gente que digo, que fueron los más principales. Dejó en ella por teniente a Juan Pizarro. Trató, primero que saliese, con los orejones y principales de los indios, que pues, por fin y acabamiento de Guascar y Atabalipa, venía la sucesión de ser inca a Mango Inga, hijo de Guaynacapa, que debían recibirlo por tal: porque de ello se tendría el emperador por servido, pues tanto deseaba que fuesen bien tratados, y sin les tirar la posesión de sus señoríos. Respondieron que eran contentos, y tomó la borla. Pasado esto, partió para Xauxa Pizarro, desde donde, como había sabido por las cartas de Almagro, su compañero, del camino que llevaba, envióle poderes y provisiones para hacer y deshacer como su persona propia, mandando a Diego de Agüero y a Pedro Román y Crisóstomo Suárez, que a las mayores jornadas que pudiesen, anduviesen hasta lo alcanzar; y haciéndolo así, se dieron tal maña, que lo alcanzaron antes que entrase en San Miguel, de donde fueron con él al Quito; y sin tardar mucho en Xauxa, salió Pizarro con deseo de poblar algún pueblo de cristianos en la costa, y anduvo hasta el valle de Pachacama, donde hubo algún rastro del mucho tesoro que los indios habían escondido que estaba en el templo, mas no pareció ninguno: tanto es el secreto que en algunas cosas tienen estas gentes. Desde este valle de Pachacama mandó Pizarro a seis de a caballo que fuesen de luengo de la costa hasta hallar lugar decente para poblar: que tuviese las partes necesarias, y puerto seguro para entrar las naves, que fuesen y viniesen. Estos anduvieron mirando toda la costa; en toda ella no hallaron mejor cosa ni más seguro puerto, que el que llaman de Sangalla, que está entre los valles de Chincha y Nazca, que por otro nombre llaman Caxamalca. Súpolo Pizarro, y queriendo partir para lo ver y fundar luego una ciudad, los indios, pesándoles de ello, echaban falsas nuevas que los españoles que habían quedado en Xauxa estaban en grande aprieto por los tener cercados los indios serranos; porque no les viniese mal a los que eran vecinos de Xauxa, determinó Pizarro de volver a socorrer aquella ciudad; mandó al tesorero Riquelme que fuese a Sangalla y poblase en aquel valle un pueblo de cristianos; y así lo hizo, nombrando alcaldes y regidores, y señalando horca y picota, tomó posesión en nombre del emperador de aquellas tierras. Y entretanto que esto pasaba, llegó a Xauxa el gobernador; halló que todos estaban buenos y muy quietos; tomó parecer con los oficiales del rey y con otras personas, sobre que sería acertado despoblar aquella ciudad y pasarla a los llanos, los que tenían indios en los yuncas holgábanse, loando tal propósito; los que en la sierra contradecíanle, mirando los unos y los otros sólo su interés; mas Pizarro, que pretendía hacerlo, como Dios y el rey fuesen servidos, sin mirar los unos dichos ni los otros, lo mandó despoblar, con protestación que hizo que iría hecha república hasta que llegando adonde fuese mejor, se tornase a hacer la población de aquella misma ciudad que mudaban. De Riobamba venía el mensajero de Almagro, que era Diego de Agüero y los del adelantado, que eran Moscoso y otros, y como supo lo que había pasado se alegró mucho, y a los mensajeros del adelantado hizo mucha honra, y sin las joyas y cosas ricas que les dio prometió de los aprovechar mucho en la tierra. El piloto Juan Fernández venía por la costa descubriendo; supo lo que se había concertado entre el adelantado y el mariscal; dejando encomendado el galeón a los que venían en él, se vino a poner a los pies de Pizarro, el cual, como era clemente y no las guerras civiles eran llegadas, que fue las que paró los corazones de los hombres de acá duros como acero, lo recibió muy bien, prometiendo dar indios de repartimiento. El galeón había llegado al puerto de Sangalla donde Pizarro envió a mandar que parase y tomase posesión de él en su nombre. Pues como don Francisco Pizarro hubiese determinado de poblar la ciudad, que estaba en Xauxa en los llanos, envió a mandar al tesorero Riquelme que no pasase adelante en la nueva población que había hecho en Sangalla, porque ya que no había de que temer del adelantado, quería poblar en los valles comarcanos a Pachacama, por estar en la comarca de la sierra y los llanos; y así como vieron este mandado del gobernador los que estaban en Sangalla se vinieron a Pachacama, donde ya era venido Pizarro con deseo de hallar tal lugar para fundar la ciudad cual convenía y era necesario.
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Capítulo LXXVII Que trata de la habla que hizo el coronel al presidente Pedro de la Gasca y de cómo le crió por gobernador de Su Majestad y de la muerte de Gonzalo Pizarro y sus capitanes Desbaratado el campo de Gonzalo Pizarro, y él preso y muchos capitanes suyos y su maestre de campo Francisco de Carvajal, y la gente de guerra ya apaciguada y alojada, se fue el coronel Valdivia a donde el presidente estaba recogido, con la victoria que Dios nuestro Señor le había dado, con el cual estaba el general Pedro de Hinojosa y el mariscal Alonso de Alvarado y todos los capitanes del ejército de Su Majestad, con otros muchos caballeros y vecinos de las ciudades del Pirú. Con el presidente en presencia de todos, habló el coronel Valdivia, y dijo al presidente: "Ya vuestra señoría y vuestras mercedes ven claro, y a todos es notorio cómo con ayuda de nuestro Señor yo soy fuera de la promesa que a vuestra señoría había dado". A lo cual respondió el presidente: "Señor gobernador, Su Majestad os debe mucho, porque le habéis dado la tierra y asegurado el reino del Pirú, y franqueado la mar a los navegantes y la tierra a los tratantes, y habéis hecho que cada uno sea señor de su hacienda, y habéis sido parte para que se quitase la niebla que sobre el Pirú estaba". Nunca el presidente había llamado al coronel Valdivia gobernador hasta este punto. Respondió el gobernador que Dios se le había dado a Su Majestad aquella victoria, porque merecía tenerla como católico rey y señor de todos, y que él le había servido como criado y vasallo, y que besaba las manos a su señoría por tan gran merced y favor. Y dijo más, que de lo que recebía más contento era de haber hecho lo que era obligado, y ansí volvía a su señoría el autoridad que de parte de Su Majestad para todo lo de la guerra le había dado. Y luego habló a todos los capitanes y gente, rindiéndoles las gracias de lo bien que había obrado en servicio de Su Majestad, por el amor y voluntad que le habían tenido, obedeciéndole en lo que en su cesáreo nombre les había mandado hasta allí. Así el presidente con toda aquella caballería y nobles hombres del ejército de Su Majestad dieron gracias a nuestro Señor Dios, y los religiosos cantando el Te Deum o Laudamus, por la victoria que les había dado. Hecho esto, el maestre de campo Alonso de Alvarado comenzó a justificar las causas de los alterados que presos estaban. Cortaron la cabeza a Gonzalo Pizarro y la envió a que la pusiesen, con pregón público que manifestaba su delito, en el rollo de la plaza de la ciudad de los Reyes. Así mesmo ahorcaron en el valle de Jaquijaguana al maestre de campo Francisco de Carvajal, habiéndola arrastrado a cola de un caballo. Y también ahorcaron al capitán Joan de Acosta y al capitán Guivara. Esta justicia se hizo en el valle de Jaquijaguana.
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Que trata quién fue el invencible Fernando Cortés, primer marqués del Valle, y da principio a sus heroicos hechos Siendo reyes de Castilla y Aragón los católicos don Fernando y doña Isabel, nació Fernando Cortés en la villa de Medellín en la Extremadura (y como atrás queda referido) en el año de 1485; sus padres fueron Martín Cortés de Monroy y doña Catalina Pizarro Altamirano, gente noble e hijosdalgos y muy aventajados en honra aunque faltos de hacienda. En dos años de estudio, supo bien la gramática y dio principio a oir leyes, mas luego mudó de intento, y se dio a las armas; era muy belicoso y de pensamientos muy levantados, por lo cual sus padres le dieron licencia para que pasara a las Indias en busca de Nicolás de Ovando, comendador de Laris, que era gobernador de Santo Domingo. Tenía diecinueve años cuando llegó a esta Isla, que fue en el año de mil quinientos cuatro, por pascua de resurrección, donde le pasaron varios acontecimientos prósperos y adversos en el discurso de tiempo que allí vivió, que fueron cinco o seis años, dándose a granjerías hasta ir a la conquista de la isla de Cuba, en donde se casó con doña Catalina Juárez, y le sucedió lo que Francisco López de Gómara y Antonio de Herrera cuentan en sus historias, en donde se podrá ver todo especificadamente. Y yo no diré aquí más de lo que hace al propósito de la materia que trato. Andando el tiempo adelante y prosiguiendo el descubrimiento de las Indias, Francisco Hernández de Córdoba hizo una jornada y descubrió la tierra firme de Yucatán, en el año 1517, y porque los indios defendieron su tierra hiriendo a muchos de os españoles, se volvió sin hacer otra cosa más de ver la tierra; súpose de este viaje, ser rica, abastecida y en todo aventajada a la de las islas, y diole a Diego Velázquez deseo de conquistarla, para lo cual envió a ella a Juan de Grijalva su sobrino, con armada suficiente en el año de 1518, y llevando consigo doscientos españoles y algunas mercaderías con que rescató oro y cosas de precio de aquella tierra. Grijalva detúvose tanto, que Diego Velázquez, recelándose no se hubiese perdido, para saber la verdad envió en su busca a Cristóbal de Olid para que le trajese o poblase allá, si la tierra descubierta fuese buena, y la comenzase a conquistar. Antes que Olid topase con Grijalva, volvió a Santo Domingo Pedro de Alvarado, que había ido en compañía de Grijalva, el cual dio a Diego Velázquez aviso de la riqueza grande de Yucatán y de lo mucho que Grijalva había rescatado. Diego Velázquez oyendo estas nuevas, pasole gran gana de enviar a conquistar y poblar aquella tierra, lo uno por dilatar nuestra santa fe, y lo otro por ganar honra y riqueza, y para ello anduvo tratando con algunas personas de juntar gente para hacer este viaje, y no hubo persona que con él se acomodase, sino Fernando Cortés que tenía dos mil ducados en el cambio de Andrés de Duero, mercader que era discreto y de estómago para saber gobernar. Cortés aceptó aquel negocio y le dijo que se holgaba de juntarse con él y que iría en persona al descubrimiento y conquista de esta tierra, y hechos sus conciertos y capitulaciones y sacada licencia de los frailes jerónimos, que tenían la gobernación de las islas, Puestos a punto los navíos y todo lo necesario, llegó al puerto Juan de Grijalva a tres de octubre del año de 1518 con cantidad de oro y plata, y con más claridad y noticia de la tierra, con lo cual Diego Velázquez mudó luego de intento pretendiendo impedir a Cortés el viajé, de que hubo entre los dos grandes pasiones; mas Cortés, a pesar del otro, dio principio a su viaje y tomó fiados cuatro mil ducados con que compró navíos y todo lo necesario, y luego se le agregaron sus amigos que sustentó a su costa y dio dineros. Al partir hizo una protesta ante escribano de que él iba a sus propias costas, y que no tenía ninguna parte Diego Velázquez en aquel negocio. Llegado a blanco Alvarado, Olid y otros amigos de Velázquez lo quisieron prender, más él se puso a salvo en la isla de Guaniganiga, y habiendo saltado a tierra hizo reseña de la gente que llevaba, y halló quinientos cincuenta españoles de pelea, más algunos indios de servicio, de los cuales hizo once compañías de cincuenta hombres, y tomó para sí el cargo de capitán general; llevaba once navíos poniendo en todos banderas con sus armas, que fueron unos fuegos blancos y azules, y en medio una cruz colorada con una letra en latín que decía: Amigos, sigamos la cruz, porque sí fe tenemos, en esta señal venceremos. Con cuyo aparato y pocos compañeros conquistó este nuevo mundo, y convirtió a los naturales de él a nuestra santa fe católica y ley evangélica, que fue la más dificultosa conquista que se vio en el mundo, y no le hicieron ventaja Alejandro y Julio César, como por el discurso de esta historia se vera, y aparece muy especificadamente en la de los autores que tengo citados.
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En que se declara cómo adelante de la provincia de Guancabamba está la de Caxamalca, y otras grandes y muy pobladas Porque las más provincias deste gran reino se imitaban los naturales dellas en tanta manera unos a otros que se puede bien afirmar en muchas cosas parecer que todos eran unos; por tanto, brevemente toco lo que hay en algunas por haberlo escripto largo en las otras. Y pues ya he concluído lo mejor que he podido en lo de los llanos, volveré a lo de las sierras. Y para hacerlo, digo que en lo de atrás escrebí los pueblos y aposentos que había de la ciudad de Quito hasta la de Loja y provincia de Guancabamba, donde paré por tratar la fundación de San Miguel y lo demás que de suso he dicho. Y volviendo a este camino, me parece que habrá de Guanacabamba a la provincia de Caxamalca cincuenta leguas, poco más o menos, la cual es término de la ciudad de Trujillo. Y fue ilustrada esta provincia por la prisión de Atabaliba y muy memorada en todo este reino por ser grande y muy rica. Cuentan los moradores de Caxamalca que fueron muy estimados por sus comarcanos antes que los ingas los señoreasen, y que tenían sus templos y adoratorios por los altos de los cerros, y que puesto que anduviesen vestidos, no era tan primamente como lo fue después y lo es agora. Dicen unos de los indios que fue el primero que los sojuzgó Inga Yupangue; otros dicen que no fué sino su hijo Topainga Yupangue. Cualquiera dellos que fuese, se afirma por muy averiguado que primero que quedase por señor de Caxamalca le mataron en las batallas que se dieron gran parte de su gente, y que más por mafia y buenas palabras, blandas y amorosas, que por fuerza quedaron debajo de su señorío. Los naturales señores desta provincia fueron muy obedecidos de sus indios y tenían muchas mujeres. La una de las cuales era la más principal, cuyo hijo, si lo habían, sucedía en el señorío. Y cuando fallecía, usaban lo que guardaban los demás señores y caciques pasados, enterrando consigo de sus tesoros y mujeres, y hacíanse en estos tiempos grandes lloros continuos. Sus templos y adoratorios eran muy venerados, y ofrecían en ellos por sacrificio sangre de corderos y de ovejas, y decían que los ministros destos templos hablaban con el demonio. Y cuando celebraban sus fiestas se juntaban número grande de gente en plazas limpias y muy barridas, adonde se hacían los bailes y areitos, en los cuales no se gastaba poca cantidad de su vino, hecho de maíz y de otras raíces. Todos andan vestidos con mantas y camisetas ricas, y traen por señal en la cabeza, para ser conocidos dellos, unas hondas y otros unos cordones a manera de cinta no muy ancha. Ganada y conquistada esta provincia de Caxamalca por los ingas, afirman que la tuvieron en mucho y mandaron hacer en ellas sus palacios, y edificaron templo para el servicio del sol, muy principal, y había número grande de depósitos. Y las mujeres vírgenes que estaban en el templo no entendían en más que hilar y tejer ropa finísima y tan prima cuanto aquí se puede encarecer, a las cuales daban las mejores colores y más perfetas que se pudieran dar en gran parte del mundo. Y en este templo había gran riqueza para el servicio dél. En algunos días era visto el demonio por los ministros suyos, con el cual tenían sus pláticas y comunicaban sus cosas. Había en esta provincia de Caxamalca gran cantidad de indios mitimaes, y todos obedecían al mayordomo mayor, que tenia cargo de proveer y mandar en los términos y destrito que le estaba asignado; porque, puesto que por todas partes y en los más pueblos había grandes depósitos y aposentos, aquí se venía a dar la cuenta, por ser la cabeza de las provincias a ella comarcanas y de muchos de los valles de los llanos. Y así, dicen que, no embargante que en los pueblos y valles de los arenales había los templos y santuarios por mí escriptos, y otros muchos, de muchos dellos venían a reverenciar al sol y a hacer en su templo sacrificios. En los palacios de los ingas había muchas cosas que ver, especialmente unos baños muy buenos, adonde los señores y principales se bañaban estando aquí aposentados. Ya ha venido en gran diminución esta provincia, porque, muerto Guaynacapa, rey natural destos reinos, en el propio año y tiempo que el marqués don Francisco Pizarro con sus trece compañeros, por la voluntad de Dios, merecieron descubrir tan próspero reino, donde, luego que en el Cuzco se supo, el primogénito y universal heredero Guascar, su hijo mayor y habido en su legítima mujer la Coya, que es nombre de reina y de señora la más principal, tomó la borla y corona de todo el imperio y envió por todas partes sus mensajeros para que por fin y muerte de su padre le obedesciesen y tuviesen por único señor. Y como en la conquista del Quito se hubiese hallado en la guerra con Guaynacapa el gran capitán Chalicuchima y el Quizquiz, Inclagualpac y Oruminavi, y otros que para entre ellos se tenían por muy famosos, habían platicado de hacer otro nuevo Cuzco en el Quito y en las provincias que caen a la parte del norte, para que fuese reino dividido y apartado del Cuzco, y tomar por señor a Atabaliba, noble mancebo y muy entendido y avisado, y que estaba bienquisto de todos los soldados y capitanes viejos porque había salido de la ciudad del Cuzco con su padre, de tierna edad, y andado grandes tiempos en su ejército. Y aun muchos indios dicen también que el mismo Guaynacapa, antes de su muerte, conociendo que el reino que dejaba era tan grande que tenía de costa más de mil leguas, y que por la parte de los quillacingas y popayaenses había otra gran tierra, determinó de lo dejar por señor de lo de Quito y sus conquistas. Como quiera que sea, de la una manera o de la otra, entendido por Atabaliba y los de su bando cómo Guascar quería que le diesen la obediencia, se pusieron en armas; aunque primero, por astucia del capitán Atoco, se afirma que Atabaliba fue preso en la provincia de Tumebamba, donde también dicen que con ayuda de una mujer Atabaliba se soltó, y llegado a Quito, hizo junta de gente, y dio en los pueblos de Ambato batalla campal al capitán Atoco, en la cual fue muerto, y vencida la parte del rey Guascar, según que más largamente tengo escripto en la tercera parte desta obra, que es donde se trata del descubrimiento y conquista deste reino. Sabida pues, en el Cuzco la muerte de Atoco, salieron por mandado del rey Guascar los capitanes Guancauque y Ingaroque con gran número de gente, y tuvieron grandes guerras con Atabaliba por constreñirle a que diese obediencia al rey natural Guascar. Y él, no solamente por no se la dar, pero por quitarle el señorío y reinado y haberlo para sí, procuraba llegar gentes y buscar favores. De manera que sobre esto hubo grandes contiendas, y murieron en las guerras y batallas (a lo que se afirma por cierto entre los mismos indios) más de cien mil hombres, porque luego hubo entre todos parcialidades y división, yendo siempre Atabaliba vencedor. El cual llegó con su gente a la provincia de Caxamalca (que es causa por que trato aquí esta historia), adonde supo lo que ya había oído de las nuevas gentes que habían entrado en el reino, y que ya estaban cerca dél. Y teniendo por cierto que le sería muy fácil prenderlos para los tener por sus siervos, mandó el capitán Chalicuchima que con grande ejército fuese al Cuzco y procurase de prender o matar a su enemigo. Y así ordenado, quedándose él en Caxamalca, llegó el gobernador don Francisco Pizarro, y después de pasadas las cosas y sucesos que se cuentan en la parte arriba dicha, se dio el recuento entre el poder de Atabaliba y los españoles, que no fueron más de ciento y sesenta, en el cual murieron cantidad de indios y Atabaliba fue preso. Con estos debates, y con el tiempo largo que estuvieron los cristianos españoles en Caxamalca, quedó tal, que no la juzgaban por más que el nombre, y cierto en ella se hizo gran daño. Después se tornó a conservar algún tanto; mas, como nunca, por nuestros pecados, han faltado guerras y calamidades, no ha tornado ni tornará a ser lo que era. Por encomienda la tiene el capitán Melchior Verdugo, vecino que es de la ciudad de Trujillo. Todos los edificios de los ingas y depósitos están, como los demás, deshechos y muy ruinados. Esta provincia de Caxamalca es fertilísima en gran manera, porque en ella se da trigo tan bien como en Sicilia y se crían muchos ganados, y hay abundancia de maíz y otras raíces provechosas y de todas las frutas que he dicho haber en otras partes. Hay, sin esto, halcones y muchas perdices, palomas, tórtolas y otras cazas. Los indios son de buena manera, pacíficos, y unos entre otros tienen entre sus costumbres algunas buenas para pasar esta vida sin necesidad; y danse poco por honra; y así, no son ambiciosos por haberla; y a los cristianos que pasan por su provincia los hospedan y dan bien de comer, sin les hacer enojo ni mal aunque sea uno solo el que pasare. Destas cosas y otras alaban mucho a estos indios de Caxamalca los españoles que en ellas han estado muchos días. Y son de grande ingenio para sacar acequias y para hacer casas, y cultivar las tierras y criar ganados, y labrar plata y oro muy primamente. Y hacen por sus manos tan buena tapicería como en Flandes, de la lana de sus ganados, y tan de ver, que parece la trama della toda seda, siendo tan solo lana. Las mujeres son amorosas y algunas hermosas. Andan vestidas muchas dellas al uso de las pallas del Cuzco. Sus templos y guacas ya están deshechos, y quebrados los ídolos; y muchos se han vuelto cristianos; y siempre están entre ellos clérigos o frailes dotrinándolos en las cosas de nuestra santa fe católica. Hubo siempre en la comarca y término desta provincia de Caxamalca ricas minas de metales.
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Capítulo LXXVII De las crueldades que hicieron los indios con el cuerpo muerto del bendito Fr. Diego Ortiz Después que los caciques indios concluyeron con aquella crueldad tan terrible, e inhumano sacrilegio, ensangrentando sus sucias manos en la sangre del ungido del Señor y padre espiritual suyo, que a costa de su trabajo y sudor había quedádose entre ellos, para granjearlos en su divina gracia, no contentos ni satisfechos en su diabólico intento y furor, por dar contento al demonio, que entre ellos invisible andaba, solicitando su maldad, pareciéndole que con esto le quedaría el campo seguro para tornar a gozar de la posesión que había tenido de aquellas almas, no contentos en haberle quitado la vida al bendito Padre, para mayor muestra de su rabia tomaron el cuerpo y lo acocearon. Tendido en el suelo mandaron que todos los indios, hombres y mujeres y muchachos, que allí había, pasasen sobre él, pisándole y hollándole, por más menosprecio y escarnio, hartando con esto su bárbara crueldad. Luego hicieron un hoyo muy hondo y angosto y en él le metieron la cabeza abajo y los pies arriba, y añadiendo con el cuerpo muerto más iniquidad, le metieron una lanza de palma por el sieso, atravesándole con ella el cuerpo todo hasta la cabeza. Luego cargaron de tierra y salitre y collpa, que es una tierra que tiñen, y le echaron encima mucha chicha colorada y otras cosas, según sus diabólicos ritos y ceremonias. Así le cubrieron el cuerpo en el hoyo que debajo de las raíces de un grandísimo árbol hicieron, y con gran alarido y estruendo lo dejaron, contentísimos de haber satisfecho su infernal deseo y de haber dado la muerte al cura de sus almas, no advirtiendo los ciegos y desventurados el castigo grande que la justicia Divina aparejaba contra ellos. La causa porque metieron el cuerpo en el hoyo los pies arriba y la cabeza abajo fue, según los mismos indios dijeron, que como el bendito Padre a cada paso alzaba los ojos al cielo, pidiendo a Dios misericordia de sus pecados y ayuda para llevar aquellos tormentos y trabajos, entendieron los bárbaros que Dios los oiría y sacaría del hoyo, si tenía la cabeza para arriba, por sus importunaciones y gemidos, y así le echaron la cabeza abajo, porque no alzase en el hoyo los ojos al cielo y llamase a Dios, pero ¡Oh, ciegos, sin discurso ni entendimiento! el que lo podía sacar del hoyo estando la cabeza arriba, ¿no tenía poder para sacarlo estando la cabeza abajo? ¿Está, por ventura, limitada su potencia? ¿No os parece que si lo veía yo ya estando de una manera desde el cielo, también lo oiría y sacaría estando de la otra? Pero su malicia y maldad los cegaba, y el demonio inducidor deste nefando sacrilegio los tenía sin sentido ni juicio para ver la iniquidad que perpetraban contra el Cristo del Señor. Acabado lo dicho, llegó luego la confusión y tristeza nacida de su pecado a los caciques y capitanes, viendo cuán injustamente habían puesto las manos en su sacerdote, y cuán contra razón sin causa ni culpa alguna habían quitado la vida al inocente. Temerosos del castigo que en sus corazones les amenazaba, hicieron junta de todos los hechiceros y adivinos que estaban en la provincia, y juntos les preguntaron qué era lo que les había de suceder y venir en lo adelante por la muerte del Padre Fr. Diego Ortiz, porque ellos estaban con mucho pesar dello. Los adivinos y hechiceros estuvieron algunos días entre sí consultando la respuesta y haciendo preguntas al demonio, cuyos vasallos y sujetos eran, y al cabo vinieron diciendo que el Hacedor de todas las cosas estaba enojado mucho contra ellos. Por lo que habían tratado y hecho, poniendo las manos y quitando la vida aquel sacerdote, que estaba inocente de la culpa que le habían impuesto, y que así, por este pecado grandísimo, les habían de venir muchos males y desventuras, y que Dios los había de castigar y asolar a la generación del Ynga y a todos ellos. Desta respuesta quedaron los indios más confusos y apesarados del hecho que habían cometido, y para mayor dolor sucedió que luego otro día a la hora de vísperas, sin pensarlo, se quemó súbitamente una casa grande que allí había, donde ellos y el Ynga se juntaban a sus borracheras y donde se había consultado lo dicho. Y, como acudiesen a remediar el fuego, no fue posible atajarlo por diligencia que pusieron, y estándose quemando la casa vieron una culebra grande que andaba dentro del fuego sin quemarse, de unas partes a otras, de lo cual todos se espantaron y atemorizaron, viendo que no se quemaba, y fueron dello más tristes y pensativos. Acordaron los curacas y capitanes de hacer nueva consulta con los sacerdotes de sus huacas y los adivinos y sortilegios, y llamados, les preguntaron qué cosa era aquélla y qué significaba haberse quemado la casa y andar la culebra tan grande por medio del fuego, sin que le dañase ni empeciese. Los adivinos les respondieron que ellos hallaban que había de venir sobre aquella provincia, en muy breve tiempo, grandísima desventura y calamidad y cruda guerra, a fuego y a sangre, que los destruiría a todos, porque la sangre de aquel sacerdote que habían muerto clamaba y daba voces delante de Dios por venganza de su injusta muerte. Pareciéndoles que quitando de por medio memoria del Padre se evitarían aquellos males y amenazas, rayeron la tierra donde había dicho misa, del altar, y donde solfa asentarse y pasearse, y donde rezaba el oficio divino en la iglesia que allí tenían. Juntando la tierra así raída la echaron en el río, porque nunca hubiese rastro della, y los hábitos los repartieron entre sí los más atrevidos, haciendo chuspas, que son unas taleguillas pequeñas que traen al lado izquierdo colgando, donde echan la coca que comen. El ornamento con que decía misa lo tomaron y llevándolo de ahí a algunos días a un lugar que llaman la Horca del Ynga, lo echaron en el suelo y lo pisaron, por menosprecio de la religión cristiana y de los sacerdotes que con él celebraban. ¡Pero justo eres, Señor! Y tus juicios son rectos y justificados, y en el castigo de los pecadores das al mundo muestra de un atributo tan principal como es tu justicia, y que tu santa palabra la cumples y ejecutas, por la cual dijiste que a tus cristianos y ungidos nadie les tocase. Así, pues, estos bárbaros, faltos de fe sobrenatural, a su costa experimentaron los castigos con que castigas a los que en tus sacerdotes ponen mano y lengua, pues ellos mismos confesaron que por haber cometido tan gran maldad les vinieron infinitos trabajos y desventuras. Porque el pueblo donde se hizo este sacrilegio, los españoles que, dentro de un año poco más, entraron en la tierra, lo asolaron y despoblaron, de suerte que hasta el día de hoy no se ha vuelto a reedificar, que parece que la maldición de Dios y fuego del cielo ha caído sobre él y todos los que en la muerte y martirio del bendito fraile se señalaron. Visiblemente se conoce y ve que todos acabaron miserablemente, de diferentes muertes tristes y malaventuradas, casi de repente. Y sólo el que le dio la bofetada, llamado Joan Quispi, cuyo brazo se secó, quedó por más de treinta años vivo, para mayor confusión suya y muestra de la divina justicia, con que muchos han tomado ejemplo para apartarse de pecados y tener respeto y veneración a los sacerdotes y ministros del Evangelio de Cristo. No sólo paró en esto su desventura, porque luego les envió Dios a todos pestilencia, hambre y mortandad, trabajos y miserias, y las sabandijas de la tierra, como ministros y ejecutores de castigo divino, les destruían sus comidas y las chácaras y sembrados, de suerte que palpablemente conocían que, como más culpados, eran ellos los principales sobre que caían aquellas maldiciones. Hubo indio entre ellos, llamado Don Diego Aucalli, que mediante esto se convirtió muy de veras a Dios, y se volvió a Él pidiendo perdón de sus pecados y enmendando su vida y haciendo obras de buen cristiano se tornó predicador de aquellas gentes, persuadiéndoles a hacer penitencia, diciéndoles que esto era la verdad y el camino del cielo, porque sus supersticiones e idolatrías eran mentira y fingimiento y engaños del diablo, y si no que mirasen cómo Dios volvía por su sacerdote castigando a los que le habían muerto, y que advirtiesen que aunque el Ynga antiguamente martirizaba y daba crueles tormentos a sus pontífices y adivinos, y los colgaba y los dejaba estar así cuatro o cinco días, hasta que se acabasen de morir, nunca habían visto semejantes señales y trabajos y calamidades, porque ninguna cosa destas, como por haber muerto aquel sacerdote religioso lo veían clara y manifiestamente, desde que se había cometido aquel delito. ¡Gloria sea al Omnipotente Señor del cielo, que de los pecados y caídas de los pecadores saca enmienda, y de los castigos saca miedo y verdadero arrepentimiento de los pecados! No se puede presumir ni entender, que por haberles hecho el buen Padre Fr. Diego a los indios malos tratamientos y vejaciones ellos hubiesen conspirado en su muerte tan de repente. Porque lo uno, el castigo que hemos dicho enviado de la mano del muy alto sobre los que lo mataron, se echa de ver la injusticia y sinrazón dellos, y lo otro, que los indios manaries, de más de doscientas leguas la tierra adentro, entrando españoles a ellos y enseñándoles la doctrina cristiana les decían que el Padre Fr. Diego les enseñaba aquello mismo y les predicaba cuando iban a Vilcabamba a ver a Cusi Tito Tupanqui Ynga. Que era muy buen sacerdote, que con gran amor y claridad los regalaba y daba de lo que tenía en su casa, y cuando caían enfermos los curaba con mucho cuidado, y él mismo les hacia las mazamorras que comiesen y los visitaba y se estaba con ellos consolándolos, y les decía que muchas veces Dios enviaba los trabajos y enfermedades por los pecados y para que se acordasen dél y enmendasen su vida y se apartasen de las ofensas que contra Él cometían. Oyendo estos indios manaries decir su muerte y de la manera que había sido, tan cruel, con ser infieles, mostraban sentimiento y pesar dello y casi lloraban, y decían que por ello le había venido al Ynga y a su generación tantos daños. Fue ocasión la memoria del buen Padre para que a los españoles que allí entraron no les hiciesen daño, temiendo no les sucediese otro tanto, y así se salieron en paz, y habiéndoles regalado y dado para el camino comida y muchos indios, que saliesen en su compañía hasta Vilcabamba. Todo esto que he dicho de la muerte y sucesos deste bendito religioso, no ha sido, habiéndolo sabido de alguna persona sola, ni con noticia confusa de dichos de indios, que tan fáciles son en el mentir, sino sacado todo esto y lo que después sucedió, cuando los españoles ganaron aquella provincia y trasladaron sus huesos a la iglesia de San Francisco de la Victoria, de una información que los religiosos del orden de San Agustín hicieron con los indios que estuvieron presentes y con Juana Guerrero, mujer de Martín Pando, secretario del Ynga Cusi Tito, que lo vio todo por vista de ojos, porque estaba dentro la tierra, y con muchos españoles que dello tuvieron noticia, y lo juraron, y lo que después sucedió, como diremos en el capítulo LXXXIV, da claras muestras de la injusta muerte y bien aventurado martirio deste bendito religioso, que sucedió el año de mil y quinientos y setenta o setenta y uno, porque los indios, como no conocen la diferencia de los tiempos, muchas veces se yerran.
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Cómo llegaron navíos de Castilla con vituallas y socorros Cuando estaban tan divididos los cristianos como hemos dicho, y tardando mucho en llegar con socorro los navíos de Castilla, ni el Adelantado ni D. Diego podían mantener sosegada la gente que les había quedado, pues siendo los más de baja condición y deseosos de la vida y el buen trato que Roldán les prometía, para no quedar solos, vacilaban en castigar los culpables; y esto les hacía tan desobedientes que era casi imposible hallar medio de aquietarlos, por lo que se veían precisados a soportar los insultos de los rebeldes. Mas queriendo el alto Dios darles algún consuelo hizo que arribasen las dos naves arriba mencionadas, que fueron enviadas un año después que el Almirante salió de las Indias, no sin grande instancia y solicitud que éste tuvo en la corte para conseguirlo; pues considerando la condición de la tierra, la naturaleza de la gente que allí había dejado, y el gran peligro que podría ocasionar su tardanza, pidió y obtuvo de los Reyes Católicos que fuesen mandados delante dos de los diez y ocho navíos que se le había mandado que armase. Con la llegada de éstos, tanto por el socorro de gente, y por las vituallas que llevaban, como por la certeza de que el Almirante había llegado felizmente a España, los del Adelantado cobraron ánimo y vigor para servir con mayor fidelidad, y los de Roldán temieron el castigo. Estos, deseosos de tener algunas nuevas, y de proveerse de lo que les faltaba, fueron a Santo Domingo, donde habían arribado los navíos, con esperanza de llevar algunos a su partido. Pero como el Adelantado era sabedor de su venida, y estaba más cerca de aquel puerto, salió en seguida para estorbarles el camino; y puestas buenas guardias en algunos pasos, fue al puerto a ver las naves y ordenar las cosas de aquella población. Deseoso de que el Almirante hallase la isla pacífica y apagados los tumultos, volvió a proponer un concierto a Roldán, que estaba con su gente a seis leguas, y mandóle para esto un capitán que había venido con las dos naves, llamado Pedro Fernández Coronel, tanto por ser éste hombre honrado y de autoridad, como por esperar que tendrían mayor eficacia sus palabras, pues como testigo de vista podía afirmar la llegada del Almirante a España, la buena acogida que había tenido, y la prontitud con que los Reyes Católicos mostraban querer engrandecerlo. Pero, temiendo los principales rebeldes el efecto que este mensajero haría en la mayor parte de ellos, no le dejaron hablar en público, antes bien lo recibieron en el camino con ballestas y saetas, de modo que solamente pudo decir algunas palabras a los que fueron señalados para oírle, y de este modo, sin que se tomase alguna resolución, volvió a tierra, y ellos se fueron al alojamiento que tenían en Xaraguá, no sin temor de que Roldán y alguno de los principales de su compañía, escribiesen a los amigos que tenían entre la gente del Adelantado, rogándoles con vehemencia que, llegado el Almirante, fuesen con éste buenos mediadores, ya que sus quejas solamente iban contra el Adelantado, y no contra el Almirante; antes bien, deseaban volver a su gracia y obediencia.
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De lo que sucedió al capitán en México y en su embarcación hasta llegar a la corte de España Luego que la gente se desembarcó, hubo personas que por vengar sus pasiones, o por otros respetos, escribieron al marqués de Montes Claros, virrey de México, y sembraron por toda la tierra muchas cartas, procurándome descomponer y desacreditar la jornada: a que yo satisfice por otras lo mejor que pude, dando a entender mi verdad y buen celo; y algunas de ellas envié al dicho marqués, pidiendo orden de lo que había de hacer del navío. Y por habérmela dado de que le entregase a los oficiales Reales de Acapulco, pues era de Su Majestad, lo hice así, y me partí de Acapulco el primero día del año de mil seiscientos y siete, y entré en México el día de San Antón, y el de San Sebastián me recibió el virrey amorosamente, y por su orden hice relación e información de todo lo sucedido. Y entendiendo que cerca de México estaba don Luis de Velasco, que había sido virrey en el Perú en el tiempo que la primera vez vine desta jornada, le fui a hablar y le di cuenta de lo que había pasado, y me honró y consoló mucho. Y allí en México el indio Pedro, como ya estaba más ladino y entendido en nuestra lengua, hizo ciertas declaraciones muy importantes de cosas que se fueron preguntando de su tierra, y de las comarcanas; y dio a entender la grandeza de ellas, y sus comidas, frutas y riquezas, y como había plata, oro y perlas en cantidad, y los ídolos que adoraban, y sus ritos y ceremonias, y cuán de ordinario les hablaba el demonio; y mostrándole algunas cosas de las nuestras fue declarando los nombres que tenían en su lengua: y dentro de breve tiempo se nos murió él y el otro indio Pablo, que era muchacho y de muy lindo rostro y disposición. Volví a hablar al virrey, y trátele de mi partida y necesidades. No salió a remediarlas, antes me entretuvo con gracias, y me dijo que estaba de partida para el Perú, donde le habían proveído por virrey, y que si yo volviese en su tiempo, trujese buenas cédulas, que todas las cumpliría, y que hiciera él de buena gana la jornada por entender que era cosa tan grande. Y con esto me despidió, y se llegó el día de la partida sin tener yo sólo un peso, para ponerme en camino; pero socorrióme Dios con las amistades y socorros que me hizo un capitán Gaspar Méndez de Vera, y un Leonardo de Oria en San Juan de Ulúa me recibió en su nave, en que llegamos en salvo a Cádiz, donde me desembarqué. Y para pasar a Sanlúcar vendí la cama, y en Sanlúcar otra prenda, con que llegué a Sevilla, y allí para sustentarme vendí lo demás que me quedaba: y con esto y con quinientos reales que me hizo dar don Francisco Duarte, y lo que me ayudó un capitán mi compañero llamado Rodrigo Mejía, llegué sin blanca a Madrid a nueve de octubre de mil y seiscientos y siete.
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Cómo robaban la tierra los alzados, y tomaban por fuerza sus haciendas Estando el gobernador de esta manera, los oficiales y Domingo de Irala, luego que le prendieron, dieron licencia abiertamente a todos sus amigos y valedores y criados para que fuesen por los pueblos y lugares de los indios y les tomasen las mujeres y las hijas, y las hamacas y otras cosas que tenían, por fuerza, y sin pagárselo, cosa que no convenía al servicio de Su Majestad y a la pacificación de aquella tierra; y haciendo esto, iban por toda la tierra dándoles muchos palos, trayéndoles por fuerza a sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles nada por ello, y los indios se venían a quejar a Domingo de Irala y a los oficiales. Ellos respondían que no eran parte para ello; de lo cual se contentaban algunos de los cristianos, porque sabían que les respondían aquello por les complacer, para que ellos les ayudasen y favoresciesen, y decíanles a los cristianos que ya ellos tenían libertad, que hiciesen lo que quisiesen; de manera que con estas respuestas y malos tratamientos la tierra se comenzó a desplobar, y se iban los naturales a vivir a las montafias, escondidos donde no los pudiesen hallar los cristianos. Muchos de los indios y sus mujeres e hijos eran cristianos, y apartándose perdían la doctrina de los religiosos y clérigos, de lo cual el gobernador tuvo muy gran cuidado que fuesen enseñados. Luego, dende a pocos días que le hobieron preso, desbarataron la carabela que el gobernador había mandado hacer para con ella dar aviso a Su Majestad de lo que en la provincia pasa, porque tuvieron creído que pudieran atraer a la gente para hacer la entrada (cual dejó descubierta el gobernador), y que por ella pudieran sacar oro y plata, y a ellos se les atribuyen la honra y el servicio que pensaban que a Su Majestad hacían; y como la tierra estuviese sin justicia, los vecinos y pobladores de ella contino recebían tan grandes agravios, que los oficiales y justicia que ellos pusieron de su mano hacían a los españoles, aprisionándoles y tomando sus haciendas, se fueron como aborridos y muy descontentos más de cincuenta hombres españoles por la tierra adentro, en demanda de la costa del Brasil, y a buscar algún aparejo para venir a avisar a Su Majestad de los grandes males y daños y desasosiegos que en la tierra pasaban, y otros muchos estaban movidos para se ir perdidos por la tierra adentro, a los cuales prendieron y tuvieron presos mucho tiempo, y les quitaron las armas y lo que tenían; y todo lo que les quitaban, lo daban y repartían entre sus amigos y valedores, por los tener gratos y contentos.
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Cómo Cortés preguntó a Mase-Escaci e a Xicotenga por las cosas de México, y lo que en la relación dijeron Luego Cortés apartó aquellos caciques, y les preguntó muy por extenso las cosas de México; y Xicotenga, como era más avisado y gran señor, tomó la mano a hablar, y de cuando en cuando le ayudaba Mase-Escaci, que también era gran señor, y dijeron que tenía Montezuma tan grandes poderes de gente de guerra, que cuando quería tomar un gran pueblo o hacer un asalto en una provincia, que ponla en campo cien mil hombres, y que esto que lo tenía bien experimentado por las guerras y enemistades pasadas que con ellos tienen de más de cien anos; y Cortés le dijo: "Pues con tanto guerrero como decís que venían sobre vosotros, ¿cómo nunca os acabaron de vencer?" Y respondieron que, puesto que algunas veces les desbarataban y mataban, y llevaban muchos de sus vasallos para sacrificar, que también de los contrarios quedaban en el campo muchos muertos y otros presos, y que no venían tan encubiertos, que dello no tuviesen noticia, y cuando lo sabían, que se apercibían con todos sus poderes, y con ayuda de los de Guaxocingo se defendían e ofendían; e que, como todas las provincias y pueblos que ha robado Montezuma y puesto debajo de su dominio estaban muy mal con los mexicanos, y traían dellos por fuerza a la guerra, no pelean de buena voluntad; antes de los mismos tenían avisos, y que a esta causa les defendían sus tierras lo mejor que podían, y que donde más mal les había venido a la continua es de una ciudad muy grande que está de allí andadura de un día, que se dice Cholula, que son grandes traidores, y que allí metía Montezuma secretamente sus capitanías; y como estaban cerca, de noche, hacían salto, y más dijo Mase-Escaci, que tenía Montezuma en todas las provincias puestas guarniciones de muchos guerreros, sin los muchos que sacaba de la ciudad, y que todas aquellas provincias le tributan oro y plata, y plumas, y piedras y ropa de mantas y algodón, e indios e indias para sacrificar, y otros para servir; y que es tan gran señor, que todo lo que quiere tiene, y que las casas en que vive tiene llenas de riquezas y piedras chalchihuites, que han robado y tomado por fuerza a quien no se lo da de grado, y que todas las riquezas de la tierra están en su poder; y luego contaron del gran servicio de su casa, que era para nunca acabar si lo hubiese aquí de decir, pues de las muchas mujeres que tenía, y cómo casaba algunas dellas, de todo daban relación; y luego dicen de la gran fortaleza de su ciudad, de la manera que es la laguna, y la hondura del agua, y de las calzadas que hay por donde han de entrar en la ciudad, y las puentes de madera que tienen en cada calzada, y cómo entra y sale por el estrecho de abertura que hay en cada puente, y cómo en alzando cualquier dellas se pueden quedar aislados entre puente y puente sin entrar en su ciudad; y cómo está toda la mayor parte de la ciudad poblada dentro en la laguna, y no se puede pasar de casa en casa si no es por unas puentes elevadizas que tienen hechas, o en canoas, y todas las casas son de azoteas, y en las azoteas tienen hecho como a maneras de mamparos, y pueden pelear desde encima dellas, y la manera como se provee la ciudad de agua dulce desde una fuente que se dice Chapultepeque, que está de la ciudad obra de media legua, y va el agua por unos edficios, y llega en parte que con canoas la llevan a vender por las calles; y luego contaron de la manera de las armas, que eran varas de a dos gajos, que tiraban con tiraderas, que pasan cualesquier armas, y muchos buenos flecheros, y otros con lanzas de pedernales que tienen una braza de cuchilla, hechas de arte que cortan más que navajas, y rodelas y armas de algodón, y muchos honderos con piedras rollizas e otras lanzas muy largas y espadas de a dos manos de navajas, y trajeron pintados en unos paños grandes de henequén las batallas que con ellos habían habido y la manera de pelear. Y como nuestro capitán y todos nosotros estábamos ya informados de todo lo que decían aquellos caciques, estorbó la plática y metiólos en otra más honda, y fue que cómo ellos habían venido a poblar aquella tierra, e de qué partes vinieron, que tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos, siendo tan cerca unas tierras de otras; y dijeron que les habían dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras, que los mataron peleando con ellos, y otros que, quedaban se murieron; e para que viésemos qué tamaños e altos cuerpos tenían, trajeron un hueso o zancarrón de uno dellos, y era muy grueso, el altor del tamaño como un hombre de razonable estatura; y aquel zancarón era desde la rodilla hasta la cadera; yo me medí con él, y tenía tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo; y trajeron otros pedazos de huesos como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra; y nuestro capitán Cortés nos dijo que sería bien enviar aquel gran hueso a Castilla para que lo viese su majestad, y así lo enviamos con los primeros procuradores que fueron; también dijeron aquellos mismos caciques, que sabían de aquellos sus antecesores que les había dicho su ídolo en quien ellos tenían mucha devoción, que vendrían hombres de las partes de hacia donde sale el sol y de lejanas tierras a les sojuzgar y señorear; que si somos nosotros, holgarán dello, que pues tan esforzados y buenos somos; y cuando trataron las paces se les acordó desto que les había dicho su ídolo, que por aquella causa nos dan sus hijas, para tener parientes que les defiendan de los mexicanos; y cuando acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados, y decíamos si por ventura dicen verdad; y luego nuestro capitán Cortés les replicó, y dijo que ciertamente veníamos de hacia donde sale el sol, y que por esta causa nos envió el rey nuestro señor a tenerlos por hermanos, porque tiene noticia dellos, y que plegue a Dios nos dé gracia para que por nuestras manos e intercesión se salven; y dijimos todos: "Amen." Hartos estarán ya los caballeros que esto leyeren de oír razonamientos y pláticas de nosotros a los de Tlascala, y ellos a nosotros; querría acabar, y por fuerza me he de detener en otras cosas que con ellos pasamos; y es que el volcán que está cabe Guaxocingo echaba en aquella sazón que estábamos en Tlascala mucho fuego, más que otras veces solía echar; de lo cual nuestro capitán Cortés y todos nosotros, como no habíamos visto tal, nos admiramos dello; y un capitán de los nuestros, que se decía Diego de Ordás, tomóle codicia de ir a ver qué cosa era, y demandó licencia a nuestro general para subir en él; la cual licencia le dio, y aún de hecho se lo mandó; y llevó consigo dos de nuestros soldados y ciertos indios principales de Guaxocingo, y los principales que consigo llevaba poníanle temor con decirle que cuando estuviese a medio camino de Popocatepeque, que así se llamaba aquel volcán, no podría sufrir el temblor de la tierra ni llamas y piedras y ceniza que de él sale o que ellos no se atreverían a subir más de hasta donde tienen unos cues de ídolos, que llaman de teules de Popocatepeque; y todavía el Diego de Ordás con sus dos compañeros fue su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se le quedaron en lo bajo; después el Ordás y los dos soldados vieron al subir que comenzó el volcán de echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcán, y estuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta de allí a una hora, que sintieron que había pasado aquella llamarada y que no echaba tanta ceniza ni humo, y subieron hasta la boca, que era muy redonda y ancha, y que había en el anchor un cuarto de legua, y que desde allí se parecía la gran ciudad de México y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados; y está este volcán de México obra de doce o trece leguas; y después de bien visto, muy gozoso el Ordás, y admirado de haber visto a México y sus ciudades, volvió a Tlascala con sus compañeros, y los indios de Guaxocingo y los de Tlascala se lo tuvieron a mucho atrevimiento, y cuando la contaban al capitán Cortés y a todos nosotros, como en aquella sazón no habíamos visto ni oído, como ahora, que sabemos lo que es, y han subido encima de la boca muchos españoles y aun frailes franciscanos, nos admirábamos entonces dello; y cuando fue Diego de Ordás a Castilla lo demandó por armas a su majestad, e así las tiene ahora un su sobrino Ordás que vive en la Puebla; y después acá desque estamos en esta tierra no le habemos visto echar tanto fuego ni con tanto ruido como al principio, y aun estuvo ciertos años que no echaba fuego, hasta el año de 1539 que echó muy grandes llamas y piedras y ceniza. Dejemos de contar del volcán, que ahora, que sabemos qué cosa es y habemos visto otros volcanes, como los de Nicaragua, y los de Guatemala, se podían haber callado los de Guaxocingo sin poner en relación, y diré cómo hallamos en este pueblo de Tlascala casas de madera hechas de redes, y llenas de indios e indias que tenían dentro encarcelados e a cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar; las cuales cárceles les quebramos y deshicimos para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban de ir a cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y así escaparon las vidas; y dende en adelante en todos los pueblos que entrábamos, lo primero que mandaba nuestro capitán era quebrarles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comúnmente en todas estas tierras las tenían; y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad, mostró tener mucho enojo de los caciques de Tlascala, y se lo riñó bien enojado, y prometieron desde allí adelante que no matarían ni comerían de aquella manera más indios. Dije yo que qué aprovechaban aquellos prometimientos, que en volviendo la cabeza hacían las mismas crueldades. Y dejémoslo así, y digamos cómo ordenamos de ir a México.