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Capítulo LXXVIII Cómo le informaron falsamente a Pizarro que Almagro venía hecho de concierto para le quitar la gobernación y la vida; y de cómo llegaron, habiendo primero pasado algunas cosas notables en Pachacama; y lo que más pasó hasta que se fundó la ciudad de los Reyes Tengo entendido que estando don Francisco Pizarro muy alegre por haber su compañero don Diego de Almagro dádose tan buen cobro en lo de Quito, que un Mogrovejo de Quiñones, inventado por sí o por otros, a quien pesaba que entre los dos compañeros hubiese paz, le avisó que se guardase y mirase por sí, por cuanto el adelantado y Almagro venían hechos de concierto para le quitar la gobernación, y aun la vida, y que habían hecho los dos compañía. Alteróse Pizarro con tal dicho, puesto que no lo creyó enteramente. Y lo que de esto pasa es que antes que el adelantado y el mariscal se concertasen de la manera que está dicha, dicen que Alvarado pretendió hacer compañía con Pizarro y Almagro sin querer recibir dineros ningunos, sino dejar las naves y gente con ciertos capítulos que pedía, y que para firmeza de ello que Almagro casase un hijo que tenía con una hija suya. No vino en efecto, ni había para qué escribirlo, sino para que el lector tenga claridad en todo, porque aunque Almagro no vino en nada de esto, respondiendo que no podían tener paz, tantos compañeros; malos hombres, que nunca han faltado por nuestros pecados en esta miserable tierra, le ponían ya mal con el otro triste, para que desde luego hubiera lo que al fin mediante sus maldades hubo. Estaban de camino, para venir a Xauxa, Alvarado y Almagro, donde creían hallar a Pizarro. Parecióle al mariscal que, pues Belalcázar lo había acertado en lo pasado, que sería justo dejarle el mando de capitán teniente de aquella tierra, y que pues no estaba en buena comarca la ciudad de Riobamba, que se despoblase y asentase en Quito. Y así se hallaron y quedaron con Belalcázar muchos de los que habían venido de Guatimala, y fundó en Quito la ciudad del Quito, de la cual fundación, tengo escrito copiosamente en mi primera parte. Quedaron los naturales de estos pueblos muy gastados por haber estado en sus tierras tantos españoles juntos, y con tanto servicio, y comer y destruir a discreción. Y después con la poca orden que Belalcázar puso, habiendo tan gran cantidad de ganado, tan bello y hermoso como todos vemos, que cubrían en algunas partes los campos llenos, hay ya tan poco que casi no es ninguno; pero para hartarse uno de sesos mataba cinco o seis ovejas; y otro, para que le hiciesen pasteles de los tuétanos, mataba otras tantas; en verdad que algunos de los que hiciéronlo lo oí yo blasonar como que hubieran hecho gran hazaña, y los pobres que las criaron perecían de frío por no tener lanas para hacer ropa. Si sobre esto y otras cosas hubiere de decir lo que sé, nunca acabaríamos la escritura; y lo que toca en Dios y en mi ánima, que es para que avisen los que descubrieren, o trataren entre estos indios, porque se enmienden y sepan; que así como todo lo que tomaban era y es sudor de sangre, así habemos en nuestros días visto, en los más de los perpetradores, notables castigos del poderoso Dios ha hecho en ellos. De Riobamba anduvieron el adelantado y el mariscal y los muchos que iban con ellos hasta llegar a San Miguel, desde donde mandó Almagro a Pacheco que fuese a lo de Puerto Viejo y fundase un pueblo en la mejor comarca: porque los indios no fuesen maltratados de los que venían en los navíos. El suceso de esta población y lo que pasó tengo escrito en el libro de las fundaciones: allí lo verá quien quisiere. Contar por entero las liberalidades que Almagro hizo en esta jornada será nunca acabar porque se mostró tan generoso y dadivoso que volaba su fama por todas partes, mas quería hacer estas mercedes hinchado de vanagloria: porque en secreto poco o nada quería dar, en público y donde hubiese mucha gente holgaba que le pidiesen; no volvía el rostro ni le veían triste. Fue esto mucha parte para que los más de aquellos caballeros que habían venido con el adelantado le tomasen amor y se aficionasen de él como se aficionaron. De San Miguel anduvieron hasta el valle del Chimo, parándose primero en el valle de Chicama a castigar los indios porque diz que habían muerto ciertos cristianos que allí aportaron en una nave. En Chimo dicen que le pareció a Almagro sería bueno fundar una ciudad e hizo la traza de ella, y que mandó a Miguel Estete quedar con algunos españoles en aquel valle; de donde partieron hasta que llegados a Pachacama hallaron a Pizarro que los estaba aguardando, y salió, como supo que venían cerca, a los recibir con mucha gente de caballo. Y como se vieron, se embrazaron Pizarro y el adelantado y el mariscal; y a todos los caballeros que venían con ellos recibió muy bien el gobernador. Fuéronse a aposentar a los aposentos de Pachacama donde unos con otros se holgaron y regocijaron; y platicaron Almagro y Pizarro tales pláticas que se entendió bien ser mentira lo que habían dicho. Otro día oyeron misa todos juntos, y dende a un rato, en presencia de algunos de los capitanes que allí estaban, enderezando el adelantado su plática contra Pizarro, le dijo que bien sabía que por el aviso que había traído Gabriel de Rojas habría días tendría aviso de su venida aquestas partes, estando de camino para ir a descubrir a la parte de levante que no estuviese descubierto, mas que tuvieron tanta noticia de Quito que les pareció enderezar su camino adonde decían haber tantos tesoros, pues también pensaron no hallar ningún capitán suyo en él, y después de haber pasado tantos trabajos y pérdidas de haciendas, habían aportado donde hallaron a don Diego de Almagro poblado y, por no deservir al rey, ni tener con ellos ningún debate, había tenido por bien de venir en el concierto que se hizo; y que para ir de todo punto contento no restaba sino que le diese la palabra de tener por suyos tantos caballeros y tan principales como habían venido en su compañía para los honrar y aprovechar; pues muchos habían dejado sus indios y haciendas, y todos gastado lo que tenían para venir con él. Respondió Pizarro con mucha alegría, prometiendo hacer con ellos como con sus propios hermanos, y que con brevedad tendrían repartimientos unos; y otros irían a conquistas para los tomar por su mano y darles lo más. Esto pasado, comieron y fueron luego a ver donde estaba el templo de Pachacama, tan nombrado en estos llanos, donde aún había muchos clavos de oro de los que estaban hincados en la pared para sostener las planchas tantas y tan grandes como primero estaban. Dicen que un piloto llamado Quintero pidió de merced al gobernador aquellos clavos que parecían por las paredes, y como cosa de burla se le dio, y sacó harta cantidad de oro en ellos porque eran largos y rollizos; y más de cuatro mil marcos de plata. Antes que llegase el adelantado ni el mariscal, había enviado don Francisco Pizarro al Cuzco por su teniente a Hernando de Soto, y mandándole se recogiese dinero para pagarle ciento y veinte mil castellanos, aunque para ello se tomase, si menester fuese, lo que hubiese de los difuntos. Y como desease despachar Alvarado brevemente, se recogió el dinero y se le pagó dándole muchas joyas y piedras de gran valor. De los conquistadores que estaban con Pizarro, como algunos se hallasen muy ricos, y viesen buen camino para salir del reino; y así, pidiendo licencia al gobernador, se fueron con el adelantado a la costa, y embarcándose, salieron del Perú. Pasado esto que la crónica ha contado, don Francisco tenía muy gran deseo de buscar lugar para fundar la ciudad que estaba en Xauxa. Habían mirado algunas veces el valle de Lima y tornándolo a ver, y pareciendo a todos que era buen lugar y donde había uno de los mejores puertos de la costa, se determinó de fundar en él la ciudad. Y así mandó Pizarro a Juan Tello que repartiese los solares por la orden que estaban señalados en la traza, y dicen que decía este Juan Tello, cuando entendía en esto, que había de ser aquesta tierra otra Italia, y en el trato segunda Venecia: porque tanta multitud de oro y plata había, era imposible que no fuese así. Trazado, pues, el pueblo, Pizarro se volvió a Pachacama, donde tuvieron tiempo él y Almagro de hablar de las cosas privadas y pertenecientes a sus haciendas y hermandad; y, deseando tener la misma conformidad, tornaron a hacer de nuevo nueva compañía con grandes firmezas y juramentos. Luego que esto pasó, estando estos dos compañeros en toda paz y amor porque Dios no había aún comenzado a hacer el castigo en ellos, habló Pizarro a Almagro que se fuese al Cuzco con provisiones, como él las mandó pintar, para entender en lo que le pareciese convenir en la ciudad y para que fuese si quisiere a descubrir, pues tenía para ello tan grande aparejo a lo que llaman Chiriguana, que es a las partes del austro, o que enviase la persona que él señalase, gastando a costa de entrambos lo que él tuviese por bien. Partióse Almagro con los más de los que habían venido de Guatimala, procurando todos de le ganar la gracia porque la verdad, aunque Pizarro tenía el nombre de gobernador como lo era, Almagro quitaba y ponía, y mandaba a su voluntad. Como él se partió, Pizarro quedó entendiendo en la fundación de la nueva ciudad de los Reyes, que fue en año de MDXXXIIII años. Y porque en la primera parte está de esta materia escrito, luego pasaré con dejar en estos términos los sucesos que han pasado en el Perú desde su descubrimiento hasta el tiempo presente y trataré la llegada en España de Hernando Pizarro, para volver a la principal materia; seré en todo tan breve como tengo prometido, diciendo solamente lo que pasó, a la letra, sin mezcla de ninguna falsedad.
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Capítulo LXXVIII Que trata de la cuenta que dio al presidente el gobernador Pedro de Valdivia después de haber llegado al Cuzco del descubrimiento y poblazón de la Nueva Extremadura Hecho lo sobredicho, se partió el presidente Pedro de la Gasca con todo el campo de Su Majestad para el Cuzco. Y en quince días que el gobernador estuvo en el Cuzco, dio entera y clara relación al presidente del discurso de su vida y de todo lo que había hecho en servicio de Su Majestad, desde el día que emprendió la jornada y descubrimiento y poblazón y conquista del Nuevo Extremo, por orden del marques Pizarro y por comisión de Su Majestad, por virtud de la real cédula que para poblar el Nuevo Toledo le fue enviada, dada en Monzón. Y también le dijo cómo había descubierto por mar y tierra mucha y muy buena tierra, donde podía dar de comer a muchos vasallos de Su Majestad que le habían seguido y seguirían, y pagarles sus servicios, trabajos y gastos, y que por haber pocos naturales en la ciudad de Santiago y sus términos (estaba repartido en más de sesenta vecinos) porque no se acabasen de apocar, reformó aquella ciudad, acortando el número de los vecinos, y dejándolos en treinta, repartiendo los indios de los demás en aquéllos, y que se movió a lo hacer por muchas causas, la principal era por la sustentación de los naturales, porque no viniesen a disminución y a perderse todos por ser pocos y trabajarlos mucho, la otra causa, porque tenían tierra cerca y próspera de gente donde había para, a quien habían quitado ciento, darles mil, por el fruto tan grande que de ello resultaba. Y todo en cumplimiento de los mandamientos e instrucciones reales de Su Majestad, que sobre estas cosas acostumbra mandar a sus gobernadores de estas Partes de Indias. El presidente se lo agradeció y dio por muy bien hecho todo lo que en aquella tierra había hecho en nombre de Su Majestad y como su capitán. También le dio cuenta el gobernador en cómo había dejado la tierra en nombre de Su Majestad e suyo al capitán Francisco de Villagran, para que la gobernase en paz y en justicia hasta que volviese de la jornada que iba a hacer, y que, por tanto, suplicaba a su señoría le mandase despachar, para que fuese a Proveer en lo que tanto convenía al servicio de Su Majestad y bien de aquella tierra. El presidente respondió que era contento y mandó que se hiciese la provisión de gobernador y capitán general por Su Majestad para en las provincias del Nuevo Extremo. Y así se hizo por virtud del poder que para ello trajo de Su Majestad. Pidióle más el gobernador, le hiciese algunas mercedes otras de parte de Su Majestad en remuneración de parte de servicios, hasta que más largamente los pudiese pedir y suplicar a Su Majestad por ellas. A esto le respondió el presidente que no tenía poder para poderse alargar a más con él, que fuese cierto que para alcanzar de Su Majestad y de los señores de su real Consejo de Indias, que las que él enviase a pedir, que por muchas que fuesen, merecía se le hiciesen y se dispensase con él largamente, y que él sería en todo tiempo buen solicitador, informando a Su Majestad del valor de su persona y lealtad de ella, y de lo mucho que había trabajado y gastado en servicio de Su Majestad, con toda verdad, porque ésta era la verdadera negociación, y que pues tantos servicios precedían, fuese cierto que Su Majestad se alargaría en mercedes con él, como lo acostumbraba hacer con las personas de su calidad que tanto y tan bien le han servido como la suya lo había hecho hasta allí y haría en lo por venir, y que él cumpliría lo que le prometía entera y llanamente sin embargo.
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Que trata cómo dio principio Cortés a la conquista de esta Nueva España hasta llegar a Potonchan Antes que partiese Cortés de la isla de Guaniganiga, hizo una larga y discreta plática a los suyos, trayéndoles a la memoria el premio grande que conseguirían sus trabajos y el gran servicio que harían a Dios nuestro señor, si con ánimo y celo de cristianos acudían a la conquista, más para convertir almas, que para quitarles haciendas a aquellas naciones gentílicas y bárbaras. Partió de esta isla el año de mil quinientos diecinueve a veintiocho de febrero, y dio por contraseña a los suyos el nombre del bienaventurado apóstol San Pedro, su abogado; y con el recio tiempo que le hizo, tomó tierra en la isla de Acozanil, y los moradores de ella de miedo se fueron al monte desamparando sus haciendas y casas; y entrando algunos de ellos a la tierra adentro, allí trajeron a Cortés cuatro mujeres con tres criaturas, y por señas entendió que la una de ellas era la señora de la tierra y madre de los niños, y con el buen tratamiento que Cortés los vio asegurados y contentos, les comenzó a predicar la fe de Cristo, rogándoles que adorasen la cruz y una imagen de nuestra Señora, los cuales con todo placer la recibieron y quebraron los ídolos de su templo, y en lugar de ellos puso Cortés la cruz e imagen de nuestra Señora, teniéndolo todo en muy gran veneración los indios, y dejaron de sacrificar los hombres; y les dieron nueva que hacia Yucatán había también hombres barbados como los nuestros; Cortés envió allá para saber si era así, y tardaron tanto los que fueron, que Cortés no quiso esperarlos. Tomó tierra en Yucatán en la punta que llaman de las mujeres, y por parecerle aquella tierra ruin, se fue a Catoche, mas hizo agua la nao de Pedro Alvarado, y para remediarle se volvió a la isla de Acuzami. Estando en ella un domingo de mañana, primero de cuaresma vieron llegar una canoa a tierra, en que venían cuatro hombres desnudos con sus arcos y flechas, y arremetiendo algunos de los españoles con ellos con sus espadas desnudas, pensando que eran de guerra, estando cerca se adelantó uno de los cuatro, y comenzó a hablar en español y dijo: "señores ¿sois cristianos?" de que se maravillaron los nuestros y respondieron: "sí somos y españoles". Entonces se puso de rodillas y dijo llorando de placer: "infinitas gracias doy a Dios que me ha sacado de entre infieles y bárbaros. ¿Qué día es hoy señores?, que yo pienso que es miércoles". Respondiéronle que no era sino domingo. Levantóse en pie y Andrés de Tapia lo llevó con los demás muy alegres a Cortés, el cual le preguntó que quién era y cómo había venido allí. Dijo que se llamaba Hyerónimo de Aguilar y era natural de Eziga, y que en el año de mil quinientos once, viniendo del Darién a Santo Domingo por dineros para la guerra que hacían cuando las contiendas de Diego de Niqueza y Vasco Núñez de Balboa, dieron al través en una carabela junto a Jamaica, y por guarecerse se metieron veinte personas en un batel, de los cuales murieron siete en la mar y los trece tomaron la provincia de Maye, en donde fueron presos de los indios y vinieron a poder de un cruelísimo cacique que se comió a Valdivia después de haberlo sacrificado, y a otras cuatro, haciendo un banquete a sus amigos y criados, y Aguilar y los demás quedaron a engordar para comerlos en otra ocasión; pero soltáronse de la prisión y vinieron a poder de un cacique, gran enemigo del otro que los tuvo presos, el cual los trató muy bien mientras vivió, y lo mismo hicieron sus herederos; que todos sus compañeros se habían muerto, y no había quedado más que él y un Gonzalo Guerrero, que se casó en aquella tierra, quien estaba muy rico y no quiso venir con él, porque tuvo vergüenza de que le viesen las narices horadadas al uso de la tierra. De estas nuevas se holgaron todos mucho, aunque les puso gran temor oir que iban a tierra en donde se comían a los hombres. Importó mucho a Cortés el haber topado con Aguilar, porque siempre le sirvió de lengua, y sin él se tuviera grandísimo trabajo; y así tuvieron por milagro el detenerse por el desmán que tuvo la nao de Alvarado, pues de otra manera no toparan con él. Otro día después, Cortés mandó a jerónimo de Aguilar predicase a los indios la fe de Cristo pues sabía su lengua, y lo hizo tan bien, que por sus amonestaciones se acabaron de convertir, los cuales tenían una cruz por dios que llamaban el dios de la lluvia. Partidos de Acuzami, tomaron puerto en el río Tabasco que se llama de Grijalva, por haber estado allí primero, y entrando Cortés por el río arriba reconoció un pueblo cercado de madera con sus troneras para tirar flechas, y salióle al encuentro mucha gente armada en canoas, que peleó con ellos hasta venir a ganar aquel pueblo que se decía Potonchan, que fue el primero que se ganó en la tierra firme de las Indias. Durmió Cortés aquella noche dentro del templo mayor con todos sus compañeros sin recelo, por haber los indios desamparado el lugar, y otro día envió por tres partes a reconocer la tierra, con deseo de haber algún natural de aquella tierra para informarse de los particulares de ella, y para con él, enviar a llamar al cacique sobre seguro. Trajéronle tres o cuatro que despachó muy contentos para su señor, y rogáronle mucho que viniese sin temor, porque él no venía para agraviarle, sino para declararle grandes secretos, y aunque anduvieron dos días yendo y viniendo, nunca el cacique se quiso dejar ver.
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De la fundación de la ciudad de Frontera y quién fue el fundador, y de algunas costumbres de los indios de su comarca Antes de llegar a esta provincia de Caxamalca sale un camino que también fue mandado hacer por los reyes ingas, por el cual se iba a las provincias de los chachapoyas. Y pues en la comarca dellas está poblada la ciudad de la Frontera, será necesario contar su fundación, de donde pasaré a tratar lo de Guanuco. Tengo entendido y sabido por muy cierto que antes que los españoles ganasen ni entrasen en este reino del Perú, los ingas, señores naturales que fueron dél, tuvieron grandes guerras y conquistas; y los indios chachapoyanos fueron por ellos conquistados, aunque primero, por defender su libertad y vivir con tranquilidad y sosiego, pelearon de tal manera que se dice poder tanto que le Inga huyó feamente. Mas como la potencia de los ingas fuese tanta y los chachapoyas tuviesen pocos favores, hubieron de quedar por siervos del que quería ser de todos monarca. Y así, después que tuvieron sobre sí el mando real del Inga fueron muchos al Cuzco por su mandado, adonde les dio tierras para labrar y lugares para casas no muy lejos de un collado que está pegado a la ciudad, llamado Carmenga. Y porque del todo no estaban pacíficas las provincias de la serranía confinantes a los chachapoyas, los ingas mandaron con ellos y con algunos orejones del Cuzco hacer frontera y guarnición, para tenerlo por seguro. Y por esta causa tenían gran proveimiento de armas de todas las que ellos usan, para estar apercibidos a lo que sucediese. Son estos indios naturales de Chachapoyas los más blancos y agraciados de todos cuantos yo he visto en las Indias que he andado, y sus mujeres fueron tan hermosas que por sólo su gentileza muchas dellas merecieron serlo de los ingas y ser llevadas a los templos del sol; y así, vemos hoy día que las indias que han quedado deste linaje son en extremo hermosas, porque son blancas y muchas muy dispuestas. Andan vestidas ellas y sus maridos con ropas de lana y por las cabezas usan ponerse sus llantos, que son señal que traen para ser conoscidas en toda parte. Después que fueron subjetados por los ingas, tomaron dellos leyes y costumbres, con que vivían, y adoraban al sol y a otros dioses, como los demás; y así, debían hablar con el demonio y enterrar sus difuntos, como ellos, y los imitaban en otras costumbres. En los pueblos desta provincia de los chachapoyas entró el mariscal Alonso de Albarado siendo capitán del marqués don Francisco Pizarro. El cual después que hubo conquistado la provincia y puestos los indios naturales debajo del servicio de su majestad pobló y fundó la ciudad de la Frontera en un sitio llamado Levanto, lugar fuerte y que con los picos y azadones se allanó para hacer la población, aunque dende a pocos días se pasó a otra provincia que llaman los Guancas, comarca que se tiene por sana. Los indios chachapoyas y estos guancas sirven a los vecinos desta ciudad que sobre ellos tienen encomienda, y lo mismo hace la provincia de Cascayunga y otros pueblos que dejo de nombrar por ir poco en ello. En todas estas provincias hubo grandes aposentos y depósitos de los ingas. Y los pueblos son muy sanos, y en algunos dellos hay ricas minas de oro. Andan los naturales todos vestidos, y sus mujeres lo mismo. Antiguamente tuvieron templos y sacrificaban a los que tenían por dioses, y poseyeron gran número de ganado de ovejas. Hacían rica y preciada ropa para los ingas; y hoy día la hacen muy prima, y tapicería tan fina y vistosa que es de tener en mucho por su primor. En muchas partes de las provincias dichas, subjetas a esta ciudad, hay arboledas y cantidad de frutas semejantes a las que ya se han contado otras veces, y la tierra es fértil, y el trigo y cebada se da bien, y lo mismo hacen parras de uvas y higueras y otros árboles de fruta que de España han plantado. En las costumbres, cirimonias y entierros y sacrificios, puédese decir destos lo que se ha escripto de los más, porque también se enterraban en grandes sepulturas, acompañados de sus mujeres y riqueza. A la redonda de la ciudad tienen los españoles sus estancias, con sus granjerías y sementeras, donde cogen gran cantidad de trigo y se dan bien las legumbres de España. Por la parte de oriente desta ciudad pasa la cordillera de los Andes; al poniente está la mar del Sur. Y pasado el monte y espesura de los Andes está Moyobamba y otros ríos muy grandes, y algunas poblaciones de gentes de menos razón que estos de que voy tratando, según que diré en la conquista que hizo el capitán Alonso de Albarado en estos chachapoyas, y Juan Pérez de Guevara en las provincias que están metidas en los montes. Y tiénese por cierto que por esta parte la tierra adentro están poblados los descendientes del famoso capitán Ancoallo; el cual, por la crueldad que los capitanes generales del Inga usaron con él, desnaturándose de su patria, se fue con los chancas que le quisieron seguir, según trataré en la segunda parte. Y la fama cuenta grandes cosas de una laguna donde dicen que están los pueblos destos. En el año del Señor de 1550 años llegaron a la ciudad de la Frontera (siendo en ella corregidor el noble caballero Gómez de Albarado) más de docientos indios, los cuales contaron que había algunos años que, saliendo de la tierra donde vivían número grande de gente dellos, atravesaron por muchas partes y provincias, y que tanta guerra les dieron, que faltaron todos, sin quedar más de los que dije. Los cuales afirman que a la parte de levante hay grandes tierras, pobladas de mucha gente, y algunas muy ricas de metales de oro y plata; y éstos, con los demás que murieron, salieron a buscar tierras para poblar, según oí. El capitán Gómez de Albarado y el capitán Juan Pérez de Guevara y otros han procurado haber la demanda y conquista de aquella tierra, y muchos soldados aguardaban al señor visorey para seguir al capitán que llevase poder de hacer el descubrimiento. Pobló y fundó la ciudad de la Frontera de los Chachapoyas el capitán Alonso de Albarado en nombre su majestad, siendo su gobernador del Perú el adelantado don Francisco Pizarro, año de nuestra reparación de 1536 años.
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Capítulo LXXVIII Cómo el visorrey Don Francisco de Toledo envió mensajeros a Cusi Tito Yupanqui, y se los mataron En el tiempo que sucedió lo que tenemos referido de la muerte del Ynga Cusi Tito Yupanqui y del Padre F. Diego Ortiz, religioso augustino, gobernaba estos reinos, como está dicho, Don Francisco de Toledo, Comendador de Acebuche del orden de Alcántara, hermano de Don Juan de Toledo, conde de Oropesa, el cual, como desease sumamente acertar en el gobierno y regimiento deste reino, que aun en él las desórdenes y pocas justicias no estaban del todo extintas y acabadas, y queriendo hacer una visita general de todo el reino de los indios y reducirlos a pueblos en orden y policía cristiana, pues era el único remedio que había para doctrinarlos perfectamente, y que tuviesen noticia de las cosas de Nuestra Santa Fe católica, y se fuesen extirpando de entre ellos los ritos y ceremonias antiguas, mediante la presencia de sus curas y sacerdotes, por cuyo medio se abstendrían de muchos vicios de embriaguez y otros abominables y dañosos, los cuales, por la experiencia se ha visto haber sido cosa convenientísima para la salvación de las almas destos naturales y, por el contrario, las reducciones que se han desecho aumentándose los pueblos mediante las diligencias que hombres de poca conciencia y temor de Dios, coechados de los indios, han hecho, se ha visto y ve cada día la disminución que hay en el bien espiritual de estas almas, y aun cuantas se mueren sin confesión y sin sacramentos, por esta causa. Determinó el virrey salir él en persona por las ciudades de este reino, y ver con propios ojos lo que para el buen gobierno convenía, y hacer unas leyes y ordenanzas mediante las cuales se administrase justicia, los indios no fuesen molestados y vejados de sus encomenderos ni de otras personas, que entre ellos, con daño suyo, vivían, y pagasen sus tributos y tasas con igualdad y justicia, sin los excesos y desórdenes pasadas, poniendo en todo fiel cuenta y medida. Así lo puso por obra, que fue una muy acepta a Dios, y muy en servicio de la majestad del Rey Nuestro Señor, y bien y utilidad de todo el reino, que si hoy se guardase lo que él ordenó, mandó y reformó, no habría más que desear y estuviera todo él en suma paz y justicia. Salió, pues, el virrey, y habiendo estado en Guamanga, subió a la ciudad del Cuzco, cabeza de estos reinos, y donde antiguamente había sido el asiento y morada de los Yngas, señores naturales dél, aunque ya caída de su lustre y resplandor que había tenido. Llegado a ella, entendió en las cosas del gobierno, mandando muchas que eran necesarias para su fin e intento. Entre otras cosas, trató que sería bien reducir a Cusi Tito Yupanqui, que gobernaba en Vilcabamba por su hermano Topa Amaro. Como el Marqués de Cañete había hecho de Cayre Topa, su hermano, no sabiendo ser muerto, porque con gran cuidado lo ocultaban los indios de Vilcabamba, no dejando entrar ni salir nadie de allá acá fuera, al Cuzco. Habiéndolo comunicado y conferido con muchas personas, que tenían noticia de la tierra adentro y experiencia de las cosas de este reino, se determinó de enviarle embajador para que lo tratase con él, y lo indujere a salir fuera de paz, como lo había hecho Cayre Topa, y que aquella tierra viniese a la obediencia de Su Majestad, como lo estaba el restante del reino. Así hizo elección de Atilano de Anaya, un muy honrado hidalgo, natural de la ciudad de Zamora, en España, persona que por orden del Ynga cobraba los tributos y tasa que los Yngas tenían en el repartimiento de Yucay y Xaxahuana, pareciéndole que siendo conocido suyo y llevándole la tasa de Plata y otras cosas, sería negocio más fácil por su medio. Así le mandó se aprestase para ir a la provincia de Vilcabamba, a Cusi Tito Yupanqui que, como está dicho, gobernaba o era absoluto Señor, por Topa Amaro, su hermano legítimo. Aprestadas las cosas necesarias y el dinero, salió, casi al principio de Cuaresma, del Cuzco, con muchos indios en su compañía, y en llegando a la puerta de Chuquichaca, que está veinte leguas del pueblo de Puquiura, donde mataron al religioso ya dicho, en pasando, que pasó, la puente salieron al Atilano de Anaya los capitanes que el Ynga tenía allí en guarnición, para que no saliese ni entrase nadie, llamados Paucar Unya y Colla Topa, orejones, y Curi Paucar Yauyo. Estos le propusieron qué llevaba al Ynga y que a qué había ido allá en aquella ocasión, que si traía la tasa y tributos de Yucay, porque había cuatro o cinco años que no se la llevaban. Estando en estas razones, sin dejarle responder palabra, temerosos que supiese él, u otros de los indios que allí iban en su compañía, la muerte de Cusi Tito Yupanqui, que había más de un año que había sucedido y estaba secreta, le mataron a lanzadas a él y a los indios que con él fueron, y le tomaron la plata y tributos y demás cosas que el virrey enviaba al Ynga. Sólo se escaparon cuatro o cinco indios y un negro, que era del Atilano de Anaya, llamado Diego, los cuales, viendo lo que pasaba, se pusieron en huida. Con buena diligencia y ventura salieron de la puente y vinieron a gran prisa a dar las nuevas al Cuzco, adonde estaba el virrey, Don Francisco de Toledo, donde llegaron el quinto domingo de Cuaresma, que fue el que comúnmente dicen de Lázaro, el año de mil y quinientos y setenta y dos. Luego que el virrey oyó las nuevas, le pesó en el alma y sintió mucho la muerte de Atilano, que era un hombre muy honrado y bienquisto, y más habiendo sido enviado por él con título de embajador, y viendo que los indios, como bárbaros y sin respeto, habían quebrado la ley inviolablemente guardada en todas las naciones del mundo a los embajadores, queriendo castigar de una vez al Ynga Cusi Tito, y a los que con él estaban, y allanar y reducir aquella provincia al servicio y obediencia de Su Majestad, y concluir con ello, envió a Juan Blasco y a Tarifeño, arcabuces, de la guarda del Reino, que estaban con otras cerca de su persona, y al Padre Diego López de Ayala, cura que a la sazón era del Valle de Tambo y Amaybamba, y a Diego Plaza, mestizo, hijo de Juan de la Plaza, conquistador que fue de este Reino de los primeros, que entonces estaba en el Valle de Amaybamba. Estos, con Don Pedro Pazca, indio principal de los del dicho valle, fueron a la puente de Chuquichaca, acompañados de muchos indios, e hicieron diligencia buscando el cuerpo de Atilano de Anaya, y, al fin, lo hallaron, que los capitanes del Inga que lo mataron no se curaron de más que quitarle lo que llevaba, y lo habían echado por una barranca abajo, grandísimo trecho de donde lo mataron. Porque no lo hallasen fácilmente, y habiendo sacado el cuerpo, lo llevaron dos leguas de la puente a la Iglesia del Valle de Amaybamba, donde lo enterraron, al cabo de diez días que había sido muerto. Cierto que fue permisión de Dios que ellos matasen tan sin ocasión a Atilano de Anaya, embajador, para que con esto irritasen la ira del virrey, Don Francisco de Toledo, y tratase de tomar venganza dellos, para que así se castigase más cumplidamente la muerte del bendito Padre Fr. Diego, que ellos tenían encubierta, temerosos de lo que les sucedió. Porque en despachando el virrey a Juan Basco y a los demás, pregonó la guerra a fuego y a sangre, y empezó a levantar gente para ir contra Topa Amaro y los demás ingas que con él estaban retirados. El domingo de Quasimodo hizo reseña y envió al gobernador Juan Álvarez Maldonado, vecino de la ciudad del Cuzco, y a nueve soldados que fuesen con él a la puente de Chuquichaca, los cuales eran Gabriel de Loarte, sobrino del doctor Loarte, alcalde de corte de la ciudad de los Reyes, y al capitán Joan Balsa, sobrino de estos Yngas, nieto de Huainacapac, hijo legítimo de la Coya Doña Marca Chimpo, y a Pedro de Orúe, y Martín de Orúe, y Alonso de la Torre de Landatas, hijos del capitán Pedro Ortiz de Orúe, vecino del Cuzco, y a Joan Zapata, criado del virrey, y Joan de Ortega y Galarza, alguaciles del Cuzco, con orden que hiciesen la puente de nuevo, porque había nueva la habían quemado los indios, y habiéndola hecho estuviesen en ella con cincuenta indios cañares amigos, sin desampararla hasta que el virrey les enviase gente. Así partieron lunes siguiente de Quasimodo, y dio título de Maese de Campo al Gobernador Maldonado, natural de Salamanca, por haber servido en las ocasiones de tiranías fielmente a Su Majestad, Joan Álvarez Maldonado estuvo en la puente mes y medio, habiéndola hecho de nuevo y con grandísima vigilancia la guardó, y en este tiempo los indios, viendo que la habían hecho y la guardaban, entendiendo que debían de aguardar nueva gente para entrar dentro de Vilcabamba, no les pareció sería bien dejar de hacer lo posible para deshacerla o quemarla, y así vinieron tres veces cien indios como a hacer reseña a la puente con sus lanzas y armas, y con unas patenas puestas en las cabezas, y muchas plumas a su usanza de guerra y pidieron, por disimular su intento, que si querían hablar al Inga Cusi Tito aguardasen, irían a darle aviso, porque no se entendiese que el Inga era muerto, ni el religioso agustino que estaba con ellos doctrinándolos en Puquiura, y con esto se pasase el tiempo y le tuviesen ellos para coger sus chácaras de maíz y papas y otras sementeras de ocas y legumbres que tenían sembradas, porque si entraban los españoles no se aprovechasen dellas, y tuviesen necesidad de enviar fuera por comida, y ellos, habiéndolas recogido, las guardasen en los lugares fuertes y seguros, para aprovecharse dellas en sus necesidades de la guerra que ya adivinaban.
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Cómo los tres navíos que el Almirante mandó desde las Canarias llegaron donde estaba la sedición Ya que hemos parado la llegada de los dos navíos que el Almirante mandó de Castilla a la isla la Española, será bien que digamos de los tres que se separaron de éste en Canarias, los cuales continuaron su viaje con buen tiempo hasta llegar a las islas de los Caribes, que son las primeras que los navegantes hallan en el camino cuando van al puerto de Santo Domingo. Como entonces los pilotos no conocían bien la navegación que ahora se acostumbraba para aquellas islas, sucedió por su desgracia que no supieron hallar dicho puerto, pues fueron llevados por las corrientes abajo hacia Poniente, tanto que llegaron a la provincia de Xaraguá, donde estaban los rebeldes, quienes, tan luego como supieron que los navíos iban fuera de camino, y que no sabían cosa alguna de la rebeldía, secretamente, algunos de ellos subieron a los navíos, fingiendo estar en aquellas partes por comisión del Adelantado, para proveerse mejor de vituallas, y tener en paz y obediencia el país. Pero, como es muy fácil que se descubran secretos en que entran muchos, no tardando, Alfonso Sánchez de Carvajal, que era el más despierto de los capitanes de aquellos navíos, sospechó la rebelión y discordia, y comenzó a tratar la paz con Roldán, creyendo reducirlo a la obediencia del Adelantado. Pero la conversación y la familiaridad que todos ellos habían tomado en los navíos motivaron el que las persuasiones de Carvajal no diesen el efecto que deseaba, pues Roldán había, secretamente, recibido promesa de muchos de aquellos que nuevamente habían ido de Castilla, de que se quedaran en su compañía, y con esta ventaja procuraba hacerse más fuerte. Por lo que Carvajal, no viendo el negocio tan bien dispuesto que pudiese llevar en breve a conclusión lo que pedía, resolvió con el parecer de los otros dos capitanes ser bien que la gente que llevaban a sueldo para trabajar en las minas, o para otros menesteres y servicios, fuese por tierra a Santo Domingo, porque siendo el mar, los vientos, y las corrientes muy contrarias a esta navegación, podía acontecer que en dos o tres meses no acabasen el viaje, de lo que nacería, no solamente el consumir las vituallas, más también que enfermase la gente, y se habría perdido el tiempo sin emplearlo en el servicio para el que habían ido. Tomada esta resolución, tocó a Juan Antonio Colombo el viaje y el cargo de los trabajadores, que eran cuarenta; a Pedro de Arana, volver con los navíos, y a Carvajal, quedar allí para ver si se hallaba algún acuerdo. Luego que Juan Antonio ordenó su partida, el segundo día de bajar a tierra, aquellos trabajadores, o para hablar con más propiedad, vagabundos, que habían ido para ocuparse en lo que hemos dicho, se pasaron a los rebeldes, dejando a su capitán con seis o siete hombres que perseveraron con él. Vista una traición tan manifiesta, sin miedo de peligro alguno, fue este capitán a ver a Roldán y le dijo que pues demostraba estimar y procurar el servicio de los Reyes Católicos, no era razonable consentir que aquella gente, que había ido para poblar y cultivar la tierra, y para atender a sus oficios con sueldo ya recibido, se quedase allí perdiendo el tiempo, sin hacer cosa alguna de las que eran obligados; que, si los despidiese, daría indicio de que sus obras eran conformes con sus palabras; que dejarlos allí era por la rebeldía y odio al Adelantado, más aún que por la voluntad que tenía de impedir el bien público y el servicio de los Reyes. Perol como Roldán y sus secuaces sabían lo que había pasado, para salir con su intento, como el delito cometido por muchos se perdona con mayor facilidad, se excusó en lo que demandaba aquél, diciendo que él no los podía obligar, y que era monasterio de observancia donde a ninguno se podía negar el hábito. De modo que, viendo Juan Antonio que no era prudente, sin esperanza de remedio, ponerse al peligro que corría por instar con importunidad, acordó volver a los navíos con los pocos que le siguieron. Luego, para que no sucediese lo mismo con la gente que había quedado, ambos capitanes salieron pronto con sus navíos a Santo Domingo, con tiempo tan contrario a su viaje como lo habían temido; porque tardaron muchos días, perdiendo los bastimentos, y el navío de Carvajal recibió mucho daño en algunos bajos, donde perdió el timón y se abrió la quilla, por la que entraba mucha agua, de modo que con trabajo lo pudieron llevar.
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De lo que hizo el capitán habiendo recibido esta cédula, y cómo se te dio otra No me contentó esta cédula por ver la confusión que tenía, y que no se me daba la mano que era menester para ordenar por la mía lo necesario para mi despacho, y porque en efecto se dejaba en ella abierta la puerta para que el virrey, después de tenerme en el Perú, hiciese lo que quisiese. Y recelándome de lo mal que se cumplen las órdenes y cédulas de Su Majestad en provincias tan distantes, aun cuando van muy apretadas, volví a dar otros memoriales representando estos inconvenientes, y declarando como había menester quinientos mil ducados para hacer mi jornada, y en qué lo había de gastar y distribuir, y di particular cuenta de cómo se había gastado lo que se me dio en la ocasión pasada. Díjorne don Francisco de Tejada, que no faltaba quien dijo ser bueno el despacho que me dieron. Yo dije que lo debía de haber medido con mis pocos merecimientos; mas no con las grandezas y necesidades de la obra: y proseguí en dar más y más memoriales a Su Majestad y sus Consejos y consejeros, hasta que por el mes de mayo fui llamado del secretario Antonio de Aróztegui, y me dijo que ya estaba despachado a mi gusto, y qué título y ayuda de costas quería. Yo le respondí que el de grumete me bastaba, como el despacho fuese bueno, y que no ponía precio a mis servicios, y por este fin ordené nuevos memoriales que fui dando en el Consejo de Estado; y cuando ya pensé que estaba cerca de conseguir mis deseos, se volvió el negocio a remitir al Consejo de Indias, en el cual, como las voluntades estaban tan frías para conmigo y con mi causa, trocaron, o torcieron mucho lo que Su Majestad había ordenado: y en primero de noviembre de mil seiscientos y diez me dieron una cédula del tenor siguiente: EL REY. Marqués de Montes Claros, pariente, mi virrey, gobernador y capitán general de las provincias del Perú, o la persona o personas a cuyo cargo fuese el gobierno de ellas. El capitán Pedro Fernández de Quirós, que, como tenéis entendido, es la persona que ha tratado del descubrimiento de la tierra incógnita y parte Austrial, me ha representado que habiéndole yo mandado dar los despachos necesarios por el mi Consejo de Estado, para hacer el dicho descubrimiento y para que los virreyes, vuestros antecesores, lo proveyesen de todo lo necesario para esta jornada, salió en demanda della del puerto del Callao, a veinte y uno de diciembre del año pasado de mil seiscientos y cinco, con dos navíos y una zabra, gente y lo demás que se le dio: y navegó a la vuelta del Oes-sudueste hasta subir a la altura de veinte y seis grados de la parte meridional, por cuyo rumbo y por otros se descubrieron veinte y tres islas, las doce pobladas de diversas gentes, y más tres partes grandes de tierra que se entendió ser toda una, y sospechas de ser tierra firme; y una grande bahía con un buen puerto dentro della, del cual salió con los tres navíos con ánimo de ver una grande y alta sierra que está a la parte del Sueste, y volviendo a arribar al dicho puerto, la nao almiranta y zabra dieron fondo según se pudo juzgar, y la capitana en que él iba desgarró; a cuya causa, y por otras muchas que le obligaron, arribó al puerto de Acapulco, de donde vino a España, a darme cuenta del suceso del viaje, el año pasado de seiscientos y siete: y que la tierra que descubrió es muy fértil, apacible, templada y rica, y con muchas comodidades; y la gente doméstica y dispuesta a recibir nuestra santa fe: y que lo que dejó de ver y descubrir es mucho más sin comparación. Y con grande instancia me ha suplicado considere la importancia de este descubrimiento y población y el servicio tan grande que a Nuestro Señor se hará en que se pueble aquella tierra, y se plante en ella la fe, trayendo al gremio de la iglesia y verdadero conocimiento, tanta infinidad de almas como hay en aquel nuevo mundo, donde se ha tomado la posesión en un puerto y sitio, y celebrado misas y la fiesta del Corpus; y las utilidades y acrecentamientos que resultarán a mi corona y todos mis Reinos. Y que pues su intento y pretensión no es más que hacer este servicio a Nuestro Señor, y seguir esta causa como hasta aquí lo ha hecho tantos años ha, y padeciendo tantos naufragios y trabajos, le mande proveer de las cosas necesarias para volver a la dicha jornada, y hacer pie y poblar donde conviniere en aquellas partes; para lo cual me ha suplicado mande librar y que se gasten quinientos mil ducados en lo necesario para toda la empresa, y que se le den mil hombres, la mayor parte que se pudiere casados, que se podrán levantar en ese Reino, y los bajeles convenientes marinerados, bastecidos, artillados, y amunicionados, y algunas cosas que dará por memoria para llevar de respeto, para que la gente después de llegada y hecho pie tenga con qué se sustentar, y para rescatar con los indios; y que en estos Reinos se le diesen doce religiosos capuchinos, que desean hacer esta jornada, y doscientas personas de gobierno, de milicia, letras y religión, que sean como piedras fundamentales de la obra; y que a cuenta del dinero que se ha de proveer en este Reino, se comprasen en Sevilla seis mil quintales de fierro, y los arcabuces y mosquetes necesarios; y que se le dé algún título y facultad, que por lo memos sea de gobernador y capitán general, para mejor acudir a mi servicio, y alguna ayuda de costa para desempeñarse y salir de mi corte. Y habiéndoseme consultado por el mi Consejo de Estado; considerando, como lo he hecho, con grande atención lo mucho que conviene el servicio de Dios, y mío, que se lleve adelante esta obra; he resuelto y mandado, que el dicho capitán Pedro Fernández de Quirós vuelva a ese Reino en la primera ocasión, a la prosecución de esta jornada; y así os mando le deis lo que fuere menester para la ejecución della, y los despachos que conviniere en orden al negocio a su satisfacción; y que sea a la misma las cosas que se le dieren y proveyeren: y en estos Reinos le he mandado dar seis mil ducados de ayuda de costa para el camino, hay tres mil quintales de fierro, que he mandado a la casa de la contratación de Sevilla compre en aquella ciudad y os los remita para el efecto. Y mando a los oficiales de mi hacienda de la ciudad de los Reyes, y otros cualesquier de esas provincias, cumplan lo que en virtud y para el cumplimiento de ésta mi cédula les ordenáredes. Fecha en San Lorenzo a primero de noviembre de mil y seiscientos y diez años.--Yo el Rey.--Por mandado del Rey nuestro señor, Pedro de Ledesma.
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De cómo atormentaban a los que no eran de su opinión Sobre esta causa dieron tormentos muy crueles a otras muchas personas para saber y descubrir si se daban orden y trataban entre ellos de sacar de la prisión al gobernador, y qué personas eran, y de qué manera lo concertaban, o si se hacían minas debajo de tierra; y muchos quedaron lisiados de la pierna y brazos de los tormentos; y porque en algunas partes por las paredes del pueblo escrebían letras que decían: "Por tu rey y por tu ley morirás", los oficiales y Domingo de Irala y sus justiciosos hacían informaciones para saber quién lo había escrito, y jurando y amenazando que si lo sabían que lo habían de castigar a quien tales palabras escribía, y sobre ello prendieron a muchos, y dieron tormento.
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Cómo el gran Montezuma envió cuatro principales, hombres de mucha cuenta, con un presente de oro y mantas, y lo que dijeron, a nuestro capitán Estando platicando Cortés con todos nosotros y con los caciques de Tlascala sobre nuestra partida y en las cosas de la guerra, viniéronle a decir que llegaron a aquel pueblo cuatro embajadores de Montezuma, todos principales, y traían presentes; y Cortés les mandó llamar, y cuando llegaron donde estaba, hiciéronle grande acato, y a todos los soldados que allí nos hallamos; y presentando su presente de ricas joyas de oro y de muchos géneros de hechuras, que valían bien diez mil pesos, y diez cargas de mantas de buenas labores de pluma, Cortés los recibió con buen semblante; y luego dijeron aquellos embajadores por parte de su señor Montezuma que se maravillaba mucho de estar tantos días entre aquellas gentes pobres y sin policía, que aun para esclavos no son buenos, por ser tan malos y traidores y robadores, que cuando más descuidados estuviésemos, de día y de noche nos matarían por nos robar, y que nos rogaba que fuésemos luego a su ciudad y que nos daría de lo que tuviese, y aunque no tan cumplido como nosotros merecíamos y él deseaba; y que puesto que todas las vituallas le entran en su ciudad de acarreo, que mandaría proveernos lo mejor que él pudiese. Aquesto hacía Montezuma por sacarnos de Tlascala, porque supo que habíamos hecho las amistades que dicho tengo en el capítulo que dello habla, y para ser perfectas, habían dado sus hijas a Malinche; porque bien tuvieron entendido que no les podía venir bien ninguno de nuestras confederaciones, y a esta causa nos cebaba con oro y presentes para que fuésemos a sus tierras, a lo menos porque saliésemos de Tlascala. Volvamos a decir de los embajadores, que los conocieron bien los de Tlascala, y dijeron a nuestro capitán que todos eran señores de pueblos y vasallos, con quien Montezuma enviaba a tratar cosas de mucha importancia. Cortés les dio muchas gracias a los embajadores, con grandes caricias y señales de amor que les mostró, y les dio por respuesta que él iría muy presto a ver al señor Montezuma, y les rogó que estuviesen algunos días allí con nosotros, que en aquella sazón acordó Cortés que fuesen dos de nuestros capitanes, personas señaladas, a ver y hablar al gran Montezuma, e ver la gran ciudad de México y sus grandes fuerzas y fortalezas, e iban ya camino Pedro de Alvarado y Bernardino Vázquez de Tapia, y quedaron en rehenes cuatro de aquellos embajadores que habían traído el presente, y otros embajadores del gran Montezuma de los que solían estar con nosotros fueron en su compañía: porque en aquel tiempo yo estaba mal herido y con calenturas, y harto tenía que curarme, no me acuerdo bien hasta dónde llegaron; mas de que supimos que Cortés había enviado así a la ventura a aquellos caballeros, y se lo tuvimos a mal consejo y le retrajimos, y le dijimos que cómo enviaba a México no más de para ver la ciudad y sus fuerzas; que no era buen acuerdo, y que luego los fuesen a llamar que no pasasen más adelante; y les escribió que se volviesen luego. Demás desto, el Bernardino Vázquez de Tapia ya había adolecido en el camino de calenturas, y como vieron las cartas, se volvieron; y los embajadores con quien iban dieron relación dello a su Montezuma, y les preguntó que qué manera de rostros y proporción de cuerpos llevaban los dos teules que iban a México, y si eran capitanes; y parece ser que les dijeron que el Pedro de Alvarado era de muy linda gracia, así en el rostro como en su persona, y que parecía como al sol y que era capitán; y demás desto, se lo llevaron figurado muy al natural su dibujo y cara, y desde entonces le pusieron nombre el Tonatio, que quiere decir el sol, hijo del sol, y así le llamaron de allí adelante; y el Bernardino Vázquez: de Tapia dijeron que era hombre robusto y de muy buena disposición, que también era capitán; y al Montezuma le pesó porque se habían vuelto del camino. Y aquellos embajadores tuvieron razón de compararlos, así en los rostros como en el aspecto de las personas y cuerpos, como lo significaron a su señor Montezuma; porque el Pedro de Alvarado era de muy buen cuerpo y ligero, y facciones y presencia, y así en el rostro como en el hablar en todo era agraciado, que parecía que estaba riendo, y el Bernardino Vázquez de Tapia era algo robusto, puesto que tenía buena presencia; y desque volvieron a nuestro real, nos holgamos con ellos, y les decíamos que no era cosa acertada lo que Cortés les mandaba. Y dejemos esta materia, pues no hace mucho a nuestra relación, y diré de los mensajeros que Cortés envió a Cholula, y la respuesta que enviaron.
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Capítulo LXXX De cómo su majestad hizo merced del hábito de Santiago a Hernando Pizarro, el cual salió de la corte y se embarcó para las Indias Habiendo pasado las cosas que se han contado, estando todavía el capitán Hernando Pizarro en la corte del emperador, fuele hecha por su majestad merced del hábito de Santiago; y hechas otras mercedes, se aparejaba para volver al Perú. Tenía gran casa y andaba muy acompañado, como quien merecía y tanto había traído. Trató con el emperador, que procuraría para que en el reino del Perú se le hiciese servicio para ayudar las guerras y necesidades que su majestad tenía. Habíase pasado la corte a Valladolid, de donde Hernando Pizarro se partió para su tierra en la ciudad de Trujillo en Extremadura, llevando cartas muy favorables que el emperador le dio para su hermano don Francisco Pizarro y el adelantado don Diego de Almagro. Allegábanse a Hernando Pizarro muchos caballeros, todos los más mancebos, para se venir con él a estas partes: algunos tenían rentas, y "de yerba"; y otros, haciendas y buenas posesiones. Todos se juntaron en Sevilla donde fueron aparejados de lo necesario para la jornada. Entre los que vinieron con Hernando, de España a este reino, fueron Yllán Suárez de Carvajal, que venía por factor del rey, y el licenciado Benito Xuárez de Carvajal, su hermano, y Baltasar de Huete y Melchor de Cerbantes, su hermano, y Baltasar de Huete, Pedro de Hinojosa, Gonzalo de Tapia, Juan Bravo, Gonzalo de Olmos, el capitán don Pedro Portocarrero, Juan Ortiz de Zárate, Pero Suárez, Diego de Silva, Francisco de Chaves y otros que no me acuerdo sus nombres. Embarcáronse en el puerto de San Lúcar de Barrameda. Navegaron por la mar, y arribaron desde el golfo de las Yeguas con gran tormenta, que pensaron ser perdidos, y vinieron a parar al puerto de Gibraltar; de donde tornaron a se embarcar y pasaron otra tormenta; y después de haber arribado otra vez, a lo que creo, que no lo sé bien, y pasados muchos peligros por la mar, llegaron al puerto de Nombre de Dios. Donde de todas partes había acudido tanta gente para pasar al Perú que fue causa que, llegado Hernando Pizarro, hubo tan gran carestía en los mantenimientos cuanto después acá se ha visto. En aquella tierra con la hambre enfermaban; moríanse; porque siempre mueren en aquellos pueblos, más que en otras partes por los bochornos y calores tan desiguales que hay. Por una gallina daban una chamarra de seda, y por otras cosas menores, sayos de terciopelo, calzas, jubones tan galanos como se puede presumir. De las enfermedades muerieron así de los que estaban como de los que venían con Hernando Pizarro. Aquí tuvo nuevas Hernando Pizarro de lo que había pasado en el Perú después que él salió de él, y de la entrada del adelantado don Pedro de Alvarado, y del concierto que hizo con el gobernador, su hermano. Deseaba mucho verse en esta tierra. Diose prisa como mejor pudo a salir de Panamá, y navegaron hasta llegar a la tierra del Perú. En lo de Puerto Viejo mandó quedar Hernando Pizarro a Gonzalo de Olmos, a quien el gobernador don Francisco Pizarro envió provisión de teniente y capitán de aquellas provincias, no embargante, que había hecho la fundación Francisco Pacheco, cuando Almagro lo mandó ir allí desde San Miguel. Caminó Hernando Pizarro por tierra con algunos de los caballeros que con él venían con gran deseo de se ver en la ciudad de los Reyes. Y porque antes que Hernando Pizarro llegase al reino, pasaron en él grandes cosas, lo dejaremos hasta contarlas por extenso.