De la laguna de Bombón y cómo se presume ser nacimiento del gran río de la Plata Esta provincia de Bombón es fuerte por la disposición que tiene, que fue causa que los naturales fueron muy belicosos; y antes que los ingas los señoreasen, pasaron con ellos grandes trances y batallas, hasta que (según agora publican muchos indios de los más viejos) por dádivas y ofrecimientos que les hicieron quedaron por sus súbditos. Hay una laguna en la tierra destos indios, que terná de contorno más de diez leguas. Y esta tierra de Bombón es llana y muy fría, y las sierras distan algún espacio de la laguna. Los indios tienen sus pueblos puestos a la redonda della, con grandes fosados y fuerzas que en ellos tenían. Poseyeron estos naturales de Bombón gran número de ganado, y aunque con las guerras se ha consumido y gastado, según se puede presumir, todavía les ha quedado alguno; y por los altos y despoblados de sus términos se ven grandes manadas de lo silvestre. Dase poco maíz en esta parte, por ser la tierra tan fría como he dicho; pero no dejan de tener otras raíces y mantenimientos, con que se sustentan. En esta laguna hay algunas islas y rocas, en donde en tiempo de guerra se guarecen los indios y están seguros de sus enemigos. Del agua que sale desta palude o lago se tiene por cierto que nasce el famoso río de la Plata, porque por el valle de Jauja va hecho río poderoso, y adelante se juntan con él los ríos de Parcos, Bilcas, Abancay, Apurima, Yucay; y corriendo al occidente, atraviesa muchas tierras, de donde salen para entrar en él otros ríos mayores que no sabemos, hasta llegar al Paraguay, donde andan los cristianos españoles primeros descubridores del río de la Plata. Creo yo, por lo que he oído deste gran río, que debe de nacer de dos o tres brazos, o por ventura más, como el río del Marañón, el de Santa Marta y el del Darién, y otros destas partes. Como quiera que ello sea, en este reino del Perú creemos ser su nascimiento en esta laguna de Bombón, adonde viene a parar el agua que se deshace, con el calor del sol, de las nieves que caen sobre los altos y sierras, que no debe de ser poca. Adelante de Bombón diez leguas está la provincia de Tarama, que los naturales della no fueron menos belicosos que los de Bombón. Es de mejor temple, que es causa de que se coja en ella mucho maíz y trigo, y otras frutas de las naturales que suele haber en estas tierras. Había en Tarama en los tiempos pasados grandes aposentos y depósitos de los reyes ingas. Andan los naturales vestidos, y lo mismo sus mujeres, de ropa de lana de sus ganados, y hacían su adoración al sol, que ellos llaman Mocha. Cuando alguno de casa, juntándose en sus convites, bebiendo de vino, allegan a se ver el novio y la esposa; y dándose paz en los carrillos, y hechas otras cerimonias, queda hecho el casamiento. Y cuando los señores mueren, los entierran de la suerte y manera que todos los de atrás usan, y las mujeres que quedan se tresquilan y ponen capirotes negros, y se untan los rostros con una mixtura negra que ellos hacen, y ha de estar con esta viudez un año. El cual pasado, según que yo lo entendí, y no antes, se puede casar, si lo quiere hacer. En el año tienen sus fiestas generales, y los ayunos por ellos establecidos los guardan con grande observancia, sin comer carne ni sal ni dormir con sus mujeres. Y al que entre ellos tienen por más dado a la religión y amigo de sus dioses o demonios ruegan que ayune un año entero por la salud de todos; lo cual hecho, al tiempo del coger de los maíces se juntan, y gastan algunos días y noches en comer y beber. Es gente limpia del pecado nefando; tanto, que entre ellos se tiene un refrán antiguo y donoso, el cual es que antiguamente debió de haber en la provincia de Guaylas algunos naturales viciosos en este pecado tan grave, y tuviéronlo por tan feo los indios comarcanos y vecinos a los que lo usaron, que por los afrentar y apocar decían, hablando en ello, el refrán, que no han perdido de la memoria, que en su lengua dice: "Asta Guaylas", y en la nuestra dirá: "Tras ti vayan los de Guaylas". Es público entre ellos que hablan con el demonio en sus oráculos y templos, y los indios viejos señalados para hacer las religiones tenían con ellos sus coloquios, y el demonio respondía con voces roncas y temerosas. De Tarama, yendo por el real camino de los ingas, se llega al grande y hermoso valle de Jauja, que fue una de las principales cosas que hubo en el Perú.
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Capítulo LXXXIII De que el general despachó al capitán Martín García de Loyola, el cual prendió a Tupa Amaro Ynga Como volvió el capitán don Antonio Pereira a Vilcabamba con la presa de los capitanes enemigos ya dichos, el general Arbieto, que deseaba mucho prender a Tupa Amaro Ynga, porque le parecía que la guerra no estaba concluida hasta cogerlo, y que siempre andaban los indios alborotados mientras estuviese entre ellos, acordó de nuevo seguirle, y así mandó que fuese el general Martín García de Loiola en su busca, y de Hualpa Yupanqui su tío, que andaba con él y había sido general de los Yngas. Salieron con él cuarenta soldados por el río Masahuay de los Manaris, provincia de los Andes, indios chunchos, y fueron caminando y cuarenta leguas de Vilcabamba, y en este río, que va a dar al Marañón, o es el mismo Marañón, y desemboca en la mar del norte, hallaron en él seis maderos livianísimos de balsa, que eran con los que el Ynga y sus capitanes y gente habían pasado de la otra banda, y allí reparó el capitán Martín García de Loyola. Estando alojados, a mediodía, él y sus soldados en la montaña de grandísima arboleda y muy altos manglares, vieron estarse lavando en el agua de esta otra parte cinco indios chunchos, y uno que estaba en atalaya, pescando con su flecha sábalos, de que hay grandísima abundancia en aquel río, y a flechazos los matan los indios dentro del agua. El capitán trató que como se podrían coger algunos indios de aquellos, para tomar lengua y saber del Ynga, pues otros no lo podrían saber mejor, y ordenó que seis soldados se aparejasen. En entrándose los indios en la montaña, se metiesen de dos en dos en las balsas y pasando de la otra parte procurasen tomarlos como pudiesen, porque parecían humos en la montaña, y era que hacían de comer en un bohío, que tenía trescientas y cincuenta brazas de largo, con veinte puertas, y aunque algunos soldados lo rehusaron Gabriel de Loarte dijo al fin: Yo y mis compañeros pasaremos y me obligo de traer presa. Así se metieron con él Pedro de Orúe, el capitán Juan Balsa, Cristóbal Xuárex, portugués, Tolosa, vizcaíno, y otro, y entraron en las balsas y fueron pasando el río de dos en dos. Puestos de la otra banda se metieron así al lugar que tenía marcado, y tuvieron tan buena ventura que dieron de repente con siete indios chunchos, y con singular presteza cogieron los cinco luego, y los dos se les escaparon por causa de haber en el bohío tantas puertas. No tuvieron lugar de tomar sus flechas, que las tenían de colas de bayas. Hallaron en el bohío maíz cocido y más de cincuenta sábalos. Aseguraron a los chunchos, con muestras de mucho amor; hablándoles por lengua de un indio que pasó con ellos que sabía la suya, les dijeron que no tuviesen temor ninguno, que no se les haría mal ni agravio. Salieron con ellos del bohío y por la montaña se descubrieron en la ribera del río, haciendo salva con los arcabuces a los compañeros que estaban de la otra banda. Luego, pasando las balsas, se metieron en ellas el capitán Martín García de Loyola y sus soldados y pasaron el río, donde comieron muy de reposo y con gran contento y alegría de la presa que habían habido, porque hallaron en el bohío treinta cargas de ropa finísima del Ynga, y muchos terciopelos raros y seda rica, muchos fardos de Ruán y Holanda, paños y pajas, borceguíes y mucha plumería de Castilla de la tierra y, sobre todo, abundancia de vasos de oro y plata, y vajilla del servicio del Ynga. Se regocijó toda la gente con tanta y tan rica presa, pareciéndoles que no podía dejar de estar Tupa Amaro muy cerca de allí, pues tantas cosas suyas había en el bohío, guardadas por aquellos chunchos. Luego trató el capitán Martín García de Loyola, que por medio de intérprete con los indios chunchos trató, que su curaca pareciese, y con dádivas y regalos que les hizo pareció Ispaca, su cacique, y vino donde estaba el capitán, el cual le recibió muy bien. Este era principal de los indios manaries chunchos, al cual hizo una plática, persuadiéndole que dijese dónde estaba Tupa Amaro. Para más obligarle le dio ciertos vestidos del mismo Ynga, y plumas de Castilla, y que si trataba verdad con fiel modo que le daría mucho más y no se le haría mal en su tierra, ni a su gente. El Ispaca atemorizado dijo que cinco días había que partiera de aquel lugar, para entrarse en la mar en canoas, e irse a los Pilcosones, otra provincia la tierra dentro. Que su mujer de Topa Amoro iba temerosa y triste por ir en días de parir, y que él mismo, como la quería tanto, le ayudaba a llevar su hato, y le aguardaba, caminando poco a poco. Con darle aquellos dones y vestidos del Ynga al Ispaca, no los quiso recibir, diciendo que fuera grandísima traición que hiciera a su señor. Martín García de Loyola cogió a este cacique, y luego aquella tarde partió en busca de Tupa Amaro, porque no se alargase más y se escapase con su general Hualpa Yupanqui. Dejó en el bohío, en guardia de la presa, ropa y vajilla, cinco soldados y cuatro indios, que le enviasen de comer, que allí había mucha comida, que el Ynga tenía para su matalotaje, que sólo había detenidos por indios que le llevasen su hato. Con treinta y siete soldados se metió en la montaña por el camino que llevaba el Ynga, y detrás dél fue luego la comida, que fueron diez cargas de maíz, cinco de maní, tres de camotes y ocho de yucas, para que se sustentaran. Caminó Martín García de Loyola quince leguas hasta donde dio con Topa Amaro, que se había desviado del camino, y junto a un brazo, de mar, que así se puede llamar aquel río grande. Si el día que tuvo la nueva Martín García de Loyola, y otro siguiente, no camina, no le pudiera alcanzar de ninguna suerte, porque aquel día habría hecho grandes cosas con su mujer, inoportunándola para que se metiera en la canoa para que caminaran la mar adelante. Pero ella se temió grandemente de meterse en aquel piélago, que tenía más de ciento y cincuenta leguas de mar, y así fue la causa de su prisión y muerte. Porque si se entra en la canoa y se hace a lo largo era imposible cogerles, porque ya les habían traído comida, matalotaje para pasar aquel piélago de otra parte, y con esto se les fueran de las manos. El modo de la prisión fue que, yendo caminando a las nueve de la noche dos soldados mestizos, que iban delanteros, llamados Francisco de Chávez, hijo de Gómez de Chávez, escribano del cabildo de Cuzco, y Francisco de la Peña, hijo de Benito de la Peña, escribano público también de la dicha ciudad, descubrieron una candelada de lejos, y fuéronse llegando poco a poco hasta llegar adonde estaba el Ynga Topa Amaro con su mujer y su general Hualpa Yupanqui, que se estaban calentando. Como dieron sobre ellos, por no alborotarles les hicieron mucha cortesía, diciéndole que no se alborotase y que su sobrino Quispi Tito estaba en Vilcabamba seguro y muy bien tratado, sin que se le hubiese hecho ningún disgusto ni mal tratamiento, y que allí iban por él sus parientes Juan Balsa y Pedro Bustinza, hijos de las coyas doña Juana Marca Chunpo y doña Beatriz Quespi Quipi, sus tías. Por haber sido el primero que llegó al Ynga el Francisco de Chaves, le llamaron Chaves Amaro, y también porque le tomó unos vasos ricos al Ynga. Estando en esto, llegó el capitán Martín García de Loyola, con Gabriel de Loarte y los demás soldados, y prendió al Ynga, y habieno estado aquella noche con mucho recato y cuidado, por la mañana de vuelta hacia Vilcabamba donde llegaron, sin sucederles cosa ninguna, en salvamento. Era Topa Amaro Ynga muy afable, bien acondicionado y discreto y de muy buenas palabras y razones, grave y de pecho que no se le dio cosa ninguna, ni mostró hacer estima ni caudal por todo cuanto allí perdió, y le quitó Loyola, y los demás soldados que habían ido con él, más de una pluma betada con oro tirado, cola de guacamaya. Por una manta colorada, que parecía raso fino de Granada, le pesó se la diese al cacique Ande en su persona, con una camiseta de terciopelo negro, y por esto se desabrió y mostró disgusto con el Martín García de Loyola, pues le dio de rempujones, rogándole más de millón y medio a lo que comúnmente se dice en oró, plata, ropa de Castilla, sedas y muchas barras de plata, fuentes y aguamaniles y otras piedras ricas, y joyas y vestidos. Este Topa Amaro y su mujer entregó al capitán Loyola al general Martín Hurtado de Arbieto, al cual hizo, en sabiéndolo, el virrey don Francisco de Toledo merded de la gobernación de Vilcabamba, el cual luego se intituló en ella Señoría.
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Cómo vuelto Hojeda de su descubrimiento, causó nuevos alborotos en la Española Volviendo al hilo de nuestra historia, digo que, compuestas ya las cosas de Roldán, nombró el Almirante un capitán con soldados, para que corriese la isla, pacificando y reduciendo los indios al tributo, con orden de que estuviese sobre aviso para que, tan luego como sintiese alguna rebelión, como tumulto de cristianos, o indicio de levantamiento de indios, fuese prontamente a castigarlo y lo dominase. Hizo esto con intención de venirse a Castilla y traer consigo al Adelantado, porque difícilmente se olvidarían las cosas pasadas si éste quedaba en el gobierno. Cuando disponía su partida llegó a la isla Alonso de Hojeda, que venía de descubrir con cuatro naves; y porque estos hombres navegaban a la ventura, entró, a 5 de Septiembre de 1499, en el puerto que los cristianos llaman del Brasil, y los indios Yaquimo, con intención de cargar en él palo del Brasil, e indios; en tanto que esperaban lograr tales cosas, entregóse a causar daños; y para mostrar que era paniaguado del obispo Fonseca, ya mencionado, procuraba levantar otro nuevo tumulto, publicando que la Reina doña Isabel estaba cerca de morir; que faltando ésta, no habría quien favoreciese al Almirante, y que él en perjuicio de éste, haría cuanto quisiese, por ser verdadero y fiel servidor de dicho obispo, su enemigo. Con esta fama engañosa empezó a escribir a algunos de las alteraciones pasadas, que todavía no se habían sosegado, y a tener inteligencia con ellos; pero sabiendo Roldán su obra y mal propósito, fue contra él con veintiséis hombres de orden del Almirante a impedir el daño que maquinaba. El 29 de Septiembre, estando a legua y media de Hojeda, supo que éste se hallaba con quince hombres en el pueblo de un cacique llamado Haniguayabá, haciendo pan y bizcocho, con cuyo aviso caminó aquella noche para cogerle de sorpresa; pero sabiendo Hojeda que Roldán le seguía, hizo de ladrón fiel, pues viendo que no podía resistirle, fue a su encuentro y dijo que la gran necesidad que tenía de bastimentos le había llevado allí, para proveerse de ellos, como en tierra de los Reyes sus señores, sin intención de hacer mal a nadie; y dándole cuenta de su viaje, refirió que venía de descubrir por la costa de Paria, al Poniente, seiscientas leguas, donde había encontrado gente que peleaba con los cristianos con iguales fuerzas, y que le habían herido veinte hombres, por lo que no pudo aprovecharse de las riquezas de la tierra, en la que había hallado ciervos, conejos, pieles, uñas de tigre, y guanines, que mostró a Roldán en las carabelas, asegurándole que quería luego ir a Santo Domingo para dar cuenta de todo al Almirante, que estaba a la sazón con gran cuidado, por haberle escrito Pedro de Arana, que Riquelme alcalde del Bonao en nombre de Roldán, so color de hacer una casa para sus ganados, había elegido un montecillo fuerte, para desde él hacer con poca gente todo el mal que pudiese, y que él se lo había estorbado, sobre lo cual, Riquelme había hecho proceso, con testigos, y la había enviado al Almirante, quejándose de la fuerza que Arana le hacía, Y suplicándole la remediase, para que no hubiese alguna contienda entre ellos; y, aunque el Almirante conocía que no era esto el único designio, le pareció que bastaba mantener la sospecha, no descuidándose de estar sobre aviso, pues creía que bastaba con remediar el manifiesto yerro de Hojeda, sin fomentar lo que con la disimulación debía tolerarse. Persistiendo Hojeda en su mal designio, en el mes de Febrero del año 1500, previa licencia de Roldán, se fue con sus naves a Xaraguá, donde vivían muchos de los que se habían rebelado con éste. Por ser juntamente la avaricia y el interés el camino más cierto para provocar a todo mal, empezó a divulgar entre aquella gente que los Reyes Católicos le habían nombrado consejero del Almirante, a una con Carvajal, para que no le dejasen hacer algo que no les pareciese del real servicio; y una de las que le habían mandado era que luego pagase en dinero, de contado, a todos los que estaban en la isla, al servicio de Sus Altezas, y que, pues el Almirante no estaba dispuesto a hacer esto, él se ofrecía a ir con ellos a Santo Domingo, y obligarle a que les pagase; y si les pareciese, después, echarle de la isla vivo o muerto, porque no debían fiarse del ajuste, ni de la palabra que les había dado, pues no la mantendría sino en cuanto la necesidad le obligara. Con tal oferta determinaron muchos a seguirle, y con su favor y ayuda dio una noche en los que no quisieron admitirla; hubo muertos y heridos de ambas partes; y porque tenían por cierto que estando reducido Roldán al servicio del Almirante, no entraría en la nueva conjuración, determinaron acometerle de improviso y apresarlo; mas sabiéndolo Roldán, fue con bastante gente adonde estaba Hojeda para remediar sus desórdenes, o castigarle, según le pareciese convenía; mas Hojeda no le esperó, antes, de miedo, se retiró a sus navíos, y Roldán desde tierra, y el otro desde el mar, trataban del sitio donde habían de entrevistarse, temiendo cada uno ponerse en manos del otro. Viendo Roldán que Hojeda no se fiaba para salir a tierra, ofreció ir a hablarle a sus navíos; para ello le envió a pedir la barca; Hojeda la envió con buena guardia, y habiendo entrado en ella Roldán con seis o siete de los suyos, cuando se creían más seguros los de Hojeda, cargaron sobre ellos Roldán y los suyos, con las espadas desnudas, y matando a algunos e hirieron a otros, se apoderaron de la barca y se volvieron con ella a tierra, no dejándole a Hojeda sino un batel para servicio de los navíos, en el cual, muy tranquilo, acordó ir a verse con Roldán, y excusándose de sus excesos, restituyó algunos hombres que había tomado por fuerza, para que le restituyesen la barca con su gente, diciendo que si no la restituían, parecerían todos, y los navíos, por no tener otra con que gobernarlos. Roldán se la volvió, porque no tuviera motivo de quejarse, ni dijese que por su causa se perdía; mas antes le tomó seguridad y promesa de que, dentro de cierto tiempo, saldría, con los suyos, de la Española; y así se vio precisado a hacerlo, por la buena guardia que Roldán había puesto en tierra. Pero, como es dificultoso desarraigar la cizaña de modo que no vuelva a nacer, así, la gente mal acostumbrada, no puede menos de recaer en sus faltas, lo que sucedió a una parte de los rebeldes, pocos días después que Hojeda había salido. Pues hallándose D. Hernando de Guevara, como sedicioso, en desgracia del Almirante, juntóse con Hojeda en sus delitos, con gran aborrecimiento a Roldán, porque éste le había impedido casarse con una hija de Anacaona, que era la principal reina de Xaraguá; empezó a congregar muchos conjurados para prenderle y continuar en hacer mal, e incitó especialmente a Adrián de Mújica, uno de los principales, con otros dos hombres de mala vida, los cuales, a mediados de Junio del año de 1500, dispusieron la prisión o la muerte de Roldán; pero, hallándose éste muy advertido, porque supo lo tramado, fue tan hábil que prendió a don Hernando, a Mújica y a los principales de su cuadrilla. Mandó aviso al Almirante de lo que pasaba, pidiéndole su parecer en lo que había de hacerse; el cual respondió, que pues sin motivo habían intentado alterar la tierra, y si no se les daba castigo, serían causa de que todo fuera destruido, debía procederse en justicia y castigar sus delitos conforme a las leyes. Luego lo puso el alcalde en ejecución, y hecha la causa contra ellos, mandó ahorcar a Adrián como autor y principal cabeza de la conjuración; desterró a otros según sus culpas, y dejó en la prisión a D. Hernando, hasta que, a 13 de Junio le entregó con otros presos a Gonzalo Blanco, para que los llevase a la Vega donde estaba el Almirante. Con este castigo sosegóse la tierra; los indios volvieron a la obediencia y servicio de los cristianos, y se descubrieron tantas minas de oro que los castellanos dejaban el sueldo del Rey, y se iban a vivir por su cuenta, aplicándose a sacar oro industriosamente a su costa, dando al Rey la tercera parte de lo que hallaban. Tanto creció esta laboriosidad que hubo persona que recogió en un día cinco marcos, de granos de oro, bastante gruesos, entre los cuales hubo uno que pesó ciento noventa y seis ducados. Los indios estaban obedientes con gran temor al Almirante; tan deseosos de contentarle, que, pensando que le hacían algún servicio, voluntariamente se hacían cristianos; y si algún indio principal tenía que parecer ante él, procuraba venir vestido. Para mayor quietud, determinó el Almirante visitar la isla, en persona; y el miércoles, 20 de Febrero de 1499, partió con el Adelantado, de Santo Domingo, y llegaron a la Isabela a 19 de Marzo; de donde salieron a 5 de Abril, y llegaron a la Concepción el martes siguientes, desde donde partió el Adelantado a Xaraguá el viernes, 7 de Junio. El día después de Navidad de 1499, había escrito el Almirante: "habiéndome dejado todos, fui embestido con guerra por los indios y los malos cristianos, y llegué a tanto extremo que, por huir la muerte, dejándolo todo, me entré en el mar en una carabela pequeña; entonces me socorrió Nuestro Señor, diciéndome: ¡Oh hombre de poca fe!, no tengas miedo; yo soy; y así dispersó mis enemigos, y me mostró cómo podía cumplir mis ofertas: ¡Oh infeliz pecador, yo que lo hacía pender todo de la esperanza del mundo! " A 3 de Febrero de 1500 pensaba el Almirante ir a Santo Domingo, con ánimo de apercibirse para volver a Castilla, y dar cuenta de todo a los Reyes Católicos.
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Cómo dieron rejalgar tres veces al gobernador viniendo en este camino Viniendo el río abajo mandaron los oficiales a un Machín, vizcaíno, que le guisase de comer al gobernador, y después de guisado lo diese a un Lope Duarte, aliados de los oficiales y de Domingo de Irala, y culpados como todos los otros que le prendieron, y venía por solicitado de Domingo de Irala, y para hacer sus negocios acá; y viniendo así debajo de la guarda y amparo de éstos, le dieron tres veces rejalgar; y para remedio de esto traía consigo una botija de aceite y un pedazo de unicornio, y cuando sentía algo se aprovechaba de estos remedios de día y de noche con muy gran trabajo y grandes gómitos, y plugo a Dios que escapó de ellos; y otro día rogó a los oficiales que le traían, que eran Alonso Cabrera y Garci-Vanegas, que le dejasen guisar de comer a sus criados, porque de ninguna mano de otra persona no lo había de tomar. Y ellos le respondieron que lo había de tomar y de comer de la mano que se lo daba, porque de otra ninguna no habían de consentir que se lo diese, que a ellos no se les daba nada que se muriese; y ansí estuvo de aquella vez algunos días sin comer nada, hasta que la necesidad le constriñó que pasase por lo que ellos querían. Había prometido a muchas personas de los traer en la carabela que deshicieron, a estos reinos, por que les favoresciesen en la prisión del gobernador y no fuesen contra ellos, especial a un Francisco de Paredes, de Burgos, y fray Juan de Salazar, fraile de la orden de Nuestra Señora de la Merced. Ansimesmo traían preso a Luis de Miranda, y a Pedro Hernández, y al capitán Salazar de Espinosa y a Pedro Vaca. Y llegados el río abajo a las islas de Sant Gabriel, no quisieron traer en el bergantín a Francisco de Paredes ni a fray Juan de Salazar; porque éstos no favoreciesen al gobernador acá y dijesen la verdad de lo que pasaba; y por miedo de esto los hicieron tornar a embarcar en los bergantines que volvían el río arriba a la Ascensión, habiendo vendido sus casas y haciendas por mucho menos de lo que valían cuando los hicieron embarcar; y decían y hacían tantas exclamaciones que era la mayor lástima del mundo oíllos. Aquí quitaron al gobernador sus criados, que hasta allí le habían seguido y remado, que fue la cosa que él más sintió ni que más pena le diese en todo lo que había pasado en su vida, y ellos no lo sintieron menos; y allí en la isla de Sant Gabriel estuvieron dos días, y al cabo de ellos partieron para la Ascensión los unos, y los otros para España; y después de vueltos los bergantines, en el que traían al gobernador, que era de hasta once bancos, venían veintisiete personas por todos; siguieron su viaje el río abajo hasta que salieron a la mar, y dende que a ella salieron les tomó una tormenta que hinchió todo el bergantín de agua, y perdieron todos los bastimentos, que no pudieron escapar de ellos sino una poca de harina y una poca de manteca de puerco y de pescado, y una de agua, y estuvieron a punto de perescer ahogados. Los oficiales que traían preso al gobernador les paresció que por el agravio y sinjusticia que le habían hecho y hacían en le traer preso y aherrojado era Dios servido de dalles aquella tormenta tan grande, determinaron de le soltar y quitar las prisiones, y con este presupuesto se las quitaron, y fue Alonso Cabrera, el veedor, el que se las limó, y él y Garci-Vanegas le besaron el pie, aunque él no quiso, y dijeron públicamente que ellos conoscían y confesaban que Dios les había dado aquellos cuatro días de tormenta por los agravios y sinjusticias que le habían hecho sin razón, y que ellos manifestaban que le habían hecho muchos agravios y sinjusticias, y que era mentira y falsedad todo lo que habían dicho y depuesto contra él, y que para ello habían hecho hacer dos mil juramentos falsos, por malicia y por envidia que de él tenían porque en tres días había descubierto la tierra y caminos de ella, lo que no habían podido hacer en doce años que ellos había que estaban en ella; y que le rogaban y pedían por amor de Dios que les perdonase y les prometiese que no daría aviso a Su Majestad de cómo ellos le habían preso; y acabado de soltarle, cesó el agua y viento y tormenta, que había cuatro días que no había escampado; y así venimos en el bergantín dos mil quinientas leguas por golfo, navegando sin ver tierra, más del agua y el cielo, y no comiendo más de una tortilla de harina frita con una poca de manteca y agua, y deshacían el bergantín a veces para hacer de comer aquella tortilla de harina que comían, y de esta manera venimos con mucho trabajo hasta llegar a las islas de los Azores, que son del serenísimo rey de Portugal, y tardamos en el viaje hasta venir allí tres meses; y no fuera tanta la hambre y necesidad que pasamos si los que traían preso al gobernador osasen tocar en la costa del Brasil o irse a la isla, de Santo Domingo, que es en las Indias, lo cual no osaron hacer, como hombres culpados y que venían huyendo, y que temían que llegados a una de las tierras que dicho tengo los prendieran e hicieran justicia de ellos como hombres que iban alzados; y habían sido aleves contra su rey, y temiendo esto, no habían querido tomar tierra; y al tiempo que llegamos a los Azores, los oficiales que le traían, con pasiones que traían entre ellos, se dividieron y vinieron cada uno por su parte, y se embarcaron divididos, y primero que se embarcaron intentaban que la justicia de Angla prendiese al gobernador y lo detuviese por que no viniese a dar cuenta a Su Majestad de los delitos y desacatos que en aquella tierra habían hecho, diciendo que al tiempo que pasó por las islas de Cabo Verde había robado la tierra y puerto. Oído por el corregidor, les dijo que se fuesen, porque "su rey no era home que ninguen osase pensar en iso, ni tenía a tan mal recado suos portos para que ningún osase o facer". Y visto que no bastó su malicia para le detener, ellos se embarcaron y se vinieron para estos reinos de Castilla, y llegaron a ella ocho o diez días primero que el gobernador, porque con tiempos contrarios se detuvo en éstos; y llegados ellos primero que el gobernador a la corte llegase, publicaban que se había ido al rey de Portugal para darle aviso de aquellas partes, y dende a pocos días llegó a esta corte. Como fue llegado, la propia noche desaparecieron los delincuentes y se fueron a Madrid, a do esperaron que la corte fuese allí, como fue; y en este tiempo murió el obispo de Cuenca, que presidía en el Consejo de las Indias, el cual tenía deseo y voluntad de castigar aquel delito y desacato que contra Su Majestad se había hecho en aquella tierra. Dende a pocos días después de haber estado preso ellos, y el gobernador igualmente, y sueltos sobre fianzas que no saldrían de la corte, Garci-Vanegas, que era el uno de los que le habían traído y preso, murió muerte desastrada y súpita, que le saltaron los ojos de la cara, sin poder manifestar ni declarar la verdad de lo pasado; y Alonso Cabrera, veedor, su compañero, perdió el juicio, y estando sin él mató a su mujer en Lora; murieron súpita y desastradamente los frailes que fueron en los escandalos y levantamiento contra el gobernador; que paresce manifestarse la poca culpa que el gobernador ha tenido en ello; y después de le haber tenido preso y detenido en la corte ocho años, le dieron por libre y quito; y por algunas causas que le movieron le quitaron la gobernación, porque sus contrarios decían que si volvía a la tierra, que por castigar a los culpados habría escándalos y alteraciones en la tierra; y así se la quitaron, con todo lo demás, sin haberle dado recompensa de lo mucho que gastó en el servicio que hizo en la ir a socorrer y descubrir.
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De ciertas pláticas e mensajeros que enviamos al gran Montezuma Como habían ya pasado catorce días que estábamos en Cholula, y no teníamos en que entender, y vimos que quedaba aquella ciudad muy poblada, e hacían mercados, e habíamos hecho amistades entre ellos y los de Tlascala, e les teníamos puesto una cruz e amonestádoles las cosas tocantes a nuestra santa fe, y veíamos que el gran Montezuma enviaba a nuestro real espías encubiertamente a saber e inquirir qué era nuestra voluntad, e si habíamos de pasar adelante para ir a su ciudad, porque todo lo alcanzaba a saber muy enteramente por dos embajadores que estaban en nuestra compañía; acordó nuestro capitán de entrar en consejo con ciertos capitanes e algunos soldados que sabía que le tenían buena voluntad, y porque, además de ser muy esforzados, eran de buen consejo; porque ninguna cosa hacía sin primero tomar sobre ello nuestro parecer. Y fue acordado que blanda y amorosamente enviásemos a decir al gran Montezuma que para cumplir con lo que nuestro rey y señor nos envió a estas partes, hemos pasado muchos mares e remotas tierras, solamente para le ver e decirle cosas que le serían muy provechosas cuando las haya entendido; que viniendo que veníamos camino de su ciudad, porque sus embajadores nos encaminaron por Cholula, que dijeron que eran sus vasallos; e que dos días, los primeros que en ella entramos, nos recibieron muy bien, e para otro día tenían ordenada una traición, con pensamiento de matarnos; y porque somos hombres que tenemos tal calidad, que no se nos puede encubrir cosa de trato ni traición ni maldad que contra nosotros quieran hacer, que luego no lo sepamos; e que por esta causa castigamos a algunos de los que querían ponerlo por obra. E que porque supo que eran sus sujetos, teniendo respeto a su persona y a nuestra gran amistad, dejó de matar y asolar todos los que fueron en pensar en la traición. Y lo peor de todo es, que dijeron los papas e caciques que por consejo e mandado de él y de sus embajadores lo querían hacer; lo cual nunca creímos, que tan gran señor, como él es, tal mandase, especialmente habiéndose dado por nuestro amigo; y tenemos colegido de su persona que, ya que tan mal pensamiento sus ídolos le pusieron de darnos guerra, que sería en el campo; mas en tanto teníamos que pelease en campo como en poblado, que de día que de noche, porque los mataríamos a quien tal pensase hacer. Mas como lo tiene por grande amigo y le desea ver y hablar, luego nos partimos para su ciudad a darle cuenta muy por entero de lo que el rey nuestro señor nos mandó. Y como Montezuma oyó esta embajada, y entendió que por lo de Cholula no le poníamos culpa, oímos decir que tomó a entrar con sus papas en ayunos e sacrificios que hicieron a sus ídolos, para que se tornase a ratificar que si nos dejaría entrar en su ciudad o no, y si se lo tornaba a mandar, como le había dicho otra vez. Y la respuesta que les tornó a dar fue como la primera, y que de hecho nos deje entrar, y que dentro nos mataría a su voluntad. Y más le aconsejaron sus capitanes y papas, que si ponía estorbo en la entrada, que le haríamos guerra en los pueblos sus sujetos, teniendo, como teníamos, por amigos a los tlascaltecas y todos los totonaques de la sierra, e otros pueblos que habían tomado nuestra amistad, y por excusar estos males que mejor y más sano consejo es el que les ha dado su Huichilobos. Dejemos de más decir de lo que Montezuma tenía acordado, e diré lo que sobre ello hizo, y cómo acordamos de ir camino de México, y estando de partida llegaron mensajeros de Montezuma con un presente, y lo que envió a decir.
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Capítulo LXXXIV De cómo de nuevo se conformaron los gobernadores, haciendo juramento solemne sobre de llevar adelante compañía Habiendo pasado en la ciudad del Cuzco las cosas que se han contado, pareció a Pizarro y a Almagro, que pues se habían conformado de nuevo en toda paz y amor, que sería bueno partir la hostia, sagrado cuerpo de Dios, entre los dos, y hacer juramento con grandes vínculos y promesas de que no lo quebrantarían para siempre jamás, en manos de un sacerdote revestido; y como así se determinaron, se puso por obra. Y porque es caso notable este juramento y que Dios lo cumplió así, como se lo pidieron, con gran daño y destrucción de los que juraron, lo pondré aquí a la letra, sin quitar ni poner un "a" tan solo, y sacado del original, dice así: "Nos don Francisco Pizarro, adelantado y capitán general por su majestad, en estos reinos de la Nueva Castilla, y don Diego de Almagro, asimismo gobernador por su majestad, en la provincia de Toledo, decimos: que porque mediante la íntima amistad y compañía, que entre nosotros con tanto amor ha permanecido, y queriéndolo Dios nuestro señor, haya recibido señalados servicios en la conquista, sujeción y población de estas provincias y tierra, atrayendo la conversión y conocimiento de nuestra santa fe católica tanta muchedumbre de infieles; y confiando su sacra majestad, que durante nuestra amistad y compañía, su real patrimonio será acrecentado. Y así por tener este intento como por los servicios pasados su majestad católica tuvo por bien de conceder a mí el dicho don Francisco Pizarro la gobernación de estos reinos y a mí don Diego de Almagro, la gobernación de la provincia de Toledo, de las cuales mercedes que su real liberalidad hemos recibido, resulta nueva obligación que perpetuamente nuestras vidas y patrimonios, y de los que de nos descendieren, en su real servicio se gasten y consuman; y para que esto más seguro y mejor efecto haya y la confianza de su majestad por nuestra parte no fallezca, renunciando la ley que cerca de los tales juramentos dispone, prometemos y juramos en presencia de Dios nuestro señor, ante cuyo acatamiento estamos, de guardar y cumplir bien y enteramente, sin cautela, ni otro entendimiento niguno, lo expresado y contenido en los capítulos siguientes; y suplicamos a su infinita bondad que cualquier de nos que fuere en contrario de lo así convenido, con todo rigor de justicia, permita la perdición de su ánima, y fama, honra y hacienda: porque como quebrantador de su fe, la cual, el uno al otro y el otro al otro, nos damos y no temerosos de su acatamiento; reciba dél tal justa venganza. E lo que por parte de cada uno de nosotros juramos y prometemos, es lo siguiente: Primeramente, que nuestra amistad y compañía se conserve y mantenga para adelante con aquel amor y voluntad que hasta el día presente entre nosotros ha habido, no la alterando ni quebrantando por algunos intereses, codicias, ni ambición de cualesquier honras y oficios, sino que hermanablemente entre nosotros se comunique, y seamos particioneros en todo el bien que Dios nuestro señor nos quiera hacer. Otrosí decimos, so cargo del juramento y promesa que hacemos, que ninguno de nosotros calumniará, ni procurará cosa alguna que en daño y menoscabo de su honra, vida y hacienda, al otro pueda suceder ni venir, ni de ello sea causa por vías directas ni indirectas, por sí propio ni por otra persona alguna tácita ni expresamente, causándolo ni permitiéndolo; y trabajará de se lo llegar y adquirir; y evitar todas las pérdidas y daños que se le puedan recrecer, no siéndolo de la otra parte avisado. Otrosí juramos de mantener, guardar y cumplir, lo que entre nosotros está estipulado, a lo cual nos referimos; y que por vía, causa, ni manera alguna, ninguno de nosotros vendrá en contrario, ni en quebrantamiento de ello, ni hará diligencias, protestación ni reclamación alguna; y que si alguna hubiere hecho, se aparta y desiste de ella y la renuncia, so cargo del juramento. Asimismo juramos que juntamente, ambos y a dos, y no el uno sin el otro, informaremos y escribiremos a su majestad, las cosas que, según nuestro parecer, mejor a su real servicio convenga, suplicándole y informándole de todo aquello con que más su católica conciencia se descargue, y estas provincias y reinos más y mejor se conserven y gobiernen; y que no habrá relación particular por ninguno de nosotros fecha en fraude ni cautela y con intento de dañar y empecer al otro; procurando para sí, posponiendo el servicio de nuestro señor Dios y de su majestad y en quebrantamiento de nuestra amistad y compañía; y asimismo no permitirán que sea hecho por otra cualquiera persona, dicho ni comunicado, ni lo permita ni consienta, sino que todo se haga manifiestamente entre ambos, porque conozca mejor el celo que de servir a su majestad tenemos, pues de nuestra amistad y compañía tanta confianza ha mostrado. Ítem juramos, que todos los provechos e intereses que se nos recrecieren, ansí de los que yo don Francisco Pizarro hubiere y adquiriere en esta gobernación por cualesquier vías y causas, como los otros que yo don Diego he de haber en la conquista y descubrimiento que en nombre y por mandado de su majestad hago, lo traeremos manifiestamente a montón y colación, por manera que la compañía que en este caso tenemos hecha, permanezca y en ella no haya fraude, cautela ninguna ni engaño alguno; y los gastos que por ambos y cualquier de nos se hubiere de hacer, se haga moderada y discretamente, conforme a la necesidad que se ofreciere, evitando lo excesivo y superfluo, socorriendo y proveyendo, a lo necesario. Todo lo cual, según, en la forma, que dicho está en nuestra voluntad de lo ansí guardar y cumplir, so cargo del juramento que así tenemos hecho, poniendo a Dios nuestro señor por juez y a su gloriosa madre santa María, con todos los santos por testigos; y porque sea notorio a todos, los que ansí juramos y prometemos, lo firmamos de nuestros nombres, siendo presentes por testigos, el licenciado Hernando Caldera, teniente general de gobernador en estos reinos, por el señor gobernador, y Francisco Pineda, capellán de su señoría, y Antonio Picado, su secretario, y Antonio Téllez de Guzmán y el doctor Diego de Loaisa. El cual dicho juramento fue hecho en la ciudad del Cuzco en la casa del dicho señor gobernador don Diego de Almagro, estando diciendo misa el padre Bartolomé de Segovia, clérigo, después de dicho el pater noster, poniendo los dichos gobernadores las manos derechas encima de la mano consagrada, a doce de junio de mil y quinientos y treinta y cinco años. Francisco Pizarro. El adelantado don Diego de Almagro y el licenciado Caldera. Antonio Téllez de Guzmán. Y yo, Antonio Picado, escribano de su majestad y su notario público en todos los sus reinos y señoríos, presente fui a ver hacer el dicho juramento a los dichos gobernadores en uno con los dichos testigos y lo hice escribir, según que ante mí pasó, y por ende hice aquí este mi signo atal en testimonio de verdad, Antonio Picado, escribano de su majestad". Esto que habéis visto fue el juramento que se hizo en el Cuzco, consideradlo bien y notad lo que pidieron: porque lo hallaréis en el discurso de esta obra cumplido tan a la letra que es cosa de espanto, y para temer de hacer tales juramentos, pues con ellos tientan a Dios todopoderoso, el cual no permita de les condenar las ánimas, como también pidieron. A todo esto tengo que decir, que como los indios naturales viesen la gran potencia de los españoles, y por experiencia sabían irles mal en tomar armas, hostigados por los muchos que habían muerto en las guerras pasadas, habían asentado y tratado paz; pero con mezcla de fingimiento y con deseo de verlos divididos y de tal manera que pudiesen vengarse de tantos daños como habían recibido. Y teniendo este intento y conociendo su gran codicia y demasiada avaricia, publicaron grandes cosas de lo de Chiriguana, afirmando haber tanto oro y plata, que no era nada lo del Cuzco para compararlo con ello. Los españoles creíanlo y pensaban henchir las manos en aquella tierra. Pretendían ir por generales del descubrimiento los capitanes Rodrigo Orgóñez y Hernando de Soto; cada uno publicaba que Almagro le tenía prometida la jornada, porque no pensó por su persona hacerla, sino enviar la gente y aguardar a recibir las provisiones, que ya sabía traerle Hernando Pizarro; como los indios, por verlos idos del Cuzco dijesen tan grandes cosas, y viese en los puntos que andaban aquellos capitanes, que fueron tantos que llegaron a desafiar, determinó tirándoles de rehurto, a ir el mismo a ella y así lo publicó de que Soto se sintió algo; ni lo dio a entender, ni quiso ir con él; a Orgóñez dio palabra de lo hacer su general.
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Capítulo LXXXIV Que trata de cómo allegó Esteban de Sosa al valle de Copiapó e de allí a la villa de la Serena y de allí a la ciudad de Santiago e de cómo se rebelaron los indios de Copiapó y de la comarca de la Serena Partido Esteban de Sosa de la ciudad del Cuzco, como tengo dicho, e llegado al valle de Copiapó, y viéndose con bastimento para pasar el despoblado, pasó al valle de Copiapó, donde topó al capitán Joan Bohón, que andaba con cierta gente recogiendo bastimento para la gente que viniese por tierra, porque tenía noticia por los indios que venía el gobernador. Y llegado el Esteban de Sosa, le dejó veinte hombres, e con los demás pasó a la villa de la Serena, y dejando allí ciertos soldados se fue a la ciudad de Santiago. Pues viendo los indios de Copiapó la venida de tantos cristianos, acordaron de rebelarse, e para esto enviaron sus mensajeros al valle del Guasco e al valle de la Serena y valle de Limarí, avisándoles que ellos tenían noticia de cómo venían muchos cristianos, y más los que habían pasado, como ellos los habían visto, y que mirasen el trabajo que tendrían con ellos, y que se apercibiesen de allí a seis días, y que diesen en los cristianos e los matasen a todos e quemasen la ciudad, y que para aquella noche que ellos les señalaban, matarían ellos los que estaban en el valle y todos los demás que por allí pasasen. Dado este aviso, y todos a una voluntad y venida la noche señalada, dieron los del valle de Copiapó en los cristianos, y como estaban descuidados no tuvieron lugar de armarse ni pelear con los indios, y ansí fueron muertos todos. E lo mismo hicieron los que dieron en la villa de la Serena, que no escapó sino uno, cristiano que se decía Diego Colondres. E quemaron la villa. Sabido por el general Francisco de Villagran la llevada de la villa de la Serena y muerte de los cristianos, temiendo que los indios de Copiapó harían otro tanto, e que los cristianos que venían por el despoblado corrfan riesgo, salió con sesenta de a caballo al castigo. Y Francisco de Aguirre salió a los pormocaes con veinte de a caballo. Llegado Francisco de Villagran al valle de Coquimbo, vio los españoles muertos y empalados, y supo cómo los indios estaban recogidos en el valle del Guasco y cómo tenían un fuerte. Luego se partió, y llegado al Guasco se fue al fuerte, el cual estaba encima de una sierra. Visto por los indios los cristianos escomenzaron a dar muy gran grita. Mandó Francisco de Villagran se apeasen veinte soldados y subiesen por una ladera. Él subió por un rodeo a caballo hasta lo llano de la loma, y dieron en el fuerte de manera que desbarataron los indios e mataron muchos de ellos e los demás huyeron por las sierras. Hirieron los indios a los peones, los seis de ellos fueron malheridos. Aquí se señaló un soldado que se decía Gaspar Orense, el cual se adelantó de los de a pie. E llegado al fuerte, embrazada su adarga y su espada, y visto por los indios, salieron dos indios a él para lo tomar a manos, el cual se abrazó con ellos e se echó por la ladera abajo. Fueron presos estos dos indios. Habida esta victoria se bajó Francisco de Villagran el valle abajo hacia la mar. Envió un caudillo con diez españoles fuesen al valle de Coquimbo, e llegados andando por los paredones vieron lo que estaba escrito en la pared e cavaron abajo y sacaron la carta, y supieron cómo el gobernador era pasado adelante. Con esto volvieron al general Francisco de Villagran, y sabido por él, despachó a Gaspar Orense con cinco soldados fuese por la costa adelante hasta topar al gobernador. Salido Gaspar Orense vino hasta el puerto de Tintero, donde halló al gobernador, e le dieron el aviso de lo que pasaba, de cómo los indios habían muerto los de Copiapó e villa de la Serena.
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Que trata de todo lo que a Cortés le sucedió todo el tiempo que estuvo en Tlaxcalan Detúvose Cortés con los su os veinte días en Tlaxcalan, en donde fueron muy bien tratados y regalados. Cortés les pidió que tuviesen por bien permitir, que él y los suyos visitasen toda la ciudad, los templos y palacios de los cuatro señores de la señoría y habiéndolos visitado y visto su concierto y fortaleza del sitio, que ya estaban asegurados de él y que era gente que vivía con orden y policía, que guardaba justicia y que se les podía fiar cualquier negocio, comenzó a predicarles la fe de Cristo nuestro señor y a persuadirles dejasen la idolatría y sacrificio de hombres, dándoles a entender que los ídolos que ellos adoraban eran demonios, de tal manera, que aunque de todo punto no los pudo convencer, mas con todo hizo la sala principal oratorio de Xicoténcatl, poniendo una cruz y una imagen de nuestra señora, en donde de ordinario los días que estuvo allí se decía misa y otra cruz se puso en el mismo puesto en donde le recibió la señoría, con muy gran solemnidad de los españoles, de que estaban tan admirados los tlaxcaltecas, viendo que los cristianos adoraban al dios que ellos llamaron Tonacaquihuitl, que significa árbol del sustento, que así lo llamaban los antiguos. Asimismo la señoría acordó de dar sus hijas a Cortés y a los demás sus compañeros; de manera que Xicoténcatl (que fue el que dio este parecer), eligió a dos hijas suyas llamada la una Tecuiloatzin y la otra Tolquequetzaltzin; Maxixcatzin eligió a Zicuetzin hija de Atlapaltzin y el de Quiahuiztlan a Zacuancózcatl hija de Axoquentzin y a Huitznahuazihuatzin hija de Tecuanitzin y habiendo juntado otras muchas doncellas con estas seporas, se las dieron a Cortés y a los suyos, cargadas de muchos presentes de oro, mantas, plumería y pedrería y dijo Maxixcatzin a Marina que dijese al señor capitán, que allí estaban aquellas doncellas hijas de Xicoténcatl y otros señores nobles, para que él y sus compañeros las recibiesen por mujeres y esposas. Cortés les dio las gracias y las repartió entre los suyos, porque no pareciese bien que menospreciaba la dádiva y el emparentar nuestros españoles con ellos; y por usar de magnanimidad y en recompensa de la dádiva, pidió ciertos mensajeros que fuesen a Cempoalan para traer cantidad de mantas, enahuas, huipiles, pañetes, cacao, sal, camarones y pescado, que todo ello traído que fue, lo repartió entre las cuatro cabezas y los demás señores tlaxcaltecas y fue para ellos de muy gran merced y regalo, porque carecían de todo ello; fueron al efecto ciento veinte personas nobles y doscientos hombres para cargar y les ayudó un español que tenia su puesto en Cempoalan y el señor de allí llamado Chicomácatl. Asimismo fue esta gente por abrir y hacer camino seguido desde Tlaxcalan a Cempoalan y entre los más principales que fueron electos para este viaje de parte de Xicoténcatl, fue uno llamado Icueten; de parte de Maxixcatzin, Totoltzin Chiuhatlapaltzin y de Tlehuexolotzin, Yaotzin y otros que no se ponen aquí por excusar prolijidad. Estando en esta ciudad Cortés, se le vinieron a dar por amigos los de Huexotzinco, ciudad principal y república como la de Tlaxcalan y todos de un linaje. En la pintura que aun el día de hoy guarda el cabildo de esta señoría, se halla que en esta sazón se bautizaron los señores de ella por Juan Díaz, clérigo y fue su padrino el capitán Cortés; el primero fue Xicoténcatl, que se llamó don Bartolomé y tras de él Zitlalpopocatzin, que se llamó don Baltasar y luego Tlehuexolotzin que se llamó don Gonzalo y el postrero Maxixcatzin, que era mancebo, se llamó don Juan y los otros eran ya viejos y más que todos Xicoténcatl. En todo el tiempo que allí se detuvo, los embajadores de México cada día le importunaban, que se saliese de allí y se fuese a México y así cuando vieron que se quería partir, le aconsejaron que se fuese por Chololan, ciudad muy populosa, rica y amiga de Motecuhzoma y aunque los de Tlaxcalan se lo impedían por los inconvenientes que ellos le ponían, pero al fin se determinó a ir a ella llevando seis mil tlaxcaltecas de guerra, aunque le querían dar muchos más y por caudillos de ellos a Atlepapalotzin, Tlacatecuhtli, Quanaltécatl, Tenamazcuicuiltzin, Imiztli, Matzin y Axayacatzin; aunque se volvió. Por el camino salieron a recibir a Cortés y a los suyos más de diez mil hombres de Chololan, con grande regocijo; y habiéndolos entrado en la ciudad y dádoles muy buena posada, regalando espléndidamente a los nuestros, aquella noche los embajadores de Motecuhzoma tornaron otra vez a porfiar con Cortés que no pasase a México, poniéndole mil dificultades, de tal manera que se receló de ellos y de los cholultecas y así mandó a los tlaxcaltecas sus amigos se pusiesen ciertas señales en sus cabezas para que fuesen conocidos, porque quería hacer un castigo ejemplar en los cholultecas y mexicanos y pidió a la señoría de Chololan, que todos los magnates y señores de ella se juntasen en la sala y consistorio donde se solían juntar siempre, para tratar con ellos ciertas cosas que les convenía, porque se quería ir de su ciudad y que asimismo en el patio de él juntasen los más de los ciudadanos, para que allí fuesen escogidos los que fuesen necesarios para llevarle el bagaje, con lo que vinieron muchos así de los nobles como de la lente plebeya, que hinchieron el patio y sala y aun a la redonda de él había y habiendo juntado a los treinta de ellos, los más principales, los prendió e hizo con los suyos tomar las puertas, sin que dejasen salir a nadie y luego llamó a los embajadores de Motecuhzoma y les dijo que aquellos presos le habían confesado una traición que por su orden tenían urdida a él y a los suyos, lo cual no podía creer de Motecuhzoma su señor, que tratase de matarlos; los mexicanos dieron sus disculpas, diciendo que ellos y su señor estaban muy inocentes de semejante culpa y traición. Cortés mandó matar algunos de los treinta señores y disparando un arcabuz (que era la señal que tenía dada a los españoles para que saliesen a los del patio y los matasen) se ejecutó así y en menos de dos horas mataron más de cinco mil, saquearon y quemaron las casas más principales de la ciudad y los templos de ella y el templo mayor donde se habían acogido muchos sacerdotes y señores principales, lo quemaron, en donde murieron los más. Fue tan grande el temor y espanto que causó este hecho, que fue sonado por toda la tierra; y la ciudad en un instante quedó toda ella desamparada y el despojo fue muy rico, de mucho oro, pedrería, mantas y cosas de pluma, porque era la ciudad más rica que había en toda esta tierra, pues los moradores de ella eran todos los mercaderes. Cortés, hecho esto, hizo soltar los Presos que quedaban, con calidad que hiciesen venir la gente a la ciudad con toda paz y quietud y así lo hicieron, pues dentro de un día se tornó a poblar y henchir la ciudad como antes estaba y quedaron por amigos de él y de los de Tlaxcalan. La señoría viendo que con la refriega y mortandad de Chololan, estaban Cortés y los suyos faltos de mantenimientos, los socorrió de estos bastantemente y en persona fueron a verle Maxixcatzin y todos los de su cabecera, Zitlalpopoltzin de la de Quiahuiztlan con Axoquentzin, Tlehuexolotzin, Tequitlatotzin, Tzompantzin, Axayacatzin, Mocuetlazatzin y Tzicuhcuácatl, habiéndose ofrecido a Cortés a ayudarle a todo lo que se le ofreciese. Lo agradeció mucho y les dijo, que por entonces se volviesen, que cuando hubiese necesidad de socorro de sus personas y valor, los avisaría, con lo cual se volvieron; y en quince días que estuvo Cortés en Chololan, fue siempre servido y favorecido de los tlaxcaltecas. A esta sazón se tornaron los embajadores de Motecuhzoma a darle otro recado de parte de su señor, con seis patos de oro muy rico, muchas mantas y cosas de comer, satisfaciéndole que lo que se decía era fraude y engaño; que se asegurase de él que sería su buen amigo y para satisfacción de esto se fuese luego a México, que allí e esperaba con mucho deseo de verle y regalarle y así dio orden de su ida a la ciudad de México.
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Que trata del valle de Jauja y de los naturales dél, y cuán gran cosa fue en los tiempos pasados Por este valle de Jauja pasa un río, que es el que dije en el capítulo de Bombón ser el nacimiento del río de la Plata. Terná este valle de largo catorce leguas, y de ancho cuatro, y cinco, y más, y menos. Fue todo tan poblado, que al tiempo que los españoles entraron en él, dicen y se tiene por cierto que había más de treinta mil indios, y agora dudo haber diez mil. Estaban todos repartidos en tres parcialidades, aunque todos tenían y tienen por nombre los Guancas. Dicen que del tiempo de Guaynacapa o de su padre hubo esta orden, el cual les partió las tierras y términos; y así, llaman a la una parte Jauja, de donde el valle tomó el nombre, y el señor Cucixaca. La segunda llaman Maricabilca, de que es señor Guacaropa. La tercera tiene por nombre Laxapalanga, y el señor Alaya. En todas estas partes había grandes aposentos de los ingas, aunque los más principales estaban en el principio del valle, en la parte que llaman Jauja, porque había un grande cercado donde estaban fuertes aposentos y muy primos de piedra, y casa de mujeres de sol, y templo muy riquísimo, y muchos depósitos llenos de todas las cosas que podían ser habidas. Sin lo cual, había grande número de plateros que labraban vasos y vasijas de plata y de oro para el servicio de los ingas y ornamentos del templo. Estaban estantes más de ocho mil indios para el servicio del templo y de los palacios de los señores. Los edificios todos eran de piedra. Lo alto de las casas y aposentos eran grandísimas vigas, y por cobertura paja larga. Tuvieron estos guancas con los ingas, antes que los conquistasen, grandes batallas, como se dirá en la segunda parte. Para la guarda de las mujeres del sol había gran recaudo, y si alguna usaba con hombre, la castigaban con gran rigor. Estos indios cuentan una cosa muy donosa, y es que afirman que su origen y nascimiento procede de cierto varón (de cuyo nombre no me acuerdo) y de una mujer que se llamaba Urochombe, que salieron de una fuente, a quien llaman Guaribilca, los cuales se dieron tan buena mafia a engendrar, que los guancas proceden dellos; y que para memoria desto que cuentan hicieron sus pasados una muralla alta y muy grande, y junto a ella un templo, a donde, como a cosa principal, venían a adorar. Lo que desto se puede colegir es que, como estos indios carecieron de fe verdadera, permitiéndolo nuestro Dios por sus pecados, el demonio tuvo sobre ellos gran poder; el cual, como malo y que deseaba la perdición de sus ánimas, les hacía entender estos desvaríos, como a otros que hacía creer que nascieron de piedras y de lagunas y de cuevas; todo a fin de que le hiciesen templos, donde él fuera adorado. Conoscen estos indios guancas que hay Hacedor de las cosas, al cual llaman Ticeviracocha. Creían la in mortalidad del ánima. A los que tomaban en las guerras desollaban, y henchían los cueros de ceniza, y de otros hacían atambores. Andan vestidos con mantas y camisetas. Los pueblos tenían a barrios corno fuerzas hechas de piedra, que parescían pequeñas torres, anchas de nascimiento y angostas en lo alto. Hoy día a quien ve estos pueblos de lejos le parescen torres de España. Todos ellos fueron antiguamente behetrías, y se daban guerra unos a otros. Mas después, cuando fueron gobernados por los ingas, se dieron más a la labor y criaban gran cantidad de ganado. Usaron de ropas más largas que las que ellos traían. Por llantos traen en las cabezas una cinta de lana del anchor de cuatro dedos. Peleaban con hondas y con dardos y algunas lanzas. Antiguamente, cabe la fuente ya dicha, edificaron un templo, a quien llamaban Guaribilca; yo lo vi; y junto a él estaban tres o cuatro árboles llamados molles, como grandes nogales. A éstos tenían por sagrados, y junto a ellos estaba un asiento hecho para los señores que venían a sacrificar; de donde se abajaba por unas losas hasta llegar a un cercado, donde estaba la traza del templo. Había en la puerta puestos porteros que guardaban la entrada, y abajaba una escalera de piedra hasta la fuente y dicha, adonde está una gran muralla antigua, hecha en triángulo; destos aposentos estaba un llano, donde dicen que solía estar el demonio, a quien adoraban; el cual hablaba con algunos dellos en aquel lugar. Dicen, sin esto, otra cosa estos indios: que oyeron a sus pasados que un tiempo remanescieron mucha multitud de demonios por aquella parte, los cuales hicieron mucho daño en los naturales, espantándolos con sus vistas; y que estando así, parescieron en el cielo cinco soles, los cuales con su resplandor y vista turbaron tanto a los demonios, que desaparescieron, dando grandes aullidos y gemídos; y el demonio Guaribilca, que estaba en este lugar de suso dicho, nunca más fue visto, y que todo el sitio donde él estaba fue quemado y abrasado; y como los ingas reinaron en esta tierra y señorearon este valle, aunque por ellos fue mandado edificar en el templo de sol tan grande y principal como solían en las demás partes, no dejaron de hacer sus ofrendas y sacrificios a este de Guaribilca. Lo cual todo, así lo uno como lo otro, está deshecho y ruinado y lleno de grandes herbazales y malezas; porque, entrado en este valle el gobernador don Francisco Pizarro, dicen los indios que el obispo fray Vicente de Valverde quebró figuras de los ídolos; desde el cual tiempo en aquel lugar no fue oído más el demonio. Yo fui a ver este edificio y templo dicho, y fue conmigo don Cristóbal, hijo del señor Alaya, ya difunto, y me mostró esta antigualla. Y este y los otros señores del valle se han vuelto cristianos, y hay dos clérigos y un fraile que tienen cargo de los enseñar en las cosas de nuestra santa fe católica. Este valle de Jauja está cercado de sierras de nieve; por las más partes dél hay valles, donde los guancas tienen sus sementeras. La ciudad de los Reyes estuvo en este valle asentada antes que se poblase en el lugar que agora está, y hallaron en él cantidad de oro y plata.
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Capítulo LXXXIV De cómo el gobernador Arbieto envió a sacar el cuerpo del padre Fray Diego Ortiz, adonde los indios lo habían enterrado Contentísimo el gobernador Martín Hurtado de Arbieto de ver puesto tan dichoso fin a aquella guerra, que se había juzgado por dificultosa, por los pasos tan ásperos y caminos tan agrios y montañas tan cerradas que había en la tierra, donde los indios pudieron hacer gran destrucción en los españoles, y teniendo en su poder a Topa Amaro Inga, y a su sobrino Quspi Tito y a Hualpa Yupanqui, su general y tío, con Curi Paucar y los demás capitanes orejones que habían preso, tuvo orden del Virrei don Francisco de Toledo que detuviese la gente española, porque quería poblar aquella tierra. Así despachó a Gabriel de Loarte y a Pedro de Orúe, Martín de Orúe, Juan Balsa y Martín de Rivadeneira al paso de Marcanay, y que allí estuviesen guardándole, sin dejar pasar a ningún soldado porque no se huyesen así a el Cuzco, que no saliendo los españoles se poblaría mejor la tierra y se asentarían los pueblos en los sitios y lugares que mejor conviniese. En este tiempo, habiendo tenido noticia el Gobernador de la muerte tan cruel que habían dado los indios al bendito padre Fray Diego Ortiz, que ya tenemos referido, trató de que se buscase el cuerpo donde lo habían enterrado los indios, y envió a algunos soldados a este efecto. Al cabo vinieron a hallarlo, de manera que está dicho, debajo de las raíces de un tronco de un árbol grande. Y cuando lo sacaron de allí, que estaba descogotado del golpe que le dieron con la macana y le vieron tenía cinco flechazos que los indios le habían dado. Sacado de la concavidad y hoyo donde estaba metido, quiso la majestad de Dios mostrar la inocencia de su siervo y sacerdote, que con haber catorce meses y más que le habían muerto los indios y enterrado en aquel lugar, hallaron el bendito cuerpo seco, sin olor malo ninguno y en el rostro tenía unas dos rosas coloradas que parecía vertían sangre y que en aquel punto le acababan de matar y sin señal ni rastro de corrupción, ni gusanos, con ser la tierra donde había estado enterrado aquel tiempo, calidísima y montañosa, que de invierno y de verano siempre llueve, donde en el Valle de Ondara y asiento de Chucullusca se desaparecieron los mosquitos hasta hoy. Metieron el cuerpo los soldados en una petaca y lo llevaron al pueblo de San Francisco de la Victoria, que así se llamaba ya a el de Vilcabamba. Después, metido en una caja, sabiendo el gobernador Arbieto y el Padre Diego López de Ayala, vicario que a la sazón era de aquella provincia, con todos los españoles que a la sazón vivían allí, salieron en procesión con su cruz y mucha cantidad de cera y, metiéndolo en unas andas con la caja en que venía, le tomó el gobernador con los más principales de dicha ciudad en los hombros, y así con toda la veneración posible, le metieron en la iglesia de la ciudad, donde el Vicario dijo la misa, hizo una plática alabando al bendito sacerdote, su santo celo e intención, y el gobernador otra a los indios reprehendiéndoles el hecho tan enorme y abominable que habían hecho, dándoles a entender los castigos que sobre ellos habían venido por ello de la mano de Dios. Acabada la misa pusieron el bendito cuerpo en una bóveda, debajo del altar mayor. Pero bien será decir y referir, para mayor muestra de las mercedes que este bendito Padre y religioso está recibiendo de Dios en el cielo, lo que en las informaciones que acerca de ello se hicieron, después de muchos años en Vilcabamba y en la ciudad del Cuzco. Dicen testigos fidedignos que al cabo de pocos días, como estuviese muy mala de los ojos y los tuviese para perderlos, doña Mencia de Sauzedo, hija natural del dicho gobernador, se llegó a la caja donde los huesos estaban en la bóveda, que bien se podía tocar, y con mucha devoción hizo oración a Dios y puso los ojos sobre la caja. Quiso la majestad divina hacerle merced que luego se sintió buena del mal que en ellos tenía, y libre de su enfermedad. Doña Leonor de Hurtado de Ayala, hija legítima del dicho gobernador, que esto refiere en su dicho con juramento, dice más, que doña Juana de Ayala su madre y mujer del dicho gobernador como padeciese grandes dolores de muelas, todas las veces que le apretaba el dolor iba a la caja donde estaban los huesos y ponía en ella los carrillos y quijadas y luego se la quitaba el dolor que sentía. Poderoso es Dios y sabe honrar a los que le sirven en la vida y muerte. Pues este sacerdote, llevado del celo de servir a Dios y de la salvación de las almas que en aquella provincia estaban debajo de la servidumbre y esclavonia de Satanás, y de la obediencia de su Prelado que allá le mandó que entrase, fue y recibió muerte inocente, de creer es que el Sumo Dios, justísimo premiador de los buenos, le tiene en su gloria, pagándole con su vista lo que por él trabajó. Así todos los que en este Reino andamos en la conversión de las almas de estos miserables, debemos con un celo hacerlo santo de procurar la honra de Dios y anunciar su santo nombre en estas naciones, dejados otros vanos e inútiles intereses, que hacen perder el premio digno a los trabajos que entre ellos se padecen.