Capítulo LXXXII De las minas del oro Aquesta particularidad de minas es cosa mucho para notar, y puedo yo hablar en ellas mejor que otro, porque ha doce años que en la Tierra-Firme sirvo de veedor de las fundiciones del oro y de veedor de minas, al Católico rey don Fernando, que en gloria está, y a vuestra majestad, y de esta causa he visto muy bien cómo se saca el oro y se labran las minas, y sé muy bien cuán riquísima es aquella tierra, y he hecho sacar oro para mí con mis indios y esclavos; y puedo afirmar como testigo de vista que en ninguna parte de Castilla del Oro, que es en Tierra-Firme, me pedirá minas de oro, que yo deje de ofrecerme a las dar descubiertas dentro de diez leguas de donde se me pidieron y muy ricas, pagándome la costa del andarlas a buscar, porque aunque por todas partes se halla oro, no es en toda parte de seguirlo, por ser poco, y haber mucho más en un cabo que en otro, y la mina o venero que se ha de seguir ha de ser en parte que, según la costa se pusiere de gente y otras cosas necesarias en buscar, que se pueda sacar la costa, y demás de eso, se saque alguna ganancia, porque de hallar oro en las más partes, poco o mucho, no hay duda. El oro que se saca en la dicha Castilla del Oro es muy bueno y de veinte y dos quilates y dende arriba; y demás de lo que de las minas se saca, que es de mucha cantidad, se han habido y cada día se han muchos tesoros de oro, labrados, en poder de los indios que se han conquistado y de los que de grado o por rescate y como amigos de los cristianos lo han dado, alguno de ello muy bueno; pero la mayor parte de este oro labrado que los indios tienen es encobrado, y hacen de ello muchas cosas y joyas, que ellos y ellas traen sobre sus personas, y es la cosa del mundo que comúnmente más estiman y precian. La manera de cómo el oro se saca es de esta forma, que o lo hallan en sabana o en el río. Sabana se llaman los llanos y vegas y cerros que están sin árboles, y toda tierra rasa con yerba o sin ella; pero también algunas veces se halla el oro en la tierra fuera del río en lugares que hay árboles, y para lo sacar cortan muchos y grandes árboles; pero en cualquiera de estas dos maneras que ello se halla, ora sea en el río o quebrada de agua o en tierra, diré en ambas maneras lo que pasa y se hace en esto. Cuando alguna vez se descubre la mina o venero de oro es buscando y dando caras en las partes que a los hombres mineros y expertos en sacar oro les parece que lo puede haber, y si lo hallan, siguen la mina y lábranlo en río o sabana, como dicho es; y siendo en sabana, limpian primero todo lo que está sobre tierra, y cavan ocho o diez pies en luengo, y otros tantos, o más o menos en ancho, según al minero le parece, hasta un palmo o dos de hondo y igualmente sin ahondar más lavan todo aquel lecho de tierra que hay en el espacio que es dicho; y si en aquel peso que es dicho se hallan oro, síguenlo; y si no, ahondan más otro palmo y lávanlo, y si tampoco lo hallan, ahondan más y más hasta que poco a poco, lavando la tierra, llegan a la peña viva; y si hasta ella no topan oro, no curan de seguirlo ni buscarlo más allí, y vanlo a buscar a otra parte; pero donde lo hallan, en aquella altura o peso, sin ahondar más, en aquella igualdad que se topa siguen el ejercicio de lo sacar hasta labrar toda la mina que tiene el que la halla, si la mina le parece que es rica; y esta mina ha de ser de ciertos pies o pasos en luengo, según límite que en esto y en el anchura que ha de tener la mina ya está determinado y ordenado que haya de terreno; y en aquella cantidad ningún otro puede sacar oro, y donde se acaba la mina del que primero halló el oro, luego a par de aquél puede hincar estacas y señalar mina para sí el que quisiere. Estas minas de sabanas o halladas en tierra siempre han de buscarse cerca de un río o arroyo o quebrada de agua o balsa o fuente, donde se pueda labrar el oro, y ponen ciertos indios a cavar la tierra, que llaman escopetar; y cavada, hinchan bateas de tierra, y otros indios tienen cargo de llevar las dichas bateas hasta donde está el agua do se ha de lavar esta tierra; pero los que las bateas de tierra llevan no las lavan, sino tornan por más tierra, y aquélla que han traído dejan en otras bateas que tienen en las manos los lavadores, los cuales son por la mayor parte indias, porque el oficio es de menos trabajo que lo demás; y estos lavadores están asentados orilla del agua, y tienen los pies hasta cerca de las rodillas o menos, según la disposición de donde se asientan, metidos en el agua, y tienen en las manos la batea, tomada por dos asas o puntas para la asir (que la batea tiene), y moviéndola, y tomando agua, y poniéndola a la corriente con cierta maña, que no entra del agua más cantidad en la batea de la que el lavador ha menester, y con la misma maña echándola fuera, el agua que sale de la batea roba poco a poco y lleva tras sí la tierra de la batea, y el oro se abaja a lo hondo de la batea, que es cóncava y del tamaño de un bacín de barbero, y casi tan honda; y desque toda la tierra es echada fuera, queda en el suelo de la batea el oro, y aquél pone aparte, y torna a tomar más tierra y lavarla, etc. E así de esta manera continuando cada lavador, saca al día lo que Dios es servido que saque, según le place que sea la ventura del dueño de los indios y gente que en este ejercicio se ocupan; y hace de notar que para un par de indios que lavan son menester dos personas que sirvan de tierra a cada uno de ellos, y dos otros que escopeten y rompan y caven, y hinchan las dichas bateas de servicio, porque así se llaman, de servicio, las bateas en que se lleva la tierra hasta los lavadores; y sin esto, es menester que haya otra gente en la estancia donde los indios habitan y van a reposar la noche, la cual gente labre pan y haga los otros mantenimientos con que los unos y los otros se han de sostener. De manera que una batea es, a lo menos en todo lo que es dicho, cinco personas ordinariamente. La otra manera de labrar mina en río o arroyo de agua se hace de otra manera, y es que echando el agua de su curso en medio de la madre, después que está seco y la han xamurado (que en lengua de los que son mineros quiere decir agotado, porque xamurar es agotar) hallan oro entre las peñas y hoquedades y resquicios de las peñas y, en aquello que estaba en la canal de la dicha madre del agua y, por donde su curso natural hacía; y a las veces, cuando una madre de éstas es buena y acierta, se halla mucha cantidad de oro en ella. Porque ha de tener vuestra majestad por máxima, y así parece por el efecto, que todo el oro nace en las cumbres y más alto de los montes, y que las aguas de las lluvias poco a poco con el tiempo lo trae y abaja a los ríos y quebradas de arroyos que nacen de las sierras, no obstante que muchas veces se halla en los llanos que están desviados de los montes; y cuando esto acaece, mucha cantidad se halla por todo aquello, pero por la mayor parte y más continuadamente se halla en las faldas de los cerros y en los ríos mismos y, quebradas; así que de una de estas dos maneras se saca el oro. Para consecuencia del nacer el oro en lo alto y bajarse a lo bajo se ve un indicio grande que lo hace creer, y es aquéste. El carbón nunca se pudre debajo de tierra cuando es de madera recia, y acaece que labrando la tierra en la falda del cerro o en el comedio o otra parte de él, y rompiendo una mina en tierra virgen, y habiendo ahondado uno, y dos, y tres estados, o más, se hallan allá debajo en el peso que hallan el oro, y antes que le topen también; pero en tierra que se juzga por virgen y lo está, así para se romper y cavar algunos carbones de leña, los cuales no pudieron allí entrar, según natura, sino en el tiempo que la superficie de la tierra era en el peso que los dichos carbones hallan, y derribándolos el agua de lo alto, quedaron allí, y como después llovió otras innumerables veces, como es de creer, cayó de lo alto más y más tierra, hasta tanto que no por discurso de años fue creciendo la tierra sobre los carbones aquellos estados o cantidad que hay al presente, que se labran las minas desde la superficie hasta donde se topan con los dichos carbones. Digo más, que cuanto más ha corrido el oro desde su nacimiento hasta donde se halló, tanto más está liso y purificado y de mejor quilate y subido, y cuanto más cerca está de la mina o vena donde nació, tanto más crespo y áspero le hallan y de menos quilates, y tanto más parte de él se menoscaba o mengua el tiempo de fundirlo y más agrio está. Algunas veces se hallan granos grandes y de mucho peso sobre la tierra, y a veces debajo de ella. El mayor de todos los que hasta hoy en aquestas Indias se ha visto fue el que se perdió en la mar, cerca de la isla de la Beata, que pesaba tres mil doscientos castellanos, que son una arroba y siete libras, o treinta y dos libras de diez y seis onzas, que son sesenta y cuatro marcos de oro; pero otros muchos se han hallado, aunque no de tanto peso. Yo vi el año de 1515 en poder del tesorero de vuestra majestad, Miguel de Pasamonte, dos granos, que el uno pesaba siete libras, que son catorce marcos, y el otro de diez marcos, que son cinco libras, y de muy buen oro de veinte y dos quilates o más. Y pues aquí se trata del oro, paréceme que antes de pasar adelante y que se hable en otra cosa, se diga cómo los indios saben muy bien dorar las piezas de cobre o de oro muy bajo; lo cual ellos hacen, y les dan tan excelente color y tan subida, que parece que toda la pieza que así doran es de tan buen oro como si tuviese veinte y dos quilates o más. La cual color ellos le dan con ciertas yerbas, y tal, que cualquiera platero de los de España o de Italia, o donde más expertos los hay, se tendría el que así los supiese hacer, por muy rico con este secreto o manera de dorar. Y pues de las minas se ha dicho asaz por menudo la verdad, y particular manera que se tiene en sacar el oro, en lo que toca al cobre, digo que en muchas parte de las dichas islas y Tierra-Firme de estas Indias, se ha hallado, y cada día lo hallan, en gran cantidad y muy rico; pero no se curan hasta ahora de ello, no lo sacan, puesto que en otras partes sería muy grande tesoro la utilidad y provecho que del cobre se podría haber; pero como hay oro, lo más priva a lo menos, y no se curan de esotro metal. Plata, y muy buena y mucha, se halla en la Nueva España; pero, como al principio de este repertorio dije, yo no hablo en cosa alguna de aquella provincia al presente; pero todo está puesto y escrito por mí en la General historia de las Indias.
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En que se trata de cómo los ingas mandaban que estuviesen los aposentos bien proveídos, y cómo así lo estaban para la gente de guerra Desta provincia de Guamachuco, por el real camino de los ingas se va hasta llegar a la provincia de los Conchucos, que está de Guamachuco dos jornadas pequeñas, y en el comedio dellas había aposentos y depósitos, para cuando los reyes caminaban poderse alojar. Porque fue costumbre suya, cuando andaban por alguna parte deste gran reino, ir con gran majestad y servirse con gran aparato, a su usanza y costumbre; porque afirman que, si no era cuando convenía a su servicio, no andaban más de cuatro leguas cada día. Y para que hubiese recaudo bastante para su gente, había en el término de cuatro a cuatro leguas aposentos y depósitos con grande abundancia de todas las cosas que en estas partes se podía haber; y aunque fuese despoblado y desierto, había de haber estos aposentos y depósitos; y los delegados o mayordomos que residían en las cabeceras de las provincias tenían especial cuidado de mandar a los naturales que tuviesen muy buen recaudo en estos tambos o aposentos; y para que los unos no diesen más que los otros y todos contribuyesen con su tributo, tenían cuenta por una manera de ñudos, que llaman quipo, por lo cual, pasado el campo se entendían y no había ningún fraude. Y cierto, aunque a nosotros nos parece ciega y obscura, es una gentil manera de cuenta, la cual yo diré en la segunda parte. De manera que aunque de Guamachuco a los Conchucos hubiera dos jornadas, en dos partes estaban hechos destos aposentos y depósitos dichos. Y el camino por todas estas partes lo tenían siempre muy limpio; y si algunas sierras eran fragosas, se desechaban por las laderas, haciendo grandes descensos y escaleras enlosadas, y tan fuertes, que viven y vivirán en su ser muchas edades. En los Conchucos no dejaba de haber aposentos y otras cosas, como en los pueblos que se han pasado, y los naturales son de mediano cuerpo. Andan vestidos ellos y sus mujeres, y traen sus cordones o señales por las cabezas. Afirman que los indios desta provicia fueron belicosos y los ingas se vieron en trabajo para sojuzgarlos, puesto que algunos de los ingas siempre procuraron atraer a sí las gentes por buenas obras que les hacían y palabras de amistad. Españoles han muerto algunos destos indios en diversas veces; tanto, que el marqués don Francisco Pizarro envió al capitán Francisco de Chaves con algunos cristianos, y hicieron la guerra muy temerosa y espantable, porque algunos españoles dicen que se quemaron y empalaron número grande de indios. Y a la verdad, en aquellos tiempos, o poco antes, sucedió el alzamiento general de las más provincias, y mataron también los indios en el término que hay del Cuzco a Quito más de setecientos cristianos españoles, a los cuales daban muertes muy crueles a los que podían tomar vivos y llevarlos entre ellos. Dios nos libre del furor de los indios, que cierto es de temer cuando pueden efectuar su deseo; aunque ellos decían que peleaban por su libertad y por eximirse del tratamiento tan áspero que se les hacía, y los españoles, por quedar por señores de su tierra y dellos. En esta provincia de los Conchucos ha habido siempre mineros ricos de metales de oro y plata. Adelante della cantidad de diez y seis leguas está la provincia de Piscobamba, en la cual había un tambo o aposento para señores, de piedra, algo ancho y muy largo. Andan vestidos como los demás estos indios naturales de Piscobamba, y traen por las cabezas puestas unas pequeñas maderas de lana colorada. En costumbres parecen a los comarcanos, y tiénense por entendidos y muy domésticos y bien inclinados y amigos de cristianos; y la tierra donde tienen los pueblos es muy fértil y abundante, y hay muchas frutas y mantenimientos, de los que todos tienen y siembran. Más adelante está la provincia de Guaraz, que está de Piscobamba ocho leguas en sierras bien ásperas, y es de ver el real camino cuán bien hecho y desechado va por ellos, y cuán ancho y llano por las laderas y por las sierras socavadas algunas partes la peña viva para hacer sus descansos y escaleras. También tienen estos indios medianos cuerpos, y son grandes trabajadores y eran dados a sacar plata, y en tiempo pasado tributaban con ella a los reyes ingas. Entre los aposentos antiguos se ve una fortaleza grande o antigualla, que es una a manera de cuadra, que tenía de largo ciento y cuarenta pasos y de ancho mayor, y por muchas partes della están figurados rostros y talles humanos, todo primísimamente obrado; y dicen algunos indios que los ingas, en señal de triunfo por haber vencido cierta batalla, mandaron hacer aquella memoria, y por tenerla para fuerza de sus aliados. Otros cuentan, y lo tienen por más cierto, que no es esto, sino que antiguamente, muchos tiempos antes que los ingas reinasen, hubo en aquellas partes hombres a manera de gigantes, tan crecidos como lo mostraban las figuras que estaban esculpidas en las piedras, y que con el tiempo y con la guerra grande que tuvieron con los que agora son señores de aquellos campos se disminuyeron y perdieron, sin haber quedado dellos otra memoria que las piedras y cimiento que he contado. Adelante desta provincia está la de Pincos, cerca de donde pasa un río, en el cual están padrones para poner la puente que hacen para pasar de una parte a otra. Son los naturales de aquí buenos cuerpos, y que para ser indios tienen gentil presencia. Adelante está el grande y suntuoso aposento de Guanuco cabecera principal de todos los que se han pasado a Caxamalca a él, y de otros muchos, como se contó en los capítulos de atrás, al tiempo que escrebí la fundación de la ciudad de León de Guanuco.
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Capítulo LXXXII Que el General Martín Hurtado de Arbieto entró en Vilcabamba y envió detrás de Quispi Tito y lo prendieron Otro día de mañana, que fue día del Señor S. Joan Baptista veinte y cuatro de junio de mil y quinientos y setenta y dos, el general Martín de Arbieto mandó poner en ordenanza toda la gente del campo, por sus compañías, con sus capitanes y los indios amigos, lo mismo con sus generales don Francisco Chilche y don Francisco Cayantopa y los demás capitanes con sus banderas y en ordenanza se marchó llevando el artillería, y caminando entraron a las diez del día en el pueblo de Vilca Bamba, todos a pie, que es tierra asperísima y fragosa y no para caballos de ninguna manera. Hallóse todo el pueblo saqueado, de suerte que si los españoles e indios amigos lo hubieran hecho no estuviera peor, porque los indios e indias se huyeron todos y se metieron en la montaña, llevando todo lo que pudieron. Lo demás de maíz y comida que estaba en los buhíos y depósitos, donde ellos los suelen guardar, lo quemaron y abrasaron, de suerte que estaba cuando el campo llegó humeando, y la casa del Sol donde estaba su principal ídolo quemada. Porque cuando entraron Gonzalo Pizarro y Villacastín hicieron lo mismo, y la falta de mantenimiento les forzó a volverse y dejarles la tierra en su poder, entendieron asimismo que al presente los españoles, no hallando comidas ni con qué sustentarse, se tornarían a salir de la tierra, y no se quedarían en ella ni la poblarían, y con este intento se huyeron los indios, pegando fuego a todo lo que no pudieron llevar. El campo descansó allí un día holgándose los soldados en aquel pueblo de Vilcabamba. Otro día, que fue el segundo de la llegada, el General Arbieto mandó llamar a Gabriel de Loarte y Pedro de Orúe, inga de Orúe, y al capitán Juan Balsa, tío de los Yngas Tupa Amaro y Quispi Tito, y a Pedro Bustinza, también su tío, hijos de las dos Coyas, doña Juana Marca Chimpo y doña Beatriz Quispi Quepi, hijas de Huaina Capac, y con ellos otros sus amigos y camaradas que eran los sobresalientes, y les mandó que saliesen por el cerro llamado de Ututo, que es una montaña brava, tras el Ynga Quespi Tito, porque había llegado nueva al general que se iba huyendo con alguna gente hacia los Pilcozones, que es una provincia detrás de los Andes, hacia el río Marañón. Los dichos se partieron luego con mucha diligencia tras de Quespi Tito Yupanqui, y fueron caminando por el cerro dicho, con increíble trabajo, sin agua ni comida que hallasen, más que la que habían sacado de Vilca Bamba, y al cabo de seis días el capitán Joan Balsa, que era de vanguardia (y Pedro de Orúe el segundo y Gabriel de Loarte de retaguardia), dio donde estaba Quespi Tito Yupanqui con su mujer en días de parir, y con él once indios e indias que le servían, que las demás gente se había esparcido. Habiéndole cogido dieron la vuelta a Vilcabamba, y lo que en seis días subiendo habían caminado lo volvieron a bajar en dos. Hallaron en aquella montaña mucha suma de víboras de cascabel, que dicen, y plugo a la Majestad divina que no peligró persona ninguna con ellas, porque son dañosísimas. El cansancio y trabajo que en el camino, con la necesidad, pasaron se les convirtió en flores y contento, mediante la buena presa que hicieron. Así llegaron con él al pueblo de Vilcabamba y se lo entregaron al general en la misma casa del Ynga. Allí les despojaron de todo su bagaje y vestidos, de tal suerte, que en la prisión no les dejaron ropa que poderse mudar, a él ni a su mujer, ni bajilla ninguna de la que tenían, donde padecieron hasta necesidad de hambre y frío, aunque es tierra caliente. Es tal el temple de la tierra que en los bordes de los buhíos y en las traseras las abejas crían panales de miel como los de España, y el maíz se coge tres veces al año, ayudadas las sementeras de la buena disposición de la tierra y de las aguas con que lo riegan a sus tiempo. Se dan ajiales en grandísima abundancia, coca y cañas dulces para hacer miel y azúcar y yucas, camotes y algodón. Tiene el pueblo, o por mejor decir tenía, de sitio media legua de ancho a la traza del Cuzco y grandísimo trecho de largo, y en él se crían papagayos, gallinas, patos, conejos de la tierra, pavos, faisanes, grasnaderas, pavoncillos, guacamayas y otros mil géneros de pájaros de diversos colores pintados, y muy hermosos a la vista, las casas y buhíos cubiertos de buena paja. Hay gran número de guayabas, pacaes, maní, lucmas, papayas, piñas, paitas y otros diversos árboles frutales y silvestres. Tenía la casa el Ynga con altos y bajos cubierta de tejas y todo el palacio pintado con grande diferencia de pinturas a su usanza que era cosa muy de ver. Tenía una plaza capaz de número de gente, donde ellos se regocijaban, y aun corrían caballos. Las puertas de la casa eran de muy oloroso cedro, que lo hay en aquella tierra en suma, y los zaquizamíes de lo mismo, de suerte que casi no echaban menos los Yngas en aquella tierra apartada, o por mejor decir desterradero, los regalos, grandeza y suntuosidad del Cuzco, porque allí todo cuanto podían haber de fuera les traían los indios para sus contentos y placeres y ellos estaban allí con gusto. En el tiempo que el general Arbieto envió a los que hemos dicho en busca del Ynga Cusi Tito Yupanqui y lo trajeron, despachó por otra parte al capitán Martín de Meneses, a que buscase con mucho cuidado al Ynga Tupa Amaro. El cual salió y llegaron él, y los que en su compañía iban, seis leguas la tierra dentro, donde dicen Panque y Sapacati, y allí hallaron el ídolo del Sol, de oro, y mucha plata, oro y piedras preciosas de esmeraldas, mucha ropa antigua, que todo, según fama, se avalaría en más de un millón, lo cual todo se consumió entre los españoles e indios amigos, y aun dos sacerdotes que iban en el campo gozaron de sus partes. Aunque hubo opiniones de teólogos y hombres doctos, que semejantes despojos eran injustos y que no se podían llevar, aprovechó poco, que la ley de la codicia desenfrenada prevaleció a la ley natural y divina, y así todo lo llevaron, con muchos cántaros y vasijas de plata y oro, con que los yngas se servían. Parte que habían escapado de la hambre de los españoles y de los Pizarros, en el Cuzco, al principio, y parte que habían encerrado entonces y después sacado, y aun también allí habían labrado piezas a su modo, para restaurar las muchas que habían perdido y les habían quitado los españoles con desorden y poco temor de Dios, como si los ingas e indios no fueran señores de sus haciendas, sino que todo estuviera perdido el dominio y aplicado a quien primero pudiese tomarlo por fuerza, y así lo lograron todos los que lo hubieron, y se apoderaron de ello como en efecto fue cosa mal habida. Por otra parte envió al capitán don Antonio Pereira para que siguiese al Ynga Topa Amaro, e hiciese todo lo posible por haberle a las manos, y a los demás capitanes que con él se habían huido, porque presos estaba concluida la guerra y la tierra pacífica y quieta. Salió don Antonio Pereira y diose tan buena maña que alcanzó y prendió a Colla Topa y Paucar Unía, orejones capitanes ya dichos y con ellos hubo a las manos a Curi Paucar, el traidor, que era el más cruel de todos los capitanes de los Yngas y que más instancia había hecho siempre en sustentar la guerra y que no se diese la paz y obediencia y el que más males había hecho, y la causa principal de la muerte de Atilano de Anaya. Cazó también otros muchos indios enemigos, que estaban escondidos en la montaña de Sapacatín, y se volvió con los prisioneros a Vilcabamba. En el camino, trayendo a un hijo pequeño de Tecuripaucar, a cuestas, una víbora le picó, y fue tanta la fuerza de la ponzoña, que dentro de veinte y cuatro horas murió de la picadura. Así llegaron a Vilcabamba, donde entregó los presos. Este capitán don Antonio Pereira no trajo para sí nada de los despojos que allí hubieron, porque no fue nada codicioso, sino antes sirvió en toda la jornada muy valerosamente, como hijo del capitán Lope Martín, que en las tirarnías de Gonzalo Pizarro se señaló siempre en servicio de Su Majestad. Habiendo ido a España en compañía del Presidente Pedro de la Gasca, volvió a este Reino, y en el alzamiento y revolución de Francisco Hernández Girón, habiendo seguido en diversas ocasiones el estandarte Real, y mostrándose en todas, en el rencuentro de las Hoyas de Villacurin, seis leguas de Yca, fue preso por Francisco Hernández, y luego le mandó cortar la cabeza, y así acabó en servicio de su Rey, como bueno y leal, cuyo cuerpo fue después llevado a la Ciudad de los Reyes, y enterrado en la iglesia mayor de ella, donde en la capilla mayor se puso su bandera. Allí estuvo muchos años, hasta que el tiempo la consumió.
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Cómo los rebeldes mudaron de propósito en el ir a Castilla, e hicieron nuevo convenio con el Almirante En tanto, como tardaban las carabelas, y no quería embarcarse la mayor parte de la gente de Roldán, tomaron por motivo para quedarse allí, la tardanza, echando la culpa al Almirante porque no les había despachado con la brevedad que pudo. Sabiendo esto el Almirante escribió a Roldán y a Adrián de Mújica, exhortándoles con buenas razones a cumplir lo capitulado y apartarse de la inobediencia; a más de esto, Carvajal, que estaba con ellos en Xaraguá, hizo una protesta ante un notario llamado Francisco de Garay, que después fue gobernador de Jamaica y Pánuco, diciendo a los rebeldes que aceptasen los navíos que enviaba el Almirante provistos de todo, y se embarcasen, según lo capitulado. Pero ellos no quisieron aceptarlos, por lo que, a 25 de Abril, mandó que se volviesen a Santo Domingo, pues los deshacía la broma, y la gente que traían padecía falta de vituallas. No hicieron caso de esto los rebeldes; antes se alegraron y ensoberbecieron bastante, viendo que se hacía tanto caso de ellos, de suerte que no sólo no agradecieron la moderación del Almirante, sino que escribieron tener éste la culpa de que se quedasen, porque deseaba vengarse de ellos, y por esto había mandado tarde las carabelas y en tan mal estado que era imposible que pudiesen llegar a Castilla, y que aunque fuesen buenas y bien proveídas, habían ya consumido las vituallas, sin que pudiesen bastar las que quedaban, para tan largo tiempo; y siendo esto cierto, habían resuelto esperar el remedio de los Reyes Católicos. Con cuya respuesta se volvió Carvajal a Santo Domingo por tierra, y al tiempo de su partida le dijo Roldán que si el Almirante le enviaba otro seguro, iría a verle, por si podía hallarse algún medio de arreglo que fuese a gusto de ambos, como se lo escribió Carvajal al Almirante, desde Santo Domingo, a 15 de Mayo, y a 21 le respondió éste agradeciendo los trabajos que padecía en aquel negocio, y le envió el seguro que pedía, con una carta para Roldán, breve, pero abundante en eficaces sentencias exhortándoles a la paz, la obediciencia y el servicio de los Reyes Católicos; y habiéndole respondido, el Almirante volvió a escribirle más ampliamente a 29 de Junio. A 3 de Agosto, seis o siete de los principales que estaban con el Almirante, le enviaron a Roldán otro seguro para que pudiese ir a tratar con Su Señoría; pero, como la distancia era mucha, y conveniente que el Almirante visitase la tierra, acordó ir con dos carabelas al puerto de Azúa, en la isla Española, al poniente de Santo Domingo, para acercarse a la provincia donde estaban los rebeldes, de los cuales fueron muchos a dicho puerto. Llegado el Almirante con sus navíos, casi a fin de Agosto, empezó a tratar con los principales, exhortándoles a que desistiesen de su mal intento, prometiéndoles grandes mercedes y favores, y ofrecieron cumplir si el Almirante les concedía cuatro cosas. La primera, que en los primeros navíos que viniesen, mandaría quince de ellos a Castilla. La segunda, que a los que se quedasen en la isla, les daría casas y tierras en pago de sueldo. La tercera, que publicase en un bando que todo lo sucedido provino de falsos testigos y por culpa de algunos malvados. La cuarta, que nombrase otra vez Alcalde mayor perpetuo a Roldán. Convenido esto entre ellos, volvióse Roldán a tierra, desde la carabela del Almirante, y envió los capítulos a su gente, tan a su gusto que, al fin de ellos decía, que si el Almirante faltaba a alguna cosa de esto, sería bien hacérselos guardar a la fuerza, o por la vía que mejor les pareciese. El Almirante, deseoso de ver el fin de tantas dificultades, y considerando que en esto habían pasado ya dos anos; que sus enemigos eran cada vez más, y perseveraban en su contumacia, y viendo que algunos de los que estaban con él se atrevían a juntar en cuadrillas, y a conjurarse para irse a otras tierras de la isla, del mismo modo que Roldán lo había hecho, resolvió firmarlos, de cualquier modo que fuesen, y expidió dos patentes: una, a Roldán, de Alcalde perpetuo, y otra que contenía las cosas dichas; demás de esto, lo que antes se había convenido, cuya copia hemos ya puesto. Luego, el martes, a 5 de Noviembre, empezó Roldán a ejercer su autoridad, y en virtud de ella, nombró juez del Bonao a Pedro de Riquelme, con facultad de castigar los reos criminales, excepto los de pena de muerte, que había de enviarlos a la fortaleza de la Concepción, para que Roldán los sentenciase; y porque el discípulo no abrigaba intención menos depravada que el maestro, intentó luego fabricar una casa fuerte en el Bonao; pero se lo estorbó Pedro de Arana, pues conoció claramente que era contra el servicio debido al Almirante.
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De cómo habían de escribir a Su Majestad y enviar la relación Cuando esto pasó, dieron muchas minutas los oficiales para que por ellas escribiesen a estos reinos contra el gobernador, para ponerle mal con todos, y ansí las escribieron, y para dar color a sus delitos, escribieron cosas que nunca pasaron ni fueron verdad; y al tiempo que se adobaba y fornescía el bergantín en que le habían de traer, los carpinteros y amigos hicieron con ello que con todo el secreto del mundo cavasen un madero tan grueso como el muslo, que tenía tres palmos, y en este grueso le metieron un proceso de una información general que el gobernador había hecho para enviar a Su Majestad, y otras escripturas que sus amigos habían escapado cuando le prendieron, que le importaban; y ansí, las tomaron y envolvieron en un encerado, y le clavaron el madero en la popa del bergantín con seis clavos en la cabeza y pie, y decían los carpinteros que habían puesto aquello allí para fortificar el bergantín, y venía tan secreto, que todo el mundo no lo podía alcanzar a saber, y dio el carpintero el aviso de esto a un marinero que venía en él, para que, en llegando a tierra de promisión, se aprovechase de ello; y estando concertado que le habían de dejar ver antes que lo embarcasen, el capitán Salazar ni otros ningunos le vieron; antes, una noche, a media noche, vinieron a la prisión con mucha arcabucería, trayendo cada arcabucero tres mechas entre los dedos, por que paresciese que era mucha arcabucería; y ansí entraron en la cámara donde estaba preso el veedor Alonso Cabrera y el factor Pedro Dorantes, y le tomaron por los brazos y le levantaron de la cama con los grillos, como estaba muy malo, casi la candela en la mano, y así le sacaron hasta la puerta de la calle; y como vio el cielo (que hasta entonces no lo había visto), rogóles que le dejasen dar gracias a Dios; y como se levantó, que estaba de rodillas, trujéronle allí dos soldados de buenas fuerzas para que lo llevasen en los brazos a le embarcar, porque estaba muy flaco y tollido; y como le tomaron, y se vio entre aquella gente, díjoles: "Señores: sed testigos que dejo por mi lugarteniente al capitán Juan de Salazar de Espinosa, para que por mí, y en nombre de Su Majestad, tenga esta tierra en paz y justicia hasta que Su Majestad provea lo que más servido sea." Y como acabó de decir esto, Garci-Vanegas, teniente de tesorero, arremetió con el puñal en la mano, diciendo: "No creo en tal, si al Rey mentáis, si no os saco el alma." Y aunque el gobernador estaba avisado que no lo dijese en aquel tiempo, porque estaban determinados de le matar, porque era palabra muy escandalosa para ellos y para los que de parte de Su Majestad le tirasen de sus manos, porque estaban todos en la calle; y apartándose Garci-Vanegas un poco, tornó a decir las mismas palabras; y entonces Garci-Vanegas arremetió al gobernador con mucha furia, y púsole el puñal a la sien, diciendo: "No creo en tal (como de antes), si no os doy de puñaladas, y dióle de la sien una herida pequeña, y dio con los que le llevaban en los brazos tal rempujón, que dieron con el gobernador y con ellos en el suelo, y el uno de ellos perdió la gorra; y como pasó esto, le llevaron con toda priesa a embarcar al bergantín; y ansí le cerraron con tablas la popa de él; y estando allí, le echaron dos candados que no le dejaban lugar para rodearse, y así se hicieron al largo el río abajo. Dos días después de embarcado el gobernador, ido el río abajo, Domingo de Irala y el contador Felipe de Cáceres y el factor Pedro Dorantes juntaron sus amigos y dieron en la casa del capitán Salazar, y lo prendieron a él y a Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca, y los echaron prisioneros y metieron en un bergantín, y vinieron el río abajo hasta que llegaron al bergantín a do venía el Gobernador, y con él vinieron presos a Castilla; y es cierto que si el capitán Salazar quisiera, el gobernador no fuera preso, ni menos pudieran sacallo de la tierra ni traello a Castilla; mas, como quedaba por teniente, disimulólo todo; y viniendo así, rogó a los oficiales que le dejasen traer dos criados suyos para que le sirviesen por el camino y le hiciesen de comer, y así, metieron los dos criados, no para que le sirviesen, sino para que viniesen bogando cuatrocientas leguas el río abajo, y no hallaban hombre que quisiese venir a traerle, y a unos traían por fuerza, y otros se venían huyendo por la tierra adentro, a los cuales tomaron sus haciendas, las cuales daban a los que traían por fuerza, y en este camino los oficiales hacían una maldad muy grande, y era que, al tiempo que le prendieron, otro día y otros tres andaban diciendo a la gente de su parcialidad y otros amigos suyos mil males del gobernador, y al cabo les decían: "¿Qué os parece? ¿Hecimos bien por vuestro provecho y servicio de Su Majestad? Y pues así es, por amor de mí que echéis una firma aquí al cabo de este papel." Y de esta manera hinchieron cuatro manos de papel, y viniendo el río abajo, ellos mesmos decían y escribían los dichos contra el gobernador, y quedaban los que lo firmaron trescientas leguas el río arriba en la ciudad de la Ascensión; y de esta manera fueron las informaciones que enviaron contra el gobernador.
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Cómo tenían concertado en esta ciudad de Cholula de nos matar por mandato de Montezuma, y lo que sobre ello pasó Habiéndonos recibido tan solemnemente como habemos dicho, e ciertamente de buena voluntad, sino que, según después pareció, envió a mandar Montezuma a sus embajadores que con nosotros estaban, que tratasen con los de Cholula que con un escuadrón de veinte mil hombres que envió Montezuma, que estuviesen apercibidos para en entrando en aquella ciudad, que todos nos diesen guerra, y de noche y de día nos acapillasen, e los que pudiesen llevar atados de nosotros a México, que se los llevasen; e con grandes prometimientos que les mandó, y muchas joyas y ropa que entonces les envió, e un atambor de oro; e a los papas de aquella ciudad que habían de tomar veinte de nosotros para hacer sacrificios a sus ídolos; pues ya todo concertado, y los guerreros que luego Montezuma envió estaban en unos ranchos e arcabuezos obra de media legua de Cholula, y otros estaban ya dentro en las casas, y todos puestos a punto con sus armas, hechos mamparos en las azoteas, y en las calles hoyos e albarradas para que no pudiesen correr los caballos, y aun tenían unas casas llenas de varas largas y colleras de cueros, e cordeles con que nos habían de atar e llevarnos a México. Mejor hizo nuestro señor Dios, que todo se les volvió al revés; e dejémoslo ahora, e volvamos a decir que, así como nos aposentaron como dicho hemos, e nos dieron muy bien de comer los días primeros, e puesto que los veíamos que estaban muy de paz, no dejábamos siempre de estar muy apercibidos, por la buena costumbre que en ello teníamos, e al tercero día ni nos daban de comer ni parecía cacique ni papa; e si algunos indios nos venían a ver, estaban apartados, que no llegaban a nosotros, e riéndose como cosa de burla; e como aquello vio nuestro capitán, dijo a doña Marina e Aguilar, nuestras lenguas, que dijese a los embajadores del gran Montezuma que allí estaban, que mandasen a los caciques traer de comer; e lo que traían era agua y leña y unos viejos que lo traían decían que no tenían maíz, e que en aquel día vinieron otros embajadores del Montezuma, e se juntaron con los que estaban con nosotros, e dijeron muy desvergonzadamente e sin hacer acato que su señor les enviaba a decir que no fuésemos a su ciudad, porque no tenía qué darnos de comer, e que luego se querían volver a México con la respuesta; e como aquello vio Cortés, le pareció mal su plática, e con palabras blandas dijo a los embajadores que se maravillaba de tan gran señor como es Montezuma, tener tantos acuerdos, e que les rogaba que no se fuesen, porque otro día se querían partir para verle e hacer lo que mandase, y aun me parece que les dio unos sartalejos de cuentas; y los embajadores dijeron que sí aguardarían; y hecho esto, nuestro capitán nos mandó juntar, y nos dijo: "Muy desconcertada veo esta gente, estemos muy alerta, que alguna maldad hay entre ellos"; e luego envió a llamar al cacique principal, que ya no se me acuerda cómo se llamaba, o que enviase algunos principales; e respondió que estaba malo e que no podía venir ni él ni ellos; y como aquello vio nuestro capitán, mandó que de un gran cu que estaba junto de nuestros aposentos le trajésemos dos papas con buenas razones, porque había muchos en él; trajimos dos dellos sin les hacer deshonor, y Cortés les mandó dar a cada uno un chalchihuite, que son muy estimados entre ellos, como esmeraldas, e les dijo con palabras amorosas, que por qué causa el cacique y principales e todos los demás papas están amedrentados, que los ha enviado a llamar y no habían querido venir; parece ser que el uno de aquellos papas era hombre muy principal entre ellos, y tenía cargo o mando en todos los más cues de aquella ciudad, que debía de ser a manera de obispo entre ellos, y le tenían gran acato; e dijo que los que son papas que no tenían temor de nosotros, que si el cacique y principales no han querido venir, que él iría a les llamar, y que como él les hable, que tiene creído que no harán otra cosa y que vendrán; e luego Cortés dijo que fuese en buen hora, y quedase su compañero allí aguardando hasta que viniesen; e fue aquel papa e llamó al cacique e principales, e luego vinieron juntamente con él al aposento de Cortés, y les preguntó con nuestras lenguas doña Marina e Aguilar, que por qué habían miedo e por qué causa no nos daban de comer, y que si reciben pena de nuestra estada en la ciudad, que otro día por la mañana nos queríamos partir para México a ver e hablar al señor Montezuma, e que le tengan aparejados tamemes para llevar el fordaje e tepuzques, que son las bombardas; e también, que luego traigan comida; y el cacique estaba tan cortado, que no acertaba a hablar, y dijo que la comida que la buscarían; mas que su señor Montezuma les ha enviado a mandar que no la diesen, ni quería que pasásemos de allí adelante; y estando en estas pláticas vinieron tres indios de los de Cempoal, nuestros amigos, y secretamente dijeron a Cortés que habían hallado junto adonde estábamos aposentados hechos hoyos en las calles e cubiertos con madera e tierra, que no mirando mucho en ello no se podría ver, e que quitaron la tierra de encima de un hoyo, que estaba lleno de estacas muy agudas para matar los caballos que corriesen, e que las azoteas que las tienen llenas de piedras e mamparos de adobes; y que ciertamente no estaban de buen arte, porque también hallaron albarradas de maderos gruesos en otra calle; y en aquel instante vinieron ocho indios tlascaltecas de los que dejamos en el campo, que no entraron en Cholula, y dijeron a Cortés: "Mira, Malinche, que esta ciudad está de mala manera, porque sabemos que esta noche han sacrificado a su ídolo, que es el de la guerra, siete personas, y los cinco dellos son niños, porque les de victoria contra vosotros; e también habemos visto que sacan todo el fardaje e mujeres e niños." Y como aquello oyó Cortés, luego los despachó para que fuesen a sus capitanes, los tlascaltecas: que estuviesen muy aparejados si los enviásemos a llamar, y tornó a hablar al cacique y papas y principales de Cholula que no tuviesen miedo ni anduviesen alterados, y que mirasen la obediencia que dieron, que no la quebrantasen, que les castigaría por ello; que ya les ha dicho que nos queremos ir por la mañana, que ha menester dos mil hombres de guerra de aquella ciudad que vayan con nosotros, como nos han dado los de Tlascala, porque en los caminos los habrá menester; e dijéronle que sí darían así los hombres de guerra como los del fardaje; e demandaron licencia para irse luego a los apercibir, y muy contentos se fueron, porque creyeron que con los guerreros que habían de dar e con las capitanías de Montezuma que estaban en los arcabuezos y barrancas, que allí de muertos o presos no podríamos escapar, por causa que no podrían correr los caballos; y por ciertos mamparos y albarradas, que dieron luego por aviso a los que estaban en guarnición que hiciesen a manera de callejón que no pudiésemos pasar, y les avisaron que otro día habíamos de partir, e que estuviesen muy a punto todos, porque ellos darían dos mil hombres de guerra; e como fuésemos descuidados, que allí harían su presa los unos y los otros, e nos podían atar; e. que esto que lo tuviesen por cierto, porque ya habían hecho sacrificios a sus ídolos de guerra y les habían prometido la victoria. Y dejemos de hablar en ello, que pensaban que sería cierto; e volvamos a nuestro capitán, que quiso saber muy por extenso todo el concierto y lo que pasaba; y dijo a doña Marina que llevase más chalchihuites a los dos papas que había hablado. primero, pues no tenía miedo, e con palabras amorosas les dijese que les quería tornar a hablar Malinche, e que los trajese consigo; y la doña Marina fue y les habló de tal manera, que lo sabía muy bien hacer, y con dádivas vinieron luego con ella; y Cortés les dijo que dijesen la verdad de lo que supiesen, pues eran sacerdotes de ídolos e principales, que no habían de mentir; e que lo que dijesen, que no sería descubierto por vía ninguna, pues que otro día nos habíamos de partir, e que les daría mucha ropa. E dijeron que la verdad es, que su señor Montezuma supo que íbamos a aquella ciudad, e que cada día estaba en muchos acuerdos, e que no determinaba bien la cosa; e que unas veces les enviaba a mandar que si allá fuésemos que nos hiciesen mucha honra e nos encaminasen a su ciudad, e otras veces les enviaba a decir que ya no era su voluntad que fuésemos a México; e que ahora nuevamente le han aconsejado su Tezcatepuca y su Huichilobos, en quien ellos tienen gran devoción, que allí en Cholula los matasen, o llevasen atados a México. E que había enviado el día antes veinte mil hombres de guerra, y la mitad están ya aquí dentro desta ciudad e la otra mitad están cerca de aquí entre unas quebradas, e que ya tienen aviso que os habéis de ir mañana, y de las albarradas que se mandaron hacer y de los dos mil guerreros que os habemos de dar, e cómo tenían ya hechos conciertos que habían de quedar veinte de nosotros para sacrificar a los ídolos de Cholula. Y sabido todo esto, Cortés les mandó dar mantas muy labradas, y les rogó que no le dijesen, porque si lo descubrían, que a la vuelta que volviésemos de México los matarían; e que se querían ir muy de mañana, e que hiciesen venir todos los caciques para hablarles, como dicho les tiene; y luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habíamos de hacer, porque tenía muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suele acaecer, unos decían que sería bien torcer el camino e irnos para Guaxocingo, otros decían que procurásemos haber paz por cualquier vía que pudiésemos, y que nos volviésemos a Tlascala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin castigo, que en cualquiera parte nos tratarían otras peores, y pues que estábamos allí en aquel gran pueblo e habían hartos bastimentos, les diésemos guerra, porque más la sentirán en sus casas que no en el campo, y que luego apercibiésemos a los tlascaltecas que se hallasen en ello. Y a todos pareció bien este postrer acuerdo, y fue desta manera: que ya que les había dicho Cortés que nos habíamos de partir para otro día, que hiciésemos que liábamos nuestro hato, que era harto poco, y que en unos grandes patios que había donde posábamos, estaban con altas cercas, que diésemos en los indios de guerra, pues aquello era su merecido. Y que con los embajadores de Montezuma disimulásemos, y les dijésemos que los malos de los cholultecas han querido hacer una traición y echar la culpa della a su señor Montezuma, e a ellos mismos como sus embajadores; lo cual no creíamos que tal mandase hacer, y que les rogábamos que se estuvieran en el aposento de nuestro capitán, e no tuviesen más plática con los de aquella ciudad, porque no nos den que pensar que andan juntamente con ellos en las traiciones, y que se vayan con nosotros a México por guías; y respondieron que ellos ni su señor Montezuma no saben cosa ninguna de lo que les dicen; y aunque no quisieron, les pusimos guardas porque no se fuesen sin licencia y porque no supiese Montezuma que nosotros sabíamos que él era quien lo había mandado hacer; e aquella noche estuvimos muy apercibidos y armados, y los caballos ensillados y enfrenados, con grandes velas y rondas, que esto siempre lo teníamos de costumbre, porque tuvimos por cierto que todas las capitanías, así de mexicanos como de cholultecas, que aquella noche habían de dar sobre nosotros; y una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama que tenían ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua, y como la vio moza y de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fuese con ella a su casa si quería escapar con vida, porque ciertamente aquella noche o otro día nos habían de matar a todos, porque ya estaba así mandado y concertado por el gran Montezuma, para que entre los de aquella ciudad y los mexicanos se juntasen, y no quedase ninguno de nosotros a vida, o nos llevasen atados a México; y porque sabe esto, y por mancilla que tenía de la doña Marina, se lo venía a decir, y que tomase todo su hato y se fuese con ella a su casa, y que allí la casaría con un su hijo, hermano de otro mozo que traía la vieja, que la acompañaba. E como lo entendió doña Marina, y en todo era muy avisada, le dijo: "¡Oh madre, qué mucho tengo que agradeceros eso que me decís! Yo me fuera ahora, sino que no tengo de quien fiarme para llevar mis mantas y joyas, que es mucho. Por vuestra vida, madre, que aguardéis un poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos iremos; que ahora ya veis que estos teules están velando, y sentirnos han"; y la vieja creyó lo que la decía, y quedóse con ella platicando, y le preguntó que de qué manera nos había de matar, e cómo e cuándo se hizo el concierto; y la vieja se lo dijo ni más ni menos lo que habían dicho los dos papas; e respondió la doña Marina: "Pues ¿cómo siendo tan secreto ese negocio, lo alcanzastes vos a saber?" Dijo que su marido se lo había dicho, que es capitán de una parcialidad de aquella ciudad, y como tal capitán está ahora con la gente de guerra que tiene a cargo, dando orden para que se junten en las barrancas con los escuadrones del gran Montezuma, y que cree estarán juntos esperando para cuando fuésemos, y que allí nos matarían; y que esto del concierto que lo sabía tres días había, porque de México enviaron a su marido un atambor dorado, e a otras tres capitanías también les envió ricas mantas y joyas de oro, porque nos llevasen a todos a su señor Montezuma; y la doña Marina, como lo oyó, disimuló con la vieja, y dijo: "¡Oh cuánto me huelgo en saber que vuestro hijo con quien me queréis casar es persona principal! Mucho hemos estado hablando; no querría que nos sintiesen: por eso, madre, aguardad aquí, comenzaré a traer mi hacienda, porque no lo podré sacar todo junto; e vos e vuestro hijo, mi hermano, lo guardaréis, y luego nos podremos ir"; y la vieja todo se lo creía, y sentóse de reposo la vieja, ella y su hijo; y la doña Marina entra de presto donde estaba el capitán Cortés, y le dice todo lo que pasó con la india; la cual luego la mandó traer ante él, y la tornó a preguntar sobre las traiciones y conciertos, y le dijo ni más ni menos que los papas; y le pusieron guardas porque no se fuese. Y cuando amaneció era cosa de ver la prisa que traían los caciques y papas con los indios de guerra, con muchas risadas y muy contentos, como si ya nos tuvieran metidos en el garlito e redes; e trajeron más indios de guerra que les pedimos, que no cupieron en los patios, por muy grandes que son, que aun todavía se están sin deshacer por memoria de lo pasado; e por bien de mañana que vinieron los cholultecas con la gente de guerra, ya todos nosotros estábamos muy a punto para lo que se había de hacer, y los soldados de espada y rodela puestos a la puerta del gran patio para no dejar salir a ningún indio de los que estaban con armas, y nuestro capitán también estaba a caballo, acompañado de muchos soldados para su guarda; y cuando vio que tan de mañana habían venido los caciques y papas y gente de guerra, dijo: "¡Qué voluntad tienen estos traidores de vernos entre las barrancas para se hartar de nuestras carnes! Mejor lo hará nuestro señor"; y preguntó por los dos papas que habían descubierto el secreto, y le dijeron que estaban a la puerta del patio con otros caciques que querían entrar, y mandó Cortés a Aguilar, nuestra lengua, que les dijesen que se fuesen a sus casas, e que ahora no tenían necesidad dellos; y esto fue por causa que, pues nos hicieron buena obra, no recibiesen mal por ella, porque no los matasen. E como Cortés estaba a caballo, e doña Marina junto a él, comenzó a decir a los caciques e papas que, sin hacerles enojo ninguno, a qué causa nos querían matar la noche pasada. E que, si les hemos hecho o dicho cosa para que nos tratasen aquellas traiciones, más de amonestalles las cosas que a todos los más pueblos por donde hemos venido les decimos, que no sean malos ni sacrifiquen hombres, ni adoren sus ídolos ni coman las carnes de sus prójimos; que no sean sométicos e que tengan buena manera en su vivir, y decirles las cosas tocantes a nuestra santa fe, y esto sin apremialles en cosa ninguna; e a qué fin tienen ahora nuevamente aparejadas muchas varas largas y recias con colleras, y muchos cordeles en una casa junto al gran cu, e por qué han hecho de tres días acá albarradas en las calles e hoyos, e pertrechos en las azoteas, e por qué han sacado de su ciudad sus hijos e mujeres y hacienda; e que bien se ha parecido su mala voluntad y las traiciones, que no las pudieron encubrir, que aun de comer no nos daban, que por burla traían agua y leña, y decían que no había maíz; y que bien sabe que tienen cerca de allí en unas barrancas muchas capitanías de guerreros esperándonos, creyendo que habíamos de ir por aquel camino a México, para hacer la traición que tienen acordada, con otra mucha gente de guerra que esta noche se ha juntado con ellos; que pues en pago de que los venían a tener por hermanos e decirles lo que Dios nuestro señor y el rey manda, nos querían matar en comer nuestras carnes, que ya tenían aparejadas las ollas con sal e ají e tomates; que si esto querían hacer, que fuera mejor nos dieran guerra como esforzados y buenos guerreros en los campos, como hicieron sus vecinos los tlascaltecas; e que sabe por muy cierto lo que tenían concertado en aquella ciudad y aun prometido a su ídolo abogado de la guerra, y que le habían de sacrificar veinte de nosotros delante del ídolo, y tres noches antes ya pasadas que le sacrificaron siete indios porque les diese victoria, la cual les prometió; e como es malo y falso, no tiene ni tuvo poder contra nosotros; y que todas estas maldades y traiciones que han tratado y puesto por la obra, han de caer sobre ellos; y esta razón se lo decía doña Marina, y se lo daban muy bien a entender. Y como lo oyeron los papas y caciques y capitanes, dijeron que así es verdad lo que les dice, y que dello no tienen culpa, porque los embajadores de Montezuma lo ordenaron por mandado de su señor. Entonces les dijo Cortés que tales traiciones como aquellas, que mandaban las leyes reales que no queden sin castigo, e que por su delito que han de morir; e luego mandó soltar una escopeta, que era la señal que teníamos apercibida para aquel efecto, y se les dio una mano que se les acordará para siempre, porque matamos muchos dellos, y otros se quemaron vivos, que no les aprovechó las promesas de sus falsos dioses; y no tardaron dos horas que no llegaron allí nuestros amigos los tlascaltecas que dejamos en el campo, como ya he dicho otra vez, y peleaban muy fuertemente en las calles, donde los cholultecas tenían otras capitanías defendiéndolas porque no les entrásemos, y de presto fueron desbaratadas, e iban por la ciudad robando y cautivando, que no los podíamos detener; y otro día vinieron otras capitanías de las poblaciones de Tlascala, y les hacían grandes daños, porque estaban muy mal con los de Cholula; y como aquello vimos, así Cortés como los demás capitanes y soldados, por mancilla que hubimos dellos, detuvimos a los tlascaltecas que no hiciesen más mal; y Cortés mandó a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí que le trajesen todas las capitanías de Tlascala para les hablar, y no tardaron de venir, y les mandó que recogiesen toda su gente y se estuviesen en el campo, y así lo hicieron, que no quedaron con nosotros sino los de Cempoal; y en aqueste instante vinieron ciertos caciques y papas cholultecas que eran de otros barrios, que no se hallaron en las traiciones, según ellos decían (que, como es gran ciudad, era bando y parcialidad por sí), y rogaron a Cortés y a todos nosotros que perdonásemos el enojo de las traiciones que nos tenían ordenadas, pues los traidores habían pagado con las vidas; y luego vinieron los dos papas amigos nuestros que nos descubrieron el secreto, y la vieja mujer del capitán que quería ser suegra de doña Marina (como ya he dicho otra vez), y todos rogaron a Cortés fuesen perdonados. Y Cortés cuando se lo decían mostró tener grande enojo, y mandó llamar a los embajadores de Montezuma que estaban detenidos en nuestra compañía, y dijo que, puesto que toda aquella ciudad merecía ser asolada y que pagaran con las vidas, que teniendo respeto a su señor Montezuma, cuyos vasallos son, los perdona, e que de allí adelante que sean buenos, e no les acontezca otra como la pasada, que morirán por ello. Y luego mandó llamar los caciques de Tlascala que estaban en el campo, e les dijo que volviesen los hombres y mujeres que habían cautivado, que bastaban los males que habían hecho. Y puesto que se les hacía de mal devolverlo, e decían que de muchos más danos eran merecedores por los traiciones que siempre de aquella ciudad han recibido, por mandarlo Cortés volvieron muchas personas; mas ellos quedaron desta vez ricos, así de oro e mantas, e algodón y sal e esclavos. Y demás desto, Cortés los hizo amigos con los de Cholula, que a lo que después vi e entendí, jamás quebraron las amistades; e más les mandó a todos los papas e caciques cholultecas que poblasen su ciudad e que hiciesen tiangues e mercados, e que no hubiesen temor, que no se les haría enojo ninguno; y respondieron que dentro en cinco días harían poblar toda la ciudad, porque en aquella sazón todos los más vecinos estaban remontados, e dijeron que tenían necesidad que Cortés les nombrase cacique, porque el que solía mandar fue uno de los que murieron en el patio. E luego preguntó que a quién le venía cacicazgo, e dijeron que a un su hermano; al cual luego le señaló por gobernador, hasta que otra cosa fuese mandada. Y demás desto, desque vio la ciudad poblada y estaban seguros en sus mercados, mandó que se juntasen los papas y capitanes con los demás principales de aquella ciudad, y se les dio a entender muy claramente todas las cosas tocantes a nuestra santa fe, e que dejasen de adorar ídolos, y no sacrificasen ni comiesen carne humana, ni se robasen unos a otros, ni usasen las torpedades que solían usar, y que mirasen que sus ídolos los traen engañados, y que son malos y no dicen verdad, e que tuviesen memoria que cinco días había las mentiras que les prometieron que les darían victoria cuando sacrificaron las siete personas, e cómo cuanto dicen a los papas e a ellos es todo malo, e que les rogaba que luego los derrocasen e hiciesen pedazos, e si ellos no querían, que nosotros los quitaríamos, e que hiciesen encalar uno como humilladero, donde pusimos una cruz. Lo de la cruz luego lo hicieron, y respondieron que quitarían los ídolos; y puesto que se lo mandó muchas veces que los quitasen, lo dilataban. Y entonces dijo el padre de la Merced a Cortés que era por demás a los principios quitarles sus ídolos, hasta que van entendiendo más las cosas, y ver en qué paraba nuestra entrada en México, y el tiempo nos diría lo que habíamos de hacer, que al presente bastaban las amonestaciones que se les habían hecho, y ponerles la cruz. Dejaré de hablar desto, y diré cómo aquella ciudad está asentada en un llano y en parte e sitio donde están muchas poblaciones cercanas, que es Tepeaca, Tlascala, Chalco, Tecamachalco, Guaxocingo e otros muchos pueblos, que por ser tantos, aquí no los nombro; y es tierra de maíz e otras legumbres, e de mucho ají, y toda llena de magüeyales, que es de lo que hacen el vino, e hacen en ella muy buena loza de barro colorado e prieto e blanco, de diversas pinturas, e se bastece della México y todas las provincias comercanas, digamos ahora como en Castilla lo de Talavera o Palencia. Tenía aquella ciudad en aquel tiempo sobre cien torres muy altas, que eran cues e adoratorios donde estaban sus ídolos, especial el cu mayor era de más altor que el de México, puesto que era muy suntuoso y alto el cu mexicano, y tenía otros cien patios para el servicio de los cues; y según entendimos, había allí un ídolo muy grande, el nombre de él no me acuerdo, mas entre ellos tenía gran devoción y venían de muchas partes a le sacrificar, en tener como a manera de novenas, y le presentaban de las haciendas que tenían. Acuérdome que cuando en aquella ciudad entramos, que cuando vimos tan altas torres y blanquear, nos pareció al propio Valladolid. Dejemos de hablar desta ciudad y todo lo acaecido en ella, y digamos cómo los escuadrones que había enviado el gran Montezuma, que estaban ya puestos entre los arcabuezos que están cabe Cholula, y tenían hechos mamparos y callejones para concertado, como ya otra vez he dicho; e como supieron lo acaecido, se vuelven más que de paso para México, y dan relación a su Montezuma según y de la manera que todo pasó; y por presto que fueron, ya teníamos la nueva de dos principales que con nosotros estaban, que fueron en posta; y supimos muy de cierto que cuando lo supo Montezuma que sintió gran dolor y enojo, e que luego sacrificó ciertos indios a su ídolo Huichilobos, que le tenían por dios de la guerra, porque les dijese en qué había de parar nuestra ida a México, o si nos dejaría entrar en su ciudad; y aun supimos que estuvo encerrado en sus devociones y sacrificios dos días, juntamente con diez papas los más principales, y hubo respuesta de aquellos ídolos que tenían por dioses, y fue que le aconsejaron que nos enviase mensajeros a disculpar de lo de Cholula, y que con muestras de paz nos deje entrar en México, y que estando dentro, con quitarnos la comida e agua, o alzar cualquiera de las puentes, nos mataría, y que en un día, si nos daba guerra, no quedaría ninguno de nosotros a vida, y que allí podría hacer sus sacrificios, así al Huichilobos, que les dio esta respuesta, como a Tezcatepuca, que tenían por dios del infierno, e tendrían hartazgos de nuestros muslos y piernas y brazos; y de las triplas y el cuerpo y todo lo demás hartarían las culebras y serpientes e tigres que tenían en unas casas de madera, como adelante diré en su tiempo y lugar. Dejemos de hablar de lo que Montezuma sintió de lo sobredicho, y digamos cómo esta cosa o castigo de Cholula fue sabido en todas las provincias de la Nueva España. Y si de antes teníamos fama de esforzados, y habían sabido de la guerra de Potonchan y Tabasco y de Cingapacinga y lo de Tlascala, y nos llamaban teules, que es nombre como sus dioses o cosas malas, desde allí adelante nos tenían por adivinos, y decían que no se nos podría encubrir cosa ninguna mala que contra nosotros tratasen, que no lo supiésemos, y a esta causa nos mostraban buena voluntad. Y creo que estarán hartos los curiosos lectores de oír esta relación de Cholula, e ya quisiera haberla acabado de escribir. Y no puedo dejar de traer aquí a la memoria las redes de maderos gruesos que en ella hallamos; las cuales tenían llenas de indios y muchachos a cebo, para sacrificar y comer sus carnes; las cuales redes quebramos, y los indios que en ellas estaban presos les mandó Cortés que se fuesen adonde eran naturales, y con amenazas mandó a los capitanes y papas de aquella ciudad que no tuviesen más indios de aquella manera ni comiesen carne humana, y así lo prometieron. Mas ¿qué aprovechaban aquellos prometimientos que no los cumplían? Pasemos ya adelante, y digamos que aquéstas fueron las grandes crueldades que escribe y nunca acaba de decir el señor obispo de Chiapa, don fray Bartolomé de las Casas; porque afirma y dice que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo y porque se nos antojó, se hizo aquel castillo; y aun dícelo de arte en su libro a quien no lo vio ni lo sabe, que les hará creer que es así aquello e otras crueldades que escribe siendo todo al revés, y no pasó como lo escribe. Y también quiero decir que unos buenos religiosos franciscanos, que fueron los primeros frailes que su majestad envió a esta Nueva España después de ganado México, según adelante diré, fueron a Cholula para saber y pesquisar e inquirir y de qué manera pasó aquel castigo, e por qué causa, e la pesquisa que hicieron fue con los mismos papas e viejos de aquella ciudad; y después de bien sabido dellos mismos, hallaron ser ni más ni menos que en esta mi relación escribo; y si no se hiciera aquel castigo, nuestras vidas estaban en harto peligro, según los escuadrones y capitanías tenían de guerreros mexicanos y de los naturales de Cholula, e albarradas e pertrechos; que si allí por nuestra desdicha nos mataran, esta Nueva España no se ganara tan presto ni se atreviera a venir otra armada, e ya que viniera fuera con gran trabajo, porque les defendieran los puertos; y se estuvieran siempre en sus idolatrías. Yo he oído decir a un fraile francisco de buena vida, que se decía fray Toribio Motolinia, que si se pudiera excusar aquel castigo, y ellos no dieran causa a que se hiciese, que mejor fuera; mas ya que se hizo que fue bueno para que todos los indios de todas las provincias de la Nueva España viesen y conociesen que aquellos ídolos y todos los demás son malos y mentirosos, y que viendo que lo que les había prometido salió al revés, que perdieron la devoción que antes tenían con ellos, y que desde allí en adelante no le sacrificaban ni venían en romería de otras partes, como solían, y desde entonces no curaron más de él, y le quitaron del alto cu donde estaba, y lo escondieron o quebraron, que no pareció más, y en su lugar habían puesto otro ídolo. Dejémoslo ya, y diré lo que más adelante hicimos.
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Capítulo LXXXIII De cómo don Francisco Pizarro volvió a los Reyes, donde, como supo las cosas que pasaban a la ciudad del Cuzco, salió para ir a ella Deseaba mucho Pizarro que su hermano volviese de España. El tiempo que estuvo en Trujillo gastólo en la población de aquella ciudad, en procurar atraer a la paz los indios naturales. Envió a Belalcázar, que andaba en Quito, provisión de capitán y teniente general, y a Puerto Viejo y a otras partes envió a mandar lo que más convenía. Volvió a la ciudad de los Reyes donde fue bien recibido. Deseaba tener nuevas del Cuzco. Llegó de Panamá, donde había ido, Francisco Martín de Alcántara; traía consigo a don Diego, hijo de Almagro. Había salido del Cuzco un Andrés Enamorado, al tiempo que andaban en aquellas bregas que ya se han escrito, a dar aviso de ello a Pizarro, el cual, llegado que fue a los Reyes informando más de lo que era su venida le certificó que sus hermanos estaban en gran riesgo porque Soto y Almagro habían andado con ellos en tales negocios que se habían dado de lanzadas. Pesóle con estas nuevas a Pizarro. Quejábase de Almagro, sin saber lo cierto; afirmaba a los que lo oían, que por su causa se había levantado el alboroto. Apercibió algunos de sus amigos para salir a grandes jornadas la vuelta del Cuzco. Llevó consigo al licenciado Caldera y Antonio Picado, su secretario. En los Reyes dejó por teniente a Ochoa de Ribas. Dijese también en el capítulo pasado cómo Vasco de Guevara había salido del Cuzco por mandado de Almagro para tomar las provisiones que he dicho venir en poder de aquel mozo que las traía. Y después de haber caminado más de veinte leguas se encontró con él y lo llevó a don Diego de Almagro, que mucho enojo recibió cuando no vio más que un papel simple por haberse publicado por todas partes que le venían ya las provisiones de gobernador. Mas no dejó de afirmar a sus amigos que no podía tardar lo verdadero, pues aquello había sido sacado letra por letra de ello. Juan Pizarro y los que eran aficionados a su hermano se holgaron, haciendo escarnio de Almagro porque tan ligeramente se había creído a lo que le habían dicho, diciendo que ellos tenían a Hernando por tal pájaro que traería lo que al gobernador conviniese, pues lo sabía y entendía tan bien. Habiendo pues partido de la ciudad de los Reyes don Francisco Pizarro, caminó camino del Cuzco de donde, como Almagro supo que había salido Andrés Enamorado, mandó a Luis de Moscoso que saliese a se encontrar con él y le dijese lo que había pasado en aquella ciudad con toda verdad, sin mezcla ninguna; mas antes que llevase supo de un fraile las nuevas, con que se le quitó parte de la turbación que llevaba. Llegando en lo que llaman Guaytara, se encontró con Moscoso y con los que más venían y los recibió bien, diciendo a lo que le contaron que se holgaba de que saliese mentira lo más de lo que había dicho Andrés Enamorado. En el paraje de los aposentos de Bilcas, recibió una carta escrita de un grande amigo de Juan Pizarro y suyo, llamado Pero Alonso Carrasco, vecino de la ciudad, en que un capítulo de ella dicen que le afirmaba si con brevedad no llegaba al Cuzco, no hallaría vivos a sus hermanos y amigos. Causó algún desasosiego esta carta, diciendo a Moscoso y al fraile que no le habían dicho verdad. Respondieron con algún enojo: que más que no quien había escrito la carta. Determinóse que el mismo Luis de Moscoso y Antonio Picado se adelante a la ciudad para tomar lengua cierta de lo que había. Y como llegaron, supieron no haber más de lo que Moscoso había contado y que lo otro era industrias de hombres y alborotadores que deseaban ver enemistados los dos compañeros por acrecentarse en los repartimientos con la tal necesidad. Supo, lo que digo, Pizarro de su secretario Picado y de Moscoso. Prosiguió el camino y en Avancay halló dos criados suyos llamados Alonso de Mesa y Pedro Pizarro, los cuales dijeron que ellos habían escrito cartas de lo que Almagro había hecho en el Cuzco y si era necesario en ello se ratificaban. Pizarro no hizo caso de más dichos, antes marchó hasta llegar al valle de Xaquixaguana, donde andando un poco más halló a Luis de Moscoso y a Picado que le estaban aguardando porque el aviso que le dieron fue por cartas. También halló aquí a Diego Gavilán, que había antes de todo esto ido al Cuzco para saber en qué estado estaban las cosas; con todos ellos y los que más venían, anduvo el gobernador hasta llegar a la ciudad, sin consentir que fuesen a hacer saber cómo estaba tan cerca de ella que fuese causa que no saliesen a le recibir sino fueron Toro, Juan Ronquillo, Cermeño que lo supieron. Fuese a apear en la iglesia para hacer oración. Almagro supo de su entrada. Fue donde se halló cuando se apeó y se abrazaron el uno y el otro, derramando hartas lágrimas: si anduvieran en los manglares y no estuvieran en el Cuzco afirmara yo: que eran salidas de afición y amor. Dicen que te dijo Pizarro: "Vos me habéis hecho venir muriendo por esos caminos sin traer cama ni toldo ni otra comida que maíz cocido; ¿dónde ha estado vuestro juicio que sin mirar lo que hay en medio hayáis sido causa de tomar rehurtas con mis hermanos a los cuales yo tengo mandado os tengan respeto como a mí mismo?". Y que Almagro le respondió que no viniera él con tanta prisa, pues él le había enviado aviso de lo que había pasado y que en lo demás a tiempo estaba que sabría la verdad de todo, y que sus hermanos lo habían mirado mal, porque no podían encubrir serles molesto ni enojoso el haberle hecho gobernador el rey. Pasando estas pláticas y otras, llegaron el capitán Hernando de Soto y muchos caballeros guatimaltecos y vecinos a le besar las manos y todos fueron bien recibidos de él. Y como se vio en su posada, reprendió mucho a sus hermanos lo que habían hecho. Daban sus excusas diciendo que ya Almagro se tenía por gobernador del Cuzco y pensaba repartir las provincias entre sus amigos, y no en los que lo habían trabajado, y que ellos habían hecho lo que había convenido a su honra y servicio. Mango Inga Yupangue, que de derecho había recibido por Inca, vino muy alegre a ver a Pizarro y lo abrazó, holgándose mucho con él, y lo mismo con todos los demás señores principales, que le vinieron a ver. Tello de Guzmán había traído la provisión que he dicho atrás, librada de la chancillería real; y como supo lo que había pasado en el Cuzco, había venido con intención de requerir con ello al gobernador y al mariscal porque no hubiese ningún escándalo, y así lo hizo protestándolo y tomándolo por testimonio. Había venido con el gobernador y el licenciado Caldera, que siempre dio buenos consejos y medios porque no hubiese discordias ni el emperador fuese deservido. Habló en secreto con Pizarro, diciéndole que se conformase con Almagro, pues veían cuán bienquisto estaba; y conocía la flor de los caballeros que vinieron con Alvarado estaban de su parte, y otras cosas le dijo, por donde Pizarro conoció que le daba buen consejo y determinó venir en ello. Había nombrado por su teniente general y justicia mayor a este licenciado Caldera, el cual habló también con Almagro, diciéndole que mirase en el cargo que era a don Francisco Pizarro, y que pocas cosas no bastasen a les poner mal, pues él será tan gobernador como el otro y más, pues daba y quitaba, y en todos los pueblos estaban hasta los dos regidores puestos de su mano, y gastaba el dinero como si sólo suyo fuera; y otras palabras dijo Caldera de tal manera que, interviniendo en ello él y el doctor Loaysa, los conformaron e hicieron amistad entre todos, y quedaron en lo público muy amigos; y en lo secreto como Dios sabe.
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Capítulo LXXXIII Que trata de la salida del gobernador Pedro de Valdivia de la ciudad de los Reyes última vez y de lo que en su jornada por tierra y mar le sucedió hasta llegar al puerto de Valparaíso Dada por el presidente la licencia al gobernador, le rogó que se fuese con toda brevedad, y que allegado que fuese al valle de Arica, se embarcase porque la gente de guerra eran de condición que siempre procuraba hacer cosas enojosas. Cumpliendo el gobernador su mandato, se partió con diez compañeros y allegó a la villa de Arequipa, víspera de Pascua de Navidad, donde estuvo descansando la Pascua, para seguir su jornada con la gente que se allegó. Fue aquel día impedido el gobernador de una enfermedad, a causa de los trabajos pasados de la guerra y largo camino. Fue Dios servido en breves días darle salud, y con el deseo que tenía de no dar pesadumbre con su gente a ninguna persona, acordó de salir, aunque no reformado de salud. Y luego que allegó al valle de Tacana, donde había dejado su casa, fue tan bien recebido como era deseado. Y luego se partió y caminó aquellas siete leguas que hay hasta el puerto de Arica, donde estaba el galeón que a cargo tenía Gerónimo de Alderete. Y entendiendo el gobernador que el presidente deseaba mucho verle salido del reino del Pirú, a él y aquella gente de guerra que para esta gobernación venía, por darle el gobernador aquel contento al presidente y reconociendo que en ello hacía servicio a Su Majestad, luego que fue allegado al puerto de Arica, se embarcó con la gente que en él había de ir. Y mandó hacer la vela, despachando a su maestre de campo Pedro de Villagran por tierra con cuarenta hombres y ciento y veinte caballos. La gente que el navío llevaba serían ciento y cincuenta, los cuales convenían más ir por mar que por la tierra. Recontar los trabajos de esta navegación sería proceso tan prolijo cuanto es la navegación, que como no corre en verano otro viento sino sur, navégase con muy gran trabajo. Y como es a la bolina muchas veces vuelven atrás, porque el viento norte no vienta en toda aquella tierra hasta que llegan a Atacama, y desde allí adelante vienta el viento norte y todos los más, cuanto más van subiendo al sur. Y lo que más sentía y más trabajo él tenía era la falta de agua y bastimento. Y con todos estos trabajos navegaba el gobernador por alta mar, y jamás consintió arribar a ningún puerto. Y ansí llegó al valle del Guasco. Y como venían deseosos de salir a tierra y enojados de venir por la mar, mandó el gobernador al capitán Diego Oro fuese a la villa de la Serena a dar aviso de su venida, para que los vecinos proveyesen de alguna provisión que traía gran falta. Y salieron otros tres soldados con él y caminaron un día, y el segundo día se adelantaron los dos a traer refresco y cabalgadura para el capitán, y dijeron que si no volvían a dormir en la noche toda, que se escondiesen y se pusiesen en cobro, que por ser muertos no volverían. Esto dijeron a causa que en el valle del Guasco no había indio de paz, y sospechando estar la tierra alterada y los indios rebelados, y por no saber lo que había en la tierra. Y viendo el capitán Diego Oro que se tardaban y que no venían, acordó a esconderse con su compañero, y caminaba por el monte. Salido este capitán con tres compañeros, se hizo el gobernador a la vela y se fue al puerto de la Serena, donde mandó salir un capitán con cincuenta hombres, y le mandó fuese a la Serena. Y yendo por el camino topaba cuartos de españoles empalados que los indios habían muerto de los dos que se adelantaron del capitán Diego Oro. Y visto por los españoles tuvieron por muerto al capitán, porque los conocieron. Y luego lo envió a hacer saber al gobernador, de lo cual recibió muy gran pena, y luego conoció el daño que había en la tierra. Y llegados los españoles al pueblo le vieron quemado y asolado. Visto por los indios salieron a ellos y estuvieron escaramuzando un rato. Y luego el gobernador envió otros cincuenta hombres arcabuceros con el capitán Gerónimo de Alderete y una carta, para que la enterrasen do era la iglesia junto a la pared, y que escribiesen con carbón en la pared cómo allí quedaba una carta, y que la sacasen e leyesen. Esta carta escribió el gobernador porque si acaso anduviesen españoles por allí, la viesen y supiesen su venida. Visto por los indios el socorro, determinaron dejarlos e irse. Y visto esto se volvieron. Y junto al puerto, a dicha, un soldado disparó un arcabuz, el cual oyó el capitán Diego Oro que en él estaba escondido con su compañero, y salió a ellos. Y vistos por los españoles, se holgaron mucho, aunque desfigurados, que había tres días que no comían bocado. Y embarcados se hicieron a la vela. Y en aquella sazón andaba Francisco de Villagran con sesenta hombres castigando los indios de aquellos valles. Y hecho a la vela el gobernador llegó a un puerto que se dice de Tintero, siete leguas de la casa de Quillota. E como venía fatigado de venir por la mar, salió a tierra con la más gente; mandó al capitán Diego Oro se fuese en el galeón al puerto de Valparaíso. El gobernador se fue a la casa de Quillota y estuvo allí tres días, y luego se fue al puerto de Valparaíso, donde halló el galeón.
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Que trata de la salida que hizo Cortés para ir sobre México y lo que por el camino le sucedió La primera jornada que hizo Cortés con su ejército fue a Cempoalan que llamó Sevilla, en donde derrocó los ídolos y puso en los templos imágenes y Cruz; partió de allí en dieciséis de agosto del mismo año de 1519, con mil indios de carga y mil trescientos de guerra, llevando consigo ciertos rehenes y en su compañía cuatrocientos españoles, quince caballos y siete tirillos: tres días caminó por tierras de los amigos, muy servido y festejado y el mismo acogimiento se le hizo en las de la parte de Motecuhzoma, porque de todos era amigo por su buena destreza y ardid y habiendo andado tres días en unos desiertos sin agua ni comida llegó a Zacatlan, en donde fue recibido de Olíntetl señor de allí, en nombre de Motecuhzoma, con mucha fiesta y regocijo y por lengua de Marina les predicó la fe de Cristo y dio noticia del rey de España y se informó de la grandeza y riqueza de Motecuhzoma, del poder y majestad de su imperio y corte y del sitio y asiento de la ciudad de México. Estuvo en Zacatlan siete días, derribó los ídolos y puso cruces, como lo hacía en las demás partes y desde allí envió cuatro de los de Cempoalan a Tlaxcalan, haciendo saber a la señoría de aquella provincia su ida y el efecto de ella, entendiendo que por ser enemigos del imperio le recibirían bien y tardándose los mensajeros, se salió de Zacatlan Cortés sin esperar a los mensajeros y habiendo pasado una cerca grande topó con quince hombres con sus rodelas y macanas, que eran espías y viéndose oprimidos los de a caballo, echaron mano a las espadas y empezaron a pelear bravísimamente y con tanto ánimo que mataron dos caballos y aún uno de estos espías de una cuchillada cortó a un caballo la cabeza a cercén con riendas y todo, aunque salieron cinco mil tlaxcaltecas a defenderlos; mas luego la señoría envió sus mensajeros a Cortés, disculpándose de lo hecho y cargando la culpa a ciertos otomites serranos, convidándoles (según los autores que de esta historia tratan) falsamente con su ciudad, con intención de cogerlos y matarlos dentro de ella. Otro día siguiente les salieron al encuentro hasta mil tlaxcaltecas, que pelearon con muy buen orden y ánimo y se fueron retirando con intento de meter a Cortés y a los suyos en una emboscada de más de ochenta mil personas, en donde se vieron en grandísimo peligro y salieron heridos muchos, aunque no murió ninguno y haciéndose fuertes en una aldea aquella noche, otro día de mañana tuvieron aviso que venia más de ciento cincuenta mil hombres sobre ellos, con que obró Dios grandes milagros en su defensa; cuando estos tlaxcaltecas llegaron a vista de los nuestros, comenzaron a mofar y hacer burla de ellos, viéndolos cuan pocos eran, enviándoles bollos de maíz, gallinas y cerezas, para que se animasen a la pelea y no dijesen los mataban de hambre y cuando vieron que ya era hora, comenzaron a pelear y fue tan grande la dicha e Cortés y de los nuestros, que los tlaxcaltecas nunca los acometieron todos juntos, sino por cuadrillas, saliendo de veinte en veinte mil, que vencidos aquellos, entraban otros tantos y en dos días que duró la batalla mataron infinitos tlaxcaltecas y viendo que ningún español había muerto, entendieron que eran encantados o que eran algunos dioses y así el tercer día no quisieron pelear, sino que enviaron a Cortés ciertos presentes por modo de sacrificio y Cortés les respondió que no era dios, sino hombre mortal como ellos y que vivían muy engañados en no querer su amistad, pues veían el daño que de no admitirla se les había seguido; mas con todo esto, otro día le salieron otros veinte mil de ellos a pelear con él; y el siguiente que se contaba seis de septiembre, vinieron al real de Cortés cincuenta hombres cargados de comida y mandóles cortar las manos porque supo de un capitán de Cempoalan llamado Tioc que eran espías, de que los tlaxcaltecas se admiraron, entendiendo que Cortés les entendía sus pensamientos, pues conoció a lo que iban y. que eran sus espías, con que de todo punto cesaron sus contiendas, reconociendo el gran valor de Cortés y de los suyos y procuraron su amistad con toda diligencia, disculpándose de lo hecho lo mejor que pudieron, unas veces echando la culpa a los otomíes serranos y otras que por entender que era amigo Cortés de Motecuhzoma. En este medio tiempo recibió Cortés otra embajada de Motecuhzoma con un rico presente, ofreciéndose por amigo y feudatario del rey de Castilla, con tal que allí se volviese Cortés sin pasar a México; mas él los entretuvo algunos días y en su presencia tuvo algunos de los combates atrás referidos con los tlaxcaltecas, diciendo a los embajadores de Motecuhzoma que aquel castigo hacía en su servicio por serie sus enemigos. Después de esto, estando una noche alojados en el campo, vieron desde lejos unos fuegos y salió Cortés a ver lo que era con hasta cuatrocientos compañeros y fue a dar en Tzimpantzinco ciudad de más de veinte mil fuegos, que como los cogió desapercibidos, no se sintieron, antes recibieron muy bien y regalaron a Cortés y a los suyos y se obligaron a allanar a los de Tlaxcalan y hacerlos sus amigos y viéndose tan cerca de México, muchos de los suyos mostraron flaqueza y temor, de tal manera que trataban de volverse a la Veracruz y dejarle sin pasar adelante; mas Cortés les supo decir tanto, que los medrosos cobraron ánimo y los esforzados doblado coraje, determinándose a seguirle y morir con él en tan santa demanda. La señoría de Tlaxcalan viendo el desengaño en querer sojuzgar a los nuestros y el gran valor de Cortés, entró en consejo a tratar como les convenía apresurar la venida de los españoles a su ciudad y confederarse con él, porque si pasaba a México y estaba confederado y en amistad con Motecuhzoma, sería su total destrucción y ruina, que de libres serían esclavos de los mexicanos y en ellos ejecutarían la venganza de las contiendas que tuvieron y así despachó la señoría un caballero de los más principales de ella, llamado Tolinpanécatl Coxtómatl, para que se juntase con Ozelotzin Tlacatecuhtli hermano menor de Xicoténcatl, una de las cuatro cabezas de la señoría, que estaba en servicio de los nuestros desde que comenzaron a tratar de las paces, para que ambos persuadiesen a Cortés se fuese con los suyos; llegado que fue a donde estaba el ejército de Cortés, que era en Tecoatzinco, el más principal de los embajadores de Motecuhzoma llamado Atempanécatl, con gran coraje le dijo: "¿A qué vienes aquí?, ¿qué embajada es la que traes?, quiero saber de ella y ¿sabes a quién se la traes?, ¿es tu igual, para que le recibas con las armas acostumbradas de la profanidad de la milicia?" y no respondiéndole palabra, prosiguió el embajador de Motecuhzoma diciendo: "¿quién tiene la culpa de las desvergüenzas y contiendas que ha habido en Hultzilhuacan, Tepatlaxco, Tetzmolocan, Teotlaltzinco, Tepetzinco, Ocotépec, Tlamacazquícac, Atlmoyahuacan, Zecalacoyocan y en todo el contorno hasta Chololan?, veamos lo que vas a tratar con Cortes, que quiero verlo y oírlo". A todo esto había estado presente Marina y así el embajador de la señoría de Tlaxcalan, volviendo a ella los ojos, le dijo: "quiero en presencia de nuestro padre y señor el capitán Cortés, responder a mi deudo el embajador mexicano". Marina le respondió: "proseguid en vuestras demandas y respuestas" y así volviéndose al embajador mexicano le dijo: "¿tenéis más que decir?". El cual le respondió: "harto he dicho, sólo quisiera ver vuestra demanda"; el cual le respondió: "no tienes razón, sobrino, de tratar tan mal a tu patria y señoría de Tlaxcalan y mira que nadie te da en rostro con las tiranías que has hecho en alzarte con los señoríos ajenos, comenzando desde Cuitláhuac y prosiguiendo por la provincia de Chalco, Xantetelco, Cuauhquecholan, Itzoncan, Quauhtinchan, Tecamachalco, Tepeyácac y Cuextlan hasta llegar a la costa de Cempoalan, haciendo mil agravios y vejaciones y desde el un mar al otro, sin que nadie os lo dé en cara ni estorbe y que por vuestra causa, por vuestras traiciones y dobleces, por ti haya aborrecido a mi sangre el Huexotzíncatl, causado todo del temor de vuestras tiranías y traiciones, sólo por gozar espléndidamente el vestido y la comida; ten vergüenza, no quieras vengar tus pasiones con mano ajena y si quieres tener algún litigio, sal solo al campo conmigo, que yo pondré la cabeza para que ejecutes tu venganza, sin valerme de nadie, que no me da miedo la muerte y en lo que dices que recibí con las armas al capitán Cortés tu amigo, respondo que los que salieron de Zacaxochitlan, Teocalhueyacan, Cuahuacan y Mazahuacan huyendo de ti, vinieron a parar a mis tierras y fueron los que le hicieron la guerra al capitán Cortés y ahora los llevaré sobre mis espaldas y le serviré". Habiendo tenido estas contiendas, el embajador tlaxcalteca dio su embajada a Cortés de parte de la señoría, pidiéndole muy encarecidamente se fuese luego con él a su ciudad y le presentó cantidad de alpargatas para el camino. Cortés le respondió por legua de Marina que dijese a la señoría, que toda ella y su nobleza viniesen a aquel puesto a llevarlo, con lo que echaría de ver la voluntad que le tenían; y al tiempo que salía Tolinpanécatl para ir a dar la respuesta de su embajada, lo llamó de secreto Marina y le dijo que el día siguiente cogiesen en el templo al embajador culhua y lo matasen pues tanto los había agraviado; de que se holgaron mucho los tlaxcaltecas y dijeron a la señoría la voluntad que el capitán Cortés les tenía. Pesoles en infinito a los embajadores mexicanos de la venida del hermano de Xicoténcatl y del otro Tolinpanécatl y procuraban estorbar a Cortés la amistad de los tlaxcaltecas, diciéndole que no los creyese, porque lo engañaban y que le querían meter en sus casas para matarle como traidores; y uno de ellos que había ido a dar cuenta a Motecuhzoma de todo lo que pasaba, dentro de seis días volvió con otro muy rico presente que Motecuhzoma enviaba a Cortés diciéndole, que mirase lo que hacia y no se fiase de los traidores de Tlaxcalan, Pues ya veía lo que había pasado con los tlaxcaltecas, que decían mil males de Motecuhzoma y de sus tiranías y por otra parte deseaban mucho llevarle a su ciudad para después confederarse con él; cosa que puso a Cortés en harta duda; pero al fin, viendo las calidades del negocio, determinó aventurarse y hacer de manera que cumpliendo con los unos y con los otros, se señorease de todos ellos y así dio orden de su ida, porque oyendo la señoría la voluntad que le tenía Cortés, se juntaron todos y dijo Xicoténcatl (que era el más anciano de las cuatro cabezas): "señores y caballeros, ya son excusadas las razones y se pasa el tiempo; yo soy de parecer que se elijan de cada cabeza cierta cantidad de nobles y caballeros para que vayan a traer el sol, porque ir toda la señoría y cabeza de ella, puede ser trato doble para cogernos no apercibidos y matarnos, pues tenemos enemigos en su ejército y aquí en nuestras casas, viendo nuestro buen trato y la voluntad que tenemos de servirle y ampararle, nos cobrará amor y se satisfará de nuestra lealtad; y así de mi parte elijo a dos de los caballeros de mi casa que vayan en mi nombre, que son Apayáncatl y Tecuachcaotli". Todos respondieron que les parecía muy bien y así Magizcatzin eligió otros dos caballeros de su casa llamados, el uno Tlacatecuhtli y el otro Chiquilitzin Xiuhtlatqui; el señor de la cabecera de Quiahuixtlan nombró a otros dos llamados Chimalpiltzintli y Quanaltécatl y el de Tetípac otros dos llamados Tzopatzin Quauhatlapaltzo Ixconauhquitecuhtli y Hueytlapochtipatzin Mixcoatzin y habiéndolos elegido, los siguió el embajador Tolinpanécatl Coxtómatl y llegados a la presencia de Cortés le presentaron ciertas joyas de oro y pedrería y le rogaron de parte de la señoría que tuviese por bien de irse a Tlaxcalan, en donde le quedaban aguardando los señores de ella, que por ciertos impedimentos que allí le significaron no venían en persona a llevarle; de que se holgó Cortés y habiendo tenido otras demandas y respuestas, partió con su campo para Tlaxcalan, en donde se le hizo un solemne recibimiento, saliendo a recibirle Xicoténcatl a la puerta de su palacio que estaba en la cabecera de Tizatlan y era tan viejísimo que lo llevaban en los brazos de ciertos señores y con él salieron a recibirle todos los más principales de su corte y casa, que se decía Mocuetlazatzin Tzicuhcuácatl, Texinquitlacochcálcatl, Axayacatzin, Xiuhtécatl, Tonatiuhtzin, Tepoloatecuhtli y Tenamazcuicuiltzin. Asimismo los otros tres señores se hallaron en este recibimiento, cada uno con los de su casa y corte a saber: Maxixcatzin de Ocotelulco y estaban con él Tepanécatl, Xiquiquilitzin, Chicocuauhtzin, Ixayopiltzin, Tlamazcuhcatzin, Tenáncatl, Zayecatecuhtli, Xayacatzin, Calmecahua e Ixayopiltzin; el de Quiahuiztlan, Zatlalpopocatzin y con él estaban Zicuhcoácatl, Zacancatzin, Quanaltécatl, Axxoquentzin, Tequanitzin, Tenancacalitzin, Xochicucaloa e Izquitécatl y el de Tetícpac, Tlehuexolotzin y estaban con él Tlequitlatotzin, Tzopatzin, Calmecahua, Quauhatlapaltzo, Ixconauhquitecuhtli, Xipantecuhtli y con ellos otros muchos nobles y caballeros que eran de toda la provincia de Tlaxcalan y así como vieron que llegaba al puerto que llamaban Tizatlan, fueron a recibirle a la entrada del palacio, llevándole del un brazo Xicoténcatl y Maxizcatzin y del otro Tehuanitzin. Así como los vio Cortés se apeó del caballo, se quitó la gorra y les hizo una muy grande y humilde reverencia y luego abrazó a Xicoténcatl y por lengua de Marina les dijo que fuesen muy bien hallados todos aquellos señores y caballeros de la señoría y corte de Tlaxcalan, que se holgaba infinito de verlos y conocerlos para servir los en todo lo que se ofreciese y que todos se aquietasen y sosegasen con su venida, pues no era otra cosa, sino sólo por su bien libertad. A lo cual le respondió Maxixcatzin: "señor seáis muy bienvenido, que a vuestra casa venís; aquí están nuestro padre Xicoténcatl y todos los demás señores y caballeros de la señoría de Tlaxcalan que os han estado aguardando y han deseado infinito conoceros y veros y así entrada descansar"; y luego por su propias manos Xicoténcatl le dio unos ramilletes de flores que tenía Maxicatzin, de que se holgaron infinito Cortés y todos los suyos y comenzaron a tocar las trompetas, cajas y ministriles y a tremolar las banderas a usanza de guerra en señal de paz y tomando el un brazo de Xicoténcatl, se fueron los dos a la sala más principal de su casa y habiéndole dado su asiento y acomodado todos los suyos, le regaló y dio muy espléndidamente a todos de comer este día y los más que los nuestros estuvieron en Tlaxcalan. En este capítulo y los que se siguen que tratan de las cosas de la señoría de Tlaxcalan, no sigo los autores que han escrito la historia de la conquista, sino la que escribió Tadeo de Niza de Santa María, natural de la cabecera de Tetícpac, por mandato de la señoría, siendo gobernador de ella don Alonso Gómez, que la dio al padre fray Pedro de Osorio para que la llevase a España a su majestad, la cual se escribió en el año de 1548 y los autores que se hallaron presentes a todo lo sucedido en ella, como testigos de vista, fueron Miguel Tlachpanquizcatzin regidor perpetuo y natural de Quiahuiztlan, Toribio Tolinpanécatl, don Antonio Calmecahua, don Diego de Guzmán, don Martín de Valencia Coyolchichiyuhqui y otros que no se ponen aquí sus nombres y habría treinta y años que entro Cortés a esta tierra y es la más cierta y verdadera de cuantas están escritas, pues fue hecha con tanto acuerdo y de quien tan bien lo sabía.
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Capítulo LXXXIII De los pescados y pesquerías En Tierra-Firme los pescados que hay, y yo he visto, son muchos y muy diferentes; y pues de todos no será posible decirse aquí, diré de algunos; y primeramente digo que hay unas sardinas anchas y las colas bermejas, excelente pescado y de los mejores que allá hay. Mojarras, diahacas, jureles, dahaos, rajas, salmonados; todos éstos, y otros muchos, cuyos nombres no tengo en memoria, se toman en los ríos en grandísima abundancia, y asimismo camarones muy buenos; pero en la mar asimismo se toman algunos de los de suso nombrados, y palometas, y acedias, y pargos, y lizas, y pulpos, y doradas, y sábalos muy grandes, y langostas, y jaibas, y ostias, y tortugas grandísimas, y muy grandes tiburones, y manatíes, y morenas, y otros muchos pescados, y de tanta diversidad y cantidad de ellos, que no se podría expresar sin mucha escritura y tiempo para lo escribir; pero solamente especificaré aquí, y diré algo más largo, lo que toca a tres pescados que de suso se nombraron, que son: tortuga, tiburón y el manatí. E comenzando del primero, digo que en la isla de Cuba se hallan tan grandes tortugas, que diez y quince hombres son necesarios para sacar del agua una de ellas; esto he oído yo decir en la misma isla a tantas personas de crédito, que lo tengo por mucha verdad; pero lo que yo puedo testificar de vista de las que en Tierra-Firme se matan, yo la he visto en la villa de Acla, que seis hombres tenían bien qué llevar en una, y comúnmente las menores es harta carga una de ellas para dos hombres; y aquella que he dicho que vi llevar a seis, tenía la concha de ella por la mitad del lomo, siete palmos de vara de luengo, y más de cinco en ancho o por el través de ella. Tómanlas de esta manera: a veces acaece que caen en las grandes redes barrederas algunas tortugas, pero de la manera que se toman en cantidad es cuando las tortugas se salen de la mar a desovar o a pacer fuera por las playas; y así como los cristianos o los indios topan el rastro de ellas en el arena, van por él: y en topándola, ella echa a huir para el agua; pero como es pesada, alcánzanla luego con poca fatiga, y pónenlas un palo entre los brazos, debajo, y trastórnanlas de espaldas así como van corriendo, y la tortuga se queda así que no se puede tornar a enderezar, y dejada así, si hay otro rastro de otra o otras, van a hacer lo mismo, y de esta forma toman muchas donde salen, como es dicho. Es muy excelente pescado y de muy buen sabor y sano. El segundo pescado de los tres que de suso se dijo, se llama tiburón; éste es grande pescado y muy suelto en el agua, y muy carnicero, y tómanse muchos de ellos, así caminando las naves a la vela por el mar Océano, como surgidas y de otras maneras, en especial los pequeños; pero los mayores se toman navegando los navíos, en esta forma: que como el tiburón ve las naos, las sigue y se va tras ellas, comiendo la basura y inmundicias que de la nao se echan fuera, y por cargada de velas que vaya la nao, y por próspero tiempo que lleve, cual ella lo debe desear, le va siempre el tiburón a la par, y le da en torno muchas vueltas, y acaece seguir a la nao ciento y cincuenta leguas, y más; y así, podría todo lo que quisiese; y cuando lo quieren matar, echan por popa de la nao un anzuelo de cadena tan grueso como el dedo pulgar, y tan luengo como tres palmos, encorvado, como suelen estar los anzuelos, y las orejas de él a proporción de la groseza, y al cabo del asta del dicho anzuelo, cuatro o cinco eslabones de hierro gruesos, y del último atado un cabo de una cuerda, grueso como dos veces o tres el dicho anzuelo, y ponen en él un pieza de pescado o tocino, o carne cualquiera, o parte del asadura de otro tiburón si le han muerto porque en un día yo he visto tomar nueve, y si se quisieran tomar más, también se pudiera hacer; y el dicho tiburón, por mucho que la nao corra, la sigue, como es dicho, y trágase todo el dicho anzuelo, y de la sacudida de la fuerza de él mismo, y con la furia que va la nao, así como traga el cebo y se quiere desviar, luego el anzuelo se atraviesa, y le pasa y sale por una quijada la punta de él, y prendido, son algunos de ellos tan grandes, que doce, y quince hombres, o más, son necesarios para lo guindar y subir en el navío, y metido en él, un marinero le da con el cotillo de una hacha en la cabeza grandes golpes, y lo acaba de matar; son tan grandes, que algunos pasan de diez, y doce pies, y más, y en la groseza, por lo más ancho tiene cinco, y seis, y siete palmos, y tienen muy gran boca, a proporción del cuerpo, y en ella dos órdenes de dientes en torno, la una distinta de la otra algo, y muy espesos y fieros los dientes; y muerto, hácenlo lonjas delgadas, y pónenlas a enjugar dos o tres o más días, colgadas por las jarcias del navío al aire, y después se las comen. Es buen pescado, y gran bastimento para muchos días en la nao, por su grandeza; pero los mejores son los pequeños, y más sanos y tiernos; es pescado de cuero, como los cazones y tollos; los cuales, y el dicho tiburón, paren otros sus semejantes, vivos; y esto digo porque el Plinio ninguno de aquestos tres puso en el número de los pescados que dice en su Historia natural que paren. Estos tiburones salen de la mar, y súbense por los ríos, y en ellos no son menos peligrosos que los lagartos grandes de que atrás se dijo largamente; porque también los tiburones se comen los hombres y las vacas y yeguas, y son muy peligrosos en los vados o partes de los ríos donde una vez se ceban. Otros pescados, muchos, y muy grandes y pequeños, y de muchas suertes, se toman desde los navíos corriendo a la vela, de lo cual diré tras el manatí, que es el tercero de los tres que dije de suso que expresaría. El manatí es un pescado de mar, de los grandes, y mucho mayor que el tiburón en groseza y de luengo, y feo mucho, que parece una de aquellas odrinas grandes en que se lleva mosto en Medina del Campo y Arévalo; y la cabeza de este pescado es como de una vaca, y los ojos por semejante, y tiene unos tocones gruesos en lugar de brazos, con que nada, y es animal muy mansueto, y sale hasta la orilla del agua, y si desde ella puede alcanzar algunas yerbas que estén en la costa en tierra, pácelas; mátanlos los ballesteros, y asimismo a otros muchos muy buenos pescados, con la ballesta, desde una barca o canoa, porque andan someros de la superficie del agua; y como lo ven, dánle una saetada con un arpón, y el tiro o arpón con que le dan, lleva una cuerda delgada o traílla de hilo muy sutil y recio, alquitranado; y vase huyendo, y en tanto el ballestero da cordel, y echa muchas brazas de él fuera, y en el fin del hilo un corcho o palo, y desque ha andado bañando la mar de sangre, y está cansado, y vecino a la fin de la vida, llégase él mismo hacia la playa o costa, y el ballestero va cogiendo su cuerda, y desque le quedan siete o diez brazas, o poco más o menos, tira del cordel hacia la tierra, y las ondas del agua le ayudan a encallarse más, y entonces el dicho ballestero y los que le ayudan acábanle de echar en tierra; y para lo llevar a la ciudad o adonde lo han de pesar, es menester una carreta y un par de bueyes, y a las veces dos pares, según son grandes estos pescados. Asimismo, sin que se llegue a la tierra, lo meten en la canoa, porque como se acaba de morir, se sube sobre el agua: creo que es uno de los mejores pescados del mundo en sabor, y el que más parece carne; y en tanta manera en la vista es próximo a la vaca, que quien no le hubiere visto entero, mirando una pieza de él cortada, no se sabrá determinar si es vaca o ternera, y de hecho lo tendrían por carne, y se engañaran en esto todos los hombres del mundo; y asimismo el sabor es de muy excelente ternera propiamente, y la cecina de él muy especial, y se tiene mucho; ninguna igualdad tiene, ni es tal, con gran parte, el sollo de estas partes. Estos manatíes tienen una cierta piedra o hueso en la cabeza, entre los sesos o meollo, la cual es muy útil para el mal de la ijada, y muélenla después de haberla muy bien quemado, y aquel polvo molido tómase cuando el dolor se siente, por la mañana en ayunas, tanta parte como se podrá coger con una blanca de a maravedí, en un trago de muy buen vino blanco; y bebiéndolo así tres o cuatro mañanas, quítase el dolor, según algunos que lo han probado me han dicho; y como testigo de vista, digo que he visto buscar esta piedra con gran diligencia a muchos para el efecto que he dicho. Otros pescados hay casi tan grandes como los manatíes, que se llaman pez vihuela, que traen en la parte alta o hocico una espada, que por ambos lados está llena de dientes muy fieros, y es esta espada de una cosa propia suya, durísima y muy recia, y de cuatro a cinco palmos de luengo, y así a proporción de la longueza, es la anchura; y hay estos pescados desde tamaños como una sardina o menos, hasta que dos pares de bueyes tienen harta carga en uno de ellos en una carreta. Mas, pues me ofrecí de suso de decir de otros pescados que se matan asimismo por la mar navegando los navíos, no se olviden las toñinas, que son grandes y buenos pescados, las cuales se matan con fisgas y arpones arrojados cuando ellas pasan cerca de los navíos; y asimismo de la misma manera matan muchas doradas, que es un pescado de los buenos que hay en la mar. Noté en aquel grande mar Océano una cosa, que afirmarán todos los que a las Indias han ido; y es, que así como en la tierra hay provincias fértiles y otras estériles, de la misma manera en la mar acaece, que algunas veces corren los navíos cincuenta, y ciento, y doscientas, y más leguas, sin poder tomar un pescado o verle, y en otras partes de aquel mar Océano se ve la mar hirviendo de pescados, y se matan muchos de ellos. Quédame de decir de una volatería de pescados, que es cosa de oír, y es así: cuando los navíos van en aquel grande Océano siguiendo su camino, levántanse de una parte y otras muchas manadas de unos pescados, como sardinas el mayor, y de aquesta grandeza para abajo, disminuyendo hasta ser muy pequeños algunos de ellos, que se llaman peces voladores, y levántanse a manadas en bandas o lechigadas, y en tanta muchedumbre, que es cosa de admiración, y a veces se levantan pocos; y como acaece, de un vuelo van a caer cien pasos, y a veces algo más y menos, y algunas veces caen dentro de los navíos. Yo me acuerdo que una noche, estando la gente toda del navío cantando la salve, hincados de rodillas en la más alta cubierta de la nao, en la popa, atravesó cierta banda de estos pescados voladores, y íbamos con mucho tiempo corriendo, y quedaron muchos de ellos por la nao, y dos o tres cayeron a par de mí, que yo tuve en las manos vivos, y los pude muy bien ver, y eran luengos del tamaño de sardinas, y de aquella groseza, y de las quijadas les salían sendas cosas, como aquellas con que nadan los pescados acá en los ríos, tan luengas como era todo el pescado, y éstas son sus alas; y en tanto que éstas tardan de se enjugar con aire cuando saltan del agua a hacer aquel vuelo, tanto se puede sostener en el aire; pero aquellas enjutas, que es a lo más en el espacio o trecho que es dicho, caen en el agua, y tórnanse a levantar y hacer lo mismo, o se quedan y lo dejan; pero en el año de 1515 años, cuando la primera vez yo vine a informar a vuestra majestad de las cosas de las Indias, y fui en Flandes, luego el año siguiente, al tiempo de su bienaventurada sucesión en estos sus reinos de Castilla y Aragón, en aquel camino corriendo yo con la nao, cerca de la isla Bermuda, que por otro nombre se llama la Garza, y es la más lejos isla de todas las que hoy se saben en el mundo, que más lejos está de otra ninguna isla o tierra-firme, y llegué de ella hasta estar en ocho brazas de agua, y a tiro de lombarda de ella; y determinado de hacer saltar en tierra alguna gente a saber lo que hay allí, y aun para hacer dejar en aquella isla algunos puercos vivos de los que yo traía en la nao para el camino, porque se multiplicasen allí; pero el tiempo saltó luego al contrario, y hizo que no pudiésemos tomar la dicha isla, la cual puede ser de longitud doce leguas, y de latitud seis, y tendrá hasta treinta leguas de circuito, y está en treinta y tres grados de la banda de Santo Domingo, hacia la parte de septentrión; y estando por allí cerca, vi un contraste de estos peces voladores y de las doradas y de las gaviotas, que en verdad me parece que era la cosa de mayor placer que en mar se podía ver de semejantes cosas. Las doradas iban sobreaguadas, y a veces mostrando los lomos, y levantaban estos pescadillos voladores, a los cuales seguían por los comer, lo cual huían con el vuelo suyo, y las doradas perseguían corriendo tras ellos a do caían; por otra parte, las gaviotas o gavinas en el aire tomaban muchos de los peces voladores; de manera que ni arriba ni abajo no tenían seguridad; y este mismo peligro tienen los hombres en las cosas de esta vida mortal, que ningún seguro hay para el alto ni bajo estado de la tierra; y esto sólo debería bastar para que los hombres se acuerden de aquella segura folganza que tiene Dios aparejada para quien le ama, y quitar los pensamientos del mundo, en que tan aparejados están los peligros, y los poner en la vida eterna, en que está la perpetua seguridad. Tornando a mi historia, estas aves eran de la isla Bermuda que he dicho, y cerca de ella vi esta volatería extraña, porque aquestas aves no se apartan mucho de tierra, ni podían ser de otra tierra alguna.