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CAPITULO IX Prosíguese del Nuevo México y de las cosas que en él se vieron Después de haber estado en esta Provincia cuatro días y a poca distancia toparon otra que se llamaba la Provincia de los Tiguas, en la cual había 16 pueblos, en el uno de los cuales, llamado por nombre Poala, hallaron que habían muerto los indios a los dichos dos Padres Fray Francisco López y Fray Agustín, a quien iban a buscar, y juntamente a tres muchachos y un mestizo. Cuando los de este pueblo y sus convecinos vieron a los nuestros, remordiéndoles la propia conciencia y temiéndose que iban a castigarlos y tomar venganza de las muertes de los dichos Padres, no los osaron esperar, antes dejando sus casas desiertas, se subieron a las Sierras más cercanas, de donde nunca les pudieron hacer bajar, aunque lo procuraron con halagos y mañas. Ha-llaron en los pueblos y casas muchos mantenimientos y gran infinidad de gallinas de la tierra y muchas suertes de metales, y algunos que parecían muy buenos. No se pudo entender claramente qué tanta gente fuese la de esta Provincia, por causa de haberse, como ya dije, subido a la Sierra. Habiendo hallado muertos a los que buscaban, entraron en consulta sobre si se volverían a la Nueva Vizcaya, de donde habían salido, o pasarían adelante, en lo cual hubo diversos pareceres. Pero como allí entendiesen que a la parte de Oriente de aquella Provincia y muy distante de allí, había grandes pueblos y ricos, hallándose allí tan cerca, acordó el dicho Capitán Antonio de Espejo, de consentimiento del Religioso ya dicho, llamado Fray Bernardino Beltrán, y de la mayor parte de sus soldados y compañeros, de proseguir con el descubrimiento hasta ver en qué paraba, para poder dar de ello noticia cierta y clara a Su Majestad como testigos de vista. Y así conformes, determinaron que, quedándose allí el Real, fuesen el Capitán con dos compañeros en demanda de su deseo, que lo pusieron por obra. Y a dos días de camino toparon con una Provincia donde vieron 31 pueblos, y en ellos mucha gente que a su parecer pasaba en número de cuarenta mil ánimas. Era tierra muy fértil y bastecida, cuyos confines están inmediatamente juntos con las tierras de Cibola, donde hay muchas vacas, de cuyos cueros se visten, y de algodón, siguiendo en la manera de gobierno el orden que guardan sus convecinos. Hay señales de muchas minas ricas, y así hallaban metales de ellas en algunas casas de los indios, los cuales tienen y adornan ídolos. Recibiéronlos de paz y diéronles de comer. Visto esto y la disposición de la tierra, se volvieron al Real de donde habían salido, a dar noticia a sus compañeros de todo lo sobredicho. Llegados al Real, como está dicho, tuvieron noticia de otra Provincia llamada los Quires, que está el río del Norte arriba seis leguas de distancia, y como se partiesen para allá y llegasen a una legua de ella, les salieron a recibir de paz mucha cantidad de indios, y a rogar que se fuesen con ellos a sus pueblos; que como lo hiciesen, fueron muy bien recibidos y regalados. Vieron solamente cinco pueblos en esta Provincia, en los cuales había muy gran cantidad de gente, y la que ellos vieron pasaba de quince mil ánimas, y adoran ídolos, como sus vecinos. Hallaron en uno de estos pueblos una urraca en una jaula, como se usa en Castilla, y tirasoles como los que traen de la China pintadas en ellos el sol y la luna y muchas estrellas. Donde como tomasen la altura, se hallaron en 32 grados y medio debajo del Norte. Salieron de esta Provincia, y caminando por el propio rumbo y a catorce leguas hallaron otra Provincia, llamada los Cumanes, donde vieron otros cinco pueblos, y el principal de ellos y más grande se llamaba Cia, que era tan grande, que tenía ocho plazas, cuyas casas eran encaladas y pintadas de colores, y mejores que las que habían visto en las Provincias atrás. Parecióles que la gente que vieron pasaban de veinte mil ánimas. Hicieron presente a los nuestros de muchas mantas curiosas y de cosas de comer muy bien guisadas, y juzgaron ser la gente muy curiosa y de mayor policía de cuanta hasta allí habían visto y de mejor gobierno. Mostráronles ricos metales y unas Sierras allí cerca de donde se sacaban. Aquí tuvieron noticia de otra Provincia que estaba hacia el Nordueste, que se determinaron de ir allá. Como hubiesen andado como seis leguas, toparon con la dicha Provincia, que se llamaba de los Ameges, en la cual había siete pueblos bien grandes y en ellos a su entender más de treinta mil ánimas. Uno de estos siete pueblos dijeron es muy grande y hermoso, que le dejaron de ir a ver así por estar detrás de una Sierra como por temor de algún ruin suceso, si acaso se dividían los unos de los otros. Es gente al modo de la de la Provincia su vecina y tan abastada como ella y de tan buen gobierno. A quince leguas de esta Provincia caminando siempre hacia el Poniente hallaron un pueblo grande llamado Acoma; era de más de seis mil ánimas, y estaba asentado sobre una peña alta que tenía más dé 50 estados de alto, no teniendo otra entrada sino por una escalera que estaba hecha en la propia peña, cosa que admiró mucho a los nuestros. Toda el agua que en el pueblo había era de cisternas. Vinieron los principales de paz a ver a los españoles y trajéronles muchas mantas y gamuzas muy bien aderezadas y gran cantidad de bastimentos. Tienen sus sembrados dos leguas de allí y sacan el agua para regarlos. de un río pequeño que está cerca, en cuya ribera vieron muy grandes rosales, como los de acá de Castilla. Hay muchas Sierras con señales de metales, aunque no subieron a verlo por ser los indios de ellas muchos y muy belicosos. Estuvieron los nuestros en este lugar tres días, en uno de los cuales los naturales les hicieron baile muy solemne saliendo de él con galanos vestidos y con juegos muy ingeniosos, con que se holgaron en extremo. Veinte y cuatro leguas de aquí hacia el Poniente dieron con una Provincia que se nombra en lengua de los naturales Zuny, y la llaman los españoles Cibola: hay en ella gran cantidad de indios: en la cual estuvo Francisco Vázquez Coronado y dejó muchas cruces puestas y otras señales de cristiandad que siempre se hallaban en pie. Hallaron así mismo tres indios cristianos, cuyos nombres eran Andrés de Cuyoacán, Gaspar de México y Antonio de Guadalajara, los cuales tenían ya casi olvidada su mesma lengua y sabían muy bien la de los naturales, aunque a pocas vueltas que les hablaron, se entendieron fácilmente; de quien supieron que sesenta jornadas de allí había una laguna o lago, muy grande, en cuyas riberas estaban muchos pueblos grandes y buenos, y que los naturales tenían mucho oro, de lo cual era indicio el traer todos brazaletes y orejeras de ello; y que como el sobredicho Francisco Vázquez Coronado tuviese noticia muy cierta de ello, había salido de esta Provincia de Cibola para ir allá y habiendo andado 12 jornadas, le faltó el agua y se determinó de volver, como lo hizo, con determinación de tornar otra vez más de propósito a ello, que después no lo puso en ejecución porque la muerte le atajó los pasos y pensamientos.
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CAPÍTULO IX El tercero de los soberbios era el segundo hijo de Vucub-Caquix, que se llamaba Cabracán. -¡Yo derribo las montañas!, decía. Pero Hunahpú e Ixbalanqué vencieron también a Cabracán. Huracán, Chipi Caculhá y Raxa Caculhá hablaron y dijeron a Hunahpú e Ixbalanqué: -Que el segundo hijo de Vucub Caquix sea también vencido. Ésta es nuestra voluntad. Porque no está bien lo que hace sobre la tierra, exaltando su gloria, su grandeza y su poder, y no debe ser así. Llevadle con halagos allá donde nace el sol, les dijo Huracán a los dos jóvenes. -Muy bien, respetable Señor, contestaron éstos, porque no es justo lo que vemos. ¿Acaso no existes tú, tú que eres la paz, tú, Corazón del Cielo?, dijeron los muchachos mientras escuchaban la orden de Huracán. Entre tanto, Cabracán se ocupaba en sacudir las montañas. Al más pequeño golpe de sus pies sobre la tierra, se abrían las montañas grandes y pequeñas. Así lo encontraron los muchachos, quienes preguntaron a Cabracán: -¿A dónde vas, muchacho? -A ninguna parte, contestó. Aquí estoy moviendo las montañas y las estaré derribando para siempre, dijo en respuesta. A continuación les preguntó Cabracán a Hunahpú e Ixbalanqué: -¿Qué venís a hacer aquí? No conozco vuestras caras. ¿Cómo os llamáis?, dijo Cabracán. -No tenemos nombre, contestaron aquéllos. No somos más que tiradores con cerbatana y cazadores con liga en los montes. Somos pobres y no tenemos nada que nos pertenezca, muchacho. Solamente caminamos por los montes pequeños y grandes, muchacho. Y precisamente hemos visto una gran montaña, allá donde se enrojece el cielo. Verdaderamente se levanta muy alto y domina la cima de todos los cerros. Así es que no hemos podido coger ni uno ni dos pájaros en ella, muchacho. Pero ¿es verdad que tú puedes derribar todas las montañas, muchacho?, le dijeron Hunahpú e Ixbalanqué a Cabracán. -¿De veras habéis visto esa montaña que decís? ¿En dónde está? En cuanto yo la vea la echaré abajo. ¿Dónde la visteis? -Por allá está, donde nace el sol, dijeron Hunahpú e Ixbalanqué. -Está bien, enseñadme el camino, les dijo a los dos jóvenes. -¡Oh, no!, contestaron éstos. Tenemos que llevarte en medio de nosotros: uno irá a tu mano izquierda y otro a tu mano derecha, porque tenemos nuestras cerbatanas, y si hubiere pájaros les tiraremos. Y así iban alegres, probando sus cerbatanas; pero cuando tiraban con ellas, no usaban el bodoque de barro en el tubo de sus cerbatanas, sino que sólo con el soplo derribaban a los pájaros cuando les tiraban, de lo cual se admiraba grandemente Cabracán. En seguida hicieron un fuego los muchachos y pusieron a asar los pájaros en el fuego, pero untaron uno de los pájaros con tizate, lo cubrieron de una tierra blanca. -Esto le daremos, dijeron, para que se le abra el apetito con el olor que despide. Este nuestro pájaro será su perdición. Así como la tierra cubre este pájaro por obra nuestra, así daremos con él en tierra y en tierra lo sepultaremos. -Grande será la sabiduría de un ser creado, de un ser formado, cuando amanezca, cuando aclare, dijeron los muchachos. -Como el deseo de comer un bocado es natural en el hombre, el corazón de Cabracán está ansioso, decían entre sí Hunahpú e Ixbalanqué. Mientras estaban asando los pájaros, éstos se iban dorando al cocerse, y la grasa y el jugo que de ellos se escapaban despedían el olor mas apetitoso. Cabracán sentía grandes ganas de comérselos; se le hacía agua la boca, bostezaba y la baba y la saliva le corrían a causa del olor excitante de los pájaros. Luego les preguntó: -¿Qué es esa vuestra comida? Verdaderamente es agradable el olor que siento. Dadme un pedacito, les dijo. Diéronle entonces un pájaro a Cabracán, el pájaro que sería su ruina. Y en cuanto acabó de comerlo se pusieron en camino y llegaron al oriente, adonde estaba la gran montaña. Pero ya entonces se le habían aflojado las piernas y las manos a Cabracán, ya no tenía fuerzas a causa de la tierra con que habían untado el pájaro que se comió, y ya no pudo hacerles nada a las montañas, ni le fue posible derribarlas. En seguida lo amarraron los muchachos. Atáronle los brazos detrás de la espalda y le ataron también el cuello y los pies juntos. Luego lo botaron al suelo, y allí mismo lo enterraron. De esta manera fue vencido Cabracán tan sólo por obra de Hunahpú e Ixbalanqué. No sería posible enumerar todas las cosas que éstos hicieron aquí en la tierra. Ahora contaremos el nacimiento de Hunahpú e Ixbalanqué, habiendo relatado primeramente la destrucción de Vucub-Caquix con la de Zipacná y la de Cabracán aquí sobre la tierra.
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De cómo salieron de Xauxa los capitanes del Inca y lo que les sucedió y cómo se salió de entre ellos Ancoallo. Los naturales de Bonbón habían savido, según estos cuentan, el desbarate de Xauxa y cómo habían sido los Guancas vencidos, y sospechando que los vencedores querían pasar adelante acordaron de se apercibir, porque no los tomasen descuidados; y, poniendo sus mujeres e hijos con la hacienda que pudieron en una laguna que está cerca dellos aguardaron a lo que sucediese. Los capitanes del Inca, como hobieron asentado las cosas del valle de Xauxa, salieron y anduvieron hasta Bonbón y, como se metieron en la laguna, no les pudieron hacer otro mal que comerles los mantenimientos; y como esto vieron pasaron adelante y allegaron a lo de Tarama, a donde hallaron a los naturales puestos en arma y hobieron batalla en que fueron presos y muertos muchos de los Taramentinos y los del Cuzco quedaron por vencedores; y como les dijesen la voluntad del rey era que le sirviesen y tributasen como hacían otras muchas provincias y que serían bien tratados y favorecidos, hicieron todo lo que les fue mandado y envióse al Cuzco relación de todo lo que se había hecho en este pueblo de Tarama. Cuentan los indios Chancas que, como los indios que salieron de su provincia de Andaguaylas con el capitán Ancoallo hobiesen hecho grandes hechos en estas guerras, envidiosos dellos y con rencor que tenían contra el capitán Ancoallo de más atrás, cuando el Cuzco fue cercado, determinaron de los matar; y así, los mandaron llamar; y como fuesen muchos juntos con su capitán, entendieron la intención que tenían y puestos en arma se defendieron de los del Cuzco, y aunque murieron algunos pudieron los otros, con el favor y esfuerzo de Ancoallo, de salir de allí; el cual se quejaba a sus dioses de la maldad de los orejones e ingratitud, afirmando que, por no los ver más ni seguir, se iría con los suyos en voluntario destierro; echando delante las mujeres caminó y atravesó las provincias le los Chachapoyas y Guánuco y, pasando por la montaña de los Andes, caminó por aquellas sierras hasta que llegaron, según también dicen, a una laguna muy grande, que yo creo debe ser lo que cuentan del Dorado, a donde hicieron sus pueblos y se ha multiplicado mucha gente. Y cuentan los indios grandes cosas de aquella tierra y del capitán Ancoallo. Los capitanes del Inca, pasado lo que se ha escripto, dieron la vuelta al valle de Xauxa, donde ya se habían allegado grandes y presentes y muchas mujeres para llevar al Cuzco y lo mesmo hicieron los de Tarama. La nueva de todo fue al Cuzco y como fue sabido por el Inca holgóse por el buen suceso de sus capitanes, aunque hizo muestras (del) haberle pesado lo que habían hecho con Ancoallo. Mas era, según se cree, industria, porque algunos afirman que por su mandado lo hicieron sus capitanes. Y como Tupac Uasco y los otros Chancas hobiesen ido a dar guerra a la provincia del Collao y hobiesen habido victoria de algunos pueblos, recelándose el Inca que, sabida la nueva de lo que había pasado con Ancoallo, se volverían contra él y le harían traición, les envió mensajeros para que luego viniesen para él e mandó, so pena de muerte, que ninguno les avisase de lo pasado. Los Chancas, como vieron el mandado del Inca, vinieron luego al Cuzco y, como llegaron el Inca les habló con gran disimulación amorosamente, encubriendo la maldad que se usó con el capitán Ancoallo y daba por sus palabras muestras de habelle dello pesado. Los Chancas, como lo entendieron, no dejaron de sentir el afrenta, mas, viendo cuán poca parte eran para satisfacerse, pasaron por ello pidiendo licencia a Inca Yupanqui para volver a su provincia; y siéndoles concedido se partieron, dándole privilegio al señor principal para que se pudiese sentar en el duho engastonado en oro y otras preminencias. Y entendió el Inca en acrescentar el templo de Curicancha con grandes riquezas, como ya está escripto. Y como el Cuzco tuviese por todas partes muchas provincias, dio algunas a este templo y mandó poner las postas y que hablasen una lengua todos los súditos suyos y que fuesen hechos los caminos reales y los mitimaes: y otras cosas inventó este rey, de quien dicen que entendía mucho de las estrellas y que tenía cuenta con el movimiento del sol; y así tomó él por sobrenombre Inca Yupanqui, que es nombre de cuenta y de mucho entender. Y como se hallase tan poderoso, no embargante que en el Cuzco había grandes edificios y casas reales, mandó hacer tres cercados de muralla excelentísima y dina la obra de memoria, y tal paresce hoy día que ninguno la verá que no alabe el edificio y conozca ser grande el ingenio de los maestros que la inventaron. Cada cercado destos tiene más de trescientos pasos: al uno llaman Pucamarca y al otro Hatun Cancha y al tercero Cassana, y es de piedra excelente y puesta tan por nivel que no hay en cosa desproporción y tan bien asentadas las piedras y tan pegadas que no se divisará la juntura dellas. Y están tan fuertes y tan enteros los más destos edificios que, si no los deshacen como han deshecho otros muchos vivirán muchas edades. Dentro destas cercas o murallas había aposentos como los demás quellos usaban, donde estaban cantidad de mamaconas y otras muchas mujeres y mancebas de los reyes y hilaban y tejían de la su tan fina ropa y había muchas piezas de oro y de plata y vasijas destos metales. Muchas destas piedras vi yo en algunas destas cercas y me espanté cómo, siendo tan grandes, estaban tan primamente puestas.--Cuando hacían los bailes y fiestas grandes en el Cuzco, era hecha mucha de su chicha por las mujeres dichas y bebíanla.--Y como de tantas partes acudiesen al Cuzco, mandó poner veedores para que no saliese sin su licencia ningún oro ni plata de lo que entrase y pusiéronse gobernadores por las mesmas partes del reino y a todos gobernaba con gran justicia y orden. Y porque en ese tiempo mandó hacer la fortaleza del Cuzco diré algo della, pues es tan justo.
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Cuéntase cómo se tuvo vista de la isla de San Bernardo, y lo que pasó allí Por los dichos dos rumbos se fue navegando hasta diez y nueve de febrero. Este día se navegó al Poniente, y a veinte y uno el piloto de la almiranta, Juan Bernardo de Fuentidueña, dijo que aquel mismo día había de ver, como se vio, la isla que se buscaba, y por acercarse la noche pairamos con poca vela. Venido el día, fuimos en demanda della. iba delante la zabra que surgió muy cerca de tierra, y della dieron voces a las naos, que ambas iban a dar fondo, que no era puerto para ellas. Hizo luego el capitán echar las dos barcas fuera, y que un caudillo fuese en ellas con gente y procurase muy de veras buscar agua, pues su falta era causa del cuartillo que se daba. Salieron a tierra, y buscada el agua no fue hallada; por lo que se volvieron a las naos. Esta isla de San Bernardo es despoblada, partida en cuatro o cinco mogotes y todo lo demás anegado. Su boj parece de diez leguas; su altura son diez grados y dos tercios. El surgidero está a la banda del Norte y sólo bueno para embarcaciones pequeñas. Dista de la ciudad de los Reyes al parecer mil y cuatrocientas leguas. Hallóse en ella una canoa vieja al través. Tiene en sí mucho número de peces de diversas castas; y por ser tan poco el fondo, lo mataban con las espadas y palos. Tiene muy grandes langostas, y cangrejos y otros géneros de marisco. De cocos hallaron amontonados a los pies de sus palmas una gran cantidad y muchos dellos largos y angostos, garajaos, rabihorcados y bobos tanta copia, y ellos tan importunos, que parecía querer embestir a los hombres. De todo se trajo copia. Pareciéndole al capitán que en isla a donde había tantos árboles era imposible faltar agua, quiso que aquella noche se esperase, para que el día siguiente se volviese a buscar agua haciendo nuevas diligencias, y que al menos se hiciese pesquería. Dijo el piloto mayor estar la gente cansada, y otros desvíos dio, y cosas dijo, haciéndolas todas hijas legítimas de nuestras necesidades. Viéndose el capitán tan enfermo y engolfado en muchos géneros de cuidados, y que había algunos de obligaciones que como polilla iban comiendo la jornada y representaban muy grandes desconfianzas, y traían a la memoria aquella grande abundancia de la corte, nieves frías, frutas frescas, y otros toques y recuerdos que entibiaban las voluntades fervorosas y otras muchas se trocaban; y que hasta el presente no había hallado islas con puerto ni agua, tan necesaria, y la poca que tenía en las naos, y sin ella no era justo poner a riesgo negocio tan importante, siendo los tiempos dudosos y dudosa la parte a donde se había de buscar la tierra; por estas y otras razones que deja de apuntar, acordó, pareciéndole ser lo que más convenía, que se fuese en demanda de la isla de Santa Cruz, que sabía tenía puerto y agua, y otras cosas necesarias a provisión de naos, haciendo cuenta salir de allí a descubrir como si saliera de Lima; y en prosecución deste intento se navegó al Oeste. Esta noche, en la capitana hubo un muy grande alboroto, a cuyo ruido acudió el capitán, que halló a unos abrazados unos con otros, y a otros ir a buscar armas, y al piloto mayor con una espada desnuda con que hirió a un hombre. Se la quitó de las manos sin acabar de entender quién era reo ni autor. Lo que desto sintió, lo dejo para sí, confesando estar tan flaco que no pudo decir en voz alta tercera palabra.
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Cómo no tornó la lengua ni los demás que habían de tornar Pasó aquel día y otros cuatro, y visto que no volvían, mandó llamar la lengua que el gobernador llevaba de ellos, y le preguntó qué le parescía de la tardanza del indio. Y dijo que él tenía por cierto que nunca más volvería, porque los indios payaguaes eran muy mañosos y cautelosos, y que habían dicho que su principal quería paz y quería tentar y entretener los cristianos e indios guaraníes que no pasasen adelante a buscarlos en sus pueblos, y porque entre tanto que esperaban a su principal, ellos alzasen sus pueblos, mujeres e hijos; y que así, creían que se habían ido huyendo a esconder por el río arriba a alguna parte, y que les parescía que luego había de partir en su seguimiento, que tenía por cierto que los alcanzaría, porque iban muy embarazados y cargados; y que lo que a él le parescía, como hombre que sabe aquella tierra, que los indios payaguaes no pararían hasta la laguna de una generación que se llama los mataraes, a los cuales mataron y destruyeron estos indios payaguaes, y se habían apoderado de su tierra, por ser muy abundosa y de grandes pesquerías; y luego mandó al gobernador alzar los bergantines con todas las canoas, y fue navegando por el río arriba, y en las partes donde surgía parescía que por la ribera del río iba gran rastro de la gente de los payaguaes que iban por tierra (y, según la lengua dijo), que ellos y las mujeres e hijos iban por tierra por no caber en las canoas. A cabo de ocho días que fueron navegando, llegó a la laguna de los mataraes, y entró por ella sin hallar allí los indios, y entró con la mitad de la gente por tierra para los buscar y tratar con ellos las paces; y otro día siguiente, visto que no parescían, y por no gastar más bastimentos en balde, mandó recoger todos los cristianos e indios guaraníes, los cuales habían hallado ciertas canoas y palas de ellas, que habían dejado debajo del agua escondidas, y vieron el rastro por donde iban; y por no detenerse, el gobernador, recogida la gente, siguió su viaje llevando las canoas junto con los bergantines; fue navegando por el río arriba, unas veces a la vela y otras al remo y otras a la sirga, a causa de las muchas vueltas del río, hasta que llegó a la ribera, donde hay muchos árboles de cañafístola, los cuales son muy grandes y muy poderosos, y la cañafístola es de casi palmo y medio, y es tan gruesa como tres dedos. La gente comía mucho de ella, y de dentro es muy melosa; no hay diferencia nada a la que se trae de las otras partes a España, salvo ser más gruesa y algo áspera en el gusto, y cáusalo como no se labra; y de estos árboles hay más de ochenta juntos en la ribera de este río del Paraguay. Por do fue navegando hay muchas frutas salvajes que los españoles e indios comían; entre las cuales hay una como un limón ceutí muy pequeño, así en el color como cáscara; en el agrio y en el olor no difieren al limón ceutí de España, que será como un huevo de paloma; esta fruta es en la hoja como del limón. Hay gran diversidad de árboles y frutas, y en la diversidad y extrañeza de los pescados grandes diferencias; y los indios y españoles mataban en el río cosa que no se puede creer de ellos todos los días que no hacía tiempo para navegar a la vela; y como las canoas son ligeras y andan mucho al remo, tenían lugar de andar en ellas cazando de aquellos puercos de agua y nutrias (que hay muy grande abundancia de ellas); lo cual era muy gran pasatiempo. Y porque le paresció al gobernador que a pocas jornadas llegaríamos a la tierra de una generación de indios que se llaman guaxarapos, que están en la ribera del río Paraguay, y éstos son vecinos que contratan con los indios del puerto de los Reyes, donde íbamos, que para ir allí con tanta gente de navíos y canoas e indios se escandalizarían y meterían por la tierra adentro; y por los pacificar y sosegar, partió la gente del armada en dos partes, y el gobernador tomó cinco bergantines y la mitad de las canoas e indios que en ellas venían, y con ello acordó de se adelantar, y mandó al capitán Gonzalo de Mendoza que con los otros bergantines y las otras canoas y gente viniese en su seguimiento poco a poco, y mandó al capitán que gobernase toda la gente, españoles e indios, mansa y graciosamente, y no consintiese que se desmandase ningún español ni indio; y así por el río como por la tierra no consintiese a ningún natural hacer agravio ni fuerza, e hiciese pagar los mantenimientos y otras cosas que los indios naturales contratasen con los españoles y con los indios guaraníes, por manera que se conservase toda la paz que convenía al servicio de Su Majestad y bien de la tierra. El gobernador se partió con los cinco bergantines y las canoas que dicho tengo; y así fue navegando, hosta que un día, a 18 de octubre, llegó a tierra de los indios guaxarapos, y salieron hasta treinta indios, y pararon allí los bergantines y canoas hasta hablar aquellos indios y asegurarlos y tomar de ellos aviso de las generaciones de adelante; y salieron en tierra algunos cristianos por su mandado, porque los indios de la tierra los llamaban y se venían para ellos; y llegados a los bergantines, entraron en ellos hasta seis de los mismos guaxarapos, a los cuales habló con la lengua y les dijo lo que había dicho a los otros del río abajo, para que diesen la obediencia a Su Majestad; y que dándola, él los ternía por amigos, y ansí la dieron todos, y entre ellos había un principal, y por ello el gobernador les dio de sus recates y les ofreció que harían por ellos todo lo que pudiesen; y cerca de estos indios, en aquel paraje do el gobernador estaba con los indios, estaba otro río que venía por la tierra adentro, que sería tan ancho como la mitad del río Paraguay, mas corría con tanta fuerza el agua, que era espanto; y este río desaguaba en el Paraguay, que venía de hacia el Brasil, y era por donde dicen los antiguos que vino García el portugués e hizo guerra por aquella tierra, y había entrado por ella con muchos indios, y le habían hecho muy gran guerra en ella y destruido muchas poblaciones, y traía consigo más de cinco cristianos, y toda la otra eran indios; y los indios dijeron que nunca más lo habían visto volver; y traía consigo un mulato que se llamaba Pacheco, el cual volvió a la tierra de Guazani, y el mismo Guazani le mató allí, y el García se volvió al Brasil; y que de estos guaraníes que fueron con García habían quedado muchos perdidos por la tierra adentro, y que por allí hallaría muchos de ellos, de quien podría ser informado de lo que García había hecho y de lo que era la tierra, y que por aquella tierra habitaban unos indios que se llamaban chaneses, los cuales habían venido huyendo y se habían juntado con los indios sococíes y xaquetes, los cuales habitan cerca del puerto de los Reyes. Y vista esta relación del indio, el gobernador se pasó adelante a ver el río por donde había salido García, el cual estaba muy cerca donde los indios guaxarapos se le mostraron y hablaron; y llegado a la boca del río, que se llama Yapaneme, mandó sondar la boca, la cual halló muy honda, y ansí lo era dentro, y traía muy gran corriente, y de una bondad y otra tenía muchas arboledas, y mandó subir por él una legua arriba un bergantín que iba siempre, sondando, y siempre lo hallaba más hondo, y los indios guaxarapos le dijeron que por la ribera del río estaba todo muy poblado, de muchas generaciones diversas, y eran todos indios que sembraban maíz y manduca, y tenían muy grandes pesquerías del río, y tenían tanto pescado cuanto querían comer, y que del pescado tienen mucha manteca, y mucha caza; y vueltos los que fueron a descubrir el río, dijeron que habían visto muchos humos por la tierra en la ribera del río, por do paresce estar la ribera del río muy poblada; y porque era ya tarde, mandó surgir aquella noche frontero de la boca de este río, a la falta de una sierra que se llama Santa Lucía, que es por donde había atravesado García; y otro día de mañana mandó a los pilotos que consigo llevaba que tomasen el altura de la boca del río, y está en 18 grados y un tercio. Aquella noche tuvimos allí muy gran trabajo con un aguacero que vino de muy grande agua y viento muy recio; y la gente hicieron muy grandes fuegos, y durmieron muchos en tierra, y otros en los bergantines, que estaban bien toldados de esteras y cueros de venados y antas.
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Cómo ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velázquez, viendo que de hecho queríamos poblar y comenzamos a pacificar pueblos, dijeron que no querían ir a ninguna entrada, sino volverse a la isla de Cuba Ya me habrán oído decir en el capítulo antes deste que Cortés había de ir a un pueblo que se dice Cingapacinga, y había de llevar consigo cuatrocientos soldados y catorce de a caballo y ballesteros y escopeteros, y tenían puestos en la memoria para ir con nosotros a ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velázquez; e yendo los cuadrilleros a apercibirlos que saliesen luego con sus armas y caballos los que los tenían, respondieron soberbiamente que no querían ir a ninguna entrada, sino volverse a sus estancias y haciendas que dejaron en Cuba; que bastaba lo que habían perdido por sacarlos Cortés de sus casas, que les había prometido en el arenal que cualquiera persona que se quisiese ir que les daría licencia, navío y matalotaje; y a esta causa estaban siete soldados apercibidos para se volver a Cuba. Y como Cortés lo supo, los envió a llamar, y preguntando por qué hacían aquella cosa tan fea, respondieron algo alterados, y dijeron que se maravillaban querer poblar adonde había tanta fama de millares de indios y grandes poblaciones, con tan pocos soldados como éramos, y que ellos estaban dolientes y hartos de andar de una parte a otra, y que se querían ir a Cuba a sus casas y haciendas; que les diese luego licencia, como se lo había prometido; y Cortés les respondió mansamente que era verdad que se la prometió, mas que no harían lo que debían en dejar la bandera de su capitán desamparada; y luego les mandó que sin detenimiento ninguno se fuesen a embarcar, y les señaló navío, y les mandó dar cazabe y una botija de aceite y otras de legumbres de bastimentos de lo que teníamos. Y uno de aquellos soldados, que se decía hulano Morón, vecino de la villa que se decía del Bayamo, tenía un buen caballo overo, labrado de las manos, y le vendió luego bien vendido a un Juan Ruano a trueco de otras haciendas que el Juan Ruano dejaba en Cuba; e ya que se querían hacer a la vela, fuimos todos los compañeros e alcaldes y regidores de nuestra Villa-Rica a requerir a Cortés que por vía ninguna no diese licencia a persona ninguna para salir de la tierra, porque así conviene al servicio de Dios nuestro señor y de su majestad; y que la persona que tal licencia pidiese le tuviese por hombre que merecía pena de muerte, conforme a las leyes de lo militar: pues quieren dejar a su capitán y bandera desamparada en la guerra e peligro, en especial habiendo tanta multitud de pueblos de indios guerreros como ellos han dicho. Y Cortés hizo como que les quería dar la licencia, mas a la postre se la revocó, y se quedaron burlados y aun avergonzados, y el Morón su caballo vendido, y el Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver, y todo fue mañeado por Cortés; y fuimos nuestra entrada a Cingapacinga
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Capítulo L Cómo Almagro con su gente entró en Caxamalca, donde fue bien recibido de los que en ella estaban; y lo que le sucedió a Hernando Pizarro en la ida a Pachacama Habían quedado en Tangara los oficiales del rey, que son los que entienden en cobrar sus quintos y guardar todo lo a su real persona perteneciente, los cuales, como supieron de Atabalipa y de cómo había prometido tan gran tesoro por su rescate; dejando los llanos, se subieron a la sierra a juntarse con el gobernador, que no debieran; porque es público entre los de acá, que todo el tiempo que estuvieron solos Pizarro con los ciento y sesenta, hubo gran conformidad y amor entre todos, y como llegaron los oficiales y la gente de Almagro, hubieron sus puntos unos con otros y sus envidias, que nunca entre ellos cesó. Almagro deseaba también verse ya con su compañero, y así por sus jornadas caminó camino de Caxamalca, siendo proveído por los pueblos do pasaba mucho bien, porque con la prisión del señor todo estaba seguro, sin acometer a un solo cristiano que anduviera, y, con gran cuidado que de ellos tenía mandaba Almagro que no se hiciese daño ninguno: y así anduvieron hasta cerca de Caxamalca. Pizarro, con los españoles que estaban con él salieron a recibirlo; mostrando grande contento en verse los unos a los otros. Supo Atabalipa cómo Almagro, el capitán que venía, era igual a Pizarro en el mando, y más cosas; deseaba verle, para ganarle la gracia. Entrados en Caxamalca, se aposentaron, proveyendo los indios lo necesario. La hermosa provincia de Caxamalca no tenía lo que tuvo cuando los españoles la descubrieron; ni tampoco sirve tratar sobre estos estragos que nosotros hacemos en estas tierras andando en conquista o guerra; ver en algunas partes donde andamos, los campos poblados de tantas sementeras, casas, frutales, que no se podía ver con los ojos otra cosa, y en verdad que en menos tiempo de un mes parecía que toda la pestilencia del mundo había dado en ello; ¡cuánto más sería donde estuvieron más de siete meses! Quieren decir algunos que aunque Almagro y Pizarro se hablaron bien, que tenían el uno del otro sospecha y algún rencor secreto de enemistad, manada de ambición: que causó verse ya en tan gran tierra y con esperanza de poseer tantos tesoros. Por ventura sería lo contrario de esto, porque las intenciones Dios sólo las sabe, y a él es dado escudriñar el pensamiento de los hombres. Había nombrado por alcalde mayor el gobernador a un hidalgo de los conquistadores, llamado Juan de Porras, que procuraba los debates de los españoles, castigando ásperamente a los que pecaban en jurar y andaban metidos en juegos; y al capitán Hernando de Soto proveyó pasados algunos días, por teniente suyo. Almagro visitó Atabalipa, hablándole muy bien, ofreciéndosele por buen amigo, de que el preso recibió conhorte. Y cuentan grandes cosas los españoles de este Atabalipa; porque sabía ya jugar al ajedrez, y entendía algo de nuestra lengua; preguntaba preguntas admirables; decía dichos agudos y algunos donosos. Deseaba, con todo esto ver recogido el tesoro, porque, cuando llegó Almagro se comenzaba a traer, y había en Caxamalca diez o doce cargas de oro. No se tardaron muchos días cuando llegó el oro y plata del Cuzco, que traían los tres cristianos, los cuales contaban cosas grandes de aquella ciudad; loaban sus edificios la mucha riqueza que en ella había. Espantábanse Pizarro y los suyos cuando veían aquellas piezas tan mazorrales y grandes; poníanse en el ligar despoblado con guarda de españoles, porque no se hurtasen ni usurpasen nada de ello. Atabalipa tenía siempre cuidado de enviar principales y mandones, que trajesen el oro y plata de los lugares y partes que él mandaba: y entraba, los más días, de ello en Caxamalca. Pues como Hernando Pizarro, con los que fueron con él caminasen la vuelta de Pachacama, fue nueva de ello a aquel valle, según dicen los naturales, los cuales habían sabido cómo los tres cristianos que fueron al Cuzco habían violado el templo, corrompido las vírgenes, tratado con inhumanidad y poca reverencia las cosas sagradas; platicaron los sacerdotes y principales del valle mucho sobre aquel negocio. Afirman que determinaron no ver con sus ojos tan gran perdición y pecado tan enorme como era destruir templo tan antiguo y devoto como el suyo, pues para el rescate de Atabalipa había en otras partes donde juntar para ello y para más, sin llevar por lo que venían. Mandaron luego salir a las vírgenes y mamaconas del templo del sol, donde dicen que de él y de Pachacama sacaron más de cuatrocientas cargas de oro, que escondieron en partes secretas, que hasta hoy no ha parecido ni parecerá, si no fuese acaso; porque todos aquellos que lo supieron y escondieron y los que lo mandaron, son ya muertos. Mas, puesto que tanto como esto llevaron dejaron algún ornamento en el templo y cantidad de oro, y es fama que está enterrado mucho más. Hernando Pizarro anduvo hasta que llegó a los Llanos, siendo el primer capitán de cristianos que anduvo por aquellas partes. Servíanlo los indios mucho; mandaba que los tratasen bien. Llegado a Pachacama, profanaron el maldito templo donde el diablo tantos tiempos fue adorado y reverenciado; recogieron, a lo que me certificaron, noventa mil castellanos, sin lo que se hurtó, que pidadosamente podéis creer, que no fue poco; y habiendo estado algunos días en Pachacama, Hernando Pizarro se volvió a Caxamalca con intención de hacer camino por el hermoso valle de Xauxa, donde había vuelto Chalacuchima y llevarlo consigo a su hermano. Y vuelto por el camino que salía a Xauxa, anduvo hasta que llegó aquel valle, del cual se holgó mucho de verlo tan bien poblado, aunque se había hecho en él gran daño. Chalacuchima sabía cómo Hernando Pizarro era hermano del que tenía preso a Atabalipa y cómo venía con propósito de conocerle, y hablarle, determinóse a ponerse en su poder sin ningún recelo, y así enviándole Pizarro a rogar con palabras blandas y amorosas que le viniese a ver, lo hizo luego acompañado de algunos principales y capitanes. Hernando Pizarro le recibió muy bien, prometiendo de siempre mirar por su persona, conforme a su dignidad y cargo tan grandes que había tenido. Respondió que, con confianza tan alegre, había salido a verse con él tan fácilmente. Dicen que este capitán Chalacuchima era hombre membrudo, de grande espalda, y entre los indios fue muy estimado y tenido por valiente; representaba el rostro fiero, y el pescuezo tenía corto y muy grueso. Habló Hernando Pizarro a los señores naturales del valle, confirmándolos en el amistad de los españoles, certificándoles que serían de ellos bien tratados y favorecidos. Ellos respondieron que no tomarían armas contra ellos. Pasado esto, salió de Xauxa Hernando Pizarro, y por sus jornadas llegó a Caxamalca, donde sabía que estaba el mariscal don Diego de Almagro; con quien salió indignado por lo que pensó de él, que se dijo antes que él saliera a lo de Pachacama; y dicen que le pesó cuando supo que su hermano y él estuviesen en tanta conformidad y que los indios creyesen que él era igual y tenía autoridad tan grande. Pizarro, como supo que llegaba cerca de Caxamaca, salió con muchos españoles a le recibir juntamente con Almagro, y cuando llegaron junto unos de otros, se hablaron, aunque Pizarro vio a Almagro y lo conoció, y le había hablado, no haciendo caso de él, pasó de largo. Pizarro le dijo que hablase al mariscal, que estaba allí; no volvió ni acudió a lo que el gobernador le decía; de que Almagro mostró sentimiento, viendo cuán a la clara se mostraba el aborrecimiento que los Pizarros le tenían. Pizarro habló con su hermano, afeándole el poco comedimiento que había tenido con Almagro, su compañero, certificándole que lo que se había dicho era todo maldad y que por ello había ahorcado a Rodrigo Pérez; y que quería que luego fuesen a su posada a verle. Hernando Pizarro hubo de cumplir la voluntad del gobernador y fueron donde estaba Almagro y se hablaron, pidiéndose el uno al otro perdón del descuido pasado, y quedaron en lo público en conformidad. Luego fue Hernando Pizarro donde estaba preso Atabalipa y le habló, holgándose Atabalipa de verle. Chalacuchima habíale visitado y dado cuenta de lo que pasaba. Pizarro, como conoció cuánto convenía hacer honra a hombre tan principal como este capitán, le habló como le vio, prometiendo que sería siempre muy bien tratado.
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Capítulo L Que trata de la necesidad que habían de sal y cómo la fueron a buscar y de la suerte que la hallaron Viendo el general que la sal se les había acabado a los españoles y que la carne, aunque poca, se les estragaba, y viendo que las salinas de que se proveían estaban ocupadas con la gente de guerra del valle de Anconcagua, procuró el general saber si en otra parte había sal. Fue avisado por ciertos indios cómo dieciséis leguas de la ciudad junto a la mar, en un pueblo que se dice Topocalma, había una laguna de donde solían o por mejor decir usaban coger sal, de que se proveían los naturales. Siendo el general bien informado, envió doce hombres de a caballo por sal, y que la trajesen con los yanaconas e indios que servían, y dioles un principal para guía que sabía bien el camino y la laguna donde la sal estaba. Y así los españoles iban temerosos que no la hallarían, porque en estas partes, como los indios muchas veces niegan la verdad, unas veces por temor y otras por tenello de costumbre. Y el principal no iba con menor duda, viendo que era invierno y que le parecía ser imposible haber sal. Caminaron todos juntos, puesto que la duda iba oculta, aunque repartida entre todos, porque cada uno llevaba su parte. Allegado a la laguna e sitio donde la sal se había de coger, dijo el principal e guía a los cristianos: "Catad aquí el sitio donde habéis de hallar y sacar la sal". Viendo los cristianos el sitio, que era una laguna de mil y cuatrocientos pasos de largo y media legua en redondo, y que estaba con gran copia de agua dulce, que era hecha de las aguas que de las laderas comarcanas allí venían, dioles muy gran risa, que estuvieron gran pieza embarazados ya para volverse, entendiendo que eran engañados. El principal, viendo el rostro que los españoles ponían a su negocio, algo corrido, mandó desnudar cuatro indios y él con ellos, y entraron dentro de la laguna. El agua les daba, porque era invierno, a los pechos, y en verano no tiene tanta y es más fácil de sacar. Entrados dentro sacaron del asiento de abajo tanta sal, que cargaron las piezas que llevaban, de lo cual no fueron poco admirados ellos y todos los españoles. Y el principal quedó muy contento por haber quedado acreditado en haber salido a luz con lo que había prometido. Luego se fueron, y llegados a la ciudad, fueron españoles y llevaron gran cantidad que todo el año y más tuvieron qué gastar. Esta laguna está dos tiros de piedra de la mar, la cual no entra dentro, ni la agua de la laguna va a la mar, por estar cercada de unos promontorios de tierra. Y a lo que entiendo, debe tener el asiento esta laguna en el asiento de lo salado del agua de la mar, a cuya causa se fragua aquella sal y cuaja en el asiento abajo porque cuando la sacan, sale como losas llenas de grueso de cuatro dedos y de una mano y más, y es tan blanca como cristal. Y en verano, como tiene poca agua la laguna, penetra más el sol su calor en la tierra, hace que la primera sal que sacan es rubia o roja, y la que sacan de abajo de ésta es más blanca. Hay en verano gran cantidad.
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Que trata de la jura y coronación del prudentísimo y sabio Nezahualpiltzintli Acamapixtli Otro día después de haber fallecido Nezahualcoyotzin se le hicieron sus honras y exequias con gran pompa y majestad, conforme a los ritos de los mexicanos, que por hallarse escritos en los autores modernos, no se hace particular mención, más de que fue el segundo rey de los chichimecas que semejantes exequias se le hicieron, en las cuales se hallaron los reyes Axayacatzin de México y Chimalpopocatzin de Tlacopan, y otros muchos grandes y señores de diversas partes, y los embajadores de las señorías de Tlaxcalan, Huexotzinco y Chololan, y de los reyes contrarios y remotos, que en semejantes ocasiones a éstos y a las señorías se les daba parte y entraban sus embajadores libremente, como era el de Michoacan, Panuco y Tequantépec. En el ínterin que estas exequias pasaban, los hermanos mayores del príncipe, en especial los tres nombrados que tenían mano y mando en el imperio, hicieron sus diligencias secretas por introducirse en él y desposeer al príncipe Nezahualpiltzintli ; lo cual conociendo en ellos los dos reyes, como señores absolutos que eran del imperio, a quienes competía la elección y jura del rey de Tetzcuco, su compañero en el imperio, acordaron de mandar que luego en su seguimiento llevasen a la ciudad de México al príncipe y con él a los tres infantes que pretendían lo referido, y asimismo fuese Acapioltzin coadjutor del príncipe y no otro ninguno de los hermanos, y con ellos todos los grandes y señores del reino, para en ella tratar lo que más conviniese, con que todos se aseguraron y se hizo la jura sin alteración alguna; y fue que habiendo llegado a la ciudad de México el rey Axayacatzin, mandó sentar al príncipe y los cuatro infantes sus hermanos en una sala que estaba antes de la del consejo real, en asientos iguales, y después de ellos, todos los grandes y señores del reino de Tetzcuco; puestos en esta sala, entraron dos señores, grandes oradores, que iban de parte de los dos reyes de México y Tlacopan, los cuales, después de haberles dado la bienvenida les dijeron el deseo grande que sus señores tenían de elegir la cabeza que faltaba en el imperio, y que éste había de ser el que por derecho lo mereciese, con que se quitarían algunas dudas y pretensiones; y habiéndoles dicho otras muchas razones convenientes a este efecto se salieron, y luego entraron los dos capitanes generales de los dos reyes con otros grandes señores de dignidad y preeminencia, los cuales traían todas las insignias y vestimentas que se acostumbraban dar a los reyes cuando se juraban, y tras de ellos, los dos reyes, y habiendo cogido de los brazos los dos capitanes generales al niño Nezahualpiltzintli, lo metieron en la sala del consejo real, en donde, después de haberlo sentado en un trono suntuoso, por mano de dichos reyes le vistieron los ropajes reales, y lo coronaron y dieron las demás insignias, y le juraron por rey de Tetzcuco y supremo señor de los chichimecas, y uno de los tres del imperio, y habiéndole todos dado el parabién, se fueron sentando todos por sus antigüedades y preeminencias, y comenzáronse las fiestas y regocijos con mucho gusto de todo el imperio, aunque las ceremonias conforme a los ritos de la idolatría (que en semejantes juras se solían hacer) no se guardaron en esta sazón, por no tener el nuevo rey edad suficiente para ello, que después él las cumplió andando el tiempo. Los tres infantes, sus hermanos Ichantlatoatzin, Xochiquetzaltzin y Ecahuehuetzin, viendo que no pudieron salir con su pensamiento, así que vieron el intento de los dos reyes, sin despedirse se fueron a la ciudad de Tetzcuco tristes y corridos de sus vanas pretensiones. Habiendo estado Nezahualpiltzintli en la ciudad de México algunos días, se fue a la de Tetzcuco con sus tíos los dos reyes con gran acompañamiento, en donde de nuevo se le hicieron muy grandes y solemnes fiestas. El rey Axayacatzin se estaba lo más del tiempo del año con toda su corte en la ciudad de Tetzcuco, que era acomodada para su salud y gusto, especialmente a los principios del gobierno de Nezahualpiltzintli, y en vida de su padre Nezahualcoyotzin.
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Cómo antiguamente tuvieron una esmeralda por dios, en que adoraban los indios de Manta, y otras cosas que hay que decir destos indios En muchas historias que he visto, he leído, si no me engaño, que en unas provincias adoraban por dios a la semejanza del toro, y en otra a la del gallo, y en otra al león, y por el consiguiente tenían mil supersticiones desto, que más parece al leerlo materia para reír que no para otra cosa alguna. Y sólo noto desto que digo que los griegos fueron excelentes varones, y en quien muchos tiempos y edades florecieron las letras, y hubo en ellos varones muy ilustres y que vivirá la memoria dellos todo el tiempo que hubiere escripturas, y cayeron en este error. Los egipcios fue lo mismo, y los bactrianos y babilónicos, pues los romanos, a dicho de graves y doctos hombres, les pasaron; y tuvieron unos y otros unas maneras de dioses que son cosa donosa pensar en ello, aunque algunas destas naciones atribuyan el adorar y reverenciar por dios a uno por haber recebido dél algún beneficio, como fue a Saturno y a Júpiter y a otros; mas ya eran hombres, y no bestias. De manera, pues que adonde había tanta sciencia humana, aunque falsa y engañosa, erraron. Así, estos indios, no embargante que adoraban al sol y a la luna, también adoraban en árboles, en piedras y en la mar y en la tierra, y en otras cosas que la imaginación les daba. Aunque, según yo me informé, en todas las más partes destas que tenían por sagradas era visto por sus sacerdotes el demonio, con el cual comunicaban no otra cosa que perdición para sus ánimas. Y así, en el templo más principal de Pachacama tenían una zorra en grande estimación, la cual adoraban. Y en otras partes, como iré recontando en esta historia, y en esta comarca, afirman que el señor de Manta tiene o tenía una piedra de esmeralda, de mucha grandeza y muy rica, la cual tuvieron y poseyeron sus antecesores por muy venerada y estimada, y algunos días la ponían en público, y la adoraban y reverenciaban como si estuviera en ella encerrada alguna deidad. Y como algún indio o india estuviese malo, después de haber hecho sus sacrificios iban a hacer oración a la piedra, a la cual afirman que hacían servicio de otras piedras, haciendo entender el sacerdote que hablaba con el demonio que venía la salud mediante aquellas ofrendas; las cuales después el cacique y otros ministros del demonio aplicaban a sí porque de muchas partes de la tierra adentro venían los que estaban enfermos al pueblo de Manta a hacer los sacrificios y a ofrecer sus dones. Y así, me afirmaron a mí algunos españoles de los primeros que descubrieron este reino hallar mucha riqueza en este pueblo de Manta, y que siempre dio más que los comarcanos a él a los que tuvieron por señores o encomenderos. Y dicen que esta piedra tan grande y rica que jamás han querido decir della, aunque han hecho hartas amenazas a los señores y principales, ni aun lo dirán jamás, a lo que se cree, aunque los maten a todos: tanta fue la veneración en que la tenían. Este pueblo de Manta está en la costa, y por el consiguiente todos los más de los que he contado. La tierra adentro hay más número de gentes y mayores pueblos, y difieren en la lengua a los de la costa, y tienen los mismos mantenimientos y frutas que ellos. Sus casas son de madera, pequeñas; la cobertura, de paja o de hoja de palma. Andan vestidos unos y otros, estos que nombro, serranos, y lo mismo sus mujeres. Alcanzaron algún ganado de las ovejas que dicen del Perú, aunque no tantas como en Quito ni en las provincias del Cuzco. No eran tan grandes hechiceros y agoreros como los de la costa, ni aun eran tan malos en usar el pecado nefando. Tiénese esperanza que hay minas de oro en algunos ríos desta tierra, y que cierto está en ella la riquísima mina de las esmeraldas; la cual, aunque muchos capitanes han procurado saber donde está, no se ha podido alcanzar, ni los naturales lo dirán. Verdad es que el capitán Olmos dicen que tuvo lengua desta mina, y aun afirman que supo dónde estaba; lo cual yo creo, si así fuera, lo dijera a sus hermanos o a otras personas. Y cierto, mucho ha sido el número de esmeraldas que se han visto y hallado en esta comarca de Puerto Viejo, y son las mejores de todas las Indias; porque aunque en el nuevo reino de Granada haya más, no son tales, ni con mucho se igualan en el valor de las mejores de allá a las comunes de acá. Los carangues y sus comarcanos es otro linaje de gente, y no son labrados, y eran de menos saber que sus vecinos, porque eran behetrías; por causas muy livianas se daban guerras unos a otros. En naciendo la criatura le abajaban la cabeza, y después la ponían entre dos tablas, liada de tal manera que cuando era de cuatro o cinco años le quedaba ancha o larga y sin colodrillo; y esto muchos lo hacen, y no contentándose con las cabezas que Dios les da, quieren ellos darles el talle que más les agrada; y así, unos la hacen ancha y otros larga. Decían ellos que ponían destos talles las cabezas porque serían más sanos y para más trabajo. Algunas destas gentes, especialmente los que están abajo del pueblo de Colima a la parte del norte, andaban desnudos y se contrataban con los indios de la costa que va de largo hacia el río de San Juan. Y cuentan que Guaynacapa llegó, después de haberle muerto a sus capitanes, hasta Colima, adonde mandó hacer una fortaleza; y como viese andar los indios desnudos, no pasó adelante, antes dicen que dio la vuelta, mandando a ciertos capitanes suyos que contratasen y señoreasen lo que pudiesen, y llegaron por entonces al río de Santiago. Y cuentan muchos españoles que hay vivos en este tiempo, de los que vinieron con el adelantado don Pedro de Albarado, especialmente lo oí al mariscal Alonso de Albarado y a los capitanes Garcilaso de la Vega y Juan de Saavedra, y a otro hidalgo que ha por nombre Suer de Cangas, que como el adelantado don Pedro llegase a desembarcar con su gente en esta costa, y llegado a este pueblo, hallaron gran cantidad de oro y plata en vasos y otras joyas preciadas; sin lo cual, hallaron gran número de esmeraldas, que si las conocieran y guardaran se hubiera por su valor mucha suma de dinero; mas como todos afirmasen que eran de vidrio y que para hacer la experiencia (porque entre algunos se platicaba que podrían ser piedras) las llevaban donde tenían una gibornia, y que allí con martillo la quebraban, diciendo que si eran de vidrio luego se quebrarían, y si eran piedras se pararían más perfectas con los golpes. De manera que por la falta de conoscimiento y poca experiencia quebraron muchas destas esmeraldas, y pocos se aprovecharon dellas, ni tampoco del oro y plata gozaron, porque pasaron grandes hambres y fríos, y por las montañas y caminos se dejaban las cargas del oro y de la plata. Y porque en la tercera parte he dicho ya tener escrito estos sucesos cumplidamente, pasaré adelante.